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V.

LA COOPERACIÓN INTERNACIONAL

LECCIÓN 22. LA PROTECCIÓN INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS (I)

1. EL PROCESO DE INTERNACIONALIZACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS: CARACTERES GENERALES

A partir de la segunda mitad del siglo XX aparecen un conjunto de normas dedicadas a la protección internacional del individuo,
a las que se agrupa de modo convencional bajo la categoría genérica de «Derecho Internacional de los Derechos Humanos». La
gran innovación introducida por estas normas radica en la consideración del individuo y de su dignidad como un valor autónomo
de la Sociedad Internacional, que se convierte en un bien jurídico protegible en sí mismo por el Derecho Internacional, con
independencia de la condición o circunstancias en que se encuentre el particular objeto de protección.
Este nuevo Derecho Internacional de los Derechos Humanos es, en lo esencial, el resultado de un proceso evolutivo en el que se
han relacionado, por un lado, las competencias estatales y, por otro, el interés de la Sociedad Internacional. A lo largo de esta
evolución se ha producido la superación del viejo principio de la competencia exclusiva del Estado y su sustitución por una
nueva concepción que define a los derechos humanos como materia de interés internacional.
En virtud de esta nueva concepción se establece un modelo de cooperación entre ordenamientos jurídicos que, al tiempo que
reconoce una competencia primigenia y directa al Estado para establecer mecanismos propios de protección y promoción, define
la competencia de la Comunidad Internacional para adoptar normas en dicho ámbito e incluso para establecer sistemas
internacionales de control y fiscalización del comportamiento estatal. Así, si bien es el Estado a quien compete en primer lugar
proteger los derechos de los individuos sometidos a su jurisdicción, dicha competencia la ejerce en tanto derivada de una
obligación general que le viene impuesta por el Derecho Internacional y, por consiguiente, sometida a control a través de
mecanismos internacionales.

Desde la perspectiva del Derecho Internacional, el resultado de este proceso ha sido la adopción de normas sustantivas que
enuncian derechos, algunas de las cuales, como el derecho a la vida o la prohibición de la tortura, han llegado a integrarse en el
bloque cualificado de las normas de ius cogens. Junto a ellas, las normas procesales han definido mecanismos de control que
ofrecen al particular protección frente al Estado en el plano internacional. Ambas categorías de normas (normas sustantivas +
normas procesales) integran los denominados sistemas internacionales de protección de los derechos humanos, autónomos
respecto de los sistemas estatales, que pueden clasificarse en dos grandes bloques:

• Los sistemas universales, que se desarrollan en el ámbito del sistema de las Naciones Unidas, especialmente la ONU.
• Los sistemas regionales, vinculados esencialmente con el Consejo de Europa, la Organización de Estados Americanos y
la Unión Africana.

Aunque cada uno de estos sistemas presenta características propias que les diferencian parcialmente de los restantes, la unidad e
identidad del Derecho Internacional de los Derechos Humanos se refleja en la existencia de un conjunto de elementos y
características básicas que son comunes a todos ellos. Dichas características pueden resumirse en la siguiente forma:

1. Sistemas de protección del individuo frente al Estado. Los sistemas internacionales de protección de los derechos
humanos son sistemas de protección del individuo en sí mismo considerado, en su relación con el Estado y, en principio,
tan sólo frente al Estado.
2. Subsidiariedad. Los sistemas internacionales son subsidiarios respecto de la protección de los derechos humanos a nivel
interno y, por tanto, sólo operan tras la actuación de los sistemas internos.
3. Vinculados a las Organizaciones Internacionales. Los sistemas internacionales de promoción y protección de los
derechos humanos están íntimamente vinculados al fenómeno de las Organizaciones Internacionales, ya que surgen y se
desarrollan siempre en el seno de una Organización Internacional que les ofrece soporte ideológico, institucional y
material, y que garantiza la pervivencia y autonomía de cada uno de los sistemas.
4. Doble bloque normativo. Los sistemas internacionales de derechos humanos integran un doble bloque normativo
dedicado, por un lado, a la codificación y definición de derechos fundamentales y, por otro, al establecimiento de
estructuras internacionales de control del comportamiento estatal.
5. Técnicas de control. La protección de los derechos humanos se reconducen siempre a técnicas de control internacional
cuyo objeto es el de valorar la adecuación del comportamiento de un determinado Estado a las obligaciones
internacionales que le son exigibles.
6. Actividades de protección y de promoción. En los sistemas internacionales de protección de derechos humanos se
produce una gran aproximación entre las actividades de protección en sentido estricto (control y supervisión del
comportamiento estatal) y las actividades de promoción (desarrollo normativo, programas de servicios consultivos y
asistencia técnica), de tal forma que, si bien es cierto que ambas categorías, promoción y protección, tienen una
autonomía conceptual suficiente, en la práctica es frecuente encontrar técnicas de coordinación entre ambas categorías e
incluso actividades que se sitúan en una zona gris.
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2. LA PROTECCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS EN EL ÁMBITO UNIVERSAL: LA ACCIÓN DE LA
ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS

A) Consideraciones generales: El Programa de derechos humanos de la ONU


El Programa de Derecho Humanos de las Naciones Unidas nace fruto de una evolución que parte de la Conferencia de San
Francisco, donde se incluyeron en la Carta de la Organización de las Naciones Unidas dos tipos de normas referidas a los
derechos humanos: las que contemplan la cuestión desde una perspectiva material vinculada con los propósitos de la
Organización; y las que responden a un carácter institucional, definiendo los órganos competentes en este ámbito.
El Programa de Derechos Humanos de las Naciones Unidas se caracteriza por ser un programa progresivo, escasamente
estructurado y abierto:
• Las distintas actividades que integran el programa son el fruto de una evolución dominada por el pragmatismo, que no se
ha desarrollado conforme a un plan prefijado y que, por consiguiente, presentan en ocasiones incoherencias y lagunas.
• Al mismo tiempo, se trata de un programa abierto, que evoluciona al mismo compás de la propia Organización.

