Вы находитесь на странице: 1из 14

Miguel Ángel Fornerín: “Somos los náufragos de la

modernidad política”
Sara María Rivas | “El comercio entre Puerto Rico y República dominicana ronda los
mil doscientos a mil cuatrocientos millones, pero el intercambio no incluye objetos
culturales como libros.” MAF

Desde mi llegada a Santo Domingo, he seguido con interés los agudos y


cuestionadores trabajos del escritor dominicano —publicados semanalmente
en mediaIsla— Miguel Ángel Fornerín, a quien consigo sustraer unos
minutos de sus afanes de inicio de semestre como profesor de la Universidad
de Puerto Rico para satisfacer mis inquietudes sobre el Caribe que le es más
cercano a él: la República Dominicana y Puerto Rico:

—¿Cuando decidió emigrar de la República Dominicana, cuáles


fueron sus motivaciones? ¿Por qué eligió Puerto Rico?

—¡Interesante comienzo! La pregunta envía la conversación a mi identidad como


emigrante. Un esfuerzo de memoria me acompaña para salir indemne (no
indigno) de este atascado trance en el que me coloca. Yo no sé porqué tuve que
salir de mi país. No es algo que me haya llevado a una detenida reflexión. He
apuntado en otras entrevistas y glosas que quienes salimos de la República
Dominicana lo hacemos como exiliados económicos; somos los náufragos de la
modernidad política, que hace que no existan universidades con programas
graduados sólidos; que la vida dependa de los azares de la política vernácula; que
no haya nada tan permanente en nuestro colectivo como la corrupción y el
apagón como metáfora de nuestro iluminismo moderno. Creo que elegí a Puerto
Rico en lugar de Francia, porque me encontraba más cerca de la patria y podía
regresar si moría en el intento aunque fuera arrastrado por las corrientes
marinas.

—Al cabo de estos años como docente, con una importante


participación en el ambiente puertorriqueño, ¿cómo siente que ha
sido tomado en cuenta su trabajo, su presencia en una y la otra isla?
¿Se siente a gusto?

1
—Preferiría en el ―medio puertorriqueño‖. El concepto de ambiente me parece
muy ecológico. Mi recriminación a los amantes del ambiente y de los animales, es
que un manatí vale más que un náufrago que se aproxime a las costas. En la
defensa del ambiente y los animales podría haber un olvido de nuestra verdadera
condición humana y de la solidaridad que la funda. Hecho ese comentario me
dirijo a su pregunta a estribor: el trabajo de un otro que vive entre los demás,
como ―un dominicano bueno‖, es siempre bien recibido; siempre y cuando no se
meta con nuestros defectos colectivos… como parece que le ocurrió a Carlos
Ardavín recientemente. El nacionalismo de pacotilla siempre nos tiene en sus
miras: cubanos, dominicanos, puertorriqueños, lo que sea. Somos bien recibidos
siempre y cuando no molestemos lo
suficiente para enviarnos de regreso
o para una isla situada muy, pero
muy lejos. Lo que he hecho no es más
que valorar la literatura y la cultura
dominicana en Puerto Rico y la
puertorriqueña en Santo Domingo.

Nunca he creído que mi aventura


existencial me llevaría a algún lugar
parecido a un Resort; estoy como
diría José Luis González en la calle;
aquí doy mis combates y nadie me
podrá quitar lo vivido… y lo bailado.

— ¿Merma su sentido de
dominicanidad en la diáspora?
¿Mitifica a la República en la distancia o siente más objetividad al
analizarla?

