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Estado de Querétaro
Poder Ejecutivo
Oficialía Mayor
In Memoriam
Ana María Crespo
(1938-2004)
6 Héctor Martínez Ruiz
Historia de la Arqueología en Querétaro 7
ÍNDICE
Presentación 9
Introducción 17
Bibliografía 193
PRESENTACIÓN
INTRODUCCIÓN
1
Entendida como la simple curiosidad por conocer, a partir de objetos, a los pueblos
antiguos. Como disciplina científica que se encarga de dar a conocer, clasificar y
estudiar los objetos fabricados por el hombre con el fin de reconstruir la forma de
vida de las civilizaciones pasadas, su origen es bastante reciente y se remonta al final
del siglo XIX y las primeras décadas del XX.
2
Para el caso de nuestro país, es conveniente recordar que las sociedades
prehispánicas también sintieron una inmensa curiosidad por el pasado. Mucho
antes del surgimiento de la arqueología como ciencia, los pueblos del México
antiguo manifestaron una gran curiosidad y una profunda veneración por los
vestigios de las civilizaciones desaparecidas; frecuentaron los centros
ceremoniales en ruinas, escarbaron en ellos, exhumaron las reliquias e imitaron
los viejos estilos. Véase Leonardo López Luján, «Historia de la arqueología
en México I»: Arqueología de la arqueología. De la época prehispánica al
siglo XVIII en Arqueología Mexicana, núm. 52, Raíces-INAH, México, 2001,
p. 20.
3
Jaime Litvak King, Todas las piedras tienen dos mil años, Trillas, México, 1986,
p. 12.
4
Ibídem, p. 13.
18 Héctor Martínez Ruiz
5
El mito del noble o buen salvaje se inició con el informe que realizó Cristóbal Colón
de las tierras a que arribó en 1492, que no pertenecían a Catay (China), Cipango
(Japón) o la India; pero en la carta que escribió a la Corona para informar de su viaje,
trató de disimular su fracaso recurriendo a los relatos exóticos de Marco Polo y a los
modelos literarios propios de la mitología griega. La descripción idílica que hizo
Colón de la mayor parte de los grupos humanos que descubrió fue la base de este
mito. En efecto, no sólo creó la visión europea del Nuevo Mundo, sino que con ello
se reanimó el debate medieval sobre la exacta ubicación del Paraíso Terrenal e
inspiró los humanistas –como Tomás Moro–, quienes mostraron su preocupación
por los problemas de orden religioso y moral en la sociedad. Más adelante, Juan
Jacobo Rousseau retomó esta idea de la pureza original de los grupos primitivos en
su Contrato Social, escrito en 1762. Véase Emir Rodríguez Monegal, Noticias públicas
y secretas de América, Tusquets Editores, España, 1984, p. 32.
6
María Ana Portal y Xóchitl Ramírez, Pensamiento Antropológico en México; un
recorrido histórico, UAM-Iztapalapa, México, 1995, p. 13.
7
Ibídem, p. 13.
Historia de la Arqueología en Querétaro 19
8
Jaime Litvak; op. cit., p. 17.
9
Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700). Geógrafo, matemático, poeta indiano,
salvador de archivos, astrólogo e historiador, es uno de los eruditos novohispanos
más importantes del siglo XVII. Introdujo el método experimental en la arqueología
mesoamericanista. Ver López Luján, op. cit, 2001, p. 27.
10
Portal y Ariosa, op. cit., p. 36.
20 Héctor Martínez Ruiz
11
Julio César Olivé Negrete, «Etnohistoria y Arqueología», en Memoria: Congreso
Conmemorativo del Departamento de Etnohistoria, INAH, México, 1988, p. 338.
Historia de la Arqueología en Querétaro 21
12
Uno de los más importantes fue el antropólogo Franz Boas (1858-1942), precursor
del Particularismo Histórico, corriente antropológica surgida en Estados Unidos que
proponía el estudio de una sociedad como asunto único y particular, de modo que su
historia social fuera apreciable nada más desde la perspectiva de sus propios valores.
Ver Lizandra Torres y Lina Torres, Introducción a las ciencias sociales. Sociedad y
cultura contemporánea, Thomson Editores, México, 1998, p. 101.
13
Que en realidad, no hizo otra cosa más que continuar la tradición de hacer una
arqueología para fines gubernamentales. Como sabemos, en México la
institucionalización de esta disciplina, ha dependido del sostén gubernamental para
su desarrollo.
Véase Luis Vázquez León, «Historia y constitución profesional de la arqueología
mexicana (1884-1949)», en II Coloquio Pedro Bosch-Gumpera, UNAM-IIA,
México, 1993, p. 37.
22 Héctor Martínez Ruiz
CAPÍTULO I
17
Véase Fray Bernardino de Sahagún, «Confutación» del libro primero «Que
habla del principal dios que adoraban los naturales de esta tierra que es la
Nueva España», en Historia General de las Cosas de Nueva España, Porrúa,
México, 1999, p. 64.
18
No obstante que, desde 1575, la Corona española, a través de las Leyes de
Indias, había establecido que las ruinas de los edificios prehispánicos, como los
santuarios, los adoratorios, las tumbas y los objetos que allí se encontrasen,
pertenecerían a la Real Propiedad. Véase Julio César Olivé Negrete y Augusto
Urteaga Castro-Pozo, INAH, una historia, INAH, México, 1988, p. 8.
19
González, op. cit., p. 200.
20
Véase a Bernal, op. cit., p. 38, y Castro, 1996, p. 75.
21
Fernando Benítez, Los primeros mexicanos. La vida criolla en el siglo XVI, Era,
México, 1997, p. 117.
Historia de la Arqueología en Querétaro 25
26
A pesar de que las mercedes reales que se dieron durante el periodo
colonial en Querétaro, son documentos que nos ofrecen información sobre
la existencia de cées, cuisillos o terremotillos (sic), como se les conocía
en esta época a los edificios antiguos, en realidad, son pocos los casos en
los que se describe su carácter arquitectónico o su estado de conservación.
Véase José Antonio Cruz Rangel, «Querétaro en los umbrales de la
conquista», en Indios y franciscanos en la construcción de Santiago de
Querétaro (siglos XVI y XVII), México, Archivo Histórico de Querétaro,
1997; y Juan Ricardo Jiménez Gómez, Mercedes reales en Querétaro. Los
orígenes de la propiedad privada 1531-1599, Universidad Autónoma de
Querétaro, Querétaro, 1996.
27
Informes de este tipo fueron hechos también durante los siglos XVIII, XIX e
incluso XX. Algunos de los más conocidos son de Hermenegildo Vilaplana (1785),
Joseph María Zelaá e Hidalgo (1803), Valentín F. Frías (1923), Vicente Acosta
(1932 y 1962), Cesáreo Munguía (1946), Jesús García Gutiérrez (1946), José Guadalupe
Ramírez Álvarez (1949), Aurora Castillo y Genoveva Orvañados (1987), además de
Ignacio Frías y Camacho (s.a.), entre otros.
28
González, op. cit., p. 222.
Historia de la Arqueología en Querétaro 27
33
Ver Joseph Joaquín Granados y Gálvez. Tardes americanas, CONDUMEX, México,
1984.
34
Bernal, op. cit., p. 46.
35
Eduardo Matos Moctezuma, «Historia de la arqueología en México II: La
Arqueología y la Ilustración (1750-1810)» en Arqueología Mexicana núm. 53,
Raíces-INAH, México, 2003, p. 25.
36
Antonio de Ulloa (1716-1795) fue un distinguido científico y marino español.
Miembro de la Royal Society de Londres y de las Academias de Ciencias de París,
Copenhague y Estocolmo, participó por encargo del ministro del Consejo de Indias
de España, José de Gálvez, en una de las más destacadas expediciones científicas que
tuvieron lugar en el siglo XVIII. Ver Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y
Geografía de México (R-Z), Porrúa, México, 1995, p. 3612.
37
González, op. cit., p. 240.
Historia de la Arqueología en Querétaro 29
38
Portal y Ramírez, op. cit., p. 41.
39
Francisco Javier Clavijero (1731-1787). Ilustre erudito criollo, miembro de la
Compañía de Jesús, que se alejó de los sistemas tradicionales de enseñanza novohispana
e impulsó el nacionalismo criollo. A través de sus obras Disertaciones e Historia
antigua de México, buscó romper con las formas europeas de ver el mundo y la
historia de América. Su primer biógrafo, el padre Maneiro, lo consideraba el creador
de la Historia de México. Véase Mariano Cuevas, «Prólogo», en Francisco Javier
Clavijero, Historia antigua de México, Porrúa, México, 1991.
40
Bernal, op. cit., p. 73.
41
Ibídem, p. 50.
30 Héctor Martínez Ruiz
46
Fray Francisco Palou, Relación histórica de la vida del venerable padre fray
Junípero Serra, Porrúa, México, 1983, p. 24.
47
Aunque el fraile refiere que había muchísimos idolillos que se dieron al fuego, en
realidad, sólo se limitó a describir la imagen de la deidad más importante de los
indígenas. Véase Palou, op. cit., p. 23.
48
Fray Francisco de Ajofrín (1719-1789). Fraile capuchino conocido por ser un
viajero infatigable que se dedicó a indagar y escribir sobre los sitios que visitaba,
desde su historia, la traza urbana, los edificios e instituciones, hasta el clima, geografía,
las costumbres y devociones, así de como sus personalidades. «Francisco de Ajofrín»
en Diccionario Porrúa (A-C) 1995, p. 77.
32 Héctor Martínez Ruiz
49
Heriberto Moreno, «Introducción», en Francisco de Ajofrín, Diario del Viaje a la
Nueva España, SEP-Cultura, México, 1986, p. 11.
50
Francisco de Ajofrín, en Daniel Valencia Cruz, El Cerrito, santuario prehispánico
de Querétaro, INAH-CONECULTA-Municipio de Corregidora, México, 2001, p. 9.
51
Es muy posible que este sea el primer registro gráfico del sitio arqueológico.
52
Valencia, op. cit., p. 8.
