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César Vallejo, el poeta que pronosticó su propia muerte

Se cumplen 80 años del fallecimiento del gran autor peruano. Sus libros
"Los heraldos negros" y "Trilce" son celebrados clásicos de la vanguardia
y la experimentación latinoamericana
Por Gabriela Saidón 15 de abril de 2018
Un día como hoy, hace ochenta años, moría el poeta peruano César
Vallejo. En realidad, no fue un día como hoy. Fue un viernes de la prima-
vera boreal, en París, más precisamente el 15 de abril de 1938. La efe-
méride es doble: hace cien años, en 1918, el llegaba a la imprenta su
primer libro de poemas: Los heraldos negros, una oda al modernismo,
con claras influencias de otro latinoamericano, el máximo representante
de esa escuela, el nicaragüense Rubén Darío.
Nació como César Abraham Vallejo Mendoza en Santiago de Chuco,
Perú, el 16 de marzo de 1892. Fue el último de los once hijos que tuvie-
ron Francisco de Paula Vallejo Benites y María de los Santos Mendoza y
Guerreonero. La profusión de apellidos se explica porque sus abuelos
fueron sacerdotes españoles y sus abuelas, indígenas peruanas. Esa
ascendencia explica su tez morena, su pelo negro, su nariz de boxeador, esa violación originaria explica además cierto
desgarro característico, que el poeta atribuye al destino, explícito en los versos que cierran su primer libro: "Yo nací un
día / Que Dios estuvo enfermo, / Grave."
Dios: sus padres lo querían sacerdote, también sus abuelos. Él eligió la literatura. Y las mujeres. La primera fue María
Rosa Sandoval, una joven de la que estuvo perdidamente enamorado y que lo dejó de un día para el otro. Mucho des-
pués, se supo que lo había abandonado para morir, lejos de él, de tuberculosis. María Rosa fue la musa inspiradora
de Los heraldos negros.
En 1915, ya egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Libertad, en Trujillo, conoció a Mirtho (Zoila
Rosa Cuadra), una chica de quince años (él tenía veinticinco),
con quien tuvo un breve romance apasionado que terminó con
un intento de suicidio del poeta. En 1917 se instaló en Lima. Un
año después, la muerte de su madre lo hizo volver a su ciudad
natal, donde fue acusado de instigar el incendio de la casa de
una familia de contrabandistas y explotadores: el 7 de noviem-
bre fue encarcelado y salió en libertad en febrero de 1921.
En 1922 publicó Trilce, un libro vanguardista y experimental, donde rompió a pedazos la gramática y se paró contra el
orden lingüístico, más allá del surrealismo de la época. Esta vez, la musa fue otra adolescente de quince años: Otilia
Villanueva, objeto de poemas de alto misticismo erótico. Un ejemplo
donde todos estos elementos confluyen:
"Pienso en tu sexo, surco más prolífico / Y armonioso que el vientre de
la Sombra, / Aunque la Muerte concibe y pare / De Dios mismo. / Oh
Conciencia, /
Pienso, sí, en el bruto libre que goza donde quiere, donde puede./ Oh,
escándalo de miel de los crepúsculos./ Oh estruendo mudo. / ¡Odu-
modneurtse!"
Por Trilce fue atacado. Incomprendido. En su artículo "El arte y la revo-
lución", escribió: "La gramática, como norma colectiva en poesía, care-
ce de razón de ser. Cada poeta forja su gramática personal e intransfe-
rible, su sintaxis, su ortografía, su analogía, su prosodia, su semántica.
Le basta no salir de los fueros básicos del idioma. El poeta puede hasta
cambiar, en cierto modo, la estructura literal y fonética de una misma
palabra según los casos." Pese a la autodefensa, Vallejo no publicó
más en vida un libro entero de poesía.

