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TEMA EXAMEN FINAL – TEORÍA POLÍTICA III

ASUNTO: SCHUMPETER Y EL MÉTODO DEMOCRÁTICO.

I. PRESENTACIÓN.

Joseph Schumpeter fue un destacado economista austro-estadounidense, ministro de Finanzas en


Austria (1919-1920) y profesor de la Universidad de Harvard desde 1932 hasta su muerte. Quizás,
la contribución de Schumpeter a la teoría democrática consista en acotar el significado de la
democracia al de un método de competencia electoral para formar gobierno, reduciendo el papel
de la ciudadanía al acto de aceptar o rechazar a quienes han de gobernarla. De acuerdo a la
selección de cátedra de su obra Capitalismo, Socialismo y Democracia, mi presentación puede
dividirse en tres grandes ejes: en primer lugar, su crítica a la teoría clásica de la democracia; en
segundo lugar, su exposición de la teoría del método democrático; y, finalmente, una
recapitulación en la que se analizarán las condiciones de éxito de este método democrático.
Opcionalmente, se presentará la evaluación que Schumpeter hace acerca de la relación entre
democracia y socialismo.

II. CRÍTICA A LA TEORÍA CLÁSICA DE LA DEMOCRACIA.

El “bien común”. La filosofía de la democracia del siglo XVIII puede ser compendiada en la
siguiente definición: el método democrático es aquel sistema institucional de gestación de las
decisiones políticas que realiza el bien común, dejando al pueblo decidir por sí mismo las
cuestiones en litigio mediante la elección de los individuos que han de congregarse para llevar a
cabo su voluntad. Se sostiene, pues, que existe un “bien común”, faro orientador de la política,
que siempre es fácil de definir y que puede hacerse percibir a toda persona normal por medio de
la argumentación racional. No habría razón para desconocerlo, a no ser por ignorancia, estupidez
o interés antisocial. Tan pronto como aceptemos todas las hipótesis formuladas por esta teoría de
la política, la democracia adquiere, en realidad, una significación inequívoca, y no plantea ningún
problema, a excepción del de cómo implantarla. Sin embargo, es muy sencillo refutar estas
hipótesis. Para Schumpeter, en primer lugar, no hay tal bien común unívocamente determinado
en el que todo el mundo pueda estar de acuerdo en virtud de una argumentación racional. Esto se
debe al hecho de que, para los distintos individuos y grupos, el bien común ha de significar
necesariamente cosas diferentes. En segundo lugar, aun cuando resultase aceptable para todos,
un bien común suficientemente definido, esto no implicaría respuestas igualmente definidas para
los problemas singulares. Esto es, el supuesto consenso sobre el fin común no encontraría
consenso en los medios elegidos para alcanzarlo. En tercer lugar, como consecuencia de lo
anterior, el concepto particular de la voluntad del pueblo, o de la voluntad general, adoptado por
los utilitaristas, se desvanece en el aire, pues presupone la existencia de ese bien común
unívocamente definido. Por otro lado, subsiste todavía la necesidad práctica de atribuir a la
voluntad del individuo una independencia y calidad racional que son completamente irreales. Si
pretendemos sostener que la voluntad de los ciudadanos constituye per se un factor político que
estamos obligados a respetar, primero es preciso que exista esta voluntad.

La naturaleza humana en la política. La idea de la personalidad humana como una unidad


homogénea y la idea de una voluntad como el móvil principal de la acción, se han ido
desvaneciendo cada vez más. En particular, estas ideas han ido desestimándose progresivamente
en el campo de las ciencias sociales, donde cada vez recibe más atención la importancia de los
elementos extrarracionales o irracionales de nuestra conducta. De las muchas pruebas que se han
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acumulado contra la hipótesis de la racionalidad, el autor únicamente menciona dos: la psicología
de las multitudes (que no está confinada en modo alguno a las turbas que bullen en las calles) y la
relación entre la propaganda y los consumidores, pues una simple afirmación, repetida con
frecuencia, tiene más peso que un argumento racional. Cuando nos alejamos de las
preocupaciones de la familia y de la oficina y nos internamos en las regiones de los negocios
nacionales e internacionales, que carecen de un nexo directo e inequívoco con aquellas
preocupaciones privadas, la volición individual, el conocimiento de los hechos y el método de
inferencia dejan pronto de desempeñar el papel que les atribuye la teoría clásica. Normalmente,
las grandes cuestiones políticas comparten su lugar en la economía espiritual del ciudadano típico,
con aquellos intereses de las horas de asueto que no han alcanzado el rango de aficiones y con los
temas de conversación irresponsable. Este sentido limitado de la realidad explica no sólo un
sentido limitado de la responsabilidad, sino también la falta de voluntades efectivas. Este
debilitamiento del sentido de la responsabilidad y la falta de voliciones efectivas explican a su vez
esta ignorancia del ciudadano corriente y la falta de juicio en cuestiones de política nacional y
extranjera que son más sorprendentes en el caso de personas instruidas y de personas exitosas en
el mundo ajeno a la política, que en el caso de personas poco instruidas y de condición humilde.
Schumpeter propone el ejemplo del caso de un abogado [la paradoja del abogado]. Así, siendo
como es la naturaleza humana en la política, (los grupos que persiguen fines interesados) son
capaces de configurar la voluntad del pueblo e incluso de crearla dentro de unos límites muy
amplios. La voluntad que observamos al analizar los procesos políticos no es ni con mucho una
voluntad auténtica, sino una voluntad fabricada. En tanto que esto es así, la voluntad del pueblo
es el producto y no la fuerza propulsora del proceso político. Los procedimientos para fabricar los
problemas que apasionan a la opinión y a la voluntad popular acerca de estos problemas son
similares exactamente a los que se emplean en la propaganda comercial.

