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Iglesia Nacional Presbiteriana “Puerta de Salvación”

Escuela Dominical
CURSO DEL NUEVO TESTAMENTO

EL DIA DE PENTECOSTES
Hechos 2: 1-42
Introducción

Continuamos con el estudio del Nuevo Testamento en el libro de los Hechos de los
Apóstoles a partir del capítulo 2. Es de interés mencionar que este libro constituye un
puente entre los cuatro evangelios y las epístolas o cartas apostólicas; así por ejemplo, el
evangelio según San Mateo, concluyó con la Resurrección de Cristo, el Evangelio
según San Marcos, concluyó con su Ascensión, el Evangelio según San Lucas termina
con la promesa del Espíritu Santo, y el Evangelio según San Juan, concluye con la
promesa de la Segunda Venida de Jesús en gloria.
También es importante para una correcta interpretación de nuestra fe recordar que en el
libro de Levítico se indican dos días de ‘primeros frutos’: el primero corresponde al primer
día después de la Pascua (Lv. 23: 9-14), cuando se debía presentar al sacerdote una
gavilla de los primeros frutos de la cosecha, y que para la era cristiana corresponde con
el día en que Jesucristo, resucitó y fue al Padre a presentar su excelente ofrenda
(Jn. 20: 17). A partir de ese día y de acuerdo con Lv. 23: 15-16, se deben contar
cincuenta días para presentar la ofrenda de los primeros frutos del año. En este caso, el
Espíritu Santo empezó la cosecha de almas bautizadas en la iglesia fundada por
Jesucristo: los primeros frutos.
En la fiesta de Pascua estaba prohibido el uso de la levadura (v. 17), en tanto que en la
fiesta de Pentecostés, los dos panes de la ofrenda debían ser cocinados con levadura
que simbolizan el nacimiento de Israel y el nacimiento de la nueva congregación de
creyentes en Jesucristo, que ha sido injertada en el olivo de Israel (Ro. 11: 17), mediante
el sacrificio único y suficiente del Hijo de Dios (He. 9: 26) y aceptados como santos por la
gracia de Dios. Por medio de Cristo, de los dos pueblos (judíos y gentiles) se hizo uno
sólo (Ef. 2: 14).
El Evangelista Lucas nos describe que en esos días estaban en Jerusalén multitud de
judíos, que venían «de todas las naciones bajo el cielo» (Hch. 2: 5) para adorar a Jehová.
Estaban en la festividad gentes que provenían de muy diversos lugares: partos, medos,
elamitas, de Mesopotamia, de Judea, de Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia,
de Egipto y de las regiones de Africa más allá de Cirene, y romanos residentes tanto
judíos como prosélitos, cretenses y árabes.
A los cincuenta días después de la resurrección del Señor Jesucristo, y siendo la fiesta
judía de Pentecostés 1/, vino el Espíritu Santo sobre la iglesia de Jesucristo. Los
apóstoles estaban esperando el cumplimiento de la promesa puesto que Jesús después

1/ La fiesta de Pentecostés (por su nombre en griego), ocurría cincuenta días después de la Pascua, en el tercer mes
(mayo-junio), y celebraba la cosecha del trigo, así como la maduración y la colecta de los primeros higos y uvas (Éx.
23: 16; Levítico 23: 16; Nm. 28: 26; Dt. 16: 9). Se le conocía también como la “fiesta de las cosechas (‘Shavuot’)” y
“fiesta de los primeros frutos” (Nm. 28: 26), porque se ofrecían a Dios las primicias de las cosechas, tenía relación con
la entrega de la Ley a Israel (Ex. 19:10); era obligatorio para todo varón judío acudir a Jerusalén a celebrar la Pascua,
el Pentecostés y la fiesta de los Tabernáculos.
Esta festividad duraba un día y era un tiempo de gozo ante Dios en su santuario en Jerusalén. La familia participaba
junto con sus criados, los levitas, los inmigrantes, los huérfanos y las viudas. Todos compartían las bendiciones de la
tierra con los necesitados y recordaban su liberación por Dios de la esclavitud de los egipcios.
El hecho de que el Espíritu Santo fuese derramado sobre los reunidos en el Aposento Alto, justo cincuenta días
después de la muerte de Cristo, hizo que para los cristianos este día fuese una fiesta memorable.
La profecía hecha por Joel tuvo su cumplimiento parcial en ese día y su aplicación después en el mensaje de Pedro
(Joel 2: 28-32), (Hch. 2: 14-18).

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de su resurrección «sopló» sobre ellos y les dijo «Recibid el Espíritu Santo» (Jn. 20: 22).
El símbolo universal y natural de la vida es el aliento, y en la Biblia se emplea como el
símbolo de la vida divina, aquella que el hombre no puede obtener, sino que sólo Dios
puede dar.
Jesús había dicho a Nicodemo:
«El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de donde viene,
ni a donde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu» (Jn. 3: 8).
Los judíos comprendían el significado del viento fuerte y su relación con el sonido y la
manifestación del aliento o Espíritu de Dios.
Ese día, los discípulos «estaban todos unánimes juntos» (Hch. 2: 1) en un lugar en
Jerusalén, un sitio por cierto peligroso por la persecución de que eran objeto los que
daban testimonio de la resurrección de Jesucristo. Ocurrió entonces que de repente
sucedieron hechos maravillosos:
 «Vino del cielo un estruendo como un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la
casa donde estaban sentados» (v. 2).
 «Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada
uno de ellos» (v. 3).
 «Y fueron todos llenos (plenos del poder) del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar
en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen» (v. 4).
De tal manera fueron tales sucesos, que las gentes que estaban presentes estaban
confusas porque «cada uno les oía hablar en su propia lengua» (v. 5), esto es, eran
capaces de entenderlos (vv. 6, 8 y 11), sin que necesitasen de interpretes. El Espíritu
Santo realizó un proceso que invirtió la confusión de lenguas de la Torre de Babel; ahora
todos entendían lo que los apóstoles hablaban. «Y fueron todos llenos del Espíritu Santo,
y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen» (Hch.
2: 4).
Todos estaban atónitos y perplejos. Algunos se maravillaban preguntándose «¿qué
quiere decir esto?» (v. 12). No podían entender como un grupo de galileos, no educados,
podían hablar en diversas lenguas, de manera que la noticia corrió entre los habitantes
de Jerusalén y pronto había multitudes que rodeaban a los discípulos, hasta llegar a
varios miles de espectadores deseosos de conocer porque ocurrían esas cosas. Otros,
por el contrario, se burlaban y decían que los apóstoles estaban ebrios (v. 13).

