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Cuando fueron publicados los resultados del estudio del PISA se supo que, de acuerdo
con las pruebas aplicadas, México ocupa el penúltimo lugar entre los países que
participaron en dicho estudio. Algunos investigadores pensaron que este resultado podía
ser atribuido a que los jóvenes mexicanos de 15 años de edad han adquirido en promedio
una escolaridad inferior a la de aquellos que se encuentran en los demás países
involucrados en el estudio.
Para llegar a conclusiones definitivas al respecto sería necesario analizar los factores
técnicos que intervinieron en la generación de estos resultados. Sin embargo, no deja de
llamar la atención que aun los jóvenes mexicanos que proceden de familias colocadas en
el estrato socioeconómico superior, cuya escolaridad promedio no debe ser muy distinta
de la de sus contrapartes que viven en los demás países pertenecientes a la OCDE, hayan
obtenido rendimientos académicos semejantes -o inferiores- a los de los muchachos de
los países más desarrollados que proceden de familias ubicadas en el estrato
socioeconómico inferior. Esto puede significar, pues, que además de que las
oportunidades educativas (expresadas en los rendimientos del sistema) están
inequitativamente distribuidas porque se correlacionan con el estatus socioeconómico de
las familias de los jóvenes, la calidad de la educación que se imparte en nuestro país es
deficiente. Por tanto, el grado en el cual se ejerce en México el derecho a la educación es
a todas luces cuestionable.
Además de la equidad en la distribución de las oportunidades de aprendizaje efectivo, el
derecho a la educación comprende otras dimensiones: a) la equidad en la distribución de
los principales insumos de los que depende el aprendizaje (principalmente la calidad de
los maestros); b) la gratuidad del servicio educativo (que debe ser total en los niveles
básicos; c) la libertad de elección entre las diversas ramas del sistema educativo, lo que
implica una oferta razonablemente amplia de ellas en todo el territorio del país; y d) la
compensación de las desigualdades para tratar desigualmente a los desiguales (por
ejemplo, proporcionando a los grupos indígenas que no hablan español modelos
adecuados a sus condiciones lingüísticas y culturales). Es claro, en consecuencia, que
para lograr el pleno ejercicio del derecho a la educación México tiene todavía un largo
camino por delante.