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Colección Intersecciones
Coordinación: José Antonio Mac Gregor C.
Adrián Marcelli E.
Cuidado editorial: Dirección de Publicaciones del Instituto Coahuilense de Cultura
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Víctor Palor"\lo Flores 1 Zeferíno Moreno Corrales
Revisión técnica: Raúl Olvera Mijares
Diseño: Álvaro Figueroa
Derechos reservados conforme a la ley. Este libro no puede ser fotocopiado ni reproducido total o parcial-
mente, por ningún medio o método mecánico, electrónico o cibernético, sin la autorización por escrito de
los titulares de los derechos.
59 Los althusserianos comenzaron a ocuparse de este concepto sólo a partir de 1968 (Roger Es-
tablet) y las contribuciones de Gramsci al respecto fueron ignoradas por las corrientes marxistas
tradicionales durante mucho tiempo. En México, el marxismo ha inspirado también contribu-
ciones dignas de mención, como las del arqueólogo Luis F Bate, Cultura, clases y cuestión nacio-
nal, Juan Pablos Editor, México, 1984; y las de José Luis Najenson, Cultura nacional y cultura su-
balterna, Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca, México, 1979.
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tructura. Por eso suele hablarse, dentro de esta tradición, de "instancia ideoló-
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gico-cultural". Además, el tratamiento de este problema aparece subordinado
siempre a preocupaciones estratégicas o pedagógicas de índole política. Esto
significa, entre otras cosas, que los marxistas abordan el análisis de las produc-
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ciones culturales sólo o principalmente en función de su contribución a la di-
námica de la lucha de clases y, por lo tanto, desde una perspectiva políticamen-
te valorativa. Estas peculiaridades ponen de manifiesto toda la distancia que
media entre el punto de vista marxista y el punto de vista etnoantropológico en
esta materia.
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60 Citado por jean-Michel Palmier, Lénine, l'art et la révolution, Payot, París, 1975, p. 240. Sobre 1
la teoría leninista de la cultura en su conjunto, véase el excelente estudio de Antonio Sánchez Jll
García, Cultura y revolución. Un ensayo sobre Lenin, Serie Popular, Editorial Era, México, 1976.
61 "Notas críticas sobre el problema nacional", Lenin, La literatura y el arte, Editorial Progreso,
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efecto de la lucha de clases- también en la esfera de la cultura. Además, la dis-
tinción entre "elementos" y "cultura dominante" parece sugerir que la contradic-
toria pluralidad cultural que se observa en cada nación se halla reducida asiste-
ma por la dominación de la cultura burguesa.
Desde el punto de vista político, Lenin reconoce una virtualidad alternativa y
progresista sólo a los "elementos de cultura democrática y socialista" (tesis de la
centralidad obrera aun en el plano de la cultura). Estos elementos son, por defi-
nición, de carácter internacionalista y se contraponen al nacionalismo burgués,
es decir, a la idea de una "cultura nacional" que no puede ser más que "la cultu-
ra de los terratenientes, del clero y de la burguesía". 62 De aquí la guerra sin cuar-
tel declarada por Lenin contra el nacionalismo cultural: "Nuestra consigna es la
cultura internacional de la democracia y del movimiento obrero mundial".63
Sin embargo, Lenin se vio obligado a hacer importantes rectificaciones a su te-
sis del protagonismo cultural obrero en el curso de un célebre debate sobre la
cuestión cultural suscitado en el seno del Partido Bolchevique en la época de la re-
volución. Frente a las tesis liquidacionistas de Bogdanov y del Proletkult, que pro-
pugnaban la creación ex ovo de una cultura proletaria radicalmente nueva y dife-
rente de la cultura burguesa, Lenin concibe la mutación cultural como un proceso
dialéctico de continuidad y ruptura: "La cultura proletaria no surge de fuente des-
conocida, no es una invención de los que se llaman especialistas en cultura prole-
taria. Eso es pura necedad. La cultura proletaria tiene que ser el desarrollo lógico
del acervo de conocimientos conquistados por la humanidad bajo el yugo de la
sociedad capitalista, de la sociedad terrateniente, de la sociedad burocrática". 64
Por lo tanto, no todo es alienante y negativo dentro de la cultura burguesa. És-
ta contiene elementos universalizables y progresistas --el arte, la ciencia y el de-
sarrollo tecnológico-- que deben distinguirse cuidadosamente de su "modo de
empleo" capitalista y burgués. Por eso "hace falta recoger toda la cultura legada
por el capitalismo y construir el socialismo con ella. Hace falta recoger toda la
ciencia, la técnica, todos los conocimientos, el arte [... ]"65
Pero, según Lenin, la cultura proletaria, en estado germinal dentro de cada cul-
tura nacional, no se opone solamente a la cultura burguesa sino también a la
cultura campesina tradicional y a la cultura artesanal. Estas formas tradicionales
de cultura, ligadas al regionalismo y a la "madrecita aldea", son residuos del pa-
62 Ibid.
63 lbid., p. 79.
