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INTRODUCCIÓN
Desde otro punto de vista, las acciones constitucionales pueden dividirse entre aquellas que
declaran derechos en forma definitiva, esto es, declarativas, las que se encuentran dotadas de
cosa juzgada (como la reclamación de nacionalidad o la de indemnización por error judicial,
por ejemplo) las meramente cautelares o que resguardan derechos sin perjuicio de otras
acciones procedentes (típicamente, la acción de protección) y las de naturaleza contencioso
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Aunque tal denominación es doctrinariamente discutible pues por regla generalísima no proceden en contra
de resoluciones judiciales y, por el contrario, simplemente activan el ejercicio de la jurisdicción.
administrativas que, como tales, son declarativas pero tienen por sujeto a los entes públicos
(como la acción de indemnización del artículo 38 de la Constitución Política de la República).
Las demás acciones han sido o serán estudiadas en su momento, junto con las instituciones
o derechos asociadas a las mismas.
Los más puristas en cuanto al derecho constitucional procesal plantean que nos encontramos
frente a una acción, en cuanto es un derecho público subjetivo –mediatamente emanado de
lo dispuesto en el número 14 del artículo 19 de la Constitución sobre derecho de petición-,
que permite a las personas e incluso a entidades sin personalidad jurídica obligar a los
Tribunales ordinarios a desplegar sus atribuciones a objeto de resguardar determinados
derechos constitucionales que se estiman poseídos y afectados. Por ello, se dice que el sujeto
pasivo de esta acción es el propio Tribunal, en cuanto el mismo es quien se encuentra en la
obligación de desarrollar una actividad ante el ejercicio de la acción. El ejercicio de la acción
es, en definitiva, la causa del inicio de un procedimiento. Por el contrario, la noción de
“recurso” se limita, en lo medular, a ser una forma de impugnación de una resolución,
principalmente judicial pero también administrativa.
Francisco Zúñiga U. y Alfonso Perramont S. definen nuestro objeto de estudio como “una
acción constitucional que permite a la persona que, como consecuencia de actos u omisiones
arbitrarios o ilegales, sufra una privación, perturbación o amenaza en el legítimo ejercicio
de ciertos derechos y garantías constitucionales, ocurrir a una Corte de Apelaciones, con el
objeto de impetrar la adopción de las providencias necesarias para restablecer el imperio
del derecho y asegurar su protección, sin perjuicio de los demás derechos que pueda hacer
valer ante la autoridad o los Tribunales de Justicia” 2.
La definición anterior, bastante comprensiva, define el recurso como una acción, haciendo
eco de la tesis que sustenta la mayoría de la doctrina, principalmente en cuanto a que con su
ejercicio normalmente se inicia o activa la intervención del Estado judicial.
Salvo en el caso de las afecciones al medio ambiente, donde siempre es necesario una
ilegalidad, en los demás casos basta que exista una ilegalidad o una arbitrariedad.
2
ZUÑIGA URBINA, FRANCISCO Y PERRAMONT SANCHEZ, ALFONSO, Acciones Constitucionales,
Lexis Nexis, Santiago, 2003, página 74.
Ahora bien y a modo de análisis crítico, la definición parece centrarse en la noción de persona
siendo que la jurisprudencia ha permitido recurrir a entidades que carecen de personalidad
jurídica. Atendido lo anterior, la definición citada puede resultar un poco restrictiva si se le
compara con los criterios de la jurisprudencia.
i) Que recurra una persona o entidad con legitimidad activa (no es una acción popular);
ii) Que se invoque un derecho o libertad de aquellos específicamente garantizados;
iii) Que exista una perturbación, privación o a lo menos amenaza al legítimo ejercicio de
los derechos señalados en el ii);
iv) Que exista una acción u omisión, arbitraria o ilegal;
v) Que dicha acción u omisión, arbitraria o ilegal, tenga la capacidad causal –o
derechamente lo haga- de privar, perturbar o amenazar los derechos o libertades antes
indicadas.
Por su parte, como veremos, en base a una jurisprudencia algo errática se han establecido
requisitos adicionales, tales como el que no existan recursos administrativos pendientes o en
curso, etc. Todo este desarrollo jurisprudencial se ha traducido en una menor cantidad de
recursos acogidos y en cierta incertidumbre en cuanto a su procedencia.
Una vez que en el año 1825 deja de regir la constitución denominada “moralista” del año
1823, se regulan la atribuciones de los Tribunales de Justicia mediante reglamentos,
conservando los mismos las labores de tutela de los derechos establecidos en la Carta
Fundamental.
La situación se tendió a regularizar a contar del año 1875, al dictarse las normas orgánicas
de los Tribunales de Justicia. Se deja en manos de los Tribunales las facultades conservadoras
o de resguardo de los derechos fundamentales, en una norma que perdura hasta hoy en el
artículo tercero del Código Orgánico de Tribunales.
Ahora bien, durante la vigencia de la Constitución de 1925, atendido que la misma señalaba
que las materias contencioso administrativas serían conocidas por los Tribunales que creare
la ley –los que nunca se crearon- los Tribunales ordinarios regularmente se declaraban
incompetentes para conocer de las acciones conservadoras contra el Estado o sus organismos.
Así, los particulares carecían de mecanismos generales y efectivos para poder recurrir contra
la acción u omisión de los organismos del Estado.
Sólo en determinados cuerpos legales, por ejemplo la ley del Banco Central de Chile, se
contenían recursos especiales contra los actos de la administración que podían ser revisados
por los Tribunales ordinarios.
