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Título de la Ponencia: “El papel de los movimientos sociales en los procesos de

democratización en América Latina”.

Autor: Sociólogo, Magister en Historia: Blas Zubiría Mutis. Barranquilla (Colombia)

Institución: Docente de tiempo completo de la Universidad del Atlántico. Docente


Catedrático de la Universidad del Norte. Investigador del grupo Goffman (Universidad del
Atlántico) y del grupo de Trabajo de Movimientos Sociales y Movimientos Guerrilleros en
Centro América y el Caribe de la CLACSO.

Resumen de la ponencia: La tesis principal de la presente ponencia reconoce que la


diversidad de los movimientos sociales en América Latina ha sido un agente fundamental en
los procesos de democratización no sólo política, sino social y culturalmente, que se han dado
en nuestros países. Partiendo de una revisión bibliográfica sobre los estudios adelantados en
América Latina, así como de una constatación empírica de aquellos movimientos sociales
que no sólo han tenido impacto local, sino también regional e incluso reconocimiento global,
la ponencia indaga sobre el papel de los movimientos sociales para transformar los marcos
institucionales en que la democracia se consolida, ampliándolos y, a su vez, generando
valores y dinámicas de apropiación de lo público que fortalecen dicha democracia, por lo
menos en términos de inclusión social. Se parte de una perspectiva teórica que reconoce la
larga tradición de análisis de lo social, así como los aportes hechos por diversos sociólogos,
politólogos e historiadores latinoamericanos en el análisis de la construcción democrática
teniendo en cuenta procesos concretos como la exigencia de derechos, el papel político de
los movimientos sociales, las estrategias de activismo jurídico, las dimensiones de lo
contencioso en su enfrentamiento con el Estado, entre otros. Los aportes de Boaventura de
Sousa Santos, Orlando Fals Borda, Geoffrey Pleyers, Isabel Rauber, Susan Eckstein, Sonia
Álvarez, Evelina Dagnino, Arturo Escobar, Elizabeth Jelin, Sergio Zermeño, Anibal Quijano,
entre otros, son revisados como fundamentales para entender la dinámica que se gesta entre
la acción colectiva y el papel político democratizador. De igual manera, se reconoce el valor
de la democracia no sólo en términos del enfoque formal, sino también en los ámbitos propios
de los enfoques deliberativos y sustanciales. La ponencia es parte de los resultados de una
investigación en curso acerca de la teoría sociológica y el estudio de los movimientos sociales
latinoamericanos.

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Palabras Claves: Movimientos sociales, acción colectiva, democracia, ciudadanía,
derechos.

INTRODUCCION

La diversidad de los movimientos sociales presentes en las sociedades latinoamericanas ha


sido abordada por diversos estudiosos interesados en profundizar en sus dinámicas históricas
concretas y sus impactos significativos en las transformaciones de dichas sociedades.
Pudiéramos señalar, sin pretender ser exhaustivos, que el análisis de los Movimientos
Sociales en América Latina se puede clasificar en dos grandes grupos. Un primer grupo
conformado por el conjunto de estudios que engloba a los Movimientos Sociales que en
América Latina han tenido impacto regional y reconocimiento global, más allá de las
fronteras nacionales en que se han producido, y un segundo grupo que cobija una extensa
lista acerca de movimientos sociales que se han expresado en lo local, con variados efectos.

El primer grupo tiene actores colectivos claves como el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN) en México, el Movimiento de los Sin Tierra (MST) en Brasil, los
Movimientos Indígenas en Bolivia y Ecuador, Movimientos Altermundialistas como el Foro
Social Mundial (FSM) de Porto Alegre (Santos, 2005; Rauber, 2011) o los Movimientos de
Trabajadores Desocupados (MTD) en la Argentina. El segundo grupo, amerita un balance
que a todas luces supera los alcances y las pretensiones de la presente ponencia, por lo que
no hacemos un balance aparte de ellos, sino, más bien, referencia puntual a los mismos, para
ejemplificar de manera aleatoria en algunos países, movimientos sociales concretos que se
mueven en lógicas similares a los movimientos sociales con reconocimiento global. Sin
embargo, nos proponemos como objetivo, a partir del reconocimiento de ambos grupos,
realizar una reflexión en torno al impacto de los movimientos sociales en la consolidación de
las dinámicas democráticas, tanto por parte de aquellos reconocidos globalmente como de
aquellos que no han trascendido las fronteras nacionales.

