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Yllara Bettina Müsch

EL CÓDIGO DE LA DIOSA
Memorias de
María Magdalena

La importancia de lo Femenino Interno


Yllara Bettina Müsch

El Código de la Diosa
Memorias de María Magdalena
La importancia de lo Femenino Interno

ediciones vesica piscis


Copyright © 2013 Bettina Elisabeth Müsch
El Código de la Diosa
Copyright © 2013 Ediciones Vesica Piscis
Thomas Edison, 21
29170 Colmenar ÷ Malaga ÷ España
T y F: 0034 952 730 466
edito@vesicapiscis.eu ÷ www.vesicapiscis.eu
Portada: © Bettina Elisabeth Müsch

Todos los derechos reservados


ISBN: 978-84-15795-07-0

Toda reimpresión, reproducción y difusión de esta obra o de sus ilustraciones,


sea total o parcial,
realizada a través de fotocopias o medios magnéticos, así como su almacenamiento
o disposición en una base de datos o en Internet,
requiere de la ratificación firmada y por escrito de Ediciones Vesica Piscis.
Dedico este libro a siete queridas amigas y hermosas
hermanas del alma:
Ana Cuéllar, Cinta Farfán, Eugenia Orantes, María Palomares, Marie Muñoz, Matilde Capado y
Rosalie Poskin; y al espíritu femenino de la comunidad de Los Portales.
Con amor y agradecimiento por todos los pasos que hemos dado juntas,
Yllara.
Puliré mi belleza con los garfios del viento.
Seré tuya sin forma, hecha polvo de aire,
diluida en un cielo de planos invisibles.
Para ti quiero, amado, la posesión sin cuerpo,
el delirio gozoso de sentir que tu abrazo
solo ciñe rosales de pura eternidad.
Nunca podrás tenerme sin abrir tu deseo
sobre la desnudez que sella lo inefable,
ni encontrarás mis labios
mientras algo concreto enraíce tu amor...
¡Que tus manos inútiles acaricien estrellas!
No entorpezcan besándome la fuga de mi cuerpo.
¡Seré tuya en la piel hecha fuego de sol!

Ernestina de Champourcin: Amor


María Magdalena en nuestra
Historia

Si el presente libro fuese una pintura, la imagen plasmada sería el relato de


Maryam la Magdalena que, en cinco capítulos, narra su vida, las palabras de
la Diosa el marco que encuadra su relato, y este capítulo preliminar el lienzo
sobre el cual se pintó así como la perspectiva del artista, en este caso la mía.
Soy consciente de que este libro puede resultar provocador para muchas
personas, y liberador para otras muchas. Las reacciones a la historia aquí
relatada, de forma tan diferente a la habitual, no me pertenecen. Pero sí siento
que me corresponde aclarar con qué intención la he narrado. Al mismo tiempo
querría contextualizar el relato, que es producto tanto de la investigación como
de la inspiración, mi imaginación, intuición y acceso a los registros akáshicos.
Conozco la Biblia, he leído tanto los evangelios canónicos como los
apócrifos, y una bibliografía da fe de los libros que me acompañaron en el
camino.
Es importante señalar que los cuatro evangelios, según Mateo, Marcos, Lucas
y Juan, que constituyen el Nuevo Testamento de la Biblia, no fueron escritos
directamente por Dios, sino por personas inspiradas, los evangelistas, que
transmitieron por escrito y de forma creativa enseñanzas orales. La mayoría de
los exegetas concuerda en que sus autores no coincidieron con el Jesús
histórico, sino que relataron los hechos tal como habían llegado a ellos.
Hasta finales del siglo II, no se reconocieron los evangelios como textos
autorizados, ya que el canon judío constituía las únicas escrituras sagradas
auténticas. Fue en el primer concilio ecuménico, en Nicea en 325 d.C., cuando
estos cuatro evangelios fueron elegidos, de entre 270 evangelios escritos,
como dogma de fe de la Iglesia Cristiana.
Dicho concilio reunió a los líderes cristianos de Jerusalén, Roma, Alejandría,
Atenas y Antioquia, a los máximos representantes de otros cultos del Imperio
Romano, como a Júpiter, Apolo, Deméter, Isis y Osiris, junto al emperador
Constantino I, devoto del culto mitraico al Sol Invicto.
Constantino, quien se había proclamado Emperador de Roma en 312 d.C.,
aprobó primero el Edicto de Milán, que decretó la tolerancia religiosa y
concedió a la Iglesia cristiana la exención de la persecución que había sufrido,
así como la garantía de sus propiedades. A continuación, convocó el Concilio
de Nicea en el que se tomaron decisiones importantes, promulgadas como
artículos de fe, que han influido en la vida de millones de personas hasta hoy
en día.
Se prohibió que los sacerdotes, muchos de los cuales en aquella época estaban
casados, contrajesen matrimonio, se acordó una fecha común para celebrar la
pascua, y se reemplazó el sabbath judío como día santo de la semana por el
domingo, venerable día del sol. Otras tradiciones fueron incorporadas a la
doctrina cristiana, sobre todo procedentes del culto mitraico profesado por
Constantino, quien no se bautizó hasta hallarse en su lecho de muerte, como la
natividad en una cueva, la visita de los pastores y la resurrección de los
muertos. También se estableció el 25 de Diciembre como fecha de nacimiento
de Jesús, haciéndola coincidir con el último día de las festividades del Sol
Invicto, con las que se celebraba cada año el retorno de la luz tras el Solsticio
de invierno.
Entre los 270 evangelios disponibles, se eligieron los que más se adecuaban al
dogma promulgado, es decir, los cuatro evangelios según Mateo, Marcos,
Lucas y Juan que, hoy en día, se denominan evangelios canónicos y
constituyen el Nuevo Testamento. La posesión de cualquiera de los 266 textos
restantes o la divulgación de sus ideas y contenidos, se consideraban delito
capital, a la vez que se declararon heréticas aquellas sectas que discrepaban
del credo niceno.
La religión y el poder firmaron su pacto en el Concilio de Nicea, al establecer
el Emperador Constantino la unión entre la Iglesia y el estado. Lo hizo porque
vio la posibilidad de establecer un imperio acreditado por la religión, y el
provecho que sacaría de ello. Siendo el defensor del Sacro Imperio Romano,
legitimado por una Iglesia que él mismo había legalizado, pudo gobernar
sirviéndose del respaldo moral que le proporcionaba la religión.
Así nació la Santa Iglesia católica, para la cual la nueva unión entre religión y
estado, entre moral y poder, fue igualmente provechosa. Expandió sus
dominios y sus dogmas, creció en bienes y riquezas, y adquirió poder real
sobre la vida y muerte de los súbditos.
Los herejes sufrieron una brutal represión, de la que la matanza de los cátaros
y de los caballeros del Temple, así como la santa inquisición, con cientos de
miles de víctimas, dan un horrible testimonio. Y centenares de escrituras
fueron sistemáticamente destruidas y condenadas al olvido, por mandato de
quienes promulgaron un solo dogma para conservar el poder.
El hallazgo, sin embargo, de los Manuscritos de Nag Hammadi, en 1945 en
Egipto, supuso un punto de inflexión. Se encontraron 13 códices, todos ellos
traducciones al copto de textos originales griegos de los siglos II y III de
nuestra era, los papiros envueltos en cuero y enterrados en ánforas sellados.
Gracias a ellos pudimos recuperar los evangelios apócrifos, quiere decir los
no canónicos, perdidos y olvidados durante casi dos milenios. Se trata de
textos importantes, como los evangelios de la Natividad y de la Infancia de
Jesús, el evangelio de Pedro, cartas de Jesús, Poncio Pilato, Herodes y
Tiberio, y evangelios gnósticos trascendentales como el evangelio según
Felipe, el evangelio según Tomás, el evangelio según María Magdalena, el
evangelio de la Verdad, así como los Libros Secretos de Juan y de Santiago.
Para mí, fue un verdadero placer encontrar en ellos material que consolidaba
mi impresión de que la Iglesia católica nos había transmitido una imagen
distorsionada de las circunstancias familiares de Jesús , de la persona de
[1]

María Magdalena, y de la índole del lazo que hubo entre ella y él.
Los padres de la Iglesia difundieron de forma deliberada la teoría vejatoria de
que María Magdalena había sido la mujer pecadora del evangelio según
Lucas. Entre todos los evangelios, éste es el único que utiliza la palabra
[2]

pecadora en referencia a la mujer que ungió a Jesús. El hecho en sí, de que


una mujer le ungiera con un aceite precioso perfumado de nardo, es relatado
en todos los evangelios canónicos, lo cual indica que se trata de un
acontecimiento importante, pero sin que los evangelios según Mateo, Marcos
y Juan se refieran a ella como una pecadora.[3]

El evangelio según Juan nombra claramente a la mujer con el frasco de


alabastro, revelando que fue María de Betania, hermana de Marta y Lázaro,
quien confirió a Jesús el espléndido ungüento: “Seis días antes de la pascua
llegó Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, al que Jesús había resucitado de
entre los muertos. Allí le prepararon una cena: Marta servía, y Lázaro era uno
de los que estaba a la mesa con él. María, tomando una libra de perfume
auténtico de nardo, de mucho precio, ungió los pies de Jesús y se los enjugó
con los cabellos. La casa se llenó del aroma del perfume.”[4]

La identidad distorsionada de María Magdalena como prostituta fue


establecida por el papa Gregorio Magno, en un sermón que pronunció en el
siglo VI d.C. La injuria sobre su persona no fue reconocida hasta el año 1969,
cuando el papa Pablo VI declaró oficialmente que María Magdalena no debía
ser identificada con la mencionada mujer pecadora del Nuevo Testamento.
Juan Pablo II, finalmente, mostró respeto hacía una mujer largamente
despreciada, cuando se refirió a ella como la apóstol entre los apóstoles .[5]

Los evangelios canónicos evidencian el destacado papel de María Magdalena


entre los discípulos recitando su nombre, incluso por delante del de la Virgen
[6]

María, como primera de la lista de mujeres que acompañaban a Jesús . La [7]

identifican como persona que descubrió su resurrección y primera a la que se


[8]

le apareció , después de haber estado con los familiares de Jesús al pie de la


[9]

cruz.
[10]

Los evangelios apócrifos son aún más explícitos: “Pedro dijo a María:
»Hermana, sabemos que el Salvador te quería más que al resto de las
mujeres.«” - “Y la compañera del Salvador es María Magdalena. El
[11]

Salvador la amaba más que a todos los discípulos, y la besaba frecuentemente


en la boca.” [12]

En 2012, saltó la noticia de que se había encontrado el fragmento de un papiro,


escrito en copto entre los siglos II y IV de la era cristiana, en el que Jesús se
refiere explícitamente a María Magdalena como “mi esposa”. [13]

Hay pues, por un lado, bastante información a tener en cuenta. Por otro, existen
muy pocos datos históricos que se pudiesen verificar. Los evangelios incurren
en más de una contradicción, como cuando el evangelio según Mateo fija el
nacimiento de Jesús dos años antes de la muerte de Herodes el Grande,
mientras que el evangelio según Lucas afirma que Herodes había muerto
nueve años antes de nacer Jesús.
Cualquier intento de fijar las fechas es complicado en sí, debido a la reforma
calendaria promovida en el siglo VII por el papa Bonifacio IV para medir el
tiempo a partir del nacimiento de Jesús, en vez de seguir contando los años
desde la fundación de Roma (ab urbe condita), como hasta entonces había
sido habitual.
El año 754 a.u.c., año en el que según los cálculos del matemático Dionisio el
Exiguo había que fechar la natividad de Jesús, pasó a denominarse el año 1
del Señor (Anno Domini). Con el tiempo, los años anteriores al año 1 d.C.,
que al principio se seguían contando ab urbe condita, pasaron a nombrarse
años antes de Cristo (a.C.). Esto dio lugar a mucha confusión. Es sabido,
además, que la Iglesia se equivocó por probablemente siete años, o sea, Jesús
nació en 747 a.u.c. ó 7 a.C.
[1]
Hasta los evangelios canónicos mencionan el hecho de que Jesús fue hijo de unos padres con más
descendencia, o sea, que tuvo hermanos y hermanas: “Concluidas todas estas parábolas, Jesús se fue de
allí. Y, llegado a su tierra, les enseñaba en la sinagoga, de modo que se quedaron sorprendidos y decían:
¿Pero de dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se
llama su madre María, y sus hermanos Santiago y José, Simón y Judas? ¿No viven entre nosotros todas
sus hermanas?” Mateo 13:53-56.- “¿No es éste el carpintero, el hijo de María, y hermano de Santiago y
de José, de Judas y de Simón? ¿Y no viven sus hermanas aquí entre nosotros?” Marcos 6:3.- Todas mis
citas del Nuevo Testamento proceden de la Biblia editada por Herder (2003), aprobada por la
Conferencia Episcopal Española.
[2]
“Cierto fariseo le invitó a comer. Entró, pues, Jesús en la casa del fariseo y se puso a la mesa. Y en
esto, una mujer pecadora que había en la ciudad, al saber que él estaba comiendo en la casa del fariseo,
llevó consigo un frasco de alabastro lleno de perfume, y, poniéndose detrás de él, a sus pies, y llorando,
comenzó a bañárselo con lágrimas y con sus propios cabellos se los iba secando; luego los besaba y los
ungía con el perfume. Viendo esto el fariseo que lo había invitado, se decía para sí: »Si éste fuera profeta,
sabría quién y qué clase de mujer es ésta que le está tocando: ¡Es una pecadora!«” Lucas 7:36-39.
[3]
“Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, se le acercó una mujer con un frasco de
alabastro, lleno de perfume de mucho valor, y se lo derramó en la cabeza mientras él estaba en la mesa.”
Mateo 26:6-7.- “Hallándose él en Betania, en casa de Simón el leproso, mientras estaba a la mesa, vino
una mujer con un frasco de alabastro lleno de perfume de nardo auténtico muy caro; rompió el frasco y le
derramó el perfume sobre la cabeza.” Marcos 14:3.
[4]
Juan 12:1-3.- Como se puede apreciar en las dos citas de la anterior nota al pie de página, Mateo y
Marcos indican, al igual que Juan, que dicho suceso ocurrió en Betania.
[5]
En su Carta Apostólica de 1988.
[6]
Véase Lucas 10:38-42.
[7]
Véase Lucas 8:1-3.
[8]
Véase Juan 20:1-2.- Mateo 38:1-8.- Marcos 16:1-8.- Lucas 24:1-10.
[9]
Véase Juan 20:14-18.- Mateo 38:9-10.
[10]
Véase Juan 19:25.- Mateo 27:55-56.
[11]
Evangelio según María P.10.- Todas las citas de los evangelios apócrifos son tomadas de Todos los
Evangelios, Traducción íntegra de las lenguas originales de todos los textos evangélicos
conocido,. Canónicos y Apócrifos, Edición de Antonio Piñero, EDAF 2010.
[12]
Evangelio según Felipe 55b.
[13]
Véase http://www.hds.harvard.edu/sites/hds.harvard.edu/files/attachments/faculty-research/research-
projects/the-gospel-of-jesuss-wife/29813/King_JesusSaidToThem_draft_0917.pdf
Aparte de las abundantes referencias a María Magdalena tanto en los
evangelios canónicos como apócrifos, hay leyendas y mitos que dan testimonio
de su relevancia, así como numerosos cuadros de artistas de la talla de
Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Raphael, Tiziano, Caravaggio, El Greco o
Rubens, que retratan a María Magdalena como a una mujer importante, bella y
sexual.
De hecho, su sobrenombre Magdalena, que muchos creen alude a Magdala
como su supuesta ciudad natal, en hebreo significa fortaleza de Dios o torre
de Dios. En la tradición cabalística, se la relaciona con el arcano número 16
del Tarot, La Casa de Dios, que refleja un impulso espiritual sin límites hacia
la libertad, rompiendo estructuras y limitaciones, para poder realizarse y crear
una nueva realidad.
Es conocido que en el cristianismo gnóstico, perseguido por Constantino y la
Iglesia, las mujeres ocupaban posiciones destacadas, predicaban e impartían
la comunión. María Magdalena fue, ya en vida, objeto de envidia por parte de
otros discípulos, principalmente de Pedro que, después de la muerte de Jesús,
la quiso excluir: “Simón Pedro les dijo: »Que María salga de entre nosotros,
pues las mujeres no son dignas de vida.«” [1]

En otra ocasión, cuando Pedro se enoja con María y pregunta “¿La habrá
preferido a nosotros?” , Leví respondió y dijo a Pedro: “Pedro, desde
[2]

siempre has sido colérico. Ahora te veo ejercitándote contra la mujer, al modo
en que lo hacen los adversarios. Si el Salvador la ha hecho digna, ¿quién eres
tú para rechazarla? Con seguridad el Salvador la conoce bien; por esto la amó
más que a nosotros. Más bien avergoncémonos y (…) proclamemos el
evangelio sin establecer otra regla ni otra ley que la pronunciada por el
Salvador.”[3]

Es evidente que, a largo plazo, Pedro consiguió su objetivo. El postulado de


que Pedro muriera martirizado en Roma, afirmación que nunca se ha podido
corroborar de forma fehaciente, sirvió como fundamento para la doctrina de la
sucesión apostólica, o sea, deriva y legitima hasta hoy en día el poder y la
autoridad de los obispos de Roma y la estructura jerárquica masculina de la
Iglesia.
¿Qué fue de María Magdalena? Si ella fue María de Betania, hermana de
Lázaro y de Marta, entonces perteneció por parte de padre a la dinastía de
Benjamín, y su madre fue la princesa asmonea Eucaria , que procedía de la
[4]

estirpe soberana de la Reina Viuda Salomé Alejandra, la última de los


asmoneos que gobernaron Israel.
Sus dos hijos se enzarzaron en una lucha enconada por asumir los cargos de
Rey y Sumo Sacerdote que desembocó en una guerra civil, a la que el general
Pompeyo Magno puso fin, convirtiendo Israel, en el siglo I antes de Cristo, en
Reino tributario de Roma, con Herodes el Grande como Rey de los judíos, en
calidad de vasallo de Roma.
¿Fue María Magdalena una princesa de linaje real? ¿Fue esta la razón por la
que ella ungió a Jesús con el aceite de nardo? En la tradición de Canaán,
siempre era la heredera o sacerdotisa real la que celebraba, en representación
de la Diosa, la unión sagrada con el Rey consorte.
¿Convirtió María Magdalena a Jesús en el mesías que se sacrificaría para que
el pueblo se pudiese regenerar? De hecho, la palabra cristo es una traducción
griega del nombre hebreo mesías que significa el ungido, un término
comúnmente usado en la antigüedad para profetas, patriarcas y reyes
[5]
teocráticos.
El evangelio según Marcos revela que Jesús era consciente de que la
ceremonia implicaba “ungir mi cuerpo para la sepultura” . En el mismo
[6]

contexto, Jesús enfatiza no sólo la importancia del acto en sí, sino también el
papel destacado de la mujer que le ungió: “Os lo aseguro: dondequiera que se
predique el evangelio por todo el mundo, se hablará también, para recuerdo
suyo, de lo que ella ha hecho.”
[7]

¿Fueron las bodas de Caná las bodas de María Magdalena y Jesús, que
expresamente es llamado novio en el evangelio según Juan, y durante las
cuales su madre María actuó como madrina? [8]

¿Estuvo María Magdalena embarazada cuando Jesús murió en la cruz, tal


como sugiere el retablo que se puede contemplar en una de las capillas del
Monasterio de Santes Creus, en la provincia de Tarragona? En uno de los
[9]

íconos de dicho retablo, hay una pintura que muestra a María Magdalena en el
momento de la crucifixión, con el cabello suelto, un pañuelo en la mano y
enjugándose las lágrimas, completamente desolada e inequívocamente
embarazada, con el vientre abultado y los senos hinchados.
¿Tuvo María Magdalena hijos con Jesús? Otro ícono del mismo retablo retrata
a María Magdalena con un niño en brazos y otro, de la misma edad, cogido de
la mano. También el altar mayor de la Iglesia de Rennes Le Château, en el Sur
de Francia, es enmarcado por dos grandes figuras, una masculina y otra
femenina, que ambas portan un niño en brazos. [10]

Hay una tradición que coloca a María Magdalena junto a la Virgen María y el
apóstol Juan en Éfeso. Otra cree probable que María Magdalena se dirigiera,
quizás con la ayuda de José de Arimatea, primero a Egipto y, luego, a Francia.
De hecho, se recuerda a María Magdalena en localidades francesas como
Saintes Maries de la Mer, Marsella, Arles o Aix-en-Provence.
[11]

La hipótesis de que viviera y predicara en Francia, se ve respaldada por un


retablo que se halla en la Catedral de Girona y cuyos íconos, todo dedicados
a María Magdalena, la muestran desembarcando en la costa francesa, con un
niño en brazos y siendo recibida por los Reyes galos que se postran ante ella.
[12]

Estas pinturas resaltan la importancia y elevada posición de María Magdalena,


y apoyan la teoría de la descendencia de Jesús, que también se ha llegado a
denominar estirpe del grial. [13]

¿Qué fue de estos hijos? Hay un documental, The Lost Tumb of Jesus, del
oscarizado James Cameron que, basándose en la investigación de arqueólogos,
especialistas en genética y otros expertos, muestra el hallazgo de unos
sepulcros, encontrados en una cueva de más de dos mil años de antigüedad en
un suburbio de Jerusalén. Algunas de las diez tumbas encontradas, tienen
grabado el nombre del difunto. Entre ellos, María, madre de Jesús, José,
hermano de Jesús, y Judah, hijo de Jesús.
[14]

¿Fue Judah hijo de Jesús y María Magdalena y murió, quizás, de niño, antes de
que ella partiera hacia las costas galas? En el citado retablo del Monasterio
de Santes Creus, se ve a María Magdalena con un solo niño en brazos que, en
realidad, es hembra, como revela una estatua ubicada en la misma catedral que
retrata a María Magdalena, con su característica cabellera rojiza, dando el
pecho a una niña.[15]
Hay un festival interesante que se celebra cada mes de mayo en la localidad
francesa de Saintes Maries de la Mer, en honor a María Magdalena y a Sarah
la Egipcia. ¿Es Sarah el nombre que dio María Magdalena a su hija y que, en
hebreo, significa princesa? El sobrenombre egipcia, puede que aluda al hecho
de haber nacido en Egipto y en la clandestinidad.
Según la leyenda, los descendientes de Sarah entroncaron con la casa real de
los merovingios, que se convirtió en la primera dinastía que gobernó Francia
tras la caída del Imperio Romano. [16]

Curiosamente, bautizaron a varias ciudades con nombres como Troyes o París,


que hacen referencia a Troya, donde gran parte de la familia de María
Magdalena por parte paterna vivía en la diáspora.
Otro dato interesante es la incorporación del símbolo de la abeja que, más
adelante, derivó en la flor de lis como emblema de la realeza francesa. La
abeja no sólo destaca la importancia de una Reina a cuyo servicio se
consagraban los que la reconocían como tal, sino que hace referencia también,
por la similitud de la composición entre la sangre humana y la miel, a la
realeza del ser humano y de la sangre que corre por sus venas. En el caso del
rey Childerico I, fundador de la dinastía merovingia, se encontraron unas 300
abejas de oro en su tumba.
Hay otras leyendas que narran como José de Arimatea llegó a Glastonbury, en
Inglaterra, donde plantó un espino y fundó, con el consentimiento de los
druidas, la primera comunidad cristiana, llevando consigo la copa que
contenía la sangre de Cristo. Es decir, se relaciona a María Magdalena, cuyo
vientre perpetuó la sangre y el linaje de Jesús, también con Glastonbury,
antaño la mítica isla de Avalon, y lugar por excelencia donde los celtas
rendían culto a la Diosa.
Todavía hoy en día, el espino sagrado sigue ahí, y se pueden visitar una
pequeña ermita dedicada a María Magdalena, Saint Margaret’s Chapel, así
como el Chalice Well, un jardín de exquisita belleza y paz con su pozo del
cáliz cuya tapa está adornada con una vesica piscis, símbolo de la geometría
sagrada que representa el perfecto equilibrio entre dos fuerzas iguales, como
la primorosa compenetración entre cielo y tierra, espíritu y materia, y de lo
femenino y masculino eternos. [17]

Por otro, hay un culto interesante a la virgen negra, procedente de la tradición


gnóstica, y una cantidad asombrosa de vírgenes negras en el mundo, como la
Virgen del Pilar, patrona de España, la Virgen de Montserrat, patrona de
Cataluña, la Virgen de Lluc en Mallorca, la Virgen Negra de Toulouse en
Francia, la Virgen de Guadalupe en México, Nuestra Señora de los Ángeles
en Costa Rica o Nuestra Señora Aparecida en Brasil. ¿Está vinculado este
culto con una devoción clandestina a María Magdalena o a su hija Sarah,
aludiendo quizás también a la morena del Cantar de los cantares: “Soy
morena, pero hermosa, (…)?” [18]