B) El proceso codificador
El proceso codificador de los derechos humanos se inicia materialmente en 1946, al crear el Consejo Económico y Social
(ECOSOC) la Comisión de Derechos Humanos y encomendarle la formulación de proposiciones, recomendaciones e informes
relativos a derechos y libertades del hombre. Fruto de este mandato fue la adopción en 1948 de la Declaración Universal de
Derechos humanos (DUDH), que constituye la primera piedra de la Carta Internacional de Derechos Humanos (CIDH) en la
que se define el régimen general de derechos humanos de la ONU.

a) La Carta Internacional de Derechos Humanos


La Carta Internacional de Derechos Humanos agrupa a los instrumentos que contemplan los derechos humanos en su globalidad,
a saber:
• La Declaración Universal de Derechos Humanos.
• El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.
• El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
• Los Protocolos Facultativos al Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.

1. La Declaración Universal de Derechos Humanos


La Declaración Universal de Derechos Humanos fue adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas mediante la
Resolución de 10 de diciembre de 1948. Está integrada por 30 artículos en los que se recogen de forma conjunta los derechos
civiles y políticos y los derechos económicos, sociales y culturales, poniendo así de manifiesto la indisociable interrelación
existente entre el respeto y disfrute de una y otra categoría de derechos.
La Declaración Universal adopta la forma de una mera Resolución de la Asamblea General, con falta de fuerza jurídica
obligatoria globalmente considerada. Nos explicamos: la Declaración ha experimentado una evolución tendente a permitir una
cierta oponibilidad de la misma a los Estados, especialmente por vía consuetudinaria y en el plano de los principios que subyacen
en la misma, pero esta oponibilidad se refiere más a los derechos proclamados que a la Declaración misma. Es decir, existe la
posibilidad de exigibilidad de un buen número de derechos contenidos en la Declaración (derecho a la vida, derecho a la
integridad física, derecho a la libertad y a la seguridad, derecho a la tutela judicial efectiva…), pero no de todos los derechos, ni
tampoco de la Declaración globalmente considerada. Sólo desde esta perspectiva limitada cabe concluir una cierta obligatoriedad
de la Declaración Universal en el Derecho Internacional contemporáneo.
No obstante, no puede olvidarse que la Declaración Universal de Derechos Humanos ha cumplido una función moralizadora
básica, inspirando buena parte de los desarrollos normativos ulteriores en materia de derechos humanos, tanto a nivel
internacional como interno.

2. El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos
Fueron aprobados por Resolución de la Asamblea General de 16 de diciembre de 1966. En España entraron en vigor en 1977.
También son conocidos como Pactos de Nueva York.
Los Pactos de Nueva York recogen la práctica totalidad de los derechos humanos enunciados en la Declaración Universal,
desarrollándolos y dotándolos de unidad mediante la inclusión en ambos instrumentos de un art. 1º común que proclama la libre
determinación de los pueblos como un derecho humano. Al margen de este artículo común, cada uno de los Pactos regula por
separado una categoría de derechos:
• El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Se ocupa de los derechos clásicos: derecho a la vida, a la
integridad, la prohibición de la tortura, la libertad personal, la tutela judicial efectiva, las libertades de pensamiento,
opinión, asociación y reunión, el derecho a la intimidad y a la vida familiar, a la personalidad jurídica o los derechos

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específicos de las minorías. Este Pacto ha sido completado por el Protocolo Facultativo Segundo destinado a abolir la
pena de muerte, de 15 de diciembre de 1989, que entró en vigor en 1991.
• El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Recoge el derecho al trabajo y a que el
mismo se desarrolle en condiciones dignas, los derechos sindicales, el derecho a la seguridad social, a la protección de la
familia, el derecho a un nivel de vida adecuado (incluyendo la alimentación, el vestido y la vivienda) y a la educación y
la cultura.
La adopción de los dos Pactos constituye un cambio cualitativo en el tratamiento de los derechos humanos, ya que se trata de
instrumentos convencionales que imponen obligaciones jurídicas directamente vinculantes para los Estados partes. No obstante,
es importante diferenciar entre ambos Pactos en lo que se refiere al tipo de obligaciones impuestas:
• El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos define obligaciones automáticas, asumiendo el Estado el deber de
reconocimiento y garantía inmediata de los derechos enunciados en el mismo.
• El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales se concibe como un instrumento progresivo, que
define derechos cuyo disfrute sólo se garantiza en un determinado horizonte, por lo que el Estado únicamente asume el
compromiso de adoptar medidas especialmente económicas y técnicas hasta el máximo de los recursos de que disponga,
para lograr progresivamente la plena efectividad de los derechos reconocidos en dicho Pacto.

3. Protocolos Facultativos. Normas específicas de control


La Carta Internacional de Derechos Humanos no se integra únicamente por la Declaración Universal y por los Pactos, en tanto
normas definidoras de derechos y libertades. Junto a ellas, la Comisión de Derechos Humanos defendió desde los inicios de sus
trabajos la necesidad de elaborar normas específicas que establezcan mecanismos de control y supervisión internacional del
comportamiento de los Estados, sin los que la proclamación de derechos perdería buena parte de su significado. Algunas de estas
normas se contienen en el propio texto de los Pactos Internacionales y a ellas se añade el Protocolo Facultativo Primero al
Pacto de Derechos Civiles y Políticos, que establece un sistema de peticiones individuales y forma igualmente parte de la Carta
Internacional. Dicho Protocolo Facultativo se adoptó por la Asamblea General de 16 de diciembre de 1966, entrando en vigor en
nuestro ordenamiento el 25 de abril de 1985.
El sistema de control de la Carta Internacional de Derechos Humanos se ha visto completado con la adopción del Protocolo
Facultativo al Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, de 10 de diciembre de 2008, que aún no ha
entrado en vigor.

