Вы находитесь на странице: 1из 23

7.

- EL Sacramento del Orden y los ministerios

1.- Historia
a) Biblia
Jesucristo escogió de entre la multitud de sus discípulos a doce (Mc 3,13), que después
fueron llamados «apóstoles» –según Lucas, por Jesús mismo-, denominación que
significa enviados, encargados plenipotenciarios. Hay por tanto una voluntad de Cristo
de separar a algunos, para el bien de todos: un sacerdocio especial para el bien del
sacerdocio común de su pueblo, el nuevo pueblo de Dios.
Según la Carta a los Hebreos la calidad sacerdotal pertenece sólo a Cristo; y según la
Primera Carta de Pedro, al pueblo en su conjunto (1Pe 2,9). Pero junto al sacerdocio común
basado en el bautismo fue instituido un sacerdocio especial, cuyos primeros
depositarios fueron los apóstoles. Con ellos no terminó la misión apostólica que
recibieron de Jesús, pues esta estaba destinada a todos los hombres de todos los tiempos
(cf. Mc 16,16). La conciencia de los apóstoles del ministerio encomendado a ellos les
llevó a procurar cooperadores. La transmisión de las misiones y poderes de éstos –la
sucesión apostólica- ya está expuesta en el nuevo testamento, especialmente en los
Hechos de los apóstoles y en las epístolas. Hechos de los apóstoles consigna la elección por
parte «de la asamblea de discípulos» de siete varones, que son instituidos para
ayudarlos (Hch 6,1-6). Eran auxiliares y representantes de los apóstoles; estos últimos
fueron quienes oraron e impusieron sus manos sobre ellos. Poseían el rango de obispos
o presbíteros, por lo que ambas expresiones significan todavía lo mismo. Los Hechos y
las epístolas ponen de manifiesto la indistinción entre presbíteros y obispos (cf. Hch
20,17-38; 1Tm). La Primera Carta a los tesalonicenses pone de manifiesto la existencia en la
comunidad de los que «os presiden en el Señor y os amonestan» (1Tes 5,12). Aunque
estos no tengan una denominación propia, se reconoce que constituyen una autoridad
local que preside y que es distinta a la suya, pues el Apóstol la tiene sobre todas las
Iglesias por él evangelizadas. Estos auxiliares tenían autoridad pues podían amonestar a
la comunidad. Se trataría del ministerio episcopal/presbiteral. En la Carta a los filipenses
es la primera vez que se menciona a los diáconos (Cf. Flp 1,1). Estos son servidores y
auxiliares de los obispos o presbíteros. La imposición de manos tiene su modelo en el
antiguo testamento.
En el Nuevo Testamento hay numerosas denominaciones sobre los ministerios, pero poco
coordenadas. El vocabulario es muy variado y deliberadamente se ha evitado repetir el
vocabulario sacerdotal del antiguo testamento. Estas denominaciones serán tomadas de
las hermandades judías o más bien del vocabulario profano: presidentes, pilotos,
pastores, inspectores, ancianos, servidores, etc. Los perfiles no están aún claros y el
léxico no ha sido fijado. Se puede afirmar que en el nuevo testamento aparecen dos
términos con raíces filológicas diversas pero que aluden a la misma realidad: obispos
(ámbito helenista) y presbíteros (ámbito hebreo). Al parecer el más antiguo fue este
último, que más tarde en ambientes helenistas se cambió a obispo. La comunidad de

1
Jerusalén –si se acepta la autenticidad de la Carta de Santiago- habría estado constituida
por una estructura presbiteral bajo la dirección de Santiago apóstol. Hechos de los
apóstoles alude a los presbíteros en el segundo viaje de Pablo a Jerusalén; después con
ocasión del concilio de Jerusalén, donde Pablo y Bernabé son acogidos por los
presbíteros y los apóstoles. «La estructura colegial de la Iglesia nación en Jerusalén bajo
la presidencia de los llamados presbíteros y que se fue extendiendo a las Iglesias de la
diáspora, donde, en ambiente helénico, el título de presbítero se permutó por el de
obispo»1. En el nuevo testamento, por lo tanto, obispo y presbíteros son sinónimos. Esto
es evidente en el discurso de Pablo a los presbíteros de Éfeso, cuando comienza a
tratarlos de presbíteros y termina tratándolos de obispos (Hch 20,17-35). No sabemos si
Matías fue instituido por medio de un gesto particular para ser incorporado al
ministerio apostólico. La imposición de manos como gesto litúrgico aparece en el libro
de los Hechos de los apóstoles en la constitución de los «siete» (Hch 6.1-6). Y Pablo lo
menciona en la Carta a Timoteo (Cf. 1Tm 4,14; 2Tm 1,6). En la Primera Carta a Timoteo,
Pablo aconseja a Timoteo que no se precipite para imponer las manos a nadie (1Tm
4,13), aunque no se puede asegurar si se refiere a un rito de absolución de los pecados o
a un rito de ordenación. Sobre el diaconado, el nuevo testamento aludo dos veces. Ya
hemos dicho que se alude a este ministerio por primera vez en la Carta los filipenses (Flp
1,1). Hay que advertir, eso sí, que en el nuevo testamento se emplea en una doble
connotación: una amplia, que alude al servicio; y otra restringida, como la mencionada,
que hace referencia a un ministerio instituido. La segunda mención es en la Primera
Carta a Timoteo (1Tm 3,8-13), cuando se mencionan sus cualidades morales. En ambos
sitios, se les menciona después de los presbíteros/obispos, lo cual da a entender un
ministerio subordinado a aquel. Los textos no permiten afirmar nada más sobre su
naturaleza.
El lenguaje secular con el que se aludía a los ministerios comienza poco a poco a variar.
Leemos en Clemente de Roma (año 96):
Al sumo sacerdote de la antigua Ley le estaban encomendadas sus propias funciones; su
propio lugar tenían señalado los sacerdotes ordinarios, y propios ministerios incumbían
a los levitas; al hombre laico, en fin, por preceptos laicos estaba ligado. Procuremos,
hermanos, cada uno agradar a Dios en nuestro propio puesto, conservándonos en buena
conciencia, procurando, con espíritu de reverencia, no transgredir la regla de su propio
ministerio (leitourgia) (CLEMENTE DE ROMA, Ad Corinthios 40-41)
Este texto atestigua una primera sacralización de las funciones en la Iglesia. Es todavía
sólo una comparación: «estos dirigentes son para la Iglesia lo que los sacerdotes y levitas
eran para el pueblo de Dios»2 Pero de esta comparación se pasará a una verdadera
correspondencia. La encontramos en la Didaché, pues a propósito de los profetas dirá:
«son vuestros sumos sacerdotes» (Cf. Didaché, 13,3).
En todo el Nuevo Testamento, a excepción del caso de Pablo en Tróade (Hch 20,7-11), no
hay alusión a quién preside la eucaristía. Si la celebración deviene de la bendición de

1
R. ARNAU, Orden y ministerios (Madrid 2010) 55-56.
2
JOURJON, “Remarques sur le vocabulaire sacerdotal dans la 1ª Clementis” en: Epektasis (Paris 1972) 109.

2
birkat hamazon, no podía haber presidido cualquiera de la comunidad, sino que debió de
ser asumida por el presidente de ésta. Los últimos escritos del nuevo testamento así lo
confirman. Para la Didaché, los que «dan gracias» son los «profetas», ministros
itinerantes asociados a los «apóstoles» y que son, como hemos dicho más arriba, los
«sumos sacerdotes» de la comunidad. También lo hacen los inspectores (episkopoi), que
son los ministros locales elegidos por la comunidad (Didaché 10,7; 13,3 y 15,1). Para
Ignacio es el obispo quien lo hace como principio de unidad de la Iglesia. Y no dice que
lo pueda hacer un presbítero.
No se sabe muy bien qué ocurrió entre el nuevo testamento y la teología de los
ministerios que encontramos en Ignacio de Antioquía. No sabemos tampoco si la
descripción de Ignacio obedece a la Iglesias de Siria o a las de toda la cristiandad. El
obispo de Antioquía es testigo de una trilogía jerárquica constituida por el obispo, los
presbíteros y los diáconos:
Os exhorto a que pongáis empeño por hacerlo todo en la concordia de Dios, presidiendo
el obispo, que ocupa el lugar de Dios, y los ancianos que representan el colegio de los
apóstoles, y teniendo los diáconos, para mí dulcísimos, encomendado el ministerio de
Jesucristo […] Todos habéis también de respetar a los diáconos, como a Jesucristo. Lo
mismo digo del obispo, que es figura del Padre, y de los ancianos, que representan el
senado de Dios y la alianza o colegio de los apóstoles (Ad Philadelphos 4; Ad Magnesios
13,1).
Ignacio destaca la figura del obispo, que sin embargo, actúa con el presbiterio (Cf. Ad
Smirnotas 8,1-9,1). Está usando en su trilogía una tipología mística: el obispo representa a
Cristo (a veces al Padre) rodeado de sus apóstoles. Ahora bien, ¡rara vez se hallará una
sacralización tan ruda del papel del obispo!; pero sí de toda la comunidad. Se trata de
un obispo monárquico, pues en sus manos está todo el gobierno de la comunidad. Él es
representante de la comunidad y el garante de la unidad de la comunidad en lo que se
refiere a la disciplina, al culto y a la doctrina.
Clemente romano es el primero que habla de laicos. El nuevo testamento hablaba de los
santos y sus ministros (Flp 1,1); ahora se habla de esos ministros y los laicos. El término
viene de laos, pueblo; tiene parte en la comunidad del pueblo ya jerarquizado. El rango
de los laicos es el último, pero es importante que Clemente los haya mencionado porque
la analogía con el antiguo testamento no se lo permitía. Lo importante es que forma
parte del pueblo. Pero al mismo tiempo se le distingue de los que tienen funciones
sagradas.