Historia de la Arqueología en Querétaro 33
decir, los intereses del monarca y del Estado sobre los de indivi-
duos y corporaciones, el desarrollo de la industria, el comercio y la
agricultura a partir de sistemas productivos más racionales, el cre-
ciente interés por desarrollar el conocimiento científico y técnico
a través de la investigación, de publicaciones, de datos geográfi-
cos e históricos, de expediciones científicas costeadas por la Co-
rona etc., y la difusión de las artes.53
Con la aplicación de las reformas borbónicas se reafirmó el cre-
ciente deseo de estudiar las antigüedades mexicanas;54 aumentó el
interés por los vestigios arqueológicos y la vieja situación todavía
prevaleciente hasta las primeras décadas de este siglo, de considerar
que algunos sitios de los valles centrales y la zona maya eran los
únicos focos culturales se dejó a un lado, aunque la importancia de
estudiar las áreas desconocidas y considerarlas igualmente impor-
tantes, hubo de tardar mucho en reconocerse plenamente.55
Sin lugar a dudas, el suceso más importante del interés por las
antigüedades en Querétaro durante este periodo ocurrió en 1777.
El fraile Juan Agustín de Morfi56 realizó una visita de inspección a
El Cerrito y escribió sobre los objetos arqueológicos provenientes
del lugar. El franciscano acompañaba al caballero Teodoro de Croix
en su recorrido hacia las regiones internas del Virreinato.
Las causas de este viaje merecen un análisis detallado, pues
las circunstancias que lo propiciaron, se articularon a la visita
de José de Gálvez57 a la Nueva España en 1765. Su llegada
53
Portal y Ramírez, op. cit., p. 36.
54
González, op. cit., p. 246.
55
Bernal, op. cit., p. 74.
56
Juan Agustín de Morfi (1735-1783). Religioso integrante de la Orden de San
Francisco, perteneciente a la Provincia del Santo Evangelio de México y conocido
catedrático del Colegio de Santiago de Tlatelolco. Insigne orador y escritor, autor de
varias obras sobre la empresa de evangelización en el norte de la Nueva España. Ver
Ernesto de la Torre, Lecturas históricas mexicanas, tomo I, UNAM, México, 1994,
p. 674.
57
José de Gálvez (1720-1787). Marqués de la Sonora. Fue secretario del duque
Jerónimo de Grimaldi y ministro del Consejo de Indias; se le nombró visitador
general del Virreinato de Nueva España, cargo que desempeñó de 1765 a 1771, con
plenos poderes y funciones de inspección. Como resultado de su gestión, se creó la
división administrativa de intendencias, se actualizó el sistema de tributación y se
creó un ejército regular. Además, favoreció las misiones franciscanas en California y
la colonización de Sonora. A su vuelta a España, fue ministro de Indias desde 1775
hasta su muerte. «José de Gálvez», en Diccionario Porrúa (D-K) 1995, p. 1364.
34 Héctor Martínez Ruiz
58
Vito Alessio Robles, «Noticia biobibliográfica y acotaciones», en Juan Agustín de
Morfi, Viaje de indios y diario del Nuevo México, Porrúa, México, 1980, p. 21.
59
Para Vito Alessio Robles, en esa fecha se habían creado las intendencias,
lo que no pudo haber sido, ya que tan sólo la real ordenanza para su
establecimiento llegó a la capital del Virreinato el 28 de abril de 1781 y
aquellas se erigieron por ley el 4 de diciembre de 1786. Únicamente la de
Arizpe fue anterior. Véase Ricardo Rees Jones, «Introducción», en Real
Ordenanza para el establecimiento e instrucción de intendencias de ejército
y provincia en el reino de la Nueva España, 1786, México, UNAM, 1984:
XI; y Edmundo O’ Gorman, Historia de las divisiones territoriales de
México, Porrúa, México, 1994, p. 16.
60
O’ Gorman, ibídem, p. 16.
61
Alessio, op. cit., p. 30.
Historia de la Arqueología en Querétaro 35
62
Ibídem, p. 34.
63
Idem: 34.
64
Juan Agustín de Morfi, «Parte relativa a la descripción de la zona arqueológica
de El Cerrito» en Diario del viaje a la provincia de Texas. Ed. Tip. y Lib. del
Sagrado Corazón, Querétaro, 1913, p. 2.
36 Héctor Martínez Ruiz
65
Idem, p. 3.
66
Sobre las ilustraciones de Morfi, véase Héctor Martínez Ruiz «Fray Juan Agustín
de Morfi y el Diario de Indios y Viaje del Nuevo México» en Los Cronistas, núms. 42
y 43, México, Cronistas municipales del estado de Querétaro, 2003.
67
Morfi, op. cit., p. 3.
68
Idem, p. 3.
Historia de la Arqueología en Querétaro 37
69
Francisco Ramos de Cárdenas, «Relación Geográfica de Querétaro», en Wright,
op. cit., p. 176.
70
Morfi, op. cit., p. 4.
71
Idem, p. 4.
38 Héctor Martínez Ruiz
78
Alejandro de Humboldt, «Introducción», en Aportaciones a la Antropología
Mexicana, Estudio y traducción de Jaime Labastida, Katún, México, 1986, p. 3.
79
Véase Alejandro de Humboldt, «Origen de las vistas de las cordilleras y monumentos
de los pueblos indígenas de América», en op. cit., 1986.
80
Matos, op. cit., p. 25.
Historia de la Arqueología en Querétaro 41
CAPÍTULO II
LA ARQUEOLOGÍA EN EL
PROYECTO DE NACIÓN (1821-1876)
83
Catalina Rodríguez Lazcano, «La interpretación nacional», en La antropología
en México, panorama histórico: Los hechos y los dichos (1521-1880), Vol. 1,
INAH, México, 1987, p. 264.
84
Tania Carrasco Vargas, «Hacia la formación de la antropología científica», en La
antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1521-
1880), Vol. 1, INAH, México, 1987, p. 397.
Historia de la Arqueología en Querétaro 43
85
Rodríguez, op. cit., 1987, p. 263.
86
Ibídem, p. 287.
44 Héctor Martínez Ruiz
96
Bernal, op. cit., p. 93.
97
Carlos María de Bustamante (1774-1848). Hijo de un funcionario
peninsular, educado hasta los veinte años en Oaxaca, Bustamante, de ideas
conservadoras, se graduó en Derecho y fue el primer editor del Diario de
México, participó junto a Morelos en la guerra de Independencia. Fue el
principal historiador de la insurgencia; exaltó el pasado indígena, el culto
a la guadalupana y los héroes de la patria. Además, gracias a iniciativa
suya, se publicaron las obras de fray Bernardino de Sahagún, Antonio León
y Gama y de Francisco Javier Alegre, entre otras. Ver David Brading, op.
cit., p. 116.
98
Periódico fundado por la logia masónica del rito escocés que se mantuvo en
circulación de 1823 a 1832. Su contenido era muy variado: noticias de las cámaras
de diputados y senadores, del extranjero, del interior, sobre deuda pública,
observaciones atmosféricas, artículos sobre minería, etcétera. Véase Catalina
Rodríguez, op. cit., p. 275.
99
Sobre el patronímico de Ranas, es necesario mencionar que así se le denominaba a
un paraje que partía de San Joaquín y llegaba a Bucareli, por lo tanto, todos los sitios
que se encontraban dentro de este territorio, durante el siglo XIX fueron referidos
con el nombre Ranas. Por tal motivo es difícil reconocer el sitio a que hacía mención
El Sol, al igual que el de Toluquilla. Elizabeth Mejía, comunicación personal, julio de
2004.
100
Bernal, op. cit., p. 91.
Historia de la Arqueología en Querétaro 47
101
Francisco Javier Alegre (1729-1788) Insigne humanista, reformador de la enseñanza
de la filosofía, traductor de los clásicos, teólogo, historiador jesuita novohispano
autor de la Historia de la Compañía de Jesús, entre otras obras. Fue expulsado junto
con sus compañeros de la Nueva España en 1767. Falleció en el destierro en Bolonia,
Italia. Véase Ernesto de la Torre, op. cit., p. 684.
102
Francisco Javier Alegre. Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús de
Nueva España, Tomo I, Libro VI, publicada por Carlos María de Bustamante,
Imprenta de J.M. Lara, México, 1841, p. 164.
103
Químico inglés, secretario del consejo directivo de las minas del Real del Monte
que llegó a México en los inicios de 1840. El motivo de su visita era para realizar una
inspección de las citadas minas. No sólo se dedicó a esta actividad, ya que sus
informes contienen varias litografías que ilustran con detalle los monumentos
arquitectónicos y del paisaje, así como los aspectos costumbristas de vestimenta y
tipos étnicos característicos de la época. Ver Margarita Velasco, La Sierra Gorda.
Documentos para su historia, tomo II, INAH, México, 1997, p. 187.
104
Distrito minero localizado en el actual municipio de Cadereyta, Querétaro.
48 Héctor Martínez Ruiz
105
John Phillips, «México Ilustrado», en Velasco, op. cit., 1997, p. 187.
106
El ingeniero Bartolomé Ballesteros, estudioso de la historia antigua, se interesó
por los vestigios arqueológicos de La Quemada, Zacatecas. Buscando elementos de
referencia en cuanto al sistema de construcción, los comparó con los vestigios
encontrados a inicios del siglo XIX en la Sierra Gorda de Querétaro. Al destacar
algunas similitudes entre los sitios, estableció su construcción en la misma etapa
cronológica. Por otra parte, insistió en la necesidad de estudiar y conservar este
patrimonio histórico y cultural. Ver Margarita Velasco, op. cit., 1997, p. 239.
Historia de la Arqueología en Querétaro 49
111
Ibídem, p. 243.
112
Alberto Herrera Muñoz y Jorge Quiroz Moreno, «Historiografía de la investigación
arqueológica de la Sierra Gorda de Querétaro», en Querétaro Prehispánico, INAH,
México, 1991, p. 289.
113
Ballesteros, op. cit., p. 244.
Historia de la Arqueología en Querétaro 51
114
Ibídem, p. 243.
115
Ibídem, p. 240.
116
Idem, p. 240.
52 Héctor Martínez Ruiz
117
Mariano Bárcena. Memoria presentada al Sr. D. Blas Balcarcel, director de la
Escuela Especial de Ingenieros, por Mariano Bárcena, director sustituto de la
práctica de Mineralogía y Geología en el año de 1872, Imprenta del Gobierno,
México, 1873, p. 2.