Nuestra tesis central es que los movimientos sociales juegan un papel importante en los
procesos de democratización, pues consideramos que las dinámicas sociales que gestan como
actores colectivos afectan los marcos institucionales en que la democracia se consolida,
ampliándolos y a su vez, generando valores y dinámicas de apropiación de lo público que
fortalecen a la democracia, por lo menos en términos de inclusión social. Esta relación nos

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parece tan sustancial que incluso para algunos autores “si bien los movimientos sociales no
son intrínsecamente democráticos, contribuyen a la democratización de la sociedad y el
sistema político, aún si se asumen definiciones minimalistas de democracia e incluso si
representan minorías o sus demandas o reivindicaciones son antidemocráticas” (Cruz, 2012a:
116). Puede decirse que en este análisis del papel democrático de los movimientos sociales,
tienen tanta importancia las relaciones de los mismos con el Estado, los partidos políticos y
las instituciones como las relaciones con “aquellos escenarios públicos no gubernamentales
o extrainstitucionales —principalmente inspirados o construidos por los movimientos
sociales— [ya que] pueden llegar a ser igualmente esenciales para la consolidación de una
ciudadanía democrática significativa para grupos y clases sociales subalternos” (Escobar,
Álvarez y Dagnino, 2001: 35). Por ello, Escobar, Álvarez y Dagnino consideran que el
accionar de los movimientos sociales ha revitalizado en las dinámicas sociales y, por ende,
en el estudio por parte de las ciencias sociales, tanto la cultura política, como la sociedad
civil y la transformación de la política pública.

También los estudios nacionales reconocen en sus balances el papel democratizador de los
movimientos sociales. Mario Garcés en su estudio sobre los movimientos sociales chilenos
a lo largo del siglo XX, concluye que “el hecho histórico más sustantivo [fue que] en la
sociedad chilena ganaron en presencia y legitimidad una diversidad de movimientos sociales
populares que ampliaron las prácticas de participación y de democracia” (2006:24).

La presente ponencia forma parte de un proyecto de investigación más ambicioso cuyo


objetivo va encaminado a valorar la producción sociológica que analiza a los movimientos
sociales en América Latina. Para ello, hemos llevado a cabo una primera revisión
bibliográfica al respecto —que tiene balances sobre el tema, por ejemplo, Calderón (1986,
1997), Eckstein (2001), Jelin (1985), Rauber (2003), Murga (2006), Yagenova (2009),
Zermeño (2009), Massal (2014); así como análisis puntuales para algunos países, como por
ejemplo, Archila (2001; 2003), Cuenca y Piccone (2011), Do Alto (2008), Nieto (2009),
Marti i Puig (2012)— y la hemos cruzado con información fáctica que constate el fenómeno
en diversos países latinoamericanos. Aquí sólo presentamos algunos avances que valoran el
papel de los movimientos sociales en los procesos de democratización de nuestras

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sociedades. Por necesidad de cumplir con las exigencias de exposición, reducimos la
discusión al nivel teórico.

ANALISIS SOCIOLOGICO DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y SU


RELACION CON LA DEMOCRACIA

El análisis sociológico que relaciona movimientos sociales con democracia tiene en cuenta
ciertos aspectos concomitantes, como son los efectos sobre el reconocimiento de los
derechos, incluyendo, para la ampliación de la ciudadanía, “el derecho a tener derechos”
(Favela y Guillen, 2009: 41), los nuevos escenarios y las nuevas dinámicas de participación,
los intentos por consolidar las autonomías y las subjetividades en contextos de trasformación
cultural, y el papel de los medios de comunicación, sobre todo los alternativos, para
dinamizar los procesos de democratización. Sólo que a la par que se han generado estos
impactos positivos, también se han dado dinámicas negativas, sobre todo articuladas a las
reacciones en varios casos por parte de los gobiernos, que han querido frenar el papel
movilizador y transformador de los movimientos sociales recurriendo a estrategias de
criminalización de la protesta o, en términos generales, a estrategias de militarización y
represión (Figueroa, 2004; Salazar, 2004; Seoane, 2004; Zuluaga, 2004).

