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Revista Herencia, Vol. 30 (1), enero-junio, 2017.

DEL MITO DE LAS RAZAS A LA LEY DE GRESHAM

Hernán Gabriel Borisonik


Universidad de Buenos Aires
Instituto Gino Germani (CONICET)

Recibido: 26-11-2016
Aprobado: 20-02-2017

Resumen

Politólogo y doctor en Ciencias En la descripción de la comunidad ideal, que


Sociales de la Universidad de Buenos constituye la única forma de vida que Platón considera
Aires, donde dicta clases de teoría recta y buena, se observa la existencia de tres
política en grado y posgrado. estamentos naturales, que responden a razas y están
Investigador del Conicet, radicado en representados por metales (el hierro o el bronce, la
el Instituto Gino Germani, espacio en el plata y el oro). No deja de llamar la atención el hecho
forma parte de diversos proyectos de de que Platón haya elegido a estos materiales que, de
investigación vinculados a la teoría y la hecho, funcionaban en la realidad de la polis como
filosofía política. Sus temas de formas dinerarias. En efecto, algunas de las más
investigación centrales son la política, antiguas alusiones al llamado “mito de las razas” se
la economía y la sacralidad. Ha editado encuentran en Hesíodo, Píndaro y Heródoto, y en los
y coeditado diferentes volúmenes y ha tres casos el oro es vinculado con formas de nobleza o
publicado el libro Dinero sagrado. aristocracia.
Política, economía y sacralidad en En este texto, se analizan las relaciones y tensiones
Aristóteles (2013). entre este mito y ciertos usos de la moneda en Grecia
hborisonik@gmail.com (echando mano también de Aristófanes y su crítica a la
democracia ateniense), para pensar a la Ley de
Gresham de la economía (que reza que el dinero de
menor valor es utilizado y el de mayor valor, acumulado) como una expresión moderna de
aquella fórmula mitológica.

Palabras clave: Mito; Política; Economía; Ley.

Abstract

In Plato’s description of the ideal community, which is the only way of life that this thinker
considered as right and good, one can compute the existence of three natural strata,
responding to races and represented by different metals (iron or bronze, silver and gold). Is
remarkable the fact that Plato has chosen those materials that actually worked in the reality of
the polis as monetary forms. Indeed, some of the earliest references to the so-called "myth of
the races" are in Hesiod, Pindar and Herodotus, and in all three cases gold is linked to forms
of nobility or aristocracy.
In this text, the relationships and tensions between that myth and certain uses of money in
Greece are analyzed (also making use of Aristophanes and his critique of Athenian
democracy) to think Gresham's Law of the economy (which states that "bad money drives out
good", e.g. the money of lowest social value is used and that of highest value is accumulated)
as a modern expression of that mythological formula.

Key words: Myth; Politics; Economy; Law.


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Es de gran importancia, en este momento de la historia occidental,


volver a reflexionar acerca del mito en torno de la palabra y las artes,
así como también recuperar su dimensión política. El intento de este
texto es llevar a cabo un acercamiento conceptual al “mito de las
razas” o “mito de las edades” que circuló con fuerza en toda la
Antigüedad y tratar de pensarlo en relación a la llamada “Ley de
Gresham” de la economía moderna. ¿Por qué hacerlo? ¿Con qué
fundamentos? Pues bien, porque es cardinal recordar y reflexionar
profundamente sobre la fuerza del mito como manera de explicar la
realidad, como forma de reafirmar determinados valores sociales.
Además, porque particularmente la economía política moderna
parece ser una gran heredera del esquema y los modos del mito
antiguo, en tanto que “ciencia” (o “pseudo ciencia”) cuyo espectro
explicativo se reduce a un momento y una geografía muy concretos.
Dicho de otro modo, porque la economía moderna se concibe como
universal, pese a no serlo. Esto sería largo de demostrar en toda su
extensión, y me escaparía del tema que de estas cortas palabras,
pero baste por ahora con dejar expresado que, por ejemplo, Karl
Polanyi, a mediados del siglo XX, explicó muy acabadamente la no-
naturalidad o no-universalidad del mercado tal y como lo conocemos
en la actualidad y fue claro al mostrar el precio que han debido pagar
muchas sociedades para adaptarse –o someterse– a esa forma
histórica (Polanyi, 1944; Bourdieu, 2013). Además, la coincidencia
entre la jerarquía metálica que se encuentra en el mito y la que se ha
usado casi invariablemente en la historia de las monedas, merece ser
subrayada y analizada.

