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Sacudirse la vida

Por Mónica Victoria Vargas

1
ACABAR LOS ECLIPSES DEL FIRMAMENTO
HURGAR UN FARO
(Diego Maquieira)

soy la antigua habitante del Harrier que se vino a menos una mañana cualquiera
me acuesto con Luchino, con Brando, y Coritani me lee a Richelieu
y por pura mala raja,
aquí solo existe el temblor.

Desperté un día nublado creyéndome diva en su ocaso


Luchino me dijo que el mar estaba voraz,
que el Harrier se haría añicos si aterrizaba en el portaviones.
Ese fue el día del gran banquete,
donde vimos a todos los peces transparentes
y a los monstruos marinos
sus sombras.

Yo, que antes de navegar


me gustaba estar de pie en cualquier calle soleada
por el puro gusto
de confundirme con el solipsismo de la muchedumbre.

Un día, aparecida entre la la borrachera del vino blanco


fui Patresca Ossavinci, de la que su misma belleza huyó.
Les leí un poema brumoso
lleno de fantasmas parecidos a los de sus delirios
donde una mujerona bailaba inmersa como Narciso
en sus propias caderas,
para decirles, 'eh, aquí, donde no ven'
pero el cielo se cerró,
y ni Luchino pudo recordarlo.

2
Un faro que deseó moverse para habitar el Leviatán
matar a la serpiente marítima
y todo su horror inconcluso,
indescifrable para el ojo no avezado.
Urdimos todo el tiempo del mar
en la cara enhiesta del faro que nos guiaba
navegamos como una novia que baila para su tierno y despiadado asesino.

El infierno es infinito
como los infinitos rincones del Harrier,
colmándose a si mismo
convulso.

Así seguimos días empatanándose uno a otro


como un yo que se aleja de ese infinito sin dejar el resto del espacio
para trascender a ningún sitio, a ningún mundo.

Y a mí qué me importa el Mediterráneo, me devuelvo a Futaleufú,


le dije a Luchino, Patresca, me respondió
estás toda borracha y sigues tan triste.

3
Configurad realidades
epistemológicamente disímiles.
Hay
planos
hojas
rocas
desiertos de palabras no dichas.

Albores
dolores
explicaciones sin rumbo claro.

Más, aquí el plano se deshace en razones


aturdidas, atolondradas, inverificables
inmutables oficios.

Pero el acuerdo real,


de antemano establecido,
decreta una soledad inapelable,
niñas huérfanas que escuchan música clásica.

4
Sitio

Seguramente llegamos fugados,


inconscientes e indolentes,
ningún fuego pudo
socavar la emoción de estar de nuevo,
mar adentro.

Más, para nosotros


la particular vileza del mar
nos fue cedida de facto
y fuimos mucho más que ángeles y satanes,
una diosa enardecida que juega con tu pelo.

5
Arribo a Tokio

I'm in a big bathroom


preguntándome
cómo las paredes se expanden y se cierran
según el traspaso de una pupila a otra
in Tokio, in a bathroom.

Si tu estuvieras aquí
yo ya estaría follándote en mi ventana,
al sol,
en medio del eclipse.

What will you say


when you see me fuck you, fuck you.
Subo a la proa
desde ahí alcanzo a verificar mi visión real,
supuesta y real, además.
Veo casi toda la sal de mar,
tengo el orgullo de ser
de una sensibilidad de perlas,
de guardar en copas pequeñas
toda la ternura, toda la tibieza
en la sombra celeste de mi vestido.

Alcanzo a ratos, a mojar los pies en las olas,


mientas, Luchino bebe a sorbos enajenados
todo el vino
toda la uva que cabe en su camisa.

Sigo aquí,
como un viejo fantasma de niña peinada y de piedras cultivadas.
Cada tanto borro mi rastro,
con toda la sal que cabe en un par de pupilas secas,
con todo el candor de la ráfaga.
La otra noche
estuve a once kilómetros mar adentro.
Surqué abismos inconclusos.
Pero mi linterna se apagó,
de pronto creí que no vería de nuevo el portaaviones.
Un eco desconocido me hizo recordar
las cítaras que oí en mi infancia,
y creer, por un momento,
estar rodeada de muchedumbres
con branquias coloridas,
ondulantes, a mi alrededor.
Las anguilas por aquí
estaban en cada rincón esperando.

