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«Chile en la encrucijada».

Anticomunismo y propaganda en la
«campaña del terror» de las elecciones
presidenciales de 1964

Marcelo Casals A.*

En la noche del miércoles 2 de septiembre de 1964, en la víspera de las


cruciales elecciones presidenciales de ese año, se difundió por las cadenas
de emisoras de la radio de la Sociedad Nacional de Minería, la radio
Corporación y la estación «La Voz de Chile», un breve discurso grabado
de Juanita Castro, la hermana disidente de Fidel y una de las voces más
potentes y connotadas del anticomunismo latinoamericano de entonces.
En su alocución, Juanita Castro hizo un dramático llamado a la población
chilena, especialmente a las mujeres, instando a votar por Eduardo Frei
Montalva y a derrotar a Salvador Allende, el candidato de la izquierda
marxista. Las razones eran varias, todas ellas expresadas con vehemencia.
Tras la «dolorosa experiencia obtenida en estos largos años en el infierno
rojo de Cuba», como señaló entonces, ella asumía como una obligación
moral el alertar al resto de los países latinoamericanos sobre los peligros
del comunismo internacional. La elección del 4 de septiembre, en ese
sentido, era descrita como un vital instante de decisión, del cual, en sus
palabras, «dependerá un futuro de libertad, o un futuro de esclavitud o
ignominia para sus hijos». Y continuaba:


*
University of Wisconsin-Madison.

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Marcelo Casals

Chilenos, quiero que sepan, que el candidato de los que dicen ser socia-
listas, el señor Salvador Allende, es amigo de Fidel Castro, Ernesto Ché
Guevara, Nikita Khruschev y al igual que todos ellos, sólo sigue una
línea: la trazada por el Partido Comunista. (…)
Cuba es un país eminentemente católico, pero desde el principio, los
comunistas se dieron cuenta de que tenían en la religión a un poderoso
enemigo.
Chilenos, los comunistas borrarán el nombre de Dios de la Constitución,
y después borrarán la Constitución, como lo han hecho en Cuba.
Serán invadidos los templos y profanadas sus imágenes, como lo hicieron
en Cuba (…)
Madres chilenas, estoy segura que ustedes no permitirán que sus peque-
ños hijos les sean arrebatados y enviados al bloque comunista, como ha
pasado en Cuba, y donde con toda la mala intención que caracteriza
a los ROJOS, y como único fin de servir así a los intereses del Partido
Comunista, comenzarán a ser adoctrinados, desarraigando en esas cria-
turas, la orientación cristiana y saludable que ustedes con tanto amor y
desvelo han forjado en ellos. (…)
campesinos, obreros, estudiantes, madres y pueblo chileno en general:
en sus manos está el impedir que se repita en este país la dolorosa
agonía que hoy vive mi patria, esclavizada por el yugo comunista1.

En el momento de pronunciar estas palabras, Juanita Castro se encon-


traba en Brasil, invitada por la esposa del canciller del gobierno de ese país
tras su paso por México. En el intertanto, el senador demócrata George A.
Smathers le había propuesto a la Comisión de Relaciones Exteriores del
Congreso norteamericano llevarla a Estados Unidos para dar a conocer
desde ahí sus impresiones sobre la naturaleza del régimen liderado por su
hermano Fidel2. Brasil era gobernado entonces por un régimen militar
producto del golpe de Estado contra el Presidente constitucional João
Goulart, perpetrado el 31 de marzo de 1964, y en virtud de tal aconteci-
miento, el anticomunismo se había entronizado como ideología oficial y
legitimadora del nuevo régimen. Del mismo modo, la movilización social
que desembocó en el derrocamiento de Goulart hizo un uso intensivo de
este tipo de retórica, identificando la lucha contra el gobierno reformador

1
«Juana Castro leyó un mensaje radial advirtiendo los peligros del comunismo»,
El Diario Ilustrado, 3 de septiembre de 1964, p. 3. Destacado en el original.
2
«Piden a Juana Castro que concurra al senado de EE.UU.», La Nación, 8 de julio
de 1964, pp. 1 y 6.

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con la defensa de la nación, la familia y la religión amenazadas por el


comunismo internacional3.
El discurso radial de Juana Castro en aquella noche de septiembre
de 1964, por un lado, constituyó el broche de oro de lo que después se
conocería como la «campaña del terror» desarrollada durante los meses
previos a la elección presidencial. Aquella campaña fue un esfuerzo con-
certado por difundir, en clave anticomunista, ideas, imágenes y mensajes
tendientes a evitar la elección de Salvador Allende y posibilitar la de
Eduardo Frei Montalva, el candidato de la Democracia Cristiana y de la
derecha chilena. En aquella oportunidad, a través de mensajes radiales
como el señalado, de afiches en las paredes de las ciudades, y de columnas,
editoriales y noticias en la prensa, se buscó persuadir a la población del
peligro al que se enfrentaba con un potencial gobierno marxista. Para
ello, se hizo uso de todo tipo de argumentos: las libertades políticas serían
derogadas, el desarrollo económico imposibilitado, la familia disuelta y
la nacionalidad deformada; el país caería en un régimen de esclavitud y
arbitrariedad que destruiría cualquier valor y orden social anterior, etc.
Este tipo de mensajes se repitió una y otra vez, por distintos medios y bajo
diversas apariencias, otorgándole un aire de urgencia y de encrucijada
vital a esa elección presidencial.
La alocución de Juanita Castro, su gestación y modo de difusión, por
otro lado, revelan un carácter muy particular de la campaña presidencial
de 1964. Las redes internacionales que se tejieron entonces para lograr
llevar el mensaje de la disidente cubana a los hogares chilenos, lejos de ser
un fenómeno aislado, fueron la expresión concreta de un agudo proceso
de ampliación de las referencias políticas chilenas y de una extendida
conciencia sobre la radical importancia que el resultado de las elecciones
tenía no solo para el país, sino también para todo Occidente4. En aquella
3
Juanita Castro, al llegar al aeropuerto de Río de Janeiro declaró: «Me siento muy
feliz de estar en Brasil, donde se dio uno de los golpes más duros contra el comu-
nismo internacional». «Exiliados cubanos tributaron entusiasta acogida a Juana
Castro en Río de Janeiro», El Mercurio, 17 de agosto de 1964, p. 40. Con respecto
al uso social y político del anticomunismo en la coyuntura de 1964, véase Rodrigo
Patto Sá Motta, Em guarda contra o ‘perigo vermelho’: O anticomunismo no Brasil
(1917-1964), Sao Paulo: Editora Perspectiva / FAPESP, 2002, capítulo 8.
4
La «transnacionalidad» de los fenómenos ideológicos de la Guerra Fría en general y
de la «campaña del terror» de 1964 en particular, ciertamente que pueden rastrearse
en todas direcciones y no solo de los «centros» ideológicos y políticos hacia sus
periferias. Una excelente muestra de esto es el carácter ejemplar que adquirieron
las mujeres brasileñas anticomunistas para sus pares chilenas, a partir de la opo-
sición organizada que las primeras ofrecieron al gobierno de Goulart en 1964. Al
respecto véase Margaret Power, «The Transnational Diffusion of Anti-Communism:

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Marcelo Casals

oportunidad, el lenguaje político esgrimido se empapó de alusiones a la


situación internacional y al momento del conflicto global de la Guerra
Fría, constituyéndose en gran medida a partir de esa identificación con
uno u otro bloque internacional en pugna.
Como ya se ha señalado, la elección de 1964 significó el momento
estelar de la «internacionalización de la política» chilena, es decir, de la
comprensión del conflicto político-doméstico en términos globales, fuer-
temente determinado por la lucha ideológica de la Guerra Fría, y de la
inserción de la política chilena en el radio de intereses de distintos actores
internacionales5. La «campaña del terror» de 1964, en este sentido, más
que la imposición unilateral de una potencia extranjera, fue producto de
esta particular incorporación de la política chilena en el contexto global
de entonces. Las líneas que siguen tratan justamente de esta coyuntura,
de su gestación, su desarrollo y del rol que el anticomunismo —en cuan-
to polaridad ideológica fuertemente arraigada en la política chilena y
mundial— jugó en este esfuerzo mediático-electoral. Como ejemplo de la
propaganda utilizada, además, se analizará la serie de afiches del «Foro
de la Libertad del Trabajo», grupo civil de derecha surgido en el contexto
de la «campaña del terror» de 1964.

