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Vida llena de la palabra de Dios

Evangelio según San Juan 15,1-8: Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es
el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más
todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo
permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco
ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en
él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es
como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes
permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La
gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
El domingo en el que leemos este evangelio se nos presenta una situación compleja y tal vez muy cotidiana.
Se la presenta a través de la Primera Lectura de ese día. En esta lectura se presenta a Pablo que, cuando llegó
a Jerusalén, trató de unirse a los discípulos, pero todos le tenían desconfianza porque no creían que también
él fuera un verdadero discípulo (Leer Hechos 9, 26-31). Es decir, los discípulos desconfían “naturalmente”
de Pablo, quien en el pasado había perseguido y matado a los cristianos. Naturalmente se desconfía de quien
en el pasado había tenido una actitud tan perversa. Y este es el punto: quedarse en las actitudes del pasado de
una persona. O creer en la iniciativa que puede tener Dios en la vida de esa persona. En la historia de la Iglesia
tenemos tantos ejemplos de vidas que en el pasado fueron sumamente pecadores, pero que después de una
conversión, lograron alcanzar una santidad sublime. Pensemos por ejemplo en un San Francisco de Asís o un
San Agustín.
El evangelio trata, en esencia, de lo mismo: la vida de toda persona tiene una única raíz. La raíz de la vida
está en Dios. Y existe un camino para tener la vida en Dios, es necesario ser como un sarmiento en la vid.
Lo que importa, por lo tanto, no es “ser fuerte”, “realizar muchos frutos”. Lo que importa es estar pegados,
insertados, a esta vid.
De hecho, podemos hacer muchas cosas a partir de nuestras propias fuerzas. Podemos estudiar y entender
muchas cosas a partir de nuestras capacidades. Pero, las palabras de Jesucristo son muy fuertes: “separados
de mí, nada pueden hacer”. Es decir, cualquier cosa que hagamos en esos términos, tiene el valor de la nada.
Una nada que es inconsistencia. Una nada que no resiste frente a las cosas serias de la vida.
¿Cómo podemos permanecer en Cristo? ¿Cómo podemos tener nuestra vida en Su vida? El evangelio es
muy claro en esto: nosotros permanecemos insertados en la vid, en Cristo, si tenemos en el corazón las palabras
de Jesucristo. Hay una zona en nuestro interior que debe ser llenada de la palabra de Jesús. Es Su Palabra la
que nos da vida. En otra parábola Jesús figura esta realidad con la parábola del agricultor que por más que
duerma o esté despierto, por más que haga muchas cosas, de lo que depende todo es de la fuerza de la semilla
sembrada en el campo. La fuerza interior de esa semilla, que es semejante a la de la Palabra de Dios, es la
determinante a la hora de que germine y se convierta en un árbol. Obviamente el agricultor tiene que trabajar
la tierra, regarla. Pero no tiene nada que hacer en lo que se refiere a la germinación de la semilla. La semilla
hace todo ese trabajo.
Volvemos a nuestra primera lectura. Y nos preguntamos: ¿qué es lo que hizo cambiar a San Pablo? Lo que
lo hizo cambiar fue una palabra que entró en su corazón. Una palabra que vino de Jesús. Una palabra que en
su momento hizo caer del caballo a Pablo. Una palabra que trastocó toda su vida, la dirección entera de su
vida, sus ideales, sus planes.
En un momento Jesús dice que “ya estamos limpios por la palabra que Él nos anunció”. Jesús nos habla
aquí de que estamos puros. Y la palabra puro, pureza, es un concepto más químico que moral. Es decir, algo
es puro cuando solo tiene una esencia que no se mezcla con otras esencias distintas. Pensemos en el agua pura.
El agua pura es la que solo contiene H2O y no contiene otras substancias o impurezas. Aplicando este concepto
a nuestra meditación, podemos decir que “ser puros” es cuando no existen otros en nuestro corazón. Cuando
nuestro corazón tiene un solo amor por un solo ser divino. Cuando nuestro corazón ama a Dios y no ama a
otros dioses, o mejor dicho, ídolos. Cuando en nuestro corazón tenemos la Palabra de Dios, de Jesucristo, y
no otras palabras que hacen ruido.
Como podemos notar, tenemos la vital necesidad de escuchar lo que Jesús nos dice cada día. Todos los
días, pues así como diariamente nos alimentamos, sabemos que no solo de pan vive el hombre, sino de toda
Palabra que viene de la boca de Dios. Vivir de lo que nos diga Dios. Y, no vivir de aquellas otras palabras que
dejamos que estén en nuestro corazón. Palabras que son estériles, que son amargas, que son tristes, que son
vanas, que no dan vida. Solo de la Palabra de Dios tenemos realmente vida auténtica. La Resurrección, la
nueva vida en nosotros, surge a partir de las Palabras que Jesús nos dirige a cada uno.

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