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Material de la sección "Economía de los recursos naturales", dentro del CURSO DE

FORMACIÓN DE TÉCNICOS AGROAMBIENTALES, organizado por TÉCNICAS


AGROBIOLÓGICAS en el Centro de Capacitación y Experimentación Agraria de Tomelloso
(Ciudad Real). 7 horas lectivas. 5 de noviembre de 1997. Impartido por Gregorio López Sanz, Profesor
de Economía y Política del Medio Ambiente y los Recursos Naturales, Universidad de Castilla-La
Mancha (Albacete).

El contenido de las siguientes páginas está extraido de LÓPEZ SANZ, Gregorio (1996): La
gestión del agua subterránea en la cuenca alta del río Guadiana: de la economía convencional a la
economía ecológica, Tesis Doctoral, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales (Albacete),
Universidad de Castilla-La Mancha.
1

I. Economía y Naturaleza: cuestiones preliminares.

Una proposición es correcta cuando, dentro de un sistema lógico, está deducida de acuerdo con las
reglas lógicas aceptadas. Un sistema tiene contenido de verdad según
con que grado de certeza y completitud quepa coordinarlo con la
totalidad de la experiencia. Una proposición correcta obtiene su
"verdad" del contenido de verdad del sistema a que pertenece.
Albert Einstein (1986, 18). Notas autobiográficas.

Antes de abocarme a la tarea que más propiamente da sentido a la presente investigación,


convendría tener claras algunas consideraciones sobre cómo ha tratado la ciencia económica a la
Naturaleza en sus elaboraciones científicas. Con esta actividad preliminar pretendo sacar a la luz y
poner en un primer plano las discusiones que son realmente relevantes para entender el pasado, el
presente y las perspectivas de futuro de los recursos naturales en general y del agua en particular. No
basta conocer cuál ha sido la posición dominante, sino que hay que descubrir el camino seguido y las
fuerzas que han actuado en dicho escenario. A continuación se intenta aclarar el concepto de recurso
que, como veremos, no goza de un mínimo acuerdo entre los que "hacen economía". Por último, me
centro en el caso del agua como recurso objeto de preocupación por parte de esta tesis doctoral.

I.1La Naturaleza y la ciencia económica.


Una reflexión sobre lo que Edgar Morin (1993) ha definido como conocimiento pertinente
resulta apropiada antes de entrar en materia. Frente a la idea común de que la especialización y la
abstracción son garantía de éxito cognitivo, existe la opinión de que la contextualización del
conocimiento nos da pistas más seguras sobre su validez. Ello lleva a Morin a afirmar que la
matematización de la economía a costa de abstraerse de las condiciones sociales, históricas, políticas,
psicológicas y ecológicas ha quebrado sus posibilidades de convertirse en una disciplina de verdadera
utilidad social, debido a su incapacidad para percibir la complejidad de los problemas humanos.
La resistencia al pensamiento multidisciplinar es un claro botón de muestra de cómo se restringen
los desarrollos científicos fuera de los compartimentos estancos de cada una de las disciplinas,
limitando toda posibilidad de comprensión y reflexión desde la pluralidad -lo que a mi entender es
la verdadera comprensión. En este apartado se expone cómo han sido asumidos estos detalles por
algunas escuelas de pensamiento económico, descubriendo que la economía convencional1 se ha
consolidado por oposición a un pensamiento del contexto y lo complejo, donde la parte y el todo
no están conectados por una relación lineal, sino recíproca e interactiva. El enfoque convencional

1
Entiéndase por convencionales aquéllos planteamientos metodológicos y analíticos generalmente aceptados por la
mayoría de la profesión.
2

ha dejado de lado la incorporación de los bienes naturales en su análisis, perdiendo así la conexión con
la base física sobre la que se desarrollan todas las actividades humanas. Por otro lado, esta ruptura se ha
realizado en aras de una mayor coherencia lógica, formal y explicativa de la ciencia económica, lo cual
es dudoso que se haya conseguido en la medida que este enfoque ha pasado por alto su consistencia
ecosistémica2.
Conectando directamente con esto último, Karl Polanyi (1976, 289) distingue dos significados
amplios de economía: la economía formal y la economía real. La economía formal es fruto de los
condicionantes sociales y epistemológicos que definen la lógica de una relación entre fines y medios, la
cual depende de los esquemas de concepción del mundo y de la existencia propios de cada momento.
La economía real indaga en las relaciones e interacciones que se establecen entre el ser humano, la
sociedad y la Naturaleza con el fin de obtener el sustento, y que, en última instancia, son la esencia de
la vida. A diferencia de la economía formal que se basa en la lógica, la economía real parte de la
percepción de la realidad. El método analítico parcelario es utilizado por la economía formal con el
fin de estudiar las elecciones de medios escasos para alcanzar fines alternativos en el seno de la
economía de mercado. Pero el mismo no es apropiado para el tratamiento de muchas de las actividades
económicas de los seres humanos, que tienen lugar fuera de los mercados o bien en el seno de mercados
más o menos intervenidos. Mientras las primeras escuelas de pensamiento económico se esforzaron por
definir un marco analítico que reconocía la interdependencia con la Naturaleza -economía real-, el
avance y la consolidación de las escuelas clásica y neoclásica va a suponer una rotura de vínculos con
su base física inmediata, definiendo un sistema cerrado en el cual nacen y mueren todos sus elementos -
economía formal-, pudiendo evitar "elegantemente" la búsqueda de apoyos en otras ciencias.
La tradición académica dominante ha estudiado los recursos naturales aisladamente del
ecosistema en que se insertan, del marco institucional que los regula, de los comportamientos humanos,
de las políticas públicas y de su dimensión espacio-tiempo. La relación entre la economía y la
Naturaleza depende de la concepción que la sociedad tiene del espacio físico sobre el que se asienta
(Passet, 1979). Dicha concepción debe entenderse dentro del contexto cultural, intelectual y social de
cada época, por lo que las comparaciones indiscriminadas y ligeras deben ser desechadas o tomadas
con precaución. Desde Aristóteles hasta los fisiócratas, pasando por el pensamiento escolástico de la
2
Para Morin (1993, 69), "la inteligencia parcelada, compartimentada, mecanicista, disyuntiva, reduccionista, rompe lo
complejo del mundo en fragmentos disjuntos, fracciona los problemas, separa lo que está enlazado, unidimensionaliza lo
multidimensional. Es una inteligencia a la vez miope, présbita, daltónica y tuerta; lo más habitual es que acabe ciega. Destruye
en embrión toda posibilidad de comprensión y de reflexión, eliminando así cualquier eventual juicio correctivo o perspectiva
a largo plazo (...) Incapaz de enfocar el contexto y el complejo planetario, la inteligencia ciega se vuelve inconsciente e
irresponsable. Se ha vuelto mortífera. La verdadera racionalidad es abierta, y dialoga con una realidad que se le resiste. Lleva
a cabo un tráfico incesante entre la lógica y lo empírico; es fruto del debate argumentado de ideas y no una propiedad de un
sistema de ideas. La verdadera racionalidad conoce los límites de la lógica, del determinismo, del mecanicismo; sabe que el
espíritu humano no sabría ser omnisciente; que la realidad conlleva misterio. Negocia con lo irracionalizado, lo obscuro, lo
irracionalizable. Debe luchar contra la racionalización que bebe en las mismas fuentes que las suyas y que, sin embargo, no
contiene, en ése su sistema coherente que se quiere exhaustivo, más que fragmentos de realidad. No sólo es crítica, sino
autocrítica."
3

Edad Media, se confiere a los recursos naturales un lugar central en la configuración, desarrollo y
reproducción del sistema económico. Sin embargo, con posterioridad a la Revolución Científica y la
aceptación de la filosofía atomista-mecanicista de Descartes y Newton, el pensamiento clásico y
neoclásico construyó y consolidó una ciencia económica basada en el reduccionismo monetario,
capaz de prescindir de los recursos naturales y de las relaciones de poder para explicar el
funcionamiento del sistema económico. Mientras la sustitución de los postulados de la mecánica y el
atomismo por los de la termodinámica y la teoría de sistemas suponen un avance evidente en las
ciencias naturales y otras ciencias sociales, la economía se aferra al reduccionismo pecuniario como
manera de seguir ampliando sus dominios -que no su conocimiento-, alejándose de la sugerencia de
Alfred Marshall (1920, 30-31) sobre la necesidad de nuevos planteamientos y desarrollos ante las
cambiantes condiciones sociales. No han faltado economistas que han criticado esta postura por
desligarse de la realidad y perder capacidad explicativa, es decir, por no tener en cuenta el contexto.
Esta crítica puede verse reflejada en las escuelas institucionalista y ecológica de pensamiento
económico, las cuales se han encargado de cuestionar y dar alternativas a las inconsistencias de este
esquema. Los institucionalistas predicando la conveniencia de desplazar el punto de atención desde las
transacciones de bienes y servicios a las relaciones -transacciones- entre los individuos y grupos de la
colectividad3; los economistas ecológicos rechazando la concepción de la economía como un sistema
cerrado, proponiendo su modelización como un sistema abierto que considere los intercambios de
energía y materiales con su entorno.
El objetivo de los compases iniciales de la tesis es mostrar las limitaciones de la economía
convencional para el tratamiento de los recursos naturales. A partir de ahí defino una hipótesis de
trabajo ecológica en sus relaciones con el ambiente e institucional en cuanto a las interacciones
humanas. No pretendo hacer una relación exhaustiva de los autores e ideas que han configurado este
devenir4, simplemente tensar un hilo argumental en el que apoyar mis razonamientos. Siendo
consciente de que es incompleto, creo que es útil y no muy alejado de la realidad.

I.1.1 Los precursores.


Nada mejor que mirar atrás para darnos cuenta de que las cosas no siempre han sido como
ahora. Al principio, la ingenuidad de todo científico le lleva a mirar las cosas con ojos libres de
prejuicios. Pero esto sólo ocurre en el génesis, luego, desde que existe una concepción formada,
siempre surgirán intereses por mantener el orden establecido, no necesariamente buscando
mayores cotas de "verdad" científica, entendiendo el término "verdad" tal y como lo hace Albert
3
No es del todo justo hablar de la economía institucional de sistema cerrado independientemente de la economía
ecológica. K. William Kapp, uno de los autores institucionalistas más representativos, defiende una economía de sistema
abierto interdependiente con las esferas social y ambiental. Por tanto, no debe encasillarse a los institucionalistas -entre los que
hay diferentes escuelas-, en una corriente separada de la escuela de pensamiento ecológico.
4
Para el lector interesado en ello, se recomienda la segunda, tercera y cuarta parte del libro de Naredo (1987).
4

Einstein (1986) en la cita que encabeza esta sección. Antes de que se les rindiera obediencia y culto a
los economistas que desde finales del siglo XVIII hasta finales del XIX configuraron la economía
convencional tal y como hoy la conocemos, hubo otros autores que pensaban que economía y
Naturaleza eran dos entidades inherentemente unidas. Aristóteles, hace más de 2.000 años, distinguía
la crematística de la economía. La economía, al ocuparse de proveer los bienes básicos para el hogar
o la ciudad, toma como objeto de estudio la fuente de los mismos, es decir, la Naturaleza. Por otro lado,
la crematística dirige su atención hacia actividades de intercambio susceptibles de proporcionar
ganancias monetarias. El filósofo griego diferenciaba la riqueza de la abundancia de dinero, y
entiende que la verdadera riqueza es la de bienes básicos para la vida, es decir, la que ofrece la
Naturaleza. Hasta la Revolución Científica de los siglos XVII y XVIII, la ciencia económica estuvo
más cerca de la idea aristotélica de economía que de la de crematística.
En el siglo XVIII y desde el campo de la biología, Carl Linneo y su discípulo Biberg
designaban con el nombre de economía de la naturaleza "(...) la muy sabia disposición de los Seres
Naturales, instituida por el Creador, por la cual tienden a fines comunes y tienen funciones recíprocas"
(Biberg y Linneo, 1749). Para estos autores, el economista debería conocer las características de los
bienes naturales, con el fin de optimizar los beneficios que pueden reportar a la sociedad, siempre
dentro de un estado de equilibrio ecológico.
Por aquéllos mismos años, los fisiócratas, encabezados por François Quesnay, diferenciaban la
apropiación de bienes fondo ya existentes, de la producción de riquezas renacientes -renovables-,
que podían ser aumentadas por los esfuerzos y conocimientos humanos. Al observar que la agricultura
es la única actividad que permite recolectar con creces -en términos físicos- los factores empleados, los
fisiócratas la consideraron la actividad productiva por excelencia, diferenciándola de la industria, que
simplemente transformaba la materia, y del comercio, que sólo suponía la reventa con beneficio. Así,
las riquezas pecuniarias o monetarias "(...) no son en sí mismo riquezas que se reproduzcan; el dinero
no puede satisfacer las necesidades de los hombres y el dinero no engendra dinero; sin las riquezas
reales, las riquezas pecuniarias serían estériles e inútiles" (Quesnay, 1958, 584) -la cursiva es mía.
Todo un manifiesto contra la noción ampliamente extendida en economía que coloca al dinero como fin
supremo que ha de guiar cualquier actividad humana. Es la idea de riqueza la que en última instancia
va a encaminar los esfuerzos de los economistas -y por lo tanto sus resultados- hacia los bienes físicos
reales o hacia sustitutos más o menos lejanos como pueda ser el dinero. Por tanto, inicialmente, los
autores que comenzaban a sentar las bases de la economía mostraban la prudencia y la clarividencia -
cualidades que ahora se echan de menos en la profesión- de considerar en un primer plano la base física
sobre la que se desarrollan todas las actividades de los seres humanos.

I.1.2 La economía clásica.


La ilusión reconfortante que proporciona el estudio de las cosas en su globalidad y diversidad,
no era compartida por "la nueva idea de lo científico" dentro de la cual realizan sus aportaciones los
5

autores clásicos. Los intentos pioneros por estrechar la conexión entre economía y Naturaleza empiezan
a derrumbarse con el advenimiento de la economía clásica. Para esta escuela la cuestión básica es el
establecimiento de una teoría del valor y, en consecuencia, la preocupación clave deviene en saber si
es el trabajo o la tierra la fuente de la riqueza, y por lo tanto del valor. Casi todos los economistas
clásicos se volcarán en la elaboración de una teoría del valor-trabajo, haciendo descansar sobre este
factor de producción la capacidad última de generar riqueza. Adam Smith (1776, 81), en la
introducción de La riqueza de las naciones, no deja lugar a dudas sobre esta posición cuando afirma
que "el trabajo anual de cada nación es el caudal que la abastece originariamente de todas las cosas
necesarias y convenientes para la vida." Sin embargo, al igual que hacen David Ricardo y John Stuart
Mill, más adelante establece la posibilidad de retribuir con una renta a los propietarios de los recursos
naturales, la tierra concretamente, en la medida que contribuye a la producción de bienes de alto precio.
Es decir, conectan positivamente el precio del bien final con la retribución a los factores que intervienen
en su producción, no dándose dicha retribución en todos aquéllos factores o recursos que contribuyen a
producir bienes abundantes o gratuitos. Como puntualiza Mill (1848, 22-28), mientras un recurso es
ilimitado, no es susceptible de tener valor de cambio, pues nadie estará dispuesto a pagar por algo que
puede obtener gratis, "(...) pero tan pronto como la limitación llega a ser operativa (...) la propiedad o
uso del recurso natural alcanza un valor de cambio." He aquí una idea que luego será ampliada por los
neoclásicos, la de que sólo los recursos limitados deben ser objeto de tratamiento económico. Para que
el análisis económico llegue a los mismos, se propone la apropiabilidad de los recursos con el fin de
hacerlos escasos.
Continuando con la tarea de delimitar y facilitar la manejabilidad del objeto de estudio de la
economía, comienzan a introducirse sesgos analíticos en la línea de homogeneizar a través de la
valoración monetaria. En este sentido Jean Baptiste Say (1803) especifica que el término riquezas no
sirve para todos aquellos bienes -naturales o artificiales- que tienen utilidad, sino sólo "(...) para
aquellos que tienen un valor -de cambio- que les es propio y que deviene propiedad exclusiva de sus
poseedores." Con esta definición, los recursos naturales que no presentan utilidad "aparente" para
el hombre, o que son muy abundantes, no se consideran relevantes para la economía como ciencia
que se encarga de la producción y el acrecentamiento de las riquezas monetarias. Contra esta idea que
relaciona directamente riqueza y valor de cambio, Ricardo (1817, 182), partiendo de la afirmación de
Adam Smith según la cual la riqueza o pobreza de un hombre/una mujer depende del grado en que
puede disfrutar de lo necesario, es decir, de la abundancia, expone que "(...) el valor difiere de la
riqueza, ya que el valor no depende de la abundancia, sino de la dificultad o facilidad de producción."
Pese a la claridad de ideas de Ricardo, la ciencia económica no se preocupó por aquéllas riquezas
sin valor de cambio. El reduccionismo pecuniario estaba comenzando a invadir y a controlar los
derroteros de las investigaciones económicas, "(...) llegando a impedir el estudio y comprensión de
aquello que inicialmente es considerado su principal objetivo, la producción y distribución de la
riqueza" (Aguilera Klink et al., 1994, 24).
6

