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Cada vez es más frecuente ver a niños pequeños retando, desafiando y burlando a sus
padres o a otras figuras de autoridad. Lo preocupante es que estas actitudes parecen ir in
crescendo hasta el punto extremo de que los padres son maltratados por sus hijos. Hablamos
del síndrome del emperador, del niño tirano o del niño rey.
Tanto en mi práctica profesional como en el día a día, observo que la tónica habitual es ver a
niños pegando a sus padres, insultándoles, haciéndoles burlas y un largo etcétera, con tal de
obtener aquello que desean caprichosamente en un momento determinado.
Lo que más llama la atención es que cuantas más actitudes tiranas manifiesta el niño o niña,
mayor es el esfuerzo que el adulto de referencia hace por complacerlo. Un adulto desbordado
ante las exigencias de su hijo que acaba sintiéndose culpable por no lograr satisfacer sus
deseos.
Para conocer exactamente las características del síndrome del emperador, vamos a
interpretar una situación real que he podido presenciar hace escasas semanas durante las
vacaciones estivales. Profundicemos.
Una familia compuesta por un padre, una madre y un niño de 5 años aproximadamente, se
encuentra comiendo en un restaurante con bastante gente alrededor. La madre, casi sudando,
trata de dar de comer a su hijo, algo que este sabe hacer de sobra de forma autónoma pero
que en este momento se niega a hacer.
El quid de la cuestión no es que el niño no quiera comer, sino que en esa situación solo quiere
beber del vaso de coca-cola de litro que ha pedido su madre en la barra. El niño no suelta el
vaso ni a la de tres. En ese momento la madre cree que lo mejor es negociar con el niño y le
indica “solo si comes el filete beberás coca-cola”.
Los malos gestos y las palabras despectivas del niño hacia su madre van en aumento. Entre
ellas, “no pienso comer de eso asqueroso porque tú me lo mandes” o “ya te he dicho que no
voy a comerlo, ¿es que no entiendes cuando te hablo?”. Mientras tanto, el padre es un mero
espectador del conflicto que observa con cara de impasibilidad.
Tras forcejear con el vaso de coca-cola, la madre no encuentra el modo de satisfacer a su hijo
y desiste. El niño termina por beber todo lo que quiere, mientras hace burlas a su madre junto
con una suculenta y directa patada por debajo de la mesa.
El toque final es una reprimenda de la madre que, por supuesto, el niño no tomará en serio:
“ya verás ya, hoy te has quedado sin piscina”. A estas alturas, el pequeño emperador ya tiene
recursos de sobra para salir airoso de la situación. Para las venideras, ya sabe que solo tiene
que forcejear un poco más fuerte con el vaso de coca cola.
A raíz de la situación que se acaba de describir, podemos señalar algunas de las características
del síndrome del emperador o de un “niño rey”:
Presenta pocas estrategias para resolver problemas por sí mismo. Está acostumbrado a
que se los resuelvan.
Siempre encuentra justificación para sus conductas y culpabiliza a los demás de las
mismas.
Discute las normas y los castigos con sus padres, aquellos a quienes llama malos o
injustos. Este aspecto le beneficia, ya que consigue que se sientan mal y cedan de
nuevo ofreciéndole más privilegios.
Tiene baja autoestima pero esta es enmascarada con sus conductas tiranas.
Como comentábamos al principio, cada vez es más frecuente encontrarnos con niños de este
tipo. Pero, ¿a qué se debe el aumento de este fenómeno?
La falta de límites claros hace creer a los niños, de forma errónea, que tienen derecho a
hacer lo que quieran en el momento que deseen. Dentro de ese derecho, no son conscientes
de que las recompensas requieren de un esfuerzo previo y que deben respetar a los demás.
Si aunamos todos estos factores, podemos barajar la hipótesis de que los más pequeños se
acostumbran a no valorar las cosas y a primar sus deseos inmediatos por encima de todo.
Asimismo, los padres acaban también por frustrarse. Hagan lo que hagan su hijo no estará
saciado de atención.
Para educar a niños fuertes, sanos e inteligentes emocionalmente es preciso poner límites
claros desde el principio. Es esencial que los niños experimenten cierto grado de frustración,
para que puedan comprender que el mundo requiere de esfuerzo y respeto hacia los demás.
Dejar que el mundo gire alrededor de ellos les hace un flaco favor, porque un niño que no ha
experimentado frustración, es un niño con cierta debilidad. En un futuro, tendrá muchas
dificultades para afrontar nuevas situaciones y solucionar problemas porque descubrirá que la
vida no está hecha a su medida, ni todo es como le gustaría.