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Dante G. Duero
En 1983 Heinz Wimmer y Joseph Perner diseñaron una prueba con la cual se
pretendió evaluar las competencias de niños pequeños, para atribuir estados
mentales a terceros: “el test de la falsa creencia”. En él, una golosina del
héroe de la historia, era transferida de uno a otro lugar sin que el personaje
lo supiera. Se evaluó a niños de edades de entre 3 y 6 años. Estos debían
inferir sobre adónde iría el protagonista a buscar la golosina transferida. Los
autores hallaron que muy pocos niños menores a cinco años llegaban a inferir
la creencia errónea del personaje: estos le adscribían a aquel su propia
creencia y en base a ella inferían su comportamiento. Por su parte, casi todos
los niños mayores respondieron satisfactoriamente a la prueba, evidenciando
así una clara comprensión acerca de cómo funcionan las creencias.
Wimmer y Perner (1983) creyeron que los niños menores eran incapaces
de representarse modelos alternativos del mundo, cuando uno de ellos
describía una situación real y el otro, incompatible con el primero, pretendía
representar la creencia falsa del protagonista. Sin embargo, otros estudios
mostraron que a esta edad y frente a otras situaciones (como por ejemplo
cuando debían decidir sobre si una situación se adecuaba o no a una
modelización) los pequeños eran capaces de manipular representaciones
contrarias del mundo. ¡La dificultad- pensaron- debía estar en comprender
que dos contenidos representacionales opuestos pudieran remitir,
simultáneamente, a una misma situación! (Perner, Leekam y Wimmer, 1987).
La teoría que se comenzaban a esbozar por aquel entonces daba por
supuesto que los sujetos de tres años carecían de la capacidad para
comprender las características representacionales de la mente.
En 1991 Josef Perner publica Comprender la mente representacional,
uno de sus libros clave. En él, el autor ofrece un modelo conciso y articulado
sobre los mecanismos que, según su parecer, posibilitarían la adscripción
mental. Para Perner, lo que posibilita una auténtica comprensión del mundo
mental es haber sido capaz de articular una Teoría Representacional de la
Mente (TRM). Esto supone tener cierta habilidad para representar la función
representacional, competencia gracias a la cual uno se vuelve capaz realizar
una evaluación semánticarespecto de los contenidos representacionales
(Perner, 1994; 1995).
La intencionalidad mental
Fue Franz Brentano (1874) quien propuso que los estados mentales
gozaban de una propiedad de la que por entero carecían los fenómenos del
mundo físico: la “inexistencia intencional”. Para Brentano nuestros procesos
mentales en su totalidad, se caracterizan por gozar de una propiedad que les
es privativa, la de ser sobre, apuntar a o versar acerca deobjetos que ni
siquiera existen.
A diferencia de Brentano, Perner afirma que sólo
poseen intencionalidad aquellos estados mentales expresables mediante
cierto tipo de oraciones, compuestas por al menos dos proposiciones, una de
ellas subordinada a la otra y que habitualmente conectadas entre sí por la
partícula “que” (como “Ana cree que Carlos está en Rumania”). Se ha dado a
estas oraciones el nombre de actitudes proposicionales. Las actitudes
proposicionales remiten a estados que poseen inexistencia intencional, tales
como los deseos y las creencias. Las emociones, los sentimientos y “otros
estados de nerviosismo", en tanto, carecerían de esta clase de propiedad.
Por otro lado, hay casos en los que además de diferenciar entre
referencia y sentido nos interesa indagar sobre el valor veritativo de una
determinada proposición. Esto es así debido a que suponemos que las
representaciones aluden, sino en todos en algunos casos, al mundo empírico.
La búsqueda de las condiciones de verdad de una proposición nos obliga
entonces a calcular el grado de concordancia existente
entre sentido y referencia.
Durante el segundo período evolutivo, que tendría lugar hacia los dos
años, aparecerían las “representaciones secundarias”. Mediante ellas el niño
consigue representarse situaciones hipotéticas o contrafácticas. A partir de
entonces puede reconstruir de forma voluntaria situaciones del pasado o bien
imaginar eventos completamente ficticios como ocurre durante el juego de
ficción.
Según Perner, un niño de esta edad puede fingir o simular. Sin embargo
no es capaz de comprender el acto simulado como tal. Por ello aunque puede
aceptar que alguien finja, pongamos por caso, que "una banana es un
teléfono", lo hará sin diferenciar lo simulado de la verdadera creencia del
agente. El niño simplemente aceptará que esa persona se conduce como
si la banana fuera un teléfono. Pero de esto no se sigue que distinga entre
quien simule tener una creencia de aquel que verdaderamente la tenga.
Perner propone un término que podríamos traducir aproximadamente
por simucreer[ii] para referir a esta concepción indiferenciada que tendría el
niño de tres años de lo que son los estados representacionales de las otras
personas.
Perner concluye que facultades para computar todo esto están ausentes
en el niño pequeño y que ello afecta a sus procesos de adscripción mental
tanto como sus desempeños frente a problemas de otra índole que también
requieren de la comprensión del mundo representacional.
Consideraciones sobre el uso del término metarrepresentación en la
obra de Perner
Según pienso la dificultad del niño podría responder antes que nada a
un déficit para inferir cómo o de qué modo el tipo y la cantidad de información
condiciona la conformación de nuestras representaciones de la realidad.