Como último representante de los autores clásicos, Karl Marx (1867, I, 429), a pesar de afirmar
que el régimen capitalista de producción "(...) presupone el dominio del hombre sobre la naturaleza", y
emplear palabras como sometimiento, transformación y dominio para definir la situación de
indefensión en que se encuentra la Naturaleza frente al sistema capitalista, su concepción global
no deja de ser productivista, mediatizada por las condiciones sociopolíticas de la época, que le llevaron
a preocuparse más por la situación de alienación de la fuerza de trabajo que de la Naturaleza.
Así resume José Manuel Naredo (1987, 97-98) los avatares de la ciencia económica durante el
período clásico: "los fisiócratas (...) consideraban que la ciencia económica debía orientarse "a
conseguir la mayor reproducción posible, mediante el conocimiento de los resultados físicos que
asegure la recuperación de los recursos invertidos". De ahí que construyeran su análisis sobre nociones
de producción y de producto neto más próximas a las que se aplican hoy en ecología que a las que
rigen en economía, de ahí que prestaran más atención al "valor de uso" que recoge las características
intrínsecas de los productos, que al "valor de cambio" que hace abstracción de ellas. Sin embargo, para
Smith, Ricardo o Marx, el centro de interés aparece ya desvinculado de ese contexto físico para
circunscribirse a la esfera de "lo social", donde se "objetivan" las relaciones entre las personas
investigando la definición y distribución de los "valores de cambio" de las cosas que guía la formación
de sus precios."
Partiendo del progresivo desplazamiento en la noción de riqueza desde lo necesario y lo útil
hacia lo escaso y lo que precisa de un esfuerzo para su obtención, y considerando la producción
como la generación de objetos que constituyen riqueza, Naredo (1987, 121-122) se apercibe de que
"(...) el camino más eficaz para inflar su producción es convertir en riquezas las cosas útiles que antes
no lo eran, tornándolas escasas o exigiendo esfuerzos antes innecesarios para su obtención. Basta pues,
con destruir el contexto originario en el que las cosas útiles se obtenían con abundancia y gratuidad
para inflar la esfera de la producción y el consumo de riquezas. Destrucción ésta que ha tenido y tiene
lugar bien sea privatizando y monopolizando cosas útiles originariamente abundantes o fuentes de
recursos renovables; bien sea provocando su escasez mediante una mayor apetencia de las mismas que
dé pie a una apropiación esquilmante que elimine su capacidad de renovación; o bien desplazando los
gustos y las necesidades desde el uso de lo abundante y renovable hacia el de lo limitado y escaso."
En última instancia, es la noción que preside un determinado esquema de pensamiento la
que nos introduce en el seno de las preguntas y respuestas pertinentes. En la medida que los
clásicos asocian la riqueza con el valor de cambio, tienden a definir un marco conceptual estrecho del
que quedan fuera una gran parte de los bienes útiles, con la peculiaridad de que es incapaz de incluir a
estos últimos de otra forma que no sea a través de la valoración monetaria. Pero para entender en su
globalidad los planteamientos de los economistas clásicos, no puede hacerse abstracción del contexto
sociopolítico que les tocó vivir (Aguilera Klink et al., 1994, 24). Su insistencia en la libertad y en los
derechos individuales es una reacción contra el poder absoluto del Antiguo Régimen, con el fin de
garantizar que cada persona pudiera beneficiarse de los frutos de su propio esfuerzo (Tawney, 1921).
7

Su preferencia por los procesos económicos autorreguladores excluye las posibilidades de


intervención arbitraria de las autoridades.
La Revolución Científica va a cuestionar el criterio de verdad y el método de razonamiento
mantenido hasta entonces por la ciencia. La verdad ya no procede -como en el silogismo- de una
autoridad irrefutable, sino de la razón. Por otro lado, el razonamiento orgánico en el que el todo
explica a las partes, va a ser sustituido por la filosofía atomista-mecanicista de Descartes y Newton,
donde el todo es explicado por la suma de las partes, recayendo la atención sobre las propiedades de los
elementos y no sobre sus relaciones (Aguilera Klink et al., 1994, 22-23). En este nuevo marco
caracterizado por la parcelación del conocimiento será donde nazca y se desarrolle la economía
clásica y neoclásica.

I.1.3 La economía neoclásica.


Los trabajos de la mayoría de los autores neoclásicos van a contribuir a centrar todavía más la
noción y el objeto de la economía dentro de un sistema cerrado donde "(...) todos los elementos del
universo económico se hallan definidos y explicados por la mutua compensación e interacción"
(Keynes, 1933, 223). En contra de este planteamiento, Marshall (1949, 139) señala la creciente
interdependencia de las partes que conforman el todo, y la consiguiente necesidad de estrechar
relaciones a través de un enfoque orgánico, en cambio, Walras y Jevons se esfuerzan por aplicar los
modelos mecánicos de la física a la economía.
En The coal question -La cuestión del carbón-, W. Stanley Jevons (1865) muestra la
importancia que la utilización del carbón ha tenido para explicar la expansión del imperio británico, y
concluye su libro afirmando que "el mantenimiento de tal situación es físicamente imposible. Hemos de
adoptar una crítica decisión entre una breve pero verdadera opulencia y un período más largo de
continuada mediocridad." Quisiera recalcar las palabras que utiliza Jevons y su plena vigencia en el
"mundo desarrollado" actual. La "imposibilidad física" a que hace referencia supone un reconocimiento
explícito a la inviabilidad de estudiar los procesos económicos desconectados de la base de recursos
naturales sobre la que se asienta la vida. A pesar de ello, esta apreciación no pasará de ser un mero
comentario superficial, sin implicar en ningún caso un cuestionamiento de los principios económicos
del análisis neoclásico. Una ocasión perdida para haber comenzado una marcha atrás en los enfoques
mecánicos y marginales que se estaban imponiendo.
Será con Walras cuando se observen mayores impulsos hacia el reduccionismo, en un intento
por acotar el ámbito de lo económico y hacerlo más accesible a un tratamiento matemático -que por
entonces era lo mismo que decir científico. Walras (1874, 388), apoyándose en Antoine Augustine
Cournot (1838)5, llegará a limitar el concepto de riqueza social a "(...) toda cosa, material o inmaterial,
5
Para Cournot, "(...) una multitud de cosas eminentemente útiles al hombre que no tienen valor venal, no figuran en
absoluto entre las riquezas, por haber sido dadas por la naturaleza con gran abundancia o en condiciones tales que no son
susceptibles de apropiación, de evaluación, de intercambio o de circulación comercial."
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que vale y se intercambia." Este nuevo recorte en el objeto de estudio permitió a la economía
convencional desmarcarse del tratamiento de los recursos naturales en la medida que no fueran
valorados e intercambiados. En resumen, todo aquello que supone un desafío para la ciencia económica
establecida, y que cuestiona su metodología mecánica y parcelaria así como los intereses anexos a ella,
se va dejando sutilmente de lado, sino de manera descarada. Cuando los problemas ambientales
comienzan a manifestarse, la economía les aplica la racionalidad del sistema cerrado, acuñando la
noción de "externalidad", para más tarde ampliarse a lo que se ha dado en llamar economía del medio
ambiente o economía ambiental.
Por mucho que les pese a quienes han subido a Marshall al pedestal de la ortodoxia, es a este
autor a quien debemos las primeras críticas desde dentro de la economía convencional sobre las
incoherencias de la economía clásica y neoclásica. En el año 1879, pronunciaba una conferencia en
Bristol bajo el título de El agua como elemento integrante de la riqueza nacional. Sus primeras frases
son claras y contundentes, en la línea de cuestionar los incipientes sistemas de contabilidad nacional
y criticar a la profesión por el poco tacto tenido a la hora de considerar los bienes naturales: "Es
una tarea más difícil de lo que a primera vista parece, estimar correctamente la verdadera riqueza de
una nación. Podemos encontrar, actuando con sumo cuidado, una medida monetaria de ésta magnitud.
Pero desafortunadamente, esta no puede ser evaluada exactamente en dinero. La manera normal de
estimar la riqueza de una nación es calcular separadamente los valores monetarios de todas aquellas
cosas que los poseen, y sumarlos (...) pero se trata de un método traicionero. No tiene en cuenta que
elementos como un cielo claro y resplandeciente y un paisaje bonito son una fuente tan real de disfrute
como los muebles caros (...) Por tanto, al estimar la riqueza de una nación, es probable cometer errores,
primero porque muchos de los mejores regalos que la Naturaleza ofrece al hombre no son incluidos en
el inventario, y en segundo lugar, porque el inventario infravalora la importancia de todo lo que es
abundante y tiene un bajo valor de mercado" (Marshall, 1879, 134-135). Tras apreciaciones de este tipo
siempre surge la misma pregunta: ¿Por qué los economistas tenemos tanta facilidad para coger de
ciertos autores lo que nos conviene en aras a justificar un determinado modo de hacer las cosas,
rechazando cualquier aportación que pueda cuestionarlo?. El ensimismamiento, la soberbia y los reinos
de taifas de la profesión y del mundo académico ayudan a dar respuesta a esta pregunta.
Ya en el presente siglo, los trabajos de Pigou y Coase avivarán la polémica en el marco de la
economía ambiental6. Sus desarrollos metodológicos y analíticos fueron por el camino de consolidar
el esquema heredado de los autores clásicos y neoclásicos, introduciendo ligeras -a veces
redundantes- matizaciones. Ante la preocupación social por el deterioro de los recursos naturales, su
receta será muy simple: introducir dichos bienes en el seno de los bienes económicos, haciéndolos
apropiables, valorables e intercambiables, para poder aplicar así los postulados de la economía
convencional.
6
Sus aportaciones y las controversias a que dieron lugar se tratarán en la sección tercera del presente capítulo, dedicada al
estudio de la eficiencia y la equidad en el uso del agua.
9

El gráfico I.1.1 muestra el reduccionismo ejercido por la ciencia económica convencional


respecto a la definición de los objetos económicos (Naredo, 1987, 421). Desde la noción aristotélica
de economía que abarca toda la biosfera -U-, se pasa a considerar sólo los objetos directamente útiles
para el hombre -Ud-, después sólo los directamente útiles y que han sido apropiados -Uda-, a
continuación los directamente útiles, apropiados y valorados -Udav-, quedándose finalmente con los que
cumplen las anteriores condiciones y además son productibles -Udavp.
10

GRÁFICO I.1.1. LOS OBJETOS ÚTILES Y SU RELACIÓN CON LA IDEA USUAL DE


SISTEMA ECONÓMICO.

Udapv Udap Uda Ud U


FUENTE: Naredo (1987, 421).

El otro gran "olvido" de la economía neoclásica -junto al estrecho tratamiento de los recursos
naturales- es la cuestión del poder. Los economistas clásicos tenían bien presente este aspecto
consustancial con las relaciones económicas. Incluso Smith (1776) reconoce que, el Gobierno, al
instituirse "(...) para la seguridad de la propiedad, se instituye, en realidad, para la defensa del rico
contra el pobre, o de quienes tienen alguna propiedad contra quienes carecen de ella." Así, mientras el
11

sistema capitalista precisa del poder del Estado manifestado en leyes, obras públicas, política social,
etc., esta faceta es cada vez menos contemplada como variable explicativa en los modelos económicos,
cuyo supuesto básico de competencia perfecta supone "(...) la dispersión del poder y la igualdad en las
preferencias" (Aguilera Klink, 1995).
En los siguientes apartados voy a tratar los planteamientos de dos escuelas de pensamiento
económico que han abordado estas deficiencias de los esquemas clásico y neoclásico. Por un lado, la
economía institucional ha insistido en la necesidad de estudiar las reglas del juego -incluidas las
relaciones de poder- que definen el marco institucional donde se desarrolla la actividad humana. Por
otro lado, la economía ecológica plantea pasar de una economía de sistema cerrado a una economía de
sistema abierto -entrópicamente hablando-, que considere a los bienes naturales no desde un enfoque
estrictamente monetario, sino a través de su funcionamiento integrado en el seno de los ecosistemas.

I.1.4 La economía institucional.


Profundizando en el marco estructural como determinante del uso que se hace de los
recursos naturales, la escuela institucionalista reivindica el estudio de "las medidas institucionales que
definen la serie de opciones -serie de oportunidades- dentro de las cuales las personas y los grupos
realizan la cotidiana tarea de ganarse la vida. Esta estructura -y las medidas institucionales que
determinan quién definirá esa estructura- indica el grado de independencia con que se moverán los
agentes, los unos con respecto a otros y con respecto a la base de recursos naturales de la cual depende
el país" (Bromley, 1985, 50). Es decir, el patrón de uso de los recursos naturales dependerá de cuáles
sean las leyes o convenciones que determinan el marco de lo posible, no siendo de recibo la
inevitabilidad con la que muchas veces se disfraza el deterioro de las funciones básicas de la biosfera:
lo que en última instancia ocurre se debe a los comportamientos o actitudes que de manera
explícita o implícita son permitidos.
Como señalaba John Rogers Commons (1934), hay que apartar el punto de mira de la
economía desde las transacciones de mercancías hacia las transacciones institucionales, ya que las
"(...) acciones individuales son, en realidad, transacciones -es decir, acciones entre individuos- y al
mismo tiempo comportamiento individual. Este desplazamiento de mercancías, individuos e
intercambios a transacciones y reglas básicas de acción colectiva es lo que marca la transición de las
escuelas clásicas y hedonistas a las escuelas institucionales de pensamiento económico. El
desplazamiento es un cambio en la unidad última de la investigación económica, un cambio de las
mercancías y las personas a las transacciones entre las personas" -la cursiva es mía.
La firme y dogmática creencia en el mercado, como única forma de organización del sistema
económico capaz de conducir al bienestar social a través de los precios, "es como creer que las
relaciones sociales y la cultura son subproductos de la economía en lugar de ser al revés" (Bromley,
1985, 52). Desentrañar la maraña de intereses y de relaciones de poder que se encuentran tras la
imagen neutral que se pretende dar del mercado, es una tarea ineludible si los economistas quieren
12

ser llamados, con propiedad, científicos sociales.


Como puntualiza Daniel W. Bromley (1982, 843), el enfoque institucional no supone una
ruptura con todos los conceptos de la economía convencional, de hecho, la crítica a la economía
ortodoxa se debe a su desentendimiento de las bien establecidas conclusiones en materia de economía
del bienestar. En concreto, se hace referencia a la necesidad de tomar una decisión sobre qué intereses
cuentan a la hora de determinar la función de bienestar social y, por lo tanto, la distribución de
beneficios entre diferentes grupos sociales. Ignorar esta cuestión supone asumir implícitamente que la
actual distribución de la renta es óptima.
Sin embargo, a pesar del avance que supone el enfoque institucionalista para comprender la
economía como una actividad estrechamente conectada con las relaciones sociales y de poder, esta
escuela todavía se mueve dentro de una economía de sistema cerrado en lo que se refiere a sus
relaciones con la Naturaleza. Pese a ello, su postulado de que el uso de los recursos naturales va a
depender del entramado institucional que los envuelve, ayudará a comprender mejor las relaciones
entre la economía y su entorno. En definitiva, se trata de reconocer que la economía es una actividad
institucionalizada dentro de un sistema legal fruto de las interrelaciones entre grupos de interés
con diferente poder. El gráfico I.1.2 muestra cómo las condiciones económicas y la estructura
institucional se encuentran íntimamente interconectadas. Mientras los acuerdos institucionales definen
las reglas del juego que rigen las transacciones de bienes, a su vez, los cambios de las condiciones
económicas van a demandar cambios en la estructura institucional mediante transacciones
institucionales.
13

GRÁFICO I.1.2. LA ECONOMÍA COMO UNA ACTIVIDAD INSTITUCIONALIZADA.

FUENTE: Bromley (1989, 110).

I.1.5 La economía ecológica.