Así, por ejemplo, se reitera que los movimientos sociales han influido notablemente en la
protección de los derechos sociales, políticos y civiles ya reconocidos y han desafiado
principios procedimentales y sustantivos de los marcos jurídicos: “el movimiento indígena
ha reivindicado una reconstrucción multicultural de los derechos humanos que permite
contrarrestar su prejuicio individualista y liberal, y que incorpore concepciones alternativas
de los derechos basadas en titularidades colectivas y en la inclusión de la naturaleza como
un objeto de derechos[...] El movimiento feminista internacional ha denunciado eficazmente
el carácter patriarcal de la tradición de los derechos humanos e impulsado nuevos
instrumentos y concepciones jurídicas de los derechos que incorporan la justicia de género”
(Santos y Rodríguez, 2007: 24). Este reconocimiento no sólo se ha logrado a nivel de las
legislaciones nacionales, sino que, como en el caso del movimiento indígena, ha sido pieza
clave “en la configuración de la relación entre la resistencia del Tercer Mundo y el derecho
internacional” (Rajagopal, 2005:25)

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A nivel puntual, Adriana Cuenca y María Verónica Piccone (2011) señalan como un cambio
significativo en la consolidación de la democracia argentina, la revalorización del derecho
como instrumento de cristalización de reclamos sociales por parte de los movimientos
sociales, los cuales han optado por el activismo judicial para exigir derechos de ciudadanía.

Varios autores analizan la participación, tanto en espacios institucionalizados, como en


aquellos que consideran propios de los movimientos sociales, es decir, no institucionalizados.
En este sentido, nos parece acertado llamar la atención al hecho de que un dilema teórico que
enfrenta el análisis de la participación, pasa por “dilucidar las formas en que esa participación
se desarrolla y manifiesta, y las formas en que, desde los movimientos sociales, reproduce,
transgrede o transforma a las instituciones” (Tamayo, 2009:101). Un ejemplo puntual de ello,
fue el análisis de Pedro Santana sobre el accionar de los movimientos sociales en Colombia
a lo largo de las décadas de los setenta y ochenta fundamentalmente, quien vinculó variables
macros como la relación con la sociedad civil y la cultura democrática del país al accionar
específico de los movimientos sociales para implementar la reforma municipal
descentralizadora que permitiera afrontar las crisis urbanas alrededor de los servicios
públicos, las demandas de una reforma urbana para acceso a la tierra o de una
democratización política y administrativa para mayores recursos y competencias de los
gobiernos locales (Santana, 1989).

Boaventura de Sousa Santos (2010) analiza cuatro dimensiones que caracterizan al contexto
socio-político-cultural de América Latina y en el cual los movimientos sociales han jugado
un papel fundamental. La primera dimensión es la de las luchas ofensivas y luchas
defensivas. En las primeras Santos identifica las luchas más avanzadas en que incluye las
luchas indígenas que han conducido al constitucionalismo transformador de Bolivia y
Ecuador con el reconocimiento de los Estados plurinacionales; dentro de las luchas
defensivas están aquellas que se libran para evitar la criminalización de la protesta social. La
segunda dimensión, acogiendo la división planteada por Marx, es la de la acumulación
ampliada, que se produce por el desarrollo de las fuerzas productivas en plena potencia y la
acumulación primitiva que se origina a partir del despojo y la violencia. La tercera dimensión
vincula lo local a lo global, en la tensión que se genera entre lo hegemónico y lo contra
hegemónico. Santos reconoce como poderes contra hegemónicos el uso de instrumentos que

