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HORA SANTA (38.

a)
JESÚS,
MODELO DE POBREZA
San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía

Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)


Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se canta 3 de veces la oración del ángel de Fátima.

Mi Dios, yo creo, adoro, espero y os amo.


Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
No esperan y no os aman.

 Se lee el texto bíblico:

D
EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 5,1-12
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le
acercaron. Y, tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos,
porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda
clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra
recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los
profetas anteriores a vosotros.
JESÚS, MODELO DE POBREZA
Beati pauperes spiritu
“Bienaventurados los pobres de espíritu” (Mt 5, 3)

I.- El espíritu de Jesús, la virtud de Jesús y la vida de Jesús son el


espíritu, la virtud y la vida de pobreza, pero de una pobreza absoluta
y perpetua.
El Verbo eterno se desposó con ella en Belén; al hacerse hombre
comenzó por abrazar lo más humillante de la pobreza: el establo de
los animales; lo que tiene de más duro: el pesebre, la paja, el frío, la
noche; nace lejos de las viviendas de los hombres y privado de todo
auxilio. Para ser más pobre todavía, el Verbo encarnado nace durante
un viaje, y ve que se le niega la hospitalidad a causa de la pobreza de
sus padres.
Después, una parte de su infancia la pasa en Egipto, país
extranjero y enemigo de los judíos, para que sus padres se hallen en
mayor pobreza y abandono, si es posible. En Nazaret pasa treinta
años ejercitando la pobreza; pobre en su morada: basta ver la pobre
casa de Loreto para convencerse de ello; pobre en su moblaje,
compuesto de lo estrictamente necesario y de los muebles más
sencillos, y de que hacen uso los pobres, como, por ejemplo, la taza
o escudilla de la santísima Virgen que se ve en Loreto; sus vestidos
son pobres también: la túnica, que cualquiera puede ver con sus
propios ojos, es de lana burda, y los pañales en que fue envuelto al
nacer son asimismo de tela basta y grosera; pobre y frugal es su
alimentación: vivía de lo que produce el trabajo de un pobre
carpintero que no puede ganar más que lo necesario para vivir.
En su conducta, Jesús quiere aparecer igualmente pobre: se
considera como el último de todos y escoge siempre para sí el último
lugar; guarda silencio y escucha con humildad las instrucciones de la
sinagoga; jamás hace alarde de sabiduría o de ciencia extraordinaria;
sino que sigue la vida ordinaria de las gentes de su condición; por su
aspecto parece un pobre y como tal pasa olvidado e inadvertido.
En todo lo que hace y en todo lo que se agencia busca para sí todo
lo más pobre. Vedle en su vida pobre; ora arrodillado sobre el duro
suelo; come el pan de cebada del pobre; vive de limosna; viaja como
los menesterosos, y como ellos sufre, sin poder satisfacer, muchas
veces, las necesidades del hambre y de la sed; su pobreza le hace
despreciable a los ojos de los grandes y de los ricos; esto no
obstante, no vacila en decirles: “Vae vobis divitibus: ¡Ay de vosotros,
ricos de la tierra!” (Lc 6, 24). A los apóstoles, al ser discípulos pobres
como Él, les prohíbe que tengan dos túnicas ni repuesto de
provisiones, ni dinero, ni siquiera un palo para defenderse.
Muere abandonado y despojado hasta de sus pobres vestiduras;
para sepultarle le envuelven en un sudario prestado y le ponen en un
sepulcro ofrecido por caridad.
Aun después de su resurrección se aparece a los apóstoles con el
pobre y humilde aspecto de otras veces.
Finalmente, en el santísimo Sacramento el amor de la pobreza le
lleva hasta velar la gloria de su divinidad y el esplendor de la
humanidad gloriosa; para aparecer más pobre y no tener cosa que le
pertenezca, se despoja de toda su libertad y movimiento exterior, así
como de toda propiedad: se halla, en la Eucaristía, como en las
entrañas de su santa madre, envuelto y oculto en las santas especies,