No creo que se achique mi sentimiento dominicano en el extranjero. Vivir fuera


es una manera de ver el adentro, a la distancia. Lo que cambia es la percepción
del sujeto por los semejantes; no vivo la cotidianidad dominicana de la misma
forma en que la vive un muchacho de Higüey o de la Vega; no tengo que ir a rogar
a un político para que me dé un puesto en el tren administrativo a fuer de
morirme de hambre; no tengo que callar las cosas que veo afectan al colectivo,
porque no estoy obligado a depender del señor todopoderoso que habita en
Palacio, ni de sus huestes armadas y de los lambiscones consuetudinarios, si todo
eso no lo vivo no es que deje de ser lo que soy; creo que mi ser dominicano se
problematiza de otra manera. Y vivo en lucha, pero yo sé a qué patria pertenezco
y con ella voy barloventeando… ¿Habló de diáspora? ¿De cuál diáspora? Creo que
pertenezco a los que salieron a cazar bisontes, a los que pintaron en las cuevas, a
2
los que inventaron el calor y el frío. Mi diáspora está en África… No merma en mí
nada… todo se agiganta… cada día tengo más ganas de ser dominicano,
puertorriqueño… ciudadano de este mundo, soñando ser libre y no escudero de
nadie. En cuanto a la objetividad, no me preocupa. No me creo científico
positivista. Trabajo con otros materiales más manuales, díscolos, fluidos,
gaseosos, volátiles. No tengo miedo a sus fulgores y me acerco a mi objeto como
un enamorado ante el himeneo gozoso.

—Hábleme un poco sobre sus


publicaciones, veo que cubren un
amplio espectro, que va desde la
poesía, el ensayo, crónicas y una
especie de visión de conjunto sobre
las letras de las dos islas y el Caribe
en sentido general.

Su pregunta es muy difícil para mí. No me


corresponde hacer un balance de un trabajo
modesto e inconcluso. No me gusta mirar
hacia atrás; tengo el temor de
desencontrarme con el pasado. Mis escritos
están ahí llenos de defectos, mal podría yo
elevarlos más allá de su estatura. Prefiero
escribir sobre Alexis Gómez Rosa, sobre
Andrés L. Mateo, o disfrutar Rumor de
pez de René Rodríguez Soriano. Nada de lo
que he escrito vale tanto como la grandeza
de los textos que he glosado. En cuanto a la
visión del Caribe en sentido general, sólo le
puedo decir que intento romper la balcanización de nuestra cultura —escindida
por las naciones y las lenguas europeas—. Busco lo que nos une y nos hace
diversos. Poco puedo yo hacer con todos los compromisos personales: robándole
tiempo a los días feriados y a las vacaciones y creyendo que estos viajes con la
rosa de los vientos, nos ayudan a salvarnos del naufragio que es una constante en
la cultura caribe.

—Me ha llamado la atención el trabajo de divulgación que viene


realizando a través de su sección “Glosas golosas” en mediaIsla,
sobre todo sus artículos sobre la dominicanidad. Un tema recurrente
en ellos es el individuo versus la colectividad dominicana. En su
ensayo “La dominicanidad como tragedia: las tribulaciones del

3
pensamiento optimista”, subraya varios puntos importantes dentro
de esta temática. Por un lado enfatiza su sentido de individualidad:
“el dominicano no quiere salvarse como colectividad”, “El
dominicano no piensa más que en sí mismo” y por otro lado establece
su sentido de colectividad: “los dominicanos sólo quieran ser
dominicanos, no quieren ser otros”. Más adelante, explica que esta
unión florece en momentos de crisis: “Cuando alguien de afuera nos
critica, saltamos llenos de nacionalismo a desgarrarnos la bandera en
el pecho. Pero por dentro sabemos que lo que somos debe
morir.”¿Cómo, entonces conciliamos este ser individual y este
despertar colectivo en momentos caóticos, a los que llama “episodios
maravillosos del pensamiento trágico dominicano”?

—Creo que hay en esos artículos un intento de reflexionar sobre la razón


dominicana más allá de la ontología que nos define; vernos como alteridad y
como sujeto. Un sujeto que debe pasar de su vida folklórica a ser un sujeto
verdadero. Entonces, cuando la individualidad encuentre su misión colectiva
podrá aspirar a un mundo distinto. Lo que tenemos hoy es una instrumentalidad
como ser. El dominicano debe encontrar su destino de pueblo y sólo lo va a lograr
dejando lo que es, de ahí la idea de la muerte (en el sentido hegeliano). No veo el
caos que usted refiere con una nostalgia del orden, sino como una manifestación
de la búsqueda; la dominicanidad es una facienda. Se hace cada día. Situar el
pensamiento trágico no pretende más que mostrar las peripecias de esa
búsqueda. Soy muy optimista; pero la cultura tiene sus desplazamientos. Y mis
reflexiones la
muestran. En
cuanto al
nacionalismo
pánfilo, ese que
se sirve de la
nación y pone en
la garganta el
cuchillo contra
toda opinión que
no venga del
colectivo, creo
que no hace más
que presentar
sus limitaciones.

