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¿Qué se entiende por ética?

Ética es esa tendencia natural que tienen los seres humanos de escoger algunas entre las muchas
opciones de hacer algo, teniendo en cuenta el bien que de ese hacer obtendrán ellos y los demás. Concepto
de ética.
La nuestra es una especie apta para llevar a cabo muchísimas empresas, capacidad en increíble aumento en el
curso de los tiempos, y experimentamos un gozo sumo en el crear, fabricar, transformar. Este querer hacer nos
acompaña siempre, pero se da en lo íntimo de la conciencia, junto con la pregunta insistente respecto de si
todo lo que se desea es conveniente y no habremos de arrepentirnos después por haberse derivado de ello un
mal irreparable para nosotros o para los demás.

El poder y el querer hacer están siempre y en abundancia a la mano; no así el deber de realizar o impedir,
deber que exige madurez, espíritu crítico y constante revisión de las decisiones. Cuando hay un deseo
demasiado intenso de llevar a cabo alguna acción, ese querer puede velar el juicio crítico o restarle fuerza si no
esta suficientemente disciplinado como para imponerse; no es raro que el querer acabe por satisfacerse,
encontrando siempre al alcance argumentos para su justificación. Por lo demás, tener conciencia de lo
indebido de un querer -porque su realización traerá males- es algo que exige una rigurosa maduración
reflexiva. De ahí que los conceptos de lo bueno y lo malo en la primera infancia necesiten en gran parte ser
enseñados; y son enseñados según el parecer de los adultos, sin que los niños se percaten en el fondo de por
qué es así o habría de ser así, pese a que casi de inmediato piden, a su modo, razones.

A una ética que se aprende de esa manera se la llama heterónoma. En cambio, en la ética autónoma de
Autonomía o
jóvenes y adultos es la propia conciencia la que se da cuenta en su intimidad de por qué tales acciones
heteronomía de la
son loables, buenas o malas, dadas las consecuencias previsibles de su ejecución u omisión.
Ética
Por lo demás, ni en los niños pequeños la heteronomía es tan radical, pues se observan atisbos de
juicios éticos con un rudimento de autonomía, y lo mismo ocurre al revés: hay adultos provistos de una
ética autónoma y, sin embargo, con islas de heteronomía. Un caso son aquellos que, sin mayor discriminación,
se obstinan en no aceptar ciertos argumentos, solo porque favorecen determinados grupos, creencias o
ideologías con las que no simpatizan.

En suma, el problema de la ética es saber qué se debe o no hacer en un momento dado, de entre todo lo que
se puede y se desea hacer, teniendo en vista sus consecuencias buenas o malas.

El que haya sido preocupación constante del hombre, por lo menos desde que asoma a la historia, significa
que el bien y el mal siempre le han atraído como problema, y que ha sentido que podía decidir favorecer
o evitar uno u otro, pues de otro modo hubiera sido absurdo procurar su identificación, y más todavía Sentido de
sentirse culpable de una mala elección. Por lo mismo, ha sentido la responsabilidad de sus actuaciones. la ética

No invalida en absoluto este hecho el que lo aceptable o repudiable varíe de un pueblo a otro, o de una edad
histórica a otra, como ocurrió en épocas anteriores con la actitud hacia el canibalismo, la aniquilación de
inválidos o la posesión de esclavos, pues estas actitudes se debían a concepciones distintas de la estructura y
configuración de la realidad. Dentro de esas concepciones, era lógico que se considerara bueno o malo lo que
estaba de acuerdo con su manera de percibir lo real, pero eso no implica una relativización del bien o del mal,
lo que solo ocurriría si aquella percepción de lo existente hubiese sido idéntica a la nuestra y, pese a ella, se
estimase bueno lo que nosotros consideramos malo y viceversa.

El caníbal respeta rigurosamente la vida de los demás miembros de su tribu porque la considera un bien; si
mata y se come sus enemigos es porque busca, en cierto modo, su preservación, pues cree que comiendo de
aquella carne se apodera del alma del enemigo, con lo cual hace mas poderosa la suya al impedir que esa alma
quede errabunda y se vengue de el. El que eliminaba a los inválidos y ancianos lo hacia par razones religiosas o
raciales aceptadas en su cultura. En cuanto a la esclavitud, en parte era considerada un derecho de los pueblos

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ROA A, (1998) Ética y Bioética Santiago de Chile, Ed Andrés Bello, pp. 19-26.
vencedores frente a los vencidos, que justamente por haber sido vencidos estarían mostrando su inferioridad;
respecto de la esclavitud de las etnias de color, los occidentales blancos creían que se trataba de seres de otra
especie. Solo en el siglo dieciocho se llegó a demostrar "científicamente" que blancos y negros tenían idéntica
calidad humana y que, por lo tanto, privar de libertad y respeto a sus personas atentaba contra la esencia
misma del hombre. Entonces la esclavitud, en la forma histórica que le habíamos conocido, empezó a
desaparecer.