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también han sido utilizados como instrumentos hegemónicos: la democracia representativa,
el derecho, los derechos humanos y el constitucionalismo. Y por último, la dimensión en el
debate civilizatorio, donde se reconoce la sabiduría de los pueblos indígenas y
afrodescendientes y se generan contrastes de posiciones entre universos civilizatorios
distintos. Ejemplos de estas dualidades: ¿recursos naturales o Pachamama?, ¿desarrollo o
sumak kawsay (el buen vivir)?, ¿tierra para reforma agraria o territorio como requisito de
dignidad, respeto e identidad?, ¿Estado nación o Estado plurinacional?, ¿sociedad civil o
comunidad?, ¿ciudadanía o derechos colectivos?, ¿descentralización/desconcentración o
autogobierno indígena originario campesino? (Santos, 2010: 63-71).

En este mismo terreno se reconoce como elemento esencial del papel democratizador de los
movimientos sociales, que éstos lograron interpelar la democracia representativa liberal y
generar nuevas dinámicas hacia un modelo de democracia participativa que puede seguir
fortaleciéndose, si se fortalecen algunas de las nuevas dinámicas introducidas por los
movimientos sociales: si se fortalece la demodiversidad, es decir, si se reconoce que la
democracia no tiene por qué asumir una sola forma; si se logra el fortalecimiento de la
articulación contrahegemónica entre lo local y lo global con proyectos exitosos de
democracia participativa en lo local (v. g. presupuestos participativos en Porto Alegre) que
trasciendan a lo global; y si se fortalece la ampliación del experimentalismo democrático con
nuevas gramáticas sociales que expresen la pluralización cultural, racial y distributiva de la
democracia (Santos y Avritzer, 2005).

Un ejemplo de reflexión local, encaminado a interpelar la democracia representativa y el


papel que pudieran jugar los movimientos sociales en la construcción de un nuevo tipo de
democracia fue el momento de reflexión, aproximadamente hacia la década de los ochenta,
en que el maestro Fals Borda (1985; 1986; 1989a; y sobre todo 1989b) consideró que los
movimientos sociales en Colombia podían jugar, hasta el punto de reemplazarlos como
sujetos históricos, el papel activo y democrático que no pudieron jugar los partidos políticos,
no sólo, obviamente, los tradicionales, hacia los cuales mostró siempre una actitud crítica,
sino incluyendo también los partidos políticos alternativos. Esta postura, sin embargo, la
recapacitó y luego retornó a la tesis aceptada fundamentalmente por los paradigmas
democráticos en ciencia política de que para la buena marcha de los sistemas políticos y la

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funcionalidad de la sociedad se necesitan los partidos políticos y que, por tanto, no bastaban,
como en algún momento él lo supuso, los movimientos sociales (Zubiría, 2014). Sin
embargo, el solo hecho de haber planteado la tesis señalada demuestra la importancia que
Fals Borda le dio a los movimientos sociales como posibles agentes democratizadores,
creadores de una nueva cultura política que superaba el sectarismo y creaba frentes unidos
de acción. Para Fals los movimientos sociales rompieron en la década de los ochenta con el
coyunturalismo y el localismo territorial, lo que les permitió pasar de lo micro a lo macro y
de la protesta a la propuesta. Además establecieron canales de doble vía, desde las bases
hacia arriba y desde arriba hacia las bases, por lo que consideró Fals que “Al dar el salto de
lo micro a lo macro y considerar también la vía inversa en estas formas estructurales; al
encontrarse en el plano de las ideas y metas generales sin perder su identidad, integridad,
liderazgo y autonomía como movimientos, los más adelantados de éstos se están
convirtiendo, o ya se han convertido en varias partes, en alternativas políticas de
consideración. Son alternativas que tienden a afianzarse por el vacío político aludido, por la
crisis del desarrollismo y de los organismos o instituciones existentes. Por eso […] muchos
de los movimientos adelantados han empezado a asumir el papel de los partidos tradicionales
de manera más directa y eficaz, delimitando un campo mayor de participación democrática”
(1989b: 61-63).