Muchas imágenes de vírgenes negras, algunas de ellas procedentes de las


cruzadas, se encuentran cerca de enclaves templarios, y fue justo en los siglos
XII y XIII, época en la que los Caballeros del Temple adquirieron poder,
cuando floreció el culto a la virgen negra y cuando los trovadores cantaban la
alabanza del amor cortés, elogiando lo Femenino Sagrado.
Mucho se ha escrito sobre una posible misión secreta de los templarios como
brazo armado del Priorato de Sión, una orden fundada en el siglo XI sobre la
abadía de Nôtre Dame du Mont Sión en Jerusalén que, supuestamente, quiso
implantar un nuevo orden mundial, suplantando la Iglesia católica por una
profesión de fe distinta, después de revelar El secreto del Grial y sacar a la
luz la descendencia de Jesús y María Magdalena.
Siempre se ha sospechado que éstas y otras órdenes semi secretas custodiasen
documentos importantes y, quizás, objetos como el sarcófago de María
Magdalena o el mítico grial.
Chretien de Troyes, en el siglo XII, fue el primer autor en escribir una novela
sobre el grial. La historia gira alrededor de Percival que abandona a su madre
para hacerse caballero. Un día, al pasar por el bosque y querer cruzar un río,
se encuentra con el Rey Pescador, un hombre en una barca y con una herida
que no sana, que le ofrece ayuda y le invita a su castillo, donde es servida una
magnífica cena.
Entre un plato y otro, desfila y vuelve a desfilar una procesión entre la que se
encuentran tanto un paje que exhibe una lanza de la cual brota sangre, como
una doncella que sobre una bandeja de plata porta un magnífico cáliz de oro
que deslumbra a los comensales, y a cuyo paso los platos se llenan de
exquisitos manjares.
Percival, que se abstiene de hacer preguntas, descubre cuando se despierta a
la mañana siguiente, que el castillo está vacío e, incluso, se desvanece al
cruzar el puente levadizo. Deduce que la herida que tiene el Rey fue causada
por la lanza, se traduce en un Reino baldío, y que sólo el grial puede curar y
restablecer a ambos.
Desde entonces, se sigue buscando el grial, la misteriosa copa capaz de sanar
y regenerar el mundo, un símbolo de la Diosa que alude al sexo femenino, la
vagina y el útero, y su capacidad de acoger, gestar y renovar, mientras que la
lanza es un símbolo del principio y sexo masculinos, haciendo referencia a la
virilidad del pene erecto y su capacidad de conquistar.
En la leyenda, se busca el grial y no la lanza porque, desde hace milenios, hay
un desequilibrio entre las dos energías, la femenina y la masculina, y las
cualidades que representan, tanto en nuestra psique como en el planeta. Como
Percival abandonó a su madre, los seres humanos dimos la espalda a la Diosa.
Nos aventuramos a explorar la energía masculina y los principios del
hemisferio izquierdo, hasta el punto de quedarnos huérfanos de madre.
Necesitamos el cálido abrazo de la energía femenina para regenerarnos y
sanarnos.
Desde que en el 4º milenio a.C. surgieron las primeras civilizaciones de
nuestra era, con sus centros de poder primero en Egipto y, luego, en Grecia y
Roma, el mundo ha sido regido por estructuras jerárquicas masculinas, tanto
en lo secular como en lo eclesiástico.
Las tres grandes religiones monoteístas, el judaísmo, el cristianismo y el
Islam, con Abraham como antepasado común, son instituciones patriarcales
[19]

que han ofrecido una legitimación moral a una élite de poder secular
masculino que, a cambio, ha autorizado y protegido estas religiones
monoteístas, con un Dios patriarcal como cabeza visible, a la vez que el
elemento femenino de lo Divino ha ido cayendo en el olvido.
Necesitamos remontarnos más de cinco mil años en el tiempo, antes de que el
Dios de Israel proclamase desde el Monte Sinaí sus mandamientos y de que
Zeus gobernase la Tierra con sus rayos desde el Monte Olimpo, cuando hubo,
entre el 7º y 4º milenio antes de la era cristiana, civilizaciones florecientes
que no tuvieron estructuras patriarcales.
Yacimientos arqueológicos dan fe de ellas, y el Antiguo Testamento describe
una en concreto como tierra abundante y agrícola: Canaán, la tierra prometida
de leche y de miel , situada en Oriente Próximo, entre el mar Mediterráneo y
[20]

el rió Jordán. Sus gentes vivían de forma pacífica, sin fortificaciones ni armas
de ataque. Cultivaban cereales y criaban animales domésticos, amaban el arte
y crearon artesanía, hubo comercio y comunicación. Y rendían culto a la
Diosa, venerando el principio femenino de gestar y nutrir la vida, su ternura,
belleza, creatividad y abundancia.
Estas comunidades, de repente, se vieron invadidas por guerreros armados que
sometieron sin dificultad a aquella gente pacífica, con sus territorios sin
murallas, y empezaron a organizar la sociedad de forma jerárquica y
patriarcal. La Biblia relata como el pueblo de Israel, después de vagar durante
una generación por el desierto, invadió la tierra de Canaán, iniciando una
guerra contra un pueblo que no había cometido ningún acto hostil, para
repartirse las tierras conquistadas. [21]

Un Dios patriarcal suplantó a la Diosa. Astarot, Diosa del amor y de la


belleza, de la fertilidad y de la sensualidad, madre de todos los Dioses del
panteón cananeo, fue escarnecida como objeto lascivo de abominables cultos
carnales. Lo mismo les ocurrió a la Diosa babilonia Ishtar y la sumeria Inanna.
[1]
Evangelio según Tomás 114.
[2]
Evangelio según María P.18.
[3]
Ibíd.
[4]
La dinastía de los asmoneos fue fundada como sucesora de la casa de los macabeos, una de los doce
tribus de Israel.
[5]
Como, por ejemplo, para el Rey Salomón que fue ungido por David.
[6]
Evangelio según Marcos 14:8.
[7]
Evangelio según Marcos 14:9.
[8]
Jesús, expresamente, es llamado novio: “Y como llegó a faltar vino, la madre de Jesús le dice a éste:
«No tienen vino.» (...) Díceles Jesús: «Llenad estas tinajas de agua.» (…) Así lo hicieron. Cuando el jefe
de los camareros probó el agua convertida en vino, (…) llama al novio y le dice: (…).”Evangelio según
Juan 2:3-10.
[9]
Véase http://www.youtube.com/watch?v=rLyliOG5KpA y José Luis Giménez Rodríguez: El Legado de
María Magdalena, PNL Books 2010.- También José Luis Giménez Rodríguez: El Triunfo de María
Magdalena, Jaque mate a la Inquisición, Ediciones Corona Borealis 2007.
[10]
Ibíd.- Véase también http://www.jlgimenez.es/lugares_favoritos/Paises_cataros/rennes.htm
[11]
El nombre de esta localidad en época romana fue Oppidum Priscum Ra (la antigua fortaleza de Ra).
[12]
Véase http://www.youtube.com/watch?v=rqIHwxhdsq8 y los citados libros de José Luis Giménez
Rodríguez.
[13]
Véase Marilyn Hopkins, Graham Simmans y Tim Wallace-Murphy: Los hijos secretos del Grial, Una
conspiración de siglos alrededor de un linaje sagrado, Ediciones Martínez Roca 2001.- Laurence
Gardner: La Estirpe del Santo Grial, La explosiva historia de la clonación genética y el antiguo
linaje de Jesús, Ediciones Martínez Roca 2007.- Michael Baignet, Richard Leigh y Henry Lincoln: El
Enigma Sagrado, El Santo Grial, La Orden de Sión, Los Templarios, Los Francmasones, Los
Cátaros, Jesucristo, Ediciones Martínez Roca 2009.
[14]
Véase http://www.youtube.com/watch?v=2ElsUJLzWp8
[15]
Véase los citados libros de José Luis Giménez Rodríguez.
[16]
Véase los citados libros de Marilyn Hopkins, Graham Simmans, Tim Wallace-Murphy, de Laurence
Gardner, y de Michael Baignet, Richard Leigh, Henry Lincoln.
[17]
El pez fue también el símbolo que usaban los cristianos para identificarse entre ellos, a la vez que el
nacimiento del cristianismo coincide con el comienzo de la era de Piscis.
[18]
Cantar de los cantares 1:5.
[19]
Isaac, el hijo que tuvo Abraham con su esposa Sara, junto a su nieto Jacob, establecieron el judaísmo.
Jesús y el cristianismo pertenecen a su linaje. El profeta Mahoma por su parte, quien fundó el Islam, fue
descendiente de otro hijo de Abraham, Ismael, que éste había tenido con su esclava Agar.
[20]
“Ahora Yahveh, tu Dios, te conduce hacia una tierra buena, tierra de torrentes de agua, tierra de trigo,
cebada, de viñedos, de higueras y de granados, tierra de olivares, de aceite y de miel.” Deuteronomio
8:7-8.
[21]
“Cuando Yahveh, tu Dios, te haya introducido en la tierra que vas a entrar para tomar posesión de ella
y haya arrojado delante de ti a muchas naciones (…), te las haya entregado y tú las hayas derrotado, las
darás al anatema. No pactarás alianza con ellas ni les tendrás compasión. (…), así os comportaréis con
ellas: demoleréis sus altares, romperéis sus estelas, talaréis a sus bosques sagrados y prenderéis fuego a
sus ídolos.” Deuteronomio 7:1-5.
Se empezó a considerar impuro el concepto del hieros gamos o unión sagrada
entre lo Femenino y Masculino Divinos, así como los distinto ritos que
derivaron de esta concepción hierogamática, como la prostitución sagrada en
los templos de Babilonia, la fiesta de Beltane celebrada por los druidas, o la
unión ritual de un Rey con una alta sacerdotisa que representaba a la Diosa. [1]

Debido a uno de los primeros mandamientos del Antiguo Testamento , la [2]

Iglesia cristiana prohibió también durante mucho tiempo el arte figurativo,


impidiendo de esta forma que se pudiese ver y apreciar la belleza, otro
atributo de la Diosa, de modo que la consciencia de lo bello que se podía
admirar y de la belleza que hay en los ojos de quienes la contemplan, se fue
empobreciendo.
Los principios femeninos de lo Divino se dejaron de venerar, hasta llegar al
extremo de concebir todo lo relacionado con la feminidad como algo
pecaminoso, sucio e inferior. Durante siglos, el ciclo menstrual femenino ha
generado desprecio y repugnancia, siendo considerado un signo de pecado. Se
ha asociado a tabúes y una visión negativa de la mujer como inestable e
irracional.
[1]
Sin embargo, la noción del sexo sagrado, se reflejan incluso en la Biblia, cuando en el Cantar de los
cantares se elogia el amor carnal: “¡Qué me bese con besos de su boca! Mejores son que el vino tus
amores: más suave el olor de tus perfumes, tu nombre como bálsamo fragante. Y de ti se enamoran las
doncellas. Llévame contigo corriendo, Introdúceme, rey mío, en tu aposento; Gocemos juntos, disfrutemos,
celebrando tu amor, mejor que el vino. ¡Con razón se enamoran!” Cantar de los cantares 1:1-4.
[2]
“Yo soy tu Dios. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de
cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra. No te inclinarás á ellas, ni las honrarás.”
Deuteronomio 5:6-8.
La denigración a la que la feminidad se ha visto sometida, ha desencadenado
en muchas mujeres miedo a sus propios procesos naturales, y ha favorecido la
medicalización de menstruación, parto y menopausia, así como una
preocupante sumisión a la cirugía estética, en un intento de no envejecer con
los años y mantener una imagen socialmente aceptada.
Sin embargo, el reprimido carácter sagrado de lo femenino ha sobrevivido en
nuestra psique y el inconsciente colectivo. Sus ecos resuenan en leyendas
como la del grial, en cuentos infantiles como Blancanieves, en películas de
Disney como La Sirenita, y también en el culto mariano.
María es la figura más pintada y esculpida del mundo, patrona de
innumerables iglesias, basílicas, santuarios, ciudades y países. Hay fiestas y
plegarias dedicadas a ella como la Asunción, el Avemaría, Nuestra Señora de
Fátima, de Lourdes, Guadalupe, y otras muchas más. Es la mujer más venerada
de todas, a la que millones de creyentes siguen rogando que les ampare y acoja
bajo su protección y auxilio maternales.
La gran estima que se le tiene, deriva de su condición como Santa Madre de
Dios: “¡Bienaventurado el seno que te llevó y los pechos que te criaron!” Es
[1]

decir, la adoración a María como Reina del Cielo se basa en su condición de


dadora de la vida, el mismo motivo por el que, antaño, se veneraba a la Diosa.
[1]
Lucas 11:27.
La Iglesia ha querido desligar a María de tales connotaciones proclamando el
dogma de la Inmaculada Concepción, insistiendo en la perpetua virginidad de
[1]

María, antes, durante y después de dar a luz a Jesucristo, aunque esta doctrina
no es mencionada en la Biblia.
Al exaltar la pureza de la Virgen por encima de su Divina Maternidad, los
padres de la Iglesia lograron contraponer la figura asexual de María a la figura
de la mujer sexual, presente tanto en Eva, acusada de la caída del género
humano, como en María Magdalena, difamada como prostituta.
El patriarcado limitó las posibilidades de una mujer de estar en el mundo y de
formar parte de la sociedad a unos bien definidos modelos de rol. En un polo,
la hija virginal, esposa devota, madre abnegada o monja casta, en el otro, la
amante, cortesana, prostituta, hechicera o bruja como mujer lujuriosa, de poca
moral y peligrosa.
La castidad de la mujer se convirtió en una virtud, hasta el punto de controlar
la expresión sexual de su placer, al mismo tiempo que se forzó su maternidad y
que, desde una doble moral de restricción para las mujeres y libertad para los
hombres, se establecieron la pornografía y la prostitución como juguetes
masculinos.
Durante siglos, la mujer ha ocupado un lugar inferior al hombre, hasta el punto
de cuestionar que tuviera alma. Se la privó de tener patrimonio y una
educación, confinándola al ámbito privado y mundo doméstico, donde las
mujeres han estado comparándose y compitiendo entre ellas, con orgullo,
envidia y celos, ansiosas de ocupar un destacado lugar dentro de la segunda
clase que representaron durante tanto tiempo.
Hoy en día, las mujeres compiten con los hombres por un lugar en un mundo
que, por mucha igualdad de derechos que haya, sigue regido por valores
masculinos y donde muchas mujeres tienen que renunciar a su feminidad y
disfrazarse de hombre para ser aceptadas.
Las experiencias denigrantes y traumáticas que vivieron las mujeres a lo largo
de los siglos, son memorias vivas en el inconsciente colectivo. Condicionan
en nuestra psique la expresión auténtica de la feminidad de la mujer y de la
parte femenina de todo hombre.
Liberarse de los juicios, identificaciones, limitaciones y juegos de rol
conocidos, constituye todo un reto para las mujeres. Es un desafío también
para los hombres redefinir su concepción de lo femenino, y una tarea
pendiente para todos nosotros relacionarnos con respeto, honrando tanto
nuestro masculino como femenino internos.
¿Cuáles son las cualidades que aporta el reprimido elemento femenino, la
parte Yin del Tao? El presente libro quiere dar respuestas a esta pregunta por
boca tanto de la Diosa como de María Magdalena, que relata su vida en forma
de diario.
Ella es una mujer que me ha fascinado desde mi infancia. Considero que no se
le ha hecho justicia, ni por parte de la Iglesia que la difamó durante siglos
como prostituta, ni por parte de aquellos autores que la enaltecen ahora como
esposa de Jesucristo y madre de su descendencia. Es encasillar en un extremo
u otro de un paradigma antiguo a una mujer cuya experiencia, visión y misión
fueron extraordinarias.
Lo que la Iglesia me transmitió sobre ella, nunca concordó con lo que yo
percibía cuando conectaba con su energía. Experimenté una intensa sensación
de cercanía a María Magdalena cuando viajé, a los 18 años, por las regiones
del Languedoc, de la Camarga y Provenza, visitando Toulouse, Marsella, Aix-
en-Provence y Arles. Sobre todo, sentí su presencia al entrar en la catedral de
Vézelay, en Borgoña, donde un monje me explicó que la abadía era el lugar
donde se creía que María Magdalena estaba enterrada, habiendo
peregrinaciones a su sepulcro desde el siglo X.
Empecé a interesarme por ella y lo Femenino Sagrado, dedicando una parte de
mi licenciatura a la poesía medieval de los trovadores y su alabanza del amor
cortés, y me quedé impregnada por la deliciosa energía femenina de Avalon
cuando, años más tarde, visité por primera vez Glastonbury, en el condado de
Somerset en Inglaterra, donde se respira la presencia de las Damas de Avalon,
de María Magdalena y de la Diosa.
A lo largo de los años, he leído multitud de libros tanto sobre María
Magdalena como sobre la historia de las religiones, el papel de la mujer,
filosofía, psicología y metafísica, a la vez que me formé en distintas técnicas
para la salud holística, entre ellas la terapia regresiva que facilita el acceso a
los archivos akáshicos.
En ellos se registran todas nuestras vidas, como si fuese una inmensa
biblioteca, sólo que ésta no existe de forma tangible y física, sino en un plano
vibracional al que se accede sintonizando nuestras ondas cerebrales
adecuadamente, de la misma forma que conectamos con una determinada
emisora de radio al sintonizar la frecuencia en cuestión.
Acceder a los registros akáshicos ha sido para mi un valioso instrumento de
auto conocimiento y evolución, ya que me ha permitido identificar y sanar,
poco a poco, el origen de lo que me condicionaba y hacía sufrir, pudiendo
disolver bloqueos, conflictos y patrones de conducta, a la vez que iba
entendiendo cuál era la tarea que me había propuesto para esta vida.
A lo largo de una década, he recordado medio centenar de experiencias
vitales. He podido sanar intensos sentimientos de culpa, abandono, miedo,
baja auto estima y rebeldía. Todo mi aprendizaje y liberación giraba en torno a
la energía femenina, su potencial y represión. Comprendí que mi tarea
pendiente era el restablecimiento de la energía femenina en mí, de la energía
que yo soy, y de comunicar desde ahí el significado trascendental de lo
Femenino Divino para la evolución de la humanidad hacia planos más
refinados de existencia.
Nació la intención de escribir El Código de la Diosa, cuya realización se ha
convertido en un regalo para mí, pudiendo liberar y abrazar mi propia energía
profundamente reprimida, encadenada y paralizada porque en un momento
dado la había juzgado como destructiva y peligrosa. He podido recuperar mi
propia esencia, encapsulada durante milenios, gracias a María Magdalena que
entró en contacto conmigo a través de los registros akáshicos, y cuyos
recuerdos y presencia me han guiado y acompañado en el camino de concebir
este libro y en mi propio proceso, que han ido mano en mano.
El proyecto me ha tenido ocupada durante tres años. Han sido años de ir hacia
dentro, de aprender a aceptarme a mi misma con toda mi historia, de acogerme
en mi totalidad, con todo el bagaje, poder y potencial que tengo y que tiene la
energía femenina. Años que me han enseñado también a honrar los desafíos,
crisis y pérdidas que fueron parte de mi camino, y de rendirme finalmente a la
vida.
Con este libro quiero dar voz al poder transformador de la energía femenina,
voz a la Diosa y voz a María Magdalena, que comparte a través mía una visión
distinta, más completa y auténtica de su vida y misión.
Concebir el relato de sus memorias, se ha alimentado de toda la información y
guía que he recibido por parte de ella y de lo Sagrado Femenino en múltiples
manifestaciones, de personas físicas y entidades no físicas.
Siempre he sido muy intuitiva y psíquica, pero también de mente reflexiva e
intelecto escrupuloso. Puedo asegurar que nada de lo aquí relatado se ha
concebido a la ligera, sino que es producto de una concienzuda dedicación.
Las palabras de la Diosa y el relato de Maryam la Magdalena son para leerlos
tranquilamente y en estado receptivo, con el corazón y la mente abiertos, y
dejarse impregnar por la energía que desprenden.
Deseo a todos los lectores que sean envueltos por el cálido abrazo de lo
Femenino Sagrado y transformados por su poderosa energía, que no sólo
puedan sanar y equilibrar su propio femenino y masculino internos, sino
también desbloquear cada uno su propio infinito potencial, para experimentar
el éxtasis de sentirse completos, realizados y expandidos, vida exuberante,
amor infinito, presencia eterna y dicha absoluta.
Con amor,
Yllara Bettina Müsch
21 de Diciembre, Solsticio de Invierno del 2013
[1]
Por el Papa Pío IX en la Bula Ineffabilis Deus, en 1854.
Yo soy la que soy…

Shakti, Nut, Inanna, Isis, Shekhiná, Venus, Selene,… son algunos de los
muchos nombres con los que he sido llamada. Yo, que no tengo rostro ni
nombre, pues soy la que soy, la que fui y siempre seré, he sido venerada en
las múltiples facetas de lo que represento.
Como doncella y virgen, como madre dadora y nutridora de la vida, como
anciana sabia y hechicera, como efigie de la belleza y del amor, de la
sabiduría y misericordia, y también con el temido rostro de la señora
oscura, como dama de los cuervos que trae la muerte. Todas mis caras y
manifestaciones forman parte de la eterna rueda de la vida, juventud,
madurez y vejez, muerte y renacimiento, y esta comprensión os acerca más a
mi esencia.
Yo soy el origen de la vida. El alfa y el omega. Mi vientre os trae a la vida, y
mi cálido abrazo os acoge cuando retornáis a mí. Soy el océano primordial,
las aguas del cielo y las aguas del mundo, soy el firmamento estrellado y la
tierra fecunda. La tierra que os da forma, os sostiene, y cuyo corazón
compasivo late junto al vuestro.
Moro en todos y cada uno de vosotros. Soy vuestra naturaleza y verdad más
íntimas, vuestro amor, vuestra compasión, belleza, creatividad, abundancia
y alegría. ¡Halladme dentro de vosotros, pues mi esencia es vuestra esencia!
Soy el principio femenino que, desde tiempos ancestrales, se relaciona con
la vida y sus misterios, con la luna y sus ciclos, con la serpiente y su
capacidad de renovación, con los secretos, retos, regalos y la magia de la
existencia misma. Yo soy lo Divino Femenino.
Desde los albores del tiempo, mi magia teje vuestros destinos, hechiza
vuestros corazones y encanta vuestros sueños. Soy la inercia de la Tierra, la
abundancia del Sol, y la transcendencia de la Luna. Soy vuestra madre
eterna, cálida, nutridora y envolvente, soy vuestra amante incondicional que
os adora e inspira, soy vuestra niña divina repleta de potencial, y soy el
hogar al que retornáis.
Sin mí, vuestra existencia sería un desierto sin oasis, un dolor sin consuelo,
un corazón sin latir. Estoy aquí, para todos vosotros, sin excepción alguna.
Cuando me abrazáis dentro de vuestro ser, en toda mi plenitud que es
vuestra plenitud, aceptando y apreciando la diversidad de mis
manifestaciones, mi poder y mi potencial para construir y destruir, que es
vuestro poder y vuestro potencial, cuando permitís que os estreche entre mis
brazos, os acune y os ame, es cuando asumís que sois todo lo que Yo Soy.
Os habéis alejado tanto de mí. Os habéis alejado tanto de vosotros mismos.
Casi me habéis olvidado. Habéis estado olvidando quienes sois, lo que es la
vida y la belleza de estar vivos, perdiendo la mirada hacia el potencial que
se halla en vuestro interior y el amor que reside en vuestro corazón.
Pero la remembranza de mi grandeza que es vuestra grandeza, ha
permanecido en vuestro recuerdo, en la memoria de la humanidad y la
memoria de cada uno de vosotros, guardada en vuestra psique, en
enseñanzas esotéricas, contada en leyendas, tallada en obras de arte,
inscrita en vuestro código genético. El Código de la Diosa.
Yo me abrí en los albores del tiempo, y me sigo desplegando ahora y para
siempre, como los pétalos sedosos de una rosa perfumada, en toda mi
plenitud voluptuosa, poderosa y hermosa, fusionándome en un eterno abrazo
con lo Divino Masculino.
Lo Divino Femenino y lo Divino Masculino, somos dos facetas de un único
Todo. El Uno se convierte en Dos, para así poner en movimiento los
elementos, para ir manifestando lo no manifiesto, hacer tangible lo
intangible, para crear y seguir creando, crecer y retornar al origen, en un
eterno ciclo expansivo sin fin.
Dos fuerzas complementarias lo mantienen todo unido, todo en movimiento,
y hacen posible el proceso de la creación. Dos fuerzas que se necesitan,
abrazan y potencian. Que crean un espacio en el que la vida y la
consciencia pueden florecer. Nos hallamos en cada partícula de vida, en
cada molécula de vuestro cuerpo y cada átomo de vuestro ser. Somos la
Unidad.
Es el hieros gamos, el matrimonio sagrado entre lo Femenino y lo
Masculino, lo que os acerca a vuestra verdadera esencia. Diosa y Dios,
Luna y Sol, abajo y arriba, adentro y afuera, Yin y Yang, cáliz y espada,
espíritu y carne, se funden en un proceso alquímico, y la intensidad de su
clímax os permite tocar y recordar la Divinidad de vuestro ser, lo sagrado
dentro de cada uno de vosotros, la razón de vuestra existencia, y el
compromiso que tenéis para con vosotros mismos y la vida.
La memoria de esta unión sagrada, ha permanecido en vuestro recuerdo y en
vuestros anhelos, al igual que la remembranza de vuestro origen Divino, y el
recuerdo de la Diosa. Por mucho que el mundo tergiversara la historia y
menospreciara lo Femenino, no me habéis olvidado ni renegado de mí. La
búsqueda del anhelado grial nunca ha cesado. Yo soy el grial. Yo soy el
bálsamo que ansiáis. Yo vivo dentro de vosotros.
Cuando me halléis dentro de vuestro corazón y abracéis los dones que os
traigo, vuestro dolor se desvanecerá, la culpa, las dudas, el descontento, el
resentimiento. Cambiaréis, vuestra vida y vuestro mundo cambiarán. Os
sentiréis realizados, plenos, dichosos, bellos y amorosos. Viviréis el amor
que sois, conscientes de vuestro potencial como seres eternos en forma
humana.
Este es el tiempo de acordaros de mí, de valorar y honrar lo Divino
Femenino, de descubrirlo y activarlo dentro de vosotros, mujeres y hombres,
de descifrar y poner en práctica el Código de la Diosa, nivelando ambas
energías, la masculina y la femenina, y ambos hemisferios cerebrales, el
izquierdo y el derecho, el cerebro y el corazón, para evolucionar hacia
planos más refinados de existencia.
Os invito a todos, os amo a todos, os honro a todos. Y os regalo este relato,
el relato de mi amada hija Maryam, tan hermosa representación de lo
Femenino Divino, cuyo recuerdo ha permanecido en vuestras almas por los
siglos de los siglos, para que resuene en la memoria de vuestros corazones,
y os ayude a encontrar dentro de vosotros el anhelado grial, la parte
femenina de vuestro legado, la puerta hacia la gozosa unidad que Yo
represento…
La Travesía

