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¡Me encantan las entradas triunfales!

Intento imaginar una que haya acontecido hace 2 mil años: me veo en el balcón de un
castillo alto cuando miro llegar un batallón tañendo sus trompetas con sonidos de
victoria. Los estandartes, las banderas íconos del imperio bien elevadas para que todos
vean. En el centro de la caravana sobre un corcel un hombre fuerte, armado con
belleza e imponencia, portando en su cabeza la corona que lo distingue como rey.
Detrás de la caravana el botín: riquezas, alimentos, animales y esclavos conquistados
en las batallas libradas durante la campaña imperial que acaba de terminar.
El pueblo al enterarse de la llegada de su triunfante rey, sale a recibirlo entre cantos
loables, aplausos, admiraciones y orgullos nacionalistas.
Al entrar a la ciudad amurallada, todos festejan. Los barriles de cerveza corren por
cuenta del palacio nacional. Las comidas abundan, los bailes, las burlas a los enemigos,
la música; el sexo. Las esposas se alegran, los hijos vuelven a ver sus padres soldados…
es todo un festín.
E ahí una entrada triunfal.

Bajándome de las nubes donde vuela la imaginación, vuelvo la mirada a las Escrituras
para ver lo que tradicionalmente llamamos “la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén”.
Perdone que les parezca tan ciego como para no ver lo triunfal por ninguna parte, no
por lo menos como se entendió “entrada triunfal” en un contexto grecorromano.
Veamos más bien una entrada escandalosa de Jesús a Jerusalén abriendo las
Escrituras en el hermoso evangelio según S. Marcos 11.1-11

Este acontecimiento en el que Jesús es recibido entre hosanas y alabanzas en


Jerusalén, es el cumplimiento de las Escrituras sobre su vida mesiánica y es el
reconocimiento público de su ministerio por Galilea; que ahora llega para
desarrollar -por una semana- en Jerusalén.

La Entrada Escandalosa de Jesús a Jerusalén


¡aquí viene tu rey!

En el evangelio según S. Marcos es un texto extraordinario, destacado además por ser


el primer evangelio escrito, en relación con Mateo, Lucas y Juan.
El evangelio de Marcos cuando es leído en orden de principio a fin, nos permite
descubrir y re-descubrir una narrativa que tiene prisa por demostrarnos en cada
episodio que Jesús es el Hijo de Dios.
Marcos es un evangelista que piensa en el reino de Dios de maneras sorprendentes,
para mi gusto, cautivantes: pues presenta a Jesús como un rey que de rey -al estilo
grecorromano de su tiempo- no tiene nada; como tampoco se parece en nada a los
reyes actuales.
1
Jesús en el evangelio de Marcos es el rey que arma su gabinete de ministros con 12
hombres, todos ellos pescadores y pecadores; quien peregrina al lado de los hombres
para demostrarles y predicarles el evangelio. Es el rey que se compadece del sufriente y
le da salud. Es el rey que no tiene palacios ni casas ni carros; lo vemos a pié, sin dónde
recostar su cabeza; las aves y las zorras tienen más que él, por lo menos un nido o una
guarida. Es el rey que calza sus pies con sandalias, porque en lugar de un trono
terrenal tiene caminos para recorrer en busca de la oveja perdida, de las multitudes
que van sin pastor, de los relegados que menosprecian las élites gubernamentales y
religiosas; en busca de peregrinos que anhelan vivir una fe sencilla.
Y para el momento que recordamos hoy, es el rey sin corcel ni burro y en el que se
montó esta vez, fue prestado.
Un rey que no era tan rey -comparado con los del mundo-.