Frente a la noción de la economía como un sistema cerrado eternamente autorreproducible, el
fundamento básico de la economía ecológica reside en la consideración de la economía como un
sistema abierto a las influencias de su entorno. Por ello, se considera más oportuno su estudio a
través de la teoría de sistemas que pone el énfasis en los problemas de relaciones, de estructura y de
interdependencia más que en las características constantes de los objetos, rechazando el estudio de
estructuras divisibles dentro de sistemas cerrados, ya que los sistemas vivos, como los organismos
biológicos o las organizaciones sociales, son extremadamente dependientes de su medio externo, y por
tanto deben ser concebidos como sistemas abiertos (Katz y Kahn, 1969, 90-91). La
multidisciplinariedad es la característica básica de la teoría general de sistemas, frente al método
analítico-parcelario que funciona a través de la progresiva división del objeto, reduciéndolo a elementos
simples dentro de un universo de naturaleza determinista-causal aislado de su entorno.
La economía ecológica parte del supuesto de que la economía corriente no puede tratar
adecuadamente los recursos naturales sin cambiar los principios que definen su marco conceptual y
analítico. Por lo tanto, esta escuela de pensamiento plantea una reconstrucción de la propia ciencia
económica en aras a entender y asumir el funcionamiento de los ecosistemas naturales como
limitadores/encauzadores del desarrollo de las actividades económicas. A pesar de ser un amplio elenco
14

de economistas los que han trabajado en este sentido7, la mayor parte de la profesión, reacia por su
conservadurismo a replantearse los principios científicos de su disciplina, ha adoptado una estrategia
pasiva ante ellos.

GRÁFICO I.1.3. INTERDEPENDENCIAS ENTRE LA BIOSFERA, LAS ACTIVIDADES


HUMANAS Y LA ECONOMÍA.

FUENTE: Passet (1979).

La idea intuitiva de la conveniencia de un enfoque abierto es perfectamente expresada por René


Passet (1979) (gráfico I.1.3) cuando afirma que "toda la biosfera entra entonces en el campo de lo
económico por lo que el instrumento monetario cuyo campo predilecto es el mercado, no puede
aprehender los fenómenos exteriores a este último. La lógica común al conjunto de los bienes afectados
a partir de ahora por la gestión económica, no puede ser investigada desde el punto de vista del
subconjunto incluido sino desde la del conjunto incluyente. En efecto, si todos los bienes de la biosfera
no pertenecen al universo mercantil, todos los bienes mercantiles pertenecen a la biosfera y están
sometidos a sus leyes que son las de la energía y la información, comunes ambas a todos los elementos
de la naturaleza" -la cursiva es mía. Aunque considerar la economía como un sistema cerrado sea
algo deseable para aplicar las disposiciones de la lógica matemática formal, este modo de operar

7
Entre tantos se puede citar a Boulding, Kapp, Georgescu-Roegen, Daly, Ayres, Kneese, Hueting, Sachs, etc.
15

supone una falsa percepción de la realidad y un enorme recorte del campo de estudio (Kapp,
1978, 128).
En la presentación de la revista Ecological Economics, su editor, Robert Costanza (1989, 1),
define la economía ecológica como aquella disciplina interesada por "(...) las relaciones entre
ecosistemas y sistemas económicos en el sentido más amplio (...) la economía ambiental y de los
recursos naturales, tal y como se practica, cubre sólo la aplicación de la economía neoclásica a los
problemas ambientales y de los recursos naturales. La ecología, tal y como se practica, algunas veces
aborda los impactos humanos sobre los ecosistemas, pero la tendencia más común es atenerse a los
sistemas "naturales". La economía ecológica apunta hacia la ampliación de estas modestas áreas de
solapamiento. Incluirá a la economía ambiental neoclásica y estudios de impacto ecológico como
subconjuntos, pero también estimulará nuevas formas de pensar sobre las conexiones entre sistemas
ecológicos y económicos." La economía ecológica trata, al fin y al cabo, del estudio de las bases
biofísicas a las cuales deben adaptarse en última instancia las actividades económicas de las
sociedades humanas, y que podemos resumir como:
1) Las leyes de la termodinámica. La Primera Ley de la Termodinámica afirma que la
energía y la materia ni se crean ni se destruyen, sólo se transforman. La cuestión es que se
transforman en residuos como consecuencia inevitable de las actividades de producción y consumo
(Ayres y Kneese, 1969), y no sólo ocasionalmente como afirma la teoría de las externalidades de la
economía ambiental, "de ahí que la noción de externalidades pierda su sentido en un enfoque sistémico
ya que las interdependencias son lógicas" (Aguilera Klink et al., 1994, 27).
La Segunda Ley de la Termodinámica o Ley de la Entropía, nos dice que la materia y la
energía se degradan de manera continua e irreversible desde formas aprovechables a no
aprovechables para los seres humanos. Nicholas Georgescu-Roegen (1971) fue el primer
economista que en su libro The Entropy Law and the Economic Process estableció una estrecha
conexión analítica entre la economía y la Ley de la Entropía. Para este autor, la concepción mecánica
de la economía corriente supone un proceso que no reconoce cambios cualitativos en la materia y la
energía, sino sólo cambios de lugar, de tal manera que cualquier proceso mecánico puede ser revertido
una y otra vez hasta el infinito. Por contra, la termodinámica nos diría que los fenómenos reales de la
Naturaleza -físicos, biológicos, energéticos- comprenden cambios cualitativos en los recursos
naturales que llevan a su degradación y a la imposibilidad de ser utilizados y reutilizados sin coste
alguno. La adicción del hombre a instrumentos exosomáticos -que no forman parte de su organismo por
nacimiento- lleva a que "la supervivencia de la humanidad plantea un problema totalmente diferente al
de todas las otras especies. No es sólo biológico ni sólo económico: es bioeconómico" (Georgescu-
Roegen, 1975, 815).
2) Los residuos generados en la biosfera no deben sobrepasar la capacidad de asimilación
de los ecosistemas. En caso contrario, la degradación de estos va a afectar negativamente a las
condiciones de vida.
16

3) La tasa de explotación de los recursos naturales no debe superar su rendimiento


sostenible, so pena de colapsar/agotar sus posibilidades de regeneración y por tanto su disfrute futuro.
En realidad, los seres humanos no utilizan recursos naturales aisladamente, sino que se apropian
de ecosistemas. En opinión de Richard B. Norgaard (1984), este hecho nos introduce en un proceso
coevolutivo, produciéndose una conexión bidireccional entre el ecosistema y la sociedad, lo que
implica una dinámica de cambios adaptativos en respuesta a modificaciones en cualquiera de los dos
sistemas. Por tanto, el estudio del proceso productivo no es exclusivo de la economía, y nos remite a las
relaciones entre los seres humanos y la Naturaleza a través del conocimiento de la tecnología y de los
ecosistemas que funcionan como medios de producción (Toledo, 1985).
En un intento por concretar el término desarrollo sostenible que se puso de moda a finales de
los años 80 y que a su entender está inmerso en la vaguedad, Herman E. Daly (1990) especifica algunos
principos operativos del mismo:
1) Las tasas de extracción de los recursos naturales renovables deben ser iguales a las tasas
de regeneración -rendimiento sostenible.
2) La emisión de residuos por parte de los procesos de producción y consumo no debe superar
la capacidad de asimilación de los ecosistemas.
3) En el caso de los recursos naturales, maximizar los beneficios anuales sostenibles, no es lo
mismo que maximizar el valor presente de los beneficios y costes futuros descontados.
4) El capital no es un sustituto perfecto de los recursos naturales, sino que se trata de bienes
complementarios.
5) La explotación de recursos no renovables debe hacerse de manera paralela al
descubrimiento de recursos renovables, a la vez que ampliando la base natural capaz de absorber los
residuos que generan.
6) La población debe limitarse a la capacidad de sustentación del territorio en el que vive. El
control de natalidad en los países pobres debe ser reforzado con un proceso de redistribución de la renta
entre el Norte y el Sur.
7) Por último, merecería la pena reflexionar si el crecimiento económico de nuestros países
nos hace realmente más ricos, o por contra, nos empobrece.
Pese a la publicidad que se le ha dado al concepto de desarrollo sostenible acuñado por el
Informe Brundtland (1988), no han faltado las críticas que han achacado la buena acogida del término
"(...) a su ambigüedad, que permitió mantener la ilusión de que era posible resolver el problema del
"medio ambiente", sin necesidad de criticar la idea de desarrollo. El que el término tuviera más éxito
que el de "ecodesarrollo", formulado años antes no responde sólo a la mayor oportunidad del momento,
sino a que expresa el simple deseo de hacer sostenible el desarrollo económico corriente en vez de
proponer enfoques ecológicos alternativos" (Naredo, 1990, 14).
Antes de acudir a términos vacíos de contenido que sugieren cambio pero sin cambio, otros
autores se decantan por explicar las implicaciones sobre el entorno de los estilos de vida o de
17

desarrollo de una colectividad (Sunkel, 1980; Sunkel y Leal, 1985). El estilo de desarrollo nos va a
orientar sobre cómo organiza la sociedad sus recursos humanos y materiales para satisfacer sus
necesidades. El problema surge ante la homogeneización del estilo de vida en territorios
heterogéneos, de acuerdo con las pautas del capitalismo occidental. La imposibilidad física de extender
tal pretensión a todo el planeta no impide que el primer mundo disfrute de la opulencia a costa de
extraer los recursos minerales y energéticos y utilizar la capacidad de asimilación de los países
empobrecidos. Por tanto, nos encontramos ante la inconsistencia de intentar extender el estilo de
desarrollo occidental que, paradójicamente, sólo puede mantenerse mientras no se generalice.
Otra propuesta central de la economía ecológica va en la línea de la inconmensurabilidad
económica, es decir, la imposibilidad de un tratamiento adecuado de los recursos naturales basándonos
sólo en valoraciones monetarias. Para Joan Martínez Alier (1993, 45-46), esta idea "(...) había sido ya
propuesta por Otto Neurath bajo la denominación de una Naturalrechmung, es decir, una contabilidad
in natura. La idea de Neurath fue recibida por los economistas de mercado como era de prever. Hayek
escribió que la propuesta de Neurath de establecer los cálculos de una economía planificada en una
contabilidad in natura mostraba que Neurath se olvidaba que la ausencia de un cálculo en valor crearía
una dificultad insuperable para cualquier uso racional y económico de los recursos" (Hayek, 1935, 30-
31). Es decir, se asocian los cálculos monetarios directamente con la gestión racional de los
recursos naturales, dando la espalda y descalificando cualquier otro procedimiento alternativo8.
Será K. William Kapp quien se interne en el campo donde la rancia tradición académica
neoclásica tiene su base de operaciones para perpetuar una ciencia económica trasnochada y
desconectada de la realidad: el sistema educativo. Para él, "(...) en lugar de introducir a los estudiantes
de economía, especialmente a los de primer año, en el aparato formal altamente esotérico que llena los
libros de texto convencionales, me parece indispensable que primero sean introducidos al carácter
abierto de los sistemas económicos (...) Los problemas de la entropía -es decir, la tendencia al aumento
de la desorganización-, de los efectos retroactivos -o sea, el hecho de que parte de la producción se
retroalimenta y afecta a los sucesivos insumos y productos-, de los equilibrios materiales, de los límites
máximos de la contaminación, de la causalidad acumulativa, necesitan convertirse en parte de la
enseñanza de la economía para preparar a los economistas del futuro en las tareas de las que cada vez
más se tendrán que ocupar" (Kapp, 1978, 143). Por desgracia, casi 20 años después, la atención que se
presta en la docencia universitaria a la explicación de la economía desde un punto de vista abierto y
ecosistémico es prácticamente testimonial. La obediencia al status quo académico, que se ha
encargado de señalar e ignorar a quienes han osado ver las cosas de otra manera, ayuda a explicar este

8
"Los economistas sólo son considerados útiles en un debate si pueden mostrar los números "adecuados" para justificar una
conclusión posterior. Si no pueden, entonces la economía es despedida por brujería o por su equivalente en astrología -o peor
aún, sociología. Esta preocupación por la economía como resultado más que como proceso contribuyó al surgimiento del
análisis coste-beneficio como una ayuda en la decisión de problemas de acción colectiva" (Bromley, 1984).
18

fenómeno9. Pese a todo, la evidencia de la crisis ambiental está despertando a la profesión del sueño
feliz en que se encontraba sumida.
En resumen, la discusión en torno a los fundamentos biofísicos de la ciencia económica nos
debe llevar a considerar en nuestros modelos los bienes y servicios socialmente necesarios, con
independencia de que sean intercambiables y valorables monetariamente. Sin embargo, "los
economistas seguimos sin incluir de manera habitual los recursos naturales en la riqueza ni, por lo
tanto, consideramos una pérdida de riqueza el agotamiento de los mismos. Naturalmente esto constituye
un grave error (...) que se subsana fundamentalmente con adecuadas representaciones contables de los
recursos en términos físicos -como la Contabilidad del Patrimonio Natural- y con una mayor
permeabilidad o apertura mental hacia "nuevas" nociones" (Aguilera Klink, 1994, 115).

I.1.6 Conclusiones.
Después de hacer este ligero repaso por las relaciones que tienen lugar entre la economía y la
Naturaleza, convengo con Alan Randall (1985) -Metodología, ideología y la economía de la política:
¿Por qué los economistas de los recursos naturales discrepan?-, en que los desacuerdos "(...) son más
que meras disputas respecto a las prioridades y tácticas sobre cómo hacer economía de los recursos
naturales, donde todos los participantes comparten una visión común (...) diferentes metodologías
conducen a diferentes interpretaciones de la evidencia. Diferentes objetivos surgen de la conjunción de
ideología e imágenes de la realidad, las cuales dependen de la metodología y de la interpretación de la
evidencia (...) reconocer la coexistencia de paradigmas no comparables no supone minar por la base el
objetivo de la excelencia académica. Sin embargo, la excelencia no puede concebirse en términos de
verdad o error universal. A menudo, la excelencia es multidimensional y, mientras algunas de sus
dimensiones son universales -ej. la coherencia lógica-, otras son internas al paradigma en cuestión"
(Randall, 1985, 1022, 1028). Sin embargo, mi opinión no es tan resignada como la de Randall. Pienso
que es tarea de los científicos cuestionar y rechazar aquéllos paradigmas cuyos postulados no ayudan en
la tarea de definir un marco conceptual contextualizado y con capacidad explicativa. Como diría Ignacy
Sachs (1974, 87), el reto planteado supone enfrentarse "(...) con dos supuestos "heróicos" de la
profesión económica pocas veces expuestos de forma explícita. El primero proclama la posibilidad de
un reduccionismo en dos etapas: todas las cosas pueden reducirse a su dimensión económica y esta
dimensión conduce, por sí misma, a un tratamiento cuantitativo; siempre es posible hallar o estimar un
9
A este respecto puede resultar útil recordar la cita de Wasili Leontief (1982): "¿Cuánto tiempo van a seguir los
investigadores que trabajan en campos afines, como la demografía, la sociología y la ciencia política, por un lado, y la ecología,
la biología, las ciencias de la salud, la ingeniería, y otras ciencias naturales aplicadas, por el otro, sin manifestar sus serias
preocupaciones sobre el estado de equilibrio estable y estacionario y el espléndido aislamiento en el que la economía
académica se encuentra?. Este estado es probable que se mantenga mientras los miembros de los principales departamentos
de economía continúen ejerciendo un estrecho control sobre la formación, la promoción y la investigación de los profesores
más jóvenes, así como a través de los evaluadores científicos sobre el resto de los profesores. Los métodos utilizados para
mantener la disciplina intelectual en los departamentos de Economía más influyentes de las universidades estadounidenses
pueden, a veces, recordar a los usados por los marines para mantener la disciplina en Parris Island."
19

mercado o cuasi-mercado. El segundo adopta un enfoque asociacionista para hacer macroeconomía


partiendo de consideraciones microeconómicas" -la cursiva es mía.
Concluyo este apartado con la reflexión que hace Naredo (1987, 505)10 sobre cómo la ciencia
económica puede desbancar enfoques trasnochados que imperan desde hace más de dos siglos.
Para dicho autor "(...) no cabe esperar que un cambio tan profundo de enfoques como el que estamos
planteando, tome cuerpo desde el principio en una alternativa perfectamente coherente y acabada (...)
en vez de intentar una axiomatización prematura de las nuevas representaciones de lo económico,
preferimos contribuir a su desarrollo señalando las características de los sistemas sobre los que debieran
asentarse si queremos que atiendan al principal objetivo que induce a su búsqueda, a saber: el objetivo
de asegurar la supervivencia de la especie humana, evitando la actual disociación entre los enfoques
económicos y ecológicos. Denominaremos enfoque ecointegrador a aquel que trate de reconciliar en
una misma raíz eco la utilidad propugnada por aquellos con la estabilidad perseguida por estos".
Precisamente es en esta dirección en la que se pretende mover esta tesis doctoral, señalando cuáles han
sido las razones que han llevado a la crítica situación de la cuenca alta del Guadiana, para, a partir de
ahí, hacer un esfuerzo en pos de caracterizar un nuevo marco de relaciones entre los seres humanos
y la Naturaleza, sobre la base de la simbiosis y no del parasitismo.

10
Un tanto más optimista que la tesis de Coddington (1970), para quien la economía convencional no es capaz de
considerar la dimensión ecológica, con lo que "el mayor servicio que los economistas pueden ofrecer a la posteridad es el de
permanecer en silencio."
20

II. Concepto y asignación de los recursos naturales.

II.1El concepto de recurso natural.