No quise mirar hacía atrás. Sabía que, a mis espaldas, los primeros rayos del
alba coronarían el majestuoso faro que dominaba el puerto de Alejandría. Para
mí, sin embargo, tenía mayor presencia la luz tenue de la luna que se reflejaba
todavía en las vastas aguas que mecían el barco. Era más palpable, formaba
más parte de mi realidad.
Sabía que, incluso a estas horas tempranas de la madrugada, las bulliciosas
calles de la gran ciudad estarían hirviendo de vida trepidante. Yo, sin
embargo, estaba muy hierática, ajena a toda la actividad que se agitaba a mi
alrededor. Seguía inmóvil, de pie en la proa del barco, con mi capa azul,
oscura como el cielo nocturno.
Me mantenía erguida, como si me sostuviesen dos puntales, de arriba abajo,
abierta en canal. Sentía la brisa que acariciaba mi cabello, respiraba el aroma
a mar, mientras que oía las olas rompiéndose, su espuma salina salpicando mi
cara, mezclándose con lágrimas silenciosas. Me sentía muerta por dentro y, a
la vez, tan dolorosamente viva, palpando cada matiz de las sensaciones que
me embriagaban. Era insoportable.
Había llorado durante semanas, sin consuelo, con el corazón desgarrado,
lamentando la crueldad de lo vivido y vertiendo las lágrimas de mi dolor en el
silencio de las noches, como en un vaso, deambulando mis pensamientos por
tierras desoladas. Mis lágrimas me reconfortaban, evocando en mí la certeza
de que yo seguía viva, mi corazón palpitando a pesar de sus heridas
lacerantes.
Me debía a mi misma y a los fieles compañeros con quienes compartía amor y
destino, que siguiera dando forma a mis pasos sobre la tierra y despojara mi
mente de los pájaros negros que anidaban en ella, que no menospreciara el
legado de los que murieron y siguiera adelante con mi misión en esta vida.
Sólo quise mirar de frente, dirección Noroeste, donde me esperaba un nuevo
hogar. Pero las imágenes que tenía grabadas en mi memoria, me perseguían y
torturaban, desgarrando mi corazón una y otra vez.
Instantáneas lacerantes. Jeshua clavado en la cruz, agonizando. Su cuerpo,
antaño tan lleno de vida, abrazándome, reconfortándome, ahora inerte, frío,
rígido. Yo, ungiendo su cadáver para la sepultura.
Sabía que podía soportar cualquier cosa, el agotamiento, la persecución, el
exilio, pero la ausencia del hombre al que amaba con cada fibra de mi ser,
condenado a una muerte pavorosa, me causaba un dolor insufrible.
Y apenas unas semanas después, privada ya del calor de su presencia, el
zarpazo terrible de la muerte de Judah. Sólo uno de los mellizos, de los únicos
hijos que tuve jamás, sobrevivió. A Judah, me lo arrebató una enfermedad
infame, a los pocos días de dar a luz. Fue un golpe horrendo.
Mi consuelo es sentir que descansa junto a Jeshua, gracias a nuestro fiel amigo
Juan que, arriesgando su propia vida, volvió a Judea, para que el cuerpecito
de mi hijo reposara cerca del sepulcro secreto de su padre.
Lo he perdido tan pronto. El desgarro que siento apenas me permite respirar.
Pero Sarah, mi princesita, la hermana melliza de Judah, vive. Mecerla en mis
brazos, aspirar su deliciosa fragancia de bebé, y escuchar los latidos de su
corazón tan pequeño y tan fuerte a la vez, son como un bálsamo para mis
heridas.
Mi niña preciosa, con su pelo moreno y ojos oscuros, profundos como los de
Jeshua. Su tez color canela, herencia de su abuela Eucaria, mi madre, de la
estirpe de los asmoneos que gobernaron Israel hasta que el general Pompeyo
Magno lo convirtió en Reino tributario de Roma.
Mi hijita. Huérfana de padre, sin hermano ni patria. Pero siempre me tendrá a
mí. Y a sus tías Marta y María, que la cuidan con tanto amor y dedicación,
colmando cada día de sus pocas semanas de vida con cariño y dicha. Me llena
de alegría y agradecimiento que tanto mi hermana pequeña Marta como María,
una de las hermanas de Jeshua, me acompañen en este periplo.
Somos apenas veinte personas, todas de mi círculo más íntimo, las que nos
aventuramos a llevar la buena nueva hacia Occidente. Lejos del brazo armado
de Roma que nos ha estado persiguiendo, de la hostilidad que envenena
Jerusalén y Judea, de las reyertas y de la mezquindad del Sanedrín,
alejándome de personas que, antaño, había considerado amigos y que, de
repente, ya no lo fueron. Ni amigos, ni fieles al espíritu del mensaje por el que
Jeshua murió en la cruz.
Siento, a mis espaldas, la presencia firme y tranquilizadora del tío Yusuf que,
para mí, es como un padre, y para mi hija Sarah lo más cercano a un abuelo.
Yusuf de Arimatea, hermano de Joaquín, el abuelo materno de Jeshua, no sólo
es un próspero comerciante, sino también un hombre poderoso y leal.
No sé lo que habría hecho sin él. Fue quien reclamó el cuerpo de Jeshua y le
dio sepultura, quien me ayudó a huir de Jerusalén, salvando mi vida y la de mi
hija.
Nos escondió en la ciclópea Alejandría, en casa de un médico judío amigo
suyo que me asistió en los dolores del parto, un alumbramiento largo y
laborioso. No es frecuente que una mujer a mis 36 años dé a luz por primera
vez, además a mellizos. A pesar de sus sinceros esfuerzos y toda su sabiduría,
adquirido en el Templo tan afamado de Alejandría, Eleazar no pudo salvar la
vida de Judah.
Uno de los mellizos está con su padre, y la otra con su madre. La infinita
sabiduría divina, que tan incomprensible y difícil de aceptar me resulta a
veces, lo ha dispuesto así. Estaré eternamente agradecida a Eleazar y toda su
familia, que nos cuidaron como si fuésemos de su propia sangre.
Mi corazón siempre recordará la presencia tranquilizadora de aquellas
personas que sólo quisieron mi bien, esas manos firmes que aliviaron mi
sufrimiento, las voces suaves y palabras sabias que hicieron agarrarme a la
vida.
Alejandría siempre tendrá este sabor agridulce para mí, mezcla de dolor y
alegría, vida y muerte, ausencia, destierro y, sin embargo, esperanza.
Este pensamiento, esta verdad, me reconfortan. Me aferro a ella, mientras que
nuestro navío surca las aguas del Mediterráneo. Sí, es cierto. A pesar de las
mortales heridas con las que el destino ha decidido lacerarme, fracturando mis
sueños y mi vida, en mi corazón anidan esperanza y confianza. Las siento
como una lumbre que me suaviza y templa desde el interior.
Todavía no logro concebir cómo podré vivir con lo que he visto y con lo que
he perdido. Pero estoy decidida a dejar atrás el pasado, aceptándolo y
honrándolo, para abrirme pulcra y plenamente al ahora y la infinidad de sus
posibilidades.
Los seres humanos tenemos la facultad de rehacernos. Podemos renacer en
vida, resurgiendo de nuestras propias cenizas como el ave fénix, libres de lo
que antes nos atormentaba y maniataba.
El verdadero significado del bautismo es este, renacer a una nueva
consciencia y libertad, como si fuésemos un pergamino en blanco, puro e
inocente, habiendo disuelto las improntas que nos limitaban y cubrían la luz de
nuestra esencia.
No me aferraré al pasado ni me apegaré a identificaciones. No es importante
que sea viuda, judía o cristiana. Soy una expresión de la vida. Soy vida. Me
siento palpitar en cada instante, en la eternidad del ahora que no conoce ni
ayer ni mañana, y que colma mi percepción y presencia. Vibrar con la vida,
renovada, cada vez más libre, ligera y pura, es lo que quiero, lo que elijo.
Resistirme, no sólo significaría ir en contra de la naturaleza de la propia vida
que sigue fluyendo, auto generándose, abriéndose paso de entre los muertos,
sino que además truncaría mi compromiso conmigo misma y con Jeshua.
La vida humana es un gran regalo que nos convida la posibilidad de hacer
elecciones conscientes, por medio de las cuales nos transformamos y
evolucionamos. Mi elección fue clara y mi misión todavía no ha acabado.
Tengo un firme compromiso no sólo con mi propio proceso evolutivo, sino
también con el proyecto mayor de impulsar el despertar y florecimiento de la
humanidad.
Esta travesía hacia una nueva tierra donde sembraré las semillas del hermoso
jardín que la Tierra volverá a ser algún día, forma parte de mi camino. Siento
una profunda gratitud hacía los elementos y todas las personas que hacen
posible que cumpla con mi cometido.
Ver a mi hermana acunando a mi hija, ambas tan parecidas a mi madre, a la
que añoro particularmente ahora que yo misma, por fin, me he convertido en
madre, me permite inclinarme ante la grandeza e inconmensurabilidad de la
vida.
Contemplar a mi madre a través de Marta y de Sarah, evoca en mí memorias
del pasado. Recuerdo el día que Eucaria, mi amada madre, poco antes de su
fallecimiento, me llevó al bosque. Eran los primeros día de una tímida
primavera, yo tendría unos cuatro años y ella, enseñándome los primeros
brotes verdes que surgieron de entre arbustos y ramas que parecían muertos,
me habló del milagro primaveral, de la resurrección de la vida después del
invierno.
Aludió a la imagen de la Gran Madre Cósmica que regala y sesga la vida, que
la hace brotar y florecer, madurar y extinguirse, en un continuo dar y tomar
cíclico. Primavera, verano, otoño e invierno. Juventud, madurez, vejez y
muerte.
Me habló de la triple Diosa, doncella, madre y vieja sabia, y de su cuarta cara
oculta, la dama oscura que trae la muerte, la liberación, la transformación,
para que la vida pueda resurgir nuevamente. Siento esta verdad en cada
pálpito de mi corazón, aquí, en este navío que nos lleva a un nuevo comienzo.
Mi alma envía una plegaria silenciosa al cielo, pidiendo estar a la altura de lo
que el plan divino en su infinita sabiduría espera de mí. Ruego ser guiada por
el espíritu sagrado que anima toda la creación. Imploro tener el corazón
limpio en cada instante, la mente clara y en calma, para poder fluir en
sincronía con la infinita fuerza de la vida.
Los astros nos conducen hacia nuestro destino, de día el sol, de noche la luna e
infinidad de estrellas de la bóveda celeste. Los vientos nos acompañan, al
igual que las aves y los peces. ¡Cuanta vida!
Eucaria, mi madre, poco después de nuestra visita al bosque, me regaló unos
gusanos de seda que cuidé con hojas trituradas, observando fascinada su
metamorfosis en bellas mariposas. Las hembras, tras la cópula, depositaban
unos huevos, para morir poco después, reiniciando el mismo ciclo: huevos,
larvas, crisálidas, hermosas mariposas.
Nacimiento y muerte van mano en mano. Una vez que hemos entrado en el
ciclo de la vida, no hay marcha atrás. Sabemos que nuestros días en la Tierra
están contados. Pero el espacio de tiempo que la vida nos concede, lo
podemos aprovechar o desaprovechar. Lo moldeamos según nuestros criterios
conscientes o inconscientes.
Puede que nos dejemos llevar por la corriente de creencias interiorizadas, las
costumbres y tradiciones de nuestra familia o sociedad, como si nuestra vida
no nos perteneciese. O podemos despertar a nuestra verdad y potencial más
íntimos, y conscientemente dar forma a nuestros pasos sobre la Tierra.
Si queremos convertirnos en mariposas, necesitamos pasar por la crisálida,
por un proceso interior de transformación que requiere quietud y paciencia, y
en cuyo transcurso transitamos por nuestra luz y nuestra sombra, nuestros más
fervientes deseos y más terribles miedos. Una vez iniciado el proceso, ya no
hay marcha atrás. La crisálida no puede volver a ser gusano, sino que tiene que
perseverar hasta lograr su transformación.
Tarde o temprano, todos saldremos convertidos en mariposas, en esta vida o
en otra. Depende del nivel de consciencia, del compromiso y de la coherencia
de cada uno. La dicha de realizarnos en nuestro más pleno potencial puede
ocurrir ahora o dentro de miles de años. El proceso de la evolución en sí es
imparable. En nuestras manos está sintonizarnos con las leyes y fuerzas que
rigen el proceso evolutivo del ser humano así como la conjunción propicia de
espacio y tiempo.
Ciclo tras ciclo, y ciclos dentro de ciclos, en una continua espiral ascendente,
decía mi madre. Y cuando quise preguntarla por qué la vida era así, para qué
servía cada ciclo vital, ella ya no estaba entre nosotros. Había perecido en el
parto de mis hermanos, mellizos como mis propios hijos.
Yo quería mucho a Lázaro y a Marta, aunque echaba terriblemente de menos a
nuestra madre. Para mí, ella era una gran mariposa, y mis hermanos y yo
éramos los huevos que había depositado sobre la Tierra.
No quería defraudarla, quería convertirme en una hermosa mariposa también,
así que seguí el camino elegido para mí, una joven princesa que debía ingresar
en la Escuela del Templo de Jerusalén, construido imponentemente sobre la
gran explanada del Monte Moria. Después, sin embargo, elegí otro camino.
No veía mi futuro en un matrimonio, acordado por mi padre según mi rango y
las conveniencias políticas y económicas. Rehusé contraer nupcias con el
noble al que fui presentada, sino que me embarqué, gracias a la ayuda de mi
tía Alejandra, hermana de mi difunta madre, en un viaje iniciático que me
llevó Nilo arriba al Templo de Isis, en la Isla de Filae.
Recuerdo la expresión de estupor en el rostro de mi padre. Me afectó su dolor,
pero seguí adelante con mi proyecto porque anhelaba encontrar respuestas,
elucidaciones más allá de meras creencias o verdades académicas para las
muchas preguntas que bullían en mi inquieto corazón. Había tanto que no
sabía, que no entendía acerca de la vida y nuestra existencia misma, misterios
y verdades que deseaba desvelar.
He conocido a grandes maestras y maestros y he aprendido de ellos. Pude
beber de una muy antigua sabiduría que me ayudó a comprender cuan
intrínsecamente el ser humano está ligado a las leyes del cosmos, a los
movimientos y ciclos de los astros. Macrocosmos y microcosmos regidos por
una misma numerología sagrada, reflejándose en lo grande al igual que en lo
pequeño.
Somos antenas que viajamos y giramos con la Tierra por el vasto espacio de la
Vía Láctea. Cuanto más cerca se halla el planeta del Gran Sol Central, tanto
más fácil es sintonizarnos con la poderosa vibración que emana, tanta más
claridad y consciencia tenemos, tanto mayor es nuestra posibilidad de
despertar, de realizarnos y vivir en plenitud.
Sincronizarnos requiere cierta maestría sobre nuestro cuerpo y mente, sobre
nuestra respiración, pulso, cerebro, voz y posturas corporales, así como hacer
consciente el inconsciente, y disolver el revestimiento del karma que hemos
acumulado, que nos ha ido moldeando y sigue limitando.
En el Templo de Filae llegué a conocer muchas de mis vidas pasadas.
Comprendí que somos un producto de ellas, una conglomeración de memorias
e improntas que se hallan en nuestro inconsciente y nos confieren un
determinado aroma que, según las características de la fragancia en cuestión,
atrae ciertas circunstancias, personas y acontecimientos a nuestra experiencia.
Si no aceptamos lo que nos ha tocado que, lo comprendamos o no, es lo que
nos corresponde, acumulamos más karma cuando, en realidad, el propósito es
liberarnos de todos los recuerdos y patrones que nos mantienen prisioneros y
dificultan nuestra evolución.
Necesitamos ir pelando las capas de nuestra personalidad y volvernos tan
cristalinos como una gota de agua, tan transparentes que la luz pueda irradiar a
través de nosotros, tan puros que el Corazón de la Creación pueda latir con
nuestra frecuencia.
Cuando conocí a Jeshua, vi a un hombre que había adquirido esta maestría
sobre si mismo. Un ser que caminaba completamente en la luz. Había
recorrido medio mundo en búsqueda de sabiduría. Después de someterse a
múltiples iniciaciones y pasar largo tiempo en soledad y meditación, estuvo a
punto de retornar a su patria donde quiso difundir lo que él llamaba el
evangelio de la verdad y del amor.
Jeshua no vino a traer la paz sino la espada. No quiso consolar sino despabilar
a las personas. No fue un santo ni buscó ser santificado, sino que fue un
activista que pretendía cambiar las cosas, un rebelde que cuestionaba de forma
intrépida, abriendo mentes y corazones, un maestro espiritual que impulsó,
inspiró e inició a muchas personas.
Jeshua quiso liberar la espiritualidad de los dogmas religiosos y sacarla fuera
de los templos, proclamando que el Reino de Dios no se hallaba en el Cielo
sino en el interior de cada ser humano. Abogaba por una espiritualidad
directa, sin intermediarios, para que la humanidad pudiese redefinir su
relación con lo Divino.
Él vino a revelar que todos somos hijos de Dios, que el Creador,
misteriosamente, habita en todos los corazones. Instó a que los humanos
descubriésemos el imperecedero tesoro que mora en nuestro interior,
proclamando que él mismo era la palabra, la vida y el camino para acceder al
Reino de Dios.
Muchos discípulos lo han entendido como si la devoción fuese la llave de
acceso, como si ser devoto de Jeshua y de sus palabras les abriese las puertas
del Cielo. Cuando es difícil que haya consciencia suficiente, la devoción es,
sin duda, una actitud apropiada.
La verdadera devoción, sin embargo, es muy singular y propia solamente de
las mentes sencillas. Por desgracia, hay mucha falsa devoción, sólo de palabra
pero no de corazón ni de hechos, e interpretaciones interesadas y parciales de
las palabras de Jeshua que, a largo plazo, temo puedan tergiversar su genuino
mensaje.
La verdad es que Jeshua mismo fue la encarnación, el vivo ejemplo de tener
acceso al Reino de Dios. Había aceptado y perdonado, transformado y
disuelto suficientes capas de su personalidad para estar en sincronía con la
vibración de la eternidad en su interior. Cada palabra que pronunciaba, cada
acto que acometía, en perfecta sintonía con la divina esencia. Alinearnos con
el Reino de Dios como lo hizo Jeshua, este es el camino.
Es un sendero interior, una tarea que uno tiene consigo mismo. Es la
transformación que nos convierte en mariposas. El paso por la crisálida
imprescindible. La mirada interior, presencia y aceptación, entrega y
transmutación, para salir con paz de espíritu, pureza de corazón, la belleza de
la esencia y una energía de amor y dicha.
Son atributos todos de lo femenino interno. Todo lo creado, todo ser humano,
sea mujer u hombre, es un mezcla única de cualidades femeninas y masculinas.
Dos polaridades que se atraen, dos energías que se complementan y forman
juntas el Tao, todo lo que es. Arriba y abajo, afuera y adentro, mente y
corazón, lógica e intuición, certeza y ternura, espada y cáliz.
Por la naturaleza misma de la mujer, a nosotras nos resulta más fácil conectar
con lo femenino eterno, e integrar sus cualidades. Somos las mujeres las que
comprendemos, casi intuitivamente, el principio cíclico de la vida, ya que
nuestro cuerpo tiene su propio ciclo, mes tras mes, sincronizado con los ciclos
de la luna, que crece, se vuelve llena, va menguando y se renueva, luna tras
luna. Luz y oscuridad. Nacimiento y muerte. Vida.
Cuando tomo a mi hija en brazos, me percato de que, verdaderamente, nada se
ha acabado, y todo está por empezar. Los veranos, los años, van y vienen. Nos
hacemos mayores, partimos, volvemos, partículas minúsculas en la rueda del
tiempo. La vida brotando, perpetuándose continuamente.
Nuestra experiencia humana es cíclica y no lineal. Amaneceres y atardeceres,
lunas llenas y lunas nuevas, equinoccios y solsticios. Las almas yendo y
viniendo. No hay origen ni conclusión, tan sólo eterna evolución. Ciclos
dentro de ciclos, evolucionando en espiral.
Desde que he dado a luz, palpo con más nitidez lo sagrado de la vida y la
parte femenina de esta sacralidad. Somos las mujeres las que conocemos el
misterio del embarazo, gestamos el milagro de la vida, y la cuidamos. Es la
fuerza femenina la que gesta lo no manifiesto, la que sabe ver el fruto en la
semilla, el holograma del todo, nutriendo y creando lo que está por venir.
De esta percepción, de esta verdad inalterable, inherente y palpable en la
naturaleza femenina, nació la imagen de la Gran Madre Cósmica como
representación de lo Divino de la vida, venerada en las distintas culturas bajo
los nombres de Nut, Inanna, Shakti o Shekinah. La Divinidad representada en
una imagen femenina grandiosa y sobrenatural.
El ser humano siempre ha sabido o intuido que había algo más allá de la
muerte física, algo más grande, eterno y sagrado. Algo que parecía tan místico,
mágico y misterioso, tan incomprensible y ajeno, que hemos aceptado e
interiorizado la hipótesis de que la Divinidad se hallara fuera y por encima de
nosotros. Los humanos aquí en la Tierra, y lo Divino lejos de nosotros en el
Cielo.
Hemos ido poblando el cielo con efigies, con deidades hechas a imagen y
semejanza del ser humano, si bien más grandes y poderosos, creando mitos,
leyendas, cultos y religiones alrededor de ellas. Sin embargo, es al revés.
Nosotros fuimos hechos a imagen y semejanza del Creador. No nuestro cuerpo
físico que pertenece a la Tierra, que está hecho de tierra y vuelve a la tierra,
sino nuestra esencia misma. La esencia que se halla dentro de todos y cada uno
de nosotros, palpitando en el vasto espacio de nuestro interior.
Diosas y Dioses, Isis y Osiris, Gaia y Cronos, Venus y Marte, Sol y Luna, son
energías que representan distintas facetas de lo Divino. Fueron concebidas
para facilitarnos el contacto con nuestra propia Divinidad, con el Reino de
Dios que se halla dentro de nosotros y con las diferentes cualidades de este
reino interior, tanto con lo Masculino Divino como con lo Divino Femenino.
Es la energía masculina la que subyuga la materia, la que se aventura y
explora, conquista las tierras y sus riquezas, y garantiza la supervivencia.
Investiga e inventa, estructura y construye, protege y defiende, ataca y vence,
procurando seguridad y un bienestar palpable.
Lo Masculino Sagrado sienta los cimientos de una sociedad, pero sin lo
Femenino Sagrado no hay cultura que pueda florecer. Un ser humano, un país o
un mundo tan sólo basados en cualidades masculinas, serían como un árbol sin
frutos, una flor sin fragancia, un cuerpo sin esencia.
Sin la energía y la visión holística de la energía femenina, sin su capacidad de
la mirada interior, sensibilidad, percepción, receptividad e intuición, sin su
amor, ternura y compasión, sin la belleza que confiere a la vida, nuestra
evolución más allá de un cierto punto no es posible.
Lo Femenino Divino nos permite evolucionar hacia estados de consciencia
más elevados, hacia una existencia más refinada, hacia sociedades
florecientes, más coherentes y más de corazón.
Cuando prevalece la necesidad de garantizar la mera supervivencia, es natural
que predomine la energía masculina. Sin embargo, una vez que se ha alcanzado
una cierta seguridad y estabilidad, la energía femenina puede y debe florecer.
Entonces, el ser se vuelve más importante que el hacer, el vivir más
transcendental que el tener. El tiempo deja de ser lineal y se convierte en la
eternidad radial del ahora.
Cuando vivimos en el momento presente, con el corazón abierto y plena
percepción, sin resistencia ni exclusión, nos fusionamos con este ahora.
Entonces, las compuertas de la eternidad se abren y, magnífica y
sencillamente, somos. Consciencia pura, esencia amorosa infinita, mera
presencia de dicha ilimitada.
Yo, Maryam, lo he experimentado, y es lo que deseo para todos los seres
humanos. Es un don, un regalo, una capacidad inherente de la condición
humana.
No somos sólo una sofisticada manifestación de la vida, sino que somos la
vida misma. Vida que quiere y debe florecer en todo su esplendor. Somos
creación y somos creadores. El Creador supremo nos ha obsequiado con esta
dádiva. Nos creó y puso en nuestras manos la evolución de la humanidad.
Si queremos experimentar la dicha que, verdaderamente, significa ser humano,
es imprescindible que exploremos tanto lo masculino como lo femenino
eternos en nuestro interior, abrazando no sólo lo Divino Masculino sino
también lo Femenino Divino.
Sin embargo, el Dios ha ido arrebatando poder a la Diosa. El Dios de los
hebreos y musulmanes al igual que los Dioses de Grecia y Roma. Gaia, la
Diosa más grande del principio del cosmos, madre de la Tierra, esposa y
madre de toda la estirpe de Dioses del panteón griego, fue desbancada a favor
de su hijo Zeus, un Dios severo y patriarcal que gobierna la Tierra con sus
rayos desde el Monte Olimpo, a la vez que las Diosas de Roma se han
convertido en meras consortes o amantes.
Lo que antaño se veneró, ahora se desprecia como inferior e, incluso,
pecaminoso. Astarot, Ishtar, Inanna, Diosas del amor, de la fertilidad y de la
belleza, han sido vilipendiadas como figuras impúdicas de aborrecibles ritos
lujuriosos.
Shekinah, complemento femenino del Señor, venerada junto a él en el Santo de
los Santos del Templo de Jerusalén, imagen de la sabiduría y del Espíritu
Santo, ha caído en el olvido.
La imagen de la Diosa está siendo relegada a las tinieblas del inconsciente
humano. Lo que permanece y se impone es el Dios, efigie de la energía
masculina. Aun cuando el símbolo en sí mismo no significa nada, real es el
poder que representa. Menospreciando el emblema, se reniega del poder y de
las cualidades que personifica.
Belleza, sensibilidad, introspección, compasión y amor, no tienen la
importancia necesaria en este mundo. En un mundo que ya no busca sólo
seguridad sino riquezas y poder. Donde se compara y compite por logros y
posesiones que, más allá de asegurar la supervivencia, se han convertido en un
fin en sí. Como si un rango o la opulencia económica garantizasen la felicidad.
Nunca lo hacen. Cuando llega la hora inexorable de partir, cuando hay que
dejar este cuerpo caduco, todos nos percatamos de que ninguna fama ni
riqueza nos acompañan hacia el más allá. No cuenta lo que hayamos
conseguido u obtenido, sino tan sólo cómo hemos vivido. Anubis, cuando
acoge a los difuntos, no examina su monedero sino el corazón, que debe pesar
menos de una pluma.
Lo que nos avala, lo que nos permite progresar de encarnación en encarnación,
es nuestra capacidad de evolucionar hacia estados vibracionales altos de paz,
amor y compasión, que posibilitan una existencia creativa, abundante y
dichosa, en sincronía con el proyecto de la vida.
El dominio de la energía masculina que se está fortaleciendo a costa de su
energía complementaria, la femenina, dificulta y ralentiza nuestro proceso
evolutivo. Milenios ya lleva combatiendo el Dios a la Diosa, a la vez que las
sociedades patriarcales de este mundo privan de poder a las mujeres.
Yo, Maryam, os digo que todo esto tiene un precio. Os recuerdo que es el
vínculo entre el hombre y la mujer que impulsa toda vida y toda creatividad, y
que cuando es insano, lleva a la destrucción.
Necesitamos un equilibrio entre ambas energías, la femenina y masculina, para
realizarnos plenamente. Hay un propósito, hay poder, hay hermosura en la
unión de las dos fuerzas, una circular y la otra vertical. Cáliz y espada,
completándose y honrándose mutuamente.
Tengo la esperanza de que, algún día, nuestro mundo sea así, esperanza en esta
aventura humana. A pesar de todo el dolor de muchas vidas, mi fe en el género
humano y en la vida es imperturbable.
Yo, Maryam, sacerdotisa que fui en los tiempos de la Atlántida, heredera de
toda la sabiduría de Mu, vi como el mundo se desajustó. Ultrajadas fueron las
leyes del Universo y, con el núcleo mismo del planeta desnivelado, las fuerzas
de la naturaleza se desataron, y Atlantis la Gloriosa pereció en las aguas.
Soberbia, avaricia, ignorancia, desprecio, traición, desarmonía, conflicto,
odio, agresión, crueldad, violencia. Muy lejos ha ido el mundo explorando un
solo lado del péndulo. La balanza tuvo que volver a ajustarse, para que se
instalara el inicio de un nuevo equilibrio.
Había llegado la hora de anclar el contrapeso en la consciencia del mundo.
Por esto vine, y por esto sigo aquí. El antiguo ritual necesitaba ser
performado. El hieros gamos, matrimonio sagrado entre lo Femenino y
Masculino Divinos, un poderoso ritual que desde las tinieblas de los tiempos
se ha celebrado cuando la realidad del mundo así lo requería.
Yo, Maryam de la dinastía de Benjamín por línea paterna, por parte de madre
del linaje de la Reina Viuda Salomé Alejandra, la última asmonea que gobernó
Israel antes de que se convirtiera en Reino Tributario de Roma, ungí a Jeshua,
del linaje real de la casa de David, como Rey de Israel. Con un aceite
precioso perfumado de nardo, cuya fragancia embriagadora atesoro en mi
recuerdos.
Cuando derramé el perfume sobre su cabeza, cuando con él bañe sus pies,
secando con mi cabello las lágrimas que había vertido sobre ellos, Jeshua
supo que lo estaba ungiendo para su sepultura.
En tiempos de contrariedad, a lo largo de los siglos, siempre que la tierra
precisaba tal consagración, el ritual tenía su lugar y momento. Para garantizar
el equilibrio de las fuerzas de la vida, una reina o sacerdotisa, en
representación de la Diosa, contrae matrimonio sagrado con un hombre
elegido por los Dioses, dispuesto a sacrificarse por el bien común.
Ella lo unge como Rey del Pueblo, y se celebra una unión que evoca la
vigorosa imagen de la boda entre el Cielo y la Tierra en los albores del
tiempo. Mediante la unión de las energías femenina y masculina, las fuerzas
contrapuestas se equilibran, la polaridad se anula, el yo infinito se funde con
el yo finito, la esencia con la persona. Y el mundo puede dirigirse nuevamente
hacia la unidad.
Jeshua y yo, cuando celebramos nuestras bodas en la ciudad de Caná,
volvimos a anclar vibracionalmente y de forma representativa, el matrimonio
sagrado entre lo Divino Femenino y lo Divino Masculino en la consciencia de
la Tierra.
Jeshua se convirtió en el ungido, el mesías, en cabeza visible de la esperanza
del pueblo, convirtiéndose su crucifixión y resurrección en un remedio contra
el olvido, un antídoto para el padecimiento del mundo.
Pudo difundir su evangelio que devuelve a cada ser humano su dignidad, para
que nos reconociéramos y honráramos en nuestra unidad y diversidad, ricos y
pobres, príncipes y esclavos, hombres y mujeres, sin importar el género, la
raza, nacionalidad, clase social o religión. Todos nosotros hijos de un mismo
Dios, de una misma fuente primigenia, todos iguales en derechos y potencial.
Yo, Maryam, vengo a restablecer lo Femenino Sagrado. Para que la humanidad
pueda florecer en sincronía con la matriz de la vida misma, es necesario que
se revalide el reprimido elemento femenino de lo Divino y que ambas energías
se abracen y expresen equilibradamente. Yo os recuerdo y os recordaré, para
los tiempos de los tiempos, la importancia del código de la Diosa.
Francia