De seguro que por su talante esperanzador y optimista, tal vez el maestro Fals llegó a pensar
un poco con el deseo, para plantear que los movimientos sociales pudiesen llegar a
reemplazar a los partidos políticos. Pero lo cierto fue que este deseo no se cumplió. Lo que
en realidad sucedió es más lo que plantea Boaventura de Sousa Santos: “el activismo de los
movimientos sociales o bien condujo a la emergencia de nuevos partidos políticos de
orientación progresista, o bien dio origen a plataformas electorales que llevaron al poder a
líderes empeñados en la redistribución social por la vía democrática” (Santos, 2014: 259-
260) como lo demuestran los casos del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil , el
Movimientos al Socialismo (MAS) en Bolivia, la Alianza País (AP) en Ecuador, el Frente
Amplio (FA) en Uruguay, la Alianza Patriótica para el Cambio (APC) en Paraguay, el Frente
Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador y Revolución
Bolivariana en Venezuela.

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Con relación al papel democrático de los movimientos sociales, Geoffrey Pleyers (2009)
pone el énfasis en las autonomías locales y subjetividades contra el poder hegemónico del
neoliberalismo —analizando para ello el movimiento de los jóvenes altermundialistas de
México (la red GAS9) y el movimiento indígena zapatista— planteando que dichos
movimientos tienen una nueva concepción del cambio social, visto no como una ruptura
brusca y radical, sino como un proceso y que “con su voluntad de “cambiar el mundo sin
tomar el poder”, estos movimientos de la vía de la subjetividad se focalizan más bien en la
sociedad que en las altas esferas de la política [...] Lo cercano y lo local son fundamentales
en esta concepción que cuenta con la transformación del mundo a través de una multitud de
alternativas centradas en la experiencia, la participación, la vida cotidiana, los movimientos
locales y el cambio en sí mismo” (Pleyers, 2009: 153).

Isabel Reuber, es quizá la autora que a pesar de reconocer las nuevas características de los
movimientos sociales y su papel clave en las transformaciones democráticas, todavía vincula
su reflexión a una tradición de carácter marxista, tratando de compaginar, explicativamente,
esos nuevos procesos de ampliación de la democracia, de transformación de la cultura
política, de accionar desde otras esferas más culturales y sociales, con los elementos claves
de la perspectiva histórico estructural marxista. De allí que propone nueve hipótesis
fundamentales para abordar el tema de los movimientos sociales y su representación política
en América Latina: “1. Los sujetos se constituyen (o mejor dicho, se auto-constituyen) como
tales sujetos en el proceso mismo de la transformación social, cuyo primer paso es disponerse
a emprenderla. 2. Ser sujeto de la transformación supone algo más que ser “portadores de
estructuras”; no es una condición propia de una clase que se desprenda automáticamente por
su posición (objetiva) en la estructura social y su consiguiente interés (objetivo) en los
cambios. 3. En Latinoamérica no existe hoy ningún actor social, sociopolítico, o político que
pueda por sí solo erigirse en sujeto de la transformación; este resulta necesariamente un
plural-articulado que se configura y expresa como tal sujeto en tanto sea capaz de
interarticularse, constituyéndose en sujeto popular. 4. La conciencia política de clase, de
pueblo oprimido, de nación del Tercer Mundo, etc., no le viene dada a los “portadores” desde
el exterior; los propios actores-sujetos concretos van adquiriendo —proceso de reflexión
crítica mediante— esa conciencia en la misma medida que la van construyendo, a través de
su intervención directa en el proceso de lucha por sus reivindicaciones sectoriales y

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generales. 5. La transformación de la sociedad es un proceso objetivo-subjetivo colectivo y
múltiple que no puede relegarse hasta después de la “toma del poder”.6. Sujeto, poder y
proyecto se interconstituyen articuladamente condicionándose unos y otros. 7. La condición
de sujeto es irreductible a la organización. 8. La construcción-articulación del sujeto popular
implica una nueva y diferente relación entre partido, clase y movimiento. Y 9. Articulación
y tendido de puentes, conceptos claves. Pensar desde (y con) la articulación es una forma de
entender la realidad y, a la vez, un método para intervenir en ella, para transformarla y
construir en todos los terrenos, dentro y fuera de la organización reivindicativo-social o de
aquellas estrictamente políticas” (Reuber, 2003: 40-59).