Les dije hace un momento que Marcos es el evangelio que tiene prisa; sí señores y
señoras. Note Ud. que Marcos no nos dice nada del anuncio angelical que precede las
narrativas de la navidad. Se silencia el romance que se vio en la cuerda floja de José y
la virgen María por el embarazo inesperado. Nada nos dice del pesebre ni de la
serenata angelical a los pastores de Belén. Nada dice Marcos de la estrella aquella cuyo
brillo anunció el nacimiento del gran rey universal. Marcos empieza el evangelio a
orillas del Jordán, no en Belén; el personaje inicial, bastante extravagante por cierto,
era un sacerdote subversivo haciendo su ministerio en el desierto, pues le parecía muy
corrupto lo que venía aconteciendo en el templo. Así que se quita sus túnicas
sacerdotales -pues él era el hijo del sumo sacerdote Zacarías- y se viste con piel de
camello, abre una obra en las orillas de un riachuelo y desde allí exhorta al pueblo al
verdadero arrepentimiento.
Así, rústico y artesanal comienza Marcos su fascinante evangelio.

Marcos tiene una frase poderosa que aparece en dos momentos importantes dentro del
evangelio, clave además para entenderlo. La primera aparece en el cap. 1.1: ​Principio
del evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios. ​Y la misma frase al final del evangelio:
cap. 15.39, ​ ​«En verdad, este hombre era el Hijo de Dios.»
Marcos se puede entender en dos grandes momentos: de los capítulos 1- 8.26; estos
desempacan las narrativas del ministerio mesiánico de Jesús por Galilea. El otro gran
momento va desde el cap. 8.31-16. Capítulos que nos narran los acontecimiento de la
pasión, muerte y resurrección de nuestro Salvador.
Nos encontramos entonces en la segunda sección -cap. 11- donde son contadas las
historias de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
Vamos juntos a desempacar este hermoso relato de Marcos 11.1-11 en una triple “O”:
1. La Ordenanza
2
2. La Obediencia
3. La Ovación
Abramos el corazón para escuchar la dulce voz de Dios.

1. La ordenanza
Jesús venía peregrinando desde Galilea hacia Jerusalén. Veamos unos momentos clave
de este peregrinaje. En Mr. 9.33 llegaron a Cafarnaún. Mr. 10.1, Jesús emprende
camino hacia Judea. En el 10.33 confirma que su intención es ir a Jerusalén; es un
viaje suicida. Así que esto nos permite intuir que en la mente de Jesús no hay ninguna
entrada triunfal a Jerusalén, hay una misión de muerte por cumplir. En el cap. 10.46
dice Marcos que llegaron a Jericó. De Jericó se desplazaron hasta Betania (11.1); muy
cerca a Jerusalén.
Si Ud. está atento conmigo en lo que vengo mostrándoles en el evangelio de Marcos,
notará que el cap. 9.30-32, Jesús anuncia su muerte y resurrección. Paso seguido en el
vs. 33 emprende su recorrido hacia Jerusalén, que otra manera de decirlo sería:
emprende su camino hacia la muerte.

Caminando por los senderos polvorientos de Palestina, logran llegar -Jesús y sus
discípulos- a Betania, una aldea muy cerca a Jerusalén. Allí los discípulos reciben una
ordenanza, para mí descabellada: -​Vayan a la aldea que está enfrente, y al entrar en
ella encontrarán un burro atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y
tráiganlo-. ​Por Dios, ¿qué clase de mandamiento es éste? Jesús está contando con un
animalito ajeno. Hasta ahora no vemos en ningún evangelio que el Maestro haya
pedido permiso, lo alquiló, hizo algún arreglo para ese día… ¡nada! Así no más. Vayan
a la aldea que está al frente, y el primer burro que vea a la entrada, tráigalo.
Osados los discípulos del Señor a obedecer un mandamiento que no entienden. No
comprenden nada de lo que está pasando. Sólo escuchan el mandamiento del Galileo y
obedecen.