b) Otros instrumentos sobre derechos humanos


Los instrumentos que se acaban de analizar contemplan al individuo de forma genérica y a los derechos humanos en su
globalidad. Sin embargo, la ONU ha tomado igualmente conciencia de la necesidad de proceder a un tratamiento individualizado
de determinados derechos y de otorgar una protección especial a determinadas categorías de personas. Por ello ha elaborado un
número importante de Declaraciones y Convenciones que podemos calificar de «especializadas», que vienen a reforzar y a
profundizar el sistema general. Dichos instrumentos se dedican a proteger al individuo respecto de determinadas formas de
violación o a proteger a colectivos cuya situación les hace especialmente pasibles de padecer violaciones de derechos.
En el grupo de instrumentos relativos a derechos concretos o a la protección contra las formas más graves de violación de los
derechos humanos, cabe destacar los siguientes:
• Instrumentos dedicados a la protección del individuo. Podemos citar los dedicados a la prevención y sanción del
delito de genocidio; eliminación de todas las formas de discriminación racial; contra la tortura y otros tratos o penas
crueles, inhumanos o degradantes; los dedicados a la eliminación y condena de la esclavitud o prácticas análogas.
• Instrumentos dedicados a la protección de colectivos. Dentro de este grupo ocupan un lugar destacado los referidos a
los extranjeros, a las mujeres y a los niños.
• Mención del derecho al desarrollo. El derecho al desarrollo se proclama en la Declaración sobre el derecho al
desarrollo, aprobada por la Asamblea General el 4 de diciembre de 1986, donde se le define como «un derecho humano
inalinenable en virtud del cual todo ser humano y todos los pueblos están facultados para participar en un desarrollo
económico, social, cultural y político en que puedan realizarse plenamente todos los derechos humanos y libertades
fundamentales, a contribuir a ese desarrollo y a disfrutar de él» (art. 1).
c) El especial tratamiento de las minorías y los pueblos indígenas
En el marco del proceso de codificación merece una especial mención el tratamiento dado a los derechos de las minorías y los
pueblos indígenas, dos categorías que irrumpen con fuerza en la SI (Sociedad Internacional) de finales del siglo XX, planteando
nuevas problemáticas que, de modo muy especial, se reflejan en el ámbito del Derecho Internacional de los Derechos Humanos.
Sin embargo, esta preocupación de las N.U. por la problemática de las minorías es más formal que real hasta la década de los
años ochenta del pasado siglo. En este momento, influida sin duda por la nueva realidad social, la O.N.U. asume un papel más
intenso en relación con las minorías, que se ha plasmado en la Declaración sobre los derechos de las personas pertenecientes a
minorías étnicas, religiosas o lingüísticas, adoptada por la Asamblea General el 18 de diciembre de 1992, y en la constitución en
1995, en el seno de la entonces Subcomisión, de un Grupo de Trabajo sobre Minorías, encargado del seguimiento de la citada
Declaración, que terminó su mandato en 2007. Sin embargo, las N.U. no han podido adoptar con posterioridad ningún
instrumento convencional que desarrolle o complete la Declaración.
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No obstante, la importancia que los derechos de las minorías tienen en el Programa de derechos humanos de las Naciones Unidas
se refleja en la creación de otros dos órganos especializados en esta materia que siguen desempeñando sus funciones hasta la
actualidad.
El primero de ellos es el Experto independiente sobre cuestiones de las minorías, creado en 2005 por la Comisión de Derechos
Humanos que es el órgano encargado en la actualidad de realizar el seguimiento de la Declaración de 1992.
El segundo es el Foro sobre cuestiones de las minorías, que bajo la guía del Experto independiente sirve de marco de debate
general sobre las cuestiones relacionadas con las minorías y tiene en su mandato la definición de buenas prácticas en la materia.
Por su parte, la cuestión de los pueblos indígenas ha hecho su aparición en el sistema de las Naciones Unidas desde finales de la
década de los años setenta del pasado siglo, desgajándose progresivamente de la problemática de las minorías y adquiriendo
autonomía a partir de la constitución del Grupo de Trabajo sobre las poblaciones indígenas en el seno de la Subcomisión de
Prevención de Discriminaciones y Protección a las Minorías. A través de este Grupo la cuestión de los derechos de los pueblos
indígenas se ha situado en un lugar central dentro del Programa de Derechos Humanos de la O.N.U., dando lugar incluso al
nombramiento en 2001 de un Relator Especial de la Comisión de Derechos Humanos sobre la situación de los derechos
humanos y las libertades fundamentales de los indígenas, y a la creación de un Foro Indígena permanente en 2002. Sobre la base
de todos estos trabajos, la Asamblea General adoptó el 13 de septiembre de 2007 la Declaración de las Naciones Unidas sobre
los derechos de los pueblos indígenas

C) Órganos competentes
De forma paralela al desarrollo del proceso codificador, la ONU ha ido definiendo una estructura orgánica encargada de
desarrollar su Programa de Derechos Humanos. Se trata de una estructura compleja en la que han de diferenciarse dos categorías
de órganos, a saber: los órganos creados en virtud de la Carta de las Naciones Unidas o de resoluciones que la desarrollan y los
órganos creados en virtud de los tratados internacionales sobre derechos humanos auspiciados por la Organización.

a) Órganos creados en virtud de la Carta

Órganos principales

1. La Asamblea General y el Consejo Económico y Social


La Carta de San Francisco asigna a estos órganos la responsabilidad principal en materia de derechos humanos.
− La Asamblea General es competente para discutir cualesquiera asuntos o cuestiones dentro de los límites de la Carta y para
promover estudios y formular recomendaciones a fin de fomentar la cooperación internacional y ayudar a hacer efectivos
los derechos humanos y las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o
religión.
− El Consejo Económico y Social (ECOSOC) tiene el mandato específico de hacer recomendaciones con el objeto de
promover el respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos y la efectividad de tales derechos y
libertades. La Carta de San Francisco prevé en su art. 68 que el ECOSOC establecerá comisiones para la promoción de los
derechos humanos. Dicho precepto ha constituido la base para la creación de la Comisión de Derechos Humanos, órgano
subsidiario del ECOSOC, que en junio de 2006 ha sido sustituida por el Consejo de Derechos Humanos.