La supervivencia de la teoría clásica. En primer lugar, la teoría clásica está apoyada fuertemente
por su asociación con la fe religiosa, visible en el credo utilitarista del ‘bien común’. En segundo
lugar, debe tenerse encuentra el hecho de que las formas y frases de la democracia clásica están
asociadas para muchas naciones a acontecimientos y evoluciones de su historia que son
entusiásticamente aprobados por grandes mayorías. En tercer lugar, no hay que olvidar que hay
síntomas sociales en los que la teoría clásica se adapta efectivamente a los hechos con un grado
suficiente de aproximación. Y en cuarto lugar, aprecian los políticos, por supuesto, una fraseología
que les permite adular a las masas.

III. OTRA TEORÍA DE LA DEMOCRACIA: EL MÉTODO DEMOCRÁTICO.

El concepto. La elección de los representantes se considera como el fin que se subordina al fin
primario del sistema democrático, que consiste en investir al electorado del poder de decidir las
controversias políticas. Supongamos que invertimos el orden de estos dos elementos: ahora
adoptaremos el criterio de que el papel del pueblo es crear un gobierno o algún otro organismo
intermediario, el cual crearía, a su vez, un ejecutivo nacional o gobierno. Entonces, lo definiremos
así: método democrático es aquel sistema institucional, para llegar a las decisiones políticas, en
el que los individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha de competencia por
el voto del pueblo.

El aporte de la teoría schumpeteriana. La teoría incorporada en esta definición deja todo el


espacio que deseemos para un reconocimiento apropiado del hecho vital del caudillaje. La teoría
clásica no hacía esto, sino que, como hemos visto, atribuía al electorado un grado completamente
irreal de iniciativa que prácticamente llegaba a ignorar el caudillaje. Siendo éste un concepto que
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podría dar lugar a ambigüedades, se limitará al caso de la libre competencia por el libre voto.
Además, las proposiciones y resultados de esta nueva teoría, según Schumpeter, no se limitarán a
la ejecución de una voluntad general, sino que sobrepasarán ésta para mostrar cómo se forma o
cómo se sustituye o cómo se adultera. Lo que hemos llamado la voluntad fabricada no queda ya
fuera de la teoría. Evidentemente, la voluntad de la mayoría es la voluntad de la mayoría y no la
voluntad “del pueblo”. La segunda constituye un mosaico que la primera no representa en
absoluto. Equiparar ambas por definición no es resolver el problema. El principio de la democracia
significa entonces simplemente que las riendas del gobierno deben ser entregadas a los individuos
o equipos que disponen de un apoyo electoral más poderoso que los demás que entran en la
competencia.

Entonces, ¿qué es la democracia? LA DEMOCRACIA SIGNIFICA TAN SÓLO QUE EL PUEBLO TIENE
LA OPORTUNIDAD DE ACEPTAR O RECHAZAR LOS HOMBRES QUE HAN DE GOBERNARLE. Pero
como el pueblo puede decidir esto también por medios no democráticos en absoluto, hemos
tenido que estrechar nuestra definición añadiendo otro criterio identificador del método
democrático, a saber: la libre competencia entre los pretendientes al caudillaje por el voto del
electorado. Ahora puede expresarse un aspecto de este criterio diciendo que LA DEMOCRACIA ES
EL GOBIERNO DEL POLÍTICO. Tenemos que reconocer que la política se convierte
inevitablemente en una carrera. Esto significa, a su vez, reconocimiento de un interés profesional
claramente determinado en el político individual y de un interés de grupo claramente
determinado propio de la profesión política como tal. Es esencial insertar este factor en nuestra
teoría. Entre otras cosas, dejamos inmediatamente de maravillarnos porque los políticos no sirvan
con tanta frecuencia los intereses de su clase o de los grupos a los que están ligados
personalmente.