b) Patrística antenicena
Hermas habla de obispos, presbíteros y diáconos. Y a los presbíteros denomina
«directores de la comunidad». Justino alude al obispo como «quien preside a los
hermanos», y estaría tratándose del obispo monárquico. El que preside la comunidad
preside la eucaristía. Para Ireneo al frente de cada comunidad se encuentra un obispo
monárquico. El obispo de Lyon contra los gnósticos enfatiza la idea de la sucesión
apostólica de los obispos. Esta garantiza la tradición infalsificada de la doctrina

3
cristiana. Elabora una lista completa de los obispos de Roma. A los sucesores de los
apóstoles los denomina obispos, pero también presbíteros. Y relaciona la institución del
diaconado con Hch 6,1-6.
A comienzos del s. III se destaca la figura del obispo en el seno del presbiterio. Se le da
de forma más corriente el antiguo nombre de pontífice y de sacerdote (Hiereus,
archihiereus, sacerdos, summus sacerdos). Hipólito habla sobre quien preside la eucaristía:
«el obispo que preside a la Iglesia por una ordenación que da un carisma apostólico,
preside también la eucaristía como sumo sacerdote» (S/n). Tertuliano dice más o menos
lo mismo: «No recibimos el sacramento de la eucaristía más que de la mano de nuestros
presidentes» que ejercen «funciones sacerdotales» (Cf. TERTULIANO, De corona III,3; De
prescriptione 41,8). En su época montanista afirma que a falta de sacerdote, los fieles
pueden ejercer funciones cultuales como bautizar o celebrar la eucaristía. Pero establece
una diferencia entre el orden (ordo) y el pueblo (plebs). Agustín va a rechazar esta
afirmación (Cf. Epistula 111,8). Para Cipriano es el obispo el que preside la eucaristía
como garantía de la unidad. Con ello, cumple el oficio de Cristo (vice Christi vere
fungitur). Esta idea será tomada en el medioevo entendiendo el ministerio ejercido in
persona Christi. Pero Cipriano nos proporciona el primer testimonio de la eucaristía
presidida por un presbítero (Epistula 5,2). En conclusión se puede decir que los que
presiden la edificación de la Iglesia son los que presiden los sacramentos, que por su
parte edifican la Iglesia.
La ordenación del obispo la realizan los obispos de la región, por medio de la
imposición de manos. Para los presbíteros, es el obispo el que impone las manos, pero
acompañan los presbíteros, que participan «del espíritu común del presbiterio» (Traditio,
7 y 8). Los diáconos, según el testimonio de Hipólito, no son ordenados al sacerdocio (nº
8) lo que indica que el presbítero sí lo es; sino para estar al servicio del obispo. El
presbiterado está para ayudar al obispo y gobernar (con él). El diácono es servidor de la
Iglesia, ante todo en la persona del obispo. Su servicio tiene dimensión litúrgica:
preparar los dones.
Junto a los tres grados clásicos encontramos ahora otros cargos eclesiásticos, los
llamados órdenes menores. Tertuliano menciona al lector. Hipólito alude al lector y al
subdiácono. La Didascalia da noticia de la existencia del subdiaconado y del lectorado.
Siguiendo la idea de Clemente romano, la Didascalia apostolorum (230) enfatiza la
existencia del laicado como miembro de la Iglesia, tal como lo vemos en el texto
recogido en las Constitutiones apostolicae:
Escuchad esto también vosotros, los laicos, Iglesia elegida de Dios. Porque el pueblo de
antaño era ya llamado pueblo de Dios y nación santa (Ex 19,5-6). Pero vosotros sois la
Iglesia de Dios santa y sagrada, inscrita en el cielo (Hb 12,23), el sacerdocio real, la nación
santa, el pueblo adquirido (1Pe 2,9), la novia adornada para el Señor Dios, gran Iglesia
fiel (Constitutiones apostolicae II,26,1).
Esta idea será dominante en toda la antigüedad cristiana. La va a desarrollar cien años
más tarde las Constituciones apostólicas en su primer libro, sobre la enseñanza católica
relativa a los laicos. El segundo libro será sobre los obispos, presbíteros y diáconos.

4
Tenemos la figura del fosor (Cf. Lista de la Iglesia de Cirta).
Constantino había querido revestir de honor a los obispos. En los decenios siguientes la
tendencia se acentuó: se deja Roma para el Papa y el emperador Graciano el joven (+383)
renuncia al título de Pontifex Maximus. Ello contribuyó para que se traspasaran al Papa y
a los obispos las expresiones de honor antes dadas al emperador y a sus lugartenientes 3.
Y se produce una evolución importante: los presbíteros dejan el colegio presbiteral de la
ciudad para instalarse en las aldeas. Y harán todo lo que hacía el obispo, excepto la
imposición de manos. En consecuencia, se les llama sacerdotes, como a los obispos, pero
se añade: secundi ordinis. En todo caso, en la época al mencionar el sacerdocio, se
entiende una dimensión de su ministerio. Más adelante la atribución sacerdote se
convertirá en una categoría sujeto (reducción). El concilio de Nicea (325), por su parte,
pide que no se ordene demasiado rápidamente a un neófito (c. 2). En el siguiente canon
asienta el principio que un obispo sea establecido por todos los obispos de la provincia
eclesiástica, y si esto no se puede, al menos haya tres (habiendo dado su voto los
ausentes). La finalidad de esto era expresar la comunión y no asegurar la validez.
Aerio de Sebaste impugna la primacía del obispo por sobre el presbítero. Según él eran
iguales. Epifanio luchó contra esta teoría y fundamental la primacía del obispo en el
poder que sólo él tiene, de ordenar. El orden de los obispos se determina por engendrar
padres para la Iglesia; el orden de los presbíteros, engendrar, por el bautismo, hijos,
pero no padres y maestros. Jerónimo va a representar en Occidente esa tendencia
presbiteral. En su lucha contra la arrogancia de los diáconos romanos prueba con
testimonios de Hechos de los apóstoles y de las cartas paulinas, que las designaciones
episcopus y presbíterus significaban, originariamente, lo mismo. Uno expresa el oficio o
cargo, la otra expresa la edad. Cuando todavía en tiempos de los apóstoles se formaron
partidos dentro de las comunidades, que habrían sido gobernadas conjuntamente por
un colegio presbiteral, hubo que elegir a uno de los presbíteros, poniéndolo al frente de
los demás y al que se le habría encomendado el gobierno de la comunidad para prevenir
futuras escisiones. La única ventaja que llevaría el obispo sobre los presbíteros sería la
de conferir las órdenes sagradas. Pero aun esta ventaja remonta según Jerónimo, más a
una disposición eclesiástica que a una ordenación divina. A fines del siglo se redactan
las Constitutiones apostolorum, que aparecieron en suelo sirio hacia fines del s. IV, traerán
una amplificación de lo que se decía en la Traditio sobre los ministerios. Prueba cómo la
liturgia se ha desarrollado. Aparece por primera vez en un documento litúrgico el rito
de imposición del libro de los evangelios. La ordenación se realiza de la siguiente
manera: uno de los obispos asistentes, generalmente el metropolita se coloca junto con
otros dos, en las proximidades del altar y pronuncia la oración consecratoria sobre le
candidato elegido y preconizado por el pueblo. Los demás obispos y presbíteros rezan
en silencio. Los diáconos mantienen abierto el libro de los evangelios sobre la cabeza del
ordenando. La ordenación del presbítero –según las Constitutiones- es por la imposición

3
Aunque el título Pontifex Maximus lo usa Tertuliano, se trata de un caso aislado. Se dice que Dámaso fue
el primer Papa en usar esta denominación. Otros dicen que fue Gregorio; y otros, que fue en el
Renacimiento cuando se convirtió en título de honor regular. Los obispos, además del de Roma, también
lo ocuparon.

5
de las manos y la oración consecratoria. Presbiterio y diáconos permanecen de pie en
silencio. Se ha omitido la imposición de manos llevada a cabo por los presbíteros en
unión con el obispo, atestiguada por Hipólito. Se ha ampliado la oración de Hipólito.
Para el diácono, la ordenación es imposición de manos del obispo en presencia del
presbiterio y de los diáconos y rezo de una breve oración consecratoria. A la ordenación
del diácono sigue la ordenación de la diaconiza, cuya labor era el de custodiar las
puertas de la casa de Dios. El subdiácono y el lector son ordenados del mismo modo:
imposición de manos y oración del obispo. Se elije para el ministerio del lectorado a
niños. Este ministerio era al menos en Roma, el grado inicial de la carrera eclesiástica.
Silicio menciona estos grados del cursus eclesiástico: lector, exorcista, acólito,
subdiácono, diácono, presbítero y obispo.
En el s. V aparece la imposición del libro de los evangelios sobre la cabeza, que aparece
en la obra Palladius (PG 47,53). Es –según la homilía de Severiano- un símbolo de la
venida del Espíritu santo para la predicación del evangelio, lo mismo que en Pentecostés
bajó en forma de lenguas de fuego. También simbolizaría la sumisión del obispo al
dominio de la ley divina. El concilio de Calcedonia prohíbe las ordenaciones absolutas:
Nadie debe ser ordenado de manera absoluta, ni presbítero, ni diácono, ni en general
nadie de los que se encuentran en el orden eclesiástico, si no se le asigna al ordenando a
título propio una iglesia de ciudad o de aldea, un santuario de mártir o un monasterio. A
propósito de los que han sido ordenados de manera absoluta, el santo concilio ha
decidido ya que semejante imposición de manos no tenga valor y que, para vergüenza de
aquel que se la confirió, no pueda ya ejercerla en ninguna parte (C. 6).
Más adelante se interpretó.
Las ideas de Jerónimo se difunden con la obra de Septem ordinibus eccleisae. El autor
considera que por causa de la autoridad se reservó sólo al obispo la ordenación y
consagración de los clérigos, para garantizar la armonía entre los presbíteros y evitar
escándalos. Los papas Inocencio y Gelasio defienden la primacía del obispo contra las
usurpaciones de los presbíteros. Inocencio dirá que los presbíteros son sacerdotes de
segundo orden; no poseen la dignidad del sumo sacerdocio. Juan diácono afirma más o
menos lo mismo. Las Statuta Ecclesiae antiqua trae formulario de ordenaciones, inspirado
en documentos más antiguos. Es descripción ideal. Se advierte una gran diversidad en
la enumeración de los ministerios de grados inferiores (no así los superiores: obispo,
presbítero y diácono). El ministerio de ostiario se confía a los laicos, los mansionarii. La
teología avanza con Agustín. Al distinguir la gracia del Espíritu Santo, que puede
perderse, y el efecto imperecedero del sacramento, reconoce en pugna con los
donatistas, que si el bautismo no se pierde al separarse de la Iglesia, tampoco se pierde
la capacidad de administrar el bautismo. Por eso el orden no es reiterable. Sería una
injusticia contra el sacramento.
Hasta el s. VI, al menos entre los francos, se le llamaba «papa» a un simple obispo. En el
misal de Stowe, hacia el 800 se debe aclarar que se trata del Papa. Se introduce un grado:
el clericado, cuyo signo es la tonsura, y que introducía al sujeto al estado clerical
haciéndole partícipe de los privilegios inherentes al mismo. El simple clérigo, saltándose