4
Creo que para los puertorriqueños, los cubanos, haitianos y dominicanos, las
ideas nacionalistas buenas son las que nos defienden en la frontera imperial; no
las que nos hacen vernos como seres distintos. Escritores dominicanos en Puerto
Rico ha habido en todas las épocas republicanas; así como cubanos en Santo
Domingo. Qué mayor alegría me cabe en tener en el presente dominicano a
Fernández Pequeño, Luis Beiro y Carlos Ardavín, como opinantes en este lado,
cuando nuestra historia está hecha de tantos tránsitos… Glosas golosas no es más
que un intento de bloquear la censura y el abandono de los artículos de opinión
centrado en la cultura que cada vez son más escasos en la prensa dominicana. No
es de extrañar que la desaparición de Clave Digital coincida con el bloqueo al
acceso del portal. Esto nos hace peguntar hasta dónde el gobierno dominicano y
sus representantes están dispuestos a aceptar las opiniones libres. Pero saltamos
las tapias de la censura, de la autocensura, en un país donde todo el mundo debe
estar bien con el gobierno o de lo contrario,
le podría pasar como a los desafectos en la
Era de Trujillo.

—Dice Roger Bartra en La jaula de la


melancolía que el símbolo nacional de
un país es una construcción elitista y
que la élite se vale de lugares comunes
para seleccionar una representación
patria. En Puerto Rico, por ejemplo,
se recurre a la figura del jíbaro, en
Argentina al gaucho, en el caso de la
República, ¿qué figura se enaltece en
nombre de la deseada nación? ¿Qué
símbolo patrio reúne los elementos
necesarios para iniciar ese sentido de
comunidad imaginaria a la que alude
Benedict Anderson, en Imagined
Communities?

—Creo haber postulado en otra parte que


nuestra construcción nacional desde el símbolo racial, desde otro recuperable, ha
sido el indio romántico, cuyo héroe epónimo es ‗Enriquillo‘, como una
construcción de los hispanófilos que anexaron la República a España en la década
de 1860. Luego en la era de Trujillo Manuel del Cabral trató de forjar un héroe
mítico nacional en el hombre del Cibao a través de ‗Compadre Mon‘. Pero ni en el
caso de Galván ni en el de Manuel del Cabral esas construcciones letradas han ido
más allá de la referencialidad que maneja una élite letrada adosada a algunos
proyectos como el santanismo en el siglo XIX y el trujillismo en el XX. Es bueno
aclarar que no había manera para que un héroe libresco se impusiera en el

5
imaginario, porque no somos una cultura letrada con una gran circulación de los
productos culturales del intelecto. Encontrar el espíritu del pueblo en un
personaje como el wolkgeist, que la generación del noventa y ocho encontró en la
figura del ‗Quijote‘ y en el realismo de Sancho (cosa que no creo, cabe decir, que
la representación realista del españolismo acepta la esclavitud de los negros,
como nuestro Enriquillo), no podía, en fin funcionar en un país con una pobre
educación formal. Sólo nos quedan los discursos que no siempre se ajustan a la
verdadera dimensión del
héroe. Creo sin lugar a dudas
que el dominicano que nos
une es Juan Pablo Duarte,
aunque no se ha salvado de la
maledicencia de políticos e
historiadores.