Arribamos en una pequeña isla en las marismas de la costa provenzal de las


Galias, Râtis, un antiguo torreón del Dios egipcio Ra, cuyas gentes desde hace
tiempos inmortales rendían culto a la Diosa y donde familiares míos por línea
paterna nos acogieron con sumo cariño. Gran parte de la casa de Benjamín
vivía desde hace tiempo en la diáspora, tanto en Oriente, en Troya y Éfeso,
como en Occidente, donde se habían instalado en el Sur y el Oeste de la Galia.
Pisar de nuevo tierra firme, fue extraño después de tanto tiempo pasado en el
navío, mecidos por las aguas del mar que, como un vasto espejo sin principio
ni fin, transparente de día y opaco de noche, me había arrullado con la melodía
de sus olas. Iban y venían, creciendo y decreciendo, como mis pensamientos,
en un eterno conocerme y desconocerme.
Abierta en mil heridas, me había entregado a su hipnótica melopea. Poco a
poco, las imágenes lacerantes del pasado se fueron suavizando, aliviando y
aligerando, hasta que no hubo nada más que este océano primordial
acunándome, invitándome a fusionarme nuevamente con el origen, con la nada,
ofreciéndome así la oportunidad de renacer libre del peso del pasado.
Arribé en la costa gala como Afrodita de la espuma del mar. Con una niña en
brazos, el corazón tranquilo, la mente clara, y la firme intención de ir
predicando por las ciudades y aldeas, consagrando mi vida a que los seres
humanos descubriesen la semilla de lo Divino en su interior, a que ésta
creciera y se convirtiera en una bella planta con flores y frutos, toda la Tierra
un hermoso jardín.
Fue fácil llegar a la gente, sobre todo en Toulouse y toda la región de la
Aquitania donde encontré gran receptividad, no sólo entre los nobles cuyas
mansiones mis parientes frecuentaban, sino también entre las personas
humildes.
Viajaba infatigablemente y pronto se congregaba gente allá donde fuese, para
verme y escuchar lo que tenía que decir. Acudían a pesar de las arduas tareas
de su vida diaria y su cansancio, de las comodidades de sus existencias
holgadas, y del peligro que conllevaban estas asambleas en tierras ocupadas
por Roma. Asistían porque buscaban esperanza, ansiaban respuestas y
deseaban un cambio.
Les hablaba de la naturaleza misma del deseo. Los seres humanos,
continuamente, deseamos algo más, mejor o diferente. Nuestros anhelos nos
ilusionan y nos mantienen vivos, a la vez que son la fuente de mucho
sufrimiento. No sólo porque no siempre conseguimos a lo que aspiramos sino
porque, al no conocer nuestro verdadero potencial y recursos, solemos elegir
desde la limitación y no siempre sabiamente nuestros objetivos.
Apostamos por metas que, en realidad, no tienen el poder de satisfacernos.
Metas tangibles y materiales que casi todas nacen de la carencia y que, en gran
medida, dependen de que otras personas nos las concedan. Objetivos que, una
vez conseguidos, con frecuencia dejan de tener la transcendencia que
habíamos proyectado sobre ellos. Vivimos en un continuo estado de demanda,
ansiando siempre un futuro mejor.
Necesitamos comprender el origen de nuestro anhelo y la causa de nuestro
sufrimiento. A los seres humanos nos impulsa el deseo de expandirnos
infinitamente, en una realidad física que de por sí es limitada. Tener límites,
fronteras, un principio y un fin, está en la naturaleza de todo lo físico. Sufrimos
porque somos seres no físicos, y no nos gusta sentir estas limitaciones.
Detestamos sentirnos confinados a existir dentro de un espacio limitado que
impide que nos expandamos más allá de sus fronteras, por muy pequeñas o
grandes sean sus medidas. El esclavo igual que el príncipe.
Desde hace milenios nos rebelamos contra las limitaciones que nos restringen
y contra aquellos que nos oprimen. Soñamos con un futuro mejor, pero no
soñamos a lo grande. Nos contentamos con cambiar un espacio reducido por
otro mayor, cada vez que nos sentimos descontentos, frustrados e infelices.
Yo, Maryam, os invito a ilusionaros sin límites, a volar alto, a tocar el cielo
con el anhelo de nuestras almas, pues somos infinitos como el firmamento.
Es la gran verdad que la humanidad necesita integrar. La infinita pulsión de
deseo que experimentamos es propia de la naturaleza infinita del ser que
somos en esta forma humana. Es el ser que nos llama y que anhela realizarse.
Y es el humano que, de forma consciente o inconsciente, se halla en continua
búsqueda del ser y de su naturaleza última.
No somos solamente un cuerpo, una persona con un nombre. Sabemos que
tenemos una mente que nos permite pensar, emociones que sentimos, un cuerpo
y energía vital que hacen posible que existamos en el plano físico. ¿Pero quién
es aquel que sabe todo esto? ¿Quién mora dentro de nosotros teniendo
consciencia de si mismo?
Una presencia intangible cuyo origen está en el más allá. Somos energía dentro
de energía, una vibración, luz y sonido, notas musicales en la sinfonía del
universo. Vida tras vida, la esencia que somos y que se proyecta en la realidad
física, busca realizar su propia melodía.
Yo, Maryam, os hablo de la posibilidad de hacer resonar consciente y
responsablemente nuestra propia magnífica melodía. Plasmar la energía que
somos y crear una realidad coherente, es nuestro derecho de nacimiento y el
objetivo que nos marcamos cuando aceptamos el reto de encarnar en la Tierra.
En vez de buscar compulsiva e infructuosamente satisfacciones fuera de
nosotros, necesitamos mirar con consciencia hacia nuestro interior, para
descubrir y comprender quienes y que somos, y vivir desde allí. Jeshua nos
dijo: “El reino de Dios está en vosotros.”
[1]

Por muy luminosa y poderosa que sea la chispa divina que mora en nosotros,
si no nos volvemos conscientes de su existencia, es como si para nosotros no
existiera, y no podemos hacer uso de su tremendo potencial.
Pero una vez que conectamos con la ventura y abundancia del Reino de Dios
en nuestro interior, nuestra vida cambia. Ya no nos identificamos con nuestro
pequeño yo limitado e insatisfecho, sino con el ser que nos abre las puertas a
otra perspectiva y forma de vivir.
Hay que ir hacia dentro, en silencio y en quietud, para entrar en contacto con
nuestra parte no física, la esencia que late en nuestro interior. Hay una
presencia infinita, indivisible, que se halla dentro de todos y cada uno de
nosotros. Es la misma lumbre que reluce dentro de todos los corazones y nos
anima a todos. Nos une entre nosotros y con la fuente de toda vida.
Formamos parte de un solo campo unificado cuyo pegamento es la
incondicionalidad de su amor y que, como una telaraña, lo interconecta todo:
universos, galaxias, estrellas, la naturaleza en sus diversas manifestaciones, la
vida en todas sus pequeñas y grandes formas, desde las más básicas hasta las
más sofisticadas.
Todo y todos estamos hechos de una misma sustancia viva, la esencia de la
vida, el origen de todo lo que es. Es una inteligencia suprema que rige las
órbitas de los astros, los ciclos del sol y de la luna, día y noche, el transcurrir
de las estaciones. Una fuerza creadora que gesta y sostiene el milagro de cada
nueva vida, que hace florecer la naturaleza y latir nuestro corazón.
El mundo está lleno de representaciones de esta poderosa energía, en forma de
espiral, de esvástica, lauburu, antahkarana y tomoe, en el árbol de la vida de la
cábala, en la matriz isométrica de la flor de la vida, en la geometría sagrada
de tetraedros, pirámides y la estrella de David, en el Arca de la Alianza, en el
código binario del Tao, codificada en el I Ching, en calendarios, obras de arte
y monumentos, hablándonos de como la vida fluye de forma incesante en
fractales que se replican continuamente, macro y microcosmos
indivisiblemente interconectados.
Esta energía omnipresente y omnipotente que se halla dentro y fuera de
nosotros, la llamamos Dios. En realidad, no hay denominación para ella, ya
que solamente la conocemos a través de la infinidad de manifestaciones en las
que se expresa. Por esto, cuando Moisés entró en contacto con ella inquiriendo
en nombre de quién dirigirse a los israelitas, la respuesta que recibió fue: “Yo
soy lo que soy”. [2]

El artista suprema no tiene nombre, no se le puede definir ni limitar. Pero


dimos un nombre y un rostro al eterno creador. Distintos nombres y diversos
rostros, según las diferentes épocas y culturas. Al principio, la humanidad
veneró representaciones para las distintas facetas de la ilimitada energía que
anima toda la creación, pero después
[1]
Evangelio según Lucas 17:21
[2]
Éxodo 3:13-3:15.
se han creado deidades colocadas fuera y por encima de nosotros y, desde
entonces, vivimos separados de la presencia soberana que mora en todos
nosotros.
Jeshua dijo: “¿No crees que estoy en el Padre y el Padre está en mí? (…) El
Padre y yo somos uno.” Y también: “Si los que os guían os dicen. ‘¡He aquí
[1]

que el Reino está en el cielo!’, entonces los pájaros del cielo se os


adelantarán. (…) En cambio, el Reino está dentro de vosotros y fuera de
vosotros.” [2]

La esencia de la vida mora en nuestro interior, convirtiéndonos en seres


eternos, infinitos e ilimitados, por muy finitos y limitados que sean la realidad
y el cuerpo físicos a través de los cuales experimentamos la vida. Sin
embargo, no somos conscientes de ello. Vivimos en una penosa inconsciencia,
desconectados de esta fuerza, separados los unos de los otros, sin saber cómo
entrar en comunión con ella.
Percibimos la vida como algo que ocurre a nuestro alrededor, casi nunca como
una fuerza que late en nuestro interior y se expresa a través de nosotros. No
vivimos plenamente, porque nos abrimos a la vida sólo en la medida en que
confiemos en ella, temiendo sentirnos vulnerables y expuestos.
Para todos nosotros hubo un momento, en una de nuestras primeras
experiencias en el plano físico, en el que nos quedamos tan traumatizados, por
un acto que cometimos, una muerte, un sufrimiento o una pérdida que vivimos
tan pavorosos, que nos desconectamos de la fuerza vital y de la vibración
primigenia que nos une con la fuente y entre nosotros.
El mismo proceso ocurre cuando, recién nacidos y en la más tierna infancia,
nos hallamos todavía y de forma inconsciente cerca de nuestra esencia, pero
vamos perdiendo esta conexión conforme crecemos, nos educan, limitan y
deforman. Poco a poco, nos vamos identificando con el nombre, el cuerpo y la
mente, desarrollando un concepto restringido de nosotros mismos, a la vez que
empezamos a resonar con patrones y limitaciones establecidos en vidas
anteriores.
Jeshua dijo: “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los
cielos,” haciendo hincapié en la importancia de disolver todas las capas
[3]

condicionadas de nuestra persona, para volver conscientemente a la pureza de


la esencia.
El karma que llevamos de una vida a otra, es como una mochila llena de
piedras cuyo peso nos alerta de su existencia, y despierta en nosotros el deseo
de deshacernos de ella. El karma está ahí para sanarlo y liberarnos de su
lastre, para volar nuevamente libre, ligero y alto.
Pero somos como una perla dentro de una ostra cuyas valvas se han ido
endureciendo con los miedos, las identificaciones y la resistencia a la vida.
Sin embargo, no existe una vida sólo fuera de nosotros. Somos vida. No es
algo que ocurriese ajeno a nosotros. Cuando resistimos o limitamos la vida,
nos rechazamos y negamos a nosotros mismos y, a largo tiempo, nos auto
destruimos.
Cada uno de nosotros es una bella energía y nada de lo que hayamos hecho o
experimentado, jamás la puede mancillar. Cuando sabemos que y quienes
somos, ninguna experiencia tiene el poder de deformarnos o
empequeñecernos.
Hace tiempo que olvidamos nuestra verdadera naturaleza. El conocimiento de
nuestro potencial pasó de la Lemuria a la Atlántida donde, tras una época de
esplendor, se hizo mal uso de este poder. Fue la causa por la que el Imperio
Dorado se hundió en las aguas, dispersándose la antigua sabiduría por el
mundo, celosamente guardada por una élite, cuya inmensa mayoría no quiso ni
quiere que la gran masa de seres humanos despierte de la agonía en la que se
ha convertido su vida.
Un mal sueño lleno de penurias y limitaciones que esclaviza a muchos y
enriquece a pocos que, desde jerarquías de poder secular y religioso,
controlan el mundo creando estructuras, leyes, dogmas e imposiciones morales
que mantienen a la humanidad en un lamentable estado de inconsciencia,
ignorancia, miedo y sufrimiento, luchando perpetuamente por la supervivencia,
una cierta seguridad y pequeños placeres.
La humanidad lleva milenios sin tocar con virtuosidad el hermoso instrumento
que es el ser humano, sin saber la bella melodía que es cada uno de nosotros,
escondida debajo de nuestro miedo, nuestros máscaras y nuestra sombra.
[1]
Evangelio según Juan 14:10 y 10:30.
[2]
Evangelio según Tomás 3.
[3]
Evangelio según Mateo 18:03
Yo, Maryam, recuerdo la Lemuria y la magnífica sinfonía que supimos
componer, expresándose en las más primorosas formas. Os digo que podemos
despertar a nuestro potencial, que podemos florecer como individuos y crear
un mundo floreciente.
Necesitamos reconocer y deshacernos de las falsas limitaciones, enfrentar y
abrazar nuestro miedo y nuestra sombra, y descubrir “el tesoro
imperecedero” de nuestro interior. Necesitamos aprender a vivir en sincronía
[1]

con la vibración de la poderosa energía que es la vida, que nos llama tanto
desde fuera como desde dentro. Entonces viviremos plenamente en vez de tan
sólo sobrevivir.
Llevamos tanto tiempo en modo de supervivencia que todo nuestro deseo se ha
concentrado en buscar seguridad y control, amor y aprobación, poder y
conocimiento. Todos ellos son objetivos con los que intentamos sustituir las
cualidades de nuestra auténtica naturaleza, eterna, infinitamente amorosa,
omnisciente y omnipotente.
Tenemos un profundo anhelo de volvernos completos porque sentimos la
ausencia del ser. Nuestro alma sabe que ha perdido algo y, con frecuencia,
interpretamos esta carencia como castigo por una infracción que creemos
haber cometido, arrastrando un perpetuo sentimiento de culpa que corroe
nuestra felicidad.
La carencia crea una sensación de vacío en nosotros y nos hace estar en la
demanda. Intuimos que nos falta algo, pero lo buscamos sola e
infructuosamente en lo material, en posesiones, otras personas, actividades y
distracciones, en el exterior en vez del interior.
Con el tiempo, nos sentimos cada vez más insatisfechos, incompletos,
imperfectos e indignos, dando lugar a una nociva actitud de victimismo que
impide no sólo la alegría sino también la realización de nuestra grandeza.
Si viviéramos en comunión con nuestra parte no física, descubriríamos el
inmenso regalo que puede significar ser humano. No nos sentiríamos
inferiores, pequeños, carentes y pecaminosos.
Cuando Pedro preguntó a Jeshua “¿cuál es el pecado del mundo?”, éste
contestó: “No hay pecado”. No somos pecadores sino magníficos hijos de la
[2]
Creación, inconscientes de nuestra auténtica naturaleza.
¡Despertemos a ella y desprendámonos de todo lo que es falso en nosotros!
¡Deshagámonos de la falsa carencia! ¡Vivamos la paz, la dicha y el amor que
somos! ¡No busquemos más la felicidad fuera de nosotros, no reclamemos paz
al mundo, no mendiguemos más amor! ¡Seamos todo ello!
Amar no es algo que hacemos, es lo que somos. No podemos dar y recibir
amor. No es una moneda de cambio, sino nuestra esencia. Somos amor. Es
necesario que realicemos esta verdad, que la vivamos, que la pongamos en
práctica.
¡Descubramos la incondicionalidad, la nobleza y el éxtasis del amor que
somos capaces de sentir y de irradiar! El amor es la génesis y el fruto de la
unidad, la fuerza más poderosa del universo. Es lo que nos une y nos hace
sentir uno, lo que perdura, la única causa por la que merece vivir y morir.
Todos los conflictos que existen entre los humanos, todas las guerras que hay
en la Tierra, son por ausencia de amor. Añorando su omnipotencia, el ser
humano busca tener cuanto más poder y control posibles. Todo en vano,
porque nada puede sustituir la dichosa sensación de sentir nuestra propia
energía amorosa.
El afán de poder y de control ha traído mucho sufrimiento a la humanidad:
miedo, ira, tristeza, desesperanza. Nos angustiamos y enfadamos cuando
perdemos el control, y nos entristecemos y empequeñecemos cuando otros nos
controlan. Así nacen tiranos, rebeldes y víctimas. Personas tercas, iracundas,
soberbias y abatidas. Así nace la violencia, los conflictos y las guerras.
Es hora de volver a abrir el corazón. Hora de vivir desde el amor. Jeshua nos
dijo: “Como el Padre me amó, así también os amé yo. Permaneced en mi
amor.” Y también: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que
[3]

tenéis amor unos a otros.”[4]

Sin embargo, nos cuesta abrir el corazón y amarnos a nosotros mismos y a


otros, porque tenemos muchas heridas, miedo y resentimiento. Nos hemos
hecho tanto daño los unos a los otros a lo largo de los siglos, tanto daño a
nosotros mismos. Hemos visto nuestros cuerpos lastimados, nuestras ideas
vilipendiadas y emociones descalabradas.
Cuando, en los albores del tiempo, la serpiente ofreció la manzana de la vida
a los primeros humanos, cuando la fuerza vital nos invitó a participar en esta
aventura humana, no comimos solamente del árbol de la vida, sino también del
árbol del bien y del mal. Empezamos a juzgar la vida y sus acontecimientos en
correctos e incorrectos, buenos y malos. Pero la vida es. No hay nada bueno o
malo en ella. Es una suprema fuerza de una inteligencia superior a la nuestra.
Tan sólo podemos fluir con ella o resistirnos a ella.
A través de los juicios empezamos a deformarnos y empequeñecernos.
Olvidamos que nosotros mismos somos vida y que, con cada juicio que
emitimos, nos juzgamos a nosotros mismos. Quienes han querido mantenernos
en la falsa limitación, siempre han fomentado que juzgáramos, porque así
permanecemos en la separación, enfrentándonos entre nosotros y auto
destruyéndonos.
Es esencial que comprendamos cuánto daño hacen los juicios que emitimos,
tanto en palabra como en pensamiento, a nosotros mismos y a quienes
juzgamos. Cada uno de nosotros es un individuo único, un alma hermosa con
su propia historia, a la vez que todos estamos interconectados, formando parte
de un solo organismo vivo. Cada herida que inflingimos a otra persona, la
inflingimos al conjunto del que formamos parte.
Cuando juzgamos, rechazamos una partícula del todo. Excluimos en vez de
incluir. Pero la vida es totalmente inclusiva. Nuestra actitud sólo puede ser de
inclusión, de aceptación y de perdón. Es la piedra angular del evangelio de
Jeshua.
No significa resignarnos ni someternos a situaciones de abuso de cualquier
índole. Es importante crear un espacio para uno mismo donde poder
desplegarnos, alejándonos de personas cuya presencia no es saludable para
nosotros, pero sin juzgar a estas personas, sino aceptando compasivamente que
cada uno está en un determinado punto de su aprendizaje y evolución, y que no
es cuestión de comparar ni de reprochar. Es tan lícito hallarse en el parvulario
como estudiar en una avanzada institución.
Son las almas viejas, las que llevan ya muchas vidas en la Tierra, y las muy
jóvenes, todavía no tan contaminadas por las improntas de sus experiencias,
las que recuerdan con más facilidad la dicha de otros estados del ser. En sus
corazones, en vuestros corazones, resuena la gloria de una existencia
ilimitada, infinitamente dichosa.
Sólo saldremos de la limitada condición en la que ahora se halla la
humanidad, si despertamos a la consciencia de cuán intrínsecamente unidos
estamos todos, que la misma bella energía mora en todos nosotros,
expresándose en las más distintas formas, que nuestros juicios nos mantienen
en la separación y limitación, y que necesitamos aceptar y perdonar en vez de
quedarnos apegados a nuestras heridas y al pasado.
Jeshua nos los enseñó, con su ejemplo, su actitud y sus palabras. Él dijo: “No
juzguéis, y no seréis juzgados. No condenéis, y no seréis condenados.
Perdonad y seréis perdonados.” “Amad a vuestros enemigos; haced bien a
[5]

los que os odian; bendecid a los que os maldicen; orad por los que os
calumnian.”[6]

Un día, uno de los discípulos preguntó a Jeshua: “¿Cuántas veces tendré que
perdonar a mi hermano, si falta contra mí? Hasta siete veces?” Y Jeshua
[7]

respondió que “hasta setenta veces siete” .