Guerra Fría y anticomunismo


La entrada de los guerrilleros castristas en La Habana en enero de 1959
no solo cambiaría de raíz la situación política cubana, sino que también,
a la larga, se transformaría en un factor significativo y continuamente
presente en la política latinoamericana. Su modelo inspiró a diferentes
grupos políticos radicales a emprender aventuras similares, con el fin de
hacerse con el poder en otras latitudes. Del mismo modo, el rechazo y el
pavor que este nuevo tipo de orden político generó en sectores específicos
de las sociedades latinoamericanas provocó duras y terminantes reaccio-
nes, algunas de las cuales desembocaron en la instalación de dictaduras
militares que, con el objeto de combatir amenazas subversivas reales o
imaginarias, destruyeron los diferentes regímenes más o menos demo-

Conservative Women in Brazil and Chile in the 1960s and 1970s», inédito, 2008,
passim. Agradezco a la autora de este estudio por enviarme gentilmente su escrito
vía correo electrónico.

5
Joaquín Fermandois, Mundo y fin de mundo: Chile en la política mundial. 1900 -2004,
Santiago de Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile, 2005, pp. 297-302.

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«Chile en la encrucijada»

cráticos existentes entonces junto a las libertades políticas y garantías


individuales establecidas6.
El impacto de la Revolución Cubana fue visible desde sus comienzos
en Chile. La izquierda marxista —e incluso el centro democratacristiano
en sus primeros momentos— la vieron con simpatía. Por supuesto, con el
giro socialista que lentamente fue tomando y el ingreso del nuevo régimen
a la órbita soviética —producto, en parte, de las tentativas norteamerica-
nas por derrocar al gobierno— rápidamente concentraron las simpatías
en la izquierda marxista, particularmente en el Partido Socialista. En ese
contexto, la izquierda pasaba por un momento de reestructuración ge-
neralizada que la transformaría en un actor político determinante en los
años siguientes. En 1956, tras la fracasada participación de la mayoría del
socialismo en el gobierno de Ibáñez, se creó el Frente de Acción Popular
(FRAP) junto al por entonces ilegalizado Partido Comunista. Un año des-
pués se produjo la reunificación de las fracciones socialistas y, en 1958, se
logró la relegalización del PC tras la derogación de la así llamada Ley de
Defensa Permanente de la Democracia, dictada en 1948 a instancias del
gobierno radical de Gabriel González Videla. En las elecciones presiden-
ciales de 1958, además, la izquierda unificada había estado al borde del
triunfo con Salvador Allende como candidato, estrechamente derrotado
por el derechista independiente Jorge Alessandri.
En los primeros años de la década de los sesenta, la imagen de la
Revolución Cubana comenzó a agudizar las diferencias doctrinarias y
estratégicas que existían desde los cincuenta. El Partido Comunista, fiel a
su tradición política y a las líneas generales del Movimiento Comunista
Internacional, propugnaba entonces el camino de la «vía pacífica» y la
alianza con el centro político en función de un proyecto modernizador
y democratizador como antesala de una ulterior construcción socialista.
Por el contrario, el socialismo chileno postulaba un nebuloso proyecto
político clasista, sin contemplar alianzas más allá de la izquierda, que con
el pasar de los años se fue radicalizando —como gran parte de la izquier-
da latinoamericana no-comunista— hasta llegar a asumir, retóricamente,
como propia la vía armada7.


6
Thomas Wright, «América Latina en la época de la Revolución Cubana: un intento
de interpretación», en Revista Chilena de Historia y Geografía, N° 160, 1992-1993,
passim.
7
He desarrollado con más detenimiento este tema en Marcelo Casals, «El alba
de una revolución. Orígenes de la construcción estratégica de la ‘vía chilena al
socialismo’. 1956-1962», en Martín Bowen et al., Seminario Simon Collier 2006,
Santiago de Chile: Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile,

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Marcelo Casals

Pero el impacto de Cuba determinó también el tipo de relación que


Estados Unidos entabló con América Latina. Luego del período de Eisen-
hower —marcado por el apoyo norteamericano a todo régimen político
encuadrado con las líneas principales de su política exterior, por lo general
sin mucha preocupación por su adscripción a las formas democráticas de
gobierno—, la nueva administración demócrata de John F. Kennedy optó
por una estrategia positiva y desarrollista para impedir la ampliación
del fenómeno castrista hacia América Latina, a la vez que mantenía e
incrementaba las medidas de atosigamiento y desestabilización en contra
del régimen cubano8. En la Conferencia de Punta de Este de 1961 se
anunció oficialmente este plan, conocido desde entonces como «Alianza
para el Progreso» que buscaba, a través de la ayuda norteamericana y de
procesos de modernización económica impulsados por cada gobierno,
incrementar el nivel de vida de los sectores sociales empobrecidos, con
el fin de aliviar tensiones y evitar estallidos revolucionarios. El objetivo
político inmediato, por otro lado, era generar las condiciones necesarias
para tomar medidas en contra de Cuba con la participación de la mayoría
de los países latinoamericanos, con lo que se evitaba evidenciar cualquier
tipo de acción como una mera agresión de Estados Unidos, lo que en el
contexto de la Guerra Fría podría haber significado una respuesta de la
Unión Soviética en otro punto en conflicto (como, por ejemplo, la situación
de Berlín)9. Esto, por lo demás, se logró parcialmente con la resolución
de la Reunión de Cancilleres en Washington en julio de 1964 que decretó,
tras acusaciones de agresión del régimen de Fidel Castro en contra de la
Venezuela de Betancourt, la ruptura de relaciones diplomáticas con la
isla por parte del Sistema Interamericano. A pesar de la oposición a estas
medidas por parte del gobierno chileno, el Presidente Jorge Alessandri,
en virtud del principio de «respeto a los tratados», retiró a su embajador
en La Habana en agosto de ese año, a días de la elección presidencial10.
Los postulados principales de la Alianza para el Progreso —reforma
agraria, reforma tributaria, modernización del comercio, ampliación de

2006. La adopción oficial de la «vía armada» por parte del PS se realizó en el


XXIII Congreso de Chillán, en 1967, pocos días después de la muerte del «Che»
Guevara en Bolivia.
8
Sobre este punto en particular, véase Vanni Pettiná, «Del anticomunismo al antina-
cionalismo: La presidencia Eisenhower y el giro autoritario en la América Latina
de los años 50», en: Revista de Indias, Vol. LXVII, N° o. 240, 2007, pp. 573-606.
9
Luis Alberto Moniz, De Martí a Fidel. La Revolución Cubana y América Latina,
Buenos Aires: Grupo Editorial Norma, 2008, capítulo X.
10
El episodio está detallado en Joaquín Fermandois, «Chile y la cuestión cubana.
1959-1964», en Historia, N° 17, Santiago, 1982, pp. 113-200.

