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10|02|17
23:52
Martín Kohan
En efecto, cuando Jean-Paul Sartre, para tomar una referencia paradigmática en el asunto,
planteó su exigencia de compromiso, lo hizo en términos que podrían inscribirse más
nítidamente en las prácticas de los intelectuales críticos antes que en las de lo estrictamente
literario (por lo cual, a lo Platón, debió excluir a la poesía del núcleo de sus planteos). En
cuanto a la falta de función para el arte, podemos ligarla, sí, con la posibilidad de ser
libremente lo que quiera; pero también, como lo hizo Theodor W. Adorno (en las antípodas
de la visión sartreana), con la función social del arte: que su función social radique
justamente en su falta de función.
Sabemos que el lenguaje es de por sí un hecho social, y la literatura no está hecha de otra
cosa que de lenguaje. Y sabemos que existe a su vez una política en las formas, una política
en la sintaxis, una política en lo que los discursos hacen (y no ya en lo que los discursos
dicen). Lo cual es cierto, según creo, pero también, en mi opinión, puede resultar un tanto
general o bien demasiado abstracto. Me interesa cuando, en la literatura, la disposición de
ciertas formas se toca con ciertos materiales sociales o políticos. Diría que, en esos casos, la
libertad del arte no se sacrifica: se aprovecha como potencia singular. ¿Si puedo poner
algunos ejemplos? Sí, claro: La guerra de los gimnasios, La villa, El tilo, Cumpleaños.
Todas novelas de César Aira. Si es cierto, como él aduce, que hay premios literarios que no
le conceden porque en sus libros faltan lo social y lo político, deberían leerlos con más
detenimiento y revisar sus criterios de premiación.