[8]

¡Perdonémonos las veces que haga falta! Pues todos somos hijos de una misma
causa primigenia, de una misma madre y de un mismo padre cósmicos, todos
hermanos, gotas de un mismo océano, miembros de una sola familia. Cada uno
en su camino de retornar al hogar, en su proceso de redescubrir quien es,
sanando las improntas que le deformaron.
Somos uno, indivisibles, eternos e indestructibles. Nuestra forma humana, sin
embargo, es efímera e inerme. Nos ofendemos y protegemos porque nos
sentimos vulnerables, porque nos hemos identificado completamente con
nuestro envoltorio mortal e, incluso, con nuestras ideas y emociones que
también sentimos pueden herirse. Nos cuesta perdonar y nos cuesta confiar.
El inconsciente y nuestros tejidos llevan un registro de cada herida y cada
trauma, tanto físico como emocional, así como de nuestras acciones y
reacciones, componiendo el karma que hemos acumulado a lo largo de
nuestras experiencias vitales.
El karma es como una fragancia que vestimos y que condiciona las
circunstancias de nuestra vida. Cuántas más capas e improntas llevamos, más
limitada es nuestra experiencia y mayor la necesidad de restaurar el estado
original del ser. Sólo podemos retornar a la inocencia de la esencia si nos
liberamos del karma, de todo el bagaje que nos ha ido impactando y sigue
limitando.
La llave mágica es el perdón, la suprema comprensión de que no hay nada que
perdonar, que todos y cada uno somos perfectos, inmaculados e intactos, de
extraordinaria belleza, grandeza y nobleza, con un magnífico potencial por
desvelar. Perdonando dejamos de ser prisioneros del pasado y de nuestro
karma acumulado.
¡Dejemos de auto limitarnos! ¡Sanémonos en vez de seguir padeciendo!
¡Aprendamos a actuar desde la consciencia, en vez de reaccionar sobre los
registros del inconsciente! Siempre podemos aceptar y perdonar, y fluir en vez
de resistir. ¡Responsabilicémonos plenamente del mundo que cada uno va
creando en su interior y a su alrededor, actuando con consciencia, amor,
perdón y compasión!
“Lo que cada uno siembra, eso mismo cosechará.” Cada uno elige lo que
[9]

planta y cultiva. Discordia, miedo, testarudez, violencia. Paz, esperanza,


alegría, amor. Cada uno de nosotros es responsable de si mismo y de la
realidad que va creando día a día, con cada pensamiento, palabra y acto.
El libre albedrío nos permite elegir. ¿En qué mundo queremos vivir? ¿Qué
clase de persona elegimos ser? ¿Un humano ciego y limitado, o un ser
espléndido y luminoso dentro de esta forma humana? Jeshua dijo: “Hay luz
dentro de un hombre de luz, e ilumina todo el mundo. Si no ilumina, hay
tiniebla.”
[10]

El ser humano está diseñado para evolucionar, para florecer y dar frutos.
¡Despertemos a esta verdad! ¡Comprometámonos con nuestro potencial!
¡Realicémonos plenamente! ¡Convirtámonos en luz, en energía brillante!
¡Quitémonos todo lo que es denso, falso y superfluo! ¡Florezcamos! ¡Veamos
aflorar la Divinidad en nuestras vidas, su magia, belleza, abundancia y éxtasis!
¡Convirtamos la Tierra en un floreciente jardín lleno de paz, amor y dicha!
Este es el mensaje de Jeshua. Esta es mi visión de una humanidad y Tierra
realizados y exuberantes. No son solamente palabras. No es algo que nadie
tenga que creer. Sino que es una llamada a despertar, una invitación a dar un
paso hacia un nuevo paradigma, a hacer un cambio interno que promoverá
cambios externos.
Nosotros somos el cambio que queremos ver en el mundo. Este cambio
consiste en reconocernos en nuestra pureza como los soles que somos, más
allá de todas las sombras y nubes que, con el tiempo, han ido cubriendo
nuestro resplandor. No tienen importancia, tan sólo la que nosotros les demos.
Nos transformamos disolviéndolas, comprendiéndonos a nosotros mismos
libres de ellas, en un instante o a lo largo de muchos años.
Retornando a la belleza e impecabilidad de nuestra esencia, transformaremos
el mundo en un hermoso lugar de vida trepidante, de creatividad y abundancia
para todos.
Yo, Maryam, os invito a comprometeros con vuestro potencial, con el
potencial y el despertar de la humanidad. Os pido un voto de fe y de confianza,
sobre todo, una coherente actitud de no agresión y amoroso perdón que
necesita ser practicada en cada momento, con uno mismo y con todos los
demás.
Ruego que el ser humano se alinee con el ser superior, que sienta el amor y la
compasión brotar en su corazón, que vea tan sólo perfección dentro de
cualquier imperfección, que honre y celebre la vida, y que descubra la belleza
de la existencia humana conociendo la dicha de sentirse completo, en fusión
con su ser y plenamente realizado. Este es mi deseo y mi bendición.

[1]
Evangelio según Tomás 76
[2]
Evangelio según María P.7.
[3]
Evangelio según Juan 15:9
[4]
Evangelio según Juan 13:35
[5]
Evangelio según Lucas 6:37
[6]
Evangelio según Lucas 6:27-28
[7]
Evangelio según Mateo 18:21
[8]
Evangelio según Mateo 18-22
[9]
Gálatas 6:7
[10]
Evangelio según Tomás 24
Sarah

Tras siete largos años, hoy llega al fin el anhelado momento de reunirme de
nuevo con mi hija Sarah. Me siento inmensamente feliz, y también algo
inquieta. ¿Cómo será nuestro reencuentro? ¿Qué veré en sus insondable ojos
color azabache? ¿Me dejará conocerla? Añoro su resplandeciente presencia a
mi lado. Nómada por vocación, he recorrido largas distancias, como un ave
migratoria, pero no hubo lugar donde no haya sentido su ausencia. En el que no
recordara su sonrisa cautivadora.
Pero ya no es la dulce niña cuyo sueño velaba y cuyas penas supe reconfortar.
Siete años nos separan de aquellos tiempos dorados de su infancia. Deseo de
corazón que me fluyan las palabras como el río, como la lluvia, como las
lágrimas que vertimos ambas cuando llegó el día de la despedida. El momento
de enviarla aquí, a los siete años de edad, al Templo de Isis que surge ahora
ante mis ojos, imponentemente erigido sobre la isla de Filae, al que se va
acercando el navío que me ha traído de vuelta a Egipto.
Al país de Kemet, desde donde huí hace catorce años con Sarah en brazos. Y
aquí estoy, para estrechar a mi hija nuevamente contra mi corazón. Desde aquí,
la zona alta del Nilo que linda con el reino nubio de Kush, viajaremos hacia el
Noreste, primero en barco y luego en camello, donde nos reuniremos con
Myriam de Nazaret, la amada madre de Jeshua, para que abuela y nieta, por
fin, puedan conocerse. De sus cartas sé que Myriam desea compartir con mi
hija las memorias de su extraordinaria vida.
Pero antes me toca a mí relatarle a Sarah mi historia, que es parte de la suya.
Quiero ser transparente como el agua, como un diamante, para que sepa de qué
material está hecha. Espero que mis palabras consigan surcar cualquier
brecha. Mi corazón se regocija ante la ilusión de pasar juntas días soleados y
noches estrelladas, compartiendo espacio e intimidad. Sin embargo, ¿por
dónde empezar?
Mientras que el sol se levanta magníficamente entre las montañas, acariciando
altas palmeras y extensos campos verdes, admiro cada vez más de cerca los
soberbios pilones y columnas del Templo de Isis, con sus ricos colores y
espléndidos dibujos de la flor de loto y rama de palma. Nada ha cambiado. Es
como si el tiempo se hubiese parado.
Recuerdo los años que pasé aquí como si fuese ayer. Me veo sentada en una de
las ventanas que salpican el muro occidental, desde donde divisaba la isla
sagrada de Bigae con su santuario de Osiris. Evoco el dulce y penetrante
aroma del incienso y el bello repiqueteo de los címbalos, mientras que
entonábamos los antiguos mantras.
Aquí comprendí la importancia de crear un amplio espacio interno desde el
cual establecerme y vivir, independiente de las exigencias y proyecciones de
otras personas sobre mi, de mis aparentes logros o fracasos, y de lo que ocurra
a mi alrededor.
Estaré eternamente agradecida a mi tía Alejandra por facilitarme aquel
peregrinaje al país de los faraones. Acompañada por dos primas, varios
sirvientes y una pequeña escolta, emprendí viaje hacia el Sur, embelesada con
los soberbios santuarios que pudimos visitar conforme remontamos lentamente
el gran río. Tell ell-Amarna, Abydos y Dendera, Karnak y Luxor, Esna y Edfu.
Templos y pirámides, palacios y obeliscos. Un mundo exótico, completamente
diferente al que había conocido en el Monte Moria.
Me quedé fascinada con las distintas deidades masculinas y femeninas que se
veneraban en los diferentes templos, algunas de las cuales tenían forma
animal. Hubo una devoción extendida al Dios solar, a la energía representativa
del astro rey que ilumina nuestros días y cuyos rayos dorados posibilitan toda
vida en la tierra. Mil años atrás, el faraón Akenatón había impulsado un culto
monoteísta a Atón, el sol negro, en representación no solamente del Gran Sol
Central, sino también del hecho de que todo lo creado viene y se va por
mayúsculas y minúsculas aberturas negras, en galaxias, sistemas solares,
células y partículas.
Finalmente, llegamos a la hermosa Isla de las Flores con su Pirámide
Elefantina, situada en la primera catarata para, finalmente, desembarcar en la
isla de Filae, metrópolis por excelencia del culto a Isis. Un lugar mágico,
poblado por árboles, flores y pájaros. Sus murallas, terrazas y muelles
protegiendo la isla contra la turbulenta pleamar que inunda las fértiles tierras
de ambas riberas del Nilo comenzando el verano.
No en vano, el Templo de Isis está situado en el lugar exacto donde el sol,
antes de revertir su rumbo, se detiene en el Solsticio de verano, festejando el
momento anual del reencuentro entre Osiris e Isis, y la fecundidad con la que
el Dios bendice a la Tierra.
Estaba encantada de hallarme en la isla en la que Eucaria, mi amada madre,
también había sido instruida en su juventud. Mi anhelo era acercarme a la
Divinidad aquí en Filae, en este bello lugar de sabiduría milenaria donde se
respiraba paz, ternura, alegría, y una profunda devoción hacia lo Femenino
Sagrado. Mi corazón se sentía en casa, ansiosa de que empezara mi
instrucción.
Por un lado, las sacerdotisas me hicieron explorar mi mente, su superficie
consciente, el lago subconsciente que se extiende por debajo, y las
profundidades de su parte inconsciente. Viajé con mi atención y respiración
por las distintas partes de mi cerebro, desde el hueso sagrado donde nace la
médula espinal, subiendo mi columna hasta la glándula pineal en el centro de
mi cerebro, para arribar finalmente en la glándula pituitaria detrás de mi
frente, donde descubrí el tercer ojo que, a diferencia de nuestros ojos visibles,
no percibe el mundo exterior sino el interior. Me indicaron que explorara mi
cuerpo por dentro y, finalmente, me llevaron al corazón.
Hallé una hermosa energía expansiva en mi corazón, a la que le di voz
entonando armónicos que hicieron vibrar mi cuerpo por dentro y fuera, a la
vez que descubrí en las distintas capas de mi cuerpo, corazón y mente
infinidad de memorias que condicionaban mi conducta, mis sueños y mis
temores.
Cuanta más consciencia adquiría, con cuanta más atención y capacidad de
percepción me observaba, tanto más claras se volvieron las aguas de mi
inconsciente. Empecé a sentirme cada vez más libre, ligera y expandida,
conforme se derribaron puertas, paredes y subsuelos en mi interior que antes
me habían embarrado y enclaustrado, al mismo tiempo que me volví más y más
receptiva, pudiendo captar con facilidad los mensajes de mi mente
subconsciente.
Por otro, las sacerdotisas me explicaron que somos ciudadanos de dos
mundos, uno visible y otro invisible, que el ser eterno e intangible, la
Divinidad misma, mora dentro de todos y cada uno de nosotros, aunque tan
sólo veamos nuestra parte humana y tangible, y que el propósito último de
nuestra existencia es encarnar esta Divinidad aquí en la Tierra, una vez que,
liberados de toda resistencia, nos abramos a ella para que nos llene y guíe.
Me pareció una visión fascinante del ser humano, pero no quise que se
quedara en un mero concepto intelectual o algo que pudiese creer o no creer,
sino que ansiaba experimentarlo. Anhelaba descubrir este mundo intangible y
entrar en contacto con lo Divino.
Con tal propósito, las sacerdotisas me enviaron durante meses a que meditara
largas horas en la naturaleza, con los ojos abiertos y atención aguda. Empecé a
contemplar el río, una ola, el brillo del sol en una gota de agua, un árbol, una
flor, una hoja, la sabia fluyendo por sus venas, admirando la gloria prodigiosa
de la creación.
Cuán más quieta y atentamente escuchaba, más me hablaba la naturaleza, más
me susurraba la eternidad desde todos los lados. Sentí que yo misma era parte
de la naturaleza y del milagro de la vida, inseparable de lo que veía, del aire
que respiraba, del fuego vital que percibía en mi interior, del agua que bebía,
de la tierra que me sostenía y alimentaba, y del espacio que me contenía. Todo
en la naturaleza era una manifestación de una fuerza sagrada y eterna, casi
palpable el lugar donde lo finito y lo infinito se tocaban.
Percibía sin palabras, de forma intensa y con mucha transparencia, conectando
con un solo campo de energía vibrante mediante el cual todo se hallaba en
conexión. Sentí que había una fuente de la que brota toda vida, que se halla en
el centro y origen de todo lo que existe, y que manaba también dentro de mi.
Verdaderamente, yo y todos teníamos nuestras raíces en lo Divino.
Fue un peregrinaje hacia dimensiones desconocidas dentro de mí, más allá de
los pensamientos. Cuanto más sensitiva me volvía, más íntimo era el contacto
conmigo misma, mayor la sensación de ser mera consciencia expandida, y más
hermosa la energía que emanaba de mi corazón, llenándome de paz, serenidad
y júbilo, de amor puro por todo lo que había, como si yo y todo lo que me
rodeaba fuésemos una bella sinfonía, sin poder ni querer separar sus distintas
notas musicales.
Comprendí que cada uno de nosotros tiene un núcleo sagrado. Cada célula,
cada planeta, cada sistema solar y galaxia tienen un núcleo. Todos estos
núcleos están interconectados. Todos estos núcleos son Uno. Es el Todo
expresándose en lo pequeño y lo grande, en el microcosmos al igual que en el
macrocosmos. Núcleos dentro de núcleos. Fractales dentro de fractales.
Ciclos dentro de ciclos. Toda la naturaleza, toda vida un gigantesco
holograma.
Nuestro núcleo es el corazón. La energía luminosa que irradiamos desde el
sentir puro, son los hilos de la divina matriz hechos visibles. Todos formamos
parte de la misma telaraña única e inconmensurable. Todos estamos embutidos
en esta infinita matriz que es la vida, eterna en su esencia, cíclica en su
apariencia, las estrellas y nosotros puntos de luz en el grandioso tapiz que va
tejiendo.
Me perdía en la contemplación de la magnitud del cielo nocturno, fascinada no
sólo por el resplandor de los astros, sino también por el vasto espacio que
conformaba la bóveda celeste, mucho más extensa esta oscuridad que los
puntos iluminados por estrellas. Comprendí que era el espacio que lo mantenía
todo en cohesión, que ahí, en la aparente oscuridad de la nada, era donde
debía buscar el origen de lo Divino, la ubicación desde donde aquella
suprema inteligencia obraba sus milagros.
Tocar lo Divino de esta forma, fue una experiencia sobrecogedora para mi.
Realicé con toda claridad que yo no era mi cuerpo ni mis memorias, sino la
consciencia que observaba y que, en última instancia, no había diferencia ni
separación entre lo que yo era y observaba. Sólo había un mismo sonido
original que resonaba en distintas cadencias.
Me expandí cada vez más, sintiendo el claro anhelo de fundirme plenamente
con la consciencia eterna que casi podía tocar con mis manos. Ansiaba
amalgamarme con el Todo y experimentarme a mi misma tan infinita e
ilimitada como lo eran la negrura y la luz del Creador y de su creación.
Sin embargo, había algo que me retenía. Una sensación de estrechez, de
rigidez dentro de mi, la duda también de ser digna de tal epifanía. Pero, sobre
todo, miedo a no poder controlar la experiencia, resistencia a entregarme, y un
gran temor a disolverme.
Profundas conversaciones con las sacerdotisas, valiosos pergaminos que
estudié en la magnífica biblioteca del templo y fascinantes viajes de
consciencia que emprendí en la pirámide de la cercana Isla Elefantina, me
hicieron comprender que había una dicotomía en mí que ilustraba a la
perfección el dilema y la condición del ser humano.
Quise ser libre y atada a la vez. Por un lado, anhelaba fusionarme con la
infinidad del ser. Por otro, temía salir del espacio delimitado, seguro y
conocido que, hasta ahora, me había protegido y apresado al mismo tiempo.
Era el miedo de mi pequeño yo humano a disolverse en la inmensidad del ser
eterno, a ser aniquilada como individualidad. El temor a desintegrarme y de
perder el control sobre mi energía, luchaba contra mi anhelo de encontrarme
nuevamente libre de cualquier restricción. Temía lo que anhelaba, y ansiaba de
lo que huía.
Siempre había percibido una especie de vacío dentro de mí, un vacío que
nunca había querido atravesar, del que me había evadido y el cual había
llenado con pensamientos compulsivos y mucha tristeza sintiendo, con
frecuencia, una gran soledad. Un vacío tan vasto como inmensa era la
Divinidad con la que, por fin, había entrado en contacto.
Comprendí que este vacío que había rehuido tanto, en realidad, era el lugar
donde moraba mi ser eterno. Me había sentido triste y sola porque nunca me
había atrevido a salir de mi separación para entregarme plenamente a los
brazos de lo Divino, temiendo encontrarme ahí no solamente con mi luz
verdadera sino también con los dragones de mi sombra, sin comprender aún
que ambas forman parte de la experiencia de cualquier energía proyectada a la
dualidad.
Fuertes eran las compuertas de mi yo humano y férreo su control. De este
pequeño yo personal que era fruto del impulso primario de supervivencia.
Comprendía este instinto de proteger mi cuerpo, de sentirme segura y a salvo.
Había visto también mi deseo de ser vista y reconocida, aprobada y amada.
Pero, realmente, nada de ello me había hecho sentir bien, porque lo que
verdaderamente anhelaba era a mi misma, ser entera, completa en mi misma.
Mi decisión estaba clara. A pesar de mi miedo y de mi resistencia, quería