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«Chile en la encrucijada»

la educación e impulso a la construcción de viviendas, entre otras cosas—


se identificaron en Chile desde temprano con la Democracia Cristiana,
partido de matriz socialcristiana que por entonces experimentaba un
agudo proceso de crecimiento electoral, desplazando del centro político al
Partido Radical. En efecto, desde la separación de la Falange Nacional del
Partido Conservador en 1938 hasta la fundación de la Democracia Cris-
tiana en 1957, esta corriente había tenido un pobre desempeño electoral,
con un leve ascenso hacia mediados de los años cincuenta. Sin embargo,
con el desbande de las bases de apoyo del gobierno de Ibáñez, la caída
moderada aunque sostenida del electorado de la derecha y la ampliación
explosiva del universo de votantes a partir de las reformas electorales de
1958 y 1961, la suerte democratacristiana comenzó a cambiar. En las pre-
sidenciales de 1958, su candidato y líder natural, Eduardo Frei Montalva,
llegó en tercer lugar con un prometedor 20,5%, absorbiendo gran parte,
junto a la izquierda, del ibañismo de 1952. La DC, a pesar de la derrota,
logró retener gran parte de la popularidad de Frei Montalva, logrando en
las municipales de 1963 desplazar definitivamente al radicalismo como
primera fuerza nacional11. Su atractivo se basaba en su proyecto refor-
mista basado en los principios de la doctrina social de la Iglesia Católica
e inspirado en el desarrollismo y en las conclusiones de corrientes como
la representada por la CEPAL —con sede en Santiago—, que enfatizaban
la necesidad de cambios estructurales modernizadores con el objeto de
incorporar a los sectores sociales marginados y desarrollar las economías
nacionales en base a la diversificación de la producción, la ampliación de
los mercados internos y la planificación estatal como guía racional para
un desenvolvimiento armónico del conjunto de la sociedad. Además, los
democratacristianos se presentaban a sí mismos como la alternativa al
individualismo liberal capitalista, por un lado, y al marxismo ortodoxo,
por el otro, lo que, si bien durante largos años les valió nutridas críticas
tanto de la izquierda como de la derecha, constituyó la principal razón de
su popularidad en un momento en el que se favorecían por toda América
Latina gobiernos desarrollistas no-revolucionarios12.

11
Tomás Moulián, «La Democracia Cristiana en su fase ascendente: 1957-1964»,
Santiago, en Documento de Trabajo, N° 288, FLACSO, 1986, pp. 1-71.
12
Para un análisis de los fundamentos doctrinarios de la Democracia Cristiana,
particularmente de su rol como alternativa al marxismo revolucionario, véase
Luz María Díaz de Valdés, La Democracia Cristiana, una opción ideológica y real
frente al marxismo en Chile: (1957-1964), Santiago de Chile, Tesis de Licenciatura
en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2003.

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Marcelo Casals

Por su parte, la derecha política chilena iniciaba su proceso de de-


cadencia. Si bien este sector había perdido el control del Ejecutivo hacia
finales de la década de los treinta, durante los gobiernos radicales había
logrado mantener importantes cuotas de poder en el Parlamento, en el
mundo civil y en la estructura económica chilena, haciendo uso de distintas
estrategias para neutralizar los aspectos más avanzados del reformismo
centroizquierdista13. La situación del campo chileno, la piedra de tope
de la convivencia democrática entre la derecha y el resto de los sectores
políticos, se mantuvo de ese modo inalterada durante todo este período,
situación que cambiaría solamente una vez que la derecha política perdiera
su capacidad de incidir en las decisiones gubernamentales, es decir, una
vez electo Eduardo Frei Montalva como Presidente.
En 1958, sin embargo, la derecha política alcanzó el poder gracias
a la victoria de Jorge Alessandri, producto a su vez de la dispersión del
electorado en cinco candidaturas, sin que ninguno de los partidos centristas
lograse articular una alianza con algún extremo del sistema de partidos.
Postulando un proyecto de modernización capitalista de corte liberal, el
candidato de la derecha venció por estrecho margen al socialista Salvador
Allende. El sexenio alessandrista, no obstante, fue el último momento
de vigencia política de conservadores y liberales. El episcopado chileno,
otrora un poderoso aliado del conservadurismo, comenzó a renovar sus
integrantes y perspectivas, comenzando a apoyar fórmulas reformistas
de cambio social en consonancia con el espíritu que animaría al Concilio
Vaticano II14. Del mismo modo, según lo ya mencionado, Estados Uni-
dos hizo llamados a modernizar las estructuras sociales y económicas del
continente para evitar la propagación del ejemplo cubano15. El impacto
del terremoto electoral ibañista de inicios de los cincuenta —del cual la
derecha nunca pudo recuperarse del todo— y las reformas de 1958 y
1962 que, entre otras cosas, transparentaron los métodos electorales y
ampliaron el universo de votantes, fueron también elementos importantes
en el proceso de decadencia electoral de la derecha.

13
Tomás Moulián, Fracturas. De Pedro Aguirre Cerda a Salvador Allende (1938-
1973), Santiago de Chile: LOM, 2006, passim; Sofía Correa, Con las riendas del
poder: la derecha chilena en el siglo XX, Santiago de Chile: Sudamericana, 2005,
pp. 65-103.
14
Sofía Correa, «Iglesia y política: el colapso del Partido Conservador», en Mapocho,
N° 30, segundo semestre de 1991, pp. 137-148.
15
Sofía Correa, «La derecha en Chile contemporáneo: La pérdida del control estatal»,
en Revista de Ciencia Política, Santiago, Pontificia Universidad Católica de Chile,
Vol. XI, N° 1, 1989, pp. 15-19.

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«Chile en la encrucijada»

El gobierno de Alessandri Rodríguez, por otro lado, no logró cumplir


con sus objetivos. Fuertemente crítico de los partidos políticos —incluso
de aquellos que lo apoyaban— y del manejo económico de los gobiernos
anteriores, tuvo obligadamente que ceder en puntos claves de su programa.
El Partido Radical fue incorporado al gabinete para asegurar la mayoría
parlamentaria, con lo que el Presidente ingresó al juego político partidario
que tanto despreciaba. Del mismo modo, la liberación de precios y del tipo
de cambio realizados al inicio de su administración, pronto comenzaron
a dar resultados negativos. La inflación se disparó. Entre 1958 y 1961
pudo ser llevada de un 33,3% a un 7,7%; desde ahí se empinó hasta el
44,3% en 196316. Con ello se agudizó la presión social, representada
políticamente por la oposición en el Parlamento. Volvieron los controles
de precios, los reajustes periódicos y las huelgas sectoriales, fracasando
gran parte del ideario liberal alessandrista.
Ese fue el contexto general que rodeó a las elecciones presidenciales de
1964. El FRAP y la DC volvieron a postular a Allende y a Frei Montalva
respectivamente. Conservadores, liberales y radicales, aglutinados en el
«Frente Democrático», se inclinaron por el senador Julio Durán, líder del
ala derecha del PR. Sin embargo, una elección complementaria en marzo
de 1964 en la provincia de Curicó modificó todo el panorama político. En
una zona de tradicional dominio derechista, aunque de creciente influencia
democratacristiana, radical y socialista17, se enfrentaron representantes de
cada bloque político para ocupar la vacante en la Cámara de Diputados
dejada tras las muerte del socialista Óscar Naranjo. La derecha política,
de acuerdo a los datos de las elecciones municipales de 1963, debería
haber obtenido una cómoda victoria. Sin embargo, el vencedor fue el
candidato del FRAP e hijo del diputado fallecido. Las reacciones fueron
inmediatas. Durán renunció a su candidatura, para retormarla luego solo
en representación del Partido Radical. Conservadores y liberales, por su
parte, aterrorizados con la expectativa de una victoria de Allende, le dieron
su apoyo incondicional a Frei Montalva bajo la lógica del mal menor. El
cuadro quedaba así completo. Durán, en una desmejorada posición, única-
mente mantuvo su candidatura para evitar la dispersión de su partido, sin
opción ninguna de lograr la victoria. Allende realizó llamados insistentes
16
Para un relato con información estadística del gobierno de Alessandri Rodríguez,
véase Alan Angell, Chile de Alessandri a Pinochet: en busca de la utopía, Santiago
de Chile: Andrés Bello, 1993, pp. 37-46.
17
Jaime Antonio Etchepare y Mario Eduardo Valdés, «El naranjazo y sus repercusio-
nes en la elección presidencial de 1964», en Política, Instituto de Ciencia Política,
Universidad de Chile, N° 7, julio de 1985, p. 131.

