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El Hombre es un ser que ama y cuyo motor es la voluntad. El amor nos impulsa a conocer, a obrar y a
conocer a Dios, y buscando en lo más profundo de nosotros encontraremos la Gracia Santificante que hace que
si amamos en sentido estricto seguiremos aquello que realmente queremos, que es lo que nos ilumina, Dios. El
amor nos impulsa a la mejor vida posible. Afirmamos entonces con San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”,
dado que el amor más profundo jamás nos empuja a actuar mal. El impulso hacia la mejor vida es el impulso
hacia la felicidad, hacia la bienaventuranza. Este concepto remite al sermón de la montaña de Jesús.
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el Reino de los Cielos”. Aquí la
bienaventuranza remite a la identidad que establecíamos con Sócrates entre virtud, conocimiento y felicidad. La
bienaventuranza implica la vida virtuosa, es decir, una vida conducida cristianamente que purifica el alma y la
lleva a la salvación. El conocimiento lleva a la bienaventuranza en cuanto que para San Agustín sólo es posible
la felicidad como contemplación de Dios. En este sentido, la felicidad sería la sabiduría. El fin de nuestra vida
sería, pues, una búsqueda de la sabiduría dentro de nosotros mismos que conduce a la felicidad y a la virtud.
¿Por qué somos entonces infelices? Más aún, ¿por qué existe el Mal? La existencia del Mal no es un
problema que se pueda analizar en términos platónicos o neoplatónicos – el mal es la ignorancia – sino que aquí
tenemos el problema añadido de que Dios es el creador del universo. Tenemos tres condiciones iniciales:
(i)Dios es omnisciente,
Referencias
Inguanzo, Roberto. La ética en san Agustín. Felicidad y libre albedrío. Clases de filosofía. Recuperado de
https://apetitionisapoem.wordpress.com/2017/01/28/la-etica-en-san-agustin-felicidad-y-libre-albedrio/