6
los grados inferiores, podía recibir en seguida las órdenes superiores. De san Gregorio se
informa que se hizo primero monje, estado que llevaba aparejado la admisión en el
estado clerical; después diácono y por último papa. Después el diaconado no se
consideró como grado previo necesario para recibir las órdenes mayores y este tampoco
como obligatorio para el siguiente, el episcopado4.
En el el s. V la teología sacramental tiene que abordar problemas de orden sociológico. A
mitad del s. IV comienza la gran afluencia de candidatos al bautismo. La organización
anterior no da abasto. Ya no es posible reunir a todos los cristianos en torno al obispo.
Comienza ahora a crearse en la ciudad los tituli, al principio considerados como
sucursales dependientes de la sede episcopal, pero que van a convertirse muy pronto en
lo que hoy llamamos parroquias. Los presbíteros van a devenir «sacerdotes», es decir,
sacerdotes como el obispo, pero de segundo orden, ya que trabajan bajo su autoridad.
Es el tiempo también en que la expansión del cristianismo llega a las zonas rurales,
amplias zonas que anteriormente no habían sido evangelizadas. Esto da origen a la
liturgia presbiteral, y da una nueva comprensión teológica del presbítero, que pasa de
ser un colaborador inmediato del obispo, a ser colaborador del obispo allí donde el
obispo no puede llegar, en pueblos y aldeas. En España, el 633 se celebra el IV concilio
de Toledo, se señalaron las normas canónicas que impedían la ordenación episcopal a
quienes las infringiesen; que los presbíteros se ordenasen a partir de los treinta años; que
los clérigos en período de formación viviesen en una misma casa, que el obispo visitarse
todos los años a sus feligresías; que fueran vendidas las mujeres que se supiese estaban
unidas a los clérigos»5.
Sobre la ordenación episcopal: testimonio de Agustín, que huía de las diócesis acéfalas.
Pero en Hipona el obispo hizo una arenga sobre la necesidad de un pastor que el pueblo
arrancó al monje Agustín y lo empujó ante el obispo que le ordenó sin dilación: «Yo
temía el cargo, y trabajaba todo lo que podía para conseguir mi salvación en una
posición humilde, mejor que perderme en un puesto elevado, pero, lo repito, un
servidor no sabe contradecir a su maestro» (Sermo 355, 2)6. Eran tiempos de
ordenaciones forzadas, lo que hizo inquietar a las autoridades tanto civiles como
eclesiásticas pero la práctica continuó hasta el s. VII. En tiempos de Gregorio Magno la
elección del obispo se hacía de la siguiente manera: el metropolita nombre un obispo
cercano que deberá ir al lugar que ha perdido su obispo y atender dos fines, a saber,
procurar proteger los bienes de la comunidad huérfana y velar para organizar la
elección de un nuevo pastor. Lo primero, para evitar que algún clérigo venda en el
ínterin algún objeto valioso o se apropie de algunas rentas. El obispo visitante reúne a la
comunidad, pueblo y clero, les exhorta a recordar la importancia de ese voto, que

4
Papas que fueron elevados a la sede pontificia siendo diáconos y consagrados, de diáconos, directamente
obispos: Liberio, Felix, Dámaso, Siricio, Eulalio, León, Hilario, Felix II, Anastasio II, Símaco, Hormisidas,
Bonifacio II, Agapito, Virgilio, Gregorio, Sabiniano, probablemente sus dos sucesores Bonifacio III y
Bonifacio IV, y Juan IV y Juan V.
5
LABOA, Atlas histórico de los concilios y de los sínodos (Madrid 2008) 77.
6
JUAN CASIANO : «El monje debe absolutamente huir de mujeres y obispos» (Instituciones XI,18).

7
ninguna parcialidad suceda. Se recomienda que el candidato en lo posible no sea laico
sino clérigo, y natural de esa misma comunidad, a no ser que no haya nadie digno de ser
ordenado. Una vez elegido, el postulante es enviado a Roma con los documentos que
acrediten la elección y –esto lo añade Gregorio- con un informe del obispo visitante
sobre el desarrollo del procedimiento. En Roma Gregorio, como metropolita, tras
encontrarse personalmente con el elegido, juzga sobre la validez y la buena cualidad de
la elección. Se reserva, por lo tanto, el juicio último al respecto. Como dice Henne: «Es
entonces, y solo entonces, cuando Gregorio confirma la elección y procede a la
consagración. Por tanto se reserva un derecho permanente de veto a toda elección
episcopal»7.
Diaconado. Siguiendo el dato neotestamentario, los diáconos de Roma serían por mucho
tiempo nada más que siete. Así lo afirma el papa Cornelio el 251. El concilio de
Neocesarea (314) sanciona esta costumbre en el canon 15, donde se prohíbe
explícitamente ordenar más de siete diáconos incluso en las grandes ciudades. El papa
Fabiano asocia cada uno de estos a una región y le da preeminencia a uno de ellos: el
diácono del obispo. Como dice Henne: «Un simple ecónomo de la comunidad hasta el s.
IV, este nuevo personaje se convierte en una verdadera personalidad política gracias al
Concilio de Éfeso en el 431. Éste es el archidiácono, constante, establecido, que conocía
bien la administración y, según su necesidad, había instalado en ella sus hombres» 8. En
tiempos de Gregorio el oficio de diácono seguía pervertido. Por eso convoca a un sínodo
romano (595). Allí se establece, por ejemplo, que los diáconos cantaran sólo el evangelio,
y los demás cantos los realizarán los subdiáconos. Esto porque se ordenaba candidatos
más por la bella voz que por su calidad moral, eran mundanos, en su canto, en sus
atavíos, algunos se enorgullecían de su larga cabellera. Gregorio luchó mucho contra la
camarilla de los diáconos de Roma.
Hacia el s. IV se institucionaliza el rol de algunas mujeres al servicio de la Iglesia. En
Oriente a la mujer diácono (Después de Nicea: diaconisa) se le confía un papel en la
unción bautismal de las mujeres. Se trata de una función de asistencia justificada por
razones de decencia, no de un papel sacramental. Ellas no pueden conferir el bautismo.
Para esa función, se les ordenaba con una simple imposición de manos, y se colocaban
jerárquicamente después de los diáconos. Con ellos estaban encargadas de velar por el
orden de la asamblea en las celebraciones. Tienen autoridad sobre las viudas, aquellas
mujeres que sin ser ordenadas, han consagrado su viudez a Dios. Las viudas están
mucho mejor atestiguadas documentalmente que las diaconisas. Estas últimos más bien
aparecen como objeto de críticas. El concilio de Nimes (394) va a condenar formalmente
la ordenación de diaconisas. Van a desaparecer en el siglo siguiente. Por último, se

7
Ph. HENNE, Gregorio Magno (Madrid 2007) 166.
8
Ph. HENNE, Gregorio Magno (Madrid 2007) 128. Agrega el autor que el mundo de los diáconos es
complejo y lleno de intrigas. Al lado de los diáconos regionales aparecen después los diáconos
estacionarios, agregados a las iglesias de Roma. León Magno estableció diáconos en las iglesias
martiriales. A la época los diáconos eran una multitud de personas con intereses «discordantes», intereses
personales más que por servicio a la Iglesia.