Casi desmayo en el tramo abisal,


sin embargo tuve suerte de encontrar
peces de aletas dorsales,
quienes apresuraron mi paso por cada rincón,
llevándome a la superficie antes de que acabase mi propio banquete.
Íbamos hechos un mar de pálidos eclipses,
encantados, maltrechos, subordinados al capricho.
Hicimos trampa, nos bajamos del harrier rumbo a tierra firme -creímos-
y en ella, otro sol brillaba,
extenuado,
más que los habitantes de occidente.
Ya en tierra, nos ahogamos mutuamente en un hotel sin estrellas,
hecho añicos por unos cuantos, y ahora por nosotros.
Bailamos la secreta danza negra,
nos dirigimos la mirada entre en la penumbra,
y los acosamos a todos con nuestros gritos.
Hasta que la hora llegó
la hora de las pesadillas más sórdidas,
donde todos duermen,
pero aquí, nadie entiende de insomnolencias.
Nadie se detiene a soplar la oreja de quien no descansa,
como un niño vago y abandonado.

Luchino tejió para mi un viejo cuento sobre una bruja que hizo a su sobrino invisible
para que este se quedase con ella.
Cuéntamelo otra vez, le dije, y Luchino accedió sonriente.
Entonces, a mi me parecía que a Luchino le bastaban
estas sábanas sucias, y este amor convulso,
y todo este emanar de hedores y susurros.

Más, para mi,


el girar de la Tierra,
-de la superficie de ella-
no me dejaba tener mis orgasmos en paz.
Por eso Luchino lloraba a bordo,
cuando como por un encantamiento,
yo aullaba de placer en brazos de Brando.
Mi casa era amplia
llena de rincones infantes.
Mi casa era un cúmulo de voces
revolviéndose cada año.

En mi patio la hierba muere y nace,


la higuera se parte en más patas cada temporada estival.
Más, debajo de ella,
he aquí,
toda la sal enardecida.
Una noche llegué a la proa,
Brando, esta vez, estaba quieto, honesto, desapegado de delirios.
Me miró dulce, me invitó una copa,
al rato interrumpió:

Con esa gallardía tu no engañas a nadie, me dijo.


Yo seguí mirando el mar calmo.
Con esa gallardía tu no engañas a nadie, repitió,
yo aparté la vista del mar, miré a Brando, idiota.

Pasaron ecos de tiempo,


un cúmulo de nadas en el inmenso domo.

Luego otro avión aterrizó tambaleando,


descendió Coritani, miró su alrededor extraviado en la niebla,
se nos acercó cuidadoso,
Patressca, dijo, ¿Eres tú quien realmente mueve este bote hacia la nada?
¿Eres tú la responsable de nuestros resuellos y del temor?
Dime ¿Eres, acaso tú, la sirena a bordo?
Después cayó en desmayo, aturdido.
Brando echó una mirada, yo me arreglaba las uñas.
Súbete al harrier, preciosa,
dijo,
y yo no accedí a la primera,
sino,
a la tercera vez que lo pidió:
preciosa,
avecita,
perla negra,
entonces, solo entonces vi la real aparición.

Subimos al harrier, donde Luchino me hacía el amor cada tanto,


porque, ciertamente, todo el vino ya nos lo habíamos bebido otrora.
Y ahora, solo nos quedaba el silencio.

Horas de tiempos yendo y viniendo por movimientos no calculados


entrecortados espacios,
derrotas
de ratas,
cadenas.

Pensando en cucús que martillan


temiendo el paso del tiempo acerado.
Permitir, y de una vez roto cada intersticio
socavar de pronto toda la sal.
En medio de la borrachera

Condenaos los sabios y los poderosos gigantes


en el cielo reventado de eclipses
reventaos todos
perpetuando vuestro mareado y ventoso amanecer
otra vez en el harrier convulso
avanzaremos de prisa
hacia un mundo ya reinventado
flotando despiertos, cada noche aciaga
en lupanares sostenidos.
nosotros todos
de rostros sacros
y vientos huracanados.
Llamadme padre,
llamadme madre
de los ojos enrojecidos por la ventisca
de miles de amaneceres inexpresados por la lupa de un niño
que juega confuso
entre la muerte y la vida de su insecto más cercano.

Piensa de nuevo en renacer el último ocaso perplejo


inerme en tu propia boca
tampoco sabremos de dónde proviene esa música,
mucho menos
de donde
la aventura más voraz.

Revuelve de nuevo
el magma interestelar
compuesto por repeticiones solemnes,
recreando la nueva cruz de la muchachada insana
pretender que nacisteis mártires,
no os dará la respuesta.
Pretender, tampoco,
la alevosía de la tarde tibia tibieza, inmerecida.
Cómo iban a ser nuestros hijos
temerosos o bizarros arlequines que se agrupan
o desagrupan
cada tanto.
La higuera,
se me hacía de pronto,
un monstruo furioso y mojado.
La lluvia brindaba a su espectáculo invernal
todas las plumas que ella no tenía en seco,
le hacían ver como un molusco que viaja.