Esta ordenanza es provocadora, revolucionaria. Damas y caballeros, sin duda alguna


Jesús al solicitar un burro tiene en mente las Escrituras. No podemos desconocer que
Jesús está pensando en cumplir la profecía de Zacarías 9.9: ​¡Alégrate mucho, ciudad
de Sión! ¡Canta de alegría, ciudad de Jerusalén! Tu rey viene a ti, justo y victorioso,
pero humilde, montado en un burro, en un burrito, cría de una burra. ​Estoy
persuadido que también Jesús está pensando en Génesis 49.10-12, esta vez leeré para
ustedes la versión DHH, pues plasma la profecía en un lenguaje más sencillo: ​Nadie le
quitará el poder a Judá ni el cetro que tiene en las manos, hasta que venga el dueño
del cetro, a quien los pueblos obedecerán. 11 El que amarra su burrito a las viñas, el

3
que lava toda su ropa con vino, ¡con el jugo de las uvas! 12 Sus ojos son más oscuros
que el vino; sus dientes, más blancos que la leche.

Esto es revolucionario porque hasta para montar en burro Jesús mantiene presente las
Escrituras. “En ellas se encontraban las historias que el Nazareno leyó. Eran los
himnos que cantó. Eran las profundidades de la sabiduría y profecía que conformaron
toda su perspectiva de la vida, el universo y todo lo demás. Aquí -en las Escrituras- es
donde encontró su forma de penetrar en la mente de su Padre Dios. Por encima de
todo, aquí es donde encontró la forma de su propia identidad y la meta de su propia
misión”.1 Las Escrituras ayudaron a que Jesús se entendiera mejor a sí mismo. Cuando
un judío leía, encontraba historias, personajes, imágenes proféticas, figuras, en fin; en
cambio Jesús en todas ellas se encontraba a sí mismo.
Pedir un burro no fue casualidad. No fue improvisación. Fue una identidad profunda
con la Palabra de Dios. Identidad con la humildad, con la sujeción sencilla al Padre.

En esta mañana le invito a pensar en esto: ¿está tu vida en identidad con la Palabra de
Dios? ¿Moldean las Escrituras tu manera de pensar, actuar, hablar? ¿Podés ver tu vida
en el maravilloso espejo que es la Biblia? ¿Señala la Biblia la ruta de la misión que
tienes aquí, ahora para tu vida?

Por otro lado es revolucionario, porque una entrada triunfal al estilo romano, como lo
mencioné al inicio, era montado sobre un corcel. Escoltado de un imponente ejército.
En fin. Pero Jesús lo hace al estilo de la paz: sin prepotencias, sin impotente ejército,
sin alardes políticos, armamentistas e imperiales. Fue una protesta a los gobiernos de
este mundo, quienes en lugar de ser servidores públicos son verdugos para sus propios
pueblos. Crueles con sus comunidades. Descorazonados con sus vasallos.

Algunas personas ponen su mirada en el burro, lo cual me parece un desacierto.


Marcos no quiere mostrarnos un burro; pues “burros tenemos hasta de sobra”. Marcos
quiere que veamos a Jesús como el rey que ha venido a nosotros. Un rey tan distinto a
los reyes de este mundo. Un rey con corazón de pastor. Un rey justo y honesto. Un rey
al que vale la pena entregarle el trono de nuestro corazón. Un rey pacífico y
pacificador. Un rey que pone la otra mejilla. Que camina la otra milla. Que perdona
más de las 70 veces 7. Un rey que abraza al harapiento y ama al perverso. Un rey que
invita a la mesa a cuanto andrajoso se topa en el camino y lo hace su hijo. Pero
sobretodo, el rey que peregrina hacia la cruz. Su destino no es Jerusalén; es el calvario.
Necesita ir a la cruz.

1
​C. Wright. Conociendo a Jesús a través del AT, p. 9
4
Éste es el único rey que piensa en clave de cruz. Es el único que viene a ella. Mejor
dicho, nos vió tan hundidos en el infierno que se bajó de su trono para cabalgar a lomo
de burro y llegar a la cruz: Sí, a la cruz, tu lugar y el mío. Ahí es donde Ud. merece
estar. Ese es también mi lugar. Pero lo tomó. Así de amoroso es nuestro rey.