—Bartra sostiene que la


cultura moderna crea o
inventa su propio paraíso
perdido, busca
insistentemente un
estrato mítico, donde se
supone que se perdieron
la inocencia primitiva y el
orden original. Por su
parte, José Enrique
Méndez en “Un corral de
piedras forjando
identidad”, establece que “"El retorno a los orígenes es urgencia
insoslayable de toda jornada precisa”, es una invitación a un pasado
remoto como punto de partida, como destino… Tal parece que, de
alguna manera, la letra Juan Luis Guerra hace una propuesta a un
viaje bucólico similar. ¿Cree que es una solución a la crisis existente?
¿Es esta la dirección que debe tomar el pueblo dominicano?—En
cuanto a la primera parte de su pregunta diré que el problema de pensar la
dominicanidad desde un horizonte utópico se encuentra en que no tenemos un
pasado recuperable. Fuimos una colonia pobre —como lo fueron Puerto Rico y
Cuba—, abandonada por un imperio que no pudo constituir una sociedad de
mercado que le permitiera continuar la circulación de mercancía y capitales,
como señaló Juan Bosch; mientras en la colonia francesa de Saint-Domingue se
construía una iglesia valorada entre un millón doscientos mil a un millón
ochocientos mil libras tornesas, el tesoro español en 1801, cuando invadió
Toussaint L‘Ouverture la parte Este de la isla, era de 250, 000 pesetas. España no
tenía los recursos para mantenernos como colonia y luego nos regaló a Francia;
pertenecer a esa madre patria era el único consuelo de la oligarquía hatera. Pedro
Mir pensó los orígenes dominicanos como ‗un gran incendio‘ y lo único que pudo
recuperar como elemento utópico fueron los terrenos comuneros con los que
afirmó un proyecto campesino, que fue todo el referente que pudieron usar

6
nuestros primeros socialistas para construir un relato de una comunidad
imaginada. Más allá del hispanismo, el catolicismo y la cantaleta de la primacía
de la isla en América, los referentes de esa comunidad soñada casi no existen… Si
pensamos en nuestra realización política, hemos ido de fracaso en fracaso:
Espaillat y Billini son los ejemplos de políticos de la realización de la utopía
liberal del siglo XIX. Francisco Henríquez y Carvajal, como el hombre del
pensamiento positivista hostociano, fue un celaje que se llevó la invasión
estadounidense. De ahí hasta Juan Bosch. Y paramos, pues su legado fue vendido
al partido del uso patrimonialista de los bienes del Estado a favor de la razón
política: el poder por el poder, que sólo engendra la corrupción y el pesimismo.
En este laberinto nos encontramos. No hay muchos paradigmas. En fin, ese es el
problema que tiene el pensamiento
optimista sobre la dominicanidad.

—Hablando de direcciones y
decisiones, entiendo que al hacer
una antología hay que tomar en
consideración que es un ejercicio
con un componente muy fuerte
subjetivo; no es una matemática
exacta. Quiero decir, es cuestión
de apreciación personal y de
gustos del compilador. Apoyo su
criterio que, esencialmente, tal
selección debe basarse en “el
valor literario de cada texto”,
como lo establecía en el ensayo,
“Algunas consideraciones sobre
La novela dominicana 1980-
2009 de Avelino Stanley”. ¿Cree
que estos son los criterios
usados en la República
Dominicana al hacer, digamos
una antología ya sea poética,
cuentística, novelística? ¿Existe alguna mordaza trujillista?
Recordamos incidencias como la ocasión en que al hacerse la
selección de autores para una antología y durante la dictadura se deja
fuera de la antología a un Bosch por razones políticas.

—La cultura dominicana se desarrolla dentro de sus propias limitaciones. Como


en nuestras academias existen pocos programas graduados, tenemos una
investigación poco formal en el campo de las humanidades. Creo que los
esfuerzos que se hacen en ese sector parten de iniciativas variopintas, en las que
se pueden notar los bordes de ciertos intereses que van más allá de los que en
otros países norman el mundo editorial. Si no tenemos investigación formal,
tampoco tenemos muchos profesionales aquilatados para trabajar en la

7
valoración de la literatura como arte y lo literario como texto abierto a la
comprensión epistémica. Lo que me llama la atención no es la existencia de esas
antologías que Ud. menciona, sino la importancia que parece tener el mundo
letrado en el país, donde tanta gente quiere ver su biografía en la solapa de un
libro; donde cada político quiere ser un letrado como Juan Bosch o Joaquín
Balaguer. Me sorprende que el presidente se haya mandado a hacer la toga de
académico de la lengua, al igual que Trujillo. Que pretenda montar una
Universidad desde su llamada Fundación Global, que organice una biblioteca con
el nombre de Juan Bosch, mientras la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez
Ureña duerme el sueño de los justos,
situación que el propio Juan Bosch no
hubiera aceptado. Pero los juegos de
grupos de escritores que fantasean con
ser reconocidos primero que sus obras,
los veo como parte del folklore, es un
scherzo. En fin, la grandeza de nuestra
literatura no se encuentra en las
antologías: Juan Bosch, Jimenes-
Grullón, Sanz-Lajara, Lamarche y tantos
otros no dependieron de ese instrumento
de circulación libresca. En cuanto a las
exclusiones, en verdad no me preocupan.
Una antología dice mucho del
antologador y creo que la gente habla
más de las exclusiones que de los
verdaderos méritos de los incluidos.

