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Memoria

IV Foro Colima y su Región


Arqueología, antropología e historia

Juan Carlos Reyes G. (ed.)

Colima, México; Gobierno del Estado de Colima, Secretaría de Cultura, 2008.

Mar y tierra.
Notas sobre la arqueología de la costa de Colima.

Ma. Ángeles Olay Barrientos


Centro INAH-Colima

Introducción

Una de los rasgos que caracterizan a la cultura nacional de nuestros días es un


inusual desafecto por la vida del mar. El marcado centralismo emanado del Anáhuac
colonizado por los españoles no sólo provocó un soterrado desdén por los aconteceres de
las provincias del interior sino, a la vez, una suerte de olvido de los extensos litorales del
país y de sus enormes recursos y posibilidades. Esta indiferencia ha impedido el que el
quehacer de numerosos pueblos que habitan y habitaron el espacio en el que se encuentran
el mar y la tierra sea conocido y reconocido.
De algún modo este reflejo condicionado nos ha hecho que los arqueólogos e
historiadores de Colima concentremos nuestros intereses en el valle de Colima. Al
establecerse en su contorno el poblado mayor de la región y vivir en ella las familias que
han ostentado en tiempos recientes el poder político y económico, la historia de Colima ha
devenido en el recuento de las vicisitudes de los aconteceres sucedidos en este lugar. Esta
visión fue modificándose lentamente a partir de que a mediados del siglo XIX el puerto de
Manzanillo comenzó a cobrar relevancia no sólo en el ámbito local y regional, sino en el

1
nacional. La introducción del ferrocarril y la construcción de un rompeolas magnífico
permitieron el arribo de buques de gran calado durante el porfiriato, dando pie a un flujo
comercial que por lo que podemos ver en nuestros días, apenas hemos vislumbrado en todo
su esplendor.
El crecimiento de Manzanillo ha devenido en una mirada a su pasado en el cual la
lectura de los escritos elaborados por numerosos viajeros devela una suerte de destino
manifiesto para el incipiente puerto observado por estos personajes.1 Si bien este trabajo
tiene como fin el de llevar a cabo un recuento de los trabajos y las interpretaciones que se
han realizado sobre los más antiguos pobladores del litoral Pacífico de Colima, no se ha
efectuado hasta ahora la investigación que dé cuenta de la historia de sus primeros
pobladores y la manera en la cual arribaron a lo que sin duda fue, un escenario idílico y por
ende, pleno de señuelos y tentaciones.

Las primeras noticias

Fue en su Cuarta Carta de Relación donde Hernán Cortés (15 de octubre de 1524)
dio cuenta de la primera descripción que se tiene de la región:
Y entre la relación que de aquellas provincias hizo [Gonzalo de Sandoval],
trajo nueva de un muy buen puerto que en aquella costa se había hallado, de
lo que holgué mucho, porque hay pocos; y asimismo me trajo relación de los
señores de la provincia de Cihuatán, que se afirman mucho haber una isla
toda poblada de mujeres, sin varón ninguno, y que en ciertos tiempos van de
la tierra firme hombres, con los cuales han acceso, y las que quedan
preñadas, si paren mujeres las guardan, y si hombres los echan de su
compañía; y que esta isla está diez jornadas de esta provincia, y que muchos
de ellos han ido allá y la han visto. Dícenme asimismo que es muy rica de
perlas y oro; yo trabajaré, en teniendo aparejo, de saber la verdad y hacer
de ello larga relación a su Majestad.2
Sabido es que los escritos que narran la entrada de Gonzalo de Sandoval a las costas
de Michoacán y Colima se encuentran perdidos y que las noticias de la conquista y la
primera colonización de Colima se ha realizado a partir de la información generada por
otros actores. Tanto Carl Sauer3 como Donald Brand4 han guiado sus respectivas
interpretaciones a partir de la Segunda Carta de Relación de Hernán Cortés en la cual narra
cómo la expedición que se dirigía a Zacatula –en la recién descubierta Mar del Sur- tuvo
noticias de una provincia llamada Colima. El capitán que dirigía el cargamento destinado al
primer puerto novohispano del Pacífico –Zacatula-, identificado por varios autores como

2
Juan Rodríguez de Villafuerte, imbuido de aquél espíritu español que bregaba por
conquistar y descubrir nuevos territorios decidió que aquella era la oportunidad de
colaborar con el engrandecimiento de su rey y sin esperar la orden de Cortés se aventuró en
la búsqueda de gloria para él mismo. Fueron sus hombres los que sufrieron la derrota
inesperada en los alrededores de Alima.
Decidido a remediar el fracaso de una empresa que ni siquiera ordenó, Cortés envió
a su capitán Gonzalo de Sandoval a cumplir varias tareas. Primero debía pacificar a los
aguerridos indios de la Provincia de Yopilcingo (la Costa Grande de Guerrero) para
posteriormente dirigirse a Zacatula y continuar hasta la provincia colimota a fin de
posesionarse de la misma como un modo de lavar la afrentosa derrota de Villafuerte. Estas
acciones permitieron a los españoles reconocer la extensa franja costera existente entre
Acapulco y las bahías de Manzanillo y Santiago.
La falta de información escrita deja en el aire las características de los pueblos
aborígenes que pudieron haber conocido los primeros europeos que pisaron estas tierras.
Las noticias que se tienen sobre las poblaciones de la costa reflejan no la etapa en la cual
los indios fueron señores y amos de sus territorios, sino la difícil etapa de sobrevivencia de
pueblos arrasados ya por las nuevas enfermedades ya por la mayúscula avaricia del
conquistador:
En su gentilidad solían vivir más, según parece por los pueblos; porque
había en esta provincia grandes pueblos y muy mucha gente, y ahora son
pocos y de cada día son menos porque se mueren muchos. Y no llega el indio
de esta provincia a edad de cincuenta años, porque, aunque sea muy mozo y
recio, en dándole cualquier enfermedad, luego se desmaya y se muere. La
causa no se sabe, mas de que ellos es gente muy dejativa y de poco ánimo. 5
Las tenues pinceladas de los antiguos modos de vida son entonces vagos recuerdos
de los ancianos que rememoran con añoranza su pasado:
La gente desta provincia no era demasiado belicosa, ni tampoco, dados a la
cobardía, que siempre huyesen de sus enemigos, antes se sabían resistir y
defender sus casas y tierras. Tenían antiguamente, siendo gentiles, por
principal comida tamales y por principal bebida pinoles, que son polvos de
maíz tostado y batido en agua [...] criaban aves de las naturales desta tierra
que son más grandes que los pavos y comían carnes cazadas, como venados
y puercos monteses, comían tigres y leones [y] tejones enhornados [...]
cocidas con su chile y su pipian. Y criaban una casta de perros para comer,
que tenían el pelo muy corto y, con poco mantenimiento, engordaban y
criaban enjundias y, estando así gordos, los mataban y hacian banquetes. 6