2. El Secretario General y el Consejo de Seguridad


• El Secretario General se ha venido ocupando de la problemática de los derechos humanos en el marco de la expansión
progresiva de su competencia. Desde la década de los ochenta ha desarrollado una interesante actividad en el ámbito de
los procedimientos de control establecidos por la extinta Comisión de Derechos Humanos.
• El Consejo de Seguridad, tras la desaparición del enfrentamiento del bipolarismo Este-Oeste, se ha ocupado cada vez
con mayor frecuencia de los derechos humanos, lo que obliga a considerarlo ya como un órgano integrado dentro del
Programa de la ONU.

3. Tribunal Internacional de Justicia


No recibe un mandato específico en el ámbito de la protección de los derechos humanos, pero nada impide que en el ejercicio de
sus competencias pueda pronunciarse sobre normas relativas a los mismos. Esta posibilidad se ha producido ya en la práctica
tanto en el marco de la función contenciosa como en el de la función consultiva.

Otros órganos

1. La Comisión de Derechos Humanos


Es un órgano subsidiario del ECOSOC. Esta Comisión fue creada por dos Resoluciones del ECOSOC de 1946, como un órgano
intergubernamental integrado por Estados miembros de las Naciones Unidas. A su vez, la Comisión creó un complejo entramado
de órganos subsidiarios, entre los que cabe destacar la Subcomisión para la promoción y la protección de los derechos humanos.

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La Comisión de Derechos Humanos ha actuado hasta 2006 como el principal órgano especializado de las Naciones Unidas en
materia de derechos humanos. A partir de junio de 2006 ha sido sustituida por el Consejo de Derechos Humanos.

2. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los derechos humanos


Fue creado en 1993 mediante Resolución de la Asamblea General. De acuerdo con la citada resolución, el Alto Comisionado es
el funcionario de la Organización que asume la responsabilidad principal en el ámbito de los derechos humanos. No obstante, no
goza de autonomía plena, ya que está integrado en la Secretaría de la ONU, con rango de Secretario General Adjunto y depende
del Secretario General, que lo nombra. Por consiguiente, desempeñará sus funciones bajo la dirección y la autoridad del
Secretario General.
El Alto Comisionado se configura como un órgano de representación y coordinación, que no viene a sustituir a órganos y
procedimientos ya consolidados, sino a ofrecer coherencia y unidad a un programa disperso en distintas instancias. Esta función
de coordinación se pone especialmente de relieve en su condición de Jefe de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos.

3. La Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos


Tiene su sede principal en Ginebra. Desarrolla funciones bajo la dirección del Alto Comisionado e integra a todo el personal de la
Secretaría de las Naciones Unidas dedicado de forma específica al ámbito de los derechos humanos.
La Oficina es la dependencia encargada de prestar apoyo administrativo y técnico a los distintos órganos creados por la
Organización en el marco del programa de derechos humanos y desde la misma se gestionan, impulsan y ejecutan las distintas
actividades que se integran en el mencionado programa. La Oficina constituye el centro neurálgico de la ONU en materia de
derechos humanos y con su creación se ha reforzado el papel que a esta materia corresponde en el sistema de las Naciones
Unidas.

4. Consejo de Derechos Humanos


El Consejo de Derechos Humanos se constituyó formalmente el 19 de junio de 2006, en base a la Resolución 60/251 de la
Asamblea General de las Naciones Unidas. Ha venido a sustituir a la Comisión de Derechos Humanos que había venido
operando desde 1946. El nuevo Consejo se configura como el sucesor de la Comisión, pero con un cambio sustantivo, ya que no
será un órgano subsidiario del ECOSOC, sino de la Asamblea General.
El nuevo Consejo viene a sustituir a todos los órganos específicos cuya creación se derivaba de la Carta, a saber: la Comisión de
Derechos Humanos y la Subcomisión para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos. No obstante, la creación del
Consejo no puede entenderse como una medida de tabla rasa respecto del programa de derechos humanos de las Naciones
Unidas. Al contrario, la continuidad del programa se asegura por la configuración del Consejo como el sucesor de la Comisión de
Derechos Humanos.
El mandato del nuevo Consejo de Derechos Humanos está definido en términos muy amplios. Será responsable de promover el
respeto universal de la protección de todos los derechos humanos y libertades fundamentales de todas las personas, sin distinción
de ningún tipo y de una manera justa y equitativa. Deberá ocuparse también de las situaciones en que se violen los derechos
humanos, incluidas las violaciones graves y sistemáticas y hacer recomendaciones al respecto. Este mandato general se concreta
en determinadas funciones específicas.
1. promover la educación, asistencia técnica y fomento de la capacidad en materia de derechos humanos, en consulta y con el
consentimiento del Estado afectado;
2. servir de foro para el diálogo de cuestiones temáticas relativas a todos los derechos humanos;
3. formular recomendaciones a la Asamblea General para seguir desarrollando el derecho internacional en la esfera de los
derechos humanos;
4. promover el pleno cumplimiento por parte de los Estados de sus obligaciones en materia de derechos humanos y realizar el
seguimiento de los objetivos y compromisos referidos a la promoción y protección de los derechos humanos que se hayan
definido en las Conferencias y Cumbres de las Naciones Unidas;
5. llevar a cabo un examen periódico universal sobre el cumplimiento por cada Estado de sus obligaciones y compromisos en
materia de derechos humanos;
6. contribuir a prevenir las violaciones de derechos humanos mediante la cooperación y el diálogo y responder con prontitud a
las situaciones de emergencia en materia de derechos humanos:
7. elaborar un informe anual sobre derechos humanos que someterá a la Asamblea General;
8. a ello se ha de añadir el mantenimiento de los mandatos, mecanismos, funciones y responsabilidades de la Comisión de
Derechos Humanos, que aseguran la continuidad de los procedimientos públicos especiales y del procedimiento de
denuncia(referencia implícita al procedimiento 1503) y, por tanto, de la función esencial de control y supervisión en materia
de derechos humanos.