En todo el artículo pionero de Hotelling (1931) no existe ninguna definición de lo que él
entiende por recurso. Un recurso natural no es sólo -tal y como ha entendido la ciencia económica
convencional- un bien que proporciona la madre Naturaleza en estado virgen y que resulta útil a los
seres humanos para la consecución de unos objetivos. Se trata de algo cuyo uso está sujeto a un alto
grado de interdependencia social y a unos condicionantes naturales difíciles de ignorar -por lo
menos desde la sensatez. Por ello, ante la cortedad de miras de la economía corriente en su tratamiento
de los recursos, merece la pena sacar a colación la postura de otros autores que se han preocupado por
dar una visión más amplia y que nos ayudarán a definir y a entender mejor nuestro objeto de estudio.
En mi opinión, ha sido Erich W. Zimmermann (1967, 15-17) quien ha dado la definición más
poética, delicada y coherente de lo que es un recurso natural. Para este autor, "los recursos son
fenómenos vivientes, que se expanden y contraen como respuesta al esfuerzo y a la conducta humanas.
Los recursos florecen bajo un armonioso tratamiento racional; se marchitan en la guerra y en la
rivalidad. En buena parte, son creación propia del hombre. La sabiduría del hombre es su principal
recurso: la llave que le abre el universo." Una idea expresada con gracia y sencillez, sin desperdicio de
contenido. Más adelante, especifica que "la palabra "recurso" no se refiere ni a una cosa ni a una
sustancia, sino a una función que una cosa o una sustancia pueden realizar o una operación en la cual
pueden tomar parte, es decir, la función o la operación de alcanzar un fin dado, tal como satisfacer una
necesidad", por tanto, su carácter es puramente subjetivo, dependiendo de que sea o no valorado
por la sociedad, dado un estado de la técnica y las preferencias sociales.
Si consideramos que el valor monetario de un recurso natural es función de la utilidad que
representa para el hombre y tenemos en cuenta que los bienes naturales -a diferencia de los
artificiales- no fueron concebidos para un uso particular y exclusivo, convendremos con Roefie
Hueting (1971) en que para movernos por este nuevo entramado puede ser útil el estudio de lo que
denomina funciones ambientales11, las cuales ponen en contacto la economía -las necesidades
humanas- y la ecología -el funcionamiento de la Naturaleza. Cuando los seres humanos se apropian
de una función ambiental de cierto recurso, se lleva a cabo en detrimento de otra, tanto por
motivos cuantitativos, cualitativos como espaciales. Por tanto, las funciones ambientales de un
recurso que compiten entre sí tienen la consideración de bienes escasos, mientras que serán bienes
libres cuando no tiene lugar dicha competencia. En este marco conceptual, Hueting (1980, 97) define
el deterioro ambiental como la disminución de las funciones disponibles de un recurso natural. A la
hora de decidir cuáles deben ser las funciones ambientales que tengan preferencia en un marco de

11
Casi un siglo antes, Marshall (1879) ya hablaba de las distintas funciones capaces de ser desarrolladas por el agua, tal y
como tendremos ocasión de ver en el próximo apartado.
21

interdependencia negativa, no debe perderse de vista que el mantenimiento del conjunto de funciones
requiere unas mínimas condiciones de gestión integrada del recurso.
Dando una vuelta más de tuerca, Daniel W. Bromley y Ellen Szarleta (1986, 168) definen un
recurso como cualquier cosa que tiene valor -directo o indirecto- para el hombre y que puede ser
controlado por él, lo cual dependerá de la tecnología y de la estructura institucional de la sociedad. Es
decir, los recursos naturales no se definen de una vez y para siempre, sino que los cambios en las
condiciones técnicas y sociales llevan a que nuevos objetos entren dentro del campo de lo escaso y
lo valorable, y que se modifique, por tanto, la manera en que se han venido haciendo ciertas cosas en la
medida que existe disponibilidad de nuevos factores.
Ocurre que en la transición desde una sociedad cazadora/recolectora a una agricultura
sedentaria y más tarde a una sociedad industrial, ha aumentado la dependencia de los recursos no
renovables -carbón, petróleo, minerales- en detrimento de los renovables -madera, abonos orgánicos.
La diversidad y la complejidad han dejado paso a la uniformidad y a la simplicidad, cambiando el
destinatario último de los costes de transacción en la interacción con el medio, de manera que los
mismos no son soportados por los seres humanos directamente, sino por el entorno (Bromley y
Szarleta, 1986, 179). La comparación entre la agricultura tradicional diversificada y el monocultivo
hacia el que tiende la agricultura moderna, apoya el anterior razonamiento. En última instancia, esto
supone una mayor vulnerabilidad del agricultor ante acontecimientos exógenos y endógenos, mientras
los grupos de poder que propician esta senda -las grandes empresas agrícolas, las de biotecnología, las
empresas productoras de factores de producción, la agroindustria, las grandes superficies comerciales-
se benefician con el cambio.

II.2La asignación de recursos naturales.


Para la economía convencional, el problema de la asignación de recursos naturales se resuelve
determinando un nivel de uso óptimo de los mismos que, en conjunción con el trabajo y el capital,
maximice el valor presente neto de la corriente de beneficios futuros. Sólo muy recientemente se han
comenzado a tener en cuenta consideraciones sobre los efectos para las generaciones futuras y los
daños ambientales presentes que pueden derivarse del uso de los recursos.
La estrechez del marco anterior aconseja tomar en consideración un conjunto de aspectos que
nos den luz sobre la verdadera dimensión de la gestión de los recursos naturales. Entre otros, sería
oportuno sacar a colación los siguientes: el funcionamiento integrado del recurso en el ecosistema -
condiciones de oferta-, los usos potenciales y/o alternativos que es capaz de satisfacer -condiciones de
demanda-, la tecnología existente para su aprovechamiento y las reglas establecidas por la sociedad
para guiar su uso. Muchas de las variables que intervienen en este marco no siempre será posible
definirlas en términos monetarios, por lo que será preciso contemplar otros balances como el de
materiales y energía.
Así, a la pregunta de ¿cómo decidir la asignación de recursos entre usos alternativos y a lo
22

largo del tiempo?, se han dado diversas respuestas en función de los supuestos de partida y de la
agotabilidad o no del recurso. En este apartado no distinguiré entre recursos no renovables y
renovables. En última instancia el tratamiento dado por la economía convencional ha sido similar para
ambos: todo se reduce a maximizar el valor presente de los beneficios sociales futuros, cambiando
únicamente la forma de la función objetivo y las restricciones12.
Es a Harold Hotelling (1931) a quien debemos la primera aportación en profundidad sobre el
tratamiento económico de los recursos agotables. En su artículo pionero -The Economics of Exhaustible
Resources- establece las dos condiciones que deben cumplir los precios de los recursos agotables en
competencia perfecta:
1) El precio de una unidad de un recurso natural agotable debe estar formado por su coste
marginal de extracción, más el coste de oportunidad o renta de escasez que se deriva de la
imposibilidad física de volver a extraer dicha unidad del recurso. Hay que tener en cuenta que cada
unidad sólo se puede extraer una vez, por lo que debe decidirse qué es más rentable, si hacerlo hoy o
dejarlo para un momento futuro.
2) La maximización de la renta de escasez -que se obtiene restando del precio de mercado el
coste marginal de extracción- se alcanza siempre que esta crece al mismo ritmo que el tipo de interés.
Dicho de otra manera, que el valor actual descontado de la renta de escasez sea el mismo en cada
período, pues de lo contrario existirían incentivos para desplazar la extracción de un período a otro.
Al hilo de la reflexión anterior, Georgescu-Roegen (1975) concluye que, de acuerdo con la
condición de maximización de la renta de escasez que propone Hotelling, éste demostró de una vez por
todas que "(...) no puede hablarse de asignación temporal óptima de recursos a menos que se conozca la
demanda futura total", lo cual es, obviamente, imposible. Por lo tanto, y de acuerdo con Naredo (1987,
260), las soluciones óptimas en la utilización de recursos no renovables varían "(...) con el período de
tiempo considerado, con el punto de partida elegido,... y con los tipos de interés empleados en las
actualizaciones, siendo necesarios mecanismos institucionales o hipótesis arbitrarias que concreten
estos extremos para llegar a una solución determinada, cuya posible formalización matemática no debe
ocultar su alto grado de arbitrariedad. Pues, como ocurre en los razonamientos matemáticos, la
conclusión no puede ser más que un derivado de los supuestos iniciales." Si consideramos la demanda
futura total de un recurso agotable como infinita, llegamos al absurdo de obtener unos precios infinitos,
como consecuencia de extender la teoría del consumidor individual -que responde a móviles utilitarios
inmediatos- a problemas relativos al conjunto de la especie humana con un horizonte temporal más
dilatado. Por ello, es preciso arrinconar el enfoque parcelario a la hora de razonar sobre los recursos
naturales, estableciendo distinciones según se trate de stocks o de flujos, aspectos éstos que se pierden
de vista al tratarlos homogéneamente en términos de valor de cambio (Naredo, 1987a, 67).
12
El lector interesado en estos temas puede consultar cualquiera de los siguientes manuales de economía de los recursos
naturales: Dasgupta y Heal (1979), Howe (1979), Fisher (1981), Baumol y Oates (1975), Hufschmidt et al. (1983), Neher
(1990) y Pearce y Turner (1990).
23

El otro aspecto del razonamiento de Hotelling, los costes de extracción, es abordado por Robert
M. Solow (1974, 5), para quien en la medida que el avance tecnológico influye sobre los costes de
extracción, "unas teorías correctas del comportamiento de mercado y de la política social óptima tendrá
que tener en cuenta la incertidumbre tecnológica -y quizás también la incertidumbre sobre la verdadera
dimensión de las reservas minerales." Es decir, la política sobre el uso de los recursos naturales debe
estar alerta sobre las implicaciones de los cambios tecnológicos, así como conocer fidedignamente la
cuantía de las reservas, aspectos que difícilmente pueden ser captados por un enfoque estático y
parcial.
El énfasis puesto en la utilización del mercado para la asignación de los recursos naturales es
cuestionado por Paul Davidson (1984, 172-173) desde una perspectiva poskeynesiana, a través de la
introducción de elementos de competencia imperfecta. Dos son las cuestiones fundamentales que se
plantea: "la primera, si es posible que los precios de mercado, incluso en un entorno competitivo,
proporcionen las pautas adecuadas para aproximarse a una tasa de utilización eficiente y óptima,
durante un período de tiempo histórico, de los recursos agotables. La segunda, si en un mundo de
grandes conglomerados empresariales de energía, es admisible que la racionalidad de las políticas
empresariales implique comportamientos anticompetitivos y antisociales" (Davidson, 1984, 172-173).
Es decir, pone en duda que los precios de mercado que nacen de una estructura económica
caracterizada por el poder de las grandes empresas sean indicadores de la verdadera escasez y
conduzcan irremediablemente a la optimalidad social. Cree más probable la existencia de distorsiones
debidas a intereses especulativos o monopolistas que en última instancia controlan la oferta de los
recursos. Además, nos encontramos con el problema de la inexistencia de mercados de futuros bien
organizados que reflejen la verdadera demanda de los consumidores y no las opiniones de los
especuladores. Por ello, "la perspectiva poskeynesiana sugiere, en cambio, que dichas modificaciones
de precios pueden entenderse mejor -y formularse una política adecuada de respuestas-, analizando el
comportamiento de los agentes empresariales y de los propietarios de los recursos en función del poder
de mercado percibido o de las expectativas sobre el futuro" (Davidson, 1984, 183).
Por todo lo anterior, Sandra Batie (1984, 815) desconfía de los métodos de asignación de
recursos naturales surgidos al calor de la economía neoclásica. Para ella "(...) tales análisis no
proporcionan demasiada ayuda a los políticos que se enfrentan con unos derechos de propiedad
cambiantes. Esto es porque las cuestiones que rodean estas decisiones no consisten en optimización de
comportamientos sobre los beneficios netos que se derivan de dicha acción. A menudo estas
discusiones deben abordar la determinación de una justa distribución de recursos, la fijación de valores
apropiados para la sociedad y el papel del gobierno en la distribución de recursos y en dar forma a los
valores (...) la microeconomía neoclásica no proporciona una respuesta a estos problemas de una
sociedad democrática ya que analiza la mayoría de las variables políticas bajo la cláusula ceteris
paribus."
Por ello, Bromley (1982, 842-843) es de la opinión de que "los economistas harían muy bien en
24

admitir que las decisiones relativas a la asignación de los recursos -y, en este caso, los acuerdos
institucionales previos que definen y determinan esas asignaciones- están investidas de tanta
legitimidad social como las asignaciones surgidas del mercado. Al fin y al cabo, los mercados los ha
creado la sociedad, y no al contrario", por tanto sugiere el análisis de "(...) tres cuestiones económicas
fundamentales relativas al uso de los recursos naturales. a) ¿Quiénes controlan las reglas de gestión -
instituciones- que determinan la tasa de uso de los recursos naturales?. b) ¿Quiénes están en posición de
recibir los beneficios derivados de una pauta específica de uso?. c) ¿Quiénes están expuestos a cargar
con los costes surgidos del uso de los recursos naturales?. Al centrar nuestra atención en quiénes están
implicados en estas tres cuestiones, llegamos de inmediato a lo que yo considero constituye la esencia
de la economía de los recursos naturales." En última instancia, las transacciones económicas no
tienen lugar en el vacío, en un marco de inmaculada neutralidad, de ahí que la economía
institucional nos remita a las condiciones de intercambio para poder entender el proceso
económico en toda su amplitud. Además, las reglas, los beneficiarios y los perjudicados de una
situación concreta no sólo tienen su dimensión positiva, sino que también nos informan sobre las
posibilidades y la dirección del cambio a través del análisis normativo.
"Separar" a los seres humanos de la Naturaleza mediante la implantación de un mercado
inmobiliario es mucho más que una simple condición de la economía de mercado. Nos encontramos en
un proceso por el cual se subordina el medio natural -conjunto incluyente- a las demandas derivadas del
estilo de vida de una de sus múltiples poblaciones -conjunto incluido. Se define un mercado mundial
capaz de integrar áreas totalmente heterogéneas y distantes a través del libre cambio y la división del
trabajo. Debido a que el simple intercambio de tierra no ofrece suficiente luz sobre otros bienes
incluidos en la transacción, pero no considerados a la hora de fijar el precio, convengo con
Polanyi (1985, 298) en la necesidad de "(...) ampliar el argumento económico para incluir en él las
condiciones de seguridad ligadas a la integridad del suelo y de sus recursos -tales serían el vigor y la
fuerza vital de la población, la abundancia de reservas alimenticias, la cantidad y la calidad de los
instrumentos de defensa, e incluso el clima del país, que podría sufrir la deforestación, la erosión, la
desertificación, condiciones que dependen todas, a fin de cuentas, del factor tierra, pero que en ningún
caso responden al mecanismo de la oferta y la demanda del mercado."
La asignación de un recurso entre diferentes usos no puede basarse exclusivamente en una tasa
de descuento con la que obtener el valor presente neto, especialmente cuando trabajamos con efectos a
largo plazo o irreversibles que pueden afectar a las condiciones esenciales de la vida. La injusta
distribución intergeneracional e interespacial de los recursos naturales agotables, que es decidida
sólo por aquellas personas que intervienen en el mercado -sin contar con los que carecen de dinero en el
momento presente y los que todavía no han nacido- (Martínez Alier, 1987), lleva a Naredo (1987, 261)
a plantear que "la elección del ritmo de consumo de recursos no renovables no puede resolverse a nivel
científico, sino ético e institucional (...) no hay una "buena asignación de recursos" o un "óptimo
económico" a descubrir y a formalizar, sino muchos, según cuáles sean los presupuestos éticos,
25

institucionales y, en general, ideológicos de que se parta."