3
El impacto de la conquista y colonización española fue devastadora no sólo para los
pueblos de la costa de Colima sino, en general, para prácticamente casi toda las poblaciones
establecidas en las planicies costeras del Pacífico mexicano. Su paulatina recuperación
demográfica fue un proceso que revistió características diferentes acorde no sólo a las
necesidades económicas y políticas de la Corona española sino, también, a partir de la
dinámica social existente en cada comarca. Al respecto remitimos al lector al mapa
elaborado por Margarita Nettel respecto a la existencia de los pueblos de Colima hacia
1548.7
Diversos autores han
bordado sobre el desplome
demográfico de Colima8
esbozando con ello dos
escenarios distintos: por un
lado la existencia de pujantes
poblaciones indígenas antes de
la llegada de los europeos en
la región y por el otro lado, la
paulatina recuperación de la
población a partir de las
nuevas estructuras económicas
políticas y sociales impuestas
a partir del virreinato. En este
escrito trataremos de llevar a
cabo un recuento de lo que se
sabe respecto al primer
escenario, el de los pueblos
originarios establecidos en las
costas de Colima a partir de
los datos proporcionados por
la arqueología.

1). Pueblos de Colima hacia 1548


según Margarita Nettel (1994).

4
La costa de Colima y su regionalización cultural.

La costa de Colima abarca en la actualidad buena parte de los municipios de


Manzanillo, Tecomán y Armería en donde el litoral no es totalmente homogéneo. La parte
norte –la correspondiente al municipio de Manzanillo- comprende una serie de lomas y
cerros que en su cercanía con el mar, forma bahías, caletas y divisaderos. Existen también
una serie de esteros y lagunas que son alimentados tanto por corrientes de agua dulce –
procedentes de los cerros cercanos- como por el agua salada –producto de las periódicas
mareas-. El elemento más espectacular de la región es, sin duda, la laguna de Cuyutlán, la
cual se extiende paralela a la costa a lo largo de antiquísimas dunas de arena formadas por
la acción del mar y del aire. La pretérita riqueza de su flora y fauna puede ser atisbada a
partir de las crónicas efectuadas por los viajeros del siglo pasado.
Al sur de la laguna encontramos la desembocadura del río Armería a partir de la
cual se extiende, hasta la desembocadura del río Coahuayana, una vasta llanura costera en
la que existen algunos escurrimientos menores de agua que forman pequeños esteros antes
de desaguar en el mar. Esta franja de tierra plana es ideal para la agricultura en virtud de
que su suelo, en las cercanías de los grandes ríos, ha recibido de las lluvias recurrentes
depósitos de aluvión. Al alejarnos de estas franjas de tierra fértil, sin embargo, encontramos
una planicie seca característica del más seco de los climas cálidos sub-húmedos los cuales
se caracterizan por tener en todo el año, apenas tres meses de régimen de lluvias lo cual
indicaría que los asentamientos humanos privilegiaron aquellos lugares en los cuales
existieran manantiales o escurrimientos de agua.
Cabe mencionar que dado que los límites estatales de nuestros días no existieron
como tales en el pasado los espacios costeros de Colima mantuvieron un ámbito de
influencia mayor, de tal suerte que el área montañosa y caracterizada por amplias bahías y
caletas parece haberse extendido al extenso valle de Cihuatlán al norte. En cuanto a la
planicie costera del sur ella parece haber estado delimitada por las estribaciones de la Sierra
Madre en la denominada Costa Norte de Michoacán, permitiendo que el valle de Alima –
irrigado por el río Coahuayana– formara parte de las tradiciones propias de Colima.
Estas diferencias geográficas parecen haber propiciado algunas características
diversas en la índole de la cultura material de los pueblos que habitaron ambas regiones
debido, en buena parte, a que ambas se encontraron integradas a sus respectivas zonas
simbióticas, esto es, a las tierras altas en las cuales nacían los ríos que alimentaban sus
valles costeros. La convivencia de pueblos que aprovechaban los recursos del mar y la
costa con otros que se beneficiaban de los productos de los valles templados o de tierras
altas necesariamente articularon su intercambio a través del curso de sus ríos y de los
pueblos ubicados en cada una de las cuencas de esos cauces que nacían en las sierras y

5
desembocaban en el mar.
Ello explica el que las cuencas del río Armería y del Salado-Naranjo-Coahuayana
mantengan una suerte de unidad de rasgos culturales en virtud de que ambas nacen y se
alimentan de las corrientes de agua que bajan del volcán de Fuego y de que, por el
contrario, el área de las bahías de Manzanillo y el gran valle de Cihuatlán -irrigado por el
río Marabasco nacido en la sierra de Manantlán- se caractericen por una cultura material
sensiblemente distinta a las tradiciones más acusadas de los pueblos del Colima
prehispánico.
Estas diferencias fueron percibidas por el ojo crítico de Isabel Kelly cuando, hacia
1939, realizó los primeros reconocimientos arqueológicos llevados a cabo en las costas del
Occidente mexicano. Por tal razón fue que el territorio actual de Colima albergó dos de las
denominadas provincias cerámicas establecidas por Kelly en el trabajo presentado durante
la 4ª mesa redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología en 1946. 9 La definición de
ambas provincias reflejan no sólo la primera impresión causada por los tipos cerámicos
presentes en cada una sino también, el rumbo que debieran tomar las investigaciones en
cada región con objeto de clarificar la índole de los asentamientos y su comportamiento a
través del tiempo. Las descripciones de cada una señalaban lo siguiente:
Cihuatlán. A falta de una solución afortunada, una pequeña área alrededor
de Cihuatlán en los límites de Jalisco y Colima fue delimitada [como una
provincia] aunque internamente se trata de una región heterogénea. Se
extiende desde el accidentado terreno de La Manzanilla (entre Cihuatlán y la
desembocadura del Purificación) hasta Salagua, cerca de Santiago sobre la
bahía de Manzanillo. Hasta el momento casi toda la región indica afinidades
reconocibles en unos pocos tiestos que parecen relacionarse con las
cerámicas decoradas tardías de Sayula-Zacoalco, Autlán-Tuxcacuesco y
Colima. En Salagua existe una fuerte presencia del rojo sobre ocre y del rojo
sobre café, sin rasgos perceptibles de otras regiones. Cerca de Cihuatlán se
encontró un sitio que ofreció una gran cantidad de cerámica burda
acompañada por una compleja variedad de fragmentos de figurillas que
tampoco tuvo filiación conocida. Esta confusa expresión local tal vez se
extendió a lo largo del valle aguas arriba del Cihuatlán [de cualquier modo]
la accidentada región existente al noroeste de Colima sólo fue inspeccionada
en una sola ocasión. En este momento poco puedo agregar excepto señalar
que el área de Cihuatlán requiere de un considerable atención antes de
poder ser correctamente ubicado arqueológicamente.10
En cuanto a la provincia arqueológica de Colima, Kelly la establece en los
siguientes términos:

6
La zona de Colima comprende aproximadamente la mayor parte del estado de este
nombre: desde la costa de Manzanillo hasta el valle de Coahuayana en los límites
con Michoacán y, tierra adentro, se extiende hasta cruzar la frontera con Jalisco
alrededor de Pihuamo a juzgar por los reportes locales sobre la presencia de
esculturas de perros.1

2). Las denominadas provincias cerámicas del Noroccidente de México, según


Isabel Kelly (1948).

7
Cabe resaltar que las observaciones de Kelly fueron realizadas a partir de someros
reconocimientos y del estudio de materiales recuperados en algunos pozos de sondeo.
Debemos resaltar el hecho de que en esta época la población existente en la costa era
sumamente baja, prácticamente no había carreteras y la agricultura no se encontraba
mecanizada, de tal manera que los sitios arqueológicos mantenían un notable estado de
conservación a diferencia del que presentaron 30 años después, cuando la misma Kelly
regresó a Colima con el objeto de establecer con puntualidad su secuencia cronológica.
Para ese entonces las obras de infraestructura –introducción de carreteras, mecanización del
campo– y una creciente demanda de piezas arqueológicas por parte de coleccionistas
privados nacionales y extranjeros, habían propiciado la increíble destrucción de buena parte
de los sitios y los contextos arqueológicos de Colima.
La llegada de una delegación del Instituto Nacional de Antropología e Historia no
se sucedió sino hasta mediados de la década de los ochenta, cuando múltiples evidencias
del pasado habían desaparecido para siempre o se encontraban próximas a su desaparición.
En este ámbito los escritos y las observaciones de Kelly tomaron una especial relevancia no
sólo por lo que sus datos permitían la recuperación de una información inexistente en la
actualidad sino, también, por las pautas de investigación que fueron enunciadas desde
entonces.
Se debe señalar sin embargo que si bien el elemento diagnóstico elegido por Kelly
para la definición de sus provincias –la cerámica– fue sumamente cuestionado por varios
investigadores varias décadas después de ser enunciado, fue en la misma sesión de la IV
Mesa Redonda de la SMA donde Pedro Armillas propuso que las denominadas provincias
cerámicas podrían ser definidas como provincias arqueológicas si, además de la sola
presencia o ausencia de tipos cerámicos, se buscaba integrar un substratum común
determinado por rasgos afines. Lo que Armillas proponía era trabajar sobre regiones
completas a fin de obtener secuencias cronológicas internas y posteriormente, proceder a la
comparación entre ellas. Las provincias se definirían con base en los elementos
observables: arquitectura, escultura, utillaje, lítica y la región misma.12
Armillas señaló de cualquier modo, que el mosaico que resultaba de aplicar estos
parámetros a las regiones occidentales de México parecía indicar una clara fragmentación
que podría denotar, por un lado, una ausencia de datos y exploraciones o por el otro, la
parcelación étnica del Occidente de México. En todo caso, señalaba:
En el curso de nuestras discusiones surgieron varios problemas más
generales cuya solución afecta a la arqueología de toda Mesoamérica. 13

8
Las investigaciones arqueológicas en la costa de Colima.

Si bien los primeros reconocimientos realizados en las dos grandes regiones


costeras de Colima fueron efectuadas por Isabel Kelly hacia 1939 no fue sino hacia fines de
la década de los cincuenta cuando se realizaron las primeras exploraciones. La mayor parte
de ellas se llevaron a cabo en el norte, en el área de las bahías de Manzanillo y Barra de
Navidad y derivaron de un proyecto macro surgido a la luz de un Congreso de
Americanistas realizado en la ciudad de San José en Costa Rica en 1958. Fue a partir del
debate relativo a los posibles préstamos culturales que pudieron haberse efectuado entre las
áreas de mayor desarrollo cultural de América durante el período temprano -denominado
Formativo por los arqueólogos norteamericanos–, cuando se propuso realizar exploraciones
en diversos asentamientos costeros, principalmente los ubicados sobre la costa del Pacífico
entre el Perú y México. Diversas instituciones académicas de Estados Unidos y
Latinoamérica promovieron reconocimientos y exploraciones arqueológicas en varios
puntos de dicha costa a partir del denominado como Proyecto A, mismo que quedó a cargo
de Clement Meighan y H.B. Nicholson. 14

3). Vista de la bahía de Santiago a la altura del estero de Majahua.

Fue a partir de este proyecto que se llevó a cabo la exploración de dos sitios
localizados en la costa de Colima: Morett y Playa del Tesoro –ambos localizados en el
municipio de Manzanillo– así como uno más en Barra de Navidad, Jalisco. Esto es, se
exploraron tres sitios del sector norte de la costa que nos ocupa.15