Por último, ha de llamarse la atención sobre el hecho de que este mandato será ejercido, en todo caso, conforme a un conjunto de
principios que son definidos en la propia Resolución 60/251, a saber:

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i. universalidad, imparcialidad objetividad y no selectividad incluyendo la eliminación del doble rasero y la politización en
el examen de las cuestiones de derechos humanos; y
ii. cooperación y diálogo genuino y constructivo como base de todo proceso de promoción y protección de todos los
derechos humanos, inclusive el derecho al desarrollo.

b) Órganos convencionales
La principal manifestación de los órganos de base convencional es el Comité de Derechos Humanos creado por el Pacto de
Derechos Civiles y Políticos. Junto a este Comité, hasta la fecha se han constituido igualmente los siguientes:
• El Comité de Derechos Económicos Sociales y Culturales.
• El Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial.
• El Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer.
• El Comité contra la Tortura.
• El Comité de los Derechos del Niño.
• El Comité para la protección de todos los Trabajadores Migrantes y de sus Familias.
• El Comité sobre los derechos de las personas con discapacidad.
Aunque cada uno de estos Comités tienen una composición y unas competencias propias que los diferencian entre sí, todos ellos
responden a unas características comunes.
En primer lugar, salvo el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales son creados por un tratado internacional
autónomo, aunque la O.N.U. asume su financiación y les presta soporte administrativo y técnico. En segundo lugar, son órganos
técnicos integrados por expertos designados a título individual, que no pueden recibir instrucciones gubernamentales ni de
ningún otro órgano u organización, nacional o internacional. En tercer lugar, son órganos permanentes en cuanto a su creación,
que desarrollan sus trabajos en períodos de sesiones predeterminados cuya duración varía de un caso a otro. En cuarto lugar, su
competencia se circunscribe al instrumento convencional que los crea y les sirve de base. Por consiguiente, tan sólo pueden
interpretar y supervisar la aplicación del mismo y carecen de competencias generales en materia de derechos humanos o respecto
de cualquier otro instrumento.
Por último, en relación con el alcance de su competencia, ha de tenerse en cuenta que la misma se centra fundamentalmente en el
control y supervisión de la forma en que los Estados partes cumplen las obligaciones convencionales.

D) Los procedimientos de control. La actividad protectora


La función de control se realiza en el seno de la Organización de las Naciones Unidas a través de dos tipos de procedimientos:
los mecanismos convencionales y extraconvencionales.

a) Mecanismos convencionales
Los mecanismos convencionales se han establecido sobre la base de tratados internacionales ad hoc [solución específicamente
elaborada para un problema o fin preciso] y, por consiguiente, no obligan más que a aquellos Estados que voluntariamente hayan
prestado el consentimiento respecto de cada tratado en concreto. Aunque el modelo típico lo constituyen los sistemas de control
previstos en los dos Pactos Internacionales de Derechos Humanos y en el Protocolo Facultativo Primero al Pacto de Derechos
Civiles y Políticos, existen tantos sistemas de control como instrumentos convencionales y en cada uno de ellos la fiscalización
es ejercida por el Comité correspondiente a que nos hemos referido.

1. Pacto de Derechos Civiles y Políticos


Este Pacto crea un Comité de Derechos Humanos, integrado por dieciocho miembros que son elegidos y desempeñan sus
funciones a título personal en calidad de expertos. El mandato de cada miembro del Comité dura cuatro años y se renueva por
mitades para garantizar la continuidad de sus trabajos. El Comité de Derechos Humanos es el órgano con máxima competencia
para interpretar el alcance y significado del Pacto y de sus Protocolos Facultativos.
Dentro de la actividad de control y supervisión del Comité de Derechos Humanos es preciso diferenciar tres tipos de
procedimientos:
- Procedimiento de informes periódicos: El Pacto impone a los Estados la obligación genérica de presentar informes sobre las
disposiciones que hayan adoptado relativas a los derechos reconocidos en el Pacto.
En virtud de la misma el Comité ha establecido un procedimiento para la presentación y estudio de informes periódicos. Este
sistema de control es el único para el que se atribuye competencia automática al Comité, siendo oponible al Estado por el mero
hecho de haber ratificado o haberse adherido al Pacto, sin necesidad de que formule con posterioridad ninguna declaración de
reconocimiento de competencia a favor del Comité. Ello convierte al sistema de informes periódicos en el mecanismo más
general y en el único mecanismo común a todos los Estados partes en este Pacto. Dado que el sistema de control parte de un
informe gubernamental elaborado y presentado unilateralmente por el Estado, el grado de la fiscalización ejercida se reduce
sensiblemente. No obstante, esta deficiencia del sistema se ha superado en parte gracias a la intervención en las sesiones públicas
de las O.N.G. con estatuto consultivo ante el ECOSOC, que contrapesan con sus informaciones los informes presentados por el
Estado.

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-Procedimiento de denuncias intergubernamentales: Este procedimiento permite al Comité entender de una denuncia
presentada por un Estado parte contra otro Estado parte referida a una presunta violación por este último de las obligaciones
que le impone el Pacto. En cualquier caso, lo complejo del sistema y la reticencia de los Estados a actuar como acusadores en un
procedimiento en el que pueden llegar a ser acusados, ha determinado la inutilidad de este segundo tipo de procedimiento, de tal
forma que el Comité no ha intervenido nunca hasta la fecha por aplicación del mismo.