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No era profeta en su tierra y en 1923 hizo el viaje iniciático: viajó a Europa para nunca más volver a Perú. La mayor
parte de su exilio transcurrió en París, con un período en Madrid y tres largos viajes a Moscú. Y su principal fuente de
ingresos (siempre magros e insuficientes) fue el periodismo (llegó a ser corresponsal del diario argentino La Razón).
En 1926 conoció a la que sería su mujer: otra adolescente, Georgette Marie Philippart Travers, luego Georgette Valle-
jo. Nacida en París en 1908, fue su compañera en la etapa europea del poeta, hizo el camino inverso que el peruano: lo
sobrevivió y murió en Lima en 1984. Fue guardiana fiel de sus manuscritos, los salvó del efecto Farehnheit 451 durante
la ocupación alemana de París y se dedicó a difundir su legado, a través de la edición de su Obra poética completa y de
volúmenes sueltos.
Georgette, que fue vista por el entorno del poeta como
una Yoko Ono antes de que se hiciera justicia por ella fue,
además, cancerbera del cuerpo de su marido muerto: le cedió
su tumba de Montrouge, se opuso con firmeza al intento de
repatriación de sus restos veinte años después. Y en abril de
1970, trasladó la tumba de Vallejo al cementerio de Montpar-
nasse donde grabó un epitafio genial: "He nevado tanto, para
que duermas".
El poeta había pronosticado su propia muerte en el soneto
"Piedra blanca sobre piedra negra". El título alude a una tra-
dición popular de Santiago de Chuco con alto contenido simbólico: colocar una piedra blanca sobre una negra en los
entierros, y el poema contiene algunos de sus versos más citados:
"Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París —y no me corro— /tal vez
un jueves, como es hoy, de otoño"
El pronóstico tuvo un acierto parcial: Vallejo no murió un jueves sino un viernes de primavera, aunque era otoño en su
Perú natal y seguramente aquella saudade del exiliado nunca lo abandonó, y sí llovía en París el día de su muerte. El
poema pertenece a su libro póstumo "Poemas humanos", 76 poemas recogidos por Georgette, pertenecientes a la
última etapa de la producción del poeta, que va de 1931 a 1937 y donde había abandonado el modernismo de la prime-
ra etapa, y la vanguardia surrealista, para volcarse a un estilo más llano, "que entendiera el pueblo", después de su
"conversión" al marxismo. Estilo que también forja en el póstumo "España, aparta de mí ese cáliz", de 1931.
En una estrofa menos citada de aquel soneto, el poeta se queja de la falta de reconocimiento:
"César Vallejo ha muerto, le pegaban / todos sin que él les haga nada;/ le daban duro con un palo y duro/ también con
una soga; son testigos / los días jueves y los huesos húmeros,/ la soledad, la lluvia, los caminos…"
Cerca de la Revolución
El contexto político en el que creció César Vallejo fue el de un Perú do-
minado por el Partido Civil, compuesto por una oligarquía terrateniente
agroexportadora y sometida al capital (que en esos años viró de inglés a
latinoamericano), latifundistas, dueños de ingenios de azúcar y mineras
que usaban mano de obra semiesclava, en su mayoría de etnias origina-
rias. Él mismo fue ayudante de cajero en un ingenio.
Como reacción, intelectuales anarquistas conocidos como la Generación
del 900 comenzaron a hacer una fuerte campaña en el ámbito de la edu-
cación y el deporte. Sin embargo, y a pesar de la acción por la cual lo
habían encarcelado, los grupos de pertenencia de Vallejo fueron otros,
como el Grupo Norte, de intelectuales, y la conciencia social y política del
poeta nació en España.
En 1931 publicó su novela ecológica sobre las mineras, El tungsteno, y
su libro de crónicas Rusia 1931. Reflexiones al pie del Kremlin, que
agotó tres ediciones en cuatro meses. Por entonces también escribió su
cuento infantil Paco Yunque, que cuenta la historia de un chico pobre víctima de bullying por parte de un compañe-
ro, Humberto Grieve, hijo de los patrones de su madre. El cuento, que su editor rechazó por ser "demasiado" triste, se
convertiría en texto de lectura obligatoria en las escuelas peruanas.

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Vallejo se afilió al Partido Comunista español en 1932, formó una célula
del PC peruano en París, por su actividad política fue expulsado y am-
nistiado más tarde. Escribió también ensayos, obras de teatro y hasta
dos guiones de cine ("Charlot contra Chaplin" y "Colacho hermanos"),
según consta en el libro César Vallejo en Europa. 1926-
1938 (Ediciones Imago Mundi), una selección de textos breves donde
puede verse bien la evolución ideológica del autor a partir de su adhe-
sión al marxismo, sus contradicciones, sus polémicas con los surrealis-
tas como André Breton, pero también con un pintor célebre co-
mo Diego Rivera, las transformaciones en su escritura. En el postfacio
a esa edición, los argentinos Mónica Urrestarazu y Jorge War-
ley señalan: "Vallejo apunta sus dardos contra aquellos habitantes del
quehacer intelectual que ocupan y usufructúan una posición de privile-
gio", mientras defiende con una postura "casi gremial" el lugar del artista
como "trabajador de la cultura".
Durante la Guerra Civil, Vallejo se comprometió con la causa de la Re-
pública española. En 1937 organizó el boletín Nueva España, para
luego retirarse cuando su archienemigo Pablo Neruda se puso al man-
do. La "pica" entre el poeta chileno y el peruano se acentuó muchos
años después. Fueron los críticos británicos los que revalorizaron a
Vallejo. El poeta y biógrafo Martin Seymour-Smith lo hizo a través de
una hipérbole, al considerarlo "el más grande poeta del siglo XX en
todos los idiomas". Y la crítica literaria Jean Franco, en su libro César
Vallejo: la dialéctica de la poesía y el silencio (Sudamericana, 1976)
lo reubicó en el canon literario latinoamericano "por encima" de Neruda.
En una entrevista, la ensayista contó que, muerto Vallejo, conoció a su
viuda, Georgette, en Lima. Vio a una mujer que cocinaba para sus ocho
gatos, no hablaba nunca de su marido muerto y solo quería leer sus propios poemas. Franco se sintió aliviada cuando
se fue de esa casa, pero luego entendió a la mujer que había vivido a la sombra de su marido, condenada al castigo
eterno de agrupar y publicar la obra póstuma del poeta muerto.
Cesar Vallejo fue, y es, aún leído hoy, un universo. Caótico, lacerado, perverso, contradictorio. Pero también: luminoso,
sensible, inteligente. Vallejo es el que todo lo invierte: "Bien puede afincar todo eso. / Pero un mañana sin mañana,
/Entre los aros de que enviudemos,/ Margen de espejo habrá / Donde traspasaré mi propia frente / Hasta perder el eco /
Y quedar con el frente hacia la espalda."

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