amalgamarme con mi ser, abrirme completamente a la esencia divina, y vivir
desde ella. Sabía que esto suponía un valiente salto al vacío, ya que el yo que
creía ser tenía que morir, para que pudiese ser lo que realmente era.
Mi pequeño yo y todas mis identificaciones necesitaban disolverse, para que
el poder místico me revelara la magnificencia de mi verdadero yo. Un yo que
ya no sería tan personal y limitado, sino más global e ilimitado. Lo que no
sabía era cómo conseguirlo.
Había experimentado la ausencia temporal de mi yo personal cuando me
perdía en la contemplación de la gloria de la naturaleza, cuando entonaba
durante largas horas los antiguos mantras, o me absorbía por completo en otra
actividad que me llenaba. Momentos gozosos, fuera del tiempo, algunos
mágicos pero efímeros. Siempre volvía a lo cotidiano, a las partes conocidas
de mi misma.
Las sacerdotisas me explicaron que el secreto consistía en tres claves y un
desafío: mi atención, la mirada interior, la fusión con el ahora, y enfrentar
valientemente el miedo a la muerte.
Necesitaba quedarme muy quieta y dirigir mi mirada hacia dentro, hacia mi
mundo interior, atenta a todo lo que percibía sin distraerme de mi enfoque de
atención, que era el ahora presente en mí. Me recomendaron que, antes de
afrontar cualquier miedo, experimentara con otras cualidades y sensaciones,
siguiendo siempre el movimiento de su energía por mi cuerpo sin
identificarme con ningún pensamiento ni emoción.
Así que me tumbé con los ojos cerrados sobre la hierba verde, calmé mi mente
respirando tranquilamente, dispuesta a experimentar lo que ocurriría en mi
interior, en el espacio que convierte nuestros cuerpos en magníficas cajas de
resonancia.
Me abrí a sentir la tristeza. Fue como una ola gigante que chocó contra mi
corazón y taponó mi garganta. Poco a poco, se fue convirtiendo en un inmenso
lago que me inundaba y cuyas aguas, paulatinamente, se volvieron cada vez
más quietas. Me invadió un sereno bienestar y, de pronto, sentí este espacio
dentro de mí que parecía vacío y silencioso. Me entregué a el. No había nada
más que este espacio que, súbitamente, se llenó de vida trepidante. Todo era
vida, alegría, dicha, éxtasis. Reposaba en la tranquila intensidad del ojo de un
huracán, en los brazos amorosos de lo eterno. Había conectado por primera
vez con la Divinidad que moraba dentro de mí, y fue hermoso.
Cada vez me identificaba menos con la persona que había creído ser, y más
con la jubilosa y amorosa consciencia que sentía que era. Seguí observando
mis pensamientos sin apegarme a ellos, consciente de que no era yo la que
pensaba sino que, simplemente, experimentaba un pensamiento, los cuales
emanaban de mi pasado, mi condicionamiento, memorias e inconsciente.
Con el tiempo, comprendí que los pensamientos no sólo habían determinado
mi estado de ánimo, sino que también aparecían según la disposición de mi
espíritu. Cuánto más placentero era mi ánimo, más positivos y constructivos
eran mis pensamientos. La buena higiene mental era esencial, para que mis
pensamientos, emociones, energía y cuerpo se pudiesen alinear y convertirse
en una antena coherente, capaz de sintonizar con otras dimensiones de
existencia.
Tanto nuestra mente como nuestro cuerpo son acumulaciones, aglomeraciones
de memorias, pensamientos y emociones. Era importante que trabajara también
con los registros de mi cuerpo.
Empecé a darme permiso para sentir plenamente cualquier emoción que me
embargaba, siempre sin identificarme con ella ni dejarme enredar por la mente
en historias relacionadas con la emoción en cuestión. Aprendí a localizar y
liberar también emociones que se habían cristalizado en mis tejidos debido a
que, durante mucho tiempo, no me había dado permiso para sentirlas.
Había rehuido y reprimido emociones desagradables como la ira, culpa o
vergüenza. Pero al no darles expresión, al no permitir que su energía fluyera,
estas emociones se habían estancado y congelado en mis tejidos.
Así es como se genera cualquier enfermedad. El cuerpo nos recuerda a través
de ella que hay un impacto sobre nuestra vibración que necesita ser mirado y
sanado. Cada dolencia representa una oportunidad para evolucionar, para
liberarnos de creencias limitantes y emociones corrosivas.
Todas las emociones ligadas a experiencias impactantes son registradas y
archivadas, constituyendo un banco de memorias cuyas huellas se hallan en
nuestros tejidos. La memoria del cuerpo es mayor que la de la mente y más
ancestral.
Nuestro cuerpo es una antena que resuena con bancos de datos
interdimensionales que, como las nubes en el cielo, almacenan nuestra
historia. Todo lo que hemos experimentado, sentido y pensado jamás. Cada
uno de nosotros un depósito de memorias. Comprendí la necesidad de limpiar
este almacén, y me dediqué con tesón a ello.
Cuando sentía resistencia, experimentaba esta resistencia sintiendo todo mi
cuerpo contraerse y blindarse. La ira me quemaba y cegaba, la vergüenza me
consumía, la culpa me aplastaba. Aprendí a no juzgar ninguna de estas
energías en movimiento que liberaba, a no quedarme tampoco con ninguna, ni
identificarme jamás con lo que se movía.
Invariablemente, al final de cada trabajo sobre el banco de memorias de mi
cuerpo, con toda mi atención enfocada hacia dentro y en el momento presente,
conectaba con el vasto espacio al que me abría en mi interior, y experimentaba
la dicha temporal de fusionarme con la Divinidad.
Llevaba siete años en Filae cuando llegó el día en el que me sentí preparada
para explorar y enfrentar el miedo a la muerte. Todos nuestros temores derivan
de este miedo universal que acompaña nuestra existencia.
Nacimiento y muerte van mano en mano. Pero eludimos el hecho de tener que
enfrentarnos, tarde o temprano, al incierto umbral de la muerte. Es lo único
que el yo personal no puede controlar, y la razón de su existencia. El humano
siente pavor ante la ineludible disolución de si mismo, y su instinto de
supervivencia rehúye y combate lo que más teme. Vencer el miedo a la muerte,
significa vencer nuestro finito yo personal. Quien creíamos ser se disuelve en
la infinidad del ser.
Nunca olvidaré aquel día y aquella experiencia. Entré en ella abriéndome a
sentir plenamente mi temor a fallar, a ser indigna, a no sentirme amparada.
Desolación. Un tremendo agujero en mi pecho. Mi corazón en un puño como
una piedra oscura. El miedo de haber pecado contra Dios y de que fuerzas
impías se apoderasen de mi alma. Mi cuerpo estremeciéndose en temblores.
Terror al sufrimiento, la tortura y agonía. Aves negras retorciéndose en mi
vientre. Sollozos y gritos sacudiéndome.
Después, un río de memorias. Imagen tras imagen, recuerdo tras recuerdo,
aparecieron ante mi ojo interior. Vi las veces que había dejado mi cuerpo de
forma pavorosa, cuantas veces me había ido de este mundo, sólo para volver
una y otra vez. ¡Cuánto dolor! Sepulcro tras sepulcro. Cientos de experiencias
de muerte colapsaron de forma agonizante. Mi cuerpo deshecho. El alma
aplastada. ¡Quería liberarme de las garras de la muerte! ¡Quería dejar de
morir y renacer siendo nada más que un cuerpo! ¡Quería despertar a mi
verdadera esencia ahora y para siempre!
De pronto, las puertas de mi universo interior se abrieron ampliamente. Los
lazos que me habían aprisionado se desvanecieron, la agitación de mi alma
cesó y una gran calma invadió mi cuerpo. Yo estaba en el universo y el
universo estaba en mí. Con cada respiración, las tinieblas y la pesadez se
volvían más y más ligeras. Flotaba en una nube de luz. Deambulé, fascinada,
por estancias luminosas desconocidas, mi corazón danzando en melodías
celestiales.
Desde lo más hondo de mi ser surgieron palabras de reconciliación, de amor y
de agradecimiento. El amor infinito que sentía me transportó más allá de la
forma. Sumergida en un océano de luz, cada célula de mi cuerpo y cada
partícula de mi alma se renovaron, fusionándose con la grandiosidad de mi ser
infinito. Fue una vivencia sublime, poderosa.
La luz en mi estaba completamente libre de miedo. Sabía que la muerte no
podía tocarme. El miedo que había sentido no era real. Fue un producto de mi
mente limitada, de mi identificación con el cuerpo. Pero yo no era mi cuerpo.
Era eterna. Yo no era el cambio sino la presencia inmutable que lo
experimentaba. Era invulnerable.
La última y definitiva prueba llegaría a la hora de mi muerte, cuando me
tocaría emprender el tránsito a otros planos sosteniendo esta consciencia de
inmortalidad. Pero el amor y la dicha que me embriagaban eran ilimitadas.
Sabía que yo era toda vida, vida eterna.
No importaba cómo llamaba a la fuerza poderosa que sentía en cada molécula
de mi ser. Luz, amor, consciencia, vida, Divinidad. Era lo único real. Era todo
lo que había. Siempre había estado ahí, aun cuando yo no había reparado en
ella. Como cuando las nubes cubren el cielo y no nos dejan ver la luz, a pesar
de que el sol brilla en el firmamento.
Pero ahora me había entregado a ella, fusionado con ella, y sabía que podía
confiar. Fue un momento trascendente para mí, un punto de inflexión, una gran
transformación. Cuando miraba a las personas, tan sólo veía amor y
Divinidad, el ser supremo disfrazado en distintas formas aparentemente
limitadas.
Me encomendé a la suprema fuerza que sentía pulsar en mis células, para que
me envolviera y guiara mis pasos. Sabía que ya nunca más se trataría de mi
voluntad, sino de vivir en sincronía con sus designios. Intuía que los
venturosos años que había pasado en el Templo de Isis pronto tocarían su fin.
Mi corazón albergaba la certeza de que la Divinidad encontraría la forma de
hacerme suya.
Unos meses después, conocí a Jeshua. ¿Cómo relatar el encuentro con aquel
singular ser humano? ¿Cómo describirle a Sarah al hombre insólito que había
sido su padre? Un humano que se había dado plenamente a la luz, la eternidad
brillando en sus ojos, toda su apariencia de una intensidad vibrante.
Le escuché hablar ante una asamblea en Abydos, compartiendo el
conocimiento que le había aportado un largo viaje que, una década atrás, había
iniciado en Egipto y el cual le había llevado a Grecia y Roma, y a lugares tan
lejanos como Persia, la India y el Tíbet, donde había estudiado con monjes,
brahmanes, ermitaños, hombres y mujeres santos.
Con voz cálida y clara, habló de las muchas moradas que tiene la mansión de
lo eterno. Dimensiones dentro de dimensiones, formando en su conjunto un
solo campo pulsante, una divina matriz cuyos hilos lo entrelazaban todo. Todos
los Dioses un solo Dios, una suprema inteligencia inmutable e inenarrable, el
origen primigenio de todo lo creado, presente en todos los corazones,
impulsándolos a retornar al hogar, a realizarse en esta forma humana como
Hijos de Dios.
Sus palabras me tocaron profundamente. Expresó con gran sabiduría y
sensibilidad lo que la mente apenas puede concebir. Una verdad más elevada
que ella, más sublime. Pude vislumbrar la hermosa imagen que evocaba su
discurso y sentir mi corazón resonar con lo que transmitía. Todo lo que yo
había experimentado en los últimos años, me confirmaba que estaba en lo
cierto.
Nuestra salvación, dijo, radicaba en superar la ilusión de la separación, no
concibiéndonos como un yo individual entre otros distintos, sino como un solo
ser, una sola vida expresándose en múltiples cuerpos y facetas. Todo lo que
sucede a uno, afectando al todo. Lo que ocurre al otro, ocurriéndome a mí.
Porque todos somos uno. Nuestra tarea el retorno a la unidad, a la luz y el
amor incondicionales.
Habló con suma elocuencia del perdón como elemento inherente y actitud
indispensable del concepto de la unidad. El otro otro yo, yo otro tu. Caras y
espejos de un solo Todo. Lo que proyectamos sobre el otro, perteneciéndonos.
Todo daño causado a otro, lastimándonos. Violencia e ira afligiendo a quien
las sufre y quien las siente.
Toda culpa y crítica desafiando la perfección de la suprema creación.
Resistencia, control y manipulación, disposiciones prepotentes que
distorsionan nuestra sincronía con la vida y nuestra capacidad de percibir los
designios de lo Divino.
Enfatizó la gran labor que constituiría despertar a los seres humanos de su
profundo sueño. El largo camino por recorrer basándose en el amor, el perdón
y la aceptación, empezando cada uno consigo mismo y, después, con su
ministerio. Aceptar todo lo que es, a todos como son, a todo lo que fue, dijo.
Aceptar que no hay nada que perdonar.
Dejar atrás el pasado, renunciar a las identificaciones y abrir nuestro corazón
a la amorosa energía omnipotente y omnisciente que guía cada uno de nuestros
pasos en la eternidad del ahora, para que florezcamos como humanos y la
Divinidad se pueda expresar plenamente en nosotros.
Estaba cautivada. Tanto con el discurso como por el hombre. Sabía que tenía
ante mi a un gran visionario, a un extraordinario maestro espiritual, y que yo
quería ser su discípula. Quería beber de su sabiduría y participar en su misión.
Un año más tarde, le abrí la casa familiar en Betania, en la falda del Monte de
los Olivos, donde me había instalado con mis hermanos Marta y Lázaro tras el
fallecimiento de nuestro padre y mi vuelta a Judea, ofreciéndole a Jeshua un
espacio para sus tertulias, a las que acudía cada vez más gente.
Me convertí en una de sus diligentes discípulos y, más tarde, en su esposa. Nos
atraíamos como dos partículas de luz, regocijándose nuestras almas ante un
lazo que era más antiguo que el tiempo. Compartimos plácidos silencios,
largas conversaciones, una misma visión de un mundo evolucionado y el firme
compromiso de contribuir a que la humanidad despertara a su verdadera
naturaleza y potencial.
Amé a este hombre más allá de las palabras, más allá de los cuerpos.
Albergaba su corazón en el mío, fui luz en sus ojos. Nuestro amor fue eterno
como la vida misma, libre como el viento y dulce como la miel. Descubrí mi
sensualidad y experimenté la plenitud de mi feminidad a través de la unión con
mi esposo y del embarazo.
En Filae había empezado a honrar mi cuerpo como un templo para la
Divinidad, pudiendo apreciar ahora la sensualidad que experimentaba como
un delicioso elixir que quise explorar y celebrar. Me entregué a ella y a
Jeshua, a esta intimidad profunda y gozosa que es la sexualidad, capaz de
eclipsar toda separación.
El arte del amor puede ser una oración sagrada cuando dos cuerpos
fusionándose se funden conscientemente en un solo ser, éxtasis puro, más allá
de cualquier forma. Siendo la forma, sin embargo, la que posibilita tan
sublime experiencia. El amor haciendo el amor al amor. Dos energías
volviéndose uno, experimentando la unidad. Lo Femenino y lo Masculino
Sagrados danzando en una hermosa coreografía. Una comunión excelsa cuyo
cometido puede ser profundamente espiritual, expresión y celebración de la
vida y su sacralidad.
Era feliz más allá de las palabras con la vida que compartía con Jeshua,
aunque no conseguí quedarme embarazada hasta el año anterior a su detención.
Hubo sumo interés en su misiva. Jeshua era un erudito de las escrituras, con
una mente aguda e ideas novedosas, un corazón compasivo y una presencia
deslumbrante. Mucha gente le escuchaba y le seguía, cansada de tanto
conflicto, de la violencia, codicia e injusticia que se respiraban en Palestina.
Estaban intrigados por el mensaje de esperanza que divulgaba, y también por
las milagrosas sanaciones que habían tenido lugar en su presencia. Cuando un
ser está completamente en la luz, se halla Uno con el poder ilimitado de lo
Divino, y en su presencia todo se sana. No hay desarmonía ni falta posible.
Todo vuelve a su perfecta condición original.
Con el tiempo, muchas personas veían en Jeshua la encarnación del anhelado
mesías que tomaría las riendas del pueblo para liberarlo de la esclavitud de
Roma y restaurar la dinastía de David en el trono de Jerusalén. Jeshua, a quien
yo misma ungí para su misión de instaurar un nuevo orden mundial basado en
una espiritualidad directa y plena de seres humanos libres e iguales que se
sabían todos uno, era consciente del desafío que su misión suponía tanto para
el poder de Roma como el del Sanedrín.
Él no sólo supo que, tarde o temprano, lo detendrían y ejecutarían, sino que
tuvo la magnanimidad de convertir su crucifixión en un ejemplo de aceptación,
de perdón y de superación. Todavía me impactan los recuerdos de la agonía de
su cuerpo en la cruz y el digno tránsito que hizo con una determinación casi
sobrenatural.
Me veo a mi misma a los pies del calvario, deshecha en lágrimas, embarazada
y desolada. Pero también recuerdo mi inmensa alegría cuando Jeshua se me
apareció, pidiéndome que anunciara la noticia de su resurrección al mundo.
Cuando un ser humano es arrancado de la vida en plena flor, la energía vital de
la que es separado no es débil, como cuando uno expira su último aliento
siendo anciano, sino vigorosa. Y alguien con cierta maestría sobre si mismo,
es capaz de utilizar esta energía para aparecer en forma etérea. Es lo que hizo
Jeshua para confirmar la inmortalidad del ser que había predicado.
La divina providencia en su inescrutable sabiduría lo empujó hacia la cruz.
Fue horrendo y, a la vez, el escenario perfecto para inmortalizar su evangelio.
Rindiéndose a la voluntad divina, sacrificó su cuerpo para demostrar que
todos somos vida eterna.
Quiero contarle todo esto a Sarah. Quiero que sepa cuán gran hombre fue su
padre, un ser inmenso que entregó su vida por completo a la luz. Un ser
humano esplendoroso, pulcro y humilde, transparente como el agua y luminoso
como las estrellas, que dio generosamente para alumbrar este mundo y a sus
gentes. Un sol resplandeciente que pertenece a la hermandad de los luceros
cuyo cometido es guiar e iniciar a las almas en su retorno a la Divinidad.
Tu padre vive en mi corazón para siempre, Sarah. La muerte no puede apagar
la llama del amor. Perder y tener son sino ilusiones de la mente. No podemos
encadenar la felicidad. Yo la besé en sus alas, para que viviera en el alba de
la eternidad. Quizás, algún día, retorne a mí, como lo haces hoy tu, amada hija
de mi corazón, que pronto escribirás tu propia historia. ¡Permíteme bendecirte!
¡Déjame estrecharte entre mis brazos!
Avalon