—En El factor carne, Rey Emmanuel Andújar, apunta, refiriéndose a


su retorno a la República, cómo se sintió en éste: “…un Santo
Domingo que no aceptaba al buen hijo que a su tierra vuelve” ¿cree
que un escritor de la diáspora está en desventaja al someter algún
escrito? Si existe dificultad, ¿a qué lo atribuye? ¿Es acaso un
desconocimiento de la producción fuera de la isla o quizás prevalece
algún mecanismo para mantener de cierto modo los principios
trujillistas de pureza, limpieza de sangre literaria? —Creo bastante
problemático el análisis de la alegoría del hijo pródigo. Los que vivimos fuera, a
mi manera de ver, no debemos esperar que nos distingan porque nos hemos ido.
Salir de Santo Domingo y realizar alguna hazaña ejemplar en el extranjero es una
suerte que muchos dominicanos no tienen. Pero también es una forma desleal de
competencia: porque si la vida del dominicano, sobre todo el intelectual es dura
(le remito a las crónicas de Jimmy Valdez) no menos dura es para los que se
8
quedaron. Creo que un grupo, por ejemplo Carlos Gómez Beras, Eugenio García
Cuevas, Néstor Rodríguez, para sólo mencionar algunos, hemos estudiado y nos
hemos labrado un reconocimiento en el aquí y el allá; en la tierra de salida hay
quienes se han labrado un nombre sin dejar todo lo que nosotros abandonamos.
Creo que esos de la mal llamada diáspora, que son coparticipes del desastre
político, no les ha ido mal. Muchos ni tan siquiera tienen una obra respetable,
pero se guillan de intelectuales y hasta hay algunos que viven de eso. El poder
siempre reconoce a
sus cancerberos y les
publica. Toda
manifestación del
Estado tiene como
finalidad la razón
política: que el
Príncipe
permanezca en el
poder y los
funcionarios sigan
cobrando…

En cuanto al
reconocimiento que
tienen los escritores
de afuera creo que,
para su tamaño e
importancia, ha sido
extraordinario; no
tenemos un mercado
del libro ni un
sistema educativo
que valore nuestra
producción como
simbolización y como una episteme de lo dominicano. Si existieran bibliotecas en
todas las escuelas dominicanas, al día con las publicaciones de los dominicanos
de adentro y de afuera; si el currículo en lugar de integrar trozos de libros,
exigiera la lectura libros de tapa a tapa; si nuestros profesores secundarios
estuvieran al día de los distintos métodos de análisis literarios e integraran el
análisis textual a una identidad colectiva; si el dominicano, en general, leyera más
y discutiera su producción ficcional y discursiva, entonces, los escritores no
tendrían que esperar del Estado que les publique y que les dé reconocimientos. El
problema de la cultura y del libro en Santo Domingo no es, como piensan
algunos, sólo un problema de las leyes y de la inversión del Estado. Creo que es
mucho más complejo y cada sector tiene su agenda pendiente. Una agenda

9
olvidada en la politiquería que rebaja el presupuesto educativo; los comerciantes
de la educación y la falta de verdaderos planes nacionales de cultura que no se
pueden formular en un estado patrimonialista como el que tenemos. El fracaso
de la cultura actual es el fracaso de los discípulos de Juan Bosch. ¡Y eso es
deplorable!


Anteriorme
nte he
hablado
sobre la
falta o la
dificultad de
difusión de
la literatura
dominicana
fuera de los
confines del
país, ¿se da
el mismo
fenómeno de afuera hacia dentro? Me explico: ¿existe la misma
dificultad para un libro salir del país como para uno entrar?