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Marcelo Casals

al radicalismo para lograr su apoyo, mientras que el democratacristia-


no comenzó a variar su retórica en consonancia con el nuevo contexto
político del momento. El anticomunismo, aquella polaridad ideológica
continuamente presente en la política chilena, fue el tema principal de la
campaña, ya sea por parte del gigantesco esfuerzo propagandístico que
realizó la derecha y la Democracia Cristiana, como también por parte de
las débiles e ineficaces réplicas que la izquierda realizaba. La identificación
de la política chilena con los conflictos ideológicos globales, del mismo
modo, alcanzó su punto máximo. Las elecciones presidenciales de 1964, en
este sentido, comenzaron a ser vistas como una gran encrucijada de Chile
y Occidente, donde se jugaba la suerte del continente. La retórica política
desbordó el ámbito doméstico, orientándose —a pesar de la izquierda— de
acuerdo a la polaridad comunismo-anticomunismo.

La larga tradición del anticomunismo en Chile


El anticomunismo en 1964 no era una novedad en Chile. De hecho, es
posible rastrear sus orígenes en los inicios del siglo XX, si no antes18. El
agotamiento del dinamismo de la industria salitrera agudizó las tensio-
nes sociales en un Chile cruzado por las inequidades y la marginación.
La difícil situación nacional ya se había traducido en fuertes críticas de
intelectuales vinculadas a las clases media y obrera, formuladas a pro-
pósito de las celebraciones del Centenario de la República en 1910. Los
conflictos obreros se hicieron entonces recurrentes, y la respuesta del Es-
tado careció de toda sutileza. Las luchas sociales se leyeron a partir de la
lógica del antisocialismo por parte de los sectores dominantes, que veían
en las huelgas y movimientos obreros la presencia de agentes subversivos
extranjeros que pretendían destruir los fundamentos de la nación y la
religión. Un fenómeno ejemplificador de esta sensibilidad fue la aparición
de las Ligas Patrióticas en la década de 1910. Estos grupos, principalmente
compuestos por las élites provinciales —aunque con importante presencia
obrera en sus filas— y de fuertes tendencias xenófobas (principalmente

Ejemplo de ello es la recepción por parte de la prensa conservadora chilena de


18

sucesos como la Comuna de París de 1871, donde se proyecta una imagen demo-
nizada de los communards y del propio Marx. Al respecto, véase Luis Ortega, «Los
fantasmas del comunismo y Marx en Chile en la década de 1870», en Revista de
Historia Social y de las Mentalidades, Santiago, Universidad de Santiago de Chile,
N° 7, Vol. 2, 2003.

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«Chile en la encrucijada»

antiperuanas) y antiizquierdistas, fueron amparados y fomentados por el


Estado y sus autoridades regionales19.
Pero fue el impacto simbólico e ideológico que la Revolución Rusa
tuvo en el país, la que inauguró verdaderamente el anticomunismo en
Chile20. El origen social del antisocialismo anterior a 1917, como tam-
bién sus usos legitimadores del statu quo, fueron bastante claros. Ello, en
gran medida, continuó existiendo, pero con el nuevo referente soviético,
el antisocialismo, devenido en anticomunismo, adquirió un fuerte com-
ponente político-ideológico que iba más allá de una mera estrategia de
legitimación. Con la existencia de un régimen concreto inspirado en los
principios del marxismo, la oposición otrora doctrinaria se convirtió en
política, transformándose en un elemento continuamente presente en el
debate público. La reñida y polémica elección presidencial de 1920 fue el
debut de este tipo de lógica. Arturo Alessandri, el candidato de la Alianza
Liberal, fue acusado de «maximalista» y «bolchevique» por sus oponen-
tes, advirtiéndose acerca de la inminente revolución social de vencer en
las urnas.
La dictadura de Ibáñez (1927-1931) fue el primer gobierno en ile-
galizar al Partido Comunista, nombre asumido por el Partido Obrero
Socialista, fundado en 1912 y compuesto principalmente por trabajadores
del salitre, tras su afiliación a la III Internacional en 1922. Los embates
represivos del régimen casi terminaron con la colectividad, más aún cuando
por entonces se iniciaba el proceso de «bolchevización» que, entre otras
cosas, produjo varias e importantes defecciones, a la vez que lo hizo tomar
posiciones radicales que aislaron al pequeño partido21.
19
El mejor estudio monográfico sobre las Ligas Patrióticas es el de Sergio González,
El Dios Cautivo. Las Ligas Patrióticas en la chilenización compulsiva de Tarapacá
(1910-1922), Santiago de Chile: LOM, 2004. Véase también Carlos Maldonado,
Sergio González Miranda y Sandra McGee Deutsch, «Las Ligas Patrióticas: Un
caso de Nacionalismo, Xenofobia y Lucha Social en Chile», en Revista de Inves-
tigaciones Científicas y Tecnológicas, serie Ciencias Sociales, Universidad Arturo
Prat, Vol. 1, N° 2, Iquique, Chile, 1993, pp. 37-49; y en Canadian Review of Stu-
dies in Nationalism, Vol. XXI, N° 1-2, Prince Edwards Island, 1994, pp. 57-69;
y Sandra McGee Deutsch, Las derechas. La extrema derecha en la Argentina, el
Brasil y Chile, 1890-1939, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2005,
pp. 31-47, 89-110 y 185-247.
20
Al respecto véase Evguenia Fediakova, «Rusia soviética en el imaginario político
chileno, 1917-1939», en Manuel Loyola y Jorge Rojas (comps.), Por un rojo
amanecer: Hacia una historia de los comunistas chilenos, Santiago de Chile: ICAL,
2000.
21
El episodio está detallado en Olga Ulianova, «El Partido Comunista chileno durante
la dictadura de Carlos Ibáñez: primera clandestinidad y ‘bolchevización’ estaliniana
(1927-1931)», en Olga Ulianova y Alfredo Riquelme, Chile en archivos soviéticos

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Marcelo Casals

El régimen político chileno se reestructuró en la primera mitad de la


década de 1930 luego de un período de profundos conflictos y cambios
sociales que, entre otras cosas, significaron el fin del modelo oligárquico-
exportador que había primado hasta entonces. Al Alessandri reformista
de 1920 le sucedió el Alessandri conservador en 1932, quien se dedicó a
administrar el nuevo régimen surgido a raíz de la Constitución de 1925. El
nuevo gobierno fue fuertemente crítico de la participación política de los
militares en el período anterior, presionándolos para volver definitivamente
a los cuarteles. Algunos grupos civiles de derecha que habían participado
del derrocamiento de Ibáñez también hicieron suyo este sentimiento, al
que sumaron una fuerte tendencia antiobrera y antiizquierdista. Ese fue
el origen de la Milicia Republicana, una extendida organización armada
que actuó, en un primer momento, bajo el alero del gobierno de Alessandri
Palma, para sofocar todo intento de insurrección militar y/o izquierdista,
como la que había instalado como breve república socialista en junio de
193122.
La elección de 1938 fue otro momento político conflictivo, donde las
invocaciones anticomunistas no escasearon. La expectativa de un gobierno
del Frente Popular despertó todos los temores de la derecha política y sus
bases de apoyo, ante lo que pensaban iba a ser la reedición del régimen
soviético o de la guerra fratricida que España libraba entonces. La cam-
paña electoral se llevó adelante en base a una identificación de Aguirre
Cerda con los más abyectos rasgos del comunismo, atribuyéndole a este la
intención de conculcar las libertades democráticas, abolir la libre práctica
de la religión y socializar todo bien privado23. Fueron estos también los
años de nuevos intentos por ilegalizar al Partido Comunista. Sergio Fer-
nández Larraín, quizás uno de los anticomunistas chilenos más enconados
y activos del período, redactó en 1940 un proyecto de ley que prohibía la
existencia de organizaciones que atentasen contra el orden social y político
de la República. A su aprobación por el Senado, sin embargo, le siguió
el inmediato veto del Presidente Aguirre Cerda, por lo que su aplicación
no prosperó. Por cierto, los intentos de estos años de legalizar la exclu-
sión de grupos políticos específicos no afectaron solamente al PCCh. En

