Se hace un significativo análisis de los más importantes teóricos y escuelas literarias
del s. XX. Situándose en esta realidad, donde es válido analizar y diseccionar cualquier área de la vida humana y donde se ha aprendido que el rigorismo intelectual no está peleado con el placer, Eagleton valora, en los capítulos segundo si las respuestas que han ofrecido la posmodernidad y la teoría cultural abarcan todo lo que éstas pretendían. El balance al que llega no es del todo positivo porque, a pesar de las victorias conseguidas en los campos del leguaje, cultura, poder y arte, el autor reconoce que uno de los grandes problemas del posmodernismo es precisamente su aversión a los grandes discursos en un momento en que la globalización se presenta como uno de los mayores retos presentes; y, fiel a su tradición marxista, Eagleton denuncia una realidad social que no sólo demanda, sino necesita que la teoría cultural vuelva a ser activa y definitoriamente política. Así mismo, el autor enfatiza otras carencias que sufre esta teoría, la cual no ha sido capaz de confrontar problemas fundamentales porque: se ha mostrado avergonzada de la moralidad y la metafísica, abochornada ante el amor, la biología, la religión y la revolución, en gran medida callada acerca del mal, reticente sobre la muerte y el sufrimiento, dogmática en lo referente a las esencias, los universales y los fundamentos, y superficial acerca de la verdad, la objetividad y la imparcialidad. Analizar y remediar estas omisiones es, precisamente, el objetivo de la segunda parte del libro y, en función de esto, Eagleton comienza desarticulando uno de los argumentos más citados del posmodernismo: la ausencia de una verdad absoluta. Con el uso de una lógica impecable, el autor intenta demostrar a su lector el error de esta afirmación y así sienta las bases para validar sus puntos de vista y llevarlos de un plano personal a uno mucho más general y objetivo. Eagleton, quien en algunos círculos recibe la etiqueta de “aristotélico marxista”, cita constantemente a estos dos filósofos para entender y explicar cuestiones humanas como la virtud, la felicidad y la plenitud. Sus afirmaciones sobre la presencia de una verdad objetiva y la existencia no sólo de una naturaleza humana, sino de la moralidad como algo más que una ideología, están evidentemente hechas para llevar de nuevo a la mesa de discusión cuestiones que parecían, si no olvidadas, sí superadas hacía ya mucho tiempo