Por ser el movimiento obrero un movimiento clásico, el análisis de nuevas expresiones como
el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) en la Argentina vincula ciertas
categorías pertenecientes a enfoques estructurales con categorías pertenecientes a enfoques
más recientes. El MTD ha sido analizado como expresión del conflicto de clases o la
“proliferación de experiencias de contestación y movilización contra los estragos causados
por las políticas neoliberales” (Marro, 2006: 66). El análisis sobre este movimiento social
evidencia la resignificación y recolocación del conflicto laboral por parte de los trabajadores
desocupados en un escenario de degradación de las relaciones laborales y de pérdida del
empleo como elemento integrador (Marro, 2006: 99, subrayado en el original). El repertorio
de movilización del MTD ha sido el corte de ruta, práctica empleada por el movimiento
obrero que por medio de piquetes se tomaban las principales carreteras donde transitan las
mercancías e impedían la desarticulación de las huelgas. (Marro, 2006: 100). Para Svampa
este movimiento social surge en el marco de la flexibilidad laboral planteada por el
neoliberalismo desde la década de los noventa, lo que conllevó a que la precariedad ampliara
sus fronteras y la “exclusión fue[se] delineada básicamente por la problemática de la
desocupación” (2008:48).

Indudablemente que el movimiento social indígena ha sido el que mayor impacto ha logrado
en las transformaciones democráticas que se han dado en los últimos años en América Latina.
La trascendencia que ha alcanzado dicho movimiento, superando el ámbito de lo nacional,
se debe a su fuerte articulación a lo global, ya que el movimiento indígena ha logrado la
consolidación de redes trasnacionales y la creación de un régimen internacional propio

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(Martí, 2004: 381-385). En una interesante comparación entre los Movimientos Indígenas
ecuatorianos y bolivianos para explicar las diferencias de impacto, en términos de
reconocimiento de derechos colectivos, alcanzadas entre uno y otro, Cruz ha señalado que
“el movimiento indígena ecuatoriano logró mejor articulación en sus estructuras de
movilización y un enmarcado más eficaz con el proyecto de Estado plurinacional, en
contraste con la desarticulación de los bolivianos” (Cruz, 2012b: 36). El recurre al enfoque
paradigmático norteamericano para explicar que esto se debe a las estructuras de oportunidad
política (EOP) dinámicas, presentes en el contexto boliviano, tales como la apertura
institucional de la “democracia pactada” junto con una tradición de represión de la protesta
que indujo a los movimientos indígenas a privilegiar los repertorios institucionales sobre los
disruptivos, lo que facilitó el establecimiento de alianzas con élites gubernamentales para
desarrollar reformas. En cambio, en Ecuador las estructuras de oportunidad política (EOP)
nos muestran un contexto con un sistema de partidos impermeable, aunado a bajos niveles
de represión lo que llevó al movimiento a privilegiar repertorios disruptivos y dificultó
encontrar aliados gubernamentales (Cruz, 2012b: 36-37).

Otros autores también se han encargado del análisis de los movimientos sociales indígenas.
Isabel de la Rosa (2009) señala como un rasgo esencial en la comparación que realiza entre
los movimientos sociales indígenas ecuatorianos y mexicanos, que si bien existen diferencias
entre ellos, los une no sólo el discurso étnico, sino el discurso moral y ético, con imperativos
rectores como la inclusión, la tolerancia, el respeto a la diversidad, el combate a la corrupción,
entre otros, los cuales sirvieron a su vez para tomar posición frente a enemigos globales como
el neoliberalismo.