8
consolida la institución de las vírgenes consagradas. Estas llevan una vida retirada en la
casa familiar. No ejercen funciones precisas, pero participan en obras de caridad.

c) Edad Media
En Calcedonia (451) se habían prohibido las ordenaciones absolutas; pero en este
período se interpreta de la siguiente manera: el ordenado debe tener un título
eclesiástico (titulus Ecclesiae), es decir, un medio de sustento para que viva
decentemente, en correspondencia con una función. Nace de esta manera el sistema de
beneficios que dará lugar a muchos abusos (intentar tener un cargo para obtener un
beneficio) a lo largo de la historia. Esto se extendió desde el s. IX y sobre todo en el XI, lo
que multiplicó las ordenaciones absolutas. Así se difundió la imagen del sacerdote
ordenado para el culto, sobre todo para la misa. Y a multiplicación de misas (por
diversas razones), multiplicación de presbíteros para celebrarlas. El ministerio
sacerdotal se ha alterado, dando nacimiento a los denominados sacerdotes «altaristas».
El ministerio se comprende más en su sentido de santificación personal por medio de la
celebración diaria de la misa, actividad que ahora resume casi por sí sola la función
presbiteral. En fin, esta nueva concepción del ministerio explica que se construyeran una
gran cantidad de iglesias privadas para celebrar misas encargadas.
Sobre el cursus honorum y los grados del sacramento del Orden, siguiendo a Ott tenemos
lo siguiente. Continuó la costumbre de omitir algunas o todas las órdenes menores.
Ejemplo típico es la consagración del papa Constantino que el 767 es elevado a la sede
pontifica siendo laico, después de emplear la fuerza de las armas. Con él se omitieron las
cuatro órdenes menores. Nadie reprochó por eso, pero sí el que no se observaran los
intersticios. Las órdenes recibidas por Constantino representaban el entonces normal
cursus honorum. Diverso fue el desarrollo en los países al norte de los Alpes. Por influjo
de la Statuta Ecclesiae antiqua se hizo normal allí la praxis de recibir todos los grados
prescritos del orden sagrado. Al introducirse la liturgia galicana en Roma se introduce
también el presbiterado como grado previo a la consagración episcopal, según era usual
en el imperio franco (cf. HINCMARIUS DE REIMS, 869-70). Sobre el número de las órdenes
Isidoro de Sevilla (+636) cuenta nueve órdenes. Lo siguen Graciano y los canonistas.
Rabano Mauro (856) enumera ocho. Ivo de Chartres (+1116) habla de siete, apelando al
ejemplo de Cristo, que en su propia persona ejerció las funciones de los siete grados,
dando con ello a la Iglesia un ejemplo que imitar. Clave para ello la obra Ordines Christi
(A. WILMART, Les ordres du Christi); las más antigua compilación se remonta a monje
egipcio del s. IV-V con cinco órdenes. A partir del s. VII (misal de Bobbio) se mencionan
siete. Ivo de Chartres menciona siete pero omite el obispo.
La ordenación sacerdotal, hasta el s. VIII, era realizada por la mera imposición de
manos. Ahora el neosacerdote –también en la consagración episcopal- recibe el rito de la
unción de las manos según un uso veterotestamentario (Cf. Esd 28,41 y Nm 3,3). En
Roma esta nueva costumbre será conocida en la segunda mitad del s. IX. Después al
obispo se le ungirá también la cabeza.

9
Dentro de la comunidad cristiana, sucederá que la ordenación tenderá a separar a los
presbíteros de la comunidad. La obra de los monjes reformadores consistió en infundir
al conjunto de la Iglesia medieval algo del espíritu monástico, como vemos sobre todo
en el ordenamiento del celibato para el clero, lo cual sirvió para colocarlo como un
cuerpo separado cuyos intereses no estarían ya ligados a los de su familia o su localidad,
sino a los del orden eclesiástico del cual formaba parte. Dawson, 226 Benedicto
VIII estableció que los clérigos no se casasen.
Rábano Mauro y muchos otros, mantienen las opiniones del Ambrosiaster y de Jerónimo
sobre la igualdad originaria de ambas órdenes: episcopado y presbiterado. Por la vía de
los comentarios la opinión ganó influjo. Un segundo camino fue el Decreto de Graciano,
pues éste incorporó en su Decreto tanto la exégesis de Jerónimo a Tit 1,5-7, como un
extenso pasaje de su Carta a Evangelo. Isidoro de Sevilla recibió estas ideas además,
desde el pseudojeronimiano De Septem ordinibus ecclesiae. Beda, en cambio remonta al
propio Cristo la distinción entre obispo y presbítero.
Comienzan a abundar los sacerdotes. Petrus Cantor (1197) advertía: hacen falta menos
iglesias, menos altares, menos sacerdotes, pero mejor escogidos. Hacia el final del
período los clérigos pueden llegar a ser a veces la décima parte de la población. Los
colegios de canónigos se convirtieron en expresión de honor, no cumplieron más que
mínimamente su función tradicional: formar futuros sacerdotes.
Pedro Lombardo tiene la primera definición del orden: «[ordinem] signaculum quoddam
esse, id est sacrum quidam, quo spiritualis potestas traditur ordinato et officium». Signaculum se
refiere al rito externo de ordenación, que se parece a la impresión de un sello; es por lo
tanto la acción sacramental externa. Quien lo recibe, obtiene una potestad espiritual, es
decir, la capacidad de ejercer funciones espirituales. Al decir espiritual no se debe
entender en oposición a corporal, sino como religiosa. La definición de Pedro Lombardo
tuvo mucho éxito y fue seguida por muchos. Como hasta la mitad del s. XII el concepto
de sacramento se entendía en el sentido amplio de signo sagrado, nade podía dudar que
la ordenación era un sacramento. Así lo hace Agustín. Cuando el concepto de
sacramento se entendió en el sentido de que es signo y también causa de la gracia, se
restringió a los siete signos sagrados del nuevo testamento. Según Pedro Lombardo cada
uno de los siete grados constituyen el orden sagrado. Todos otorgan la gracia. Pero no
considera al episcopado como orden, y por eso, tampoco como sacramento, sino tan sólo
como dignidad o cargo. La mayoría de los escolásticos lo seguirán en este punto. La
razón es porque no puede hacer nada que sea más que lo que ya hace un presbítero: la
eucaristía. El efecto del orden –distinto de la gracia- es lo que llaman el carácter.
La confesión de fe para los valdenses, de Inocencio III (1208) establece la validez del
sacramento celebrado por un ministro moralmente indigno.
En nada tampoco reprobamos los sacramentos que en ella se celebran, por cooperación
de la inestimable e invisible virtud del Espíritu Santo, aun cuando sean administrados
por un sacerdote pecador, mientras la Iglesia lo reciba, ni detraemos a los oficios
eclesiásticos o bendiciones por él celebrados, sino que con benévolo ánimo los recibimos,
como si procedieran del más justo de los sacerdotes, pues no daña la maldad del obispo o

10
del presbítero ni para el bautismo del niño ni para la consagración de la Eucaristía ni
para los demás oficios eclesiásticos celebrados para los súbditos (DzH 793).
El tema ya había sido tratado por Agustín frente al donatismo. Pero la novedad radica
en que aquí el problema no es el cisma o la herejía sino la indignidad moral del ministro.
Los pecados de los ministros eran la simonía y la vida marital que practicaban algunos
clérigos. Inocencio siente la necesidad de subrayar que sólo el ministro ordenado puede
presidir la eucaristía. Seguramente los pecados de los ministros habían hecho pensar en
la posibilidad de que fuera presidida por un ministro no ordenado. Inocencio apela a la
importancia de la intención del ministro:
En este sacrificio [la eucaristía] creemos que ni el buen sacerdote hace más ni el malo
menos, pues no se realiza por el mérito del consagrante, sino por la palabra del Creador
y la virtud del Espíritu Santo. De ahí que firmemente creemos y confesamos que, por
más honesto, religioso, santo y prudente que uno sea, no puede ni debe consagrar la
Eucaristía ni celebrar el sacrificio del altar, si no es presbítero, ordenado regularmente
por obispo visible y tangible. […] Para este oficio tres cosas son, como creemos,
necesarias: persona cierta, esto es, un presbítero constituido propiamente para ese oficio
por el obispo, como antes hemos dicho; las solemnes palabras que fueron expresadas por
los Santos Padres en el canon, y la fiel intención del que las profiere. […] (DzH 794).
El cuestionamiento que se hizo en la época al ministerio fue muy grave. Estaba en tela
de juicio su dignidad, su credibilidad, su legitimidad. Se pensó incluso en declarar nulas
algunas ordenaciones, lo que era una medida en contra del principio común según el
cual la santidad o la dignidad del ministro no tiene ningún efecto en el sacramento.
Alejandro de Hales (1245) intenta una definición del Orden: «Ordo est sacramentum
spiritualis potestaris ad aliquod officium ordinatum in ecclesia ad sacramentum communionis».
Con Pedro Lombardo se reconoce que la ordenación otorga una potestad espiritual. La
novedad estriba en que esta potestad se da para un ministerio que está orientado hacia
el sacramento de la communio, es decir, a la eucaristía. El criterio de ordenación en la
eucaristía es punto clave en la teoría de Alejandro. El episcopado queda fuera porque le
falta esa ordenación inmediata hacia la eucaristía. La mayoría aplastante de teólogos
escolásticos no consideran al episcopado como un orden sino como una dignidad
agregada al sacerdocio y como un cargo. Alejandro de Hales, Alberto Magno,
Buenaventura, Tomás de Aquino se inscriben en esta opinión. La consagración episcopal
sería solo un sacramental. Agustín distingue ordo como sacramento y como oficio.
Según lo primero el episcopado no sería sacramento, pues no abarca nada distinto al
presbiterado. Pero como oficio, sí es orden, pues tiene una potestad más amplia que el
presbítero no tiene y que se refieren al cuerpo místico, como confirmar y ordenar. La
superioridad del obispo, según Tomás no sólo consiste en la potestad de jurisdicción,
sino también en una potestad de orden. Sobre los efectos del sacramento del orden,
Santo Tomás dice que son dos: la gracia santificante y el carácter. Es la gracia para que el
hombre administre los sacramentos. Es la gracia para la digna administración de los
sacramentos. Juan Duns Scoto se ocupó muy minuciosamente del tema de la esencia del
orden. «Ordo est gradus praeminens in Ecclesia disponens ad actum aliquem ecclesiaticum