Mi corazón se regocija en la serena paz y la sencilla belleza del paisaje verde


que se extiende ante mis ojos. Ynisvitrin, la resplandeciente isla principal de
Avalon, envuelta en los velos que la mantienen invisible ante los ojos de
quienes no han sido iniciados en los misterios, se ha convertido desde hace ya
muchos años en mi hogar. Amo a cada manzano, sauce, roble y junco de este
santuario de la naturaleza.
Los arroyos y manantiales de las tierras pantanosas que rodean las islas, crean
de forma natural un flujo de agua en espiral con poderosos vórtices de
resonancia, evocando en mi memoria imágenes del Templo de Osiris en
Abydos, de las Pirámides de Giza, y del complejo de templos, pirámides y
palacios de la Atlántida, todos surcados por lagos, cuevas, pozos, túneles y
canales de agua. El legado de civilizaciones ancestrales diseñado aquí por la
mano de la naturaleza misma.
Delante de mí, en el mayor de los vórtices, se eleva la verde colina del Tor,
cuya eminencia piramidal señala un eje donde lo finito y lo infinito se
enroscan, entrelazando el mundo visible y los mundos invisibles.
Más de una vez he cruzado las fronteras entre las dimensiones recorriendo el
camino procesional que serpentea en espiral alrededor del Tor. Un sendero
que conduce al peregrino tanto al círculo de megalitos que corona su cima,
como a un portal en el interior de la colina donde el tiempo y el espacio se
vuelven permeables.
Ahí, en el centro de la espiral del vórtice, reposa el huevo dorado de la vida
que los atlantes trajeron a la isla y que, antaño, había yacido en la vieja tierra
madre, Lemuria la Primorosa. Un mineral de plasma vivo con un infinito
núcleo negro, que es fuente de gran energía y cuya forma elipsoidal es la
primigenia de toda vida, la de las órbitas de los astros y la de las aberturas
energéticas por las que los seres entramos y salimos de nuestro campo
energético y de la vida.
En la cúspide de la espiral, dos anillos de megalitos recrean el flujo dinámico
de un torus, el sagrado molde geométrico de la vida misma, que entrelaza la
infinidad de espirales, fractales y núcleos de las galaxias y de los universos en
sus partes visibles e invisibles.
Fue ahí, arriba en el Tor, donde se me desveló el símbolo del infinito en forma
de ocho, cuando vi desplegarse la forma toroide de tri en bidimensional,
entretejiéndose las órbitas de magnos astros al igual que las hélices de
minúsculas partículas, más allá de cualquier comprensión intelectual sólo
posible desde la visión interna expandida.
Vislumbré la disposición de las siete islas que componen el dominio sagrado
de Avalon como reflejo de las siete estrellas hermanas de la constelación de
las Pléyades. Matariki, susurraba una voz, de donde vino la madre que nos dio
la vida.
Voces que emergieron de la memoria de mi ser inmortal me mostraron la
hermosura de los cielos. La tierra azul con su luna plateada girando alrededor
de la esfera dorada del sol en una danza eterna llena de amor. Formando parte
de coreografías cada vez más complejas y, sin embargo, de una simplicidad
asombrosa.
Nuestro sol bailando junto a sus estrellas hermanas de las Pléyades, trazando
espirales fulgurantes alrededor de la constelación de Sirio, luz más
resplandeciente de la bóveda celeste y gran sol central del brazo de Orión, los
tres astros de su cinturón deslumbrándome con su resplandor. Sirio y Orión,
Isis y Osiris, Diosa y Dios velando juntos los cielos y secretos de la Vía
Láctea.
La belleza imperecedera de las estrellas me abrió las puertas de la eternidad,
e imágenes cada vez más nítidas empezaron a emerger de las tinieblas del
tiempo. Vi sumergirse la Vieja Tierra en un gran cataclismo, las cúspides de
las más altas montañas convirtiéndose en pequeñas islas bañadas por aguas
cálidas.
Vi emerger otro continente, donde los supervivientes de la antigua sabiduría
encontraron un nuevo hogar. Vi desaparecer también esta tierra, Atlantis la
Gloriosa, hundirse entre fuego y humo para siempre en el océano, y a los que
lograron zarpar antes de la hecatombe arribar en patrias extranjeras.
Algunos dirigiéndose al gran continente en Occidente, otros navegando hacia
Oriente, llevando la antigua sabiduría a las montañas del Himalaya y
convirtiendo el país de Kemet en tierra de faraones.
Unos pocos barcos zambulléndose en las frías aguas del mar del Norte, para
fondear en las costas acantiladas de Britania, isla sagrada de druidas y hadas.
Entre ellos los príncipes herederos, Osinarma y Domara, dispuestos por el
destino en embarcaciones diferentes.
Osinarma, alto, rubio y apuesto, con los dragones rojos de su real linaje
tatuados en las muñecas y la fuerza de los truenos y relámpagos recorriendo
sus venas, arribando en el Sur. Aliándose con una tribu de los durotriges para
erigir en una planicie, donde dos poderosas arterias de fuerza geomántica se
entrelazan, una Gran Rueda del Sol.
Megalitos imponentes alzados por el poder del sonido, destreza sin igual del
pueblo dorado, maestros del canto mágico, capaces de mover materia
mediante la transformación frecuencial. Yo, Maryam, sacerdotisa que fui en la
Atlántida y sacerdotisa que fui en la gloriosa Lemuria, os digo que es el
sonido que crea toda forma. Es el poder del espacio que vibra.
El pueblo dorado supo comunicarse con este espacio que es la morada del
Creador, y levantar con suprema destreza megalitos para erigir obeliscos,
pirámides y ruedas solares. Una vez terminado el círculo, en el amanecer del
Solsticio de verano, cuando el astro rey tan venerado por los atlantes
alcanzara el cenit de su fuerza, esta rueda de poder les serviría a los atlantes
para establecer nuevamente la supremacía de su nación, construyendo templos
y palacios, una flota y ejércitos.
¡Ay! Lágrimas de dolor e impotencia llenan mis ojos. ¿Cuándo aprenderemos?
¿No fueron la soberbia y la avaricia las causas por las que el Imperio Dorado
se hundió en el fuego y las aguas de la destrucción? ¿Para qué cometer
nuevamente el mismo error? Esta no es tierra de palacios dorados y templos
de piedra, sino de pantanos y alcornoques, de elfos y hadas.
Fue Domara, la princesa con el cabello como lenguas de fuego y ojos azules
como el mar al atardecer, la que resonó con la magia inherente en la naturaleza
de su nueva tierra. El velero en el que se hallaba, había rodeado la costa
Suroeste de la isla y encontrado en la desembocadura del río Avon la
posibilidad de arribar entre los acantilados afilados de su inhóspita costa.
Así llegaron a Avalon, donde fueron bien recibidos por los nativos que, desde
hace tiempos inmortales, honraban la naturaleza y el ciclo eterno de la vida.
Junto a los druidas, veneraban a los robles, el muérdago, los pájaros, el fuego
y el lago sagrados. Reverenciaban la tierra como madre que gesta, nutre y
sostiene, viendo la Divinidad en cada expresión de la naturaleza, en cada
planta, animal y piedra, en la lluvia, el viento y el sol.
Fueron los atlantes los que mulleron con azadas y su propias manos el camino
procesional que serpentea alrededor del Tor, después de que Domara
visualizase sus espirales en un sueño. La espiral que es una representación del
movimiento de la energía vital, de las energías cósmicas y de la estructura de
toda vida, un símbolo también de la Diosa, de la matriz, hablando de ciclos,
renovación y evolución.
Cuando los dos asentimientos atlantes, pasados unos años, se reencontraron,
estalló un conflicto entre los que habían empezado a vivir en armonía con las
fuerzas de la creación y aquellos que quisieron seguir sometiendo la
naturaleza.
Osinarma, arrepentido de su participación tras el reencuentro con su amada,
destruyó gran parte de la rueda de poder, haciendo acopio de su don de evocar
la tormenta. Pereció a causa de aquella hazaña, llorado por Domara con gran
aflicción, sumo amor y magno agradecimiento.
Habiéndose quedado encinta antes del cataclismo, la princesa atlante había
dado a luz a mellizos, un niño y una niña, hijos del trueno y de la nación
dorada que se mezclarían con el pueblo de los hadas y elfos, fundando el
linaje sagrado de Avalon. ¡Cómo se repite la historia!
A Domara, primera Dama del Lago, le siguió su hija como soberana espiritual
de la Isla Resplandeciente. Su rostro toma forma ante mis ojos atemporales,
una media luna plateada en su frente, su cabello rubio ondeando al viento, su
esbelta silueta envuelta en la fina capa azul de las sacerdotisas.
Nombres y rostros empiezan a desfilar ante mi ojo interior. Eilana, Callista,
Helena, Viviane, Morgaine, Nimuë. No distingo si lo que estoy viendo
pertenece al pasado o queda por acontecer. La vida que parece un río en flujo
constante mientras que estamos en un cuerpo, ante la mirada eterna se
convierte en un lago de cristal, sus múltiples facetas revelándose. En la leída
atemporal que todo lo comprende y todo lo acepta, en algunas de estas mujeres
me reconozco a mi misma.
Me quedo maravillada ante el viaje ciclópeo del alma que, como hilo dorado
en el tapiz del tiempo, viene y va, vuelve y evoluciona. Una y otra vez, con una
tenacidad formidable, buscando completarse y traer toda la plenitud y
hermosura del ser a la forma humana.
Un periplo en cuyo transcurso nos encontramos y reencontramos con seres
queridos cuyos facciones y nombres varían, como en una danza eterna. Cada
pareja con la que bailamos, con cuyos ojos tropezamos, un alma amada. Las
más amadas, a veces, aquellas que lecciones más duras nos vienen a enseñar.
El hijo de Domara y Osinarma, bardo y guerrero, fue quien siguió luciendo los
dragones de los hijos de las estrellas, dispuesto a proteger con su vida y su
espada a la tierra y sus gentes. De generación a generación, qué así fuese. El
Pendragon. Bretones, romanos, sajones, hombres de distinta procedencia
llevando tal digno título. Gawein, Caurasio, Arturo. En muchos corre la sangre
de Avalon, y a todos les distingue la realeza de su corazón.
¡Cuántas vidas y cuántas muertes! La carga emocional de los milenios que mi
alma ha visto pasar, de tantos advenimientos, dolor y partidas, me aplasta
como una losa. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que la humanidad pueda
vivir y morir de otra forma? ¿Sin violencia, ignorancia, injusticia, guerras y
sufrimiento?
Es un clamor que se clava en mi corazón como un punzón. No quiero apegarme
a este dolor sino desidentificarme, desprenderme de los negros pensamientos
como una serpiente se despoja de su piel. El amanecer de hoy es demasiado
bello como para dejarme embargar por cualquier aflicción. Después de largos
días de frío, lluvia y niebla, propicios para esta época otoñal, el sol vuelve a
acariciar la Tierra con sus generosos rayos dorados.
Mi mirada se posa en el espino blanco que el tío Yusuf plantó aquí para
fundar, con el consentimiento de los druidas y sacerdotisas, nuestra pequeña
comunidad cristiana, y cuya exótica presencia suele enternecer mi corazón. Es
bajo este espino donde nos solemos reunir en círculo para contarnos nuestras
vidas, esperanzas y preocupaciones, en un continuo compartir constructivo.
Otra fuente de gozo que restaura la paz de mi espíritu, la encuentran mis ojos y
mi corazón en el bello jardín que las sacerdotisas han diseñado alrededor de
las dos manantiales que brotan a los pies de la colina del Tor, creando un
santuario donde se siente a la Diosa presente.
He elegido este glorioso lugar para impartir mis enseñanzas, que han
encontrado un nutrido público tanto entre cristianos como druidas. Cuando
viajaba predicando, tan sólo disponía de un tiempo limitado y del poder de
mis palabras para tocar el corazón de las personas. En muchos resonaba la
energía que mis discursos evocaban. Otros, sin embargo, se quedaron
indiferentes o escépticos porque su corazón, blindado por capas de dolor e
intelecto, no recordaba. También hubo quienes quisieron indagar más
profundamente en los misterios que desvelaba.
Aquí, finalmente, se me han brindado espacio y tiempo para instruir a los que
buscan liberarse y expandirse, con prácticas de toda índole, tal como las
sacerdotisas de Isis y Jeshua me enseñaron a mí. Difícilmente, puede haber un
entorno más bello para aproximarse a lo Divino que este primoroso jardín.
A un lado, brota el flujo del manantial blanco que nos abastece con el agua
más exquisito que mi paladar ha degustado jamás, hablándonos de la pureza de
la esencia y de la inocencia del ser, de la virginidad de la mujer y de su
ovulación, de la capacidad de la doncella para transformarse y hacer posible
la vida.
Al lado, la fuente roja, rica en hierro, evoca la tangibilidad de la vida
manifiesta, huesos, carne y sangre, y la imagen de la mujer sexualmente activa,
menstruando, dando a luz, siendo madre, floreciendo hasta que, finalmente, el
flujo de la sangre cesa para dar lugar a una nueva transformación.
Es en estas aguas ferrosas que forman una alberca antes de correr colina
abajo, donde las jóvenes se sumergen tanto en la ceremonia con la que se
celebra su menarquia, como en aquella que las consagra sacerdotisas.
Yo me he purificado en estas heladas aguas sagradas, en un ritual que para mí
tuvo un doble sentido. Honrar mi menopausia, mi transformación de mujer
fértil en mujer sabia, y mi decisión de retirarme del mundo y vivir aquí, en las
balsámicas tierras de la Isla Resplandeciente.
Tenía cincuenta y tantos años. Mi hija Sarah había contraído nupcias con un
noble asentado en la Galia, tenía hijos y perpetua un linaje del que me siento
orgullosa. Después de casi dos décadas viajando infatigablemente para
predicar el evangelio de Jeshua, me sentía cansada y mi corazón inquieto. La
serena paz y deliciosa energía de las islas de Avalon me parecieron el lugar
idóneo para reponer tanto mi energía vital como la paz de mi espíritu, y
dedicar tiempo a la mirada interior.
A lo largo de los inviernos que han acontecido desde aquel entonces, cuanto
más profundamente he penetrado en el silencioso núcleo de mi corazón, más
me he percatado de una rebeldía que hay en mi respecto al tiempo. Una
especie de bloqueo en mi propio proceso evolutivo que se asemeja a la
dificultad que tuve de joven, ahí en la Isla de Filae, para aceptar la dualidad
de nuestra existencia.
Sólo quise ver y aceptar la luz, pero no abrazar la oscuridad. No lograba
asumir lo que juzgaba como feo o despreciable en el mundo, personas
malvadas, gobiernos injustos, guerras y catástrofes, carencia y sufrimiento.
Hasta que las sacerdotisas me hicieron revivir mi primera vida en el planeta,
una vida en la que me había caído de la perfección de otros planos de
existencia a la aparente imperfección de la vida en la Tierra.
Vi que la dualidad había nacido primero en mi corazón, en mi interior, cuando
empecé a juzgar las vivencias que experimentaba, para después instalarse a mi
alrededor en forma de personas buenas o malévolas y, finalmente, se convirtió
en un desafío en el mundo exterior.
Comprendí que el mundo era tan dual como yo lo experimentaba. Cuanto más
me colocaba en un extremo del péndulo, más abyecto me pareció el otro. Sin
embargo, situándome en el centro, en el punto neutro, pude ver la belleza de
las dos fuerzas, la luminosa y la oscura, trazando multitud de formas. Entendí
que no eran opuestas sino complementarias, haciendo posible la ilimitada
manifestación de la vida misma.
No hay luz sin oscuridad, no hay día sin noche, ni evolución posible sin el
desafío de integrar la dualidad. Solamente queremos erradicar la dualidad del
mundo cuando todavía no nos hemos vuelto completos en nuestro interior. Una
vez que seamos inclusivos, ya no hay exclusión posible.
Desde que pude abrazar la dualidad y disolverme en la unidad, desde que me
había entregado a la fuerza suprema y me había fundido con ella, he vivido en
sincronía con sus designios y señales. Últimamente, sin embargo, me siento
inquieta, hay ansiedad en mi pecho y un dolor punzante detrás de la sien.
Cuando voy hacia dentro y exploro estas sensaciones, conecto con una
necesidad de consecución, y el anhelo de ver hecha realidad mi visión de una
humanidad realizada y de un mundo transformado.
No resisto que todavía no haya un cambio palpable, un atisbo de esperanza
que indique el despertar del ser humano a gran escala, el renacer de una nueva
era dorada. Que todavía todo siga igual, me resulta intolerable. Contemplar
este mundo tan hostil, ignorante e intolerante, tan falta de compasión y de
belleza, me duele y me hace sentir fracasada.
Las imágenes que, en mis frecuentes horas de soledad e introspección, se me
han desvelado al contemplar el espejo eterno del lago sagrado, son
alarmantes. Visiones que concuerdan con aquellas que he tenido cuando, en
otras ocasiones ceremoniales, he asumido la función de oráculo de Avalon.
Cuando una sacerdotisa es elegida para tal cometido, se retira durante tres
días para ayunar y meditar, preparándose para abrir su corazón y su mente de
forma plena a la omnisciencia divina, la cual provee guía e información
concretas en respuesta a una pregunta, una plegaria, que emitimos desde la
pureza de nuestro ser.
Confieso que, en estas últimas jornadas, no sólo he enfocado mi intención en
obtener información acerca de lo que está ocurriendo y lo que acontecerá en el
mundo exterior, sino que también he lanzado mi inquietud personal. Quiero
entregar mi resistencia, mi soberbia ante los designios de lo Divino. Intuyo
también que me queda una última misión por cumplir, y deseo con todo mi
corazón que me sea desvelada.
Huelo las hierbas aromáticas que las sacerdotisas están quemando al lado del
gran cáliz plateado, que pronto se llenará con el agua sagrada de la fuente
blanca, para que me sumerja en su espejo. Pronto me traerán el brebaje de
setas, tan amargo y tan potente, que me catapultará a otras dimensiones.
Me queda poco tiempo para seguir hilando mis pensamientos, cada vez más
veloces y lúcidos. No es cuestión de planteamientos egoicos. No se trata de
mi. Es cuestión de que comprenda qué es el tiempo.
Lo estoy viendo de forma lineal, desde el punto donde yo me hallo ahora
físicamente. Pero es una percepción limitada. En realidad, tanto yo como el
tiempo somos espacio. Espacio que contiene todo al mismo tiempo. Por lo
tanto, el tiempo no es lineal, sino elástico, dúctil, dilatable y relativo. Es una
ilusión provocada por la rotación y traslación de la Tierra. Un espejo lleno de
falsas imágenes, de sombras y nubes que tapan el resplandor de la verdad
última.
Cuanto más me fundo con la presencia eterna, más desaparece el tiempo. Ya no
soy ni siquiera la que lo experimenta, sino la experiencia misma,
completamente atemporal.
Aquí me traen el desabrido líquido. Una vez ingerido, me guían hacia el alto
taburete al lado del fuego, cuyo humo cargado de hierbas me envuelve como
una capa blanquecina. Sauce, acacia, artemisia, fresno, cerezo silvestre,
milenrama. Su aroma me traspasa y, mientras que mi cabello se desliza como
una cortina alrededor del gran cáliz que me espera, que parece llamarme, ya
me he diluido en las imágenes que su agua me refleja.
Una mujer, alta, pelirroja, imponente. Boudica, reina de los icenos, furiosa tras
el rapto y la muerte de sus amadas hijas. Boudica, vengativa, liderando el
mayor levantamiento contra el águila romano jamás visto. En el trono de
Claudio que, hace ya más de diez inviernos invadió Britania, sentado ahora
Nerón. Otro emperador. Otro Dios. Roma, siempre Roma.
Pero no hay mayor poder destructivo que una gran mujer furiosa. Boudica
arrasando los asentimientos romanos. Camulodunum conquistada. Londinium
incendiada. También Verulamium nuevamente en manos de los bretones.
Pero, ¡ay!, Boudica y sus tropas cayendo en una emboscada. Decenas de miles
de vidas masacradas por los enemigos. Hombres y mujeres, niños y
embarazadas. Sangre y muerte, derrota y desolación. ¡Cuánto me cuesta
quererte en la plenitud de tu poder, Dama Oscura, Señora de los Cuervos!
Nerón celebrando su cruenta victoria. Simón Pedro predicando por Antioquia,
apresado en Roma y martirizado en el circo de la colina vaticana. Pablo de
Tarso, viajando por Asia Menor, capturado en Jerusalén, cautivo igualmente en
Roma.
Juan, mi amado Juan, al final también crucificado, en Éfeso tras una larga vida
dedicada a la enseñanza y contemplación. En Éfeso donde Juan y la comunidad
cristiana acogieron a Myriam de Nazaret, la amada madre de Jeshua, y donde
exhaló su último aliento. ¡Cuanta muerte! ¡Cuánta crueldad!
Santiago de Zebedeo torturado en Palestina, sus huesos venerados en la
Galicia junto a los restos clandestinos de mi hijo, Judah, su sepulcro secreto
descubierto por unos caballeros con una cruz de paño rojo sobre sus túnicas
blancas, en una iglesia mandada construir por un rey hispano, en una ciudad
que toma el nombre del apóstol. Santiago.
El camino de Santiago. Peregrinaje a las reliquias. Hidalgos nobles
custodiando el camino. Caballeros del Temple. El espléndido Templo de
Jerusalén destruido por Tito, sucesor de Nerón. Las riquezas del Templo. Sus
secretos. Un estandarte blanco y negro, Yin y Yang, con una esvástica roja
como la sangre de la vida. Velando el linaje. ¿Mi linaje?
Campañas militares para establecer el control cristiano sobre Tierra Santa.
Cruzadas. Más sangre, más muerte. Flavio Valerio Aurelio Constantino,
Emperador de los romanos, legalizando la religión cristiana. Nicea. Un
concilio. Una Iglesia católica. Su cabeza visible, el papa, obispo de Roma.
¿Sucesor de San Pedro? ¿Una alianza entre Roma y los cristianos?
Imagen tras imagen. Borrándose, sobreponiéndose, sin tiempo para preguntas,
para interpretar, comprender, respirar. Un papa, Clemente, a merced de un
Rey, Felipe, ansiosos ambos de riquezas y poder. Acusando a los caballeros
de herejía y sacrilegio. Una masacre. 13 de Octubre. Jaques de Molay, último
Gran Maestre del Temple.
Otras órdenes. Hermandades secretas guardando el conocimiento. Masones,
rosacruces, cátaros. Más matanzas. ¡Ay, qué dolor! Catedrales erigiéndose
hacia el cielo y trovadores alabando el amor cortés. El culto a María.
Madonas negras. Una adoración oculta a lo Femenino Sagrado. ¿El retorno de
la Diosa?
La gran rueda del tiempo girando. Mi cabeza dando vueltas. No sé lo que es
ahora, lo que fue y lo que será. Tiempos oscuros. El matrimonio entre religión
y poder hundiendo a la humanidad en las tinieblas. Edad Media.
La sabiduría de milenios prohibida y deliberadamente destruida. La gran
biblioteca de Alejandría incendiada. La Santa Inquisición. Cientos de miles de
mujeres abrasadas en hogueras, acusadas de brujería, injuriadas y
exterminadas. ¡Qué crueldad! ¡Qué dolor!
Después, un renacimiento, una ilustración. Pero tan sólo de la mente, no del
corazón. Imagen tras imagen. Desoladoras, desgarradoras. Guerras,
guillotinas, terror, campos de concentración, aniquilación, armas, amenazas,
intolerancia, falta de compasión. Todo versando, una y otra vez, sobre el
poder, su control, consolidación, amplificación. ¿Cuándo pondremos fin a todo
esto? ¿Cuándo?
Jesús, hijo de Dios, en un pedestal. La trinidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¿Dónde está lo Divino Femenino? ¿Dónde está el corazón? ¿Dónde está el
equilibrio?
Un genuino mensaje de amor, una suprema verdad, un llamamiento a la
igualdad y unidad, tergiversado y utilizado. La crucifixión de Jeshua más
importante que su resurrección. ¡Ay! Es demasiado.
El alarido que surge de mi garganta, de mi corazón y de mi alma, desgaja el
aire, cae sobre los que me rodean, retumba en los que me prestan oídos. Se
oye más allá de Avalon, más allá de Britania, más allá de los confines de este
mundo.
¿Cuándo aprenderemos? ¿Cuándo viviremos la recompensa a todo este viaje?
MM. Mis iniciales. Números romanos. Dos mil años. ¿Tanto tiempo tendrá que
esperar la humanidad para resucitar de este sueño maligno?
Mientras que recobro el aliento, la mirada fija en el espejo del agua, la imagen
de un escarabajo aparece en su superficie, parecido a aquellos tallados en
lapislázuli que se veneran en Egipto como símbolo de la continua
transformación de la existencia.
Ahora veo todo en cámara lenta, cada vez más nítido y, de pronto, comprendo
que tengo ante mis ojos atemporales una gran rueda del tiempo cuyas yugas
muestran el devenir de la humanidad.
Veo el caparazón del escarabajo dividido en dos hemisferios por una línea
horizontal que cruza otra vertical, en cuya parte superior se halla un solo ojo
dorado. Isis-Sirio.
El caparazón es la órbita de nuestro sistema solar alrededor de Sirio, el Sol de
nuestro Sol, que no se halla en el centro de la elipse sino en el hemisferio
superior, el cual es más grande que el inferior.
Ambos hemisferios constan de cuatro fragmentos cada uno, dos a cada lado de
la línea vertical, tanto arriba como abajo. Ocho yugas del tiempo que giran en
dirección antihoraria. 26.000 años un giro completo. Desde la cabeza hacia
abajo, 13.000 años de declive. Después, otros 13.000 años de lenta ascensión.
Los dos fragmentos de la cabeza, los más cercanos al Gran Sol, de 5.000 años
de duración cada uno, conforman una Edad de Oro que duró diez milenios.
Lemuria la Amorosa.
El fragmento inmediatamente por encima del ecuador a la izquierda de la línea
vertical, de 4.000 años de duración, una Edad de Plata. Época de Atlantis la
Gloriosa. Otra Edad de Plata idéntica, también por encima de la línea
horizontal y a la derecha de la línea vertical.
Dos Edades de Oro y dos Edades de Plata en el hemisferio superior. 18.000
años orbitando en la luz. Después, 8.000 años viajando por la oscuridad de la
noche del tiempo en el hemisferio inferior. ¿Dónde nos hallamos nosotros?
Veo un pequeño punto luminoso viajar desde la cabeza hacia abajo por el
costado izquierdo del caparazón y cruzar la raya del ecuador, adentrándose en
el hemisferio inferior. El hundimiento de la Atlántida, diluvio, catástrofes e
incultura. 2.000 años en este fragmento, una Edad de Bronce.
El punto de luz sigue bajando y veo emerger, al entrar en el siguiente
fragmento, las primeras civilizaciones de nuestro mundo, en Mesopotamia y
Egipto, cuatro milenios antes de nuestra era. Una Edad de Hierro, la más
oscura de las cuatro edades, abarcando los dos fragmentos inferiores a ambos
lados de la línea vertical, de 2.000 años cada uno.
Aquí es donde nos hallamos. El punto luminosa lo señala claramente. Entrando
en otra Era de Bronce, en el segundo fragmento desde abajo de la parte
derecha del caparazón que, igualmente, durará 2.000 años.
¡Faltan dos milenios para salir de la noche del tiempo, para volver a cruzar el
ecuador y adentrarnos nuevamente en la luz! Será en el siglo XXI de la era
cristiana cuando entraremos de nuevo en el hemisferio superior, donde los
rayos primorosos de Isis nos iluminaran.
Veo la constelación de Acuario emerger a la derecha del ecuador, puerta de
entrada a tiempos más refinados. Opuesta en el tiempo, a 13.000 años de
distancia, aparece la constelación de Leo en el cuarto superior izquierdo,
señalando el final de la última Era Dorada, la enigmática esfinge con su
cabeza de león dando testimonio de aquellos tiempos gloriosos.
Conforme el símbolo del escarabajo se va desvaneciendo emerge, desde las
profundidades del gran cáliz, la imagen sobrenatural de la Diosa,
derramándose sobre mi como el río de la vida, sometiendo todas las defensas
de mi ser. A su amor me sujeto. La belleza de su luna clara ilumina mi noche
oscura. A su abrazo me entrego, olvidándome del tiempo, rindiéndome por
completo al palpitar de su corazón. Yo amo. Yo soy. Reposo en ella.
Cuando recobro la consciencia ya es de noche. Tengo fuerza suficiente para
incorporarme y tomar una infusión de avena con miel que las sacerdotisas me
han traído para reconfortarme. Mi estómago rehúsa ingerir comida sólida,
incluso la sopa que me acercan a los labios me causa arcadas. Fue un largo
viaje con intensas visiones. Pero aunque mi cuerpo me duela, mi mente es
clara y mi corazón se halla nuevamente en paz. Por fin, sé lo que tengo que
hacer.
Es menester retirarme durante veintiún días a un cobertizo aislado donde
preparar adecuadamente mi cuerpo y mi energía vital, para culminar en el
Solsticio de invierno, cuando la energía de lo Sagrado Femenino se halla en la
cúspide de su poder, mi aportación a su restablecimiento en la Tierra.
Ayunando, tan sólo ingiriendo agua y frutos, me embarco en un recorrido por
las tres caras de la Diosa, por los tres centros de mi cuerpo, haciendo subir y
expandir mi energía pulcramente, de forma lenta y poderosa.
Cada mañana me baño en el lago sagrado, sumergiéndome en el misterio del
agua primordial. Cada noche contemplo las llamas de un fuego que enciendo
para perderme en sus destello etéricos. El viento hace crepitar los leños,
mientras que la luna lentamente va creciendo.
La primera semana la dedico a la Tierra, la primera cara de la Diosa, y la
inercia que representa. Quieta, voy hacía dentro y empiezo a sentirme uno con
la Tierra que me nutre y sostiene, y a cuyo barro volverá mi cuerpo el día
apropiado. Siento el palpitar de su corazón en mis pies, en mis piernas y en mi
vientre. Mi cuerpo recuerda como gesté a mis hijos, como di de mamar a mi
hija, perpetuando la vida.
Siento la fuerza de la Tierra latir en mis venas y crecer la energía en mi hara,
el centro energético situado debajo de mi ombligo donde estuve unida a mi
madre, a la cual siento acariciarme en sueños y a la que honro al igual que a la
Madre Tierra, a la que cada día rindo culto compartiendo mi frugal sustento
con los duendes que velan mi cobertizo y que, a cambio, me obsequian con
exóticas flores que crecen en el Reino de las hadas.
La luz de mi hara va iluminando el palacio de mi vientre, purificando los
tejidos de mis órganos sexuales de toda memoria nociva, de esta y de otras
vidas, mías y de otras mujeres. Acompaño este proceso con profundas
respiraciones conscientes entonando mantras sagrados, hasta que lo siento
como un lago cristalino. Mi útero una flor de loto impoluta. No hay nada que
pudo manchar esta pureza. Ningún rapto, ninguna violencia, ningún dolor.
Poco a poco, mi hara va calentando las aguas del lago de mi vientre, y
conecto con la fuerza primordial de la supervivencia. Seguridad, comida,
procreación. Abrazo los árboles que me protegen de la lluvia, las maderas del
cobertizo que me guardan del frío de la noche, me deleito con los frutos que
me alimentan, sacio mi sed con el agua de la fuente sagrada, y celebro el
delicioso bullicio de la energía vital en mi vientre. Me siento viva, húmeda,
fluida, abierta y dichosa.
Danzando entro en la segunda semana de mi retiro, entregándome a la energía
fogosa del Sol, la segunda cara de la Diosa, a su abundancia y creativa
actividad. Las aguas del palacio de mi vientre se van evaporando, su rocío
subiendo a lo largo de mi espina dorsal irrigando mi corazón, donde una
primorosa rosa roja se va desplegando.
Pétalo tras pétalo, la voy limpiando de cualquier rencor, odio y dolor, hasta
que pueda desplegarse en todo su amoroso esplendor. Ningún miedo a ser
vulnerable, a entregarme a la vida, a ser amor.
Me siento exuberante y reboso agradecimiento. Canto de alegría, danzando
envuelta en una fina estola de color carmesí, con mi pelo canoso suelto. Me
abrazo a mi misma, a mi madre y a mi padre, a todos mis antepasados, a
Jeshua, mis hijos y nietos, alumnos y compañeros.
No hay nadie a quien no pudiese estrechar contra mi pecho, a quien no pudiese
bendecir desde el primor de mi corazón, grande, ligero y palpitante, ahora que
soy madre y padre de mi propia consciencia y de mi propio destino, libre de
cualquier genética, de deudas y demandas.
Con esta hermosa certeza me adentro en la tercera semana, y me abro a la
última cara de la Diosa, la de la Luna y su trascendencia. El rocío de mi
energía vital sube desde el corazón hacía arriba como un vibrante embudo,
impregnando mi mente de energía amorosa.
Comprendo cuan distinto es acceder a la mente sin pasar por el corazón,
cuando tan sólo es intelecto, un cuchillo que saja y segrega. Pero la mente es
un instrumento maravilloso poniéndose al servicio de la sabiduría del corazón.
Me vuelvo otra vez quieta, a veces toco el harpa, pues la música, la mente y
las matemáticas del universo están intrínsecamente interrelacionadas. Día tras
día, me adentro más y más en la mente universal, disolviéndome en la
inteligencia superior que teje los misterios de la vida y de la muerte.
Me convierto en presencia pura, soy mirada atemporal, y ante la luz tenue de
la luna que resplandece en mi frente, empapando la mansión cristalina de mi
cerebro, la rueda del tiempo que vislumbré en el espejo del cáliz empieza a
girar.
Ciclo tras ciclo, en una infinita espiral. Imposible distinguir donde es abajo y
arriba, hoy, ayer o mañana. Eternidad, hermosura, cantando todos nosotros en
su corazón único, en una totalidad sin fin. Poco importan los cuerpos, los
disfraces, el tiempo aparente. Polvo de estrellas. Tan sólo cuenta que pulamos
nuestra belleza, el gozoso delirio de nuestro corazón amoroso sellando lo
inefable de esta aventura humana.
Comprendo que podemos vivir desde una verdad relativa ligada a la ilusión
del tiempo, o desde una verdad absoluta atemporal cuya verdad y visión no se
enturbian con imágenes temporales, fugaces ante la presencia de la esencia
eterna encarnada en todos nosotros. Yo elijo la verdad absoluta. Ninguna
ilusión tiene el poder de perturbarme jamás.
Estoy preparada. Lentamente, mi energía se desenrosca como una serpiente
real, elevándose por encima de mi cabeza. Más que instinto, corazón y mente,
ahora soy consciencia búdica, esencia pura, energía refinada. Soy una esfera
de luz recorriendo el camino procesional que serpentea alrededor del Tor,
todo bañado en plata por el resplandor de la luna llena.
El Solsticio de invierno ha llegado. Es medianoche, noche profunda, antes de
que suban las antorchas de los druidas por la espiral de la colina sagrada.
Dominio de la Diosa en la cúspide de su poder.
Aquí estoy, en el centro del anillo, en el eje donde se entrelazan los mundos.
He dejado de ser Maryam y me he transformado en la Diosa, en sus cualidades
y su esplendor. Alzo los brazos al Cielo, ebrio del poder de lo Sagrado
Femenino.
Cuando los bajo lentamente, con las palmas sellando el Tor, envío todo mi ser
y toda la energía de lo Divino Femenino a esta colina sagrada, anclando para
los tiempos de los tiempos el Código de la Diosa en la eminencia del Tor que,
como una antena, se conecta con la rejilla cristalina que circunda la Tierra.
Aún cuando el mundo se sumerge en un sueño maligno, cuando todo es negrura
y sufrimiento, desolación y desesperanza, alguien tiene que sostener la
antorcha, mantener la fe y enseñar el camino, como un faro cuya señal
luminosa guía a los navíos y sus viajeros en la oscuridad de la noche.
El Tor y mi energía somos este faro, la antorcha que os llama incesantemente,
que os conduce hacia una tierra de leche y de miel donde lo Femenino Divino
no se queda paralizado, sino que renace de sus cenizas para la gloria de toda
la humanidad y de la creación.
El retorno a casa