esperando de la caridad de los hombres la materia de su Sacramento
y los objetos del culto: ésta es la pobreza de Jesús; la amó e hizo de
ella una compañera inseparable.
II.- ¿Por qué Jesús ha escogido este estado permanente de pobreza?
Primeramente, porque, como hijo de Adán, aceptó el estado de
nuestra naturaleza como ella es en este destierro, despojada de los
derechos que tenía sobre las criaturas; además, para santificar con
su pobreza todos los actos de pobreza que habían de practicarse
después en su Iglesia. Se hizo pobre para enriquecernos con los
tesoros del cielo, desasirnos de los bienes de la tierra en vista del
poco aprecio que de éstos hacía Él. Se hizo pobre para que la
pobreza, que es nuestro estado, nuestra penitencia y un medio para
obrar nuestra reparación, fuese para nosotros honrosa, deseable y
amable en su Persona. Se hizo pobre para mostrarnos y probarnos su
amor.
Continúa pobre en el Sacramento, a pesar de su estado glorioso, a
fin de ser siempre nuestro modelo vivo y visible.
De manera que la pobreza, que en sí misma no es amable, ya que
es una privación y un castigo, aparece llena de encantos en
Jesucristo, que la ennoblece y hace de ella la forma de su vida, el
fundamento de su Evangelio y la primera de sus bienaventuranzas,
su heredera divina.
La pobreza fue santificada por Jesús, puesto que fue su virtud por
excelencia y porque con ella repara la gloria de Dios destruida por el
pecado original y por nuestros pecados personales: la pobreza es un
medio para practicar la virtud de la penitencia; por las privaciones
que impone, es la ocasión natural de esta otra virtud tan necesaria, la
paciencia, que corona nuestras obras y las hace perfectas; es el
alimento de la humildad, la cual se nutre con las humillaciones que
siempre acompañan a la pobreza; supone mucha mansedumbre y
firmeza de carácter para poder sufrir largo tiempo, supuesto que el
sufrimiento sin consuelo y sin ninguna clase de benevolencia es su
ordinaria consecuencia. Y es necesario que la pobreza sea dulce,
porque a los pobres insolentes no se les da nada; que sea deferente y
obsequiosa con aquellos de quienes espera algún socorro; que sea
agradecida, esta es la condición de su eficacia, y que haga oración,
puesto que en ella está su vida.
¡Y qué gloria da a Dios la pobreza! Se conforma y hasta se contenta
con su estado porque es Dios quien la ha puesto en él; de todo lo
que hay en ella y de todo lo que la acompaña se sirve para honrar a
Dios; da gracias a Dios por todos los sucesos, tanto favorables como
adversos; adora la Majestad divina en todas las cosas; ama a Dios
más que a todos los otros estados: su riqueza es la santa voluntad
del Señor; vive entregada a su paternal providencia, ya sea ésta
misericordiosa y llena de bondad, ya se manifieste por la justicia.
Jacta super Dominum curam tuam et ipse te enutriet – Descarga en
el Señor todo tu peso, porque él te sostendrá (Ps 54, 23).
¡El pobre sobrenatural es de Dios!
¡Cuántos encantos tiene esa pobreza que nos lleva a amar a Dios
sobre todas las cosas! Es hermosa la pobreza cristiana; aún lo es más
la pobreza religiosa que honra a Dios, abandonándose a su bondad
en todas las cosas y haciéndole donación de todo; por el placer se
vendió el hombre: la pobreza le pone en condiciones de rehabilitarse
y ser feliz. Pero, sobre todo, ¡qué admirable, qué sublime es la
pobreza de Jesús en el santísimo Sacramento, donde se despoja de
toda su gloria, de todo su bien natural y de toda libertad!
Allí vive de la caridad del hombre y está a merced de él. ¡Este es el
verdadero amor!
Por consiguiente, todo el que quiera ser santo ha de ser pobre de
afecto, y para llegar a ser un gran santo hay que ser pobre en cuanto
al afecto y en cuanto al estado: la perfección y la santidad consisten
en preferir siempre tener menos que más; en simplificar la vida,
disminuyendo sus placeres; en empobrecerse por amor de Jesucristo;
en hacer de Jesús el modelo de nuestra pobreza, la ley de nuestra
vida interior y exterior; en reproducir, finalmente, la vida de
Jesús en nosotros.

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