2. La obediencia
Yo en este pasaje veo tres obediencias, y todas tres me parecen maravillosas: la
primera es la obediencia de los discípulos que van por el burrito. La segunda, es la
obediencia del dueño del burro -que lo presta sin reparos- y la tercera, la obediencia de
burro.

La obediencia de los discípulos. Me llama la atención lo que dice el evangelista Juan al


narrar la entrada de Jesús a Jerusalén a lomo de burro. En el cap. 12. 16, Juan dice, ​Al
principio, sus discípulos no entendieron estas cosas… ​Mateo contando la misma
historia en el cap. 21.6 dice, ​Los discípulos fueron, e hicieron tal y como Jesús les
mandó.
Subraye esto en su mente: ​...fueron e hicieron tal y como Jesús les mandó. ​Por favor,
medita en esa expresión bíblica. Los discípulos del Señor no entienden nada de lo que
está pasando. No comprenden razones respecto a ir por un burro. No tienen la menor
idea de nada; pero obedecen. Obedecen tal y como Jesús les mandó.

Muchas veces en la vida cristiana no entendemos nada, peor que un burro. En esos
momentos el Señor no espera, no pide que entendamos; pide obediencia.
Obedecer a Cristo siempre va en dirección opuesta a nuestras lógicas. Sus ordenanzas
no siempre las comprendemos; algunas veces no tenemos la más remota idea de qué
carajos nos pide el Señor. Mi tarea no siempre es entender. Mi tarea es siempre
obedecer. Llegarán los días en que lo entenderemos todo. Por ahora, la obediencia es
nuestra mejor opción. Una obediencia diligente y alegre.
Grábense estas palabras: las cosas se hacen a la manera de Dios o no se hacen. Lo digo
porque a veces queremos obedecer, pero el cómo lo queremos plantear nosotros. El
Señor no dijo a dos de sus discípulos: -traigan un burro- No. El dijo a dónde ir. Cuál
desatar. Qué decir. Cuándo traerlo. Qué hacer. Ellos no fueron por cualquier burro.
Fueron por el que el Señor pidió. Damas y caballeros, no es cualquier obediencia, es la
que él nos pide.

La otra obediencia hermosa aquí es la del dueño del animalito. Marcos nos dice en el
vs. 5 que algunos de los que estaban ahí preguntaron a los discípulos qué estaban
haciendo. Y ellos dijeron lo que Jesús les dijo que dijeran, y bueno, los dejaron ir con el
burro. Lucas dice en el cap. 19.33 que fueron los dueños quienes le dijeron a los
5
discípulos de Jesús ¿por qué desatan al burro? Y en el evangelio de Lucas, después de
esta respuesta: -el Señor lo necesita-, los dueños guardan silencio.