Por su parte, la legislación civil, de manera reducida a los bienes corporales inmuebles, tenía
acciones de rápido conocimiento y resolución, las denominadas acciones o querellas
posesorias, que en las materias de su competencia permitían resguardar tanto la propiedad
como evitar la justicia por propia mano.
Fue la necesidad de crear un mecanismo eficiente de recurrir contra los actos del Estado, en
paralelo con la buena experiencia de los recursos contenidos en normas especiales como las
antes señaladas, los que inspiraron la creación de una acción como la de protección.
Dentro de las características de la acción en estudio, destacan, entre otras, las siguientes:
4. Se trata de una acción que procede sin perjuicio de los demás derechos o acciones
que se puedan hacer valer frente a las autoridades judiciales o de otro tipo. En razón
de lo anterior, los fallos de protección producen una cosa juzgada atenuada o formal,
en cuanto no procede otro recurso de protección sobre la misma materia y partes, sin
perjuicio de que sí procede, por ejemplo, iniciar una acción ordinaria al respecto. Esta
característica, en todo caso, ha generado múltiples interpretaciones. En efecto, la
norma en cuestión se puede entender en dos sentidos, a lo menos. El primero de ellos
–ampliamente acogido- implica que independiente de ganarse o perderse un recurso
de protección, nada impide iniciar las acciones ordinarias procedentes, con
posterioridad. Un segundo sentido de esta norma –bastante más resistido- tiene
relación con la posibilidad de recurrir de protección cuando existen recursos
ordinarios en curso o posibles, principalmente ante la administración. Así, por
ejemplo, muchas veces se rechazan las acciones de protección atendido que existen
otros recursos administrativos posibles y no interpuestos (criterio que no
compartimos). En un sentido similar, se suelen rechazar recursos de protección sobre
la base que ya se han pronunciado los organismos técnicos con competencia en la
materia. A nuestro entender, estos criterios no son siempre acertados y deben
analizarse las circunstancias de cada caso;
Más relevante que la naturaleza jurídica de quien recurre es el hecho de que debe invocar un
interés legítimo –de aquellos garantizados con el recurso estudiado- del que se es titular o del
que es titular la persona a cuyo nombre se recurre. En otros términos, no se trata de una
acción popular que pueda ser interpuesta por cualquier persona por un interés difuso, en la
medida que debe accionar exclusivamente la (o por la) persona o entidad cuyos derechos y
libertades propias se han visto, a lo menos, amenazadas. Esta conclusión se desprende
claramente del tenor de lo dispuesto en el artículo 20 de la Constitución Política de la
República.
En la mayoría de los casos debe recurrirse contra una acción u omisión arbitraria o ilegal,
salvo en los relativos al número 8 del artículo 19 de la Constitución Política de la República
en los que sólo procede el recurso ante acciones u omisiones ilegales (no arbitrariedades).
Se trata de un recurso amplio, que procede incluso contra acciones del Estado o de sus
organismos. No obstante tal amplitud, se ha venido uniformando la jurisprudencia en cuanto
a que no procede dicho recurso en relación a fallos o resoluciones de los tribunales de justicia
–pues se parte de la base que en tales casos la situación ya se encuentra bajo el amparo del
derecho- ni en relación a las leyes, pues las mismas obedecen a decisiones legítimamente
políticas. Tal como se señaló, ello no impide que se pueda recurrir contra otras acciones de
los Tribunales de Justicia o del propio Congreso Nacional, cuando las mismas constituyen
verdaderas vías de hecho.
En cuanto a la arbitrariedad, los criterios a este respecto son los tradicionales, es decir,
aquellos que dan cuenta de acciones u omisiones irracionales o que no tienden al bien común.
A este respecto, existen fallos, especialmente en los casos en que se recurre contra
determinados organismos del Estado, en los que se concluye de manera demasiado formal a
nuestro entender que existiendo informes técnicos que respalden la decisión –independiente
de su contenido o mérito- no existe arbitrariedad en la acción u omisión respectiva.
Dado que se establece la acción o recurso en cuestión principalmente frente a vías de hecho
-lo que explica en parte que no proceda en general frente a leyes o fallos judiciales- es natural
que la afección deba referirse al legítimo ejercicio del derecho o libertad. En efecto, una
simple vía de hecho no debiese, en principio, afectar la titularidad del derecho o libertad, lo
que explica la redacción constitucional.
Ahora bien, es requisito del recurso en cuestión que la ilegalidad o arbitrariedad recurrida –
y no otras por relacionadas que puedan resultar- sean la causa de la privación, perturbación
o amenaza. Debe existir y acreditarse una relación de causalidad a este respecto pues, de caso
contrario, el recurso será rechazado. Existe jurisprudencia –discutible por cierto- que
establece que el solo hecho de violar una norma no involucra necesariamente una relación
causal con las afecciones señaladas3. Para que proceda el recurso en estudio no basta una
ilegalidad clara si la misma no involucra, adicionalmente, la privación, perturbación o
amenaza al derecho invocado.
Esta es una materia propia del derecho procesal. No obstante lo anterior, se analizarán
algunos aspectos básicos de ella a objeto de mostrar ciertos temas de alcance constitucional.
El plazo para recurrir son 30 días corridos y fatales, desde la ocurrencia de la acción u omisión
o, en su caso, desde que se pruebe haber tenido conocimiento de los mismos. En este último
evento, a objeto que se aplique la regla especial del conocimiento, es carga del recurrente
acreditar que llegó a conocer los hechos de manera posterior a la ocurrencia de la acción o
desde que se produjo la omisión.
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Así, por ejemplo, el hecho de violar las condiciones de una autorización ambiental no involucraría
necesariamente afección del derecho respectivo, ni siquiera en el grado de amenaza, lo que es ampliamente
discutible.