118
Ibídem, p. 16.
Historia de la Arqueología en Querétaro 53
119
Ibídem, p. 17.
120
Idem, p. 17.
54 Héctor Martínez Ruiz
CAPÍTULO III
121
Portal y Ariosa, op. cit., p. 68.
122
Héctor Álvarez de la Cadena, «Participación Extranjera: transferencia de
tecnología e inversiones», Diana, México, 1983, p. 51.
123
Santoyo, op. cit., p. 494.
124
Blanca Estela Suárez Cortés, «Las interpretaciones positivas del pasado y presente
(1880-1910)», en La antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y
los dichos (1880-1985), vol. 2, INAH, México, 1987, p. 18.
56 Héctor Martínez Ruiz
125
Ibídem, p. 19.
126
Gabino Barreda (1820-1881) Médico, filósofo y político mexicano. Fue alumno
de Augusto Comte entre 1847 y 1851. Introdujo el positivismo en nuestro país. Se
le considera el más grande exponente de esta corriente en México. Barreda creía que
lo que no estaba en los límites de la experiencia, debía ser considerado como inaccesible.
Redactó por encargo del Presidente Benito Juárez, la Ley de Instrucción Pública de
1867. En su Oración Cívica, distinguió en la historia de México una etapa colonial,
correspondiente al estado religioso; seguida a partir de la independencia por otra, el
estado metafísico; que preconizaba el próximo comienzo de un periodo positivo.
Ver Diccionario Porrúa (A-C), 1995, p. 380.
127
Santoyo, op. cit., p. 477.
Historia de la Arqueología en Querétaro 57
128
Ibídem, p. 475.
129
Suárez, op. cit., p. 19.
58 Héctor Martínez Ruiz
130
Santoyo, op. cit., p. 512.
131
Luisa F. Rico Mansard, «Historia de la Arqueología en México IV: Proyección de
la Arqueología Mexicana (1880-1910)», en Arqueología Mexicana, núm. 55,
México, Raíces-INAH, 2002, p. 19.
132
Bernal, op. cit., p. 135.
133
Suárez, op. cit., p. 22.
134
Santoyo, op. cit., p. 514.
Historia de la Arqueología en Querétaro 59
135
Ibídem, p. 516.
136
Enrique de Olavarría y Ferrari, en Santoyo, op. cit., p. 516.
137
Como las de Charles Darwin (1859), Edward Taylor (1871), J.J. Bachofen (1861)
y Lewis Morgan (1877). Ver Ángel Palerm, Historia de la Etnología: Los
evolucionistas, Alhambra, México, 1995.
138
Santoyo, op. cit., p. 508.
60 Héctor Martínez Ruiz
139
Ibídem, p. 507.
140
Arturo Warman, en Suárez, op. cit., p. 25.
141
Santoyo, op. cit., p. 509.
142
Ibídem, p. 510.
Historia de la Arqueología en Querétaro 61
143
Bernal, op. cit., p. 132.
144
Gastón García Cantú, «El caracol y el sable», en Cuadernos Mexicanos, SEP,
México, 1982, p. 30.
145
Suárez, op. cit., p. 24
62 Héctor Martínez Ruiz
146
Ibídem, p. 40.
147
De profesión ingeniero, corresponsal de la Sociedad Mexicana de Geografía y
Estadística, realizó una serie de exploraciones en las zonas arqueológicas de Ranas y
Toluquilla en la Sierra Gorda de Querétaro, durante 1879. Su interés por la historia
regional lo condujo a la búsqueda de información en archivos y bibliotecas, para dar
cuenta de los principales acontecimientos y personajes que intervinieron en la
conquista y colonización de la Sierra Gorda. Véase Margarita Velasco, op. cit.; 1997,
p. 245.
148
José María Reyes, «Breve reseña histórica de la emigración de los pueblos en el
Continente Americano», en Velasco, op. cit., 1997, p. 245.
Historia de la Arqueología en Querétaro 63
149
Ibídem, p. 246.
150
Idem, p. 246.
64 Héctor Martínez Ruiz
151
Idem, p. 246.
Historia de la Arqueología en Querétaro 65
152
Idem, p. 247.
153
Ibídem, p. 253.
154
Idem: p. 253.
66 Héctor Martínez Ruiz
Te n g o l a m i s m a o p i n i ó n , d i f i r i e n d o s ó l o e n q u e
Chicomóstoc es nombre que le dieron los aztecas en los
nueve años que ahí quedaron; pero ellos no lo constru-
yeron, ya lo encontraron […] y si los aztecas no edifica-
ron a Chicomóstoc, los toltecas ni por allí pasaron; y si
aquella fortaleza y éstas son contemporáneas, su origen
se remonta a lo desconocido. 155
Su interpretación de Toluquilla fue la más interesante de
las que se habían hecho hasta ese momento; no obstante,
después de su visita, inesperadamente se perdió el interés
por este lugar y se suspendieron las investigaciones, al
parecer sólo se reanudaron hasta la tercera década del si-
glo XX.
Al continuar con su recorrido, el ingeniero Reyes se dirigió
a Ranas, su conclusión sobre la función del lugar, fue que es-
tuvo destinado a operaciones militares, principalmente a las de
tipo defensivo.
Partiendo de Toluquilla al NW por el camino del
Derramadero, hay unas dos leguas a la Congregación de
Ranas [fig. 10]; pero a media legua vuelve a verse el mismo
pensamiento de defensa, en trincheras de la misma cons-
trucción en un flanco de la cañada y en las alturas; se en-
cuentran igualmente en el cerro de San Antonio, al sur e
inmediato a Ranas; y en el centro del pueblo hay un anfitea-
tro de unos 12 metros de diámetro por 2 de alto, que hoy
utilizan para guardar pasturas. La ciudad, como también lla-
man a las ruinas de Ranas, queda a una media legua; forman
un ángulo obtuso dos eminencias estrechas y prolongadas
que corta el abismo de la barranca al norte, y en ellas aún se
cuentan treinta y seis ruinas de diversas dimensiones y poca
altura. Hacia el SE, se notan extremos atrincheramientos, tam-
bién sobre otra barranca en declives de acceso, y en todo no
tiene más de una entrada fácil. 156
En este lugar, Reyes tuvo la oportunidad de presenciar el ha-
llazgo de unas piezas, entre ellas se localizaron collares, brazale-
155
Idem: p. 253.
156
Idem, p. 256.
Historia de la Arqueología en Querétaro 67
157
En opinión de Elizabeth Mejía, el hallazgo de dichos materiales, no así la
escultura del personaje, se realizó en otro de los sitios denominado Ranas, el
cual, por la descripción que aportó Reyes y más tarde Chavero, debió ser el que
se ubicaba en los terrenos que actualmente ocupa el poblado de San Joaquín.
Elizabeth Mejía, comunicación personal, julio de 2004.
158
Idem, p. 256.
68 Héctor Martínez Ruiz
159
Idem, p. 259.
160
Ibídem, p. 260.
Historia de la Arqueología en Querétaro 69
161
Idem, p. 260.
162
Alberto Herrera Muñoz, «La historiografía», en Minería de cinabrio en la región
de El Doctor, Querétaro, ENAH, México, 1994, p. 103.
163
Manuel Orozco y Berra, Historia Antigua y de la Conquista de México, tomo 2,
Porrúa, México, 1960, p. 287.
70 Héctor Martínez Ruiz
164
Hubert Howe Bancroft (1832-1918). Librero y propietario de una editorial.
Formó un enorme acervo especializado en la historia de la costa del Pacífico, desde
Alaska hasta Centroamérica, que se incrementó con la compra de bibliotecas como
la de Alfredo Chavero. Véase Margarita Velasco, op. cit., 1997, p. 269.
165
Hubert H. Bancroft, «The native races», en Velasco, op. cit.,1997, p. 269.
Historia de la Arqueología en Querétaro 71
166
Idem, p. 270.
167
Idem, p. 270.
168
Herrera y Muñoz, op. cit., p. 290.
72 Héctor Martínez Ruiz
171
Idem, p. 267.
172
Antonio García Cubas, reconocido geógrafo y escritor mexicano, nació en la
Ciudad de México en 1832. Fue director de la Escuela Nacional de Comercio y
catedrático en diversas instituciones educativas. Realizó estudios geográficos y
geodésicos que le dieron renombre internacional. Se le considera el fundador de la
ciencia geográfica en México. Fue autor del Atlas Geográfico, Estadístico, Histórico
y Pintoresco de la República Mexicana (1885), El libro de mis recuerdos y el
Diccionario geográfico, histórico y biográfico de los Estados Unidos Mexicanos,
editado en cinco volúmenes en 1890. Murió en 1912. Ver Yolanda Mercader
Martínez, «Antonio García Cubas», en La antropología en México. Panorama
histórico: Los protagonistas (Acosta-Dávila), Vol. 10, INAH, México, 1988.
74 Héctor Martínez Ruiz
173
Antonio García Cubas en Velasco, op. cit., 1997, p. 275.
174
«Manuel Murillo», en José G. Montes de Oca, Retablos Queretanos, Imagina
Diseño, México, 1994, p. 88.
Historia de la Arqueología en Querétaro 75
175
AHQ, Fondo Poder Ejecutivo, Exp. 11, sección 4, fomento, fol. 518 y 519.
176
Ibídem, f. 518.
76 Héctor Martínez Ruiz
177
Olivé y Urteaga; op. cit., p. 12.
178
Ibídem, p. 13.
179
Rubín de la Borbolla en Suárez, op. cit., p. 48.
180
Santoyo, op. cit., p. 509.
Historia de la Arqueología en Querétaro 77
181
Suárez, op. cit., p. 46.
182
Ibídem, p. 58.
183
Véase Eduard Seller, en David Strug, «Manuel Gamio, la Escuela Internacional
y el origen de las excavaciones estratigráficas en las Américas», en Arqueología e
indigenismo, Sep-Setentas, México, 1972.
