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Transcurrían tiempos duros tras la guerra en el valle del Támesis y hasta los
inviernos parecían más crudos de lo normal, cuando un gran anticiclón se posó
sobre la ciudad atrapando las capas de aire frío en la zona inferior con otras de aire
más cálido en las zonas más altas. A las chimeneas de las fábricas que quemaban
carbón a espuertas para mover sus maquinarias, se unieron las de miles de hogares
que prendieron sus chimeneas para combatir el terrible frío y, ya de paso, la de
miles de vehículos que circulaban por las calles con sus motores diésel. El cocktail
ambiental fue letal creando una niebla contaminante tan espesa y opaca que apenas
se podía ver a un par de metros de distancia. La ciudad quedó completamente
paralizada ya que la circulación era prácticamente imposible y los transeúntes tan
solo podían moverse en metro o caminando.
Los hospitales comenzaron a llenarse de gente que acudía allí con todo un abanico
de problemas respiratorios como hipoxia, cianosis, bronquitis y bronconeumonías
causados por los agentes contaminantes que quedaron atrapados en la niebla a
causa de la quema desmesurada de un carbón de muy baja calidad con elevados
niveles de azufre. El dióxido de azufre, junto con el hollín y el dióxido de carbono
unidos al ambiente frío y húmedo se llevó por delante durante los primeros días a
4000 personas, mayormente niños, ancianos y gente que ya acarreaba problemas
respiratorios.
Al caos hospitalario también habría que sumar el policial, ya que la densa niebla fue
el escenario perfecto para que vándalos y demás aprovechados se dedicaran al
saqueo y al pillaje con total impunidad. Entre la niebla, los únicos vehículos que
podían circular eran las ambulancias y los vehículos policiales que se iban guiando
por las luces de los agentes de a pie que se situaban en puntos estratégicos a modo
de faros humanos.
El “Gran Smog” del 52 dio pie la firma del Acta de aire limpio, que se formalizó en
1956 para eliminar las combustiones de carbón en las industrias y hogares y evitar
un nuevo suceso de tal magnitud, pese a ello, ese mismo año de 1956 fue testigo
de nuevo de otra niebla asesina con 1000 víctimas, en 1962 murieron de nuevo 700
personas por el mismo motivo, siendo este el último reporte de este tipo de nieblas
en la capital londinense.
Por otro lado, la del 52 no fue la primera, ya que en 1880 se tiene constancia de que
una niebla tóxica ya había matado a 2200 londinenses.
EFECTOS SECUNDARIOS:
Las víctimas que fallecieron durante este tiempo, sucumbieron por infecciones en
las vías respiratorias que les obstruían las vías con pus que se producía en los
pulmones, esta infección producida por la neblina contaminada les acababa
matando por hipoxia (falta de oxígeno). Las principales infecciones pulmonares eran
bronconeumonía o un agudo caso bronquitis purulenta, la cual se sobreponía a la
bronquitis crónica.
En la nube de polución había dióxido de azufre que es muy tóxico, causado por la
quema de carbón de baja calidad.
En 1953, el teniente coronel Lipton comentó en la Casa Común que la neblina había
matado, en su mayoría, a personas muy jóvenes (sobre todo niños) o ancianos,
también añadió que muchas de las víctimas ya sufrían enfermedades respiratorias.