-Procedimiento de denuncias o comunicaciones individuales: Este procedimiento está establecido en el Protocolo Facultativo
Primero. Se aplica únicamente a aquellos Estados que han ratificado tanto el Pacto como el Protocolo Facultativo. En virtud de
este procedimiento cualquier individuo puede denunciar ante el Comité de Derechos Humanos una presunta violación de
alguno de los derechos humanos reconocidos por el Pacto. La denuncia puede ser presentada por cualquier individuo sometido a
la jurisdicción de un Estado parte, sin necesidad de que sea nacional del mismo, con la única limitación de que debe presentarla
la víctima de la violación o una persona que la represente, no admitiéndose por tanto la denuncia de terceros.
La denuncia ha de reunir una serie de requisitos para que el Comité pueda declararla admisible, en particular las siguientes:
• No ser anónima.
• No ser contraria a los principios del Pacto ni de las Naciones Unidas.
• No estar manifiestamente mal fundada.
• No haber sido sometida con anterioridad a otro sistema internacional de control en materia de derechos humanos.
• De manera muy especial, que la misma se interponga tras haber agotado los recursos internos existentes en el
ordenamiento del Estado infractor para garantizar la restitución del derecho presuntamente violado.

Procedimiento
No se establece un plazo determinado para la presentación de la denuncia. Tras la recepción de la comunicación el Comité ha de
dar traslado de la misma al Estado interesado, que podrá formular las observaciones y objeciones que estime pertinentes. Tales
informaciones, así como las que le proporcione por escrito el individuo, constituyen la base del procedimiento que
posteriormente se desarrolla ante el Comité, que tiene lugar siempre en forma confidencial.
El Reglamento del Comité le autoriza a solicitar al Estado denunciado que adopte medidas provisionales para evitar un daño
irreparable a la víctima de la violación alegada. Estas medidas de naturaleza cautelar, que no prejuzgan el pronunciamiento final
sobre el fondo del asunto, han sido utilizadas en escasas ocasiones.
El examen del asunto finaliza con una decisión del Comité en la que se pronuncia sobre la violación denunciada, pudiendo
igualmente formular sus observaciones al Estado interesado y al particular.
A pesar del carácter confidencial del procedimiento, el Comité ha de incluir en su informe anual a la Asamblea General un
resumen de sus decisiones sobre casos individuales. Igualmente, a pesar de no estar previsto en el Protocolo, el Comité hace
públicas todas sus decisiones en las que se pronuncia sobre el fondo. En la misma línea, el Comité decidió en su 39º período de
sesiones (1990) que los Estados que hayan ratificado el Protocolo Facultativo, deberán incluir en los informes periódicos a que
antes se ha hecho referencia una sección sobre la forma en que han dado cumplimiento a las decisiones del Comité que les
afecten.
El sistema de las denuncias individuales, denominadas eufemísticamente «comunicaciones», es el mecanismo de control más
perfeccionado de los establecidos en relación con el Pacto de Derechos Civiles y Políticos y el que otorga un mayor grado de
protección al particular.

2. Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales


Este Pacto no crea ningún órgano ad hoc de control, asignando al ECOSOC las funciones de su supervisión previstas en el
mismo. El ECOSOC empleó distintas fórmulas para cumplir tales funciones, hasta que mediante la Resolución 1985/17, crea el
Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (Comité DESC), a fin de establecer un órgano paralelo al Comité de
Derechos Humanos.
El paralelismo entre el Comité de Derechos Humanos y el Comité DESC se extiende al número de miembros y a la duración del
mandato, pero entre ambos existe una diferencia sustancial, al ser el Comité DESC un órgano subsidiario del ECOSOC y no un
órgano convencional en sentido estricto.

b) Mecanismos extraconvencionales
Frente a los procedimientos convencionales, basados en un tratado ad hoc y en el consentimiento expreso de los Estados, los
procedimientos extraconvencionales se basan en los poderes generales que la Carta de las Naciones Unidas atribuye a la
Organización en materia de derechos humanos. Su fundamento normativo no es otro que la Carta y las resoluciones que la
desarrollan y son el resultado directo de la evolución de la práctica de la ONU en esta materia, en particular de su Comisión de
Derechos Humanos, ya que es en este órgano donde se desarrollaron los mecanismos de control extraconvencionales a partir de
1967. Ello introduce un cambio sustantivo respecto de los mecanismos convencionales, ya que el órgano básico de control es un
órgano intergubernamental, político, y no un órgano técnico como lo son los Comités estudiados.
Dentro de este grupo debemos diferenciar tres tipos de procedimientos:

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1. Procedimiento de denuncia
El procedimiento de denuncia constituye una forma de tratamiento de las comunicaciones sobre violaciones de derechos
humanos que se inicia en 1971 y tiene como finalidad abordar cuadros persistentes de violaciones manifiestas y fehacientemente
probadas de todos los derechos humanos y de todas las libertades fundamentales que se produzcan en cualquier parte del mundo
y en cualquier circunstancia.
Conforme a la nueva reglamentación introducida por la Res. 5/1 del Consejo de Derechos Humanos, las comunicaciones pueden
ser presentadas por cualquier persona o grupo que se considere víctima de una violación de derechos humanos, o por cualquier
persona o grupo, incluidas las ONG, que aún no siendo víctimas, sostengan que tienen un conocimiento directo de la violación o
que, aún habiéndolo tenido de segunda mano, tienen pruebas suficientes.
El procedimiento de denuncia se caracteriza por su confidencialidad, que afecta tanto a las comunicaciones presentadas como a
los debates de los órganos competentes y a las decisiones adoptadas por el Consejo, no siendo de conocimiento público más que
el nombre de los Estados que son estudiados en el marco de este procedimiento. Ello se ha traducido en la práctica en una
deformación de este procedimiento, que ha sido utilizado frecuentemente por los Estados con la simple finalidad de eludir un
procedimiento público que, como tal, es necesariamente más eficaz. Esta circunstancia, unida a su falta de eficacia protectora
para el particular, tuvo como consecuencia inmediata una pérdida de interés por este mecanismo, tanto por parte de los usuarios
del sistema como por parte de la propia Comisión que desplazó su práctica progresivamente hacia los procedimientos públicos
especiales.