1922-1991. Tomo 1: Komintern y Chile 1922-1931. Fuentes para la historia de la


república. Volumen XXIII, Santiago de Chile: DIBAM-LOM, 2002, pp. 215-258.
22
Un excelente estudio de esta organización lo constituye el de Verónica Valdivia, La
milicia republicana: los civiles en armas: 1932-1936, Santiago de Chile: DIBAM,
1992.
23
Para un crónica de la elección de 1938, véase Marta Infante, Testigos del 38,
Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello, 1972.

100
«Chile en la encrucijada»

1941, el ministro del Interior de Aguirre Cerda, Arturo Olavarría, envió


al Congreso otro proyecto de ley infructuoso que afectaba también a la
sección chilena del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, compuesto
principalmente por inmigrantes de esa nacionalidad. Más allá de las for-
mulaciones legales, la práctica institucional de entonces forjó el concepto
de «defensa de la democracia» como posibilidad de exclusión, haciendo
posible y entendible, en la coyuntura adecuada, un esfuerzo estatal por
ilegalizar y reprimir a grupos políticos identificados como subversivos y
atentatorios contra el orden jurídico24.
Y el momento llegó. En 1946 resultó electo como Presidente de la
República el radical Gabriel González Videla, el tercer hombre consecutivo
de su partido en vencer una elección presidencial, con apoyo comunista.
El desencadenamiento de la Guerra Fría, las presiones norteamericanas,
la agudización de la conflictividad social y la contradictoria estrategia
comunista desde el poder provocaron la expulsión del PC del gobierno
en 1947 y tras una verdadera guerra política con la administración de
González Videla, su ilegalización y represión a partir de 1948. En medio
de estos acontecimientos, se organizó en la capital quizás el único grupo
civil abiertamente anticomunista de cierta magnitud en la historia polí-
tica chilena, la Acción Chilena Anticomunista (ACHA), compuesta por
radicales de derecha, militares, nacionalistas, conservadores e incluso
socialistas, que lograron organizar «regimientos» en varias ciudades, con
militantes fuertemente armados y entrenados. La misión declarada de la
organización era defenderse de un eventual golpe comunista, presionando
al mismo tiempo por la ilegalización de aquella colectividad. Los choques
callejeros con las juventudes izquierdistas se multiplicaron por estos años,
a lo que se sumó la elaboración y ejecución de atentados a personalidades
políticas signadas como «pro-comunistas». Con la aprobación de la así
llamada Ley de Defensa Permanente de la Democracia que estableció la
prescripción del comunismo en 1948, el grupo perdió fuerza, disolviéndose
a los pocos años25.
El Partido Comunista, como consecuencia de todo esto, estuvo ile-
galizado durante una década. Ello no impidió que políticos de derecha,
apoyados por sus órganos de prensa, advirtiesen continuamente a lo largo

24
Eladio Huentemilla, «Antecedentes de la Ley de Defensa Permanente de la Demo-
cracia», Santiago, Tesis de Licenciatura en Historia, Pontificia Universidad Católica
de Chile, 1992, pp. 44-49.
25
Carlos Maldonado, «ACHA y la proscripción del Partido Comunista en Chile»,
Documento de Trabajo N° 60, Santiago, FLACSO, 1989, passim.

101
Marcelo Casals

de estos años del peligro latente que encerraba el supuesto trabajo subte-
rráneo en Chile y denunciaran infiltraciones, debilidades y colusiones de
distintos actores sociales con la tarea «disolvente» del comunismo. Los más
activos en esta faena, en lo que fue una especie de reproducción a escala de
la «caza de brujas» del macartismo norteamericano, fueron el conservador
Sergio Fernández Larraín y el liberal Raúl Marín Balmaceda26.
Como ya se ha señalado, la Revolución Cubana despertó nuevamente
los temores a la revolución social en América Latina. La identificación
de gran parte de la izquierda de la región con el régimen cubano, más
allá de las diferencias doctrinarias entonces suscitadas, concentró en este
sector social las acusaciones y recriminaciones de los grupos y activistas
anticomunistas locales. Fue este un punto central de la propaganda en
contra de las izquierdas latinoamericanas, proceso que tuvo como hitos
destacados, en 1964, la movilización social y posterior derrocamiento de
Goulart en Brasil y la elección de Frei Montalva en Chile.

«Chile en la encrucijada»
La propaganda anticomunista desplegada en las elecciones presidenciales
chilenas de 1964 apuntó a una diversidad de temáticas y actores específicos,
con el objetivo de convocar a la totalidad de la sociedad chilena a la acción
para superar la «encrucijada» a la cual se enfrentaba el país. No existió,
en este sentido, un «guion» uniforme e invariable, predominando, por el
contrario, la diversidad de mensajes y medios por los cuales se difundían.
Sin embargo, es posible identificar una estructura ideológica común a los
argumentos entonces difundidos. En ese sentido, el anticomunismo no fue
solo la oposición al comunismo, sino que también la afirmación de valo-
res, realidades y prácticas establecidas que se defienden de una amenaza
asumida como inmediata y catastrófica. Elementos como la defensa de
la familia, la religión, la propiedad, la nación, la democracia y la justicia

Algunos escritos y discursos sobre esta materia son: Sergio Fernández Larraín, En
26

vigilia de guerra… Exposiciones y discursos parlamentarios, Santiago de Chile:


Imprenta El Imparcial, 1946; Informe sobre el comunismo rendido a la Convención
General del Partido Conservador Unido, el 12 de octubre de 1954, Santiago de
Chile: Talleres de la Empresa Editora Zig-Zag, 1954; Falange Nacional, Demo-
cracia Cristiana y Comunismo, Santiago de Chile: Imprenta Z.A.I., 1958 e Y el
comunismo sigue su marcha…, Santiago de Chile: Del Pregón, 1963. De Marín
Balmaceda, por su parte, destacan O arrasamos al comunismo o el comunismo
arrasa a Chile, Santiago de Chile: Imprenta El Esfuerzo, 1948; Proceso al Soviet
en el Senado de Chile, Santiago de Chile: Instituto Geográfico Militar, 1956 y No
demagogia!, Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1955.