11
eminentem». Subyace la noción de ordo en dos sentidos: un elemento dentro de otro
mayor; y un grado eminente dentro de ese orden.
La teología sacramental del Decretum Pro armeniis sigue casi a la letra la doctrina de
santo Tomás (Cf. Opúsculo De articulis fidei et Ecclesiae sacramentis); habla del ministro
como quien habla en nombre de Cristo (In persona Christi). La expresión es patrística,
pero se empleó a partir del s. XII y XIII. Indica, particularmente en la celebración de la
eucaristía, la relación tan estrecha que se da entre Cristo y el celebrante y abre a una
interpretación fuertemente cristológica de este ministerio.
El problema está en que enseña que la materia del sacramento del orden es la entrega
del cáliz con el vino, y de la patena con la hostia. Pío XII zanjaría la cuestión
definitivamente en el s. XX.
Apéndice 2
Siguiendo a L. Ott en este acápite, hay que decir que en la teología sistemática de la
escolástica primera se concede menos atención a la cuestión de la relación entre el
episcopado y el presbiterado. El que se ocupó con mayor profundidad fue Hugo de san
Víctor (+1141), para quien el sacramento del orden abarca siete grados diferentes.
Dentro de cada uno de los grados vuelve a haber diferencias en el poder. Diaconado y
archidiaconado son un grado en el sacramento, pero no un poder en el ministerio, ya
que el archidiácono, además del servicio al altar, común con el diácono, tiene otras
misiones en la administración y jurisdicción eclesiástica. Análogamente, obispo y simple
sacerdote constituyen un grado en el sacramento, pero poseen potestades distintas para
ejercer su ministerio respectivo, puesto que los obispos, junto a las tareas relativas a la
administración de sacramentos y a la función magisterial, tienen tareas específicas en
común con los sacerdotes, como son la consagración de las iglesias, la administración de
los órdenes sagrados y de la confirmación, la consagración del crisma e impartir la
bendición al pueblo reunido9. Hay distinción de grado dentro de las órdenes y una
distinción de dignidades en el mismo grado. Pedro Lombardo depende de Hugo en la
sustancia y terminología cuando considera el episcopado con sus diferentes grados, no
como orden propiamente tal o como grado del orden, sino sólo como una dignidad. En
la base está la idea de que el episcopado y el presbiterado representan diferentes grados
de dignidad dentro del ordo o gradus sacerdotalis. Muchos siguieron esta idea. Salvo
Magister Simon (1145-60), para quien el episcopado es un sacramento.
Sobre la definición de orden. La primera definición: «[ordinem] signaculum quoddam esse,
id est sacrum quiddam, quo spiritualis potestas traditur ordinato et officium» (Pedro
Lombarado). Signaculum designa el rito externo de la ordenación, que en cuanto acto de
culminación es un sello. Por este acto o en este acto se entrega un poder espiritual y un
oficio. Agrega: «Character igitur spiritualis, ubi fit promotio potestatis, ordo vel gradus
vocatur». El mismo Pedro Lombardo se refiere al signaculum como character. Pero aquí
character designa no la acción permanente (así será decenios después) sino la acción
sacramental externa en la cual se comunica un poder espiritual. Se dice espiritual en el

9
Me suena mal redactado o traducido.

12
sentido no de oposición a corporal, sino religiosa. La fórmula tuvo éxito y muchos la
siguieron. A fines del s. XII sin embargo, al término signaculum se le dio otro sentido:
acción permanente del sacramento (carácter sacramental). Con ello la definición de
Pedro Lombardo ha recibido un sentido esencialmente distinto. En el apogeo de la
escolástica sobre la definición del Orden se responde con Pedro Lombardo. A fin de
hacer destacar el episcopado como orden propio, se insiste en que el término signaculum
ha de entenderse en el sentido de carácter o en el sentido de una señal externa a la que
corresponde un carácter interno. Para Tomás de Aquino (+1274) el orden es esencial y
principalmente el carácter interno (el efecto de la gracia en determinadas circunstancias
puede faltar). Alejandro de Hales (+1245) añade que está orientado hacia el sacramento
de la communio, ie, la eucaristía. Así el episcopado queda excluido del sacramento del
orden porque le falta esa ordenación inmediata hacia la eucaristía. Lo sigue Alberto
Magno. Para Duns Escoto el orden es el grado preeminente en la Iglesia según el cual se
dispone para un acto sacramental.
Sobre la sacramentalidad del orden. Hasta mediados del s. XII se usó «sacramento» en
sentido amplio. Nadie dudó por lo tanto que la ordenación era un sacramento. Pero
cuando el término se entiende como signo y como causa de la gracia, se restringió a los
siete signos sagrados del nuevo testamento. En las más antiguas síntesis expositivas de
los siete sacramentos (Magister Simón, Roldán, Pedro Lombardo) se incluyó también las
órdenes sagradas o el orden. Para Pedro Lombardo c/u de los siete grados ha de
considerarse sacramento, pues c/u otorga la gracia. Que algunos fueran introducidos
por la Iglesia, y no instituidos por Cristo no es para él problema, pues la institución no
se requiere para el concepto de sacramento del nuevo testamento. Lombardo no
considera al episcopado como orden, y por lo tanto, tampoco como sacramento sino tan
sólo como dignidad o cargo. La mayoría de los teólogos lo seguirá. Argumento: el
obispo no puede hacer nada de más importancia que el simple presbítero, i.e., consagrar
el cuerpo de Cristo. Otra opinión tiene Magister Simón: el episcopado es octavo orden y
es sacramento. Y lo distingue de papa, arzobispo o primado que son mero rango
honorífico. Guido de Orchelles piensa que en la ordenación de obispo se imprime
carácter, por tener lugar una crismación en la cabeza de lo cual se deduce –dice Guido-
que el episcopado es orden y como tal, sacramento. Guillermo de Auxerre agrega más
razones. Y señala que el obispo es más que el presbítero también en relación a la
eucaristía: el episcopado es más digno porque da a otros la capacidad de consagrar el
cuerpo y la sangre del Señor.
Hacia el s. IX todavía este uso no se conoce en Roma. Allí aparecen s. X. Unción también
en la cabeza para los obispos, a fines del s. X. Ivo de Chartres lo interpreta así: la unción
en las manos da a entender que reciben la gratia consecrandi y están obligadas a ejercitar
con todas sus fuerzas obras de misericordia. La gracia de consagrar es al parecer gracia
para ejercer el poder consecratorio sacerdotal o, en su caso, episcopal. La unción de la
cabeza significa que el obispo debe llevar a la conciencia de que es el representante de
Cristo. En virtud de la unción los obispos reciben las llaves del reino de los cielos, es
decir, el poder de atar y desatar y le poder de perdonar y de retener los pecados. Con
esta explicación muchos teólogos de la primera escolástica consideraron la unción algo

13
esencial, e incluso el rito, como determinante y esencial. Por analogía con rito de órdenes
menores, en el ámbito galicano se introdujo también en las mayores del diaconado y
presbiterado la entrega de instrumentos o atributos. Al diácono el evangeliario, y al
neopresbítero, cáliz con vino y patena con pan. Junto a ello, una fórmula. Por el
pontifical romano germánico, en el s. X esto entra en Roma. Mucha influencia Ivo de
Chartres que le asigna gran importancia. Pedro Lombardo ni siquiera menciona la
imposición de manos. Esteban de Auton dice (1180) que es por la entrega de
instrumentos que se trasmite el poder de ofrecer el sacrificio. A comienzos del s. X
aparece en Roma la imposición del evangeliario para la consagración del obispo. Todo
esto oscurece la respuesta a la pregunta por lo esencial del rito.
Sobre los efectos del sacramento del orden. Cuando hacia la mitad del s. XII se aplicó
también al orden el concepto más estricto de sacramento, vino a expresarse así la general
convicción de que por el orden no sólo se significa, sino también se confiere la gracia
espiritual invisible. Según Pedro Lombardo las órdenes son sacramentos porque al
recibirlos se concede una realidad sagrada, la gracia, que se significa mediante la acción
externa. ¿Cuál es la res (efecto interior) significado por el signo externo? Prepositito dice
que es un aumento de las virtudes. En la segunda mitad del s. XII la acción o efecto
permanente del sacramento del orden recibe la designación de character. En la
escolástica clásica y tardía. Los teólogos distinguen dos efectos: la gracia santificante y el
carácter. Tomás de Aquino es el primero que los resume en una unidad. La gracia es la
res, esto es, la realidad significada de este sacramento y de todos. Para Tomás, los
sacramentos realizan lo que significan. En el orden, también. La gracia es necesaria para
el que administre los sacramentos, no sólo para el que los recibe. Por eso es necesario
que el sacramento otorgue una gracia. Es una gracia para la digna administración de los
sacramentos. El hecho de que el sacramento del orden imprima carácter en quien lo
recibe es firmemente defendido por los teólogos de nuestra época. Generalmente
consideran que en la consagración episcopal no se imprime carácter alguno. Para
Durando el carácter es una habilitación para las acciones sagradas que se ordenan al
sacramento de la eucaristía.
Sobre el ministro y el sujeto del sacramento del orden. El ministro de todas las órdenes
es el obispo. ¿También el simple presbítero? El canonista Huguccio sostiene que el papa
podría comunicar a un simple sacerdote la potestad de administrar todas las órdenes,
excepto el episcopado, a no ser que no se considerase como un orden propiamente tal.
¿Y las ordenaciones extraeclesiales? Bajo el influjo de la teología de san Agustín, en la
época posterior se fue abriendo paso, cada vez más, el reconocimiento de la validez de
las ordenaciones simoníacas y extraeclesiales. Los teólogos de la reforma gregoriana
distinguen entre el sacramentum y la virtus sacramenti o el effectus sacramenti. El simoníaco
y el ministro extraeclesial dan el sacramento, pero no la virtud o eficacia del sacramento:
la gracia del Espíritu Santo. El sacramento queda sin efecto práctico. Este se recupera
cuando el ordenado, una vez vuelto a la Iglesia, recibe el Espíritu Santo mediante la
imposición de manos del obispo. Se prohíben las reodenaciones. Pero es un problema
muy complejo. Sobre el sujeto: bautizado y varón. Praepositinus (1190-94) pregunta:
puede recibir las sagradas órdenes un niño recién bautizado? Cree que sí porque edad