2. Procedimientos especiales
Estos procedimientos se caracterizan esencialmente por ser públicos y por que pueden establecerse y desarrollarse sin necesidad
del consentimiento del Estado interesado. A pesar de que los procedimientos públicos especiales presentan, por su propia
naturaleza y origen, algunas diferencias de un supuesto a otro, el análisis de la práctica de la Comisión permite identificar una
serie de rasgos comunes a todos ellos:
− Dichos procedimientos tan sólo pueden establecerse cuando existan indicios de la existencia de una situación global de
violación de derechos humanos. Dicha situación puede definirse en un territorio determinado o bien a escala mundial
respecto de un tipo de derecho o bajo una forma de violación. Por consiguiente, el objeto del control es la situación y no los
supuestos individualizados de violación, por lo que no cabe dar respuesta a denuncias concretas, con la única excepción del
procedimiento sobre detenciones arbitrarias y de las acciones urgentes.
− El control se realiza sobre la base de una investigación ad hoc realizada por un órgano que se crea al efecto y que han
recibido diversas denominaciones. La principal característica de estos órganos es que actúan a títulos de expertos. Estos
órganos tienen como principal función la determinación y evaluación de los hechos que definen una situación, a partir de
toda la información a su disposición, incluida la obtenida en las eventuales visitas al territorio investigado. Este grupo de
expertos debe elaborar un informe sobre la situación investigada en el que se formulan las oportunas conclusiones y
recomendaciones dirigidas al Consejo de Derechos Humanos, que es el órgano encargado de realizar la actividad de control
en sentido estricto.

La eficacia del sistema radica en la presión que puede ejercerse, en forma individual o colectiva, sobre el Estado investigado.
Ello atribuye un papel central a la publicidad, que se extiende tanto a los informes como a los debates y a las resoluciones
adoptadas por la Comisión. Dicha publicidad, que posibilita la presión internacional ulterior, se convierte de esta forma en la
garantía irrenunciable del sistema.

3. Procedimiento del «examen periódico universal»


Este mecanismo está inspirado en el sistema de informes periódicos gubernamentales diseñado en algunos tratados de derechos
humanos, entre los que destaca el sistema de Pacto de Derechos Civiles y Políticos.
El nuevo sistema se aplica a todos los Estados miembros de las Naciones Unidas, que deberán presentar informes periódicos
sobre el cumplimiento y las dificultades que encuentran en la aplicación de las normas de derechos humanos y de Derecho
Internacional Humanitario que le sean aplicables. España se sometió por primera vez al examen periódico universal en el 2010.

c) Los Tribunales Penales Internacionales


En los años noventa del pasado siglo han hecho su aparición los Tribunales Penales Internacionales como un nuevo instrumento
de protección indirecta de los derechos humanos. Estos tribunales surgen originariamente como respuesta del Consejo de
Seguridad a graves situaciones de quiebra de la paz y la seguridad internacionales y tienen por objeto garantizar el respeto de
las normas de Derecho Internacional Humanitario y de otros instrumentos internacionales que tipifican crímenes contra la
humanidad. Su jurisdicción se extiende a los individuos que se reputen autores de dichas violaciones, que podrán ser objeto de
una sanción internacional.
Los dos primeros tribunales penales internacionales se insertan en el sistema de las Naciones Unidas, ya que han sido creados por
el Consejo de Seguridad. Son los siguientes:
• Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (1993).
• Tribunal Penal Internacional para Ruanda (1994).

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Con posterioridad, por impulso del Consejo de Seguridad, se han creado los siguientes tribunales:
• Tribunal para Sierra Leona (2000).
• Tribunal para Camboya.
Los tribunales anteriores son tribunales ad hoc, creados para una situación concreta. Frente a ellos se ha creado la Corte Penal
Internacional como tribunal de carácter permanente.

E) El programa de asesoramiento y asistencia técnica


Junto a las funciones codificadoras y de protección de los derechos humanos antes descritas, la ONU ha puesto en marcha desde
los primeros años de su existencia un programa de asesoramiento y asistencia técnica que completa la función promocional de la
Organización y cierra el Programa de Derechos Humanos de la misma.
Su finalidad es proporcionar a los Estados, con su consentimiento previo, los instrumentos necesarios para hacer efectivo en sus
respectivos ordenamientos el estándar internacional en materia de derechos humanos definido por la ONU, y asistirles en la
adquisición de los conocimientos y la adopción de las medidas internas que les permitan cumplir las obligaciones internacionales
voluntariamente aceptadas. Todas las actividades que se desarrollan en el mismo son programadas y dirigidas por el Alto
Comisionado, que asume la coordinación de todas las actividades de asistencia técnica de las Naciones Unidas en la materia, que
son gestionadas desde su Oficina.
Aunque las actividades de asesoramiento y asistencia técnica en materia de derechos humanos son autónomas de la función
codificadora y de la función protectora, en la práctica se han establecido importantes nexos entre las mismas. Este nexo es de
especial significación respecto de la función protectora o de control, de manera que los programas de asistencia técnica se han
establecido en un buen número de casos a resultas de procedimientos de control previos, especialmente respecto de
procedimientos públicos especiales. En este plano, el programa de asesoramiento puede cumplir una importante función
coadyuvante en el restablecimiento de una situación de disfrute efectivo de los derechos humanos en un país. Esta acción
conjunta en los planos del control y la asistencia responde —además— a la idea de un Programa global de derechos humanos
auspiciado por la Organización. Sin embargo, su adecuado desarrollo exige que, aunque coincidentes en el tiempo, se mantengan
claramente diferenciadas ambas categorías de actividades, impidiendo una desnaturalización de las mismas que —como ha
demostrado en alguna ocasión la práctica— puede perjudicar a la actividad principal de control y supervisión internacional.