78 Héctor Martínez Ruiz
184
Leopoldo Batres (1852-1926) nació en la Ciudad de México. Después de sus
primeros estudios, completó su formación en Francia, donde cursó las materias de
Antropología y Arqueología. En 1873, a su regreso al país, ingresó a una carrera
militar, en la que llegó al grado de capitán. A partir de 1884, cuando el Gobierno de
Porfirio Díaz le nombró inspector de los monumentos arqueológicos mexicanos,
comenzó su desempeño de cargos públicos relacionados con la arqueología. Fue
conservador de los monumentos arqueológicos de la República de 1888 a 1911, y
participó en varias excavaciones (Teotihuacán, Monte Albán y Mitla, entre las
más destacadas). Se le apartó del cargo tras la renuncia de Díaz en 1911. Autor de
gran número de obras sobre la arqueología mexicana (por ejemplo, Cuadro
arqueológico y etnográfico de la República Mexicana, aparecida en 1885),
perteneció a varias sociedades científicas nacionales y extranjeras y obtuvo
distinciones en Alemania y Francia. Falleció en 1926, en la Ciudad de México. A
través de él, por primera vez, el Estado mexicano aportó fondos para la excavación
y reconstrucción de monumentos antiguos. Ver «Leopoldo Batres», en Diccionario
Porrúa (A-C), 1995: 376.
185
Anales Hispanoamericanos, Número extraordinario, dedicado a los Estados
Unidos Mexicanos con motivo del primer Centenario de su Independencia,
España, 1910, p. 8.
186
Rico, op. cit., p. 25.
Historia de la Arqueología en Querétaro 79
CAPÍTULO IV
192
Ibídem, p. 147.
193
Rivermar, op. cit., p. 97.
194
Claudio Guala Mayer, en Rivermar, ibídem, p. 98.
195
Rivermar, op. cit., p. 104.
82 Héctor Martínez Ruiz
196
El primer director de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología
Americanas fue el doctor Eduard Seller, quién al tomar posesión del cargo para el
periodo 1910-1911, planteó que la arqueología era uno los objetos de estudio más
importantes para la Escuela, por lo que debía fomentar la búsqueda y recolección de
los restos de cultura material, así como su resguardo, pues ya era considerado
patrimonio de la nación. Véase Leticia Rivermar, íbidem, p. 104.
197
Bernal, op. cit., p. 156.
198
Jorge Engerrand, en Bernal, op. cit., p. 156.
199
Bernal, ibídem, p. 168.
Historia de la Arqueología en Querétaro 83
200
Rivermar, op. cit., p. 105.
201
Manuel Gamio (1883-1960) fue la figura más prominente del ámbito cultural
de la época. Ocupó diversos cargos directivos, entre ellos el de inspector
general de Monumentos Arqueológicos de la Secretaría de Instrucción Pública,
entre 1913 y 1916; y el de director de la Escuela Internacional, de 1916 a
1920. Asimismo, encabezó, a partir de su fundación en 1917, la Dirección de
Antropología, adscrita a la Secretaría de Agricultura y Fomento. Desde esas
dependencias, impulsó la investigación de numerosas zonas arqueológicas y
pugnó por la aplicación de un enfoque hasta entonces inédito, y de hecho
pocas veces planteado posteriormente con claridad como él lo hizo, en el que
la investigación debía ser interdisciplinaria y abordar distintos aspectos de la
cultura. Manuel Gamio fue el primer arqueólogo debidamente preparado para
ello que produjo nuestro país. Ver Ignacio Bernal, p. 159, y Enrique Vela y Ma.
del Carmen Solares, «Imágenes Históricas de la arqueología en México. Siglo
XX», en Especial Arqueología Mexicana, núm. 7, Raíces-INAH, México,
2001, p. 24.
202
Rivermar, op. cit., p. 195.
84 Héctor Martínez Ruiz
206
El pensamiento de Gamio, Sáenz y Vasconcelos coincide con el deseo de acabar
con lo indígena en tanto que transformarlo en mestizo. Su pensamiento es heredero
de las tesis liberales decimonónicas sostenidas por la mayoría de los intelectuales de
la época. Por entonces, fue unánime el consenso de ver lo indígena como obstrucción
del progreso y al mestizaje como medio seguro de transformación, que en sí mismo
entrañaba la mejoría económica y cultural de la población indígena. Véase Jaime
Noyola, «La visión integral de la sociedad nacional (1920-1934)», en Historia de
la antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1880-
1986), Vol. 2, INAH, México, 1987, p. 153.
207
Algunas de estas publicaciones fueron: Revista de Revistas, El México Antiguo,
Ethnos, la cuarta época de los Anales del Museo Nacional de México, Boletín del
Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, Revista de Historia de
América, Boletín Bibliográfico del Instituto de Investigaciones Sociales, Revista
Mexicana de Sociología y el Boletín del Archivo General de la Nación. Ver Jaime
Noyola, op. cit., p. 158.
208
Respecto de esto, no debemos olvidar la investigación que realizó Manuel Gamio
en Teotihuacan, en la que aplicó su visión de la antropología con un aporte
fundamental: estudiar integralmente una zona, desde sus raíces prehispánicas, pasando
por la etapa colonial, hasta el presente, con la participación de especialistas de
diversas ramas del conocimiento. Véase Manuel Gamio, La población del Valle de
Teotihuacan, Secretaría de Agricultura y Fomento, México, 1922 (edición facsimilar,
INI, 1979).
86 Héctor Martínez Ruiz
213
Ignacio Marquina Barredo fue uno de los más eminentes especialistas en
arquitectura prehispánica. Nació en la ciudad de México en 1888; egresó de la
Academia de San Carlos en 1913. Su acercamiento a la arqueología se la debió
a Manuel Gamio, y en 1922 realizó sus primeros trabajos de este tipo. Dirigió
el Departamento de Monumentos Prehispánicos del Instituto Nacional de
Antropología e Historia. De 1947 hasta 1956, ocupó la dirección de este
instituto. Ejerció el cargo de secretario general del Instituto Panamericano de
Geografía e Historia de 1956 a 1965. Basándose en los códices precolombinos,
diseñó los planos y la maqueta del recinto del Templo Mayor de Tenochtitlán,
que guarda notable semejanza con el recinto sagrado que años después, entre
1978 y 1982, descubrieron los arqueólogos. Entre sus trabajos destacan
Arquitectura Prehispánica (1951) y El Templo Mayor de México (1960).
Murió en 1981. Véase Román Piña Chan y Alejandro Villalobos Pérez, «Ignacio
Marquina Barredo», en La antropología en México. Panorama histórico.
Los protagonistas (Acosta-Dávila), Vol. 10, INAH, México, 1988.
214
Ignacio Marquina, en Herrera y Quiroz, op. cit., 1991, p. 291.
Historia de la Arqueología en Querétaro 89
215
Emilio Cuevas, «Informe sobre la expedición arqueológica a las ruinas de
Toluquilla, Ranas y Cerrito en el Estado de Querétaro», en Velasco, op. cit., 1997,
p. 279.
216
Ibídem, p. 280.
90 Héctor Martínez Ruiz
217
Ibídem, p. 277.
218
Eduardo Noguera, «Viaje de exploración a las ruinas arqueológicas de
Toluquilla y San Joaquín Ranas, estado de Querétaro», en Velasco, op. cit.,
1997, p. 289.
219
Ibídem, p. 290.
Historia de la Arqueología en Querétaro 91
220
Idem, p. 290.
221
Ibídem, p. 290.
222
Soustelle incluyó en su obra la imagen de uno de estos fragmentos; se trata de la
misma pieza que apareció en el informe de José María Reyes en 1880 (Fig. 10) y en
el tomo 1 de México a Través de los Siglos de Alfredo Chavero (1884). Dicha
escultura se encontraba depositaba, según el autor, en la Academia Antonio Alzate de
la Ciudad de México.
92 Héctor Martínez Ruiz
223
Jacques Soustelle, La familia otomí-pame del México Central, Centro de Estudios
Mexicanos y Centroamericanos, FCE, México, 1993, p. 145.
224
Idem, p. 145.
225
Joaquín Meade. La Huasteca. Época antigua, Editorial Cossio, México, 1942, p.
309.
226
Herrera, op. cit., 1994, p. 111.
227
Este relato fue retomado más tarde por el mismo Vicente Acosta y otros autores
que, al hacer alusión de los antecedentes históricos del culto a la Virgen de El
Pueblito, citaban el lugar. El Álbum de la Coronación Pontificia de Nuestra Señora
del Pueblito de Cesáreo Munguía (1946), La Milagrosa Imagen de Nuestra Señora
de El Pueblito, de Vicente Acosta y Cesáreo Munguía (1962), y Ecos de la Coronación
de Santa María del Pueblito, de José Guadalupe Ramírez Álvarez (1949), son
algunos ejemplos.
228
Vicente Acosta, en José G. Montes de Oca, op. cit., p. 184.
Historia de la Arqueología en Querétaro 93
232
Joaquín García Bárcena, «Historia de la Arqueología en México VI: La etapa de
la posrevolución (1939-1968)», en Arqueología Mexicana, núm. 57, Raíces-INAH,
México, 2002, p. 9.
233
Ibidem, p. 9.
Historia de la Arqueología en Querétaro 95
234
«Atlas Arqueológico de la República Mexicana», en Velasco, op. cit., 1997, p.
295.
235
Carlos Margaín, en Margarita Velasco, «La arqueología en Querétaro», en La
antropología en México. Panorama histórico, vol. 13, INAH, México, 1988, p. 236.
236
Paul Kirchhoff (1900-1972). Antropólogo mexicano de origen alemán, miembro
fundador de la Sociedad Mexicana de Antropología y de la Escuela Nacional de
Antropología e Historia. Ver Javier Téllez Ortega, La época de oro (1940-1964),
en Historia de la antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los
dichos (1880-1986), Vol. 2, INAH, México, 1987, p. 313.
237
Este concepto, aunque clarificado después, bien pudo ser elaborado por Eduard
Seller. En efecto, fue el primero en demostrar la unidad esencial de lo que Kirchhoff
llamó Mesoamérica, razón por la cual se ocupó de esas áreas y de aspectos relativos
a ellas, tanto arqueológicos como etnográficos. Véase Ignacio Bernal, op. cit., p. 142.
96 Héctor Martínez Ruiz
251
Ibídem, p. 350.