Como modo de ingresar en el problema principal, puede ser de


utilidad repasar rápidamente el mito tal y como se lo encuentra en su
primera expresión completa, es decir, en los versos de los Los
trabajos y los días de Hesíodo (1998). Se puede decir que es su
primera expresión completa, aunque hay diversos testimonios más
antiguos de esta concepción en Grecia o incluso en otras culturas
anteriores, aunque ninguno es tan claro y acabado como este. De
hecho, en Homero ya aparecen mencionados unos “tiempos
dorados” en los que había gran comunión entre los hombres y los
dioses (Homero, 1991: libro I, 251-272; libro VII, 120-160).

Del mismo modo, en los textos de la Bhagavad-Gita (o en otros


comparables, también pertenecientes a culturas orientales) se habla
de una edad primera en la que los habitantes de la tierra eran fuertes,
grandes, nobles y felices (y que vivían en una especie de paraíso), a
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diferencia de la edad “presente”, llamada Kali-yuga, que es violenta y


está llena de problemas (Carpenter, 1920: p. 137 y ss.; Nayon, 1984:
p. 14).

¿Cómo presenta Hesíodo a este mito? A través de una historia que


narra –luego de los relatos sobre Prometeo y Pandora– la existencia
de cinco razas de hombres que fueron surgiendo sucesivamente: la
Edad de oro (Hesíodo, 1998: versos 109-26); la Edad de Plata (127-
42); la Edad de Bronce (143-55); la Edad de los Héroes (156-73) y
finalmente la Edad de Hierro (174-201) en la que viven los humanos
tal y como los conocemos.

La primera raza, la de oro, es previa al gobierno divino de Zeus. Dice


Hesíodo: “Al principio los Inmortales que habitan mansiones
olímpicas crearon una dorada estirpe de hombres mortales.
Existieron aquellos en tiempos de Cronos, cuando reinaba en el cielo;
vivían como dioses, con el corazón libre de preocupaciones, sin fatiga
ni miseria; y no se cernía sobre ellos la vejez despreciable, sino que,
siempre con igual vitalidad en piernas y brazos, se recreaban con
fiestas ajenos a todo tipo de males. Morían como sumidos en un
sueño; poseían toda clase de alegrías, y el campo fértil producía
espontáneamente abundantes y excelentes frutos. Ellos contentos y
tranquilos alternaban sus faenas con numerosos deleites. Eran ricos
en rebaños y entrañables a los dioses bienaventurados” (Hesíodo,
1998: versos 108-123).

Al morir, estos hombres áureos se convertían en divinidades


benéficas que dispensaban riquezas desde debajo de la tierra. Esta
referencia es muy relevante, dado que el oro, el dinero y la tierra
formarían, también, parte del universo conceptual de Pluto,
responsable de las fortunas materiales. Se observa ya aquí un claro
vínculo entre el oro y las riquezas. Sin una explicación concreta acerca
del porqué de la extinción de esta raza, Hesíodo pasa a describir a la
siguiente, la plateada, mucho peor en su aspecto e inteligencia. En
este caso, cada niño se criaba junto a su madre durante cien años,
“pasando la flor de la vida, muy infantil, en su casa; y cuando ya se
hacía hombre y alcanzaba la edad de la juventud, vivían poco tiempo
llenos de sufrimientos a causa de su ignorancia; pues no podían
apartar de entre ellos una violencia desorbitada ni querían dar culto a
los Inmortales ni hacer sacrificios en los sagrados altares de los
Bienaventurados, como es norma para los hombres por tradición. A
éstos más tarde los hundió Zeus Crónida irritado porque no daban las
honras debidas a los dioses bienaventurados que habitan el Olimpo”
(Hesíodo, 1998: versos 130-139). Sin embargo, una vez enterrada
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esta generación de plata, también gozó de cierta consideración,


aunque menor que el oro.

En tercer lugar, Zeus creó a los hombres de bronce, “nacida de los


fresnos, terrible y vigorosa. Sólo les interesaban las luctuosas obras
de Ares (dios vinculado con la guerra y la violencia) y los actos de
soberbia; no comían pan y en cambio tenían un aguerrido corazón de
metal” (Hesíodo, 1998: versos 145-148).