14
no es óbice. Huguccio también lo afirma: un niño bautizado puede ser presbítero y
obispo. Sobre el ministro y el sujeto del sacramento del orden en la Escolástica clásica
todos los teólogos de esta época están unánimes en afirmar que el ministro ordinario del
sacramento del orden es el obispo. El problema del ministro separado de la Iglesia fue
suficientemente explicado en este período y resuelto en el sentido de san Agustín. Todos
los sacramentos se administran válidamente por los herejes, tanto dentro como fuera de
la Iglesia sólo con la condición de que posean la potestad requerida y observen la forma
y la intención de la Iglesia (Alberto magno). Los teólogos hablan también de ministro
extraordinario: La mayoría admite que el simple presbítero, con autorización pontificia,
puede administrar las órdenes menores. La administración de las órdenes mayores no
puede transmitirse, según santo Tomás, al simple presbítero. Partiendo de la opinión de
que la consagración episcopal no es sacramento, Pedro de Palude sostiene la teoría de
que el papa podría autorizar a un simple presbítero para consagrar un obispo. Pero
después abandona la opinión de que la consagración episcopal sea sólo un sacramental
y la considera como parte del sacramento del orden sacerdotal, cuyo ministro es el
obispo. A diferencia de santo Tomás, algunos piensan que un simple presbítero puede
conferir órdenes mayores. Algunos incluso a quien no es sacerdote. Pedro de Tarantasia
(futuro Inocencio V). Entre los canonistas, a diferencia de la mayoría de los teólogos,
aparece la tendencia de dar mayor amplitud a la potestad extraordinaria de ordenación.
Esta mentalidad se vio favorecida por la opinión acerca de la igualdad originaria del
obispo y del presbítero. Bonifacio IX otorgó al abad del monasterio agustino de St.
Osytha, en Essex, y a su sucesores el privilegio de administrar a los religiosos profesos
de su monasterio tanto las órdenes menores como las mayores del subdiaconado,
diaconado y presbiterado (1400). El privilegio fue revocado tres años después, pero las
ordenaciones no fueron declaradas inválidas. Martín V lo mismo al abad del monasterio
cisterciense de Altzelle. Inocencio VIII también. Inocencio III postula que el orden
podría recibirse incluso sin haber recibido antes el bautismo, pero sí la fe. Por seguridad,
Inocencio III prescribe reordenación de ese caso (ordenación sin bautismo), lo cual fue
tomado por los teólogos como concluyente, sin considerar la posible validez según sus
propias y minuciosas razones. Otra condición indispensable para recibir el orden es el
sexo masculino del sujeto. Según los teólogos si una mujer se ordena, no recibe el
carácter. Pero otros afirman lo contrario. San Buenaventura piensa que ordenar mujeres
sería ilícito pero advierte que se duda con respecto a si pueden válidamente ser
admitidas. Cita a los catafrigios, es decir, a los montanistas. Pero él se inclina por
considerarlo ilícito e inválido, de iure y de facto. El argumento de Buenaventura: como
Cristo fue de sexo masculino, sólo puede ser representado mediante sexo masculino.
Tomás dice que la mujer no es adecuada para representar el puesto de preeminencia
otorgado por el orden, ya que se encuentra en estado de subordinación. Escoto dice que
Cristo no incluyó a María, su madre en el orden, aunque ninguna otra la ha igualado o
la igualará en santidad. La naturaleza no telera que la mujer, al menos después de la
caída, ocupe una escala relevante en la sociedad humana, puesto que a ella se le dijo que
había de estar bajo el dominio del varón (cf. Gn 3,16). ¿Ordenación de niños? Casi todos
los teólogos de esa época se pronuncian por la validez. En el sujeto adulto, se requiere la

15
intención expresa de recibir la ordenación, lo cual pertenece a la sustancia de la
ordenación.
Al final de este período, sobre el número de órdenes la opinión dominante es que hay
siete órdenes. No la siguen Guido de Orchelles ni Guillermo de Auxerre, que cuentan
nueve, pues suman episcopado y arzobispado. Escoto se muestra favorable a pensar que
el episcopado es un orden distinto del presbiterado. Los canonistas generalmente
aceptan nueve órdenes. Los teólogos sostienen el número septenario de las órdenes. La
idea fundamental que da unidad a las siete órdenes tradicionales es su relación con el
sacramento de la eucaristía. Ejemplo de esto es Tomás de Aquino; el sacerdote consagra
la eucaristía; el diácono distribuye; el subdiácono porta los vasos; el acólito presenta
vino y agua; las otras tres órdenes disponen a los sujetos para recibir dignamente la
eucaristía: el ostiario retira a los infieles, el lector instruye a los catecúmenos y el
exorcista libera a los energúmenos del poder de Satanás. El episcopado no es un orden
sacramental porque el obispo no posee una potestad sobre el cuerpo y la sangre del
Señor superior a la del simple sacerdote. Tomás rechaza idea de Pedro Lombardo en el
sentido que son siete por la gracia séptuple del Espíritu Santo (c/u de los órdenes
corresponde a uno de los siete dones). Para santo Tomás todas las órdenes se remontan
a la institución de Cristo. Las menores estaban incluidas en la potestad del diácono, las
que se confirieron después a otras personas cuando se amplió el culto.
También al final del período, los pocos teólogos que cuentan nueve órdenes consideran
al episcopado como orden distinto del presbiterado. Pero la mayoría aplastante sigue a
Pedro Lombardo, y no lo consideran como orden sino como una dignidad agregada al
sacerdocio y como un cargo. Según esto consideran que la ordenación episcopal no es
sacramento sino sacramental. Santo Tomás distingue ordo en dos sentidos: como
sacramento y como officium. En el primer sentido, el episcopado no es ordo ya que el
obispo no posee un poder sobre el cuerpo del Señor mayor que el presbítero.
Considerado como officium, el episcopado sí es orden, puesto que el obispo posee una
potestad más amplia que el presbítero en las actividades jerárquicas respecto al Cuerpo
místico, como confirmar y conferir órdenes. La potestad del obispo consiste no sólo es
de jurisdicción, dice Tomás, sino también de orden. No piensa lo mismo Alberto Magno.
Según Durando, el episcopado es un orden, pero no distinto del presbiterado. Es, según
él, el presbiterado culminado y perfecto. Consigna las razones que ya había dado
Jerónimo y agrega razones de razón: Cristo había consagrado a los apóstoles sólo con la
consagración u orden presbiteral cuando les transmitió el poder de consagrar y de
absolver. Pero consigna también la opinión contraria según la cual la potestad de
consagración o de orden del obispo, por razón de su institución divina, es mayor que la
del simple presbítero. Ésta es más común y segura, opina Durando. Recuerda que
Agustín daba por herética la opinión de Aerio sobre la igualdad entre ambos. Así,
Durando se opone a la opinión de san Jerónimo, defendida principalmente por
canonistas. Durando sigue la idea de la desigualdad de la potestad de orden en el
obispo y en el presbítero. Pero se apartaba, no obstante, de esa sentencia communior en la
cuestión de si era o no el episcopado un orden sacramental. Afirmaba que era
sacramento, ya que la potestad episcopal está destinada a ordenar a los ministros para la

16
consagración de la eucaristía, disponiendo así para su consagración. El obispo así tiene
relación con la eucaristía mayor que el simple presbítero; y mayor que las órdenes
menores que según se creía entonces sí eran sacramento. Ahora bien, cree que no es un
sacramento autónomo. Dice que un sujeto que no fuera previamente sacerdote, no
podría ser consagrado válidamente como obispo.
Sobre la sacramentalidad de las órdenes, era indudable para los teólogos de la
escolástica clásica y tardía. El concepto de sacramento según todos los que siguen a
Pedro Lombardo es tan amplio que encuentra aplicación también a tonsura y a la
consagración episcopal, que, según Tomás de Aquino, no son sacramentos. ¿Qué
ordenes son sacramento? El tema coincide con el número de órdenes, pues orden en
sentido estricto es sacramento. En general consideran a todos como sacramento.
Excepción: Durando, que concibe como probable que sólo el presbiterado es sacramento.
Las inferiores a él son meramente sacramentales. En el presbiterado incluye el
episcopado como presbiterado o sacerdocio culminado y completo.
El tema de la materia y forma de los sacramentos se hace extensiva a todos los grados
del orden, pues éstos eran considerados todos como sacramento. La usual imposición de
manos que tiene lugar en la ordenación del diácono y del presbítero sorprendentemente
no se somete a consideración por los teólogos de este período a la hora de determinar el
rito esencial de la ordenación. Excepción: Alejandro de Hales. La gran mayoría de los
teólogos de la escolástica clásica y tardía considera como materia del diaconado y del
presbiterado, así como en las órdenes menores, la entrega de los instrumentos. Santo
Tomás considera la imposición de manos, igual que la unción y la bendición, como actos
preparatorios. Para él, la imposición de manos se da la plenitud de la gracia para que los
que la reciben queden en condiciones para realizar sus deberes de oficio.

d) Edad Moderna
En Nápoles había un dicho: «Si quieres ir al infierno, hazte cura». Había aún demasiados
sacerdotes, muchos de los cuales daban pésimo ejemplo de vida cristiana. Reinaba el
sistema de oficios y beneficios. Muchos pretendían un oficio eclesiástico para obtener un
beneficio económico. Eran tales los abusos del clero que los protestantes tienen una
posición contestataria: Todos los bautizados son igualmente sacerdotes; no hay
distinción entre sacerdotes y laicos, el orden no es sacramento, el ministerio nace de la
elección de la comunidad, que lo ordena (es un simple rito) para encargarle el
ministerio. Lutero (+1546) va a arremeter contra la sacramentalidad del Orden.
Basándose en 1Pe 2,9 enseña el sacerdocio común de los fieles. Todos tienen la
capacidad, pero sólo pueden ejercerla con el consentimiento de la comunidad o en razón
de la llamada de un superior. No hay sacramento, sino un rito. En sentido estricto el
sacerdocio es el ministerio de la Palabra. Si no predican, no son sacerdotes. Son
«sacerdotes papistas», pero no sacerdotes cristianos. Niega el carácter indeleble del
ministerio. Rechaza el carácter sacrificial de la misa, por lo que también va a rechazar el
concepto católico de ordenación como consagración para el sacerdocio sacrificial. Lutero
confirió órdenes personalmente.