El sermón de Pedro

Al escuchar Pedro la acusación, se puso de pie y respondió y les dijo que era falso, pues
era muy temprano para que la gente estuviese en estado de ebriedad (las 9 de la
mañana). Procedió, con la autoridad que venía del Espíritu a hablar para dar una
explicación. Lo que estaba ante sus ojos era el cumplimiento de la profecía de Joel, de
que Dios derramaría en los días postreros su Espíritu sobre toda carne (2: 28-32). Los
judíos comprendieron que la frase “los postreros días” se refería al tiempo en que Dios
cumpliría sus promesas de bendición y del establecimiento de su reino:
«Y en los postreros días, dice Dios,
derramaré de mi Espíritu sobre toda carne,
y vuestros hijos y vuestra hijas profetizarán;

Antonio Morales Nájar 18 de febrero de 2018 2/4


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vuestros jóvenes verán visiones,


y vuestros ancianos soñarán sueños;
y de cierto sobre mis siervos
y sobre mis siervas en aquellos días
derramaré de mi Espíritu, y profetizarán,
y daré prodigios arriba en el cielo,
y señales abajo en la tierra,
sangre y fuego y vapor de humo;
el sol se convertirá en tinieblas,
y la luna en sangre,
antes de que venga el día del Señor,
grande y manifiesto;
y todo aquel que invocare el nombre del Señor,
será salvo» (Hch. 2: 17-21).
A continuación, les trae a la memoria el maravilloso ministerio de Jesús de Nazaret, y de
la responsabilidad de quienes le dieron muerte. A Jesús, quien había dicho ser el Hijo de
Dios, habían condenado y rechazado, a pesar de que Dios les había anunciado enviar al
Cristo, para que tuviese una muerte redentora. A Jesús, Dios le había levantado de la
muerte y ellos eran testigos de su resurrección, y ascensión para estar a la diestra del
Padre. Al levantar a Jesús de entre los muertos, quedo establecido que «a este Jesús a
quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo» (Hch. 2: 36).
Al escuchar estas palabras, que penetraban en sus corazones como filoso bisturí, que
quita el tejido malo, muchos se compungieron y preguntaron a Pedro y a los otros
apóstoles: «¿Que haremos?» (Hch. 2: 37).
El propósito de Pedro no era lastimarles sino mostrarles el camino de salvación. Por lo
tanto, les responde: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de
Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (v. 38).
Estas palabras de invitación eran como bálsamo a sus entristecidos corazones, y la
respuesta no se hizo esperar, pues unas tres mil personas mostraron su arrepentimiento
y su fe, y recibieron la señal del bautismo. ¡Fueron los primeros frutos! Esto les recordó la
promesa de Jesús, de que harían obras mayores que las que habían visto hacer a él.
Los nuevos creyentes junto con los discípulos, perseveraban en la doctrina de los
apóstoles, participaban de la Santa Cena y en la oración con los hermanos y la gracia de
Dios estaba con ellos.
Una nueva humanidad
El día de la resurrección de Jesús da inicio a una nueva era de creación2/, una era en la
que el hombre creyente en Jesucristo recibe una vida nueva por el aliento de Dios, una
vida espiritual otorgada por Dios para todos aquellos que creen «en el Hijo» (Jn. 3: 36).
El día de Pentecostés ocurren varios hechos de gran importancia para la Iglesia: el
Bautismo de los creyentes y la plenitud del Espíritu Santo en ellos, para dar comienzo a
la vida de la Iglesia, el cuerpo de Cristo, la cual estaba representada por los dos panes
que se ofrendaban en esa festividad3/, y que se escribió en el corazón de los creyentes la
letra y el espíritu de la Ley para ser agradables a Dios y disfrutar de sus bendiciones
(Dt. 28).

2/
El apóstol Pablo nos habla de una nueva creación en Cristo Jesús (Ro. 8: 22-27).
3/
El número dos corresponde con el número de testigos o testimonios en la Biblia.

Antonio Morales Nájar 18 de febrero de 2018 3/4


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El salmo 19 describe el gozo de la presencia de la Ley en nuestros corazones:


«La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma;
El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.
Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón;
El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos.
El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre;
Los juicios de Jehová son verdad, todos justos.
Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado;
Y dulces más que miel, y que la que destila del panal.
Tu siervo es además amonestado con ellos;
En guardarlos hay grande galardón.
¿Quién podrá entender sus propios errores?
Líbrame de los que me son ocultos.
Preserva también a tu siervo de las soberbias;
Que no se enseñoreen de mí;
Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión.
Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti,
Oh Jehová, roca mía, y redentor mío.» (vv. 7-14).
El apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios, capítulo 12, versículo 13 explicó:
«Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o
griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu».
Amados hermanos, Dios colme de bendiciones su vida.

Antonio Morales Nájar 18 de febrero de 2018 4/4

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