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COMENTARIOS A “EL HOMBRE Y LA GENTE” DE ORTEGA Y GASSET

Por Jesús María Morote Mendoza

El interés que presenta este libro para la Antropología Filosófica está en que
aborda el problema capital de esta disciplina, cómo conciliar la posibilidad de una
visión del hombre que, por un lado, al considerarlo en su vertiente social, como ser
mediado culturalmente, tiende a tratarlo como mero factum objeto de estudio científico
y que, por otro lado, quiera mantener como principio la dignidad y el valor intrínseco de
ese mismo hombre considerado como individuo, irreducible a mera pieza de la sociedad
concreta en que se inserta. La originalidad de Ortega es que afronta esas dos vertientes
tan difíciles de conciliar no desde un punto de vista externo que objetivice el área de
estudio, sino desde el propio hombre (y en Ortega el hombre no es una especie
zoológica, ni una abstracta humanidad, sino cada hombre, cada yo) como sujeto y a la
vez objeto de la antropología.
Ortega detecta la tensión y vulnerabilidad propias del individuo que vive en unas
coordenadas espacio-temporales concretas y el núcleo fundamental de esta obra consiste
en una defensa del yo como realidad radical del hombre frente a la amenaza de
disolución que conlleva la vida en sociedad, que impone los usos, reglas de
comportamiento que, sin dejar de ser humanas por su origen y ámbito de aplicación, “ni
se originan en la persona o individuo ni éste los quiere ni es responsable de ellos”. Por
ello afirma Ortega que “los usos son irracionales”: porque aunque son obra humana, al
separarse del propio individuo se le hacen extraños, cobran una entidad propia
inhumana, se “desalman” y se vuelven contra el propio hombre. El hombre tiene que
vivir su propia vida, ya que ésta constituye su realidad radical; pero, a la vez, el yo está
envuelto por la “circunstancia”, el contorno, las cosas que lo rodean; y se presenta ante
él una situación dramática, pues, a la vez que circunstanciado por el mundo, por lo otro,
el hombre no puede existir sin ese contorno, pues lo absoluto de su sí mismo, de su
ensimismamiento, no existiría sin ese contorno que dibuja sus perfiles: así, debe salir a
lo otro (alteración), pero sin olvidar volver a sí mismo para no extraviarse.
Dice Ortega que “lo social aparece, no como se ha creído hasta aquí y era
demasiado obvio, oponiéndolo a lo individual, sino por contraste con lo inter-
individual”. Y en esa cita se resume la forma mediante la que Ortega propone la
articulación de la antropología cultural y la filosófica: hay que identificar y clarificar,
como concepto filosófico, la “sociedad”, institución cultural potencialmente inhumana,
desviación o degeneración de la vertiente convivencial del yo. Pues el yo reconoce a
otros yoes, otros seres reciprocantes, que son una dimensión esencial de sí mismo y de
su propia vida (delimitada, como hemos dicho, por el contorno o circunstancia). Pero
hay que estar alerta ante el peligro que esos yoes suponen para el propio yo, ante el
riesgo de que éste acabe enajenándose, alterándose, perdiéndose en ese extravío de la
interindividualidad que es lo social. Y para eso hay que tener siempre presente la
realidad radical que cada uno es como refugio al que volver la vista ante los peligros de
la convivencia con los otros.

Agosto 2009

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