—Lo primero que debemos tener en cuenta es que el libro funciona como una
mercancía, es un valor de cambio. Si en mercado no hay demanda por esa
mercancía y los interesados no poseen recursos para adquirirla, ¿cómo se puede
difundir? Imagínese lo siguiente: la capital cultual de Santo Domingo es Madrid
o Barcelona; alternativamente Ciudad México o Buenos Aires; ¿qué valor tienen
en pesos dominicanos los libros publicados en Europa o en Sudamérica?
¿Cuántas horas de trabajo debe invertir un dominicano para comprar un libro
extranjero? Todos conocemos la situación precaria de muchas de las editoriales
extranjeras afincadas en Santo Domingo, o en Puerto Rico donde el poder
adquisitivo es mayor. La entrada de libros extranjeros, muchas veces pasa por los
controles aduaneros que gravan también las publicaciones. En relación a los
libros dominicanos y su salida al extranjero, debo decirle que cada vez más el
producto es mejor y estamos compitiendo con Colombia en cuanto al diseño y a la

10
impresión. Pero eso no es todo; es necesario que fuera del país alguien crea que
puede hacer negocio con la literatura dominicana. Los pocos que han intentado
han fracasado o su éxito es muy parcial. El comercio entre Puerto Rico y
República dominicana ronda los mil doscientos a mil cuatrocientos millones de
dólares al año, pero los objetos comerciales no incluyen objetos culturales como
libros. Sólo las universidades y un pequeño grupo que viaja a las ferias de
nuestros países compran libros. Lo demás es un discurso de deseo y darle al
Estado una función que en cierto sentido no le corresponde.

—¿Cómo se puede explicar que haya dificultad para promover la


literatura pero ninguna cuando se trata de merengue y bachata?
Recuerdo que
mencionaba:” La
proliferación de
peloteros, políticos
y poetas es
extraordinaria. Se
lee poco; se
compran libros
que jamás se leen y
no nos leemos
nosotros mismos”.
¿Cuál debe ser la
función de un
profesor cuando se
encuentra ante
estos obstáculos:
crear un hábito de
lectura o enseñar
literatura
canónica?

—Pienso que la respuesta anterior contesta en parte esta pregunta. El Caribe es


visto por el otro como una tierra exótica (los programadores turísticos hacen su
despliegue publicitario en esa falsa ilusión) en la que predomina el baile, el juego,
el tíguere… pero nunca nos ven como productores textuales de importancia. Los
visitantes a nuestras playas no preguntan por nuestra literatura; no se ve una
demanda por libros en los centros vacacionales. Compran baratijas que les sirva
de suvenirs. Si así hemos sido vistos, ¿qué podemos esperar? Lo exportable en el
Caribe es nuestro salero, por eso somos tierra de peloteros y de bachateros. Se
olvida a un Pedro Henríquez Ureña, a un Juan Bosch, a Franklin Mieses Burgos y
a Pedro Mir. Eso en verdad no es lo que importa. Ahora bien, adentro deberíamos

11
tener otra actitud, pero la educación es la Cenicienta del gobierno: gastamos el
presupuesto en militares, en empleado de nominillas, en la que se realiza la razón
política del partido de turno. Del presupuesto que se dice gastamos en la
educación, buena parte se lo llevan los políticos a través de las construcciones, la
corrupción en el departamento de compras o en las botellas que existen en
Educación. Creo que leí recientemente de la existencia de 2,000 profesores no
titulados en República Dominicana,
¿qué hacen ahí? ¿Por qué no van a la
universidad?

—¿Hasta qué punto el sistema


educativo es responsable de
esta falta de interés por parte
de los estudiantes, si tomamos
en cuenta que todavía entran
en las lecturas compulsorias,
una novela decimonónica
como María de Jorge Isaacs?
Recuerdo a una estudiante que
al leer la novela me dijo: “Qué
manera tan extraña tiene esa
gente para enamorarse.”