Es preciso insistir en este punto. Cuando se discute lo diverso de aquello considerado bueno o malo en el Supuesta
curso de los tiempos y en las diversas culturas, es necesario comprobar si las realidades a que se alude
historicidad
con el mismo nombre son, de verdad similares, pues en cuanto se avanza con cierta cautela se ve que no
de la ética
es así; ello resulta clave, porque es falso que un actuar que aquí es reprobable allí sea loado: rara vez se
trata de mundos concebidos de manera idéntica.

El que se de la preocupación ética a lo largo de la historia y que todos los pueblos posean tácita o
Ética y libertad
expresamente códigos de comportamiento apunta, como ya se dijo, a que el hombre se ha estimado capaz
de discernir las consecuencias de sus acciones y libre para elegir entre ellas, dotando incluso a la comunidad de
la facultad de prohibirle el dejarse llevar irreflexivamente por un deseo del momento y optar por lo reprobable.
Eso habla de una creencia implícita en la libertad de optar. Aun si consideramos el caso de quienes suponen
que al elegir el mal han sido víctimas de la posesión del alma por un espíritu demoníaco, ello prueba todavía
con más fuerza que la libertad de elegir el bien está tan fuera de dudas que sólo la presión incontrolable de un
espíritu más poderoso o la fatalidad de un hado pueden llevar a violar la voz de la conciencia o un código ético
aceptado.

La existencia de la ética en todos los pueblos, en Occidente desde los griegos, con toda su variedad de
escuelas, habla por sí misma: incluso el hombre históricamente más lejano a nosotros se ha sentido apto para
distinguir el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, y libre enseguida para conquistar lo uno y destruir lo
otro.

Capacidad de discernir no significa facilidad de discernir, como tampoco capacidad de encontrar la verdad
significa facilidad de delimitarla con precisión; en muchas ocasiones la libertad para escoger el bien y
Capacidad y
evadir el mal fracasa, pues el mal se presenta con la cara seductora del bien e invita a ser su cómplice. En facilidad de
ninguno de estos casos se trata de cuadros o listas mecánicas de realidades, sino de mundos complejos, discernir
oscuros, con variados matices, que exigen rigor y disciplina para serles fiel, como es seguramente nuestro
deseo y lo que debiera ser nuestra vocación central: acercarnos lo más posible a lo verdadero y a lo bueno.
Conciencia
La existencia de una conciencia ética, de la cual todos podemos dar testimonio, revela una capacidad de y ética.
la mente para captar la realidad y sus posibilidades de modificación, transformación, ocultación y creación
de realidades nuevas; la ética debe guiar dicho proceso en lo que puede tener de positivo o negativo, en el
sentido de mejorar o empeorar el mundo que nos rodea y en el que no sólo vivimos nosotros, sino las
generaciones siguientes, por el bien de las cuales también nos sentimos responsables.
Ética y
De este modo, integra la conciencia ética el experimentar que sus decisiones no están ajenas al transcurso
temporalidad
del tiempo. Debe medirse el alcance en el tiempo de cualquier acto; no es idéntico introducir un orden o
un desorden transitorio o uno perdurable debido a una acción nuestra, que a lo mejor trae beneficios
inmediatos pero acarrea perjuicios duraderos, como ocurre con muchas políticas ecológicas o simplemente
comunitarias. Incluso una verdad cualquiera, como el diagnóstico de una enfermedad, debe comunicarse al
paciente en el momento oportuno y en forma adecuada al modo de ser de esa persona, pues de otro modo
puede constituir un franco desatino.
Ética y
Pero las cogniciones y decisiones éticas no son algo frío, dependiente sólo del conocimiento y de la
afectividad
voluntad, sino que comprometen intensamente la afectividad y la personalidad entera. La satisfacción de
una conducta correcta, aun cuando a veces duela, y el arrepentimiento doloroso por una conducta innoble –
tal vez grata en el momento de darle curso – no pueden dejar de imprimir una marca indeleble en las personas,
gozo o dolor que de nuevo se harán presentes cuando surja el recuerdo. Si por algo dan ganas de que el
tiempo vuelva atrás, es para revivir aquel momento doloroso del que nos apartamos sin repetir la conducta
antiética con que se respondió.
La
De este modo, componente valioso de la conciencia ética, junto con la inteligencia y la voluntad libre, es sensibilidad
el sentimiento y sobre todo la sensibilidad para percibir la injusticia, el dolor ajeno, la desestimación del
prójimo: sensibilidad que llega hasta la identificación. No es que determine los preceptos éticos – se convertiría
en una sensiblería -, pero sí obliga a la inteligencia a investigar acuciosamente allí donde algo repele a nuestra
sensibilidad. De este modo, la tortura en las prisiones, los castigos humillantes en los colegios, el trato vejatorio
a los enfermos, lisiados, trastornados mentales repugnan hoy a nuestra sensibilidad, y tampoco se ve que haya
traído, conceptualmente analizados, ventaja alguna; son, por lo mismo, francamente antitéticos.

