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El ser humano ha mirado a las estrellas para orientarse desde tiempos inmemoriales. Los movimientos
celestiales y la posición de nuestro sol nos han permitido explorar y descubrir hasta el último rincón
del planeta. En cierta forma, el GPS mantiene vivo ese método, aunque de una manera menos poética.
El secreto de su funcionamiento reside en una constelación de 31 satélites que orbitan la Tierra a
unos 20.200 kilómetros de altura. Cada uno de ellos completa una vuelta al planeta cada doce horas,
aproximadamente. Estos satélites se hallan en diferentes planos orbitales, de forma que cualquier lugar
terrestre está cubierto por varios de ellos en todo momento. Emiten una señal de radio característica,
conocida como efeméride, que es la que captan las antenas GPS de los navegadores, los móviles,
los relojes o los receptores con que se equipan todo tipo de vehículos. Esta señal permite calcular la
posición relativa del satélite con respecto al receptor. Cuando se combinan las señales de varios
satélites, es posible conocer mediante triangulación la posición del sujeto o vehículo con una
precisión aproximada de cinco metros, aunque algunos sistemas de control y el uso de diversas
bandas de comunicación logran reducir esa cifra hasta un metro. Por lo general, nos basta con recibir
la señal de tres satélites para conocer la longitud y latitud a la que nos hallamos. Con un cuarto satélite
también podemos saber nuestra altitud. En los receptores equipados con relojes sincronizados con la
red de satélites es posible conocer estas tres incógnitas con la señal de solo tres satélites, o la latitud y
la longitud con solo dos.
GPS
Tras el lanzamiento del primer satélite artificial, el soviético Sputnik (1957), los investigadores del MIT
fueron capaces de rastrear su órbita por su señal de radio, y dedujeron que si era posible hacer un
seguimiento de los satélites desde la Tierra, también sería posible la ruta inversa: localizar objetos en la
superficie terrestre a partir de las posiciones de los satélites.
Así, el primer sistema de navegación por satélite fue usado por la Marina de Estados Unidos en la década
siguiente, y en 1973 el Pentágono definía las directrices básicas de la actual tecnología GPS (siglas en
inglés de Sistema de Posicionamiento Global). En 1993 se autorizaba su uso civil, y en 1998 una orden
presidencial indicó que el sistema GPS civil debería ser tan preciso como el militar.
Hoy en día, el GPS es, posiblemente, una de las aplicaciones tecnológicas de la carrera espacial más
relevantes en nuestro día a día: una tecnología que nos permite ubicar con precisión un punto en cualquier
lugar de la Tierra con ayuda de una flota de alrededor de la treintena de satélites (el último de ellos, el Atlas
V, lanzado hace un par de semanas), y que podemos encontrar de forma habitual en nuestros coches y en
nuestros smartphones.
Telemedicina
El Sputnik 2, albergando en su interior a la celebérrima perra Laika, no hizo historia únicamente por ser el
vehículo del primer vuelo espacial de un ser vivo, sino porque fue la primera vez que se usó telemetría
para monitorizar parámetros fisiológico en el espacio. Gracias a ello, menos de cuatro años después se
pudo enviar al primer cosmonauta humano, Yuri Gagarin, al que también se sometió a telemetría de sus
constantes.
La NASA terminó adelantando a los soviéticos en este campo (como en tantos otros de la carrera espacial) a
lo largo de los años 60, impulsado por la necesidad de asegurar sus vuelos espaciales tripulados (Mercury,
Gemini, Apollo). Así los médicos de la NASA, además de “ser capaces de recibir datos sobre las constantes
biológicas de los astronautas (electrocardiograma, frecuencia cardiaca, presión arterial, constantes
respiratorias, temperatura corporal…) consiguieron hacer lo propio con los parámetros ambientales de los
diferentes vehículos espaciales(nivel de radiación, concentraciones de oxígeno y dióxido de carbono, etc.)”,
como explica Carlos Martínez-Ramos en Telemedicina. Origen y Evolución.
Pese a alguna notable excepción como el GPS, cuyo uso civil tuvo que esperar a la finalización de la Guerra
Fría, la mayoría de innovaciones tecnológicas desarrolladas por Estados Unidos tuvo una rápida aplicación al
ámbito civil. Así, a mediados de los 70, se usó por primera vez esta tecnología espacial para
proporcionar asistencia médica en un reserva india de Arizona, en la que los servicios de rayos X y
electrocardiograma estaban enlazados con hospitales públicos del exterior a través de radar, microondas y
audio.
Realidad virtual
En realidad, la realidad virtual no nació estrictamente en el seno del programa espacial, pero sí debemos
a la NASA la financiación de muchas de las primeras investigaciones en torno a la misma, así como su
maduración como tecnología. Así, en 1969 (el mismo año en que la Humanidad pisaba la superficie lunar),
la NASA puso en marcha un programa de investigación con el fin de desarrollar herramientas de realidad
virtual destinadas a aplicar el máximo realismo posible a la formación de posteriores tripulaciones espaciales.
Así, gracias a otros avances que se fueron desarrollando a lo largo de los 70 (sobre todo en el campo militar),
en 1984, Mike McGreevy y Jim Humphries desarrollaron para la NASA el sistema “Vived” (Visual
Environment Display), el primer dispositivo que pudo proporcionar una experiencia completa de
realidad virtual: estaciones de bajo coste dotadas de un campo de visión amplio, estéreo, con sensores de
posición en el casco de realidad virtual. También desarrollarían el primer sistema práctico de visores
estereoscópicos.