102
«Chile en la encrucijada»

son recurrentes, entendiendo a dichos elementos en clave conservadora y


como parte de un conjunto doctrinario interrelacionado, aunque rara vez
explicitado y desarrollado. El comunismo, en esta perspectiva, atentaría
contra la totalidad de los fundamentos de la nación, siendo entonces incom-
patible con determinadas esencias inmutables de la sociedad chilena. La
propaganda anticomunista de 1964 se articuló en torno a esta insistencia
en el antagonismo radical de todo elemento identitario aceptado con lo
que se entendía por comunismo.
Un ejemplo muy interesante de propaganda anticomunista lo consti-
tuye la serie de afiches publicada en distintos periódicos y revistas chilenas
durante 1964 a cargo del llamado «Foro de la Libertad del Trabajo»27,
liderado por empresarios derechistas como Óscar Ruiz-Tagle, Pablo Al-
dunate Phillips y Javier Echeverría Alessandri28. Si bien no fue la única
institución u organización civil en auspiciar avisos e inserciones pagadas29,
el análisis de los distintos afiches difundidos a partir de junio de 1964
nos da cuenta de esta amplitud temática y, a la vez, de los fundamentos
ideológicos comunes al esfuerzo anticomunista de esta campaña desde
la óptica conservadora30. Como dice el mismo nombre de la agrupación,

27
La serie, aunque incompleta, se encuentra en Foro de la Libertad de Trabajo, Chile
en la encrucijada, Santiago de Chile: Impresiones Sopech, 1964. Los afiches fal-
tantes pueden encontrarse en la prensa periódica, principalmente en El Mercurio,
La Nación y El Diario Ilustrado a partir de junio de 1964.
28
Eduardo Labarca, Chile invadido, Santiago de Chile: Editorial Austral, 1968. p.
72. Si bien este libro está enfocado a la denuncia y al debate contingente de la
segunda mitad de la década de los sesenta por parte de un sector específico del
sistema político —el Partido Comunista—, el contraste con distintas fuentes en
torno a otros aspectos de los sucesos de 1964 da cuenta de la verosimilitud de
gran parte de sus datos.
29
Otras organizaciones fueron «Chile Libre», «Acción Chilena» y «Acción Mujeres
de Chile» que periódicamente publicaban en la prensa antiizquierdista columnas
y afiches enfocados a distintos sectores sociales. «Acción Mujeres de Chile», por
ejemplo, como su nombre lo indica, se enfocó principalmente a persuadir a las
mujeres de votar por Frei Montalva para salvar al país de las garras del comunismo.
El grupo fue liderado por una aristócrata santiaguina de gran notoriedad pública
durante el gobierno de la Unidad Popular, por su incesante labor de organización
de mujeres opuestas a Allende, Elena Larraín. Luego de separarse de «Chile Libre»
tras constatar la escasa voluntad de sus miembros masculinos por pasar a la acción
política directa, fundó en 1963 esta organización que, de acuerdo con Margaret
Power, seguramente recibió financiamiento norteamericano durante 1964, según
consta (aunque no explícitamente) en el «Informe Church» del Congreso Nortea-
mericano de 1975. Margaret Power, La mujer de derecha. El poder femenino y la
lucha contra Salvador Allende, 1964-1973, Santiago de Chile: DIBAM, 2008, pp.
100-104.
30
Ciertamente, el anticomunismo en clave conservadora de la «campaña del terror»
de 1964 no fue la única expresión de esta persuasión ideológica en estos años. La

103
Marcelo Casals

su eje articulador fue la defensa de la «libertad», entendiéndola como


un valor inherente a la sociedad chilena aplicado sobre todo al mundo
laboral. La «libertad», entonces, no se concibe como la consecuencia de
un acto político (como lo entendía la izquierda) o una condición esencial a
un proyecto reformista (como lo hizo la Democracia Cristiana), sino que,
por el contrario, se asumía como una situación ya existente que, lejos de
cultivarla, desarrollarla o ampliarla, requería de su defensa frente a una
amenaza inmediata. La aplicación de este concepto al mundo laboral, por
otro lado, no restringía su ampliación hacia otras esferas de la vida social,
como la doméstica o familiar. La defensa de la «libertad de trabajo», de la
propiedad y del desarrollo económico evolutivo, en este sentido, iba de la
mano con la defensa de la familia como valor social fundamental y de la
continuidad de sus prácticas cotidianas. Tanto en la esfera laboral como
privada, además, se buscaba mantener y consolidar las diferenciación
de roles femeninos y masculinos, entendiendo que las primeras estaban
destinadas a ser esposas, madres e hijas obedientes, mientras que los
segundos debían salir del hogar a buscar el sustento, lo que, los investía
de una autoridad indiscutible en el seno del hogar. Así, el anticomunismo
netamente liberal-económico se complementaba con una propuesta va-
lórica conservadora que incluía otras dimensiones de la actividad social,
fortaleciendo con ello la idea del comunismo como amenaza integral a
todas las formas de vida legítimas y aceptadas31.

Democracia Cristiana y su candidato, Eduardo Frei Montalva, también hicieron


referencias reiteradas a los peligros de la candidatura «comunista» de Salvador
Allende, como lo expresan, por ejemplo, la «Tercera Declaración de Millahue»
de abril de 1964 y el periódico de campaña Flecha Roja. Del mismo modo, la
candidatura radical de Julio Durán hizo un uso extensivo de este tipo de discur-
so, el cual es posible identificar en el periódico Golpe publicado en estos meses,
representativo de la sensibilidad del ala derecha del radicalismo.
31
Este tipo de anticomunismo, por cierto, no fue el único. Siguiendo a Rodrigo Patto
Sá Motta, el anticomunismo se alimenta de tres fuentes o «matrices» desde donde
fundamenta sus argumentos: nacionalismo, catolicismo y liberalismo. El primero
asume la nación como un cuerpo orgánico y armónico que precisa del orden y la
jerarquía para su correcto funcionamiento. El comunismo, en ese esquema, repre-
sentaría un agente patológico que atentaría contra la integridad de la comunidad
nacional. Del mismo modo, el catolicismo desarrolló desde el siglo XIX un agudo
antisocialismo fundamentado en su rechazo al materialismo, en la defensa del
orden y la jerarquía social y en las severas críticas papales que les mereció, ya en
el siglo XX, la experiencia soviética. Por su parte, desde la sensibilidad liberal —en
sus variantes política y económica— se condenó al comunismo por cuestionar los
fundamentos del régimen democrático (liberal) y por atentar contra el derecho
de propiedad y la libre iniciativa. En todo discurso anticomunista, por cierto, es
posible encontrar elementos de más de uno de estas «matrices», no siendo en

104
«Chile en la encrucijada»

Podemos dividir esta colección de dieciséis afiches según el actor social


al cual están dirigidos y la esfera (pública o privada) a la cual apuntan, sin
perjuicio de que un cartel pueda entrar en más de una categoría.
En primer lugar, tenemos una serie de seis afiches de propaganda que
dicen relación con la masculinidad, la feminidad y la familia de modo ex-
plícito. Como se señaló, el objetivo de enfatizar sobre la incompatibilidad
de los roles de género y la constitución de la familia con el comunismo
es, al mismo tiempo, persuadir sobre los peligros de la candidatura de iz-
quierda y reafirmar un universo valórico conservador amenazado por los
cambios sociales de esos años. Para el caso de la representación doméstica
y subordinada de la mujer, el esfuerzo propagandístico no carecía de fun-
damento ni de relación con la realidad social de entonces: más del 70% de
las chilenas de esos años eran dueñas de casa, y un porcentaje importante
de las que trabajaban lo hacían como empleadas domésticas. La política, en
ese contexto, era vista como un asunto de hombres, en cuanto estos eran
los actores por excelencia del espacio público32. De todos modos, ello no
significaba que las mujeres no reclamasen ni tuviesen derechos políticos.
Ya en 1952 habían podido participar en las elecciones presidenciales que
condujeron a Ibáñez a su segundo gobierno, favoreciendo en mayor me-
dida, eso sí, al candidato de la derecha; mientras que en 1958 decidieron
la elección de Alessandri Rodríguez, a pesar de la derrota de este en el
electorado masculino a manos de Salvador Allende33. En 1964, además, el
electorado femenino había crecido espectacularmente tanto en términos
reales como porcentuales, lo que las tornaba cada vez más gravitantes en
las decisiones políticas. La propaganda anticomunista estuvo consciente
de este hecho, concentrando gran parte de su esfuerzo en persuadir a este
sector social de favorecer a Frei Montalva por sobre Allende34.