Esto podría llevar a creer que en otras épocas la sensibilidad hacia el dolor ajeno estaba en estado embrionario,
lo que explicaría que se llegara aceptar algunas prácticas; no obstante, parece razonable pensar (por ejemplo,
de algunos casos de crueldad) que, puesto que creían que los enemigos de una causa vista como la única justa
ponían en peligro con sus ideas o conductas la felicidad humana, no los consideraban dignos de misericordia y
eso oscurecía todo sentimiento piadoso. Es, por lo demás, la típica actitud de personas y movimientos
fanáticos,; el fanatismo obnubila el análisis crítico y obnubila la afectividad. Por otra parte pareciera que la
evolución de la sensibilidad y los afectos es más lenta y más selectiva que la de la inteligencia y la voluntad,
que brota más tardíamente en el curso de la historia, aunque en una época determinada resulta más variada en
sus matices que la inteligencia y la voluntad.
Ética decisión
Un elemento central para que un acto se considere ético es que sea producto de una deliberación íntima,
e intención
con una conciencia lúcida, informada, crítica y con plena capacidad de decisión. Los actos automáticos o
psicóticos se excluyen de la ética. El momento ético es aquel en que la conciencia se decide a hacer o no hacer,
aun cuando lo decidido no pueda realizarse por circunstancias de otro orden. Es evidente que es posible
arrepentirse de un acto ya decidido que vuelve a reflexionarse y no se lleva a cabo; en tal circunstancia la
bondad ética se ha salvado. En todos los casos la opción ética o antiética se juega al interior de la conciencia, y
es la intención con que se realiza, o la intención de lo que se desea realizar, lo que impone a todo su marca
ética. Dos médicos que ejercen correctamente su trabajo actúan ambos en la dirección esperada pero, si la
intención de uno está puesta en el dinero que obtiene y la del otro en el amor al paciente, en la alegría de
restaurarle la salud, de aliviarle el dolor, de confortarlo, es imposible no ver dos calidades éticas distintas; en
ese sentido podemos decir de muchos seres humanos que son personas correctas, pero de muy pocas que son
personalidades morales.
EL bien
El problema ético consiste entonces en discernir el bien y mal, para lo cual resulta fundamental saber
cuáles son los rasgos primordiales en cuya virtud identificamos lo uno y lo otro. Desde luego, el bien es algo y
no puede ser nada, porque de la nada, nada cabe afirmar. Ahora, cualquiera sea este algo – salud, familia,
amigo, casa, naturaleza, ciencia, arte, cosas que todos estimamos como Bienes - , tiene como carácter común el
que nos proporciona felicidad, pues gracias a eso y a muchas otras hacemos brotar nuestro ser y sacamos a
relucir lo que apenas estaba en germen. El bien consiste en el fondo en cuanto pueda llevarnos desde el estado
mínimo que traemos al nacer hasta las posibilidades máximas ocultas en nuestra naturaleza, de acuerdo con las
circunstancias y situaciones reales. No se mide en posesiones materiales de poder o de prestigio, a las cuales
muchas veces se accede gracias a conductas no muy ejemplares, sino porque se ha obtenido y dado desde el
fondo de sí lo mejor que se podía.
Bien y
El bien, para que sea tal, debe también redundar en beneficio de los demás, así como el bien de los otros
generosidad
debe redundar en beneficio de uno, pues siendo el hombre por naturaleza un ser social – o sea, que para
desarrollarse como ente cultural necesita el concurso directo de la sociedad y de la historia entera - , un bien
exclusivamente personal sería una ilusión. En efecto, si los otros llevan una vida mínima, amargada e
insignificante, también la llevará a uno. Todo actuar debe procurar hacerle la existencia más rica y grata a los
demás y viceversa. De ahí que el bien ético sea todo lo que procura simultáneamente la realización de sí y de
los otros. Por eso el amor es el bien por excelencia, pues se vuelca por entero a hacer la felicidad de los seres
amados y para conseguirlo procura dar lo mejor de sí mismo, con lo cual obtiene a la vez su propia felicidad.
Ser feliz, en el fondo, es sentir que se ama y se es amado y que a través de ese amor se ha llegado a una
plenitud de la existencia, aunque esa existencia está entreverada por montones de alegría y de tristeza, como
es propio del humano.
Bien ético y
Así como el bien ético consiste en incrementar la realidad propia y la de los demás para gozar al máximo ser social del
de la conquista de la felicidad, el mal consiste en poner el empeño en destruirse a sí mismo y en destruir a
hombre
los otros directa o indirectamente, como ocurre en el comercio con la drogadicción, en la pereza, en la
envidia, en la maledicencia, en las mentira, en la calumnia, en el egoísmo; por lo demás, como el hombre es un
ser social que para su crecimiento intelectual y moral necesita el crecimiento de los otros, al procurar la
destrucción de los otros se destruye a sí mismo. De este, modo el grado de vigor humano del mundo y de su
historia depende en primerísimo lugar de la altura ética de los hombres, teniendo en cuenta que un reducido
grupo que brille por esa altura es capaz de hacer más por nuestro destino que una gran masa que se sostiene
en un a penumbra ética, pues el ser, que se identifica no solo con el bien ontológico sino con el bien ético,
siempre, por mínimo que sea, tendrá más poder que el mal o la nada

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