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Crítica de la razón práctica, Kant (1788)

El concepto de Razón es amplio y no se limita a una simple cuestión teórica o de conocimiento.


En la Crítica de la razón pura (1781), el problema de la razón consiste en ir más allá de sus
propios límites de la experiencia. La crítica, por lo anterior, establece que la razón debe limitarse
a la esfera de la experiencia. Cuando la razón pretende ir más allá de la experiencia y acceder al
conocimiento metafísico cae inevitablemente en el dogmatismo y se convierte en estéril. En
contraste, el problema de la Crítica de la razón práctica (2004) es el inverso. El problema de la
razón práctica se resume en que ésta es capaz de determinar la voluntad y la acción, pero presenta
la tendencia de quedar ligada exclusivamente a la experiencia.
La cosa en sí, o el noúmeno, es para la razón teórica un fenómeno, una representación de la cual
jamás se podrá acceder. En el caso de la razón práctica y de la voluntad, Kant la entiende como
causa nouménica. Así, el imperativo categórico se define como una síntesis a priori que no se
fundamenta ni en la intuición sensible ni en la experiencia, es de carácter nouménico.
Es necesario recordar que Kant en la Crítica de la razón pura responde a Hume y al
escepticismo. Como tal, Hume sostiene que la razón es esclava de las pasiones, o en otras
palabras, la razón no tiene la capacidad de mover la voluntad a la acción, sólo las pasiones. Lo
que Kant pretende mostrar es la capacidad de la razón para “mover” por sí sola la voluntad. Sólo
es en este caso donde pueden existir principios morales válidos para todos los hombres sin
excepción, lo cual equivale a postular leyes morales de carácter universal.
La esencia del imperativo categórico es ordenar al sujeto cómo debe querer aquello que quiere y
no lo que debo querer. Es decir, la moralidad no consiste en definir lo que se hace sino
cómo se hace. Importa la forma y no el contenido. Si la moral se definiera por el contenido,
caeríamos en el empirismo y en el utilitarismo (Reale & Antiseri, 2012).
No hay que olvidar que Kant se encuentra influenciado por la física de Newton, la cual no
establece a qué velocidad cae “x” manzana en el planeta “y”, sino cuál es la forma (fórmula) que
aplica para todos los objetos en el universo: ley de la gravedad. Similar, Kant plantea su propia
ley moral: “Obra de tal suerte que la máxima de tu voluntad pueda siempre ser considerada como
un principio de una legislación universal” (Kant, Crítica de la razón práctica, 2004, pág. 53).

Así, el concepto de lo bueno y de lo malo está en función de la ley moral. Ahora, la mediación
entre esta ley con las acciones consiste en elevar la máxima (subjetiva) a lo universal y decidir
desde allí si la acción es buena o mala, sin injerencia alguna de los sentimientos.Para Kant el
único sentimiento válido es el respeto frente al hombre que encarna la ley moral (es un
sentimiento producido por causa intelectual y conocido a priori).
En contraste, el móvil para la acción no debe ser el amor propio, el cual es la inclinación a hacer
de sí mismo principio objetivo de determinación. La presunción, por su parte, se da cuando el
amor propio se erige en legislador y en principio práctico absoluto. En resumen, la determinación
de la voluntad para la acción no es moral si se da desde los propios sentimientos e inclinaciones,
sino en la ley moral que es desinteresada y cuyo único requisito es el deber.
El respeto tiene un efecto positivo pero indirecto sobre el sentimiento, pues debilita por
humillación las inclinaciones. Así, el deber es la acción realizada en vista de la ley, no por
solicitaciones externas ni inclinaciones; diríamos en una sola expresión: interés moral. La crítica
de Kant a la razón práctica es la tendencia de ésta a fundar sus preceptos con el único arreglo a
la experiencia, y por ello, elevar a principios prácticos supremos las inclinaciones de cada
individuo.
(… ) sustituye al deber algo muy diferente, un interés empírico en el cual entran todas las
inclinaciones en general, que, sea cualquiera la forma que revistan, degradan a la humanidad,
cuando se las eleva a la dignidad de principios prácticos supremos; y, como estas inclinaciones
halagan, no obstante, la sensibilidad de cada individuo, el empirismo es mucho más peligroso
que el fanatismo, el cual no puede constituir en la mayor parte de los hombres un estado
duradero y permanente (Kant, Crítica de la razón práctica, 2004, pág. 105)
Kant establece un esquema respecto a los principios prácticos. Define que las éticas anteriores a
él son heterónomas, en tanto que la voluntad depende de contenidos ajenos a sí misma. En
contraste, la moral regida por el imperativo categórico es auto determinante (autónoma) pues
no depende de contenidos sino de la forma. Respecto a Aristóteles ya se marca una diferencia,
ya que Kant clasifica a la eudonomía como una ética heterónoma al perseguir un fin determinado
(es un imperativo hipotético mas no categórico). No obstante, actuar por la ley moral (deber) nos
convierte en hombres dignos de felicidad, así sea en el otro mundo.
Lo último por resaltar son aquellas ideas que en la razón pura son inaccesibles (mundo
nouménico), pero que en la razón práctica se asumen como postulados, a saber: la libertad, la
inmortalidad del alma humana y la existencia de Dios. Al ser postulados, no importa si son ciertas
o falsas, lo que importa es la perspectiva y necesidad práctica. Estamos obligados a admitir estas
ideas para explicar la ley moral. Sin entrar a definir cada una de estas ideas, se resalta que el
fundamento para la vida moral no precisa de la verdad o del conocimiento. Esto guarda alguna
similitud respecto a Aristóteles quien sitúa la ética en el ámbito de la prudencia y no en
la sabiduría. Es decir, para ambos filósofos llevar una vida ética o moral no se relaciona
necesariamente con el conocimiento, sino con los sentimientos y la manera en que los
manejamos.

