interpelando a la desgracia, pues, la mayor de sus hijas, hermosa y detalladamente esculpida: un ángel del hombre; debe casarse con un hombre que, infortunadamente, no es de su agrado. Al parecer, aquél desagrado, inicialmente, se debe a unas manías que, según ella, son sospechosas. La madre justifica aquello, sin dejar de insinuar su insatisfacción. Ella se culpa, como toda madre. Se contrae y denigra del título que su hija obtendrá: mujer del presidente. La narración toma un segundo camino, es decir, la madre glorifica la imagen del presidente, explicándole a su hija, que aquel hombre es la representación de todo hombre egoísta, que superpone las contiendas morales de su pueblo, y jamás atiende a menguar sus vicios; hombres que se muestran como arcaicos Romanos, con el Codex Justiniano entre las piernas y, así, asegura la madre, es el futuro esposo de la inocente niña, su hija. Parece que lo cruel se viste de gobernante, sin embargo, la madre acentúa el verdadero problema. Afirma que el presidente, “se toma todo por detrás” Ciertamente, no se escapa de la imagen de cualquier servidor público. La madre, exaltando aquel gusto afeminado, la madre le prohíbe a su hija, futura esposa del presidente, que acepte toda petición tal que, dicha por él, se escuche normal. Pues, toda petición descrita por el presidente parece impura. Ahora bien, un agregado a este tercer momento es la presentación inmaculada del presidente al lector, una imagen que se honra cuando de su boca, lo único que se escucha, son alabanzas a las leyes. Se nota en el presidente, cierta juventud que, en público, es bien recibida. Un hombre que ha de nombrar las leyes, que ha de mostrarse recto, ha de ser un hombre de Bien. El momento final del cuento, le da al lector, un diálogo donde el protagonismo se lo lleva el presidente. La Esposa del presidente se siente incitada a repetir lo que su madre le aconsejó, sin saber, en sentido estricto, por qué. Sin embargo, el presidente se comporta de acuerdo con la situación pues “no piensa más que cosechar placeres legítimos” Y, a sabiendas que aquellos placeres -como dijo la madre- pueden acaecer en indecencias inerrables, ella, la hija, bien educada, se niega, estando desnuda, a los movimientos del Esposo. “… Por cualquier otro sitio que os guste, pero por ahí, de ninguna manera” El Esposo, sorprendido, replica la petición, pues, se está comportando de forma tal que, la compasión, se queda a tientas. Para él, parece ser una virtud, hacer el esfuerzo de negarse al placer. La Esposa es insistente y, el presidente, tomando su mejor postura, acepta la petición y, a sincerándose, le advierte que, en un futuro, ese tipo de peticiones, no cambiarían el rumbo de su naturaleza viva. La joven -su esposa- acepta y, el presidente admite aquello, haciendo lo que se le ordena. Proclama al aire, con su pomposa manía de ser Romano -tal y como lo afirmó la madre de su Esposa- “¡Hágase como se ordena”! Interpretación: A mi juicio, una de las intenciones del Marqués con este cuento, fue representar que la compasión -en las carnes del presidente- no es más que el fruto del egoísmo innato. Mostrando así, desde el inicio de la narración, una falta de protagonismo de los personajes, hay, más bien, una escenificación de una moral en sentido estricto. Es así, como en un inicio, el lector se topa con la preocupación de una madre, una preocupación que se materializa y le enseña a su hija las caras del horror: su futuro esposo. Divide, como toda moral, aquello deseado de lo indeseado. Sin embargo, el genio de Sade le manifiesta al lector la imagen de un presidente, que pesa por su edad; un presidente que hace lo que le parece en contra de quien sea; un presidente que más que ser libertino y con ciertos encantos, es un predicador de aquello que es deseado, un predicador del placer, muy al contrario de lo que piensa la madre de la futura esposa. Así, aquella mujer, es el alma gemela del presidente mismo, la madre de la futura esposa del presidente es la imagen invertida del presidente, el presidente se ve en ella; esto garantiza, entonces, que la Madre, goza al imaginarse a su hija en manos de lo que ella aborrece. Ahora bien, la compasión que despierta el presidente al toparse con las carnes desnudas de su ya esposa, no revelan lo que él mismo llama “virtud” al contenerse al placer, sino, más bien, procura un vicio incontenido ya que, el placer, es un acto de extrema racionalidad y si es así, -porque lo es-, no hay nada de virtuoso en ser compasivo, no hay nada de virtuoso, entonces, en negarse al placer; de tal suerte, que la joven esposa, más que ser una amante, se convierte en aquello que hay que destruir. Esta, al negar lo más natural que hay en el hombre, el placer infinito y múltiple que es la fornicación, se enfrenta a la Naturaleza y es motivo, al mismo tiempo, del placer originario: la Destrucción. La inocencia de la joven es un aspecto estúpido que el presidente pasará por alto, más no en este relato, pues, la inocencia y el miedo excitan y ordenan.