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1
ACABAR LOS ECLIPSES DEL FIRMAMENTO
HURGAR UN FARO
(Diego Maquieira)
soy la antigua habitante del Harrier que se vino a menos una mañana cualquiera
me acuesto con Luchino, con Brando, y Coritani me lee a Richelieu
y por pura mala raja,
aquí solo existe el temblor.
2
Un faro que deseó moverse para habitar el Leviatán
matar a la serpiente marítima
y todo su horror inconcluso,
indescifrable para el ojo no avezado.
Urdimos todo el tiempo del mar
en la cara enhiesta del faro que nos guiaba
navegamos como una novia que baila para su tierno y despiadado asesino.
El infierno es infinito
como los infinitos rincones del Harrier,
colmándose a si mismo
convulso.
3
Configurad realidades
epistemológicamente disímiles.
Hay
planos
hojas
rocas
desiertos de palabras no dichas.
Albores
dolores
explicaciones sin rumbo claro.
4
Sitio
5
Arribo a Tokio
Si tu estuvieras aquí
yo ya estaría follándote en mi ventana,
al sol,
en medio del eclipse.
Sigo aquí,
como un viejo fantasma de niña peinada y de piedras cultivadas.
Cada tanto borro mi rastro,
con toda la sal que cabe en un par de pupilas secas,
con todo el candor de la ráfaga.
La otra noche
estuve a once kilómetros mar adentro.
Surqué abismos inconclusos.
Pero mi linterna se apagó,
de pronto creí que no vería de nuevo el portaaviones.
Un eco desconocido me hizo recordar
las cítaras que oí en mi infancia,
y creer, por un momento,
estar rodeada de muchedumbres
con branquias coloridas,
ondulantes, a mi alrededor.
Las anguilas por aquí
estaban en cada rincón esperando.
Luchino tejió para mi un viejo cuento sobre una bruja que hizo a su sobrino invisible
para que este se quedase con ella.
Cuéntamelo otra vez, le dije, y Luchino accedió sonriente.
Entonces, a mi me parecía que a Luchino le bastaban
estas sábanas sucias, y este amor convulso,
y todo este emanar de hedores y susurros.
Revuelve de nuevo
el magma interestelar
compuesto por repeticiones solemnes,
recreando la nueva cruz de la muchachada insana
pretender que nacisteis mártires,
no os dará la respuesta.
Pretender, tampoco,
la alevosía de la tarde tibia tibieza, inmerecida.
Cómo iban a ser nuestros hijos
temerosos o bizarros arlequines que se agrupan
o desagrupan
cada tanto.
La higuera,
se me hacía de pronto,
un monstruo furioso y mojado.
La lluvia brindaba a su espectáculo invernal
todas las plumas que ella no tenía en seco,
le hacían ver como un molusco que viaja.
ni un pezón
nos es una eficaz salvaguardia
a tanto tedio cotidiano y caluroso,
se precisan dos para romper el hechizo
la boca llave.
partimos de a poco,
orientándonos más que nada en señales
repartimos todos los besos
en el aceite mutuo
de otra mañana de sol inventado.
Eran los muros de dos que se aman
de forma siniestra
con el miedo adolescente de perderse de nuevo
pudrir la maceta
mover la planta de lugar
bañar a la gata
perder de pronto un tren solitario
un cantante dulce
en medio de la niebla
cuenta las cartas que no vio venir
todos los ecos de su amor
mi amor, mi mar
te perdí en el ocaso
no fuimos monjes
en ningún momento de nuestro amor
sin embargo,
luchábamos calmos
desde las mazmorras
la ternura de tu encanto
la curva de la ceja
pensar cada tanto en dios
mis pezones
te apuntando-te
las pupilas y las mejillas.
cada tanto
un encuentro blasfemo
entre tus horas y las mías
entrecortando todos los espacios falsos
de la puta realidad
pasé
horas inmensas
acariciándote el dorso de la mano
desde el extremo de mi sótano propio.
En algún lugar,
alguien canta esta misma historia.