Según Kapp (1970), "la cuestión real es que tanto la destrucción como la mejora del medio
ambiente nos implican en decisiones que tienen consecuencias a largo plazo sumamente heterogéneas y
que, además, son decisiones de una generación con consecuencias sobre las próximas generaciones. El
poner un valor monetario y aplicar una tasa de descuento -¿cuál?- a utilidades o desutilidades futuras
para obtener su actual valor capitalizado, puede darnos un cálculo monetario preciso pero no nos saca
del dilema de la elección y del hecho que estamos poniendo en peligro la salud humana y la
supervivencia. Por esta razón me inclino a considerar que el intento de medir los costes sociales y los
beneficios sociales simplemente en términos de valores monetarios o mercantiles está condenado al
fracaso. Los costes y beneficios sociales deben verse como fenómenos extra-mercantiles, acreditados a
toda la sociedad o sufridos por toda la sociedad; son heterogéneos y no pueden ser comparados
cuantitativamente entre sí, ni tan sólo teóricamente."
Por ello, en lugar de proceder según las no siempre transparentes condiciones de mercado, sería
más adecuado ampliar el tratamiento de la asignación de recursos naturales teniendo en cuenta los
siguientes aspectos (Hueting, 1991):
1) El inventario de sus funciones y usos presentes y futuros, así como su sostenibilidad.
2) El establecimiento de los usos de funciones que están a expensas del uso de otras o de la
misma función.
3) La descripción de las consecuencias presentes y futuras de las pérdidas de funciones que se
produzcan, tanto en términos físicos como monetarios.
Es la economía tan poco dada a inventariar aquéllo que no tiene valor monetario, ni a pensar en
la interdependencia y la sostenibilidad de sus modelos de gestión, que no es de extrañar que cuestiones
tan evidentes como las anteriores no hayan sido consideradas de manera sistemática. En su lugar, se ha
seguido la táctica de hacer recaer en los precios de mercado toda la responsabilidad de manejar
estas consecuencias no siempre monetizables, aun a sabiendas de que no se suele hacer nada para que
los precios reflejen este hecho.
26

III. El agua como recurso: una noción funcional.


Por mucho que busquemos, será difícil encontrar un recurso natural tan básico, "mágico" y
carismático como el agua. Tres cuartas partes de la corteza terrestre son agua, siendo el líquido
elemento un componente principal de la materia viva, dependiendo muchos procesos vitales de un
continuo intercambio de agua entre los seres vivos y el entorno. Para Aristóteles el agua era uno de los
cuatro elementos constituyentes del Universo, junto con el aire, la tierra y el fuego. Fue considerado un
cuerpo simple hasta el siglo XVIII cuando Lavoisier y Cavendish demostraron que estaba formada por
hidrógeno y oxígeno. A principios del XX, Gay-Lussac y Humboldt determinaron que el cociente de
volúmenes hidrógeno/oxígeno valía 2, de donde se derivaba que la fórmula molecular del agua era
H2O. Las peculiaridades de los enlaces que tienen lugar entre estos átomos y moléculas son
responsables de las especiales características organolépticas y bioquímicas del agua -poder disolvente,
variación de su densidad de acuerdo con la temperatura, etc. Así, se puede decir que "con excepciones
poco importantes, la base de toda la vida en la Tierra es la fotosíntesis de las plantas verdes, un proceso
que implica a la física -en la fijación de energía solar- y a la química -en la unión de anhídrido
carbónico con el agua, para formar carbohidratos y otros compuestos bioquímicos más completos"
(Penman, 1972, 93).
La energía solar actúa como motor del ciclo del agua, haciendo circular las masas de agua
entre la tierra, el mar y la atmósfera. Esta circulación se produce a través de dos procesos
complementarios: la evaporación y la precipitación. El agua cae de la atmósfera en forma de
precipitación sobre la tierra y los mares. De la precipitación caída sobre la tierra -P-, una parte retorna a
la atmósfera a través de la evaporación y la traspiración de la materia viva -ET-, mientras que otra
queda almacenada en ríos, lagos y glaciares, dando lugar a la escorrentía superficial directa -ED- y el
resto se infiltra en el subsuelo, generando la escorrentía subterránea -ES. Así, el balance hídrico de las
tierras emergidas cumple la siguiente igualdad:
P = ET + ED + ES
Lagos, ríos y mares han proporcionado sustento, transporte y protección a multitud de pueblos
desde el principio de los tiempos. Las civilizaciones más prósperas se han situado en las costas y valles
de los grandes ríos. Los derroteros seguidos por el desarrollo técnico-económico han ido en la línea de
ampliar la dependencia del agua por parte de las sociedades modernas, y aunque "sin la
intervención humana sobre el ciclo hidrológico no habría ninguna posibilidad de satisfacer nuestras
necesidades hídricas. Si nuestra intervención colapsara el funcionamiento natural del ciclo hidrológico
tampoco podríamos beneficiarnos del mismo" (Ruíz, 1993, 4). Por ello, es preciso definir unas
necesidades de agua para la vida humana que no pongan en peligro la continuidad del ciclo hidrológico.

III.1Las características diferenciales del agua.


La asignación y administración del agua ha seguido modelos distintos a los demás recursos
naturales. La idea del agua como un bien gratuito, que debería suministrarse en abundancia y a bajos
27

precios, ha sido generalmente aceptada por mucho tiempo. Pero antes de plantear discusiones casi
siempre apasionadas y crispantes sobre cuál debe ser el uso que hagamos del agua, convendría pensar
más sosegadamente sobre algunos aspectos previos que son ignorados -¿deliberadamente?- la mayoría
de las veces. Alguno de los siguientes puntos podrá parecer ingénuo y evidente, pero a tenor del
deterioro que afecta día tras día a los recursos hidráulicos, parece como si todavía no tuviéramos
claro que el agua posee unas características físicas, tecnológicas y económicas que la diferencian
de otros recursos naturales, y que es preciso tener presente de cara a un uso sostenible (Bower, 1963;
Informe Carter, 1982; Young y Haveman, 1985):
1) Las aguas subterráneas y las superficiales están interconectadas. Las extracciones de los
acuíferos van a reducir los aportes a torrentes superficiales y por lo tanto van a afectar a los usos que se
derivan de éstos. De este hecho existe experiencia evidente en Castilla-La Mancha. Las extracciones en
los acuíferos 23 y 24 de la cuenca alta del Guadiana han llevado -entre otros males- a que este río ya no
nazca ni en las Lagunas de Ruidera ni en los Ojos del Guadiana, tal y como reza en libros de texto y
enciclopedias. Por otro lado, los bombeos en el acuífero de La Mancha Oriental, unido a la política de
desembalses en cabecera de la Confederación Hidrográfica del Júcar, han hecho que el río Júcar
"transcurra" seco en verano por amplias zonas de su curso medio en la provincia de Albacete. El agua
subterránea de algunas cuencas, que en teoría es un recurso renovable, puede ser de hecho agotable si
se desarrollan acciones y actitudes que desequilibran irreversiblemente el funcionamiento natural del
sistema hidrogeológico. Por lo tanto, no podemos manejar alegremente la idea de que una recarga
natural o artificial puede ser la solución a los desatinos cometidos en el pasado.
2) Existencia de interrelaciones estratégicas entre los usuarios del agua. Al tratarse de un
recurso móvil, y al que normalmente pueden acceder una pluralidad de personas simultáneamente, el
uso por parte de cualquier usuario implica una reducción de las disponibilidades -en cantidad y/o
calidad- para el resto. Si bajo esta condición se desarrolla una guerra de pozos, tal y como ha ocurrido
en La Mancha, las consecuencias pueden llegar a ser catastróficas para todos los usuarios a largo plazo,
si bien en un primer momento, una parte de ellos puede obtener mayores beneficios.
3) La calidad y la cantidad de agua van indefectiblemente unidas. Cada vez es más
frecuente advertir como las limitaciones hídricas de algunas zonas no vienen por el lado de la cantidad,
sino por la deficiente calidad del agua -contaminación por nitratos, salinidad, metales pesados,
eutrofización- que la hacen inapropiada para satisfacer ciertas funciones.
4) El aumento de los recursos regulados de agua mediante la construcción de embalses y
acueductos afecta al desarrollo socioeconómico a nivel nacional, regional y local. Pero la cuestión
estriba en cómo se produce dicha afección, si beneficiando a la zona donde se implanta el embalse o a
otras regiones vecinas, y bajo qué criterios se toma tal decisión.
5) Los recursos y usos del agua son inciertos. Los recursos dependen, entre otras variables, de
la climatología, del entorno espacial, de las obras de regulación de caudales y de la tecnología, por lo
que sólo pueden conocerse en términos de probabilidad. Los usos, por su parte, son función del
28

crecimiento de la población, de la tecnología, del estilo de vida y de decisiones políticas, por lo que es
más factible su control. Desde el momento en que se alcanza cierto techo en los caudales regulados y
los usos establecidos -como ha ocurrido en nuestro país-, la planificación hidrológica debe centrarse en
las variables que se refieren al uso del recurso, ya que la continua expansión de la demanda choca con
límites físicos y económicos. El agua subterránea no era un recurso en La Mancha hasta hace apenas 30
años -si exceptuamos aquella utilizada a través de norias-, ya que no había acceso a la tecnología
necesaria para su puesta en la superficie y uso posterior en grandes cantidades. Desde el momento en
que se tuvo acceso generalizado a la misma, las técnicas tradicionales de producción en la agricultura
sufrieron un cambio radical en la medida que la utilización del "nuevo" recurso permitía obtener una
mayor rentabilidad monetaria a corto plazo.
6) El agua es susceptible de usos complementarios y/o alternativos. La generación de
electricidad, el riego, el abastecimiento urbano-industrial, el ocio y el funcionamiento natural de los
ecosistemas son los diferentes usos -consuntivos y no consuntivos- que el agua es capaz de satisfacer.
El crecimiento implica conflicto entre las diferentes funciones ambientales o usos alternativos del
agua (Hueting, 1980). Conectando con el concepto de función ambiental, Hueting enumera las
diferentes funciones del agua de la siguiente manera: bebida, refrigeración, limpieza, transporte,
producción industrial, cultivo, ocio, navegación, descarga de desechos, el papel que juega en el medio
natural y el papel que juega en el medio social. En el caso de la cuenca alta del Guadiana, el uso de la
función del agua para los cultivos de regadío se ha llevado a cabo en detrimento de funciones tales
como la garantía del equilibrio ecosistémico, la bebida, el ocio, la descarga de desechos y su papel en el
medio social, tanto desde una perspectiva cuantitativa, cualitativa como espacial.
7) Existencia de economías de escala en el abastecimiento de agua, tanto para los costes
fijos, como para los de funcionamiento y mantenimiento. La naturaleza de las obras hidráulicas hace
más factible el aprovechamiento de las economías de escala cuando se trata de proyectos públicos de
desarrollo del agua superficial, si bien esto también es posible en el desarrollo de las aguas
subterráneas. En La Mancha, la mayoría de las obras de captación de agua han sido realizadas
individualmente por los propietarios de las tierras suprayacentes habiéndose producido fenómenos de
sobreinversión en capital -pozos, bombas, infraestructuras de distribución, líneas eléctricas- que han
reducido la rentabilidad de las explotaciones, cuestionando seriamente su viabilidad.
8) La asignación y la valoración del agua no es una cuestión estrictamente económica, sino
que depende de decisiones políticas. En la medida que algunos bienes o males proporcionados por los
planes de desarrollo hidráulico no son susceptibles de intercambiarse en el mercado -anegamiento de
valles, control de avenidas, desecación de humedales, paisaje, oportunidades de recreo-, y los diferentes
grupos afectados sostienen diferentes valoraciones sobre los mismos, su provisión debe ser determinada
por el proceso político. En general, el agua es muy barata, y aunque "los usuarios reconocen los costes
de obtención, tratamiento y transporte del agua, no asocian el coste con el agua en cuanto tal" (Informe
Carter, 1982).
29

9) El agua se utiliza en grandes cantidades de tal manera que la masa de agua utilizada por
los seres humanos supera con creces la producción mundial de minerales energéticos, metálicos y no
metálicos.
Resumiendo, no se exagera nada al decir que el agua es un recurso básico para la vida y el
desarrollo económico de las sociedades humanas, pudiendo el deterioro de sus funciones poner en
jaque dichos procesos. Por ello, la gestión racional del agua de una cuenca comienza por cuantificar
los recursos renovables para después establecer las pautas de su uso sostenible, siendo preciso atender
en todo momento a las características diferenciales del recurso, de manera que la planificación se lleve
a cabo desde la información, el conocimiento y la estabilidad ecosistémica.

III.2El agua: ¿factor de producción o activo social?.


Históricamente, la propiedad y el uso del agua han sido elementos básicos para entender la
cultura, la economía y las relaciones de poder dentro de una comunidad. A la pregunta de si el agua
puede/debe ser considerado un recurso diferente, la literatura económica y social ha dado dos
respuestas básicamente: el agua es un bien como cualquier otro y, por lo tanto, un factor más de
producción que debe estar sujeto a las leyes del mercado y, por otro lado, la de que el agua es un
activo social con un elevado valor comunitario o de uso, siendo preferible que su gestión no se deje
en manos del mercado exclusivamente. Desde la primera perspectiva estarían justificados los trasvases
de agua hacia las zonas donde existe una mayor disposición al pago -otra cosa distinta será que se
pague efectivamente y a qué precio. Bajo la segunda opinión, la cuestión no es tan sencilla como llevar
el agua allí donde más se está dispuesto a pagar por ella, sino que es preciso introducir otro tipo de
consideraciones en la toma de decisiones.
Los partidarios de la primera opción han criticado la política hidráulica por haber asignado el
agua de manera ineficiente. Para ellos, existen algunas falsas imágenes -mitos- que han contribuido a
considerar el agua como un bien especial y no como el factor de producción que es (Kelso, 1967):
1) La imagen de la supervivencia: el agua es necesaria para la vida. Pero una cosa es
considerar básico un recurso como el agua, que efectivamente lo es, y otra el uso que se hace del mismo
tanto por motivos estrictamente biológicos como por un consumo exosomático excesivo, relacionado
con estilos de vida totalmente desconectados de las limitaciones que impone el medio.
2) La imagen del fundamentalismo del riego: la agricultura es la base de cualquier sociedad.
En este punto es preciso definir en primer lugar cuál es el tipo de agricultura que se considera
apropiado para una región: aquélla que únicamente busca maximizar rendimientos monetarios netos,
a pesar de que sus balances energéticos y de conservación del suelo sean totalmente deficitarios; o bien
aquella otra que se preocupa por utilizar sabiamente los bienes naturales y asegurar la supervivencia de
un espacio determinado, aunque esto suponga no aprovechar los beneficios de la política agraria.
3) La imagen del desierto: la escasez es relativa, no absoluta. Que la madre Naturaleza no
haya dotado de "excesiva" agua a los terrenos áridos y semiáridos, no implica que las maquinaciones de
30

los seres humanos deban ir en pos de imponer faraónicos sistemas de abastecimiento hídrico a estas
regiones, muy costosos desde el punto de vista social, económico y ecológico.
4) La imagen idílica: los entornos verdes con abundancia de agua son los más apropiados para
la vida. Los medios de comunicación y socialización han difundido la falsa idea de que el color verde
es vida, sin pararse a reflexionar que el verde es el color perpétuo de la vegetación en lugares húmedos,
pero en zonas semiáridas como La Mancha, ésta tonalidad sólo se da en primavera, primando los
pardos y ocres de las hierbas secas durante el resto del año.
5) La imagen recreativa: el tiempo libre más gratificante es aquél que requiere un amplio
consumo de agua para ser ofertado -golf, parques acuáticos, camping, caza, etc. El modelo de vida
urbano requiere espacios abiertos, donde las personas puedan periódicamente descargarse de los
cúmulos de ansiedad y contaminación. Pero de ahí, a transformar homogeneamente todos los espacios
recreativos, hay un abismo.
6) La imagen del agua como bien de uso libre: el agua es un don de la Naturaleza por el cual
no debe pagarse más del coste necesario para ponerla a disposición del usuario. Este mismo
razonamiento se podría aplicar al resto de recursos naturales, pero todo el mundo ve bien la renta de
escasez asociada al petróleo o al suelo fértil.
Después de exponer todas estas falacias y argumentar que no son requerimientos básicos de la
vida, sino preferencias, Kelso apuesta por la introducción de los precios de mercado para asignar
eficientemente el agua entre usos alternativos, es decir, asocia los precios de mercado con la
eficiencia. Aunque estoy de acuerdo con Kelso en las falsas imágenes que muestra del agua, no
comparto su opinión de que los precios de mercado permitirían la asignación eficiente del
recurso, a no ser que asocie directamente funcionamiento del mercado y óptimo social, como parece
que matizada y explícitamente hace este autor cuando afirma que "la "mano invisible" es realmente la
mano de la sociedad expresada en las políticas e instituciones que ésta crea para ordenar la actuación de
los individuos comprometidos en el juego del agua, presumiblemente con el fin de maximizar el
bienestar de la sociedad en el juego contra la naturaleza" (Kelso, 1967, 77).
La postura que considera el agua un factor de producción, rechaza la asignación del recurso por
procedimientos políticos. Ante una demanda creciente, propone intercambios de mercado como
alternativa a los costosos aumentos de la oferta. Esto, además de estimular la eficiencia económica,
supone importantes beneficios para los que mantienen derechos sobre el agua. Por tanto, se critica que
sólo se apliquen precios para asignar el agua en usos urbanos o industriales, pero no para la agricultura;
que sólo se pague el coste de extracción por el agua subterránea; que se apliquen precios iguales al
coste medio y no al coste marginal y que la multitud de agencias con responsabilidades sobre el agua se
rijan por negociaciones políticas en vez de por la eficiencia económica (Erlenkotter et al., 1979).
Con un discurso novedoso para su época, Marshall (1879) es el primer economista que
reflexiona en profundidad sobre las funciones del agua que deberían ser tenidas en cuenta por la
economía, yendo más allá de la consideración del agua como un mero factor de producción. Afirma que
31