—Creo que hay infinitas actitudes


hacia las cosas que leemos. Un libro
contemporáneo nos puede parecer
aburrido, mientras que uno antiguo nos resultaría interesante. Yo no le doy tanto
peso al sistema educativo en este asunto; pienso que la lectura es un asunto
social. El niño lector inicia en el hogar. Son los padres quienes despiertan en él el
interés por la lectura. Luego es el sistema educativo y la sociedad; es fundamental
en este proceso el lugar que la lectura tenga en la sociedad determinada. En
algunos países el estudio de obras en las universidades no es ni tan abundante ni
toca los escritores modernos. Esto porque los que llegan a la universidad ya son
lectores y los profesores enseñan a autores modélicos. Creo que la realidad
estadounidense (los pobres que estudian en College, con becas, a los que hay que
remediar por sus deficiencias secundarias) domina mucho nuestra manera de
pensar el problema. El lector debe llegar a la universidad o hacerse allí. Por lo
contrario, en nuestros días, el estudiante inicia la facultad sin hábitos de lectura.
Entonces, la imposición es un martirio. No veo bien que en honor a aliviar esa

12
carga los estudiantes dejen de lado ciertas obras capitales de nuestra cultura-
literatura; lo que ahí se pone en juego en la pedagogía de la lectura, cómo hacer
inteligible un texto que parece a simple vista muy lejano al mundo del joven
lector.

—Miguel, no puedo evitar, cuando leo sus trabajos, sentir su


frustración ante su sociedad e intelectualidad. No creo que esté solo;
noto este pesimismo en otros autores importantes del país. Recuerdo
a Alcántara Almánzar que me dijo en una entrevista refiriéndose a la
República: “ya yo tengo pocas esperanzas de verla cambiar en vida.”
¿Se siente igual que él? ¿Está derrotado? ¿Todo tiempo pasado fue
mejor? ¿O acaso no es como dice Andújar en El factor carne: “Ningún
tiempo pasado fue mejor?

—Yo entiendo que existe una gran frustración en los letrados dominicanos. Pero
lo veo como un asunto en movimiento; es algo de esta época. Y esta época
pasará. El pensamiento por la dominicanidad parece encontrarse en un callejón
sin salida; pero tiene sus ventanas. Somos un pueblo muy esperanzado. Le pongo
un ejemplo: a pesar de haber sufrido tantos dictadores en nuestra vida
republicana, tantos fraudes electorales, tantos políticos embaucadores, los
dominicanos creen en la democracia como forma de gobierno. Eso es un símbolo
de esperanza, de lo que es un país esperanzado. La forma pesimista no es, a mi
manera de ver, más que la agonía, la lucha en torno al camino. Ningún tiempo es
mejor que el nuestro. Todo lo demás es espuma, niebla, deseos. Lo que queremos
es cambiar hacia lo mejor; la frustración no es una forma de caída, sino la pérdida
de una ilusión. Es que las generaciones actuales pensaron que en estos momentos
habría una solución a muchos problemas nacionales, a una agenda vieja,
irresoluta; y nos ha engañado. De ahí viene la negatividad; pero ella debe
convertirse en un optimismo realista, esperanzador. No tengo en eso la menor
duda.

—Al final la patria es como la familia, nos toca con sus virtudes y
defectos, ¿no le parece? Recuerdo el artículo de Rodríguez Soriano:
“Dominicano hasta la tambora” y me preguntaba: ¿Cuando oye un
repique de tambora, le brota miel por los poros? ¿Se siente usted
también, dominicano hasta la tambora?

—Creo que son formas de reafirmación de la dominicanidad. Vivir lo lúdico de


ella es una forma de reafirmarnos en una diversidad unificadora. Lo caribeño, de
donde parte lo dominicano, puede muy bien concebirse desde un horizonte
lúdico, rítmico, bailable. Para mí, el problema es con quién bailo; porque desde
que sentí el deseo de caminar con otros y ver las estrellas, creo que es con los
pobres con los que debo echar mi suerte; mientras muchos bailan –como en un

13
baile de disfraces– busco razones para pensar o reflexionar por un mundo mejor.
Y esa es la afirmación con la que quisiera terminar su entrevista.

| SARA MARÍA RIVAS, Puerto Rico, Profesora Asociada de Georgetown College,


Kentucky; actualmente realiza un estudio sobre cultura y literatura dominicanas.

Mediaisla.net/revista

Fornerin.blogspot.com

Juan Mayí.

14

Вам также может понравиться