64 "Tareas de las juventudes comunistas", Lenin, op. cit., p. 117.
65 "Éxitos y dificultades del poder soviético", op. cit., p. 119.
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no son equiparables entre sí ni tienen el mismo valor. Por lo tanto, hay que dis-
criminarlas y jerarquizarlas. Claro que los criterios de valoración no serán los del
elitismo cultural --que identifica la cultura "legítima" con la cultura dominante-
sino otros muy diferentes y más próximos a la objetividad científica.
Para Lenin, una cultura es superior a otra en la medida en que permite una
mayor liberación de la servidumbre de la naturaleza (de donde la alta estima de
la tecnología) y favorezca más el acceso a una socialidad de calidad superior que
debe implicar en todos los casos la liquidación de la explotación del hombre por
el hombre ("cultura democrática y socialista").
68 Obras de Antonio Gramscí, voL 3, Juan Pablos Editor, México, 1975, p. 34.
69 Ibíd.
70 Ibíd., p. 58.
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finadas, como el sentido común y el folklore, que corresponden grosso modo a lo
que suele denominarse "cultura popular". Pero, en realidad, no se trata sólo de
estratificación sino de una confrontación entre las concepciones oficiales y las
de las clases subalternas e instrumentales que en conjunto constituyen los estra-
tos llamados populares.
Para Grarnsci la concepción del mundo y de la vida propia de estos estratos es
"en gran medida implícita", lo mismo que su oposición a la cultura oficial ("por
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lo general también implícita, mecánica, objetiva").
La posición de Gramsci frente a esta complejidad contradictoria de los hechos
culturales es también abiertamente valorativa y políticamente selectiva, como
la de Lenin. Sólo varían sus criterios de valoración, en última instancia los de la
hegemonía: capacidad dirigente, fuerza crítica y aceptabilidad universal. 74 En vir-
tud de estos criterios, Grarnsci no vacila en descalificar el particularismo estre-
cho, el carácter heteróclito y el anacronismo de la cultura subalterna tradicional:
"El sentido común es, por tanto, expresión de la concepción mitológica del mun-
do. Además, el sentido común [... ],cae en los errores más groseros; en gran me-
dida se halla aún en la fase de la astronomía tolemaica, no sabe establecer los ne-
xos de causa a efecto, etcétera, es decir, que afirma como 'objetiva' cierta
'subjetividad' anacrónica, porque no sabe siquiera concebir que pueda existir una
concepción subjetiva del mundo y qué puede querer significar". 75
Pero, a diferencia de Lenin, Gramsci matiza significativamente su posición, en
principio negativa, frente a las culturas subalternas, reconociendo en ellas ele-
mentos o aspectos progresistas capaces de servir como punto de partida para una
pedagogía a la vez política y cultural que encamine a los estratos populares hacia
"una forma superior de cultura y de concepción del mundo"_76 El proyecto de
Gramsci no prevé la mera conservación de las subculturas folklóricas sino su
transformación cualitativa ("reforma intelectual y moral") en una gran cultura na-
cional-popular de contenido crítico-sistemático que llegue a adquirir "la solidez
de las creencias populares" ,77 porque "las masas, en cuanto tales, sólo pueden vi-
vir la filosofía como una fe"_78
76 Ibid., p. 17.
7 7 Ibid., p. 58.
78 Ibid.' p. 25.
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Esta nueva cultura sólo puede resultar de la fusión orgánica entre intelectuales
y pueblo a la luz de la filosofía de la praxis. En efecto, "la filosofía de la praxis no
tiende a mantener a los 'simples' en su filosofía primitiva del sentido común, sino,
al contrario, a conducirlos hacia una concepción superior de la vida. Se afirma la
exigencia del contacto entre intelectuales y simples, no para limitar la actividad
científica y mantener la unidad al bajo nivel de las masas sino para construir un
bloque intelectual-moral que haga posible un progreso intelectual de masas y no
sólo para pocos grupos intelectuales"J9
La valoración de lo nacional-popular como expresión necesaria de la hegemo-
nía en el ámbito de la cultura constituye otro motivo de diferencia entre las con-
cepciones de Gramsci y las de Lenin. Éste propiciaba, como queda dicho, una vi-
sión internacionalista de la cultura sobre la base del cosmopolitismo proletario.
Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que la cultura nacional-popular propi- l
ciada por Gramsci nada tiene que ver con las formas degradadas de la cultura
plebeya. "La literatura popular en sentido degradado (de tipo Sue y toda su es-
cuela) es una degradación político-comercial de la literatura nacional-popular,
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cuyos modelos son precisamente los trágicos griegos y Shakespeare". so
Merece especial atención la relación establecida por Gramsci entre sociedad y
cultura. Esta última se halla inserta, por cierto, en un determinado "bloque his-
tórico" que tiene por armazón la tópica estructura-superestructura. Pero el blo-
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que histórico no supone una relación mecánica y causal entre ambos niveles si-
no una relación orgánica que los convierte casi en aspectos meramente analíticos
de una misma realidad, de modo que puedan distinguirse sólo "didascálicamen-
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te", esto es, por razones simplemente pedagógicas y metodológicas. En efecto, en
un determinado bloque histórico "las fuerzas materiales son el contenido y las
ideologías la forma", pero esta distinción es "puramente didascálica, puesto que
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las fuerzas materiales no serían concebibles históricamente sin la forma, y las
ideologías serían caprichos individuales sin la fuerza material".Bl
En algunos textos Gramsci parece incluso transgredir la conocida tópica mar-
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xista, como cuando dice que la ideología es una "concepción del mundo que se
manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en la actividad económica, en ,]
todas las manifestaciones de la vida individual y colectiva". 8 2 En este texto la
79 Ibid., p. 19.
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80 Obras de Antonio Gramsci, voL 4, op. cit., p. 89.
Op. cit., voL 3, p. 58.
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82 Ibid., p. 16.
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ideología y, por ende, la cultura, que se define en los mismos términos, se pre-
senta como coextensiva a la sociedad y como dimensión necesaria de todas las
prácticas sociales, sean éstas infraestructurales o superestructurales. Pero esta
ubicuidad o "transversalidad" de la cultura, que recuerda de algún modo la
concepción "total" de los antropólogos, no va en detrimento de su especifici-
dad como "visión del mundo", esto es, como hecho simbólico o como fenóme-
no de significación.
Quizás pueda concluirse entonces que para Gramsci el orden de la ideología
y de la cultura engloba el conjunto de los significados socialmente codificados
que, en cuanto tales, constituyen una dimensión analítica de lo social que atra-
viesa, permea y confiere sentido a la totalidad de las prácticas sociales.
Consideraciones críticas
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za", sino en todo caso como una dimensión precisa de "todas las cosas", incluida
la sociedad: la dimensión simbólica o de significación. Y bajo este aspecto, exis-
te un progreso indudable frente a la indiferenciación conceptual que caracteriza- ]
ba, como hemos visto, a la comprensión antropológica de la cultura.
Constituye también una contribución sustancial la referencia explícita a las
"amarras sociales" de la cultura, como son la estructura de clases y la desigual
distribución del poder que determinan, según los marxistas, la configuración
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contradictoria y conflictiva de los fenómenos culturales en las diversas forma-
ciones sociales. Este enfoque materialista permite eludir, por una parte, el idea- ]
lismo que inficiona la mayor parte de las concepciones culturalistas y, por otra,
visualizar el terreno de la cultura, ya no como una superficie llana y nivelada sino
como un paisaje discontinuo y fracturado por las luchas sociales. En la perspec-
tiva marxista, la cultura es siempre un campo de batalla y a la vez el objetivo es-
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tratégico de esa batalla.
Pero el logro de estas ventajas parece haber corrido parejo con la pérdida del
carácter ubicuo y "total" de la cultura, como lo había dejado establecido la tra-
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dición antropológica. Porque resulta que el marxismo tiende a "localizar" los he-
chos culturales dentro de una topología social precisa: la superestructura.
La responsabilidad de esta tendencia "topológica" debe imputarse entonces a
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la tópica infraestructura-superestructura, convertida en una especie de evidencia
dentro de las corrientes marxistas. Debe reconocerse que esta metáfora arquitec- )
tónica ha desempeñado un papel decisivo en la lucha contra las grandes filoso-
fías idealistas del siglo pasado. Pero ha terminado por convertirse en un "obs-
táculo epistemológico" para la comprensión de la relación entre sociedad y
sentido, entre producción material y semiosis, entre economía y cultura.
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Sobre todo en sus versiones más mecanicistas, la metáfora en cuestión presu-
pone la oposición dualista entre realidad y pensamiento, y sugiere un esquema ,]
topológico de la sociedad que aparece constituida por niveles o estratos jerar-
quizados. El nivel privilegiado sería el de la producción material -la infraes-
tructura-, mientras que los niveles de la superestructura serían secundarios, ,]
derivados y casi inesenciales. Lo cultural queda alojado, por supuesto, en la su-
perestructura, como si la realidad de la base social escapara a la cultura, o co-
mo si los hechos culturales estuvieran simplemente superpuestos o sobreañadi-
dos a "lo real".
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Ahora bien, "lo cultural como conjunto de esquemas interpretativos desconec-
tados de la práctica social, lo cultural como superestructura inofensiva, secunda-
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