Parece claro que existe en el niño una habilidad temprana para inferir
cuando alguien ha accedido y cuando no a alguna información sobre una
situación. Algunos trabajos de Flavell (1988) sobre la toma de perspectiva,
indican que los chicos son por lo menos capaces de diferenciar entre cuando
una persona ha visto y cuando no una escena o una imagen. Además dan
muestras de comprender que para tener conocimiento sobre un
acontecimiento es preciso disponer de por lo menos alguna información
acerca del mismo. Pueden por ello inferir también que si alguien no dispone
de información respecto de una situación, carecerá de todo conocimiento
relativo a ella (Duero, 2005). Esto es algo que el mismo Perner reconoce
cuando, en la página 168 de su libro dice: “Los niños de tres años ya tienen
cierta idea del hecho de que el conocimiento y las actividades perceptivas,
sobre todo el ver, se dan conjuntamente. Cuando se les pregunta cuál de dos
personas (o muñecas), una que ha pirado dentro de una caja y la otra no,
"sabe" lo que hay en la caja, la mayoría de los niños de entre tres y cuatro
años optan por la persona que ha mirado” (Perner, 1994). Pero como dije
antes, aquí Perner prefiere sostener que la diferenciación que el niño hace es
de tipo instrumental.
Cabe decir al respecto que para Antonio Damasio (1994), la razón de ser
de nuestras emociones es que cumplen un rol en nuestros procesos de toma
de decisiones. De acuerdo con su tesis, existen modos automáticos y
primarios de llevar a cabo valoraciones sobre aspectos del mundo. Su
hipótesis es que el procesamiento de información emocional involucra una
forma de razonamiento en un sentido lato. Nuestros estados afectivos
(sensaciones y emociones) servirían como un marcador que nos permite
enfocar la atención en el resultado de una acción determinada. Funciona
como una señal de alarma automática.
La representación intencional
Por otro lado es de destacar que Brentano ofrece una división tripartita
de los fenómenos psíquicos intencionales. Distingue
entre representación, juicio y emoción, interés o amor. Por juicio entiende
el admitir algo (como verdadero) o rechazarlo (como falso). Llama, por su
parte, fenómenos del interés o del amor a aquellas experiencias emotivas por
lo común ligadas a una excitación física notable.
Para este último (Perner 1988; 1994, 1995; 2001) las creencias, los
contenidos representacionales y el mundo real simplemente parecen
“conectarse o asociarse” (véase Leslie, 2000). Perner explica la habilidad
para identificar diferentes estados mentales centrándose en la facultad para
reconocer las relaciones semánticas entre los contenidos de éstos y la
realidad. Lo que estoy intentando mostrar es que tal estrategia es insuficiente.
Por una parte la sola articulación de representaciones no basta para que
haya creencias. Por otro una interpretación fregeana del contenido
representado es insuficiente por sí misma para diferenciar una creencia de
otro tipo de estado mental representacional. Como ha remarcado en
innumerables oportunidades Leslie (1994, 2000) con esta última estrategia no
es posible, por ejemplo, diferenciar entre alguien que finge estar “cocinando
pasteles” (con arena) y alguien que cree hacerlo. En ambos casos y
siguiendo el argumento de Perner, la referencia sería la casuela con arena y
el sentido los contenidos mentales relativos a "pasteles". Lo que hace en
este caso la distinción entre uno y otro estado mental no es
una representación o un contenido proposicional ni tampoco sus relaciones
semánticas con el mundo (que se encontrarían en ambos casos alteradas)
sino la actitud que el agente en cuestión despliega hacia los mismos.
Creo en relación con esto que esta clase de resultados podrían ser
comprendidos recurriendo a explicaciones más parsimoniosas (algo que el
propio autor contempla), por ejemplo, mencionando los inconvenientes de los
niños para inhibir respuestas desencadenadas por situaciones con
elevada saliencia perceptual, como es una situación presente contrapuesta a
una pasada (Roth y Leslie, 1998), la reticencia a decir algo que no es cierto si
previamente el adulto no ha dado el visto bueno o la dificultad
pragmática para comprender con exactitud cuál es la respuesta que el adulto
espera recibir[v]. En otras palabras, lo que Perner podría estar demostrando es
que los niños pequeños tiene serias dificultades en pruebas que requieren de
habilidades para decir y recordar cosas que no son ciertas.
Respecto de esto último cabe además decir que aunque Perner parece
haber aceptado que problemas como el de la falsa creencia presentan un
nivel de complejidad mínima para su resolución, hay buenos indicios que
sugieren que esto podría no ser así; dichas tareas podrían exigir la presencia
de capacidades múltiples, diferentes de las mentalistas, todas ellas ausentes
en el niño pequeño (Bloom y Geman, 2000; Ozonoff, Roger y Pennington,
1991; Ozonoff, Pennington y Roger, 1991; Russell, 1996; 1997; Zelazo, Frye
y Tanja; 1996; Zelazo y Frye, 1997; Roth y Leslie, 1998; Duero, 2005; véase
también Perner, 1997; 2001 y Kain, y Perner 2005).
Conclusiones
He intentado ofrecer una síntesis del modelo evolutivo conocido como teoría
de la teoría. El mismo propone que los procesos de adscripción mental son
resultado de que contamos con una teoría, parecida a las teorías que
elaboran los científicos, sobre la naturaleza de esta clase de fenómenos. Uno
de los modelos más influyentes de la Teoría de la Teoría, desarrollado por
Perner, se conoce como TRM. En base a la TRM este autor intentó explicar
las habilidades para inferir creencias falsas en términos de competencias
metarrepresentacionales.
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creer erróneamente algo, comportamiento que no tienen, en cambio, cuando los
mismos sujetos dejan en claro que están tomando la situación a modo de chasco.