Tras ser aniquilada la raza de bronce por sus propias guerras fue
creada una cuarta estirpe, más justa y noble, que es llamada “la de los
héroes” o semidioses, que acabaría sus días combatiendo en torno a
Tebas y Troya (los dos grandes ciclos épicos griegos) o viviendo para
siempre en la Isla de los Afortunados. En comparación con los
modelos anteriores del mito en el antiguo oriente, esta cuarta edad
parece una inserción original de Hesíodo que se ha tratado de
explicar de diversas maneras por los especialistas (por ejemplo,
Fränkel, 1993: pp. 125-126).

Sea como sea, finalmente aparecen los hombres de hierro, última


generación a la cual lamenta pertenecer Hesíodo, dado que los de
esta raza “nunca durante el día se verán libres de fatigas y miserias ni
dejarán de consumirse durante la noche, y los dioses les procurarán
ásperas inquietudes; pero no obstante, también se mezclarán
alegrías con sus males” (Hesíodo, 1998: versos 107-110). Entre ellos
abunda la la discordia, la guerra, la enfermedad y la muerte y
dependen del trabajo para obtener su sustento.

Ahora bien: las cuatro edades que preceden a la de hierro pueden


dividirse en dos grupos, como bien lo explica Jean-Pierre Vernant, a
través de la diferencia entre hybris y diké: mientras que los hombres
de plata y de bronce se caracterizan por la desmesura, los de oro y
los héroes viven con justicia (Vernant, 1985: pp. 19-45). A diferencia
de todos ellos, los hombres de hierro debemos vivir bajo nuestras
propias decisiones. En otras palabras, tanto la armonía como el
exceso son formas que dominan a las razas sin mediar voluntades,
mientras que a nosotros nos es presentado un mundo al que nos
enfrentamos desde la contingencia, teniendo la pesada carga de
tener que decidir entre lo justo y lo injusto.

A partir de la descripción de Hesíodo se observa, entonces, que


quienes pertenecen a las mejores generaciones permanecen bajo la
tierra y gozan de cierta dicha que la quinta estirpe no puede
encontrar, entre sus fatigosos trabajos y su permanente estado de
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corrupción. En definitiva, quienes estamos sobre la tierra somos los


menos aptos, mientras que los mejores se encuentran para siempre
en otros sitios (bajo la tierra, en una isla).

La edad de oro pasó desde el siglo VII a.C. a ser una expresión
común para designar a la abundancia y la felicidad, al tiempo que la
concepción de distintas edades (no ya las cinco que enunciara
Hesíodo, sino más bien agrupadas y resumidas en tres) se
incorporaron al imaginario clásico impregnando profundamente la
mentalidad del hombre antiguo. El oro como la plenitud, la plata
como el vigor, y el bronce o hierro la corrupción.

Esta fórmula es también muy similar a la aplicada por Georges


Dumézil (1971) a todo el mundo indoeuropeo y presenta como
imposición a una división de funciones entre lo sagrado, lo político y
lo productivo (la agricultura, la fecundidad), a la que se ven obligados
los últimos hombres, por no ser autosuficientes ni poder existir por
fuera de la contingencia. Las edades de oro y plata, sin embargo, no
desaparecen completamente de la escena de la vida. Ya en Hesíodo
hay indicios de cómo siguen operando a través de las riquezas que
proveen.

Los ejemplos de esta repetición del mito de las razas en otros poetas
griegos son múltiples, pero no es en eso en lo que quisiera
detenerme ahora. Al contrario, sí me parece muy importante
prestarle atención al modo en el que Platón se hizo eco de este mito.
Ya en el Gorgias (Platón, 1987: parágrafo 523 b-e), hay algunos
rudimentos de lo que luego será plasmado en la República (Platón,
1988) de manera más contundente, aunque presentado como una
noble mentira que debe ser dicha para persuadir a los ciudadanos de
que sólo los más virtuosos deben gobernar la polis. El relato
platónico comienza postulando la hermandad entre todos los
hombres y a su vez las diferencias entre ellos, a causa de portar en
sus cuerpos oro (si están llamados a gobernar), plata (a quienes se
desempeñarán como guardianes) o bronce y hierro (a los labradores
y artesanos). Si bien en este libro Platón se dedica casi con
exclusividad es las dos primeras clases, es muy claro que pretende, a
partir del mito, crear un sentido opuesto al que observa a su
alrededor, Platón esperaba que las mejores “monedas” fuesen las
que se utilizaran y no que quedasen atesoradas, fuera de la vida de la
polis, siendo reemplazadas en la acción por las de menor calidad. Esa
me parece una forma categórica de definir a la democracia ateniense
desde la perspectiva platónica: una polis en la que los mejores no
están a la vista, y los peores ocupan la esfera pública. Esta
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perspectiva recoge claramente el problema de la contingencia,