9
Las excavaciones realizadas en Barra de Navidad se llevaron a cabo en un conchero
–montículo fabricado con desechos de concha– el cual habría sido habitado hacia el año
600 de nuestra era. En cuanto a los trabajos en Playa del Tesoro, las evidencias dieron
cuenta de una ocupación que fue del 400 al 600 d. de C. El tercer sitio, Morett fue el que
mayor información aportó pues los datos permitieron establecer la ocurrencia de dos
grandes fases de ocupación. La primera –Morett Temprano- se colocó entre el 300 a.C. y el
100 d.C. La segunda –Moret Tardío- entre el 150 y el 750 d.C.
Debemos tomar en cuenta, en este sentido, que el Proyecto A buscaba confirmar la
existencia de algún tipo de contacto entre Sudamérica y Mesoamérica en un período
sumamente temprano y que esto supondría la búsqueda de fechas que oscilaran entre el
1,200 y el 800 antes de Cristo. Meighan pensaba que entre más exploraciones se efectuaran
en la costa más probabilidades habría de confirmar o negar estos supuestos. Luego
entonces, las fechas obtenidas en los tres sitios costeros de Colima no cumplieron con las
expectativas esperadas.
Los siguientes trabajos llevados a cabo en esta área se llevaron a cabo hasta el año
de 1985 cuando José Beltrán y Lourdes González realizaron un salvamento arqueológico en
mismo sitio explorado por el los norteamericanos: Playa del Tesoro. El hallazgo de un
espacio funerario permitió la recuperación de 31 individuos a los cuales les fueron
ofrendados una serie de vasijas, herramientas y adornos elaborados en una gran variedad de
materiales además del barro y de la piedra. Sin lugar a dudas las evidencias más relevantes
de este trabajo fueron el registro de hasta 132 especies zoológicas aprovechadas por los
antiguos habitantes de la región entre las cuales había especies tanto marinas y de estero –
caracoles, conchas, corales, esponjas, peces, cangrejos, tortugas marinas, aves acuáticas–
como terrestres –roedores y mamíferos. La riqueza del depósito y la calidad de los
materiales ofrendados indicaron que los individuos fueron enterrados mediante un ritual
mortuorio complejo.16 Una tercera intervención se realizó en Playa del tesoro hacia 1990 a
partir de un segundo salvamento esta vez realizado por Samuel Mata. Sus exploraciones
permitieron recuperar 35 entierros en los cuales las ofrendas no fueron tan ricas ni
espectaculares como las registradas por Beltrán cinco años antes.17
Si bien la enumeración de los trabajos da cuenta de por lo menos 5 intervenciones
en 3 de los sitios constantemente reportados para el área donde se ubican Manzanillo y
Barra de Navidad, la realidad indicaba que la región carecía de un inventario de sus sitios
arqueológicos los cuales desaparecían con rapidez al iniciarse la explotación de su potencial
turístico y comercial. Por esta razón fue que se plantearon dos proyectos de área destinados
a registrar lo que quedaba de los grandes poblados indígenas existentes antes de la llegada
del español. El primer proyecto corrió a cargo de Samuel Mata (1990) el cual llevó a cabo
el reconocimiento del extremo norte del anfiteatro de las bahías de Manzanillo en donde se

10
registraron un total de 34 sitios ninguno de los cuales fue explorado. 18 El segundo se
realizó en el área de Barra de Navidad y fue realizado por Lorenza López Mestas hacia
1993 el cual, al término de su primera temporada, contempló el registro de 25 sitios en dos
de los cuales se realizaron exploraciones. 19 Es importante mencionar sin embargo, que estos
dos proyectos no contaron con los recursos para llevar a cabo temporadas subsecuentes con
objeto de cubrir en su totalidad las áreas de estudio propuestas, labores que hubieran
permitido elaborar un catálogo de sitios confiable y útil, dado el grado de alteración que se
ha venido sucediendo entre Manzanillo y Barra de Navidad los últimos 15 años.
En cuanto a la costa sur de Colima, los trabajos arqueológicos han sido más bien
escasos aún cuando se puede señalar que Isabel Kelly si exploró alguno de los sitios
ubicados en el valle del Coahuayana hacia 1968. Esta región –en sentido estricto
perteneciente a la Costa Norte de Michoacán- fue reconocida grosso modo hacia 1958-59
por José Corona Núñez el cual realizó una breve semblanza que fue integrada como anexo
a la monografía de esta región elaborada por Donald Brand. 20 Varias décadas después un
grupo interdisciplinario comandado por Robert Novella llevó a cabo un proyecto de
investigación arqueológica destinado a reconocer e investigar aquellas evidencias que
hubieran sobrevivido al tiempo y a los incesantes cambios en el paisaje. Su área de estudio
abarcó desde el valle del Coahuayana al valle del Coire (Pómaro) en la cual se registraron
un total de 129 sitios cuya cultura material se encontró sensiblemente relacionada con los
tipos característicos del denominado Eje Armería establecidos por Kelly.21
En esta rápida relatoría de los trabajos efectuados en la costa cabe resaltar que a
pesar de que áreas como El Colomo, Manzanillo y Santiago han crecido de manera
evidente, no se ha realizado ningún programa permanente destinado a realizar rescates y
salvamentos arqueológicos los cuales no sólo habrían permitido recuperar materiales y
contextos destinados a la destrucción sino también, la información destinada a sustentar
hipótesis e interpretaciones sobre los procesos sociales que caracterizaron a los antiguos
pueblos de esta región.

Las interpretaciones del pasado

Como se pudo apreciar a partir del rápido recuento relativo a los trabajos
arqueológicos efectuados hasta ahora en la costa de Colima, los datos recuperados hasta
ahora no han sido lo suficientemente sólidos como para permitir elaborar una visión de
largo alcance que explique el desarrollo de los pueblos prehispánicos desde sus primeros
asentamientos hasta aquéllos grandes poblados reportados por los españoles. Las primeras
exploraciones –aquellas realizadas por el Proyecto A– buscaron con afán aquellos indicios

11
que les permitieran sustentar que la costa Occidental de México fue un escenario propicio
para el hombre desde aquellas épocas en que el mismo comenzaba su ascenso a la
civilización a partir del paulatino dominio y transformación de su medio. La hipótesis
central, el que algunas innovaciones tecnológicas y sus implicaciones sociales (la
elaboración de la cerámica, la siembra de ciertas especies vegetales, la paulatina
diferenciación social a partir del acceso y posesión de materiales que otorgaban prestigio)
habrían irradiado desde un foco de creación cultural ubicado en un punto de Sudamérica
sigue siendo una interrogante sin clara respuesta.
Podría pensarse que los objetivos centrales del Proyecto A pasaron al olvido una vez
que se concluyó su ciclo. Esto no fue así. Como lo habíamos señalado en párrafos
anteriores Isabel Kelly habría arribado a Colima hacia 1966 con el ánimo de ordenar su
secuencia cronológica. Fue así que sin desearlo explícitamente o sin plantearlo como una
prioridad de su investigación Kelly logró encontrar las evidencias tan afanosamente
buscadas por el equipo del Proyecto A: los materiales culturales equiparables al Preclásico
mesoamericano, el buscado Formativo del Occidente en Colima.22
El conjunto de materiales que caracterizaron a lo Capacha procedió de contextos
funerarios sumamente sencillos. La presencia de metates así como sus elaboradas formas
cerámicas dejaron en claro que se trataba de grupos sedentarios que habrían desarrollado
artes como la alfarería y la lapidaria. La constante recurrencia de una misma idea en las
formas de sus vasijas dio cuenta de la existencia de elementos recurrentes que formaban
parte de un imaginario colectivo producto de una cohesión social. Su cronología, si bien no
ha dejado de ser polémica, ha sido aceptada entre el 1,500 y el 1,200 AC.
Cabe mencionar que fue durante esta misma etapa –la década de los sesenta–
cuando la Fundación Arqueológica del Nuevo Mundo realizó un vasto programa de
exploraciones en la costa de Chiapas con el objeto de definir con precisión un complejo
cerámico sumamente temprano y que podría dar información respecto a su profundidad
histórica. El resultado de estos trabajos redundó en la definición de los complejos Barra y
Ocós, los más tempranos de Mesoamérica.23
La ocurrencia de estos complejos cerámicos propició algunos planteamientos
esbozados por autores como Betty Meggers y Clifford Evans, Michael Coe y Paul Tolstoy
y Louise Paradis, mismos que habían percibido la importancia de los impulsos culturales
procedentes de las costas sudamericanas durante el Formativo temprano. Kelly retomó
entonces los postulados de Gareth Lowe y Dee F. Green los cuales, a partir de los hallazgos
en el Soconusco, habrían postulado tempranos contactos entre esta costa y la del Ecuador.
Para estos autores el estilo Tlatilco (el cual recuerda grandemente a lo Capacha), sugería
algún tipo de relación entre Perú y el horizonte Chavín el cual habría penetrado el altiplano
central a través de las tierras bajas del Pacífico. Tolstoy y Paradis coincidían en que se