17
La reflexión sobre el Orden había centrado su atención en la celebración eucarística. En
ella el obispo no es más que el presbítero, sacerdote de segundo grado. Siguiendo la
doctrina de Jerónimo, del autor del De Septem ordinibus Ecclesiae, y del Ambrosiaster, se
llegó a la convicción que el episcopado no era un grado del sacramento del orden sino
como una dignidad que se añade al sacerdocio. La ordenación episcopal no era
considerada como un sacramento (consagración) sino como un sacramental 10. La
distinción entre orden y jurisdicción comenzó en el s. XII y será admitida por Trento.
Pero la distinción para algunos será separación. Los padres conciliares están muy
divididos. Unos piensan que la jurisdicción proviene de la ordenación, y por tanto de
Cristo (jure divino) y otros piensan que viene del papa. El mismo papa, no quiere que se
toque esta cuestión.
Como el ejercicio del sacramento del Orden se había centrado en la celebración de la
eucaristía, se generó la idea de que la función de enseñar y guiar no le vienen al obispo
de la ordenación sino de la jurisdicción que le ha confiado el papa. Los decretos de
Trento van a abordar el tema de la predicación: encarecidamente la exige para obispos, y
demás prelados, para los que tienen cura de almas al menos los domingos y días de
fiesta. Habrá sanciones para los que no lo hagan (Lam 4,1: «Los pequeños piden pan y
no hay quien se lo dé»). El concilio va a establecer la necesidad que los obispos residan
en sus diócesis. La capacidad para enseñar al pueblo y de administrar los sacramentos,
«aún en lengua vulgar»11 será condición para la ordenación. Con todo, la sección
dogmática del concilio quiere establecer que se puede ser sacerdote aunque no se
predique. La mayoría de los padres pensaba que la facultad de predicar se derivaba no
del orden sino de la jurisdicción.
Se consolida la praxis en el rito de ordenación de la trasmisión (porrectio) de los
instrumentos de culto que venía a añadirse a la imposición de las manos (elemento
tradicional). La entrega de los instrumentos, que se refería a lo cultual, no sustituía, pero
se añadía al gesto simbólico más amplio de la imposición de manos, que significaba la
invocación del Espíritu.
El concilio enumera los siete órdenes. Nombra la tonsura, que era orden, para los
canonistas. Lo curioso es que no menciona el episcopado, quedando como excluidos del
sacramento del orden. Los obispos son descritos según un minimum que se puede
derivar de la jurisdicción: suceden a los apóstoles, pertenecen al orden jerárquico, han
sido establecidos para gobernar la Iglesia de Dios; son superiores a los sacerdotes,
confieren la confirmación y la ordenación. Tienen, por lo tanto, poderes más extensos
que los sacerdotes en el terreno sacramental.

10
La mayoría de los escolásticos, como Pedro Lombardo, Alberto magno, Tomás, Buenaventura
sostuvieron que el episcopado no era un sacramento. En Trento los obispos españoles sostuvieron lo
contrario. El teólogo Pedro de Doto propone que los obispos fueron instituidos por Cristo sujetos al papa;
y que el papa es superior al concilio. Algunos piensan que no se definió la sacramentalidad del
episcopado por temor a fortalecer al episcopado cuando el clima entre bastantes obispos franceses era más
bien conciliarista (Cf. J. COLLANTES, La fe de la Iglesia, 745)
11
La renovación litúrgica se apoyaba en este decreto para justificar las moniciones que acompañaban al
texto latino de la liturgia.

18
El concilio de Trento define al presbítero por su relación con la celebración de los
sacramentos: por el «poder de consagrar y de ofrecer» la eucaristía y de perdonar los
pecados. Se basa en la carta a los Hebreos. Con todo, Trento no ignora que son ministros
de la Palabra y de los sacramentos.
En síntesis: Trento define la institución divina del sacerdocio cristiano, con potestad de
ofrecer el sacrificio de la misa y de perdonar los pecados; la sacramentalidad del orden
sagrado (Prescindiendo del complejo tema de la sacramentalidad del episcopado);
define también el carácter sacerdotal; la existencia de diversos órdenes sagrados
jerárquicamente organizados, y derivados de una ordenación divina, y cuya
superioridad está asentada en el episcopado respecto de los presbíteros (Se evita en todo
caso definir si esa superioridad es o no de derecho divino).
En América, los concilios de Méjico pidieron prudencia y mucho discernimiento para
ordenar mestizos descendientes en primer grado de indios, de moros, así como los que
son nietos de abuelos de raza negra, aunque no se prohíbe. Se prescribe que no se cobre
por impartir los sacramentos.
El II de Lima prohibió la ordenación de aborígenes, e incluso prohibió que leyeran la
epístola en las misas solemnes, norma que se mantuvo hasta 1769.

Apéndice 1
Siguiendo a Ott, vemos la crítica de los reformadores a la doctrina católica y a la praxis
de la ordenación. Juan Wyclif (+1384), precursor de la reforma protestante en Inglaterra
rechazó el papado y la preeminencia de los obispos sobre los simples presbíteros. Se
remonta así a la sentencia de Aerio de Sebaste, como observa Netter Waldensis, su más
grande impugnador. Éste admite que los términos obispo y presbítero fueron usados de
modo indiferenciado, y que poseen ambos el mismo orden, pero se da en ellos una
diferencia de grado. Wyclif pone en tela de juicio que Dios actúe normalmente, junto
con el obispo ordenante, en la colación de las ordenaciones para coronar la obra de ése.
Las faltas morales impiden, según él, el efecto del sacramento. Dios, dice Wyclif, puede
constituir a una persona en el estado sacerdotal incluso sin valerse de instrumentos
humanos y sin emplear signos sensibles. No hay prueba más fidedigna de poseer la
dignidad sacerdotal que una vida moralmente limpia. Puesto que Dios comunica el
poder sacerdotal de una manera no sensible, se dé o no se dé sacramento sensible,
resulta intrascendente para Wyclif la cuestión de cuándo y cómo fueron hechos
sacerdotes los apóstoles. Él es de la opinión de que Cristo ordenó sacerdotes a los
apóstoles sin sacramento sensible. Lutero arremeterá ahora contra la sustancia misma de
la doctrina acerca del sacramento del orden atacando la sacramentalidad de éste. Según
Lutero, el sacramento del orden es desconocido para la Iglesia de Cristo. Se trata de
invento de Iglesia papista. Lutero no condena el rito sino que se haya arrogado el título
de disposición divina. La Iglesia no puede prometer la gracia, no puede instituir
sacramento alguno. El orden es un rito eclesiástico sólo para disponer a determinadas
personas para ejercer algunos ministerios o servicios. Basándose en 1Pe 2,9, L. enseña el
sacerdocio común de los fieles. Todos tienen igual potestad en la palabra y en cada