absoluto excluyentes entre sí. Al respecto véase Rodrigo Patto Sá Motta, op. cit.,
pp. 15-29.
32
Margaret Power, «The Engendering of Anticommunism and Fear in Chile’s 1964
Presidential Election», en Diplomatic History, Vol. 32, N° 5, 2008, p. 942.
33
En esa oportunidad, Salvador Allende captó el 32,4% del electorado masculino,
mientras que Alessandri Rodríguez el 30,2%. Sin embargo, las mujeres le dieron
el 34,1% de los votos a este último y sólo un 22,3% a Allende, porcentaje incluso
menor al recibido por quien llegó en tercer lugar en esos comicios, el democrata-
cristiano Eduardo Frei Montalva. Federico Gil y Charles Parrish, «Part II. 1964
Presidential election returns, broken down by sex, province and region, along
with presidential election returns, of 1952 and 1958» en The Chilean presidential
election of September 4, 1964, Washington: Institute for the Comparative Study
of Political Systems, 1965, passim.
34
Ese año estaban inscritos para votar 1.332.814 mujeres y 1.582.307 hombres, es
decir, un 35,43% de la población total. Estos índices son bastante expresivos de

105
Marcelo Casals

El rol de Estados Unidos aparece en este punto como clave. Si bien


es la dimensión que más se ha destacado de la «campaña del terror» de
1964, muchas veces exagerando su relevancia en la política contingente y
minusvalorando la autonomía relativa de los actores políticos locales, es
un factor a considerar. Hasta el momento no es posible señalar a ciencia
cierta si la propaganda del «Foro de la Libertad de Trabajo» fue finan-
ciada y/o dirigida por los organismos de inteligencia norteamericanos.
De todos modos, sí se puede documentar la preocupación explícita del
Departamento de Estado por el electorado femenino y los esfuerzos que
emprendieron en esa línea35.
El mensaje de los distintos
carteles en esta categoría, a pesar
de apuntar a personajes específicos
diferentes, era el mismo: la familia
chilena, representada en las gráficas
como un estereotipo de la clase
media, era la unidad fundamental
de la sociedad, el lugar en donde se
reproducían los valores entendidos
como esenciales de la nacionalidad
y las prácticas que definían los roles
fundamentales aceptados. Desde
esa base se realiza la conexión
permanente entre aquella realidad
doméstica y privada y los destinos
de la nación: el advenimiento de un
régimen marxista implicaría la can-

la ampliación del electorado, más aún cuando consideramos que por esos años
cerca del 50% del país era menor de 20 años. A la vez, las mujeres habían llega-
do a representar un 45,7% de la población electoral, porcentaje notoriamente
superior al 33,9% de 1958. Además, en las elecciones de 1964 encontramos otra
diferencia en favor de las mujeres: la abstención femenina fue bastante menor
que la masculina. Un 83,8% de los hombres con derecho a voto concurrieron a
las urnas ese año, frente a un 90,39% de las mujeres, lo que en otras palabras
representa un 16,2% de abstención masculina y un 9,61% femenina. Christian
Carvajal, «La elección presidencial de 1964», Concepción, Memoria de Prueba
Licenciatura en Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad de Concepción, 1991, p.
50; y Raúl Morodo, Política y partidos en Chile. Las elecciones de 1965, Madrid:
Taurus, 1968, pp. 23-27.
35
Para un completa relación sobre este punto en base a la documentación nortea-
mericana disponible, véase Margaret Power, «The Engendering…» op. cit., pp.
931-953.

106
«Chile en la encrucijada»

celación del régimen democrático y, por ende, de las libertades generales,


particularmente las concernientes al mundo laboral. En ese contexto, la
unidad familiar se encontraría amenazada tanto por la arbitrariedad del
poder estatal como por la incapacidad material de satisfacer las necesida-
des básicas del hogar en el nuevo orden económico. La figura de la mujer,
entonces, quedaría eclipsada en sus roles fundamentales de protectora y
administradora, así como también la del hombre, al no poder cumplir
con su misión proveedora. En la parte inferior del afiche se lee: «Como
madre, como esposa, como hija, tienes hoy una gran responsabilidad…
¿Has pensado en la unidad de tu hogar, en el futuro de tus hijos, en la
felicidad de tu familia…?... Recuerda que lo más valioso de tu vida está en
peligro. Y recuerda que la alternativa es… ¡Democracia o marxismo!»36.
Una segunda categoría —más
cercana al ideario liberal-econó-
mico que inspiraba a este grupo
anticomunista— estaba relacionada
con las distintas áreas productivas
y laborales del país —y los sectores
sociales que de ellas se deriva-
ban—, enfatizando el peligro que
un gobierno marxista tendría para
las libertades empresariales y la
estabilidad del sistema económico
en su conjunto. A través de siete afi-
ches, en los cuales se mostraba, por
ejemplo, a un pequeño empresario,
un grupo de obreros, un trabajador
independiente o un campesino, se
explicaba de qué manera la llegada
del marxismo afectaría a la totalidad del cuerpo social. Hay, en este senti-
do, un esfuerzo sostenido por representar iconográficamente a la nación
productiva, estableciendo vínculos simbólicos entre propiedad privada,
libre iniciativa y orden social legítimo. Esto es explícito en, por ejemplo,
la representación de la población trabajadora rural (fig. 2), en donde se
puede leer:

36
Ver fig. 1 de esta primera serie. Foro de la Libertad de Trabajo, op. cit., s/p.

107
Marcelo Casals

Escucha campesino chileno. Encarnas la mejor tradición de la Patria y


eres como un símbolo de la chilenidad.
Todos queremos para ti, y para todos los hombres de trabajo una vida
mejor. Todos queremos que el progreso de Chile sea TU PROGRESO.
Porque amas a tu Patria y a tu familia impedirás que, con falsas promesas,
el marxismo tiranice al campesinado chileno y destruya tu libertad37.

Los tres campesinos que aparecen en el afiche representan a cada


uno de los estamentos tradicionales del orden hacendal chileno que, en lo
fundamental, se había mantenido intacto desde su conformación definitiva
en el siglo XVII. De izquierda a derecha, respetando el orden jerárquico y
diferenciados por sus vestimentas —e incluso por rasgos étnicos—, aparece
el patrón de fundo, el administrador o capataz y, al final, el inquilino. La
aparición en conjunto de estos tres personajes busca enfatizar el carácter
unitario de dicho régimen productivo, silenciando las diferenciaciones
laborales y sociales existentes en su seno. En la mentalidad conservadora-
terrateniente, la idea de la unidad (nacional, laboral o familiar) frente al
conflicto y al cambio es recurrente. Para ello se recrearon prácticas sociales
como el rodeo que, entre otras cosas, pretendía ser un momento de espar-
cimiento y competencia física, en donde las diferencias entre el campesino
y el patrón eran temporalmente superadas38. Se destaca aquí la armonía
que hay en este marco de relaciones sociales idealmente representadas
como recíprocas y marcadas por vínculos de lealtad. La idea del conflicto
de clases como fundamento del desarrollo histórico, por ende, resultaba
especialmente repulsiva en estos sectores, por cuanto se enfatizaba en las
diferencias sociales generadas por un régimen productivo en particular y
se atentaba contra la idea de sociedad como conjunto armónico dirigido
naturalmente por una vieja élite en relación de reciprocidad con sectores
sociales subordinados. Todo ese mundo se veía amenazado, en esta pers-
pectiva, por el marxismo y, por extensión, por todo intento reformista.

Foro de la Libertad de Trabajo, op. cit., s/p.