Crítica de la razón pura


Se trata de una indagación trascendental (acerca de las condiciones epistémicas del conocer
humano) cuyo objetivo central es lograr una respuesta definitiva sobre si la metafísica puede ser
considerada una ciencia. Entre otras cosas, Kant intenta superar la crítica al principio de causalidad
(y por lo tanto al saber científico) que había hecho David Hume, que no tenía una respuesta
satisfactoria hasta su época.

En esta obra, Kant intenta la conjunción de racionalismo y empirismo, haciendo una crítica de las
dos corrientes filosóficas que se centraban en el objeto como fuente de conocimiento, y así, dando
un «giro copernicano» al modo de concebir la filosofía, estudiando el sujeto como la fuente que
construye el conocimiento del objeto, a través de la representación que el sujeto, mediante la
sensibilidad inherente a su naturaleza toma del objeto.

Entre las resistencias que encontró la obra se puede citar que Pío VIII, antes de llegar a papa
católico, como prefecto de la Congregación del Índice prohibió bajo amenaza de excomunión la
lectura de la Crítica de la razón pura (decreto del 8 de julio de 1827)
INMORTALIDAD DEL ALMA

La inmortalidad del alma es, entonces, “un postulado de la razón pura práctica”, que
Kant entiende como “una proposición teórica, pero que no es demostrable como tal,
sino en cuanto depende inseparablemente de una ley práctica que vale
incondicionalmente a priori” (KpV 5:122). La inmortalidad sólo puede pensarse en
relación a aquella perfección a la que estamos obligados en nuestras acciones, no
obstante jamás podemos alcanzar en esta vida.

Kant cree que a una persona que ha experimentado cierto amejoramiento moral en lo
que respecta a su propia personalidad, sólo por ese hecho, le es lícito “esperar una
ulterior e ininterrumpida continuación de tal prosecución mientras dure su existencia y
hasta más allá de esta vida… ciertamente jamás aquí o en algún previsible punto del
tiempo futuro de su existir, sino sólo en la infinitud de su persistencia (abarcable sólo
por Dios)” (KpV 5:123-124).

La esperanza de un futuro bienaventurado, en el que nuestras genuinas motivaciones


morales persistirán en una existencia más allá de esta vida, jamás puede convertirse
en certeza, y no corresponde a seres como nosotros convicción alguna en este respecto.
Esta perspectiva de un estado futuro, nos dice Kant:

[…] es el giro utilizado por la razón para designar un bienestar íntegro e independiente
de todas las azarosas causas del mundo y, al igual que la santidad, es una idea que
sólo puede verse comprendida en la totalidad de un progreso infinito, con lo cual nunca
será plenamente alcanzada por dicha criatura. (KpV 5:123n)

Se suele decir que la filosofía de Kant recae finalmente en los mismos dogmas del
cristianismo, a saber, en la creencia en Dios y en la inmortalidad. Para Kant ambos son
artículos de fe, postulados de la razón pura práctica. No obstante, la filosofía kantiana
no sólo no afirma su existencia, como hemos mostrado, sino que, al menos en relación
a la inmortalidad, dice explícitamente que es inalcanzable para criaturas como
nosotros, y sólo nos queda una esperanza útil para nuestra resolución moral, aquí en
la tierra.

Esto se condice con lo que sabemos biográficamente de Kant, que no creía


personalmente ni en Dios ni en la inmortalidad del alma, que consideraba únicamente
como necesidades subjetivas que un individuo puede o no tener, y que sólo son
legítimas en tanto sirven a hacer inteligible las consecuencias máximas de una ley
moral, que nos demanda la perfección aquí y ahora, y que no puede garantizarnos
felicidad alguna.

La Crítica de la razón pura había puesto de manifiesto la imposibilidad de la metafísica como


ciencia, es decir, como conocimiento objetivo del mundo, del alma y de Dios. Ahora bien, el
alma –su inmortalidad– y la existencia de Dios constituyen interrogantes de interés
fundamental para el destino del hombre.
Kant nunca negó la inmortalidad del alma o la existencia de Dios. En la Crítica de la razón
pura se limitó a establecer que el alma y Dios no son fenómenos que se den en la experiencia,
por lo que no son asequibles al conocimiento científico, que solo tiene lugar en la aplicación de
las categorías a los fenómenos. Dios y la inmortalidad del alma no son, pues, cognoscibles por
la razón teórica, pero se nos imponen en el análisis de la razón práctica.
La libertad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios son, según Kant, postulados de la
razón práctica. El término «postulado» ha de entenderse aquí en su sentido estricto, como
algo que no es demostrable, pero que es supuesto necesariamente como condición de la
moral misma:
1) La exigencia moral de obrar por respeto al deber supone la libertad, la posibilidad de obrar
por respeto al deber venciendo las inclinaciones contrarias.
2) La inmortalidad del alma se argumenta así: la razón nos ordena aspirar a la virtud, es
decir, a la concordancia perfecta y total de nuestra voluntad con la ley moral. Esta perfección
es inalcanzable en una existencia limitada. Solo es realizable en un proceso indefinido, infinito,
que, por tanto, exige una duración ilimitada: la inmortalidad.
3) Por lo que se refiere a la existencia de Dios, Kant afirma que la disconformidad que
encontramos en el mundo entre el ser y el deber ser exige la existencia de Dios como realidad
en quien el ser y el deber ser se identifican y en quien se da una unión perfecta de virtud y
felicidad.
Aunque también la inmortalidad del alma y la existencia de Dios son postulados de la moral,
según Kant, en estos dos casos su razonamiento es más complicado y ha sido objeto de
diversas objeciones.

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