el agua es una condición necesaria para la vida, y por tanto para la riqueza. Sin embargo, pueden
darse situaciones paradógicas al observar el inventario de riquezas de Inglaterra, ya que aquellos
lugares donde el agua es abundante no son considerados por éste inventario, mientras que en Londres -
donde la gente es más pobre en agua, ya que la mala calidad impide su utilización en algunos usos y
lleva a la necesidad de tener que pagar por ella- las compañías de agua entran a formar parte de la
riqueza nacional, si bien el beneficio que proporcionan a la población es todavía mucho mayor. Todo
un toque de atención a la costumbre de fijar o imputar precios como la mejor manera de cuantificar la
riqueza y la renta de una sociedad.
Marshall también se adentra en aspectos referentes al abastecimiento de agua a través de obras
hidráulicas. En concreto, muestra su escepticismo sobre la viabilidad de que los abastecimientos de
agua se lleven a cabo desde la propia cuenca hidrográfica. Además, piensa que habría que ser más
cuidadosos en dos aspectos: para evitar que las personas estropeen el medio y para permitir al público
disfrutar de los paisajes más bonitos. Sin embargo, a pesar de su opinión de que las obras hidráulicas
deberían llevarse a cabo sin dañar el paisaje, también cree que la calidad y la seguridad del
abastecimiento hídrico tienen más prioridad que un paisaje virgen, ya que son pocas las personas que
visitan lagos y ríos, y muchas las que beben agua a diario (Marshall, 1879, 136).
El papel del agua para generar energía -tanto desde el punto de vista mecánico como eléctrico-
y como medio de transporte, también son puestos de relieve por Marshall, concluyendo con la
afirmación de que "(...) muchas de las grandes naciones del mundo deben más a sus ríos y mares que a
sus tierras (...) no hay tiempo para decir lo que Inglaterra debe a sus mares y ríos (...) ella debe sus
instituciones libres a la protección de sus mares, así como su mentalidad, moral y grandeza comercial
(...) confío en haber mostrado que el agua potable, el poder del agua y las vías de comunicación
acuáticas de un país tienen tanta influencia en su destino que el agua debe ser considerada como un
elemento importante de la riqueza nacional" (Marshall, 1879, 138, 141). Sin embargo, a pesar de las
razones aportadas para hacernos ver la importancia de los recursos hídricos al considerar la riqueza de
un país, los economistas no hemos sido capaces de ir más allá de la consideración del agua como un
factor de producción cuyos beneficios monetarios de su uso había que maximizar.
En línea con una visión más amplia del recurso agua, F. Lee Brown y Helen M. Ingram (1987;
1992) introducen el carácter simbólico y emocional del agua en las regiones pobres13, y su
correspondiente valor comunitario. Por norma general, el desarrollo de los proyectos hidráulicos ha
estado manejado por coaliciones de poder económico y/o político, habiendo permanecido al margen las
comunidades más pobres.
El valor comunitario del agua tiene mayor relevancia entre aquéllos colectivos que viven más

13
Su trabajo estudia la gestión del agua en comunidades pobres -hispanas e indias- del suroeste de Estados Unidos. Aclaran
que por comunidades pobres no debe entenderse sólo aquéllas que lo son en el sentido monetario del término, sino también
donde existe incapacidad por parte de la gente para ejercer el control sobre sus propias vidas. Los bajos niveles de educación,
la raza, la religión y las costumbres son causas de discriminación y de menores oportunidades sociales.
32

directamente del medio natural y se vería reflejado en los siguientes aspectos:


1) Justicia. En algunas comunidades la justicia en la asignación del agua es tan importante
o más que el criterio de eficiencia (Maass y Anderson, 1978). Pero justicia no es lo mismo que
igualdad, los regantes están más interesados en la justicia del proceso que en la igualdad de los
resultados. La justicia en el procedimiento consiste en impedir el control por parte de elementos
externos a la comunidad, así como la toma arbitraria de decisiones por parte de los gestores de la
comunidad. Muchas veces la estabilidad socioecológica de un territorio depende más de una
asignación de recursos justa que eficiente.
2) Participación y control local. En ocasiones son los propios usuarios los que se encargan de
dirimir los conflictos que pueden derivarse de la utilización del recurso. Cuando la gente cree que no
se ha recabado su participación en la toma de decisiones, o que su influencia ha sido menor de la
que esperaban, pueden darse reacciones inconformistas ante lo que se considera una imposición
más que una negociación. La fuerza de los sistemas de regadío indígeneas o tradicionales reside en
que incluyen a los agricultores en las tareas de asignación del agua, en el mantenimiento de las
infraestructuras y en el establecimiento de las reglas para resolver las disputas. Cuando no coinciden
físicamente los usuarios y los gestores del agua se corre el peligro de perder el control sistémico del
recurso y entrar en una dinámica de acusaciones mutuas que a nada conducen.
3) Oportunidad. El agua es el bien que confiere a la comunidad la posibilidad de desarrollarse.
Poseyéndolo existe esperanza en el futuro, sin él, las oportunidades de mejora o mantenimiento de las
condiciones de vida se vienen abajo. Este es el motivo por el cual las comunidades más pobres se
niegan a renunciar a los recursos hídricos que se originan en sus territorios y exigen la reserva de agua
para posibles usos futuros14.
Por todo ello, Stephen P. Mumme y Helen M. Ingram (1985) critican las prescripciones de la
nueva economía de los recursos naturales respecto a la gestión del agua, poniendo como ejemplo las
comunidades pobres de los estados del suroeste de los Estados Unidos. Muestran el alto contenido
simbólico y emotivo del agua para la gente de éstas zonas a través de la información ofrecida por los
periódicos de estos estados. Expresiones como factor limitante, fundamental, sangre de la vida, más
precioso que el oro, vida en sí misma, etc., sirven para definir al líquido elemento en esas tierras
sedientas, donde habitan comunidades indias e hispanas cuyos valores principales han sido
ancestralmente la cooperación, el compartir y la armonía. En estas sociedades todos tienen los mismos
derechos, las decisiones se toman colectivamente, el consenso es altamente valorado, cualquier
desviación de los acuerdos comunitarios se sanciona a través del ostracismo y se persigue preservar las
costumbres indígenas reflejadas en el modo de producción agrario. En última instancia, el principal
objetivo de éste proceso de toma de decisiones es profundizar en la cohesión de la comunidad, no
14
Para las comunidades pobres, el dinero no es sustituto del valor de oportunidad del agua, pues una vez que se gasta la
gente se queda sin nada, mientras que teniendo el agua existen posibilidades de futuro, ya que ha sido elemento básico en los
modos de vida de sus antepasados.
33

conseguir la eficiencia económica. Para estos autores, las recomendaciones de la nueva economía de
los recursos naturales falla al ignorar la importancia del agua como un recurso social relacionado
con el mantenimiento de valores culturales.
Sin embargo, el marco anteriormente descrito no se ha generalizado allí donde se daban las
condiciones precisas. La vulnerabilidad de las minorías pobres de los espacios rurales ha hecho que
acepten como propias las normas de la mayoría dominante, a pesar de que puedan ir en detrimento de
su propia cultura e intereses (Gaventa, 1980). En la explicación de este hecho tienen mucho que ver la
política agraria, los estilos de vida, el sistema educativo, el urbanismo y los medios de comunicación.
34

IV. Cambios estructurales en la agricultura: impactos sobre los ecosistemas y el mundo rural.

Frecuentemente se escuchan comentarios que atacan a la agricultura por ser un sector


ineficiente y una carga para el resto de la economía. Los que así actúan bajo la influencia del dogma
librecambista, suelen, cuando les conviene, pasar de ser antiestatistas a ser los más convencidos
defensores de la intervención pública. En mi opinión, es preciso defender al sector agrario de la
pérdida de reputación sufrida durante las últimas décadas. La agricultura tradicional es la única
actividad económica capaz de crear vida a partir de tierra, agua y sol, además, todos sus factores
productivos son renovables. Pero el uso inconsciente de los recursos naturales, así como su
manipulación deliberada, han colocado a la agricultura en la lista negra de las actividades peligrosas
para la Tierra. Por ello, aunque comprendo y apoyo el propósito de la política agraria -mantener la
renta y la calidad de vida de los agricultores-, pienso que este resultado puede ser alcanzado
utilizando otros medios más respetuosos con la Naturaleza y la propia dignidad de la actividad
agraria. La filosofía de la nueva política debe apoyar al mundo rural por ser un lugar donde se
desarrollan actividades vitales y enriquecedoras para la sociedad en su conjunto, evitando las
actuaciones de carácter coyuntural y lineal, que dejan tras de sí una larga lista de efectos laterales
y que en última instancia pueden volverse contra la propia actividad a la que se pretendía
ayudar.

IV.1Agricultura, ecosistemas y mundo rural.


Históricamente, la suerte del mundo rural ha estado ligada a la actividad agraria desarrollada en
su entorno. Desde la revolución industrial se ha acentuado el fenómeno de la dualidad entre la ciudad -
mundo urbano- y el campo -mundo rural-, dejando a la primera la especialización en actividades
manufactureras y de servicios, mientras el segundo lo hacía en actividades agrícolas y ganaderas. Sin
embargo, en los últimos años, la producción agraria ha perdido parte de su poder explicativo
sobre la realidad económica del mundo rural. Que la rentabilidad agraria propiamente dicha sea
de las más bajas de entre las actividades económicas, no explica porqué se sigue invirtiendo en la
misma. Para comprender esto hay que estudiar fuentes de ingresos monetarios en la agricultura
distintos de los provenientes estrictamente de la venta de la producción agraria. Dichas fuentes, que
analizaremos más adelante, pueden ser las plusvalías derivadas del mercado de la tierra como activo y
los ingresos por subvenciones y transferencias que reciben los propietarios de la tierra (Naredo, 1991,
3-4).
La dinámica de la agricultura moderna se ha desarrollado en un sentido tan regresivo y
empobrecedor para el mundo rural que, de acuerdo con Cristóbal Gómez Benito (1994), "se puede
afirmar que las culturas agrarias tradicionales están en franco retroceso. Y no sólo sus sistemas sociales
sino también sus agrosistemas y los hábitats creados por ellas en su proceso de adaptación-
transformación a su entorno natural. El proceso de modernización en la agricultura ha consistido en la
35

sustitución de las prácticas agrarias tradicionales -y por tanto unas estructuras sociales, y unas
relaciones sociales agrarias- y de unos "saberes", sistemas de conocimiento y valores -"ecológicos",
económicos y sociales- por un conjunto de tecnologías que implicaban otras prácticas, otros saberes y
otros valores -todos presentados como "nuevos" emanados del complejo urbano-industrial y del
complejo científico-técnico globales y que persiguen la homogeneización de las agriculturas mundiales
-en prácticas, técnicas, productos y orientaciones- en un cada vez más integrado mercado y sistema
mundial de alimentos."
Frente a la pretendida homogeneización, es la diversidad y el aprovechamiento integral de
los ecosistemas lo que ha permitido a la agricultura proporcionar estabilidad a multitud de
sociedades a lo largo del tiempo. Los sistemas agrarios tradicionales han seguido una "estrategia del
uso múltiple de los ecosistemas, la cual se caracteriza por obtener de la naturaleza una gran variedad de
productos, lo que es una correcta respuesta productiva al heterogéneo potencial ecológico propio de
todo espacio natural" (Toledo, 1985). Como apunta J.A. McNeely (1993, 191), "al utilizar una amplia
gama de métodos para obtener sus medios de vida, muchas veces a una naturaleza hostil, los pueblos
han reconocido desde hace mucho tiempo que la diversidad es la clave de la supervivencia. Los sitemas
mixtos, la trashumancia, los aterrazamientos, la explotación agroforestal, las variedades locales, la caza
y la pesca y la interrelación explotación forestal/agricultura/vida salvaje constituyen una parte
importante de la mayoría de las culturas." Se trata de un sistema que reduce el riesgo y proporciona
todas las necesidades del hogar a lo largo del año a través de la diversidad de cultivos y prácticas
productivas, consiguiendo "mediante la utilización de una gran variedad de unidades ecogeográficas,
la combinación e integración de diversas prácticas, variedades vegetales y especies animales, el
reciclaje de materia, energía, agua y residuos, la diversificación de los productos obtenidos para cubrir
una multitud de necesidades -comida, herramientas, instrumentos domésticos, combustibles, materiales
de construcción, medicinas, fibras, alimentos, alimentos para los animales, y otras sustancias como
resinas, colorantes, gomas, etc." (Gómez Benito, 1994, 12).
La conservación integral de los espacios naturales no puede realizarse sin contar con las
comunidades que históricamente han habitado esos lugares y que han contribuido a lo largo del
tiempo a su configuración actual. Por tanto, las políticas de conservación deben favorecer el desarrollo
de estas comunidaes, cuestionando la aplicación de un esquema tecnológico divorciado de las
particulares condiciones biológicas, ecológicas y culturales de un territorio. Ante la preocupación por la
sostenibilidad de los modos de producción, "(...) la ecología viene a demostrar que durante los procesos
productivos los hombres agrupados en sociedad se apropian ecosistemas, más que recursos naturales, es
decir, unidades-totalidades dotadas de una estructura, una función y un equilibrio determinados (...) así,
sólo una producción que permita y que aproveche la continua renovación de su base material será una
producción autosostenida y permanente" (Toledo, 1985, 16). Pero la racionalidad inmediata del
capital entra en abierto conflicto con los ciclos ecológicos, el equilibrio de los suelos y la
diversidad de los ecosistemas. En otras palabras, "(...) en el proceso de modernización capitalista el
36

fenómeno de transferencia de valor de la periferia al centro está correspondido, palmo a palmo, por un
fenómeno de transferencia de energía de los ecosistemas a las unidades de producción primaria,
fenómeno por el cual se afecta y finalmente se destruye el delicado equilibrio ecológico de la
naturaleza, fuente misma de la producción" (Toledo, 1985, 19).
En ausencia de regulación social, los intentos maximizadores en el ámbito de la
producción y los beneficios monetarios conducen a situaciones de deterioro sobre el sistema
natural. El caso más evidente es la confluencia de variedades genéticas, pesticidas, fertilizantes y agua
en la agricultura moderna. El uso de fertilizantes es el más claro ejemplo. Si bien una mayor cantidad
de fertilizantes aumenta la producción agraria a corto plazo, también existen efectos sobre el sistema
hidrológico, el suelo, la atmósfera, la salud e incluso sobre una menor productividad agrícola a largo
plazo. El uso de los fertilizantes nitrogenados sintéticos destruye la estructura de los suelos reduciendo
la materia orgánica de los mismos, dando lugar a un proceso de rendimientos decrecientes. Además,
sólo entre un 30 y un 60% del nitrógeno aplicado es absorbido por las plantas, el resto contribuye a
crear problemas en el ecosistema al fijarse sobre cursos de agua o en gases hacia la atmósfera. Los
fertilizantes nitrogenados que llegan a los acuíferos producen eutrofización y contaminación nítrica del
agua. Además, el óxido de nitrógeno que se genera al aplicar un fertilizante nitrogenado pasa a la
estratosfera y degrada la capa de ozono (Bifani, 1985, 9-11).
Para Reddy (1979), las tecnologías apropiadas son "aquéllas que satisfacen necesidades
humanas básicas comenzando por los más necesitados a fin de tender a una reducción de las
desigualdades, tanto internas como externas; que al mismo tiempo promueven la participación y el
control social de tal manera que refuercen los procesos de desarrollo autocentrado, evitando los de
acumulación o concentración de poder económico y político; y finalmente, como aquellas
ambientalmente racionales, en el sentido que están acordes con las características del sistema natural y
evitan su degradación." Por tanto, no es adecuado reducir el problema de la elección de una
tecnología a una cuestión de eficiencia y rentabilidad técnico-económica, sino que es preciso tener
en cuenta la importancia de la tecnología sobre los cambios sociales y la dinámica del sistema
natural (Bifani, 1985, 16).

IV.2La agricultura tradicional.