252
Enfoque teórico de la antropología cultural desarrollado en buena medida
por el norteamericano Marvin Harris. Surgió entre los decenios de 1950 y
1970. Representa una especie de síntesis teórica del materialismo histórico
marxista, la antropología ecológica y el evolucionismo social. Para el
materialismo cultural, todas las sociedades están divididas en tres niveles
primarios de organización: infraestructura (producción de bienes y
servicios), estructura (las relaciones políticas y locales de cada sociedad) y
la superestructura (que consiste en las ideas, valores, creencias, arte y
religión de las sociedades). Además, propone que los cambios o innovaciones
que se dan en una cultura se originan en la infraestructura, luego se reflejan
en la estructura y después en la superestructura. Por eso concluye que el
estudio de la actividad económica de una sociedad es el punto medular para
explicar su comportamiento y desarrollo social. Véase Thomas Barfield,
«Materialismo Cultural», en Diccionario de Antropología, México, Siglo
XXI, 2000, p. 136.
En el campo de la arqueología, esta corriente estuvo marcada por su acercamiento a
las ciencias naturales; y con datos provenientes de dichas ciencias, intentó legitimar
su cientificidad, aunque la supuesta carencia de un marco teórico definido, la colocó
en un lugar cercano al neopositivismo y al empirismo. Ver Enrique Vela y María del
Carmen Solares, op. cit., p. 64.
Historia de la Arqueología en Querétaro 101
253
Cfr. Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas,
INAH, México, 1984.
254
Unos años más tarde, el CIS-INAH fue objeto de una renovación y cambió su
nombre por el de Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología
Social (CIESAS).
255
Méndez, op. cit., p. 351.
256
Uno de sus postulados era que el arqueólogo debía plantearse una problemática
por resolver antes de explorar un sitio y desde ella poder diseñar la metodología
más adecuada para resolverlo. A este estudio, seguía otro en el que se buscaba
que el planteamiento previo incluyera una hipótesis de trabajo articulada, por
lo que la función del trabajo de campo no era primariamente encontrar datos,
sino verificar la validez de la hipótesis. En definitiva, lo que planteaba era la
necesidad de una explicación científica para la arqueología. Ver Jaime Litvak,
op cit., p. 152.
257
Gándara, op. cit., 2002, p. 11.
102 Héctor Martínez Ruiz
263
Ibídem, p. 396
264
En parte, ésta fue la causa por la que el crecimiento de la disciplina se detuvo
momentáneamente. El cambio de estrategia del Instituto limitó en buena medida
la dinámica de expansión natural de la arqueología mexicana en la década de 1980.
Véase Manuel Gándara, «Historia de la arqueología en México VIII: La época
moderna (1968-2003)», en Arqueología Mexicana, núm. 59, Raíces-INAH,
México, 2003, p. 9.
265
Los estudios específicos sobre cerámica, costumbres funerarias, etcétera, fueron
la norma del trabajo arqueológico. A partir de ese momento, se incrementaron las
investigaciones que partían de un reconocimiento previo de la superficie con ayuda
de fotografía aérea, lo que permitía la delimitación de su extensión y la elaboración
de un plano, que a su vez servía como base para la detección y recolección del
material que era sistematizado a partir de cuadriculados que se elaboraban previamente.
Con ello se desarrollaba una descripción general de la zona, que consideraba en
primer lugar el plano general, montículos, caminos, orientación, distribución de los
restos; de los tipos de edificios y materiales de construcción, y por último de la
cerámica y los objetos líticos encontrados». Véase Gabriela Coronado Suzán, «El
final de una historia inconclusa (1976-1986) en Historia de la antropología en
México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1880-1986), Vol. 2, INAH,
México, 1987, p. 485.
Historia de la Arqueología en Querétaro 105
266
Litvak; op. cit., p. 72.
267
Gándara, op. cit., 2002, p. 16.
268
Gándara, op. cit., 2003, p. 16.
106 Héctor Martínez Ruiz
269
Un hecho parece indicar el estado de la arqueología de la época. En general,
destacó el gran número de trabajos realizados por investigadores estadounidenses,
mientras que los elaborados por arqueólogos mexicanos se mantenían en el anonimato,
guardados en los archivos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en la
forma de informes inéditos de las investigaciones realizadas. Ver Gabriela Coronado,
op. cit., p. 491.
270
Este enfoque que tiene sus raíces en diversas tradiciones sociohistóricas que
surgieron en Inglaterra y Norteamérica durante el siglo XX, explicaba el trabajo
arqueológico como el análisis de un proceso, de una continuidad, más que como una
especialidad técnica al servicio de la historia y la conservación. Ver Gabriela Coronado,
op. cit., p. 487.
271
Otra corriente que se consolidó fue la denominada Arqueología Social
Latinoamericana, heredera de la visión impulsada por Pedro Armillas y José Luís
Lorenzo desde los años sesenta, que insistía en la importancia de la congruencia
entre el ejercicio profesional y la práctica política. Véase Manuel Gándara, op. cit.,
2003, p. 13.
Historia de la Arqueología en Querétaro 107
272
Ver Joaquín García Bárcena, «Proyectos Especiales de Arqueología», en
Arqueología Mexicana, núm. 10, México, Raíces-INAH, 1994.
273
Para Carlos Viramontes, la reconstrucción que operaba en la Escuela Mexicana no
volvió, debido en parte a que existen convenios internacionales que lo prohíben;
quizá lo que regresó de manera abrumadora fue la idea de hacer arqueología al servicio
de las exigencias políticas y económicas de los grupos de poder. Sin embargo, habría
que tomar en cuenta a los arqueólogos que realizan investigaciones serias y que no se
sujetan a intereses ajenos a la disciplina. La arqueología, es ante todo, investigación
y si un especialista sólo se dedica a la restauración (con fines de promoción turística
o no), entonces, no es arqueólogo, es restaurador. (Carlos Viramontes, comunicación
personal, agosto de 2005).
108 Héctor Martínez Ruiz
274
Gándara, op. cit., 2003, p. 12.
275
Velasco, op. cit., 1988, p. 237.
Historia de la Arqueología en Querétaro 109
279
Armillas; op. cit., 1997, p. 345.
280
Ibídem, p. 350.
281
Sobre esta discusión, recientemente, Lourdes Somohano planteó que este antiguo
asentamiento, contrario a lo que David Wright (1989) afirmaba, si se encontraba en
territorio queretano, al menos así lo demostraban algunos documentos coloniales de
la primera mitad del siglo XVI; sin embargo, no se trata de El Cerrito, pues este lugar,
según la evidencia arqueológica, decayó durante el siglo XI; mientras que Tlachco, a
decir de Somohano, se encontraba vigente a la llegada de los españoles en 1531.
Véase Lourdes Somohoano, La versión histórica de la conquista y la organización
política del pueblo de indios de Querétaro, ITESM-CQ, Querétaro, 2003, p. 40.
282
José Guadalupe Ramírez Álvarez (1981) y Gabriel Rincón Frías (1986) son algunos
de los autores que sostenían la idea de que los purhépechas eran los constructores del
gran basamento piramidal de El Cerrito. Dicha afirmación fue, sobre la base de los
datos aportados por investigaciones arqueológicas posteriores, descartada.
283
Por cierto, esta información se incluyó en una edición conmemorativa de las
Obras de Manuel Septién que publicó el Gobierno del Estado. Véase Manuel Septién
y Septién, Historia de Querétaro, Gobierno del Estado de Querétaro, Querétaro,
1999.
Historia de la Arqueología en Querétaro 111
284
De igual forma, Román Piña Chan (1960) escribió una breve nota donde informaba
que El Cerrito y algunos asentamientos ubicados en San Juan del Río fueron
asentamientos que estuvieron vinculados a Tula. Ver Luz María Flores y Ana María
Crespo, «Elementos cerámicos de asentamientos toltecas en Guanajuato y
Querétaro», en Homenaje a Eduardo Noguera Auza, UNAM, México, 1988: 206.
285
Concepto que cambió desde hace quince años por el de Mesoamérica septentrional,
en vista de las confusiones a que se prestaba el vocablo marginal. (Carlos Viramontes,
comunicación personal, agosto de 2004).
286
Beatriz Braniff. «Arqueología del norte de México», en Velasco, op. cit., 1997, p.
359.
287
Ibídem, p. 364.
112 Héctor Martínez Ruiz
288
Ibídem, p. 373.
289
Acerca de este sitio, probablemente sea el mismo que José María Reyes ubicaba
entre el camino de la hacienda del Extorax, y Pinal de Amoles, cuyo nombre al
parecer se debió a las migraciones en masa que se daban para huir del poder de los
Moctezumas quizá el mote con que se conocía a los gobernantes mexicas o a sus
huestes. Véase José María Reyes, Relato histórico de Querétaro, Biblioteca de
Aportación Histórica, México, 1946, p. 10.
290
Beatriz Braniff, op. cit., p. 390, Cuadro I.
291
Este enfoque surgió a partir de planteamientos que intentaron ser generales,
como el propuesto por F. J. Turner denominado Escuela de la Frontera, que influyó
notablemente en la historiografía norteamericana. A grandes rasgos, sostuvo que la
frontera era una zona geográfica de migración, región de expansión de un imperio o
válvula de escape que permitía aliviar las presiones demográficas del centro, en fin,
una especie de tierra prometida creada por movimientos de población.
En cambio, la teoría de sistemas desarrollada por Bertalanffy, al imponer un paradigma
sistemático a las sociedades humanas, planteaba que un requisito previo debía ser el
conocimiento de los contornos de los sistemas estudiados, ya fuera que se considerara
a las ciudades como entes cerrados o abiertos, los límites o fronteras iban a tener
funciones diferentes, pero siempre como parte integral del todo. Véase Rosa Brambila,
«La delimitación del territorio en el México Prehispánico y el concepto de frontera»,
en Tiempo y territorio en arqueología. El centro norte de México, INAH, México,
1996, p. 15.
Por otro lado, una de las investigaciones más importantes sobre el problema de la
frontera de Querétaro, ha sido la de Rosa Brambila, quien propuso no hablar de una
línea de separación, sino de una zona de confluencia entre agricultores, cazadores y
recolectores, como sucedió en la región suroeste del Estado durante el siglo XVI,
donde confluían pames, otomíes, mexicas y purhépechas. Ver Margarita Velasco,
op. cit., 1988, p. 241.