IV. ALGUNAS CONCLUSIONES.

Cuestionamientos a la teoría de Schumpeter. Según Held, tras la descripción de la democracia de


Schumpeter subyacen dos afirmaciones muy cuestionables: que existe una ‘teoría clásica de la
democracia’ que es esencialmente infundada, porque no está basada en la realidad; y que esta
teoría sólo puede ser sustituida por un modelo de ‘elites competitivas’. En primer lugar, no existe
tal ‘teoría clásica de la democracia’; existen muchos modelos ‘clásicos’. En segundo lugar, la
pretensión de Schumpeter de reemplazar un modelo ‘irreal’ por una alternativa bien
fundamentada y de base empírica presupone que esta última puede dar cuenta de todos los
elementos clave de la democracia contemporánea. Toda pretensión de globalidad debería invitar
al escepticismo. Todo el ataque de Schumpeter a la ‘democracia clásica’ reside en una
‘equivocación categórica’. Supone equivocadamente que la evidencia empírica sobre la naturaleza
de las democracias contemporáneas puede tomarse sencillamente como la base para refutar los
ideales normativos que encierran los modelos clásicos. El ataque de Schumpeter a la ‘herencia
clásica’ suponía casi un ataque explícito a la idea misma del agente humano individual, una idea
que se encuentra en el corazón del pensamiento liberal desde finales del siglo XVI. Schumpeter
argumentaba que el grueso de la población no participa, no está interesado y, por lo tanto, es
incapaz de pensar acerca de las cosas de la política debido a la enorme distancia que separa a esta
última de la vida de la mayoría de las personas. Sin embargo, si tratáramos de definir ‘las cosas de
la política’, extrañamente sin especificar por Schumpeter, incluiríamos entonces seguro cuestiones
como la guerra y la paz, el empleo y el desempleo, la desigualdad social y el conflicto social. Es
difícil caracterizar estas cosas como ‘alejadas’ de la vida cotidiana. La democracia es importante
para Schumpeter porque legitima la posición de aquellos con autoridad.

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Condiciones para el éxito del método democrático. La primera condición consiste en que el
material humano de la política –los hombres que componen los organismos del partido– debe ser
de una calidad suficientemente elevada. Debe reiterarse que el método democrático no
selecciona los políticos entre toda la población, sino únicamente aquellos elementos que tienen
vocación política o, de un modo más precisos, que se ofrecen para la elección. La segunda
condición para el éxito de la democracia consiste en que el dominio efectivo de la decisión
política no debe ser demasiado dilatado. Como tercera condición, el gobierno democrático debe
poder disponer para todos los objetivos incluidos en la esfera de actividad pública de los servicios
de una burocracia bien capacitada, que goce de buena reputación y se apoye en una sólida
tradición, dotada de un fuerte sentido del deber y de un espíritu de cuerpo no menos fuerte. No
basta que la burocracia sea eficiente en la administración corriente y competente para emitir
dictámenes. Debe ser también bastante fuerte para guiar y, si es necesario, para instruir a los
políticos que se pongan a la cabeza de los ministerios. El cuarto grupo de condiciones puede
compendiarse en la frase “autodisciplina democrática”. Todo el mundo estará de acuerdo en que
el método democrático no puede funcionar sin fricción. Pero, además, los electorados y los
parlamentos tienen que tener un nivel intelectual y moral lo bastante elevado para estar a prueba
contra los ofrecimientos de los farsantes. En especial los políticos en el parlamento tienen que
resistir la tentación de derribar o poner en un apuro al gobierno cada vez que tengan ocasión de
ello. Finalmente, la competencia efectiva por el caudillaje exige un alto grado de tolerancia para
las diferencias de opinión. No puede esperarse que la democracia funcione satisfactoriamente, a
menos que la gran mayoría de la población de todas las clases esté dispuesta a atenerse a las
reglas del juego democrático, y que esto implica, a su vez, que estos ciudadanos han de estar
sustancialmente de acuerdo sobre los fundamentos de su estructura institucional. En la actualidad
no se cumple la última condición. Son tantos los que han renunciado a su adhesión a las normas
de la sociedad capitalista, y tantos más los que van a renunciar a ella, que sólo por este motivo la
democracia está abocada a funcionar con fricción creciente. En la etapa vislumbrada, sin embargo,
el socialismo puede tapar la hendidura.

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