Damas y caballeros, no sé desde cuando se nos metió en la cabeza que la tierra, las
plantas, los animales son nuestros o pueden llegar a ser nuestros. La tierra es un
derecho, no una propiedad. Los animales y las plantas son una responsabilidad
nuestra, no una pertenencia. Recordemos lo que dice el Salmo 24.1: ​¡Del Señor son la
tierra y su plenitud! ¡Del Señor es el mundo y sus habitantes!
No sé si los “dueños” del burro tienen esto claro, pero lo que sí sé es que esa vez
comprendieron que es más importante la obediencia al Señor que las pertenencias.
-Si el Señor lo necesita, ¡pues llévenselo!-
Quiero que piense en su burro. Me refiero a aquello que tienes y el Señor lo necesita.
¿Tiempo? ¿Talentos? ¿Tu casa para un grupo familiar? ¿Tu empleo para que
evangelices?
La biblia contiene historias muy bellas de hombres y mujeres que pusieron a
disposición de un Dios grande sus pequeñas cosas. Moisés su bastón. Sansón una
quijada de burro. David, una cauchera. La viuda de Sarepta un poco de harina y aceite.
El jovencito que guardaba en su mochila 5 panes y 2 peces cuando más de 5.000
personas tenían hambre. Pequeñas cosas en manos de un Dios grande.
¿Qué tienes tú que el Señor lo necesita?
La tercera obediencia hermosa es la del burro. Note Ud. que el burro aún estaba sin
adiestrar. ¿Alguna vez ha montado un burro no domesticado? Uno no enseña a un
burro a ser cabalgado en cinco minutos… se toman días para enseñarle al animal que
se deje montar. Pero esta vez, milagrosamente el burro reconoce a su rey. Los burros
son expertos en reconocer al Señor. Éste no es el primer burro que con solo una
mirada reconoce a su Señor. En el libro de Números cap. 22 encontramos la historia de
un hombre llamado Balaam, quien sobre una asna se dirigía a profetizar en contra del
pueblo de Dios. El Señor se llenó de ira contra este hombre y quiso matarlo. Pero la
burra al ver al Señor, cosa que no pudo hacer Balaam, se extravió del camino salvando
la vida de este necio. La misma naturaleza reconoce a su creador.
Con cierto temor me atrevo a proponer que el animalito no vaciló ni una vez a penas el
Señor lo empezó a cabalgar.

3. La ovación
Muchas gentes al ver a Jesús montado sobre el asno rumbo a la ciudad, tendieron sus
mantos, cortaron ramas y de maneras muy campesinas comenzaron a clamar:
«¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino venidero
de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» ​Recordemos que la palabra
hosanna ​significa “sálvanos”. Este clamor ​hosanna ​de las gentes a Jesús mientras
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entra a Jerusalén, está escrito en el Salmo 118. 25-26 que dice, ​Señor, ¡te ruego que
vengas a salvarnos! ¡Te ruego que nos concedas la victoria! ¡Bendito el que viene en
el nombre del Señor! Desde el templo del Señor los bendecimos.

No sé cuánto tiempo duraron las gentes gritando los ​hosannas, ​lo que sí sé es que el
Maestro no les dice nada. Él sabe lo que están pidiendo: ser salvos. Pero guarda
silencio. Eso no significa que los ignoraba, por el contrario, nunca se había tomado tan
en serio una petición de los hombres: ​hosanna.
Esa misma semana les contestó: tomó su cruz, emprendió la ruta que lo llevó al monte
de las calaveras. Se trepó en el madero suspendido entre el cielo y la tierra tomando la
mano de Dios y la de los humanos para hacer las paces. Pendiendo entre el cielo y la
tierra, allá, arriba de la cruz gritando: ¡Padre, perdónalos! Mientras pensaba en ti y en
mí. Ese domingo de ramos no fue una entrada triunfal a Jerusalén, fue la entrada
triunfal hacia la cruz. Por esa cruz es que es rey de reyes. Por esa cruz es que es Señor.
Por esa cruz es que la ira de Dios no cayó sobre nosotros, bien merecida que la
tenemos. Por esa cruz es que hay perdón para nuestros pecados. Salvación para
nuestras almas. Esperanza para el mundo.
Me he preguntado muchas veces, ¿Qué clase de camino fue el que lo llevó hasta allí,
hasta ese instante tan horrible? Fue el camino de Jesús, el camino de Dios hasta
nosotros, hasta el tenebroso lugar que a todos nos corresponde por haber abandonado
a Dios y seguir abandonándolo continuamente. Enviado por su Padre, Jesús partió y
llegó hasta nosotros y, por tanto, hasta ese lugar de la ira y de la ocultación de Dios.2
¿Por qué? ​Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.

Invitaciones

2
​Karl Barth. Instantes, p. 41
7

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