Historia de la Arqueología en Querétaro 113
297
Ibídem, p. 297.
298
Langenscheidt, en Herrera y Quiroz, op. cit.; 1991, p. 293.
Historia de la Arqueología en Querétaro 115
299
Adolphus Langenscheidt, «Las minas y la minería prehispánica», en Velasco, op.
cit., 1997, p. 409.
300
Ibídem, p. 413.
116 Héctor Martínez Ruiz
304
Velasco, op. cit., 1988, p. 242.
305
Cfr. Problemas del Desarrollo Histórico de Querétaro, Gobierno del Estado de
Querétaro, Querétaro, 1981.
306
Margarita Velasco, «Algunos asentamientos prehispánicos en la Sierra Gorda»,
en ibídem, p. 48.
307
Ibídem, p. 50.
308
Ibídem, p. 51.
309
Adolphus Langenscheidt y Carlos Tang Lay, «Minería prehispánica», en op. cit.;
1981, p. 55.
118 Héctor Martínez Ruiz
310
Dichos autores habían estimado la antigüedad de la explotación minera a partir de
las dimensiones y profundidad de los pozos y lo rudimentario de la tecnología, que
debió requerir de mucho tiempo para realizar los trabajos. Sin embargo, en 1984,
Alberto Herrera planteó un argumento alternativo: que una mina podía ser explotada
con un número mayor de personas, con mejor organización y dentro de un mismo
nivel tecnológico, y que sería factible desarrollar obras de dimensiones similares en
un tiempo menor. Ver Herrera y Quiroz, op. cit., 1991, p. 296.
311
Langenscheidt y Tang, op. cit., 1981, p. 66.
312
Arturo Romano Pacheco, «La población prehispánica de Querétaro», en op.
cit., 1981, p. 68.
Historia de la Arqueología en Querétaro 119
313
Ibídem, p. 70.
314
Es importante mencionar que el trabajo de Langenscheidt y Tang Lay se volvió
a publicar, con mínimas adiciones de sus autores, en el volumen 6 de la revista
Anthopology de la Universidad Estatal de Nueva York en 1982, en una edición
temática de la minería prehispánica que estuvo a cargo de Phill Wiegand, quien en su
introducción planteó que la Sierra Gorda era un enclave minero importante para la
etapa del Clásico mesoamericano y que su esfera de comercio estuvo ligada a
Teotihuacan. Véase Alberto Herrera y Jorge Quiroz, op. cit., 1991, p. 297.
315
Beatriz Braniff, «Comentarios a la Sesión de Arqueología», en op. cit., 1981, p.
73.
120 Héctor Martínez Ruiz
tura de este tipo, proveniente del mismo lugar, que se había depo-
sitado durante la década de 1930 en el Museo Regional.316
En 1982, Margarita Velasco propuso que la zona arqueológica
de Ranas fuera delimitada con el fin de promover la legalización
de los predios, para evitar el saqueo que hacían los lugareños, que
consideraban las ruinas banco de material de construcción.317
Además, publicó un artículo sobre la Sierra Gorda, en que reco-
nocía que no se había podido determinar con exactitud desde cuándo
la zona fue ocupada por el ser humano, aunque, para ella, debió
ser habitada por grupos de cazadores-recolectores desde hace
9000 ó 7000 años.318
A pesar de que desconocía la localización de los primeros
asentamientos habitacionales permanentes, sostuvo que estos gru-
pos de población provenían de la región del sur de Veracruz, cen-
tro de la cultura olmeca, o al menos mantuvieron una estrecha
relación con ella:
Se infiere que fueron grupos aldeanos, con una economía basa-
da en la agricultura, complementada con la caza y la recolección
[los que] produjeron objetos de cerámica con formas y motivos
decorativos semejantes a los estilos olmecas.319
Y aunque admitía que no sabía con certeza si existía una rela-
ción de este tipo entre los habitantes de la Sierra Gorda y los
grupos olmecas para el control de producción de cinabrio, era
evidente, dado el gran número de bocaminas existentes, que el
material extraído tenía como finalidad cubrir la demanda de los
centros ceremoniales de aquella época, en especial, los del área
de Veracruz.
[Por eso] al decaer la cultura olmeca y desintegrarse su red de
comercio, los grupos de la sierra, no se vieron afectados y con-
tinuaron explotando el cinabrio así como otros materiales, pero
su producción era enviada hacia otros centros que la reque-
rían.320
316
Alfredo Cuellar, Tezcatzóncatl escultórico, el dios mesoamericano del vino,
Avangráfica, México, 1981, p. 96.
317
Herrera, op. cit., 1994, 125.
318
Margarita Velasco, «La Sierra Gorda de Querétaro», en Universidad, núms. 13 y
14, UAQ, Querétaro, 1982, p. 14.
319
Ibídem, p. 16.
320
Idem, p. 16.
Historia de la Arqueología en Querétaro 121
325
Velasco, op. cit., 1988, p. 243.
326
Margarita Velasco (1988) informó que la zona fue dividida en dos: los Valles y la
Sierra de Querétaro (Huimilpan-Amealco); mientras que Ana María Crespo (1991)
y Elizabeth Mejía (2002) hablaban de una: los Valles Queretanos, que a su vez
integraba la región de San Juan y la de Querétaro. Comprende los municipios de San
Juan del Río, Tequisquiapan, Amealco, Pedro Escobedo, Huimilpan, Querétaro y
Corregidora
327
Ana María Crespo, «El recinto ceremonial de El Cerrito» en op. cit., 1991, p.
165.
Historia de la Arqueología en Querétaro 123
328
Daniel Valencia, «Exploraciones y conservaciones en El Cerrito» (1995-2000),
en op. cit., 2000, p. 73.
124 Héctor Martínez Ruiz
329
Parte de los informes de las temporadas de campo de 1984 a 1986 fueron
publicados en 1991, en Querétaro Prehispánico; en él, además, describió las muestras
de escultura y cerámica que se habían localizado en el lugar. Ver Ana María Crespo,
op. cit., 1991, p. 218.
330
Velasco, op cit.; 1988, p. 244.
331
Juan Carlos Saint-Charles Zetina, Informe del rescate de una osamenta en el
Centro Universitario de la UAQ, Querétaro. (mecanoescrito), INAH, México, 2004,
p. 1.
Historia de la Arqueología en Querétaro 125
332
En realidad, Enrique Nalda sólo difundió su existencia en el plano
nacional, pues los lugareños ya conocían además de este lugar, otras zonas
como La Estancia, La Magdalena y Las Peñitas. Cuauhtémoc Chávez y
Rafael Ayala ya habían dado cuenta de tales vestigios, que situaron en el
Preclásico, Clásico y Postclásico, respectivamente. Ver Cuauhtémoc Chávez
Trejo, Vestigios arqueológicos de las culturas indígenas en San Juan del
Río, Escuela Preparatoria de San Juan del Río, Querétaro, 1976, y Rafael
Ayala Echávarri, San Juan del Río. Geografía e Historia, México, Imprenta
Aldina, 1981.
333
Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles. «Cerro de la Cruz, un asentamiento
prehispánico en San Juan del Río, Querétaro», en Investigación, núm. 18, UAQ,
Querétaro, 1986, p. 43.
334
Ibídem, p. 43.
335
Más adelante, cuando el valle formó parte de los linderos septentrionales
de Mesoamérica, se dio un incremento en la población. Por último, entre
el 800 y 900 D.C., integrada totalmente al ámbito mesoaméricano, esta
zona alcanzó el mayor grado de desarrollo. Ver Juan Carlos Saint-Charles y
Miguel Argüelles, «Los primeros asentamientos agrícolas en el Valle de
San Juan del Río, Qro. (500 A.C)», en Investigación, núm. 25-26,
Querétaro, UAQ, 1988: 6.
126 Héctor Martínez Ruiz
342
De igual forma, Crespo y Saint-Charles, empezaron a escribir sobre las sociedades
que habitaron los valles queretanos, tema de gran interés para la arqueología por su
condición de pueblos de frontera. Véase Ana María Crespo y Juan Carlos Saint-
Charles. Panorama de la población antigua en los valles Queretanos,
(mecanoescrito), Querétaro, Centro INAH Querétaro y UAQ, 1990.
343
Daniel Valencia y Juan Carlos Saint-Charles «Identificación, conservación y
protección arqueológica en el sur de Querétaro. 1990-1999» en op. cit., 2000, p.
58.
344
Enrique Nalda. «Secuencia Cerámica del Sur de Querétaro» en Crespo, op. cit.,
1991, p. 31.
Historia de la Arqueología en Querétaro 129
345
Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles, «Cerro de la Cruz. Persistencia de un
centro ceremonial», en op. cit., 1991, p. 91.
346
Con base en estos elementos, estableció tres variantes: plataformas de más de 20
metros de longitud, construidas con núcleos de piedra y lodo, de uso habitacional,
distribuidas en la vega del río, a distancias variables de una y otra, asociadas a parcelas
agrícolas; cuartos sobre plataformas bajas construidos alrededor de patios contiguos
formando un recinto cuadrangular, con estructuras en cada una de las esquinas, construidas
en las cimas de cerros, en posición de resguardo, y pequeños centros con arquitectura
ceremonial que compartían un territorio común, alrededor de los cuales se distribuían
las habitaciones. Ver Ana María Crespo, op. cit., 1991, p. 134.
347
Idem, p. 134.
348
Rosa Brambila y Carlos Castañeda, «Arqueología del Río Huimilpan», en op.
cit.; 1991, p. 138.
130 Héctor Martínez Ruiz
vasijas tipo Xajay368 cuyo uso ritual con el paso del tiempo, se
extendió a otros centros ceremoniales del Valle de Querétaro y
de la Sierra Gorda.