La agricultura tradicional manchega se ha basado en un modelo de desarrollo donde las
actividades agrarias y ganaderas han discurrido estrechamente interrelacionadas. Los cereales de
invierno en secano -trigo, cebada, veza- se han adaptado al régimen pluviométrico de la zona, ya que su
ciclo vital permite aprovechar la humedad del suelo antes de que se agote durante el verano. En las
rastrojeras han pastado los quijotescos rebaños de ovejas15, aprovechándose los productos que se
15
Casi todos los paisajes vegetales de La Mancha son transformables en proteínas animales por el ganado ovino: monte
bajo, encinares, pámpanas de la vid, barbechos y rastrojeras. Además, la oveja manchega es una raza autóctona buena
productora de leche y carne (Rueda Sagaseta, 1992, 46).
37

derivan de los mismos: carne de cordero, leche de oveja para elaborar queso y lana. El estiércol del
ganado ha permitido secularmente cubrir el déficit de materia orgánica de los campos manchegos y
reducir la dependencia de los fertilizantes inorgánicos de fuera del sector. Incluso la transformación de
productos agrarios se ha llevado a cabo de la manera más eficiente desde el punto de vista energético:
los molinos para la molienda del trigo utilizaron la fuerza hidráulica primero y más tarde la fuerza del
viento, ambos recursos renovables y de escasos efectos externos.
Sin embargo, todo el equilibrio anterior se rompió tras la implantación y extensión de
cultivos con elevados requerimientos de agua, como resultado de aplicar una estricta visión
monetaria del análisis coste-beneficio a la hora de gestionar recursos naturales como el suelo fértil, el
agua, las condiciones climáticas y la pluviometría de La Mancha. Este enfoque de sistema cerrado es
estrecho y reduccionista, a la vez que desestima las condiciones de competencia en las que se
desenvuelven las diferentes agriculturas, así como la asunción de los costes derivados de cada una
de ellas.
Confundir, por desconocimiento o deliberadamente, las características permanentes de un
espacio con las cambiantes condiciones de rentabilidad económica que emanan del mercado
internacional puede llevar a apoyar la base económica y social no sobre las profundas y robustas raíces
de las tradicionales encinas, sino sobre las superficiales y efímeras de los maizales. Los malos vientos
coyunturales pueden arrancar de cuajo la débil planta de maíz, mientras que las prácticas tradicionales,
si bien con una rentabilidad monetaria menor -porque no cuentan con apoyos políticos, ni se les imputa
como beneficios su contribución cierta a la consecución de bienes sociales-, permiten la continuidad de
la necesaria sintonía entre el espacio y los seres humanos. En las condiciones del mercado capitalista
actual, la agricultura tradicional apoyada en los recursos autóctonos no puede mantenerse por sí misma,
pero no es menos cierto que la otra agricultura -la de la revolución y la degradación verde- también ha
exigido enormes apoyos financieros que en muchas ocasiones han supuesto despilfarros encadenados:
ayudas a los medios de producción, ayudas al almacenamiento, restituciones a la exportación, etc. A
menudo se suele desvirtuar la agricultura tradicional por sus bajos rendimientos y la imposibilidad de
permitir la viabilidad económica de las explotaciones agrarias, pero en justicia, habría que decir que
la agricultura moderna se mantiene gracias a los apoyos públicos y además es la causante de un
amplio abanico de atropellos ambientales. Por ello, al coste de destinar recursos a mantener la
agricultura moderna, podría intentarse auxiliar a los sistemas tradicionales de producción y de
rebote suavizar algunos daños ambientales. Ahí es donde debe intervenir la política, para hacer del
medio rural un entorno donde se desarrollen actividades enriquecedoras para la sociedad, que permitan
una ocupación y una vida digna para los agricultores (López Sanz, 1993, 66).
La deseabilidad social, energética, cultural y ecológica de la agricultura tradicional parece
chocar contra los molinos de viento de la moderna agricultura capitalista. La explicación de la crisis de
la agricultura y la ganadería tradicional se ha realizado de manera muy superficial en la mayoría
de las ocasiones. Parece como si la dureza del trabajo en el campo unido a las posibilidades de empleo
38

en las ciudades bastaran para explicar el continuo éxodo hacia las grandes urbes. Pero a mi entender, la
compresión de este proceso requiere de un análisis más pausado y global.
El uso y la gestión del agua van a depender directamente de las decisiones que se tomen
sobre la ordenación del territorio. Para Francisco Díaz Pineda et al. (1995, 204), una de las
principales ideas del PHN "(...) es que la agricultura española necesita mucha agua y debe ser
proporcionada a base de embalsamientos, canalizaciones y transvases. Al mismo tiempo, el Gobierno
no parece atender con la decisión que sería necesaria los problemas actuales prioritarios y muy graves
del mundo rural, realmente poco, o nada, ligados a aquella necesidad de agua, y denunciados
principalmente por el abandono del campo y el crecimiento artificial de muchas ciudades. La
desatención mencionada parte de una crónica deficiente promoción de la producción agraria de calidad,
con artículos con denominación de origen altamente diversificados, con etiquetado ecológico,
manufacturación, etc, circunstancias necesarias para llevar a la práctica un concepto de desarrollo rural
que no dé al traste con el importante patrimonio natural y cultural que el campo español todavía
contiene." El problema de la agricultura es el problema del mundo rural, la ruralización no ha sido
afrontada, y estamos asistiendo a un declive lento pero implacable del modo de vida rural. La
agricultura se considera una actividad desprestigiada y una carga para el resto de la sociedad: sólo se
tiene en cuenta el campo como lugar de esparcimiento, pero sin caer en la cuenta que esta función
recreativa sólo se puede realizar desde la comprensión del ecosistema rural como algo vivo tanto
natural como espiritualmente. Mientras los planteamientos marcadamente economicistas aboguen
por la indiscriminada introducción de cultivos y técnicas de producción no acordes con la base natural y
social de las distintas regiones, se estarán poniendo trabas a un desarrollo endógeno auténticamente
sostenible (López Sanz, 1993, 67-68).

IV.3La agricultura de regadío.


Utilizando energía solar, las plantas combinan agua y dióxido de carbono para sintetizar
carbohidratos. Esta conversión de la energía solar renovable en energía bioquímica da lugar a la
producción de alimentos, constituyéndose así en la base de la vida sobre la Tierra. Sin embargo, la
agricultura no tiene porqué implicar necesariamente sistemas artificiales de regadío, es más, el
uso del agua por parte de esta actividad no está exento de problemas, pudiendo una gestión imprudente
y locuaz de este recurso dar lugar a una serie de agravios capaces de eclipsar los supuestos beneficios
del riego.
Los impactos ambientales de la transformación en regadío no han sido considerados por la
legislación. El Consejo de las Comunidades Europeas (1985a), en su Directiva relativa a la
evaluación de las repercusiones de determinados proyectos públicos y privados sobre el medio
ambiente, diferencia dos conjuntos de proyectos: un primer grupo de obligado sometimiento a
evaluación de impacto ambiental, y un segundo grupo que sólo se someterá a dicha evaluación cuando
así lo consideren los Estados miembros en sus legislaciones específicas. En este segundo grupo se
39

consideran los proyectos de hidráulica agrícola, pero el Real Decreto Legislativo 1302/1986 de
evaluación de impacto ambiental (Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, 1986a), que adapta
dicha Directiva a la legislación española, no establece la necesidad de someter a evaluación de
impacto ambiental a los proyectos públicos o privados de transformación en regadío, a pesar de
que la agricultura de regadío implica importantes alteraciones sobre la flora, la fauna, el suelo, el agua y
el paisaje. Que hasta el momento no se hayan tenido en consideración los posibles costes ambientales
de los regadíos, nos muestra el status especial que ha tenido la política de expansión de regadíos en
España, como algo bueno por naturaleza, sin que cupiera la menor duda de que los beneficios de la
misma bien merecían los posibles costes en que se pudiera incurrir.
Entre los impactos ambientales de la transformación en regadío podemos citar los
siguientes:
1) Los efectos sobre la cantidad y la calidad de las aguas superficiales y subterráneas:
desecación de humedales y ríos, caída del nivel freático, salinización y contaminación del agua por el
uso de fertilizantes y fitosanitarios.
2) La erosión de los suelos como consecuencia de la puesta en regadío de tierras pobres en
materia orgánica -como la mayor parte de los suelos manchegos-, lo que conlleva excesivo laboreo y
problemas de erosión.
3) Los problemas de salinidad del suelo debido al riego con aguas de alta concentración
salina, bien por intrusión marina en los acuíferos -Canarias, Murcia, Alicante- o bien por recirculación
de aguas de riego -La Mancha.
4) La destrucción de ecosistemas y de especies animales y vegetales. En ocasiones, la puesta
en riego de algunas zonas se hace a través de la construcción de embalses que anegan valles,
destruyendo sus múltiples encantos naturales. Otras veces, como en el caso del Campo de Montiel, los
regadíos se instalaron sobre tierras que ancestralmente estuvieron ocupadas por flora autóctona -bosque
mediterráneo-, que fue brutalmente "arrancada" para llevar a cabo la transformación.
5) La introducción de nuevas especies y variedades que desplazan a los cultivos tradicionales
mejor adaptados al medio. Por desgracia, la expansión del regadío no se ha hecho buscando, respetando
y aprovechando la diversidad biológica de la agricultura, sino que en muchos casos se ha realizado a
través del monocultivo.
La agricultura de regadío es, de lejos, la actividad que mayormente utiliza el agua, y
aunque todavía son muchas las voces que reclaman su expansión, cada vez se cuestiona más este
planteamiento. La propia Memoria del PHN (MOPT, 1993, 9-10), a pesar de reconocer su importancia,
considera que "(...) los nuevos regadíos hace tiempo que dejaron de ser elemento fundamental para el
fomento de la riqueza nacional, aunque sigan siendo de interés para mejorar nuestra estructura
productiva agraria. El regadío representa poco más del 15% de las tierras cultivadas, pero produce más
del 50% del total del sector y con mayor garantía frente a variaciones climatológicas. Es, además, la
base en que se asienta la industria agroalimentaria más rentable. La población activa agraria es hoy
40

inferior al 10%, correspondiendo a los regadíos la mitad de la población ocupada en el sector." Las
cifras anteriores, aunque contundentes, no deben ofuscarnos sobre la verdadera importancia del
regadío, y todavía más, sobre la sostenibilidad económica y ecológica del mismo. Detrás de estos datos
globales encontramos tanto cultivos excedentarios como deficitarios, de elevado y de reducido valor
añadido, con altos y bajos requerimientos de mano de obra, con mayores y menores dotaciones de
riego, grandes y pequeñas superficies, zonas sometidas a procesos erosivos y de salinización, etc. Sólo
un estudio pormenorizado nos puede dar una verdadera idea de la relevancia del regadío en una zona
determinada.

IV.4Cambios estructurales y problemática de la agricultura.


El sector agrario de los países ricos -La Mancha incluida- ha experimentado cinco grandes
cambios estructurales en los últimos tiempos (Buttel, 1979, 261): a) Se ha acentuado la tendencia al
monocultivo a gran escala. b) Se ha producido un incremento espectacular de la mecanización. c) Ha
aumentado el uso de factores de producción bioquímicos adquiridos fuera del sector, con la
consiguiente pérdida de esta función proveedora de la agricultura para sí misma y para otras
actividades. d) Se ha dado una tendencia hacia la especialización regional de la producción. e) Se ha
experimentado un progresivo aumento en la elaboración de los alimentos. Además, resulta
interesante observar como todas estas tendencias se interrelacionan y refuerzan mutuamente:
1) La especialización lleva a los monocultivos y a suspender la tradicional rotación de cultivos,
lo que supone una pérdida de fertilidad del suelo, un aumento de la gravedad de las plagas así como un
mayor uso de pesticidas.
2) Igualmente, la especialización agrícola desestima a la actividad ganadera, y por tanto las
posibilidades de conseguir mejoras en la eficiencia a través de la complementariedad entre estos dos
subsectores -pastos, abonos orgánicos, forraje.
3) La mecanización supone mayores costes energéticos, así como peligros sobre la
compactación del suelo y la erosión. Además, la dependencia de fuentes fósiles no renovables de
energía aumenta la vulnerabilidad de la agricultura ante eventuales crisis energéticas.
4) La tendencia hacia altos niveles de elaboración de los alimentos supone procesos altamente
utilizadores de energía -transporte, empaquetado-, así como amenazas para la salud -uso de
conservantes químicos.
Unido a lo anterior, será interesante echar un vistazo a temas como la financiación, la
comercialización y el valor de la tierra, todos ellos elementos importantes en la función de costes e
ingresos de la actividad agraria.
1) La financiación agraria.
Aunque el endeudamiento creciente de un sector es síntoma de que algo no marcha del todo
bien, lo realmente preocupante es cuando esa situación pasa a ser crónica, haciéndose cada vez más
difícil garantizar el cumplimiento de tales obligaciones. Esto es precisamente lo que ha ocurrido en el
41

sector agrario de un tiempo a esta parte, más su progresivo endeudamiento sólo puede entenderse como
parte de un proceso mucho más complejo.
La pérdida de peso del sector agrario en el PIB, "(...) no debe interpretarse como un simple
declive de esta actividad, sino que refleja los profundos cambios en ella producidos al salir fuera del
sector agrario actividades y procesos que antes se desarrollaban en su seno. Así no debe hablarse tanto
de pérdida de importancia de la agricultura en general sino de aquella agricultura tradicional que
abarcaba desde la obtención de sus propios medios de tracción, fertilización, siembra o alimentación del
ganado, hasta la transformación y comercialización de sus productos para dar paso ahora a una
agricultura más especializada en el abastecimiento de una potente industria alimentaria y mucho más
dependiente de medios de producción ajenos al sector agrario. Este proceso reduce la importancia del
valor añadido del sector agrario por el doble motivo de recortar su participación en el abastecimiento
del consumo alimentario final y de ampliar sus gastos corrientes y de inversión en materiales y equipos
de fuera del mismo" (Naredo, 1991, 5).
Esta mayor dependencia del sector agrario de medios de producción ajenos al mismo, se
muestra en que la inversión y los gastos agrarios aumentaron a un ritmo mayor que la producción
agraria, lo que exige una parte creciente de los ingresos de esta actividad (Naredo, 1991, 5), reduciendo
la rentabilidad de la agricultura y poniendo en jaque su tradicional capacidad de financiación, de tal
manera que este sector ha pasado a ser un demandante neto de capitales, convirtiéndose los gastos
financieros en una partida cada vez mayor de los gastos agrarios.
2) La comercialización de la producción agraria.
Por regla general, tras la revolución verde de la producción a gran escala, los agricultores
no han asumido las tareas de comercialización final de sus cosechas. Éstas se han vendido
normalmente a empresas agroindustriales e intermediarios comerciales, de tal manera que una gran
parte del valor añadido final ha ido a parar a manos de éstos. Por ello, si los agricultores quieren
obtener una mayor participación en el valor añadido neto de su actividad, deben asumir con
determinación los aspectos comerciales de la misma. Es preciso una reflexión desde dentro del
sector que analice cuáles son las verdaderas causas de los problemas, evitando recurrir a la ayuda del
Estado tan pronto como surgen dificultades.
Hay que matizar que precios bajos en la explotación ya no garantizan precios bajos al por
menor, pues los costes de transformación, transporte y comercialización suponen una presión
alcista sobre el precio final del producto. Normalmente estos costes se mueven más por intereses
especulativos que por las fuerzas del "libre" mercado.
La consolidación de la agricultura comercial -necesidad de vender la producción para pagar
los factores productivos provenientes de fuera del sector y los impuestos consustanciales a la
agricultura moderna-, llevó junto a otros factores, a una expansión continua de la producción que
afectaba a la baja al precio de los productos agrarios, lo que requería una mayor producción para
intentar mantener las rentas. Esto supuso la inestabilidad de los precios y de las rentas agrarias, y la
42

consiguiente demanda de ayudas al Gobierno.