reflejada en la necesidad de un gobierno político para guiar las vidas
de los hombres. Frente a eso, Platón espera que los ciudadanos más
cercanos a los dioses, aquellos que están hechos de oro y son los
más virtuosos, dejen la pura contemplación de lo perfecto, regresen a
la caverna y convenzan al resto de la necesidad de ser gobernados
por ellos. Esto es, que no queden por fuera de la vida pública, sino
que se hagan visibles y se integren a la dinámica de la polis. Se ve
con firmeza, una vez más, cómo la en la obra de Platón hay un uso
claramente político de los mitos.

Esta visión tendrá también sus reverberaciones en la obra de


Aristófanes, quien claramente comparte una mirada crítica sobre la
democracia de la polis tardía y complementa (probablemente sin
habérselo propuesto) las ideas de Platón. En Las ranas, este
dramaturgo establece un sugerente paralelismo. Supone que las
diferencias que existen entre los buenos y los malos ciudadanos son
las mismas que entre las buenas y las malas monedas. Lo que
Aristófanes plantea es que las monedas mal acuñadas terminaron por
expulsar del uso y la circulación a las mejores. Simétricamente, el
Coro expresa que los buenos ciudadanos habían sido dejados de
lado, despreciados y ultrajados, mientras que los malos eran los que
se habían vuelto más visibles. En esta extensa pero clarificadora cita
se ve perfectamente lo recién expresado:

Muchas veces he tenido la impresión de que a esta ciudad le sucede lo


mismo con sus ciudadanos nobles y buenos que con las monedas antiguas
y el oro nuevo. Y es que no usamos en absoluto aquéllas, que no están
falsificadas, sino que, al parecer, son las más bellas de todas y las únicas
bien acuñadas y de valor contante y sonante en todo el mundo, igual entre
1
los griegos que entre los bárbaros, y sí estas otras, esa porquería de piezas
de bronce, acuñadas ayer o anteayer y que son del peor cuño. E igual
sucede con los ciudadanos, porque insultamos a todos cuantos sabemos
que son bien nacidos, sensatos, justos, buenos y nobles, educados en las
palestras, en los coros y en la música, y en cambio usamos para todo de
esas piezas de bronce, esos extranjeros, esos con cabezas de espigas
deformes, esa basura nacida de basura, esos recién llegados de los que en
otro tiempo probablemente nuestra ciudad no se habría servido sin tomar
precauciones, ni siquiera para usarlos como chivos expiatorios. Pero aún es
tiempo, insensatos, de que cambien su manera de ser y usen a los buenos,
porque se hablará bien de ustedes, si tienen éxito, y si fracasan habrá sido,
por lo menos, empleando una madera digna de confianza (Aristófanes
2013: versos 720-730).

1
Me he tomado la licencia de suavizar el término utilizado en el original.
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Lo que probablemente intentaba remarcar el autor con esta analogía


era la decadencia de la calidad de los ciudadanos en la democracia
radical que imperaba en Atenas durante el final del llamado período
clásico. Sin embargo, al hacerlo dejó un testimonio de la tendencia a
la forma que tomaba la acumulación de metálico, que también
caracterizó a los ciudadanos de ese momento histórico.

Con todo lo recién dicho queda delineada la forma general y algunos


de los avatares que el mito de las razas tuvo en Grecia. Pero el tema
ha trascendido ese escenario hasta nuestros días, a través de algunas
importantes mediaciones. La expresión romana del mismo relato se
encuentra en Ovidio, quien sólo describe cuatro edades en el libro I
de su célebre poema Las metamorfosis. Su mito es muy similar al de
Hesíodo, aunque omite la Edad de los Héroes. Además, en la Edad
de Hierro, postula la demarcación de las fronteras entre las naciones,
acompañada de guerras, codicia y falta de verdad.