Juan Carlos Saint-Charles, por cuenta propia, también abordó
el tema de la presencia, en el Bajío, de Teotihuacan. Para el caso
de los asentamientos localizados en el valle de Querétaro, propu-
so que La Negreta bien pudo ser un sitio que formó parte de una
cadena de rutas de comercio, o que simplemente fue un barrio de
El Cerrito, ocupado por gentes provenientes de esa ciudad. En
cambio, la presencia de elementos propios de la gran urbe del
Clásico para el caso de San Juan del Río, tanto en el valle, como
en el Cerro de la Cruz, se debió a la llegada de algunos grupos al
lugar. A estos dos planteamientos agregaba que existía también la
posibilidad de que se tratara de miembros de la elite que estaban
cumpliendo funciones administrativas a favor de su Estado, que
en todo caso, se desplazarían en busca de un mayor control de las
rutas comerciales o de recursos de los que carecía su ciudad.369
En 1998, Daniel Valencia denunció la destrucción de los vesti-
gios arqueológicos localizados en la meseta de Santa Bárbara,
sitio que había sido estudiado sólo de forma esporádica durante la
década de 1980.
En el año de 1987, todavía se alcanzaba a ver una plataforma
alargada de poca altura, la cual ya no existe debido a la gran
cantidad de pozos de saqueo realizados sobre ella. […] históri-
camente, las relaciones del sitio, con otros asentamientos regio-
nales son observables en El Cerrito y Tlacote, Querétaro, y San
Bartolo Aguacaliente, en Guanajuato.370
368
Es un tipo cerámico que cuenta con cajetes de paredes rectas divergentes, a veces
con una ligera curvatura, fondo plano y soportes generalmente rectangulares. Algunas
variantes exhiben soportes almenados, los hay también cilíndricos huecos y de doble
cilindro sólido. Los bordes son redondeados, algunos cuentan con engrosamiento en
la parte terminal y otros tienen corte rectangular. La pasta es de textura mediana,
con partículas blanca y café opacas. Común en estas vasijas es un baño de pintura
roja de tono oscuro, que puede ser desde una ligera capa hasta un baño grueso
pulimentado. Véase Ana María Crespo y Juan Carlos Saint-Charles, «Ritos funerarios
y ofrendas de elite». Las vasijas Xajay, en op. cit., 1996, p. 116.
369
Juan Carlos Saint-Charles, «El reflejo del poder teotihuacano en el sur de
Guanajuato y Querétaro», en op. cit., 1996, p. 156.
370
Daniel Valencia Cruz, «Meseta de Santa Barbara», en Jar Ngú, núm. 5, Boletín
mensual del Centro INAH Querétaro, Querétaro, 1998, p. 7.
136 Héctor Martínez Ruiz
371
Daniel Valencia y Alicia Bocanegra, «Firma del Convenio para El Cerrito», en
op. cit., 1998, p. 4.
Historia de la Arqueología en Querétaro 137
372
Juan Carlos Saint-Charles, «Arqueología en el Parque Industrial Bernardo
Quintana», en Gaceta Legislativa, núm. 1, LII Legislatura del Estado de Querétaro,
Querétaro, 1999, p. 23.
373
Jaime García y Daniel Valencia, «Arqueología y Antropología física en Querétaro»,
en op. cit.; 2000, p. 68.
374
Rosa Brambila y Carlos Castañeda, «Petroglifos de la cuenca media del Lerma»
en Expresión y memoria. Pintura rupestre y petrograbado en las sociedades del
norte de México, INAH, México, 1999, p. 109.
375
Ibídem, p. 128.
138 Héctor Martínez Ruiz
376
Durante los años noventa, el INAH realizó una labor permanente de atención a
denuncias y rescate de piezas prehispánicas, pero también efectuó estudios en sitios
coloniales, como lo fue el caso de Santa Rosa de Viterbo; el exconvento de El
Carmen; la Plaza Damián Carmona (antiguo Rastro); el estacionamiento de la plaza
Constitución (Exconvento de San Francisco); así como las obras del cableado
subterráneo, en las que se pudieron encontrar importantes vestigios de los sistemas
hidráulicos de Querétaro; y finalmente en el edificio de la Facultad de Filosofía de la
UAQ en el año 2006. Ver Prieto, 2000, p. 8, y Valencia y Saint-Charles, 1998, pp.
64-77.
377
Alberto Herrera y Daniel Valencia, «Atlante tolteca en San Francisco», en Gaceta
Legislativa, núm. 15, LII Legislatura del Estado de Querétaro, Querétaro, 1999, p.
23.
378
La región denominada semidesierto queretano comprende alrededor de 25 % de la
superficie del Estado y abarca en su totalidad los municipios de Tolimán, Colón y
Peñamiller, así como parte de los de Tequisquiapan, Ezequiel Montes, El Marqués,
Querétaro y Cadereyta. Véase Carlos Viramontes, «La pintura rupestre como
indicador territorial. Nómadas y sedentarios en la marca fronteriza del río San
Juan, Querétaro», en Expresión y memoria. Pintura rupestre en las sociedades
del norte de México, INAH, México, 1999d, p. 90.
Historia de la Arqueología en Querétaro 139
379
Esta situación propició que a las sociedades ajenas a este ámbito cultural se les
concediera poca importancia; un ejemplo claro de ello lo fue la propia distribución
de los arqueólogos del INAH dentro del marco geográfico del país, en la cual los
Estados del norte fueron poco favorecidos. Ver Carlos Viramontes, «La investigación
arqueológica en el Semidesierto Queretano», en op. cit., 2000f, p. 44.
380
Viramontes, op. cit., 1999d, p. 87.
381
Carlos Viramontes Anzures, op. cit., 2000f, p. 44.
382
Alejandro Pastrana, «Los yacimientos de obsidiana del Estado de Querétaro», en
La validez teórica de Mesoamérica. Memorias de la XIX Mesa Redonda de la
Sociedad Mexicana de antropología, SMA-UAQ, México, 1988, p. 222.
140 Héctor Martínez Ruiz
383
Acerca de los yacimientos de obsidiana, Pastrana planteó que presentaban
características de explotación relacionadas con el grado de desarrollo cultural de las
poblaciones. Para él, las vetas de este material en el Estado de Querétaro, eran
adecuadas para estudiar procesos de explotación y distribución local, con un alto
grado de reutilización de la obsidiana en las comunidades sedentarias y un
aprovechamiento selectivo por parte de los grupos nómadas, junto con otras materias
primas locales como calcedonia y riolita. Ver Alejandro Pastrana, «Los yacimientos
de obsidiana del oriente de Querétaro», en op. cit., 1991, p. 29.
384
Según Carlos Viramontes, en el momento que inició su trabajo arqueológico en
Querétaro (1989), sólo se tenía el registro de una pintura rupestre localizada cerca de
la población de El Durazno (San Joaquín), aunque se tenía noticia de la existencia de
otras en la amplia región semidesértica, pero no se conocían sus características,
puesto que nunca se habían realizado levantamientos completos de los motivos
pictóricos ni se conocían las particularidades de los lugares donde se encontraban;
por tal razón, hacia 1994, efectuó un primer planteamiento para la recuperación de
ese patrimonio arqueológico que, por falta de presupuesto, no prosperó. Ver Carlos
Viramontes, «La pintura rupestre en la cosmovisión de los Chichimecas, Pames
y Jonaces», en Gaceta Legislativa, núm. 5, LII Legislatura del Estado de Querétaro,
Querétaro, 1999a, p. 23.
385
Carlos Viramontes Anzures. De chichimecas, pames y jonaces. Los recolectores-
cazadores del semidesierto de Querétaro, INAH, 2000e, p. 13.
386
Viramontes, op. cit., 1999a: 23.
Historia de la Arqueología en Querétaro 141
394
Carlos Viramontes, «La integración del espacio entre grupos de recolectores-
cazadores en Querétaro», en op. cit., 1993, p. 12.
395
Ibídem, p. 15.
396
Carlos Viramontes, «La conformación de la frontera chichimeca en la marca del
río San Juan», en op. cit., 1996, p. 16.
144 Héctor Martínez Ruiz
397
Ibídem, p. 26.
398
Carlos Viramontes, «Los pames en la arqueología del semidesierto», en Jar
Ngú, núm. 5, boletín mensual del Centro INAH-Querétaro, Querétaro, 1998,
p. 9.
399
Carlos Viramontes, «El arte rupestre de los antiguos habitantes de Peñamiller,
Querétaro», en Gaceta Legislativa, núm. 12, LII Legislativa del Estado de Querétaro,
México, 1999b, p. 21.
Historia de la Arqueología en Querétaro 145
400
Aunque para otras partes del Estado ya existían reportes de la existencia de
petrograbados en Querétaro, que se habían dado desde la década de 1980 y durante los
años noventa. Margarita Velasco y Antonio Urdapilleta (1985), Guillermo Hernández
(1993), Rosa Brambila y Carlos Castañeda (1999), en su momento, informaron de
tales testimonios.
401
Carlos Viramontes, op. cit., 1999b, p. 22.
402
Carlos Viramontes, op. cit., 2000f, p. 50.
403
En este sentido, el arqueólogo opinaba que para llegar a conclusiones definitivas
acerca del significado de sus símbolos rupestres, era necesario identificar la sociedad
que los creó, ya que cada una de ellas elaboraba sus propios códigos de comunicación
y sólo podían ser reconocidos por los integrantes de la misma. Para él, la pintura
rupestre era en sí un proceso comunicativo en el que subyacía un sistema de
significación susceptible de interpretación. Ver Carlos Viramontes, «La pintura
rupestre como indicador territorial. Nómadas y sedentarios en la marca fronteriza
del río San Juan, Querétaro», en op. cit., 1999d, p. 92.
146 Héctor Martínez Ruiz
404
Ibídem, p. 102.
405
En esta obra, también incluyó un análisis de las sociedades que se establecieron en
la periferia del semidesierto; o sea, la sección central y sur de Querétaro, el oriente
de Guanajuato y el altiplano de San Luis Potosí, que, durante el primer milenio de
nuestra era, estuvo incluida dentro de lo que Beatriz Braniff había denominado
Mesoamérica Marginal. Además, dedicó un apartado al estudio de estas sociedades
desde el punto de vista etnohistórico, donde puso en claro algunos de los problemas
que conllevaba la interpretación de tales fuentes, escritas principalmente durante el
siglo XVI. Ver Carlos Viramontes, De chichimecas, pames y jonaces. Los recolectores-
cazadores del semidesierto de Querétaro, México, INAH, 2000e. p. 20.
406
Ibídem, p. 49.
Historia de la Arqueología en Querétaro 147
407
Ibídem: p. 118.
408
Ibídem: p. 133.