19
sacramento, solo que la comunidad debe decide si pueden hacer uso de ella. Rechaza
también la doctrina sobre el carácter. La violenta polémica de L. No se dirige contra la
ordenación en cuanto tal, sino contra el concepto católico de ordenación como
consagración para el sacerdocio sacrificial. Él rechaza el carácter sacrificial de la
eucaristía y ese rechazo arrastra necesariamente tras de sí la negación de la ordenación
como otorgamiento de capacidad para ofrecer el sacrificio eucarístico. La colación de
cargos se hace mediante imposición de manos de los dirigentes de la comunidad. Lutero
también se puso a conferir órdenes personalmente.
La doctrina del concilio de Trento sobre el sacramento del orden. En el concilio
Bartolomé Carranza advierte que no se tomen decisiones sobre la sacramentalidad de
las órdenes menores por razón de las sentencias contrapuestas de los teólogos. El obispo
de Granada, Pedro Guerrero, pedía que se declarase que el episcopado es de derecho
divino. La dirección curial rechazó la requisitoria de los españoles por temer que fuera
en perjuicio del primado pontificio. El principal antagonista del obispo de Granada era
el de Rossano, Juan Bautista Castagna. Con pocas excepciones, los padres conciliares
piensan que el poder de jurisdicción de los obispos se deriva del papa. Si se dice que los
obispos son instituidos por derecho divino, se afirmaría con ello que reciben
inmediatamente de Dios todo poder, incluso el poder de jurisdicción. Se vería como una
mengua del poder de la Sede apostólica. Al final: en la nueva alianza hay un sacerdocio
visible y externo y además peculiar, al que incumbe la potestad de consagrar el cuerpo y
la sangre de JC y la potestad de absolver los pecados. Además del sacerdocio, hay otras
órdenes, mayores y menores por las que se sube al sacerdocio. El orden, es un verdadero
y propio sacramento instituido por Cristo. Por la ordenación se otorga al Espíritu Santo
y se imprime carácter. La unción y otras ceremonias no hay que despreciarlas y no son
perniciosas. En la Iglesia católica existe una jerarquía, instituida por ordenación divina,
que consta de obispos, presbíteros y ministros. Los obispos son superiores a los
presbíteros, poseen el poder de administrar la confirmación uy la ordenación. La validez
de las ordenaciones conferidas por ellos no depende del asentimiento del pueblo o del
poder secular. Los obispos designados por la autoridad del papa son legítimo y
verdaderos obispos.
Tras la impugnación de la sacramentalidad del orden por una parte de los protestantes,
los teólogos católicos se vieron obligados a estudiar los argumentos en pro de ella. La
escolástica la consideraba con algo natural y lógico. Belarmino afirma que las tres notas
del concepto de sacramento admitidas por los reformadores –rito externo, promesa de
gracia interior y mandato divino- se dan en el orden, para lo cual presenta la prueba
escriturística y de la tradición, a la que agrega también una de tipo especulativo: cuando
Dios da una potestad, da también lo que se requiere para su recto uso. Ahora bien, para
el recto uso de la potestad espiritual recibida en la ordenación es necesaria la gracia
santificante. Por lo que se refiere a los órdenes en particular, todos los teólogos católicos
de la época postridentina admiten unánimemente que la ordenación sacerdotal es
sacramento (Cf. Lc 22,19: «Haced esto en memoria mía»). La ordenación del diaconado,
por casi todos. Y se rechaza casi por unanimidad la opinión de Durando, según el cual
las órdenes inferiores al presbiterado sólo son sacramentales. Según Belarmino la

20
sacramentalidad de la ordenación del diaconado es muy probable, pero no es cierta de
fe (certum ex fide). La mayoría considera el orden del subdiaconado como orden
sacramental. Y todavía en los siglos XVI y XVII, las cuatro órdenes menores son
consideradas por una gran mayoría de teólogos como órdenes sacramentales. En
relación al episcopado, la mayoría siguiendo a Pedro Lombardo, sostienen la opinión de
que no es un orden en sentido estricto, y por tanto, tampoco es sacramento, sino
meramente una dignidad o un oficio que se agrega al orden sacerdotal. En la escolástica
tardía aumentan sin embargo las voces que reconocen en el episcopado un orden
sacramental, bien porque consideran al episcopado y al presbiterado junto como un
único orden y como un solo sacramento –p. ej. Durando- o bien porque lo contemplan
como un orden distinto del presbiterado y como sacramento distinto –p. ej. Juan Mayor,
Juan Eck y la mayoría de los canonistas-. En la época postridentina los impugnadores de
la sacramentalidad del episcopado están considerablemente en minoría. Pertenecen a la
estricta y rigurosa de santo Tomás: Domingo de Soto (+1614). Fuera de la escuela
tomista, se reconoce comúnmente la sacramentalidad de la consagración episcopal.
Belarmino lo da como doctrina totalmente segura. Según él, las pruebas escriturísticas
sobre el orden (1Tim 4,14; 2Tim 1,6; Hch 13,3) han de entenderse de la consagración
episcopal; es una consagración que imprime carácter y confiere una gracia. Para él el
episcopado y el presbiterado no son dos órdenes distintos sino un único orden con dos
etapas. Consagran la eucaristía de forma diferente; los presbíteros están supeditados al
obispo y no pueden transmitirla a otros, mientras que los obispos pueden comunicarla a
otros. El episcopado, implica así, esencialmente el sacerdocio. Por eso nadie puede ser
consagrado obispo si previamente no es sacerdote. En general, los defensores
postridentinos de la sacramentalidad de la consagración episcopal consideran al
episcopado, por regla general, como un orden distinto del presbiterado y como un
sacramento también distinto.
Las opiniones sobre la materia y la forma del orden del diaconado discrepan
considerablemente en esta época. En los s. XVI y XVII tuvo amplia difusión la opinión
que defendía que la materia era la entrega del libro de los evangelios, y la forma, las
palabras pronunciadas a tal efecto. Se apoyan en Decretum pro armeniis. Se creía que la
imposición de manos no había sido instituida por Cristo, y por ello no era una
ceremonia esencial. Desconocían la evolución histórica del rito. A partir del s. XVII se
fue abriendo paso gradualmente la idea de que sólo la imposición de manos constituía
la materia esencial del orden del diaconado. La defendían los pioneros en la
investigación de la historia del dogma. Análogo han sido las opiniones sobre la materia
y la forma del orden sacerdotal. Pero hay más variedad aún. Todavía muchos ponían la
materia de la ordenación del presbítero en la entrega de los instrumentos y la forma, en
las palabras correspondientes. Otros hablan de doble materia y de doble forma; otros
consideran esencial la segunda imposición de manos, mientras que la primera, la que
pertenece al rito primitivo de la ordenación, se consideró como ceremonia no esencial;
otros piensan que lo esencial en la materia y forma se compone de tres ritos: primera
imposición de manos, entrega de instrumentos y la última imposición de manos.
Finalmente, algunos –gracias al renacer de la teología histórica- ven situada la materia
del orden sacerdotal solamente en la primera imposición de manos, y la forma, en la

21
correspondiente oración consecratoria. El rito esencial del orden consistía en la
imposición de manos y en la oración consecratoria, y por lo que respecta a la ordenación
de presbíteros, en la primera imposición de manos o en la extensión de manos, que es la
continuación de la imposición de manos inmediatamente precedente. En el s. XIX fue
encontrando mayor número de adeptos. Y en el s. XX fue la sentencia dominante. Para
los que consideran el orden episcopal como orden sacramental, algunos teólogos
consideraban la imposición del libro de los evangelios como materia parcial, junto con la
imposición de manos. Pero la mayoría, en la imposición de manos por parte de los
obispos, y la forma, en las palabras pronunciadas en ese momento: «Recibe el Espíritu
Santo», o en la antigua oración consecratoria.
Existe ahora completa unanimidad sobre el hecho que sólo el obispo consagrado es el
ministro ordinario de todos los grados del orden. Casi todos están de acuerdo en que
puede ordenar válidamente el obispo hereje, cismático, simoníaco, excomulgado, sus
pendido, degradado y el que ha accedido al cargo por procedimiento no canónico.
Mayores diferencias de opinión surgieron en la cuestión en torno a la posibilidad y
límites para que un simple sacerdote, con la autorización pontificia, sea ministro
extraordinario o comisionado de las órdenes. Muy debatido la cuestión de si a un simple
presbítero se le puede encargar por delegación pontificia incluso la administración del
orden del diaconado. Para la opinión afirmativa se aducían el hecho de que a los
corepíscopso se les permitió en los sínodos de Ancira y de Antioquía ordenar
presbíteros y diáconos con permiso del correspondiente obispo de la ciudad. Y también
el privilegio de ordenación de Inocencio VIII, de 1489, que confería al abad general y a
los cuatro protoabades d e la orden cisterciense potestad de administrar a sus súbditos
las órdenes menores y las mayores del subdiaconado y del diaconado. Muchos, sobre
todo de orientación tomista impugnaban la autenticidad de la bula. Pero no hay tal. La
autenticidad de la bula es indiscutible. Y puede un presbítero ser ministro
extraordinario del orden sacerdotal? Generalmente se responde negativamente. Pero
hay voces contrarias. Si Ancira (314) y Antioquía (341) lo prohíben sin permiso del
obispo local, es porque se daba. Pero la inmensa mayoría piensa que un simple
presbítero no puede ser autorizado para administrar el orden sacerdotal. El sujeto debe
ser bautizado, es común a todos. También que sea de sexo masculino, y esto por derecho
divino. La ordenación conferida a las mujeres sería inválida. La Iglesia no puede
dispensar en este ámbito de cosas. ¿Niños? No es impedimento para la validez, sí para
la licitud. Se piensa que los sacramentos que confieren el carácter no requieren un acto
por parte del sujeto. Las opiniones se dividen si acaso se ordenara obispo a un niño.
León XIII declara que las ordenaciones fueron y son completamente inválidas (1896). El
papa encuentra defecto de forma (La fórmula: «Recibe el Espíritu Santo» no designa ni
el orden, ni la gracia, ni la potestad del orden) y defecto de intención. La Iglesia no
juzga del juicio interior, pero en cuanto que se da a conocer exteriormente, puede y debe
juzgar sobre el mismo .cuando alguien al administrar un sacramento emplea seria y
legítimamente la materia y forma adecuadas, la Iglesia entiende que tiene la intención
de hacer aquello que hace la Iglesia, aun cuando sea un hereje o un infiel. Por el
contrario, cuando el rito se cambia con la idea de introducir otro rito distinto, no

22
admitido por la Iglesia, y de rechazar lo que hace la Iglesia, y pertenece, por institución
de Cristo, a la naturaleza del sacramento, entonces está claro que no solo falta la
intención necesaria para el sacramento, sino que existe una intención opuesta al
sacramento.

2. Elementos constitutivos del sacramento del Orden.


7.2.1. Definición.
7.2.2. Signo sacramental (rito esencial).
7.2.3. Gracias específicas del sacramento.
7.2.4. Los tres grados del orden.
3. Aspectos particulares del sacramento.
7.3.1. Sacerdocio común de los fieles y sacerdocio ministerial.
7.3.2. Sacerdocio y celibato.
7.3.3. Sacerdocio femenino.

23

Вам также может понравиться