Mi tumba no está señalizada, lo cual me parece apropiado. Yo no fui mi


cuerpo ni soy mis restos mortales. Fueron un recipiente, una forma fintita para
la esencia infinita. Del mismo modo que el grial es un receptáculo para
cualidades inmateriales, los seres humanos también somos recipientes de una
sustancia incorpórea. El mundo de las formas tan sólo es una manifestación de
la reverberación que está más allá de cualquier forma.
El mítico cáliz no debe ser buscado por el receptáculo físico que es, sino por
lo que contiene. Por sus cualidades capaces de sanar y regenerar el mundo y la
humanidad. Cualidades de la energía femenina. No es que sólo el grial las
contenga, sino que se hallan presentes en cada ser humano, en la vasija de
energía de vida que es cada uno.
Beber de la tan anhelada copa significa saciar vuestra sed de amor y ternura,
aceptación y aprobación. Sabed que la fuente de tan ansiado elixir brota dentro
de todos y cada uno de vosotros, en vuestro corazón, en vuestra parte
femenina, capaz de intuir y de saber que sois perfectos y completos en
vosotros mismos. Cualquier defecto, carencia o limitación que creéis tener, es
nada más que esto. Una creencia que habéis adoptado y a la que dais más
credibilidad que a la verdad última y absoluta de vuestra luz inmaculada.
Reconoceros en vuestra belleza y esplendor más allá de cualquier herida,
sombra y limitación, es un regalo de lo Divino Femenino, de la madre eterna
que ve el fruto exquisito en cada semilla, y la semilla divina en todo fruto.
Vivir en su verdad, en su amoroso abrazo y visión, os hará libres de cualquier
ilusoria restricción, condición o impedimento. Libres de ser vosotros mismos.
Libres de ser.
Cuando englobé y consagré mi energía en el vórtice del Tor, en representación
eterna de lo Divino Femenino presente en la Tierra, me alejé tanto de mi
cuerpo físico y gasté tanta energía vital, que apenas vivía cuando me
encontraron. Supe que no me quedaba mucho tiempo. Después de unos meses
de convalecencia, emprendí viaje rumbo a Francia, para abrazar a mi hija
Sarah y a mis nietos una última vez antes de partir hacia otros estados de
realidad.
Cuando un ser humano ha adquirido cierta maestría sobre si mismo, puede
elegir cuándo, dónde y cómo dejar su cuerpo. Fue lo que hice. Mi tránsito fue
pacífico y consciente, elevándose mi esencia con la exhalación de mi último
aliento a planos cada vez más ligeros.
Cuando dejamos el cuerpo, la chispa eterna que somos, retorna a un reino de
una belleza indescriptible. Ascendí por una espiral dorada que existía en un
espacio inmaculado de luz blanca, donde aglomeraciones de colores brillantes
y esferas centelleantes emitieron ondas de éxtasis puro que se tradujeron en
himnos de una hermosura sobrenatural.
Supe que era apreciada y amada más allá de cualquier medida. Era lo que yo
visionaba y sigo vislumbrando para el plano más denso de la Tierra. Que cada
ser humano se sabe infinitamente amado y apreciado, por la misma energía y
sustancia de la que está hecho cada uno, al igual que lo son el Creador y toda
la creación. El amor amándose a si mismo. Cada ser humano viviendo y
estableciendo relaciones sobre el amor que es la base natural de su existencia.
Recorrí muchas moradas del Reino eterno, cada vez más bellas, refinadas y
sutiles, todas ellas vibrando alrededor de un núcleo que no es físico, no es
tangible y, sin embargo, existe dentro de todo lo que es. Está más allá de
cualquier forma, es resonancia pura, infinita, el eterno aum, el aliento de la
creación.
Percibía todo nítidamente, sin depender de sentidos físicos. Era consciencia
pura, sabía que existía, que era, dentro de esta belleza a la que pertenecía, de
la que no me hallaba separada. Consciencia no nacida de una mente
individual, sino de la mente universal, cósmica, de la que todos formamos
parte.
Al morir traspasamos el velo que limita nuestra percepción en la vida física.
Aún cuando en forma humana no conseguimos recorrer este velo para saber
que somos seres infinitos, una vez que dejamos el cuerpo descubrimos nuestra
verdadera naturaleza. Entonces, experimentamos que nuestro hogar se halla en
lo eterno, cada uno de nosotros una chispa de lo Divino, todos y todo
intrínsecamente interconectados.
Desde esta comprensión revisamos la experiencia vital que acabamos de
finalizar, dentro del marco mayor de todas nuestras vidas y evolución.
Tomamos consciencia de cuáles son las lecciones que nos quedan por
aprender para sanar las heridas de nuestro alma que, en su viaje desde la
inocencia inconsciente del ser hacia la inocencia consciente del ser, se cree
lastimada, abandonada, limitada, aturdida e incompleta.
Los estados interdimensionales entre una vida y otra, de hecho, dependen del
nivel de nuestra consciencia. El grado evolutivo que alcanzamos en vida
determina el plano donde nos instalamos en lo no físico. Hay cotas de mayor o
menor inconsciencia, oscuridad y penuria, y otras de menor o mayor
consciencia y hermosura, dependiendo de lo libre que se halle el alma de
ataduras, compulsiones y patrones limitantes.
Los almas que hemos adquirido cierta maestría sobre nosotros mismos,
podemos elegir cuándo, dónde y cómo volver a la vida física, para ir puliendo
lo que nos queda por sanar y servir a otros en su camino evolutivo, para
convertirnos en creadores plenos en la Tierra y retornar un día para siempre a
la luz, disolviéndonos nuevamente en la belleza de la nada.
Yo, la que fui Maryam la Magdalena, os digo que cuánto más conectáis en vida
con la dadiva del ser eterno que mora en vuestro interior, tanta más hermosura
habrá, tanto en la mansión de vuestro alma como en vuestras existencias
físicas en el plano de la Tierra.
El nacimiento humano es un obsequio de inmenso valor que os confiere la
oportunidad de hacer elecciones conscientes que expanden y elevan vuestra
consciencia. Estando en vida en contacto con vuestro origen y plenitud, os
abre la puerta para vivir desde una nueva libertad, desde la fuente y su
abundancia, desde el amor y la celebración de la vida.
Una vez que dejáis el cuerpo, perdéis la oportunidad de elegir y transformaros
conscientemente, sino que fluís con vuestras tendencias y compulsiones, tan en
sincronía o tan poco en sincronía con el proyecto de la vida como lo hayáis
estado en el plano físico. Tenéis que esperar otra oportunidad para encarnaros
como humano, para alcanzar en otra experiencia vital la tan anhelada
expansión y felicidad.
El ser humano es como un tesoro dentro de un envoltorio que no se conoce más
allá de la superficie que ve. Vivir de esta forma, es como saborear la piel de
una fruta sin llegar a deleitarse con su jugosa carne. Es imprescindible que os
descubráis más en profundidad, más allá del envoltorio y de las apariencias de
la superficie, si vuestro anhelo es vivir plenamente y disfrutar de vuestra
existencia.
Hay un inmenso potencial en el ser humano, aunque vuestro pequeño yo
personal no lo crea. Es expresamente la creencia de vuestro ego, la de sentirse
pequeño, indefenso, indigno y abandonado, la que boicotea el anhelo de
vuestro alma y la llamada de vuestro ser. Una parte vuestra desea despertar y
expandirse, pero vuestro ego no se lo permite porque teme disolverse. Tiene
miedo de ser aniquilado como individuo.
Sin embargo, el ansia del ego de ser inmortal, de sentirse eternamente seguro y
amado, tan sólo puede encontrar su realización en la fusión con el ser. La
unión con vuestra esencia no os erradica como individualidad, sino que os
enriquece, os engrandece, enaltece y dignifica, y os permite vivir en sincronía
con la suprema fuerza de la vida misma.
Amados hermanos y hermanas míos, es hora de que salgáis de la falsa ilusión
de vuestra pequeñez e impotencia. La verdad es todo lo contrario, por mucho
que el estado, los gobiernos, políticos, bancos, grandes industrias, medios de
comunicación e instituciones educativas os quieran haceros creer que sois
insignificantes y eternamente desgraciados.
Son las mismas familias, el mismo dinero, los mismos intereses económicos y
el mismo afán de control y poder que, desde hace milenios, os mantienen en
una falsa matrix que os impide alinearos con la gloriosa matriz de la vida. Os
esclavizan en el esfuerzo y la lucha, por la supervivencia, la seguridad, salud y
el poder adquisitivo. Os separan y enfrentan entre vosotros, os endeudan,
distraen y ofuscan.
Os veo y mi corazón se duele porque no sois felices. Vuestra mente es un
cuchillo que juzga, separa e hiere, generando un profundo cansancio y
sufrimiento emocional. La ciencia que habéis desarrollado tan unilateralmente
desde el hemisferio izquierdo, no reconoce las leyes del universo, no va más
allá de lo tangible, sino que se contenta desarrollando nuevas tecnologías que
no solucionan los problemas fundamentales de vuestra existencia, el hambre,
la indigencia, la falta de energía libre y recursos básicos.
Hago un llamamiento a todos vosotros que vuestras necesidades básicas están
cubiertas, pues sólo cuando la supervivencia está garantizada el ser humano
puede evolucionar hacia su pleno potencial. Habéis llegado a un extremo, a un
punto de no retorno. El mundo y la humanidad han sido llevados a un límite
donde os destruiréis si no recapituláis, si no os redescubrís y redefinís como
los seres ilimitados y completos que sois bajo todo el disfraz que creéis
verdad.
Necesitáis abrazar vuestro origen y esencia en sus dos polaridades, el
elemento femenino al igual que el masculino, y alcanzar un equilibrio entre las
dos fuerzas que componen y mantienen la unidad. El universo y todas sus
manifestaciones energéticas tienen la facultad de crear, mantener y destruir,
dependiendo de la composición de sus polaridades. Os destruiréis si no os
abrís a las cualidades femeninas de vuestro potencial.
El esfuerzo, la lucha, ambición y competitividad, el éxito social y poder
económico, son sólo una pequeña parte de la vida, la cual se llena de una
belleza extraordinaria cuando la sensibilidad y la empatía, la creatividad y el
arte son incorporadas. Cuando las personas cuidan de si misma y otras,
colaboran, se respetan, aprecian y honran, la vida rebosa dicha.
Es hora de que descubráis las cualidades de vuestro femenino interno que os
hará florecer. Os invito a emprender un proceso interior que os llevará al
corazón, que os transformará sanando vuestros traumas, y os permitirá
abrazaros en vuestra totalidad.
Buscar la naturaleza última, no está reñido con vivir vuestra vida. Cuando el
proceso interior se convierte en vuestra prioridad, todo lo demás se alinea con
este propósito. El trabajo al que os dedicáis, las personas que aparecen en
vuestra vida, encuentros, oportunidades y sincronicidades.
Tenéis tantas heridas, tantas espinas, que no sabéis la bella flor que sois cada
uno. Hacer un trabajo interior no consiste en quitar solamente las espinas, ni
en desmenuzar las falsas identificaciones hasta que no quede nada, sino que
significa también y ante todo nutrir y cuidar esta flor que nació de una
primorosa semilla, para que pueda desplegarse en todo su glorioso esplendor.
¡Vislumbrad conmigo un mundo equilibrado, lleno de belleza, amor y
compasión! ¡Cread conmigo esta realidad en vuestros corazones!
Yo veo a los seres humanos viviendo en armonía con la naturaleza y honrando
la Tierra. Como los atributos masculinos y femeninos así como ambos
hemisferios cerebrales se hallan equilibrados, ya no hay guerras en el planeta
ni devastación del medio ambiente, sino una actitud sensitiva hacia toda vida.
Habiendo integrado a la Diosa, ya nadie se siente huérfano de madre. Todas
las personas acceden a la ternura de lo eterno femenino en su interior, son e
irradian amor, apreciando la vida en todas sus manifestaciones. Cada persona
consciente de su potencial, genuina y bella más allá de las apariencias, en
contacto con sus sueños y la opulenta plenitud de su interior.
Ya no hay cánones de belleza, ni culto a la juventud ni temor a la muerte. Veo a
mujeres ya no disfrazadas de hombre, y a hombres que se atreven a vivir su
lado femenino. Vulnerables ambos, sensibles, abiertos y comprometidos. No
hay culpa ni resentimiento, todas las heridas aceptadas y sanadas.
Veo relaciones equilibradas y dignas entre mujeres y hombres, y una
sexualidad libre de traumas y represiones. Seres que celebran el éxtasis como
epifanía espiritual, que conscientemente crean nueva vida y un nuevo mundo.
Os halláis tan cerca, amados hermanos y hermanas míos, en el mismo umbral
de una nueva era de luz que durará 18.000 años. ¡Es tan factible vuestra plena
realización y la de un mundo floreciente, tan plenamente apoyada por la
conjunción propicia de las energías del cosmos!
Vuestra entrada en una nueva Edad de Plata es inmediata. Es por ello que las
fuerzas ocultas del planeta extreman sus recursos para manteneros en la
esclavitud, en la preocupación y lucha. Saben que vais a despegar y volar si
aflojan los grilletes con los que os encadenan al cautiverio de una falsa matrix,
en cuyo engañoso espejo sois seres insignificantes luchando por vuestra
supervivencia y necesidades básicas. No quieren renunciar a ser una élite, a su
fortuna y su poder sobre la humanidad.
Necesitáis comprender que la sabiduría acerca del potencial humano existe
desde hace tiempos inmortales. Pero durante milenios, ha sido custodiada
como conocimiento oculto por dos clases de personas, incluso dentro de las
mismas ordenes secretas, de la Iglesia y otras instituciones.
De una parte, por personas que no quisieron que una valiosa sabiduría cayese
en el olvido a lo largo del tiempo, en toda esta época de oscuridad en la que
ha sido peligroso hablar abiertamente de dichos conocimientos. De otra parte,
por personas que no quisieron que esta sabiduría llegara a manos de la
humanidad, ya que su objetivo era utilizar estos conocimientos exclusivamente
en beneficio propio.
Estos últimos son los que gobiernan el mundo, los que tienen el poder
económico, legislativo, ejecutivo, jurídico y moral. Saben que el ser humano
es ilimitado y que todos formáis parte de una grandiosa matriz infinita pero, al
negar a la gran masa de seres humanos el conocimiento de su verdadera
naturaleza y potencial, ellos subyugan la humanidad. Mienten, manipulan,
indoctrinan y destruyen.
No tienen ningún interés en compartir su conocimiento ya que, mientras que los
demás se quedan en la ignorancia y necesidad, ellos siguen distinguiéndose y
beneficiándose. El precio que pagan es la renuncia al corazón y la realización
última. Como no se funden con la esencia, no son felices, no conocen el amor.
Es por ello que se aferran más y más al poder y al control.
No es menester luchar contra ellos, sino abrazar y encarnar el conocimiento
secreto que nunca fue revelado a gran escala en su totalidad. Se os ha hablado
del poder del pensamiento y de la ley de la atracción, haciendo nuevamente
hincapié en las cualidades del hemisferio izquierdo y de la energía masculina
para modelar la materia. Es hora de que os abráis al hemisferio derecho, a la
energía femenina y al corazón, para que experimentéis la dicha de vivir en
sincronía con la verdadera matriz de la vida.
Incluso en esta nueva era de Acuario hay muchos falsos profetas, que siguen
estudiando las leyes del universo en beneficio propio. Conocen las líneas
magnéticas de la Tierra, los lugares de su intersección, y saben manejar esta
energía. Han estudiado la antigua sabiduría y son poseedores del conocimiento
oculto, pero su corazón está frío y sus intenciones no son pulcras. Tan sólo
conocen el poder de la mente. Caminan por el sendero de la ambición y de la
consecución, acumulando riquezas y poder sobre otras personas que les
entregan el suyo.
Por otro, está el camino de los que se rinden por completo a la luz y la verdad,
los que entregan su yo personal para vivir con humildad desde el corazón y el
yo ilimitado de la unidad, sin querer ser importantes ni beneficiarse
desmedidamente. No imponen su conocimiento ni lo salvaguardan, sino que lo
comparten generosamente. Promueven un estilo de vida basado en el
compromiso de vivir en sincronía con la fuente suprema.
Jeshua fue uno de estos luceros cuyo cometido es despertar y guiar a las almas
de retorno a su Divinidad. Fue ejecutado y silenciado como muchos otros.
Yo os insto a que reclaméis vuestra herencia galáctica y que reivindiquéis el
principio femenino de esta herencia. Vuestra felicidad no consiste en
convertiros en pequeños magnates, en ricos pudientes como aquellos que os
esclavizaron. Son sus valores que os han inculcado. Valores unilaterales de la
energía y del principio masculinos.
¡Ni tampoco aspiréis a ascender al Cielo! Es una trampa de la era de Acuario.
¡No miréis hacia arriba, mirad hacia adentro! No es cuestión de que subáis a
otras dimensiones, sino de que traigáis el Cielo a la Tierra. El propósito es
encarnar todo vuestro potencial aquí y ahora, ser la gloriosa vida que sois, y
convertiros en los magníficos creadores que habéis venido a ser.
Yo os imploro que os abráis al cálido abrazo de lo Femenino Divino, para que
descubráis en su amorosa reverberación el ser esplendoroso que sois. Para
que os volváis cada vez más pulcros y fluidos, sensitivos y perceptivos,
amorosos y compasivos, transparentes como el agua y luminosos como las
estrellas. Para que disfrutéis en la Tierra la hermosura atemporal, la
abundancia infinita, el inmenso amor y el éxtasis desbordante de ser vida en
estado puro. Bella creación y bellos creadores. Este es mi deseo, mi
compromiso y mi bendición.
… y siempre seré

Maryam la Magdalena fue un faro en la historia del alma humana. Una


magnífica representante de mi Reino, una mujer digna, completa, intensa,
sensitiva, bella, sabia y expandida. Mucho se ha querido desacreditarla.
Mucho se ha querido empequeñecer a lo Divino Femenino.
Demasiado temible parece mi poder. Para poder cantar mi alabanza, me
habéis convertido en una virgen inmaculada e inalcanzable. Me habéis
negado mi sexualidad, que es vuestra sexualidad sagrada. Y seguís negando
la mitad de mi poder, renegando así de la plenitud de vuestro potencial.
Yo soy energía en estado puro, soy fuego celestial y agua de vida. Brisa
suave y viento huracanado, tierra fecunda y terremoto terrible. Acaricio y
azoto, riego e inundo. Traigo la muerte al igual que la nueva vida.
Construyo, nutro y destruyo, en un ciclo sin fin, renovándome y
transformándome incesantemente. Ilimitado es mi poder.
Como Maryam la Magdalena os llamó, así os llamo yo. ¡No me temáis! ¡No
temáis mi pleno potencial! ¡No neguéis mi lado temible ni vuestra propia
parte oscura! Sólo cuando abrazáis mi energía en su totalidad, podéis
acceder a ella. Sólo entonces, os podéis realizar plenamente, hijos de la
consciencia estelar. Sólo cuando os aceptáis en vuestra totalidad, hijos de la
dualidad, la podéis transcender. Incluyendo y no excluyendo, retornáis al
corazón único que es vuestro hogar.
Esparcidos fuisteis sobre el planeta, hijos míos, como siembra de las
estrellas. Inconmensurable la energía que os trajo, yo, la que os parió. Os
catapulté a la vida, a la polaridad y densidad de la Tierra, para que
aprendierais a responsabilizaros de la energía que sois, de vuestro poder
para crear y para destruir. Para que os convirtierais en creadores
conscientes.
Sé que el reto fue inmenso, y que vuestro camino no ha sido fácil, sino
clavado de penas, insoportable a veces. Sé de vuestro dolor, de las heridas
de vuestro corazón, de vuestras carencias, ausencias, desgarros y zarpazos
del destino.
Estoy aquí. Siempre he estado. Soy vuestra madre que os ama infinitamente.
En los albores del tiempo, todavía tan cerca de mí, me habéis amado y
adorado. Después, os habéis alejado.
Tuvisteis que hacerlo. Tuvisteis que explorar la energía del padre, y
reclamar los dones de lo Divino Masculino. Consciencia, sabiduría,
discernimiento. Fuerza y estructura para dar forma a mi infinita energía e
ilimitado poder.
Ha llegado el momento de retornar a mí y de reclamar mis dones. Las dos
partes complementarias del Tao necesitan fusionarse dentro de cada uno de
vosotros, para que podáis florecer como los hijos del Reino que sois, para
que os despleguéis en todo vuestro glorioso esplendor, encarnando vuestra
Divinidad en la Tierra.
Suficiente tiempo habéis apostado por el principio masculino en detrimento
del femenino. La humanidad está exhausta y la Tierra devastada. Es hora de
que Dios y Diosa vuelvan a danzar juntos. Shiva y Shakti, Osiris e Isis,
Jahwe y Shekinah. Es hora de conjugar las cualidades masculinas con las
femeninas, la visión del Dios con mi energía.
Abrazarme dentro de vosotros con todo mi potencial, es disolver vuestras
limitaciones. Es quemar vuestros juicios y liberaros de falsas
identificaciones. No importa lo que hayáis hecho o dejado de hacer. El
pasado nunca os define. Lo que os valida y enaltece es la nobleza de vuestro
corazón, la pulcritud de vuestras intenciones y la coherencia de vuestras
acciones en la eternidad del ahora.
Yo os amo sin juicio y sin condiciones. Os amo más allá de cualquier
medida. Soy la energía de vida que os anima. ¡Reconocedme!
Me hallo en la gloria dorada del sol y en la luz tenue de la luna, en la
nutrición que os ofrece la tierra, en el agua que bebéis y el aire que
respiráis. En vuestro aliento, en cada latido de vuestro corazón.
Moro en vosotros. En cada una de vuestras células, en el vasto espacio de
vuestro interior. Codificada estoy en el Internet biológico de vuestro ADN.
Soy la banda ancha que os conecta con el Reino de las Estrellas del cual
procedéis.
¡Reclamad vuestro linaje galáctico! ¡Reivindicad soberanía sobre quienes
sois!
Hacedlo con humildad y nobleza, pues habéis nacido tanto de la Tierra
como de las Estrellas. Sois magníficos seres eternos en esta finita forma
humana, con todos los códigos necesarios para acceder a la sabiduría
cósmica, para defender, sustentar y alentar la vida en este planeta en sus
más hermosas expresiones.
¡Honrad la Tierra y sus recursos, sus bosques, aguas y el aire que respiráis!
¡Honrad la vida, a los niños, y a las mujeres que los traen a la vida!
¡Honrad lo Femenino Divino y vuestro propio femenino interno!
No importa si sois hombre o mujer en este cuerpo y en esta vida. ¡Reclamad
vuestra herencia galáctica completa! ¡Reivindicad vuestra herencia
femenina! ¡Activad el Código de la Diosa dentro de vosotros, y
descodificaréis los códigos de vuestro ADN!
Es la llave para la sanación y evolución de la humanidad y de la Tierra. Al
apreciar nuevamente los genuinos atributos de lo Femenino, vuestras
energías interiores se equilibrarán, vuestros hemisferios se fusionarán, y
floreceréis como las primorosas flores celestiales que sois.
La frecuencia que emitís baña vuestras células, impidiendo o fomentando
que sean receptivas para la información multidimensional con la que
vuestro ADN puede resonar. Las emociones bajas cierran los receptores de
vuestras células, mientras que las frecuencias coherentes los abren.

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