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I. PRESENTACIÓN.
El “bien común”. La filosofía de la democracia del siglo XVIII puede ser compendiada en la
siguiente definición: el método democrático es aquel sistema institucional de gestación de las
decisiones políticas que realiza el bien común, dejando al pueblo decidir por sí mismo las
cuestiones en litigio mediante la elección de los individuos que han de congregarse para llevar a
cabo su voluntad. Se sostiene, pues, que existe un “bien común”, faro orientador de la política,
que siempre es fácil de definir y que puede hacerse percibir a toda persona normal por medio de
la argumentación racional. No habría razón para desconocerlo, a no ser por ignorancia, estupidez
o interés antisocial. Tan pronto como aceptemos todas las hipótesis formuladas por esta teoría de
la política, la democracia adquiere, en realidad, una significación inequívoca, y no plantea ningún
problema, a excepción del de cómo implantarla. Sin embargo, es muy sencillo refutar estas
hipótesis. Para Schumpeter, en primer lugar, no hay tal bien común unívocamente determinado
en el que todo el mundo pueda estar de acuerdo en virtud de una argumentación racional. Esto se
debe al hecho de que, para los distintos individuos y grupos, el bien común ha de significar
necesariamente cosas diferentes. En segundo lugar, aun cuando resultase aceptable para todos,
un bien común suficientemente definido, esto no implicaría respuestas igualmente definidas para
los problemas singulares. Esto es, el supuesto consenso sobre el fin común no encontraría
consenso en los medios elegidos para alcanzarlo. En tercer lugar, como consecuencia de lo
anterior, el concepto particular de la voluntad del pueblo, o de la voluntad general, adoptado por
los utilitaristas, se desvanece en el aire, pues presupone la existencia de ese bien común
unívocamente definido. Por otro lado, subsiste todavía la necesidad práctica de atribuir a la
voluntad del individuo una independencia y calidad racional que son completamente irreales. Si
pretendemos sostener que la voluntad de los ciudadanos constituye per se un factor político que
estamos obligados a respetar, primero es preciso que exista esta voluntad.
La supervivencia de la teoría clásica. En primer lugar, la teoría clásica está apoyada fuertemente
por su asociación con la fe religiosa, visible en el credo utilitarista del ‘bien común’. En segundo
lugar, debe tenerse encuentra el hecho de que las formas y frases de la democracia clásica están
asociadas para muchas naciones a acontecimientos y evoluciones de su historia que son
entusiásticamente aprobados por grandes mayorías. En tercer lugar, no hay que olvidar que hay
síntomas sociales en los que la teoría clásica se adapta efectivamente a los hechos con un grado
suficiente de aproximación. Y en cuarto lugar, aprecian los políticos, por supuesto, una fraseología
que les permite adular a las masas.
El concepto. La elección de los representantes se considera como el fin que se subordina al fin
primario del sistema democrático, que consiste en investir al electorado del poder de decidir las
controversias políticas. Supongamos que invertimos el orden de estos dos elementos: ahora
adoptaremos el criterio de que el papel del pueblo es crear un gobierno o algún otro organismo
intermediario, el cual crearía, a su vez, un ejecutivo nacional o gobierno. Entonces, lo definiremos
así: método democrático es aquel sistema institucional, para llegar a las decisiones políticas, en
el que los individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha de competencia por
el voto del pueblo.
Entonces, ¿qué es la democracia? LA DEMOCRACIA SIGNIFICA TAN SÓLO QUE EL PUEBLO TIENE
LA OPORTUNIDAD DE ACEPTAR O RECHAZAR LOS HOMBRES QUE HAN DE GOBERNARLE. Pero
como el pueblo puede decidir esto también por medios no democráticos en absoluto, hemos
tenido que estrechar nuestra definición añadiendo otro criterio identificador del método
democrático, a saber: la libre competencia entre los pretendientes al caudillaje por el voto del
electorado. Ahora puede expresarse un aspecto de este criterio diciendo que LA DEMOCRACIA ES
EL GOBIERNO DEL POLÍTICO. Tenemos que reconocer que la política se convierte
inevitablemente en una carrera. Esto significa, a su vez, reconocimiento de un interés profesional
claramente determinado en el político individual y de un interés de grupo claramente
determinado propio de la profesión política como tal. Es esencial insertar este factor en nuestra
teoría. Entre otras cosas, dejamos inmediatamente de maravillarnos porque los políticos no sirvan
con tanta frecuencia los intereses de su clase o de los grupos a los que están ligados
personalmente.
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Condiciones para el éxito del método democrático. La primera condición consiste en que el
material humano de la política –los hombres que componen los organismos del partido– debe ser
de una calidad suficientemente elevada. Debe reiterarse que el método democrático no
selecciona los políticos entre toda la población, sino únicamente aquellos elementos que tienen
vocación política o, de un modo más precisos, que se ofrecen para la elección. La segunda
condición para el éxito de la democracia consiste en que el dominio efectivo de la decisión
política no debe ser demasiado dilatado. Como tercera condición, el gobierno democrático debe
poder disponer para todos los objetivos incluidos en la esfera de actividad pública de los servicios
de una burocracia bien capacitada, que goce de buena reputación y se apoye en una sólida
tradición, dotada de un fuerte sentido del deber y de un espíritu de cuerpo no menos fuerte. No
basta que la burocracia sea eficiente en la administración corriente y competente para emitir
dictámenes. Debe ser también bastante fuerte para guiar y, si es necesario, para instruir a los
políticos que se pongan a la cabeza de los ministerios. El cuarto grupo de condiciones puede
compendiarse en la frase “autodisciplina democrática”. Todo el mundo estará de acuerdo en que
el método democrático no puede funcionar sin fricción. Pero, además, los electorados y los
parlamentos tienen que tener un nivel intelectual y moral lo bastante elevado para estar a prueba
contra los ofrecimientos de los farsantes. En especial los políticos en el parlamento tienen que
resistir la tentación de derribar o poner en un apuro al gobierno cada vez que tengan ocasión de
ello. Finalmente, la competencia efectiva por el caudillaje exige un alto grado de tolerancia para
las diferencias de opinión. No puede esperarse que la democracia funcione satisfactoriamente, a
menos que la gran mayoría de la población de todas las clases esté dispuesta a atenerse a las
reglas del juego democrático, y que esto implica, a su vez, que estos ciudadanos han de estar
sustancialmente de acuerdo sobre los fundamentos de su estructura institucional. En la actualidad
no se cumple la última condición. Son tantos los que han renunciado a su adhesión a las normas
de la sociedad capitalista, y tantos más los que van a renunciar a ella, que sólo por este motivo la
democracia está abocada a funcionar con fricción creciente. En la etapa vislumbrada, sin embargo,
el socialismo puede tapar la hendidura.