Más tarde, la llegada del cristianismo imprimió también su marca en


el mito. Jerónimo de Estridón llevó adelante una datación de las
edades, asociándolas al tiempo lineal del monoteísmo y
pretendiendo ubicarlas en un pasado concreto, separándolas de la
opacidad de los mitos antiguos. Para él, la Edad de oro ocurrió entre
1710 y 1674 a. C., la Edad de Plata, entre 1674 y 1628 a. C., la de
bronce entre 1628 y 1472 a. C., la Edad de los Héroes entre los años
1460 y 1103 a. C. Y finalmente la Edad de Hierro desde el año 1103 a.
C. al menos hasta el siglo IV d. C., en el que vivió este religioso
(Jerónimo, C. 382). Por su parte, Dante Alighieri en La divina
comedia hace alusión a este mito en el canto XXVIII del Purgatorio,
donde se encuentra una expresa referencia a la Edad de oro como
momento glorioso en el que la tierra daba permanentemente frutos y
reinaba la felicidad.

Como se sabe, los mitos en la Antigüedad no eran otra cosa que un


método para explicar la realidad, a partir de relatos sobre los
orígenes de determinadas relaciones. Éstos estaban fuertemente
atados a los vaivenes políticos y es por eso que se pueden encontrar
siempre varias versiones de cada uno de los temas que atravesaban
la vida de los hombres. La convivencia entre el mito y el discurso
filosófico (el logos) fue por algún tiempo pacífica, hasta que,
alrededor del siglo V a. C., comenzaron a oírse opiniones peyorativas
a este tipo de explicaciones, en beneficio de la lógica más
especulativa de la filosofía. Sin embargo, la forma mítica siguió
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funcionando, tanto entre los ciudadanos menos ilustrados de Grecia,


como luego en toda la historia, bajo las más diversas mediaciones y
arbitrariedades2.

Al comenzar el proceso que conocemos como Modernidad, uno de


los aspectos que se impuso fue el de la idea de leyes naturales que
los hombres podían descubrir a través de la razón y la ciencia. Esta
creencia fue de enorme importancia para el desarrollo técnico y
tecnológico que la humanidad conoció desde el siglo XVI, lo cual no
quita que haya, incluso en el discurso científico más “duro”, una serie
de axiomas que son aceptados casi dogmáticamente y que recubren,
de forma sofisticada, mitos modernos que aún funcionan como
explicaciones del mundo en el que vivimos. La Ley de Gresham es
uno de esos casos.

Como se ha visto, esta “ley” ya operaba mucho antes de su


formulación formal. Sin embargo, fue hacia el fin de la Edad Media
que esta idea circuló con fuera, dado que en ese momento convivían
muchas formas monetarias diferentes. Tal es así, que los mercaderes
itinerantes hacían descuentos a quienes pagaran con monedas más
pesadas o de mejor calidad.

La expresión “Ley de Gresham” fue realmente creada por el


economista escocés Henry McLeod en 1858. Este economista
hablaba de monedas “superiores” e “inferiores”, lo cual muestra que
esta ley está vinculada a una concepción metalista del dinero. En su
interpretación moderna, la Ley de Gresham fue comprendida como
una aplicación al dinero de las leyes de la oferta y la demanda, es
decir, de las reglas del mercado como asignador eficiente y natural
de todos los bienes.

Si bien Thomas Gresham era un financista británico que no produjo


ningún desarrollo teórico (y cuyas formulaciones han llegado a
nosotros más bien gracias a la tradición) ya el momento histórico en
el que advirtió empíricamente que las personas preferían siempre
pagar con las monedas más defectuosas o con menor valor metálico
estaba teñido de ciertas ínfulas cientificistas que la Antigüedad había
desconocido. Si pensamos por un instante en René Descartes o en
Thomas Hobbes, veremos que el tipo de planteo más racionalista se
estaba imponiendo durante la Modernidad temprana. Pero incluso
yendo más atrás, en los debates tardomedievales podremos
encontrar en Guillermo de Ockham (en el siglo XIV) la utilización de la
2
Un autor de enorme utilidad para rastrear esta presencia mítica en el Medioevo y el Renacimiento es
Aby Warburg.
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“ley natural” como categoría explicativa del comportamiento humano


(Ockham, 1974).