12
trataba de un estilo sudamericano señalando además el hecho de que el que hubiera
penetrado por esta región le confería una filiación occidental más que mesoamericana.
Ambos autores postularon, además, que Tlatilco podría tratarse de un problema de
fronteras entre ambas tradiciones (Mesoamérica y el Occidente) dirimido en fechas
estimadas entre el 1,200 y el 950 AC.
De lo anterior se infiere que, de aceptar la hipótesis de un temprano intercambio
entre los litorales de Meso y Sudamérica, éste se habría llevado a cabo por lo menos en dos
lugares: el Soconusco y el Occidente de México. Ahora bien, dado que la región que ha
presentado con mayor claridad esta ocurrencia cultural es el valle de Colima y la cuenca del
río Salado, se puede postular con cierta certeza que fue a través del valle de Coahuayana
desde donde penetró esta tradición a partir de una suerte de colonización llevada a cabo
desde la costa. En este sentido, la pregunta pertinente es la razón por la cual no se han
reportado hasta ahora materiales Capacha en sitios costeros.
Las respuestas están lejos de ser esbozadas a partir de contextos arqueológicos
controlados, de tal suerte que las hipótesis sugieren que dado que se trataba de grupos
humanos que conocían la agricultura y de que, tal vez, en esa etapa las tierras bajas se
encontraban sumamente enmontadas y poco propicias a la tecnología agrícola que se
poseían en esos momentos, se optó por la búsqueda de tierras más adecuadas. Fue por ello
que remontaron el curso del río con objeto de encontrar escenarios más propicios a sus
formas de vida. Ello explicaría el que sea justo en el eje del río Salado y en el valle de
Colima donde se concentren la mayor parte de las evidencias de cultura material de grupos
humanos de esta tradición.
Esta hipótesis no niega, sin embargo, la posibilidad de que en el futuro se suceda el
hallazgo de algún asentamiento costero en el cual se encuentren materiales tempranos. Por
ello se debe considerar como relevante el proceso de construcción del contexto
arqueológico señalado por Michael Scheffer, el cual señala la multiplicidad de variables
que inciden en la conservación, la contaminación o la destrucción de una asociación
cultural a lo largo del tiempo. 24
De cualquier manera, se mencionó ya que las evidencias más tempranas encontradas
en los pocos sitios explorados hasta ahora, se encontraron en Morett, en el cual el
denominado horizonte temprano se ubicó entre el 300 a.C. y el 100 d.C. Si a ello
agregamos el dato recabado por Kelly en el sitio La Paranera, en el valle del Coahuayana,
fechado hacia el 200-170 a.C.(25), la nueva fecha obtenida para este mismo sitio por
Novella (100 a.C.) así como la obtenida para el sitio La Peña (alrededor de 200 d.C.)26
podemos afirmar que hacia el 300 a.C. la costa se encontraba habitada ya por grupos
humanos que practicaban la agricultura, se congregaban en aldeas y mantenían una peculiar
visión del mundo la cual expresaban a través de un ritual mortuorio claramente ligado a los

13
desarrollados para ese entonces en el valle de Colima.
En otras palabras, lo que quiero decir es que así como las primeras pautas culturales
parecen haber iniciado a partir del eje constituido por el valle de Colima y la cuenca de los
ríos Salado-Naranjo-Coahuayana, el posterior desarrollo de estas regiones mantuvo una
clara cercanía que parece haberse extendido posteriormente a través de la cuenca del
Armería y alcanzado prácticamente todo el sector norte de la costa, esto es, hasta el mismo
valle de Cihuatlán. Esto se observa con claridad en la cultura material de todas estas
regiones y va de la dispersión de estilos cerámicos similares a la ocurrencia de una
ritualidad funeraria casi idéntica. Sin duda es un momento afortunado en cuanto a que en
esta etapa se sucede la colonización de numerosos espacios propicios a la satisfacción de
necesidades humanas básicas como el acceso a fuentes de agua, tierras fértiles y cercanía a
lugares susceptibles de ofrecer cotos de caza y pesca.
Es probable que esta suerte de unidad cultural se haya propiciado a partir de algunos
centros rectores los cuales se hayan estructurado no tanto a partir de entidades propiamente
políticas sino a partir de una suerte de legitimidad simbólica, sustentada por líderes
carismáticos cuyo saber se encontrara basado en el manejo de la magia y las propiedades de
la herbolaria. Es lamentable el que la falta de estudios y la creciente modificación del
paisaje hayan impedido esclarecer con meridiana claridad los elementos que configuraron
estas sociedades así como las redes de intercambio sobre las cuales los siguientes grupos
construyeron entidades definidas de control económico y político.
Otro factor que debiera ser analizado con mayor detenimiento es la continuidad de
los intercambios con Sudamérica. De algún modo se ha aceptado que ciertos elementos de
lo Capacha llegaron desde el sur a partir de un incipiente intercambio de gente y/o ideas
que impactaron el sustrato cultural de comunidades que al parecer, se iniciaban en la
agricultura como actividad económica principal.27 Estos intercambios parecen haberse
mantenido a todo lo largo de la etapa dominada por los constructores de tumbas de tiro
(fases Ortices y Comala) pues si nos atenemos a los rasgos de las figurillas de estas etapas
los cuales –a pesar de recrear fielmente la indumentaria, los adornos y el peinado– no
suelen llevar ni sandalias, ni bezotes; los hombres no portan escudo redondos sino
cuadrados y las mujeres aún cuando portan enredos no viste ni huipiles ni quechquemitl. En
otras palabras, la moda en su vestir se encuentra más cercana a la existente en la costa de
norte de Perú, Ecuador y Colombia, que a la usada en otras regiones de Mesoamérica. 28 Sin
duda es el sustrato sudamericano el que otorga a los materiales tempranos de Colima su
singularidad en el heterogéneo contexto mesoamericano.
Dada la relativa homogeneidad cultural que caracteriza a esta etapa no sólo en el
valle de Colima sino en sus costas (tanto al norte como al sur), las interrogantes son obvias:
¿Existieron centros rectores que organizaron a la sociedad a partir de pautas comunes o sólo