409
Según Margarita Velasco (1988), en 1984, se delimitó esta zona,
reconociéndose como subárea cultural la Huasteca Queretana; más adelante,
Alberto Herrera (1994), propuso que dadas sus características físicas y culturales,
debía dividirse en tres: Huasteca, Río Verde y Serrana. Dicha propuesta fue
apoyada, entre otros especialistas, por Elizabeth Mejía (1995 y 2002).
Actualmente comprende los municipios de Arroyo Seco, Pinal de Amoles,
Jalpan de Serra, Landa de Matamoros, San Joaquín, y parte de Cadereyta y
Peñamiller.
148 Héctor Martínez Ruiz
410
Cfr. Dominique Michelet, Río Verde, San Luis Potosí (Mexique), Collectión
Etudes Mesoamericaines, vol. IX, Centro d’ Études Mexicaines et Centramericaines,
México, 1984.
411
Véase Alberto Herrera Muñoz Alberto, Minería de cinabrio en la región El
Doctor, Querétaro, ENAH, México, 1994.
412
Margarita Velasco y Antonio Urdapilleta, «Petroglifos y pinturas rupestres en la
Sierra Gorda de Querétaro», en op. cit., 1989, p. 231.
413
Ibídem, p. 236.
Historia de la Arqueología en Querétaro 149
414
Alberto Herrera Moreno, «Primeros apuntes sobre el sitio El Doctor, Cadereyta,
Querétaro: en torno a su ubicación y relación con los asentamientos aledaños», en
op. cit., 1989, p. 242.
415
Idem, p. 243.
416
Ibídem, p. 246.
417
César Armando Quijada López, «El sitio arqueológico de La Paleta, municipio
de San Joaquín Querétaro», en op. cit., 1989, p. 250.
150 Héctor Martínez Ruiz
418
Ibídem, p. 257.
419
Herrera y Quiroz, op. cit., p. 298.
Historia de la Arqueología en Querétaro 151
420
Carlos Lazcano Sahagún, Las cavernas de la Sierra Gorda, UAQ-SEDUE-SMEB,
Querétaro, 1986, p. 40.
421
En aquella ocasión se planteó un proyecto adjunto para el análisis de la cerámica
obtenida durante la primera fase de la investigación en los 42 sitios que fueron
localizados entre los municipios de Jalpan, Landa de Matamoros, Arroyo Seco y
Pinal de Amoles. Los resultados fueron publicados por Teresa Muñoz en 1989 y
1994. Véase Ma. Teresa Muñoz Espinosa. Material cerámico del norte del estado de
Querétaro, México, ENAH, 1989, y Material cerámico de la Sierra Gorda, en
Homenaje a Lino Gómez Canedo, Querétaro, Fondo Editorial de Querétaro, 1994.
422
César Armando Quijada López «Localización de sitios arqueológicos en la región
de Jalpan» en op cit., 1991, p. 269.
152 Héctor Martínez Ruiz
423
Ibídem, p. 282.
424
Elizabeth Mejía Pérez-Campos, «Arqueología de la Sierra Gorda desde el Centro
Regional» INAH, en op. cit., 2000, p. 54.
425
Elizabeth Mejía Pérez-Campos y Luís Barba Pingarrón, «Estudio de áreas de
actividad por medio químicos en Ranas y Toluquilla», en op. cit., 1991, p. 227.
Historia de la Arqueología en Querétaro 153
426
Ibídem, p. 247.
427
Margarita Velasco, «Escaleras semicirculares en la Sierra Gorda», en op. cit.,
1991, p. 268.
428
Margarita Velasco, «Zona arqueológica de Toluquilla», en El Heraldo de Navidad,
Querétaro, Patronato de las Fistas de Querétaro, 1988, p. 25.
429
Para Elizabeth Mejía, era poco probable que Toluquilla fuera una ciudad satélite
de Ranas y que se hubiera fundado por la saturación de este sitio; más bien debió ser
una ciudad paralela a ella, que surgió por la necesidad de controlar esa región. Ver
Elizabeth Mejía-Pérez Campos, Toluquilla, una provincia minera (mecanoscrito),
INAH- Querétaro, México, 1995, p. 20.
154 Héctor Martínez Ruiz
430
De la época que nos ocupa, retomó la idea que ya había expuesto con anterioridad,
de que en un principio la extracción de minerales fue promovida por grupos de
tradición olmeca valiéndose de la población local y que, posteriormente, las minas
quedaron bajo la influencia de Teotihuacan y de El Tajín, para recibir después una
débil influencia tolteca, con la cual, esta actividad decayó en el siglo XII D.C. Véase
Adolphus Langenscheidt, «Historia mínima de la Sierra Gorda», en op. cit., 1997,
p. 583.
431
César Quijada López, «Estudio histórico de un sitio en la Sierra Gorda de
Querétaro: Toluquilla (1872-1967)», en Homenaje a Julio Cesar Olivé Negrete,
México, UNAM, CNCA-INAH- Colegio Mexicano de Antropólogos, 1991, p. 325.
432
Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles. «Vestigios arqueológicos en el
municipio de San Joaquín, Qro.», en Avances, núm. 4, Querétaro, UAQ, 1990, p. 17.
Historia de la Arqueología en Querétaro 155
439
Ibídem, p. 40.
440
Ibídem, p. 46.
441
Margarita Velasco Mireles, «Ranas y Toluquilla, exponentes de la cultura clásica
de la Sierra Gorda. Estructuras dobles», en op. cit., 1994, p. 47.
158 Héctor Martínez Ruiz
442
Para Dominique Michelet, la marcada importancia del Juego de Pelota en algunas
regiones como Río Verde y la Sierra Gorda –en sitios como Ranas y Toluquilla –, era
evidencia del contacto con la Costa del Golfo. Ver Dominique Michelet, «¿Gente del
Golfo tierra adentro?» en Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana, núm. 8,
UNAM, México, 1986, p. 83.
443
Aunque, también y de manera previa (1992), escribió un artículo sobre los
asentamientos prehispánicos que se localizaban en la Sierra de Querétaro; trabajo
que por cierto, integró parte de la historiografía que existía para esta zona, así como
la descripción de Ranas y un apartado sobre la minería de la región. Ver Alberto
Herrera, «Los antiguos asentamientos de la Sierra Gorda», en op. cit., 1992, p. 55.
444
Elizabeth Mejía, op cit., 2000, p. 54.
445
Ibídem, p. 55.
446
Elizabeth Mejía Pérez-Campos, op. cit., 1995, p. 2.
Historia de la Arqueología en Querétaro 159
447
Ibídem, p. 44.
448
Elizabeth Mejía, «Toluquilla: una ciudad minera», en Gaceta Legislativa, núm.
10, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 1999, p. 23.
160 Héctor Martínez Ruiz
449
Véase Angélica Álvarez y Enrique Toscano. Análisis del espacio urbano.
Toluquilla, Querétaro, Querétaro, Instituto Tecnológico de Querétaro, 1997.
450
Elizabeth Mejía, «La arqueología de la Sierra Gorda», en Gaceta Legislativa,
núm. 19, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 2000, p. 18.
451
Margarita Velasco Mireles, La Sierra Gorda: documentos para su historia, Vol.
1, INAH, México, 1997, p. 18.
Historia de la Arqueología en Querétaro 161
452
Alberto Herrera y Elizabeth Mejía, «La minería prehispánica en la Sierra Gorda:
sus distritos mineros 1ª parte», en Gaceta Legislativa, núm. 6, Querétaro, Legislatura
del Estado de Querétaro, 1999, p. 21.
453
Alberto Herrera y Elizabeth Mejía, «La minería prehispánica en la Sierra Gorda:
sus distritos mineros 2ª parte», en Gaceta Legislativa, núm. 7, Querétaro, Legislatura
del Estado de Querétaro, 1999, p. 23.
454
Alberto Herrera y Elizabeth Mejía, «La minería prehispánica en la Sierra Gorda:
sus distritos mineros 3ª parte», en Gaceta Legislativa, núm. 8, Querétaro, Legislatura
del Estado de Querétaro, 1999, p. 22.
162 Héctor Martínez Ruiz
455
Ibídem, p. 23.
456
Cfr. Mónica Isabel Suárez Diez, Análisis e interpretación de materiales
arqueológicos recuperados de un entierro en la Sierra Gorda Queretana, México,
ENAH, 1999.
457
Hans Martz de la Vega, et al., «Una punta acanalada en Jalpan de Serra», en
Gaceta Legislativa, núm. 20, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 2000,
p.19.
Historia de la Arqueología en Querétaro 163
ÍNDICE DE FIGURAS
Figura 2. Dibujos realizados por Fray Juan Agustín de Morfi, que ilustran algunos
ejemplos de escultura mesoamericana procedentes de El Cerrito (1777).
166 Héctor Martínez Ruiz
Figura 12. Plano topográfico de la antigua ciudad y fortaleza de Ranas, cerca del
pueblo del mismo nombre (Pawel Primer, 1879).
Historia de la Arqueología en Querétaro 171
Figura 14. Plano de las ruinas de Ranas (en la parte alta de la lámina), y de
Toluquilla (en la parte baja), construidas en las mesetas de las
escarpadas serranías de Querétaro.
(Planos de Pawel Primer y dibujos de J. A. Gómez R.).
172 Héctor Martínez Ruiz
Figura 27. Yugo procedente de Mina de Yugos, en la zona zona de San Joaquín,
Querétaro (José Luís Franco,1970).
Figura 40. Ruinas de Ranas, San Joaquín, Querétaro (Emilio Cuevas, 1931).
Historia de la Arqueología en Querétaro 185
Figura 52. Zona arqueológica de Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro
(Héctor Martínez Ruiz, 2004).
Historia de la Arqueología en Querétaro 191
Fig. 53. Zona arqueológica de Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro
(Héctor Martínez Ruiz, 2004).
Fig. 54. Zona arqueológica de Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro
(Héctor Martínez Ruiz, 2004).
192 Héctor Martínez Ruiz
Fig. 60. Escultura tipo «atlante» localizada en una mampostería al lado norte
del templo de San Francisco, Querétaro. Museo Regional,
INAH-Querétaro (Héctor Martínez Ruiz, 2007).
Historia de la Arqueología en Querétaro 195
BIBLIOGRAFÍA