El aporte de Gresham a la economía de su época fue significativo.


Gracias a su planteo, los primeros bancos y varios empresarios
modificaron algunas de sus prácticas con el fin de obtener más
ganancias, así como ciertos gobiernos llevaron adelante
devaluaciones que no involucraran la introducción de nuevos
metales. Schumpeter, en su célebre libro Historia del análisis
económico, plantea que la Ley de Gresham (explicada rápidamente
como que “la moneda mala expulsa a la buena”) fue probablemente
definida por su moderno autor en 1559 (Schumpeter, 1986: p. 324,
nota 4), año en el que fue llamado por la Reina Isabel (Elizabeth)
como consejero para las finanzas y las reformas monetarias. De todos
modos, muchos libros de economía contemporáneos reconocen en
Aristófanes un antecedente insoslayable para esta construcción.

El entusiasmo con el que, paulatinamente, pero por lo menos desde


el siglo XVI, políticos y pensadores tomaron esta ola de naturalismo
no podría explicarse fuera del contexto específico de la Modernidad.
Si el siglo XIX puede ser tomado como un momento de auge del
liberalismo, el siglo XVII constituye el golpe final a las tradicionales
relaciones feudales de dominación extraeconómica. Y fue durante
aquella transición que una nueva lectura acerca de qué es y cómo se
expresa la naturaleza hizo su entrada triunfal.

Durante la Modernidad, pasó a ser un lugar común (por su


aceptación casi absoluta) postular que las relaciones sociales,
interpersonales, políticas y económicas estaban determinadas por
designios de la naturaleza. Hay innúmeros ejemplos, tales como las
“leyes del mercado”, la “ley de la oferta y la demanda”3, la “ley de
hierro de los salarios” de David Ricardo (1821: cap. V), la “ley de la
población” de Thomas Malthus (1798), la “ley de los rendimientos
decrecientes” de Johann Heinrich von Thünen4 –entre otros– e incluso
Marx con su “ley general de la acumulación capitalista” (Marx, 2008:
libro I, cap. XXIII) o Freud con sus “leyes del inconsciente” Freud,
1900). Todas estas formalizaciones dan cuenta de la certeza que el
capitalismo avanzado tenía de la existencia de regularidades cuasi
mecánicas con mayor poder que cualquier regla jurídica o moral
sobre las decisiones personales o políticas. Como lo postula Carl
Polanyi, en esta época, “finalmente, la sociedad humana se había

3
Cfr., como posible origen del concepto, James Steuart (1885).
4
Allí hay una primera teorización sobre el aumento de las pérdidas en relación al aumento de la
extensión de las propiedades rurales, que luego se repetirá en varios autores.
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convertido en un accesorio del sistema económico” (Polanyi, 1944: p.


79), dentro del cual “las leyes del comercio eran las leyes de la
naturaleza y consecuentemente las leyes de Dios” (Polanyi, 1944: p.
122). Ahora bien, dado que la creencia en el gobierno de leyes
naturales sobre las actividades humanas es tan arbitraria como la
afirmación de que son guiadas por una voluntad divina (o
demoníaca), es importante para nosotros interpretar a estas ideas
como decisiones políticas, como acciones determinadas histórica e
ideológicamente.

Para finalizar estas breves palabras, sólo hace falta dejar brevemente
planteadas un par de cuestiones para seguirlas pensando (ojalá
juntos) y ver si nos conducen hacia algún lado.

En primer lugar, destacar la importancia del mito como forma de


explicación de la realidad que admitía ser modificada por la voluntad
(voluntad política, agregaría yo) de los poetas y las sociedades que
los contenían. Pero por otro lado, observar que la forma más lábil que
portaba la mitología, fue revestida en la Modernidad por un viso de
“Verdad” que ha tendido a calcificar y reificar ciertas concepciones
que sólo funcionan en contextos muy específicos.

Frente a ello, la pregunta por los mitos modernos debe


necesariamente reabrirse, sobre todo hoy, que las posibilidades de
vida de tantas personas se encuentran en condiciones tan o más
precarias que en momentos pre científicos de la humanidad.

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