14
se trata de manifestaciones culturales que responden a un orden más ideológico que político
y/o económico? El poblamiento y desarrollo de los espacios costeros ¿responde de algún
modo a las necesidades de esta estructura ideológica? ¿Cómo se instrumentaba el orden
comercial a partir de estas pautas?

4). Figurillas de la tradición Ortices Tuxcacuesco características del Eje Armería del centro
y el valle de Colima. Procedentes del área de Tepalcates en Cuyutlán.

Es importante mencionar que esta estructura social relativamente homogénea se


mantuvo –con cambios menores- por los menos 8 siglos (del 300 al 500 d.C.) y que la caída
de Teotihuacán como el gran centro rector de Mesoamérica a lo largo del período Clásico
tuvo efectos sustantivos en su extenso ámbito de influencia. Si bien no existen claras
evidencias relativas a la manera en la cual Colima participó de las pautas culturales
derivadas de la gran metrópoli, indicios tales como los tiestos naranja delgado –la cerámica
elaborada en Teotihuacán- encontrada por Kelly en una tumba saqueada de Chanchopa en
la planicie costera de Tecomán; las representaciones de Huehueteotl reportadas por Hasso
Von Winning29 y la vasija descrita por Matos y Kelly hacia 197030 indican que las
influencias se hicieron sentir principalmente en el oriente de Colima y su costa sur. De
algún modo el equilibrio existente en las regiones mesoamericanas basado en la estructura
comercial de la gran metrópoli les permitió una suerte de autonomía que abonó en el
desarrollo de sus singularidades culturales. Este estado de cosas se trastocó al derrumbarse
su égida económica y política.

15
Los movimientos demográficos que caracterizaron al Clásico tardío se observan de
manera clara en la cultura material de los pueblos de Colima. Antes que nada la hasta
entonces poderosa tradición funeraria basada en la construcción de tumbas de turo
desaparece y, con ella, el sustento que legitimaba a sus elites. Las nuevas formas políticas
se sustentaron en un mayor control de la población a partir de rituales y ceremonias que
fueron institucionalizando poco a poco y que requirieron la elaboración de templos
construidos sobre plataformas de bases rectangulares que delineaban plazas en cuyo interior
se podían reunir muchedumbres.
Esta etapa, a pesar de ser un periodo particularmente dinámico para la costa es muy
poco conocido. Ello a pesar de que la constante en los universos de materiales estudiados
en los sitios explorados y descritos por nosotros en párrafos atrás, es la mayormente
representada. Cabe mencionar que debido a que en la cultura material posterior a la etapa
de las tumbas de tiro se dejan de elaborar las bellas terracotas, la elaboración de figurillas
pierde finura y las vasijas y utensilios pierden calidad en acabado y formas, el estudio de
sus grupos humanos ha tenido escasa convocatoria. Esta agravante hizo a la vez, que los
elementos arquitectónicos –así fueran modestos– asociados a estos materiales, no fueran
reportados más que escuetamente provocando que la información que explica este
momento mantenga sesgos que deben ser subsanados. A esta falta de información válida se
debe agregar que a diferencia de otros períodos en los cuales lo que se sabe de regiones
vecinas sirve de referente inmediato para explicar la dinámica local, los referentes son
confusos y poco confiables en buena medida porque el elemento que explica la confusión
se sucede precisamente en los territorios costeros (tanto del norte como del sur).
El cambio de tradiciones cerámicas a partir del 550 d.C. en todo el territorio de
Colima –y en casi todo el Occidente– se ha explicado a partir de oleadas migratorias
procedentes del Noroccidente de México las cuales se habrían imbricado en regiones como
el valle de Atemajac y buena parte del Bajío. De alguna manera estas oleadas propiciaron
cambios que terminaron por llegar a Colima desde diferentes vías. La más temprana se
sucedió por el corredor utilizado desde etapas muy tempranas –probablemente el mismo
por el cual se relacionaron lo Capacha y El Opeño- desde la cuenca del río Lerma y que se
extendió por el río Salado y el valle de Colima. La siguiente pudo haber utilizado esta
misma vía pero a la vez llegó por las partes altas del río Marabasco y el Purificación e
incluso, por los valles costeros. Esta última tradición es la que extendió ampliamente por
las costas de Colima. La complejidad del asunto radica en que la expresión costera de esta
tradición mantiene muchos de los elementos característicos de tradiciones más tempranas
que, sin embargo, son poco conocidas y se encuentran deficientemente fechadas. En otras
palabras, el problema enunciado por Kelly –la ausencia de estudios en esta región– impide
enunciar hipótesis medianamente sólidas.