En este proceso, las empresas transformadoras y distribuidoras se han hecho con el control
sobre la comercialización de los bienes agrarios16. La industria alimentaria cambió su fuente de
beneficios desde la compra a bajos precios a los agricultores "(...) hasta la competencia sin precio que le
permitía los niveles más elevados de transformación, la publicidad y, en algunos casos, las operaciones
integradas -que van desde la producción de alimentos a la venta al por menor-" (Buttel, 1979, 280).
Pero un sistema alimentario de distribución centralizado supone tres riesgos sociales y ecológicos
(Buttel, 1979, 294):
a) El empleo de grandes cantidades de energía para transformar y transportar los alimentos a
grandes distancias.
b) La reducción de los ingresos de los agricultores por el control oligopolista que tiene lugar
en los mercados.
c) El aumento de los costes de transformación y transporte que contribuyen a la inflación de
los alimentos.
Si queremos evitar los riesgos anteriores será preciso ir en pos de la descentralización, para
conseguir una mayor comercialización directa de alimentos, la autosuficiencia regional y el aumento en
la diversidad de los cultivos, lo cual podría suponer una importante fuente de nuevas oportunidades
para la creación de industrias en el mundo rural, de manera que el control de la actividad económica de
las zonas rurales sea detentado por las gentes que viven y trabajan en ellas. 3) El valor de la tierra.
En el valor de la tierra podemos distinguir dos componentes: el valor productivo para la
agricultura y el valor de la tierra como activo. El valor productivo para la agricultura depende de la
calidad del suelo, del capital incorporado y del acceso al agua, existiendo en todo momento claras
conexiones entre estas variables: la calidad del suelo dependerá de la agresividad de las técnicas y de la
calidad del agua utilizada para regar. El regadío con aguas de baja calidad en ecosistemas áridos como
La Mancha produce salinidad y empobrecimiento de las tierras. Así, el problema no es tan sencillo
como unir tierra y agua, es necesario estudiar las características de los recursos naturales para obtener
un resultado óptimo en su combinación. El punto de apoyo básico de la tesis que nos ocupa es que
sin un "razonable" acceso al agua y el mantenimiento de las características naturales del suelo, el
valor ecológico de la tierra disminuirá -incluso el valor monetario- y la economía de la zona verá
mermadas sus posibilidades de futuro. Aquí quiero conectar con los problemas de los humedales: el
funcionamiento natural de los humedales es el signo que asegura la eficiencia y la equidad
económica. ¿Por qué?. Porque este hecho implica los más altos niveles freáticos y de calidad del agua
y, por lo tanto, los más bajos costes de bombeo, la preservación de estos espacios para las generaciones
futuras e iguales oportunidades para todos los regantes -grandes y pequeños.
16
En los últimos tiempos, cada vez son más las cooperativas de productores agrarios que también se dedican a la
transformación y comercialización de la producción, lo cual les permite apropiarse de una mayor parte del valor añadido, y
por lo tanto mejorar su rentabilidad.
43

La revolución verde en la agricultura -o la degradación verde, según se quiera- ha cambiado


el factor limitante. Antes de que la mecanización fuera introducida, el suelo fértil era el factor
limitante conforme crecía la población. Con la aplicación de las tecnologías intensivas, el agua pasó a
ocupar este status. A pesar de ello, cada vez más hay que considerar el valor de la tierra como activo,
el cual se distancia progresivamente de sus funciones productivas y se inserta en una dinámica
típicamente inmobiliaria donde la rentabilidad de la inversión se asocia mayoritariamente con las
plusvalías derivadas de la compra-venta y no tanto con los dividendos o rendimientos anuales. El
alza experimentada por el precio de la tierra en algunas zonas explica la preponderancia de su valor
como activo sobre su consideración de factor de producción. Este hecho desliga la correspondencia
directa que tradicionalmente ha existido entre la rentabilidad estrictamente productiva de una
actividad y el precio de sus activos. La inversión en fincas de grandes dimensiones se ha producido
coincidiendo especialmente con coyunturas económicas favorables (Naredo, 1991, 7-10), atendiendo
más a las posibilidades de invertir ganancias extraordinarias -a veces de dudosa procedencia- en bienes
de carácter posicional y de lujo, así como a las expectativas de suculentas subvenciones por unidad de
superficie que se derivan de la PAC, más que en función de los rendimientos derivados de la
productividad natural de la tierra con fines agrarios tradicionales.
44

V. Un caso de estudio: la incidencia de la política agraria sobre los recursos naturales de La


Mancha.
La experiencia nos muestra cómo la política agraria se ha formulado sin pensar en una
verdadera economía agraria de la sociedad rural, por contra, se ha modelado utilizando a la
agricultura y al mundo rural para servir a las funciones acumuladoras y legitimadoras del modelo de
crecimiento basado en el urbanismo desaforado. Sin embargo, cada vez existen pruebas más evidentes
de que la agricultura tradicional es más conveniente para evitar las consecuencias adversas sobre el
entorno que se derivan de una agricultura mecanizada a gran escala: la agricultura tradicional de
pequeña y mediana dimensión puede utilizar mejor las técnicas de producción orgánicas y no por ello
ser menos eficiente. Evidentemente, la potenciación de un sistema agrario basado en la armonía
con el entorno debería correr paralelo a un cambio en la filosofía con que la política agraria
concede las ayudas al sector agrario. Dicho cambio debería ir en la siguiente dirección:
1) Las subvenciones directas tendrían que ser más elevadas para los pequeños y medianos
agricultores a título principal que obtienen el sustento de esta actividad.
2) Las ayudas a los agricultores deberían estar condicionadas al establecimiento de
prácticas culturales respetuosas con el ambiente.
La política agraria comunitaria y nacional ha sido generadora de incertidumbre,
rigiéndose por la evolución a corto plazo de un mercado muy intervenido y definiendo un marco
donde los cambios estructurales por parte de los agricultores son difíciles y peligrosos. Se han
incentivado cultivos con elevadas necesidades hídricas a través de altos precios garantizados -imitación
de los cultivos de los países del norte de la UE en regiones áridas del sur de Europa-, a pesar de lo cual
los rendimientos obtenidos son más bajos que en otros países. Estos cultivos utilizan más de la mitad
del agua en La Mancha y algunos de ellos son productos excedentarios. Por tanto, podemos hablar de
costes sociales consecutivos: factores de producción subsidiados -gasóleo, fertilizantes, créditos, agua,
electricidad-, los precios pagados a los agricultores están garantizados por encima del precio mundial y,
después de la cosecha, es necesario gastar más dinero para almacenar o deshacerse de los productos
excedentarios que no han sido consumidos.
La UE, como organismo supranacional que engloba a distintos Estados miembros, ha venido
aumentando su cota de poder político y económico en los últimos años. La filosofía que debería guiar
la política de la UE con respecto al mundo rural y por extensión a la agricultura aparece en la
Comunicación de la Comisión de las Comunidades Europeas (1988), El futuro del mundo rural,
donde se apunta que " (...) el espacio rural cumple una serie de funciones vitales para el conjunto de la
sociedad. Su carácter de zona amortiguadora de regeneración lo hace indispensable para la
conservación del equilibrio ecológico. Además de que cada vez se está convirtiendo más en un lugar
privilegiado para el recreo y el esparcimiento (...) El enfoque de la Comisión en materia de desarrollo
rural se basa en tres puntos fundamentales:
- cohesión económica y social frente a una Comunidad ampliada y con una gran diversidad
45

regional;
- ajuste inevitable de la agricultura europea a la realidad de los mercados (...);
- protección del medio ambiente y conservación del patrimonio natural de la Comunidad."
La PAC es la política por antonomasia de la UE y, por el espacio físico de aplicación y el
presupuesto que maneja, la de mayor incidencia en el ámbito rural. Conocidos por todos los
efectos perversos de la política de garantía de los precios agrícolas -concentración de las ayudas en
pocas explotaciones grandes, excedentes de producción que han desestabilizado el mercado mundial,
deterioro ambiental al intensificarse la producción, pérdida de la población rural-, la Comisión de las
Comunidades Europeas (1991) se planteó la reforma de la PAC en una Comunicación de febrero de
1991.
En un primer momento, tal reforma afectó a distintas organizaciones comunes de mercado -
cereales, oleaginosas, proteaginosas, tabaco, leche, carne de vacuno, carne de ovino. Las nuevas
directrices van en la dirección de reducir los precios garantizados hasta el nivel de los precios
mundiales y fomentar sistemas de producción más extensivos, compensando la pérdida de renta
de los agricultores con ayudas por superficie, así como con la puesta en práctica de medidas de
acompañamiento -agroambientales, forestación y jubilación anticipada.
Respecto a los cultivos herbáceos -cereales, oleaginosas y proteaginosas, ligados
principalmente con la alimentación animal y en menor medida con la humana-, con carácter opcional se
fijan pagos compensatorios por hectárea, implicando retirada de tierras para los grandes productores
aunque no para los pequeños. En el caso de los cereales, se consideraba que la diferencia entre el nuevo
precio indicativo (100 ecus/t) que regirá a partir de la campaña 1995-96 y el precio medio de compra en
1991 (155 ecus/t), dará lugar a una pérdida de ingresos. Para fijar la ayuda que deberá abonarse por
hectárea, a cada Estado miembro se le asigna un rendimiento medio que se obtiene de la media de los
rendimientos de tres de las últimas cinco campañas (1986-90), eliminando las cifras mayor y menor.
Luego cada Estado elaborará un plan de regionalización, donde se asignen mayores o menores
rendimientos medios para cada una de sus regiones teniendo en cuenta las distintas características
estructurales -fertilidad del suelo, irrigación, mecanización.
A pesar del cambio en el régimen de ayudas, éste seguirá discriminando en favor de las
regiones más ricas -las que mayores rendimientos tienen como consecuencia de sus favorables
condiciones naturales, mayores niveles de mecanización, fertilización e irrigación- y de las
explotaciones más grandes, pues como acabamos de ver, las ayudas serán función de los rendimientos
previos y del número de hectáreas. El viejo tópico de potenciar la pequeña agricultura familiar
como la mejor manera de evitar el continuo éxodo rural y de proteger el medio ambiente, todavía
no ha sido abordado con seriedad (López Sanz, 1995b).
En junio de 1992, el Consejo de las Comunidades Europeas (1992, 1992a y 1992b)
estableció las medidas de acompañamiento que debían compensar los efectos negativos que la reforma
de la PAC tendría sobre la renta de los agricultores. Los contenidos de estos reglamentos eran los
46

siguientes: métodos de producción agraria compatibles con las exigencias de protección del medio
ambiente y la conservación del espacio natural, un régimen de ayudas a la jubilación anticipada en la
agricultura y un régimen de ayudas a las medidas forestales en la agricultura. Implícitamente, estos
programas están apostando por una mayor dimensión de las explotaciones, pues en las condiciones
actuales sólo en grandes extensiones los agricultores pueden desarrollar técnicas productivas
extensivas y por lo tanto menos esquilmantes de los recursos naturales. Para conseguir esa mayor
dimensión de las explotaciones es para lo que se articula la política de jubilación anticipada. Se supone
que los agricultores entre 55 y 65 años se acogerán a esta medida traspasando sus tierras a los
agricultores jóvenes, pero esto no ha sido así. Además de que los jóvenes no tienen claro este juego, las
condiciones del traspaso de tierras son muy difíciles de cumplir en la práctica17.
Esta compatibilidad entre Naturaleza y agricultura que ahora se proclama a los cuatro
vientos y para cuya consecución no se escatiman recursos, no es algo desconocido en nuestra
tierra. La tradición histórica nos ha mostrado un modelo de desarrollo donde las actividades agrarias y
ganaderas han discurrido interrelacionadas y en armonía con la Naturaleza, sencillamente porque esto
era lo más racional desde el punto de vista económico, pero el cambio de incentivos llevó aparejadas
profundas transformaciones en la realidad socioeconómica. Cada vez más los ingresos agrarios por la
venta de la producción son menores, lo cual se compensa con la percepción de subvenciones por
distintos conceptos. En La Mancha, la mayor parte de las subvenciones se dan en concepto de ayuda a
los cultivos herbáceos de la PAC, después vendrían las asociadas al Programa de compensación de
rentas agrarias, y por último, estarían las primas por abandono de viñedo. Durante las campañas 1993
y 1994 las mayores subvenciones a los cultivos herbáceos se establecieron para el girasol (145.000
pts/ha/regadío y 43.000 pts/ha/secano) y las menores para el cereal (40.000 pts/ha/regadío y 12.000
pts/ha/secano). A la vista de la discriminación que las subvenciones establecen en favor de las
explotaciones de regadío, es perfectamente comprensible como la aspiración de cualquier
agricultor es poner en regadío sus tierras, pues con esa operación van a obtener subvenciones tres
veces superiores a las que conseguiría en secano. Así, un agricultor de regadío que cambiara el maíz
por el girasol acogiéndose además a una reducción del 70% del consumo de agua en el Programa de
compensación de rentas (43.000 pts/ha), conseguiría un total de 188.000 pts/ha/regadío de subvención
(145.000 + 43.000). Si multiplicamos esta cantidad por el número de hectáreas acogidas se obtiene una
subvención cuantiosa, que raya lo desproporcionado e injusto para las explotaciones de los grandes
terratenientes.
Sin dejar la reforma de la PAC, merece la pena exponer brevemente la cuestión de la
Organización Común de Mercado -OCM- del vino, por la importancia de este producto sobre la

17
Los cesionistas deben tener entre 55 y 65 años y haber ejercido la actividad agraria durante los 10 años anteriores al cese.
Los cesionarios, además de capacidad profesional suficiente, deberán comprometerse a explotar las tierras a título principal.
Tras la cesión, la dimensión de la explotación deberá aumentar y ser explotadas respetando las necesidades de protección
ambiental.
47

agricultura manchega. La propuesta de reforma que presentó la Comisión recurre al arranque de


cepas como método para acabar con los excedentes de vino, olvidando actuaciones por la vía de
aumentar el consumo o prohibir la chaptalización. Esto supondría que Castilla-La Mancha -con casi la
mitad del viñedo nacional-, sería la región más afectada, debiendo arrancar entre 150.000 y 175.000
has, lo que supondría la pérdida de 13.000 puestos de trabajo directos. La reforma propuesta no es
solidaria, ya que los Estados más ricos podrán compensar adicionalmente con cargo a sus propios
presupuestos a las explotaciones afectadas. Las producciones de referencia que se tienen en cuenta
para cada país, al no considerar los rendimientos por unidad de superficie, llevan a que los países
con explotaciones más productivas puedan producir más con menor superficie, no considerando
el papel de la viticultura en el mantenimiento del tejido social y natural del mundo rural -en
contra de los principios básicos de la reforma de la PAC de mantener el número de agricultores dentro
de una agricultura familiar y ecológica. Al ser la viña la base económica de numerosas poblaciones
manchegas, una reforma de la OCM del vino como la que se planteó, agravaría el proceso de
despoblamiento y desertificación en La Mancha. En cuanto a los impactos ambientales, al asentarse
el viñedo en suelos pobres para los que no hay otra alternativa de cultivo, su eliminación aceleraría los
procesos erosivos del suelo. Además, el arranque de estas plantas que no requieren riego se haría a
costa de cultivos más exigentes en agua.
En opinión de Jaime Lamo de Espinosa (1991, 75), la filosofía de la reforma de la PAC es
criticable en algunos aspectos:
1) En primer lugar, el modelo de agricultura familiar no es la base sobre la que debería
construirse la agricultura más competitiva del futuro, ya que no se podría competir con las grandes
explotaciones altamente profesionalizadas, eficientes y mecanizadas de Estados Unidos, Australia o
Canadá. Desde mi punto de vista, detrás de esta opinión sigue encontrándose una visión
productivista, que todavía mide los beneficios sociales de la agricultura con el rasero de la
rentabilidad monetaria. Como ya comenté, es preciso tener en cuenta consideraciones de tinte social
y ecológico para poder presentar a la agricultura familiar tradicional como una verdadera alternativa
solvente a las grandes empresas agroindustriales.
2) Por otro lado, apunta que el sistema de ayudas directas es más complejo de manejar, lo que
exigirá una mayor burocracia y más dedicación por parte de los agricultores a rellenar papeles. Es
dudoso que lo anterior deba ser necesariamente así, pero conseguir racionalizar un sistema de
ayudas y subvenciones tan viciado como el que hasta ahora ha existido es una tarea ineludible.
Más no nos engañemos, desmontar este entramado para favorecer una actividad agraria
tradicional respetuosa con el entorno va a contar con la fuerte oposición de quienes hasta ahora
se han venido beneficiando de dicho sistema.
3) En cuanto a la financiación de la PAC, la reforma de la misma va en la dirección de reducir
precios garantizados, de manera que ya no será financiada por los consumidores finales, sino vía
presupuesto, es decir, a través de impuestos -como en USA y Australia. Sin embargo, se ha de tener
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precaución para evitar que todo ese ingente presupuesto se dirija a no producir y a conservar
pasivos. Ante el impulso que se desea dar a la agricultura extensiva, habría que preguntarse cómo
armonizarlo con los horizontes abiertos por las innovaciones tecnológicas, aprovechando éstas de
manera reflexiva, evitando por todos los medios que se conviertan en un salto en el vacío y ahonden
todavía más en la progresiva separación entre la tecnología y el control de la misma por parte de los
destinatarios últimos.
Desde mi punto de vista, el elemento básico del cambio son los propios agricultores y
habitantes de la región. Los trabajadores y empresarios del campo deben tener una función
valorada socialmente, y su corporatismo no debe basarse exclusivamente en el fomento de
políticas de subvenciones indiscriminadas por comportamientos pasivos determinados desde
arriba, sino que debe ser un elemento reivindicativo en pos de cambios estructurales que establezcan
sobre el binomio agricultura-Naturaleza una relación simbiótica y no parasitaria. La descoordinación
entre las Administraciones agraria, hidráulica, ambiental y las Comunidades de Regantes, han
convertido en contradictorios objetivos como la conservación de los humedales, la explotación de
los acuíferos y el desarrollo agrario sostenible de la zona. Cada uno de ellos se desarrolla a través
de enfoques parciales, incapaces de abordar con éxito la solución a problemas de naturaleza
ecosistémica. Es preciso enmendar los comportamientos autointeresados en la ordenación de los
recursos naturales, sustituyéndolos por procedimientos de gestión que primen la cooperación y la
multidisciplinariedad como respuesta a la delicada situación en que se encuentran los humedales y la
actividad humana asociada a los acuíferos manchegos (López Sanz, 1996).

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