Aranda y Vega (2010) reiteran una posición similar, sólo que lo hacen para referirse al
Movimiento Indígena Boliviano, el cual consideran como representativo de un nuevo
paradigma por el activo papel político que han cumplido (representados en el MAS —
Movimiento al Socialismo— y el MIR —Movimiento de Izquierda Revolucionaria) para
consolidar no sólo unas reivindicaciones de carácter étnico sino también una preocupación
por la inclusión de los pueblos originarios en un nuevo proyecto de construcción de estado
plurinacional. Para Do Alto (2008), el MAS destaca como hecho singular en la medida en
que constituye una exitosa articulación de protesta social y modalidades inéditas de

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participación política de las organizaciones sociales en la esfera institucional que
cuestionaron las estructuras partidarias clásicas y favorecieron el compromiso directo de
dichas organizaciones. Otros autores reconocen el protagonismo indígena pero lo asocian
más a las organizaciones como la Confederación de Pueblos Indígenas del Oriente Boliviano
(CIDOB) y la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana
(CONFENIAE), que a los movimientos políticos (Fernández, 2012).

Las conclusiones son similares en otros contextos latinoamericanos, con luces y sombras,
acerca de los objetivos alcanzados por los movimientos. Mestries señala como punto negativo
para el caso de los indígenas mexicanos, que “las divisiones políticas y los distintos estilos
de relación con el Estado han impedido la consolidación de movimientos sociales rurales de
carácter antagónico nacional” (2009:203). Pero dialécticamente también reconoce que la
actividad de los movimientos sociales mexicanos “ha tenido efectos positivos en la
socialización política de sus participantes, en cambios en la cultura política rural, en el
reconocimiento del nuevo protagonismo de la mujer rural en el asociacionismo y las luchas
rurales, y en las reformas a las instituciones políticas encargadas del desarrollo rural
(programas, leyes y presupuestos públicos) que han frenado las políticas neoliberales y
globalizadoras, y entreabierto los marcos estrechos de la democracia neoliberal” (Mestries,
2009:204)

Por último, otros enfoques que relacionan la democracia con los movimientos sociales,
insisten en el papel democratizador que puede jugar la comunicación alternativa cuando se
pone al alcance de todos, ya que contribuye a potenciar las articulaciones y a masificar las
resistencias sociales. La comunicación alternativa puede crear prácticas comunicativas que
prefiguren una comunicación construida por y para los sectores populares, en que se genere
un espacio más amplio en el cual se puedan escuchar las voces de los agentes diversos del
movimiento social sin jerarquías ni intermediarios. (Álvarez, Azzati y Bokser, 2014: 65).

La necesidad de dicha comunicación alternativa y la importancia que tiene para consolidar


los procesos de democratización se refuerzan cuando se analiza que la comunicación es una
estrategia vital, no sólo para que los movimientos sociales se consoliden como actores
democratizadores en los ámbitos locales, sino para que tengan también impacto global,
máxime cuando existen estrategias de dominación para debilitarlos o anularlos, basadas en

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el dominio de la información, que implementan los Estados así como las grandes cadenas
informativas. Como concluye un estudio sobre la necesidad de formar portavoces de los
movimientos sociales en la esfera pública, debido a la enorme desproporción que existe —
no sólo a nivel local sino global— entre los recursos comunicativos propios de los
movimientos sociales y los que poseen los gobiernos. Una desproporción que se hace aún
mayor puesto que las armas de desinformación se globalizan por las agencias internacionales
de comunicación, de allí que es evidente que “los grandes medios de difusión someten a
menudo a los movimientos sociales a un trato penalizante e injusto. Se trata de una estrategia
basada en la deslegitimación de sus portavoces, en la ocultación de sus objetos y en la
asimilación parcial y perversa de sus contenidos” (Ramírez, 2007: 63), por lo que se requiere
de unas prácticas comunicativas de carácter alternativo que permitan ampliar y consolidar la
democracia.

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