16
En todo caso, el período comprendido a partir del 600 d. C. se caracterizó por ser
una etapa de sensible crecimiento demográfico cuya complejidad social fue lo
suficientemente fuerte como para irradiar su influencias hacia el valle de Colima.
Es en esta etapa cuando se sucede el esplendor de sitios Playa del Tesoro y Morett,
mismos que habrían continuado sus relaciones comerciales con los navegantes provenientes
del sur. Cabe mencionar que fue en esta etapa cuando arribó al Occidente de México el
conocimiento relativo a la manipulación de metales permitiendo el desarrollo de la
tradición Aztatlan misma que impulsará eventos de gran importancia en prácticamente todo
el Occidente y la cual, sin embargo, arribará a Colima hasta el periodo siguiente.
Este punto sin duda es fundamental para entender las razones por las cuales de
algún modo Colima fue quedando por fuera de las principales rutas comerciales que se
estructurarían a partir del ascenso de la tradición Aztatlan. Durante los periodos tempranos
las influencias del sur parecen haber privilegiado las costas de Colima, a partir de las fases
Colima y Armería buena parte de estas influencias se trasladaron a las costas nayaritas. La
explicación de ello puede encontrarse tanto en la propia dinámica social de los pueblos
costeros de Perú, Ecuador y Colombia, como a partir de una modificación climática que
hubiera alterado los bancos de mullu (la concha spondylus) el cual era el producto buscado
por los comerciantes sureños.
El desarrollo de lo Aztatlan sin duda fue posible no sólo al dominio de la metalurgia
sino también gracias también a la disponibilidad de recursos existentes en su entorno
cercano como lo fueron sin duda, los abundantes depósitos de obsidiana del volcán de
Tequila. De tal suerte que su ascenso como pueblo comerciante devino en una suerte de un
linaje colonizador que buscó el control de aquéllos valles en los cuales se producían bienes
susceptibles de ser intercambiados con ganancia. Así, las tierras bajas del Pacífico en las
cuales se producía tabaco, algodón, cacao y sal, entre otros, fueron paulatinamente
controlados por grupos Aztatlan que utilizaron los enlaces matrimoniales con las
respectivas elites gobernantes como una forma de control directo de su economía y su
organización social. Cabe mencionar que las huellas de este control se aprecian a partir de
un manejo iconográfico que se expresa en cerámicas rituales y las cuales se han encontrado
con claridad en el área de El Chavarín en Manzanillo.31
Ahora bien, si el período en el cual el poder económico de Colima prehispánico se
concentró en los asentamientos costeros es poco conocido, lo mismo puede decirse de sus
asentamientos tardíos. Los datos que se tienen proceden en su mayor parte de las fuentes
del siglo XVI exhaustivamente trabajadas por Sauer de las cuales infiere que las tierras
bajas de Colima –en sus límites antiguos- pudieron haber albergado una población
aproximada de doscientos mil habitantes.32 En este sentido los únicos reportes relativos a
esta etapa han sido publicados sólo por Novella para la Costa Norte de Michoacán (y sur de

17
Colima).33
Acaso los temas que podrían ser abordados para apoyar la construcción histórica de
este período para Colima, podrían referirse al papel desempeñado por la costa en el
desarrollo de un sistema comercial regional que incluyó la cuenca de Chapala y de Sayula,
los valles de Autlán, Zapotlán, Tuxpan y Tamazula y en el cual el Valle de Colima y el de
Alima, parecen haber tenido una relevancia sustantiva. Por otro lado, no debe perderse de
vista que la cultura material de este período es la que con mayor facilidad se encuentra
pero, también, la que con mayor facilidad se ignora.

5). Figurillas de tradición Mazapa (Clásico tardío), características del centro de México.
Procedentes del área de Tepalcates, Cuyutlán.

6). Figura de tradición local


Colofón. 7). Representación femenina de 8). Representación femenina de
(Tepalcates). El tipo físico tradición local (Tepalcates). En ella se tradición local (Tepalcates). A
difiere grandemente de las aprecia no sólo un cuidadoso tocado diferencia de la anterior, la
tradiciones anteriores. sino también la utilización de enredo. representación enfatiza la desnudez.

18
9). Vista de una vasija de Playa del Tesoro (Clásico tardío)
en la cual se aprecia el diseño de la xicalcoiuqui, la renombrada
greca escalonada que representa un símbolo de poder.

Como puede apreciar el lector el estudio de las costas de Colima es una labor que si
bien inició hace varias décadas, no ha logrado concretarse a partir de proyectos de
investigación de largo aliento. Dados los numerosos proyectos que se plantean efectuar en
la región a partir del momento histórico que vive el país y el mundo a causa de la creciente
necesidad de generar y trasladar energía, es claro que la modificación del paisaje y su
concomitante corolario destructivo terminará por arrasar aquellos contextos culturales que
se han conservado milagrosamente del saqueo y de las obras de infraestructura tanto
públicas como privadas. Es deseable que los proyectos de rescate y salvamento
arqueológico tengan cabida en la construcción de la infraestructura planeada como la
panacea del orden energético mundial al cual servimos y el cual podríamos enfrentar si
nuestra identidad recupera la valiosa experiencia de los pueblos del pasado, esos que
construyeron su fortaleza a partir de su respetuosa relación con el medio físico que les
albergaba y que a cambio le ofrecía sus dones y su cobijo. Quizá entonces la lección de
respecto a la Naturaleza no sea letra muerta.

19
Referencias:

1.- Ver Servando Ortoll (Comp.), Noticias de un puerto viejo. Manzanillo y sus visitantes. Siglos
XIX-XX, México, Universidad de Colima, Instituto Colimense de Cultura, CNCA, 1996.
2.- Hernán Cortés, “Cuarta carta-relación. 15 de octubre de 1524”, Cartas de Relación, México,
Editorial Porrúa, (Colección Sepan cuantos, núm. 7), 1976, p.184.
3.- Sauer, Carl, Colima or New Spain in the Sixteenth Century, Berkeley y Los Angeles, University
of California Press, (Iberoamericana 29), 1948.
4.- Brand, Donald, Coalcoman and Montines del Oro. An Ex-distrito of Michoacán, Mexico, The
Hague, Institute of Latin American Studies, University of Texas Press, 1960
5.- Acuña, René. “Relación de la Provincia de Zacatula”, Relaciones Geográficas del Siglo XVI:
Michoacán, UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, (serie antropológica 74), México,
1987, p. 456.
6.- Acuña, René, “Relación de la Provincia de los Motines”, Relaciones Geográficas del Siglo XVI:
Michoacán..., p.167.
7.- Nettel Ross, Rosa Margarita, El paraíso desolado: despoblación y medios de recuperación de
Colima en la época colonial, Colima, (Serie Pretextos, textos y contextos 6), Archivo Histórico del
Municipio de Colima, 1993. En este mapa observamos sin embargo que solo el poblado de Salagua
(Zalagua) es el único que se encuentra ubicado en la orilla del océano pues el resto de los poblados
se ubicaron, en su gran mayoría, en la planicie costera.
8.- Ver Sauer, 1948; Juan Carlos Reyes Garza, La antigua villa de Colima, siglos XVI a XVIII,
Historia General de Colima, tomo II, México, Gobierno del estado de Colima, CNCA, Universidad
de Colima, tomo II, 1997; Reyes Garza, Juan Carlos, Al pie del volcán. Los indios de Colima en el
virreinato, (colección Historia de los pueblos indígenas de México, Teresa Rojas y Mario Humberto
Ruz coords.), México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología
Social/Instituto Nacional Indigenista/Secretaría de Cultura del estado de Colima, 2000.
9.- Kelly, Isabel, “Ceramic provinces of Northwest Mexico”, El Occidente de México. Cuarta Mesa
Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, México, 1948, pp. 55-71.
10.- Op. Cit. p. 61.
11.- Op. Cit. p. 65.
12.- Yadeum, Juan, “Arqueología de la arqueología”, Revista mexicana de estudios antropológicos,
XXIV:II, Sociedad Mexicana de Antropología, p. 155.
13.- Armillas, Pedro, “Arqueología central, occidental y de Guerrero. Informe relator de esta
sección. Provincias arqueológicas”, SMA, Cuarta Mesa Redonda…, op. cit, p.213.
14.- Este punto fue tratado con cierta amplitud en Olay, Ma. Ángeles, Memoria del tiempo. La
arqueología de Colima, Historia General de Colima, tomo I, México, Universidad de Colima,
Gobierno del estado de Colima, CNCA, tomo I, 1997.
15.- Long, Stanley, y Marcia Wire, “Excavations at Barra de Navidad”, Antropológica 18, Caracas,
Venezuela, 1966; Crabtree, Robert H. y R. Jack Fitzwater, “Test excavations at Playa del Tesoro,
Colima, Mexico”, manuscrito, Department of Anthropology, University of California, Los Angeles,
1962. Archivo técnico del INAH, Departamento de Monumentos Prehispánicos, Concesión del 19