Desde mi cama oí su voz dulce de fruta invernal,


el caramelo para el frío, la chatita del invierno.

Un demonio yo vi por cada pie de mi higuera.


Mármol

La cabina navega incierta,


alrededor de nosotros ya estaban resueltos
todos los conjuros de nuestro ayer obnubilado.

Un faro en nuestro camino rugoso y desperdigado,


y la facilidad de no pertenecer a ningún sitio.
El último baile

Luchino me aclaró un día,


que los seres del tramo abisal
no eran los que yo creí,
sino, una especie de centolla ovalada,
seca, que me miraba toda la piel de la espalda.

Si Luchino estaba o no en lo cierto, poco yo sé.


Sin duda, de mi vida y su ilusión atesorada,
éramos la brújula burbuja.
Un pequeño pezón sobre mi como una puesta de sol (Leonard Cohen)

ni un pezón
nos es una eficaz salvaguardia
a tanto tedio cotidiano y caluroso,
se precisan dos para romper el hechizo
la boca llave.

Enarbolabas pálidos mensajes para otros.


yo en cambio
bailaba, como en un encantamiento
árabe y ventoso
giraba eterna
como dentro de un sueño de brumas aparecido

partimos de a poco,
orientándonos más que nada en señales
repartimos todos los besos
en el aceite mutuo
de otra mañana de sol inventado.
Eran los muros de dos que se aman
de forma siniestra
con el miedo adolescente de perderse de nuevo

una imagen que atañe


al fondo del sueño infantil,
una mujer que gira
vestida de blanco
una amarilla mañana de otoño.
O el recuerdo de una infancia ya olvidada,
en otro sitio
un niño juega solitario
con su perro sucio.

pudrir la maceta
mover la planta de lugar
bañar a la gata
perder de pronto un tren solitario

un cantante dulce
en medio de la niebla
cuenta las cartas que no vio venir
todos los ecos de su amor
mi amor, mi mar
te perdí en el ocaso

no fuimos monjes
en ningún momento de nuestro amor
sin embargo,
luchábamos calmos
desde las mazmorras

estrujamos todo el circuito anterior de nuestros besos viejos


nos sacamos de adentro toda pasión ya inventada
nos tocamos níveos
pugnamos por revolvernos de nuevo
brindarnos de hecho

la ternura de tu encanto
la curva de la ceja
pensar cada tanto en dios

morderte de a poco toda la espalda


parir de pronto un siglo de mentiras.
una imagen maltrecha
de un ruedo sin fin en el asfalto

mis pezones
te apuntando-te
las pupilas y las mejillas.
cada tanto
un encuentro blasfemo
entre tus horas y las mías
entrecortando todos los espacios falsos
de la puta realidad

pasé
horas inmensas
acariciándote el dorso de la mano
desde el extremo de mi sótano propio.

escribí el poema y la carta que no se escribe de niña


pesando que no existe una mejor extrapolación de sombras
que la misma realidad configurada
más, no supuse el siguiente embuste ,
acercar de lejos la lupa
en un cerebro apaciguado

no íbamos a ser capaces de dárnoslo todo de bruces y a esa distancia


yo perdida en la nieve
tu navegando en tu galpón olvidado

conmemoramos la desgracia que nos distingue


en la adicción de ser locos plegables
amables chicos expatriados y huérfanos

chupaste mis pezones borracho


te dormiste indeciso en uno de ellos
leíste mi poema
sin decir palabra
Luchino,
tu viniste
y preparaste mi almuerzo
alimentaste a mi gata
me hiciste el amor por la mañana
fuiste mucho más que un buen chico
yo,
que estaba hecha un lastre
que nunca lo pasé peor
aún cuando mis fantasmas
detrás
debajo de mi
aullaban
me hacías el amor despacio
otras te olvidabas de que estaba ahí
entonces
tras el dolor
yo volvía de forma repentina
a saber
que eras el mismo
que hizo mi almuerzo
que alimentó a mi gata
La nada

La nada no tiene forma ni color.


El mecanismo natural del mundo
su refugio.

En cada viaje la particularidad


de abrir el cielo reflejo
otra vez.

En algún lugar,
alguien canta esta misma historia.

Nos agitamos todos


para llegar profusos de historias
al rompeolas.

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