37

Para una excelente reflexión sobre la importancia de la tierra y la hacienda en la


38

mentalidad de la élite y la derecha política chilena en el siglo XX, véase María


Rosaria Stabili, El sentimiento aristocrático. Elites chilenas frente al espejo (1860-
1960), Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello-Centro de Investigaciones Diego
Barros Arana, 2003. Véase también Sofía Correa, «Las memorias de una vieja
elite», en María Rosaria Stabili (coord.), Entre historias y memorias. Los desafíos
metodológicos del legado reciente de América Latina, Madrid: Estudios AHILA
N° 2, pp. 37-62.

108
«Chile en la encrucijada»

Bajo el mensaje difundido a través de este tipo de imágenes, por


otro lado, se encuentra implícito un rechazo a la reforma agraria, parte
integrante de los programas de Frei y Allende, en cuanto medida que ero-
sionaría profundamente el orden social por excelencia y, por lo mismo,
los valores de la autoridad y la jerarquía. Esta defensa del mundo rural
tradicional, por lo mismo, podría ser una señal de los límites de la inter-
vención norteamericana en esta campaña. Por entonces, como se señaló,
Estados Unidos, en virtud de la «Alianza para el Progreso», apoyaban
movimientos reformistas que, entre otras cosas, incluían un respaldo
explícito a los esfuerzos por reformar el sistema económico y social del
agro latinoamericano. Esta contradicción, al menos en este caso, mostraría
que esa intervención tuvo que ver más con el financiamiento continuo de
este tipo de grupos que con el control de las temáticas y contenidos de la
campaña anticomunista39.
El último grupo de afiches era
el de aquellos orientados según
grupos etarios de la sociedad, es
decir, portadores de mensajes ex-
plícitamente dirigidos a jóvenes,
adultos y ancianos en virtud de una
división de roles preestablecida y
articulada en base a los principios
de autoridad, sumisión y tradición.
Aunque minoritaria en relación al
resto de la propaganda anticomu-
nista, esta serie se fundamentaba en
los mismos preceptos ideológicos
de las dos categorías anteriores: el
libre emprendimiento y la democra-
cia liberal son los fundamentos de
todo desarrollo económico y social
que no pretenda remover los pilares en los que se apoya la autoridad
y el orden; y, por otro lado, hombres y mujeres tienen distintos roles y

Ciertamente, ello no excluye que Estados Unidos haya sido más decisivo en los
39

mensajes de la propaganda anticomunista en otros grupos o actores políticos, o bien


en otro tipo de financiamiento como el otorgado a la Democracia Cristiana para su
ampliación orgánica y los gastos de campaña. La documentación norteamericana
desclasificada, tanto la contenida en el «Informe Church» como la difundida a
partir de finales de los años noventa, en virtud de sus cortes y censuras reiteradas
no permite identificar con precisión este punto.

109
Marcelo Casals

misiones que se relacionan con la conservación de la estabilidad domés-


tica y su administración interna respectivamente. Así, en esta categoría,
los ancianos simbolizaban la inmutabilidad de los principios sociales y
la necesidad de defenderlos de una amenaza disgregadora. Por su parte,
los adultos son descritos por las gráficas de propaganda como los admi-
nistradores y dirigentes tanto en la esfera doméstica como pública. Por
último, jóvenes y niños eran expuestos como seres indefensos e incapaces
de elegir racionalmente y, por ende, necesitados de la protección familiar
de los adultos. La figura 3 es un buen ejemplo de esto último. En ella se
aprecia un joven de edad escolar correctamente uniformado observando
con «expresión serena», como señala la leyenda del cartel, a pesar de la
incierta situación. Ello porque, en cuanto sujeto sin derechos políticos y
necesitado de protección, «confías en que, ante la encrucijada, los hombres
de hoy pensarán en ti»40. La amenaza del marxismo es presentada aquí
como un atentado directo ante el derecho de la juventud de desarrollarse
y progresar en libertad y democracia. Este tipo de discurso, por cierto,
no estuvo pensado solamente para que impactase en este grupo social
específico. Los padres y todo aquel adulto que se sienta interpelado con
la idea de un joven inexperto incapacitado de desarrollarse en un medio
adecuado, ciertamente que recibirá el mensaje. El marxismo, una vez más,
es caracterizado como la antítesis de todo progreso humano ya que, al
contrario de lo que señala su retórica, no sería más que esclavitud, alie-
nación, engaño, injusticia y miseria.

Palabras finales
Uno de los aspectos más polémicos de la «campaña del terror» de 1964
fue la masiva —aunque soterrada— intervención norteamericana, recono-
cida y detallada por el mismo Senado de Estados Unidos a mediados de la
década de los setenta —cuando ya los vientos políticos soplaban en otra
dirección— y refrendada con la desclasificación progresiva de documen-
tación de inteligencia de la época, iniciada a finales de los años noventa.
Es ahí donde principalmente se ha puesto el acento en el análisis político

El texto completo de este afiche dice: «Si los adultos de Chile se formaron en una
40

Patria libre y altiva, no tienen derecho a entregarte a ti una Patria esclavizada y


sometida…Tu expresión serena parece indicar que confías en que, ante la encru-
cijada, los hombres de hoy pensarán en ti… Que nunca tu serena expresión se
vea turbada por el temor, por la duda, por el miedo… Que nunca los hombres
responsables de tu destino destruyan tu legítimo derecho a vivir y progresar en un
Chile democrático, libre de la amenaza marxista». Foro de la Libertad de Trabajo,
op. cit., s/p.

110
«Chile en la encrucijada»

y periodístico41. Más allá de las particularidades del Chile de entonces,


generalmente se ha enfatizado en las modalidades de la intervención, los
montos de los recursos empleados y los efectos desestabilizadores por
ellos generados. Este tipo de enfoque, sin embargo, encierra el peligro
de desconocer la autonomía de los actores locales y sobredimensionar la
capacidad de influencia y control de las potencias extranjeras. La «cam-
paña del terror» no fue la única expresión de anticomunismo durante
1964. Otros actores políticos y sociales comenzaron a difundir este tipo
de mensajes aun antes de que comenzase sistemáticamente la intervención
norteamericana en materia de propaganda electoral, es decir, a mediados
de ese año. Ciertamente que se hace muy difícil distinguir entre anti-
comunismo local y global, en la medida en que ambas dimensiones se
encuentran íntimamente imbricadas, moldeándose recíprocamente. En
este sentido, la campaña anticomunista de 1964 se debe entender más
que como la intervención de agentes internacionales en Chile, como la
presencia determinante de los discursos y contenidos ideológicos de la
política mundial en el país, usados tanto por los actores locales en disputa
como por las potencias extranjeras para significar la realidad política de
entonces. Lo determinante de esta coyuntura, y lo que en definitiva le da
su especificidad, es la amplitud que este tipo de lenguaje alcanzó en el
conflicto político. Ello, sin embargo, no implica separar definitivamente la
realidad global desde donde emanan los discursos políticos de la realidad
interna del país. Lo local, como queda expresado en los afiches analizados,
se articula con el sistema de referencias políticas globales para generar un
mensaje propagandístico de gran efectividad, rescatando por un lado los
valores de sensibilidad conservadora que se pretende defender, represen-
tados como prácticas profundamente enraizadas en la esencia misma de
la nacionalidad, y, por el otro lado, haciendo propio el conflicto bipolar
del mundo de Guerra Fría.

Véanse al respecto los reportajes de Loreto Daza sobre el tema: «Investigación


41

especial: El día que Estados Unidos eligió a Frei Montalva», en La Tercera, 5 de


septiembre de 2004; «Investigación especial: Los fondos encubiertos de la CIA
para apoyar a Frei Montalva», en La Tercera, 12 de septiembre de 2004; «De la
admiración a la desilusión», en La Tercera, 19 de septiembre de 2004 y «Memorias
de una operación secreta», en Qué Pasa, 28 de agosto de 2004.

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