20
de noviembre de 1960; Meighan, Clement W., Archaeology of the Morett Site, Berkeley y Los
Angeles, University of California Publications in Anthropology, vol. 7, 1972.
16.- Beltrán, José, Los concheros del puerto de Salagua (Playa del Tesoro), México, Escuela
Nacional de Antropología e Historia, Tesis de licenciatura en arqueología, INAH, 1991.
17.- Mata, Samuel, “Informe de los trabajos efectuados en el Lote 16 de Playa del Tesoro,
Manzanillo, Colima”, mecanoescrito, Centro Regional Colima INAH, noviembre de 1991.
18.- Mata, Samuel, “Proyecto de Investigación Arqueológica Bahías de Manzanillo, Colima.
Reconocimiento de Superficie”, Colima, Centro INAH Colima, mecanoescrito, 1997.
19.- López Mestas, Lorenza, “Informe preliminar del Proyecto de Reconocimiento arqueológico del
área de Colimilla-Barra de Navidad, Colima”, mecanoescrito, Centro INAH Colima, 1993.
20.- Brand, Donald, Coalcoman and Montines del Oro. An Ex-distrito of Michoacán, Mexico, The
Hague, Institute of Latin American Studies, University of Texas Press, 1960.
21.- Novella, Roberto, Javier Martínez González y Ma. Antonieta Moguel Cos, La Costa Norte de
Michoacán en la época prehispánica, Oxford, Inglaterra, Bar International Series 1071, 2002.
22.- Kelly, Isabel, Ceramic sequence in Colima: Capacha an early phase, Tucson, Anthropological
Papers of the University of Arizona Press, 1980.
23.- Si bien las cerámicas encontradas en Puerto Marqués en Acapulco (la denominada pox pottery)
y la de Purrón en Tehuacán son consideradas como las más tempranas de Mesoamérica, las
mismas no se insertan propiamente en un complejo cerámico como tal. A ello se debe agregar que
varios autores cuestionan la calidad de los fechamientos efectuados en una etapa en la cual dicha
tecnología no controlaba aún múltiples variantes. Niedemberger, Cristine, “Las sociedades
mesoamericanas: las civilizaciones antiguas y su nacimiento”, en Historia General de América
Latina, Tomo I, Las Sociedades Originarias, Teresa Rojas Rabiela y John Murra (ed), Madrid,
Editorial Trotta S. A., 1999.
24.- Schiffer, Michael B., Behavioral Archaeology, Nueva York, Acadmic Press, 1976.
25.- Kelly, Isabel, Ceramic sequence..., op.cit. p. 4.
26.- Novella, Roberto, Javier Martínez y Ma. Antonieta Moguel, La costa norte…, op.cit. p 225,
ver cuadro 22.
27.- Al respecto se debe mencionar que Joseph B. Mountjoy documentó en la localidad de San Blas
en Nayarit, las actividades de una comunidad costera dedicada a la pesca, la caza y la recolección
con incipientes actividades de molienda y cultivo de maíz. Los contextos explorados se ubicaron en
un área de estero y en la cercanía de fuentes de agua dulce. Justo el hallazgo de este tipo de
contextos en las costas de Colima podría ofrecernos la evidencia necesaria para afirmar que la
región se encontraba habitada por grupos de recolectores y cazadores entre los cuales fructificaron
las ideas e innovaciones de los grupos venidos del sur. Mountjoy, Joseph B., “La Sucesión cultural
en San Blas”, en Boletín del INAH, Primera época, núm. 39, marzo de 1970, pp. 41-49.
28.- Un elemento que abona de manera clara en esta vinculación es el hecho de que el perro sin pelo
desempeñó un papel relevante al interior de la cultura Moche en la costa norte del Perú hacia el 300
d.C. Algunos autores han aceptado que su introducción al Perú se llevó a cabo directamente desde
Colima. Cordy-Collins, Alana, “An un-shaggy dog history”, Natural History 103 (2); 34-41.
29.- Von Winning, Hasso, “Un incensario inusual en Colima”, en Phil Weigand y Eduardo

21
Williams (eds.), Arte Prehispánico del Occidente de México, Zamora, El Colegio de Michoacán,
Secretaría de Cultura de Jalisco, 1996 b, pp.421-424.
30.- Matos, Eduardo e Isabel Kelly, “Una vasija que sugiere relaciones entre Teotihuacán y
Colima”, Betty Bell (ed.), en The Archaeology of West Mexico, Ajijic, Jalisco, Sociedad de Estudios
Avanzados del Occidente de México, 1974, pp.202-205.
31.- Este dato se obtuvo no a partir de una exploración convencional sino a partir de los deslaves
causados por el Huracán Greg en las laderas bajas colindantes al río Marabasco en el mes de
septiembre de 1999.
32.- Se debe aclarar que el trabajo de Sauer sobre la Colima de la Nueva España incluyó las tierras
altas de Milpa, Autlán y Espuchimilco. Su análisis le permitió estimar que entre éstas y las tierras
bajas existieron alrededor de trescientos mil habitantes “doscientos mil para la costa y tierra
caliente […] y ciento cincuenta mil para las templadas y frescas tierras altas del interior”, Carl
Sauer, Colima de la Nueva España en el siglo XVI, Colima, Gobierno del estado de Colima, 1990,
p. 112-114.
33.- Ver nota 21.

22

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