F) Nuevas tendencias: Derechos humanos y mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales


Con el cambio experimentado en los últimos años en la Sociedad Internacional y especialmente tras la desaparición del
enfrentamiento Este-Oeste, los derechos humanos han perdido en buena medida su negativo componente de instrumento al
servicio de una determinada ideología y se han situado en el plano más general de la consolidación de la paz, que ya quedaba
apuntado en la Declaración Universal de 1948.
Se refuerza de esta manera en la actividad de las Naciones Unidas el vínculo entre paz y seguridad internacionales, de un lado, y
promoción y protección de los derechos humanos, de otro, convirtiéndose estos últimos en uno de los sustentos de dicha paz.
Este vínculo, que se recoge ya en el informe del Secretario General «Un Programa de Paz» y en la propia Declaración y
Programa de Acción de la Conferencia de Viena de 1993, se ha traducido igualmente en un importante cambio experimentado en
el seno del Consejo de Seguridad.
Como consecuencia de esta nueva aproximación, los derechos humanos se convierten en elemento necesario para el
mantenimiento, la construcción y la consolidación de la paz y, por consiguiente, pasan a integrar el mandato de algunas de las
Operaciones para el mantenimiento de la paz establecidas por el Consejo de Seguridad a partir de 1988.
Esta vinculación entre derechos humanos y mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales se refleja igualmente sobre la
problemática de los nuevos retos a que se enfrenta la seguridad como consecuencia de las nuevas manifestaciones reforzadas del
terrorismo internacional. Este vínculo, que ha sido recientemente reconocido por el Secretario General, se ha plasmado ya en el
nombramiento, en 2004, de un Experto Independiente sobre la protección de los derechos humanos y las libertades
fundamentales en la lucha contra el terrorismo.

LECCIÓN 23. LA PROTECCIÓN INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS (II)

1. CONSIDERACIONES GENERALES: REGIONALISMO Y DERECHOS HUMANOS

Uno de los sectores del Derecho Internacional contemporáneo donde el fenómeno del regionalismo tiene una presencia más
acusada es en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Esto es debido en gran parte a la estrecha conexión de los
derechos humanos con el fenómeno de las Organizaciones Internacionales. Así, junto a los sistemas universales de control, han
hecho su aparición importantes sistemas regionales de protección de los derechos humanos que se desarrollan como regla en el
seno de las grandes Organizaciones regionales de fines generales. En nuestro estudio nos centraremos en las tres regiones en que
los sistemas de protección de los derechos humanos han alcanzado un mayor desarrollo: Europa, América y África.
Los sistemas regionales que vamos analizar presentan los siguientes rasgos comunes:
− Surgen siempre en conexión con una Organización regional.

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− Están llamados a operar entre un conjunto de Estados que, perteneciendo a una misma área geográfica, presentan
importantes similitudes en sus sistemas políticos, económicos y sociales, así como en sus respectivos sistemas jurídicos
internos. Estas características facilitan tanto la definición de derechos como el establecimiento de mecanismos de control
generalmente aceptados por los Estados.
− Mayor juridificación y tecnificación de los sistemas regionales, tanto de los instrumentos jurídicos que les sirven de base
como de los mecanismos de control que se definen en los mismos. Así, es en el ámbito regional donde se ha establecido la
fórmula de los tribunales internacionales de derechos humanos, representados en el Tribunal Europeo, Corte
Interamericana de Derechos Humanos y Corte Africana de Derechos del Hombre y de los Pueblos.

Los sistemas regionales son plenamente autónomos de los sistemas universales, respecto de los que no se establece ninguna regla
de subordinación ni de primacía. Por el contrario, en el caso de que una presunta violación de derechos humanos hubiese sido
cometida por un Estado que está sometido tanto a un sistema universal de control como a un sistema regional, la protección
internacional podría realizarse a través de cualquiera de estos sistemas, correspondiendo, en principio, al particular interesado la
elección de aquel que considere más adecuado a la defensa de sus derechos. Esta libertad de elección tan sólo encuentra un
límite, vinculado con las excepciones de litispendencia y cosa juzgada, a saber: cuando un asunto haya sido sometido a un
mecanismo de control (universal o regional) o resuelto por el mismo, no podrá ser nuevamente sometido con el mismo objeto y
por los mismos sujetos a otro sistema similar establecido en un ámbito distinto (universal o regional).
Así pues, los sistemas universales y regionales de protección de los derechos humanos se relacionan entre sí conforme a un
modelo de autonomía e independencia que exige para cada caso la intervención exclusiva de un solo mecanismo regional o
universal. Sólo cuando se introduzcan nuevos elementos fácticos o se someta el asunto a un mecanismo de control distinto en su
naturaleza al que resolvió en primer lugar resultará posible instar la intervención de un segundo órgano internacional de control,
pudiéndose producir en tal caso la actuación acumulativa de un sistema universal y un sistema regional.
A pesar de los caracteres comunes que se acaban de señalar, cada uno de los sistemas regionales de protección de los derechos
humanos presenta importantes rasgos distintivos que le diferencian de los restantes y definen su especificidad y autonomía.

2. LA PROTECCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS EN EL ÁMBITO EUROPEO

A) Introducción

El continente europeo ha sido, desde los inicios, uno de los principales actores del proceso de internacionalización de los
derechos humanos. No es de extrañar, por consiguiente, que haya sido en su seno donde se institucionalice el primer sistema de
protección, a partir de la adopción por el Consejo de Europa del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos
y las Libertades Fundamentales, tras una evolución que se inicia antes incluso de la constitución del propio Consejo de Europa.
Surge de este modo un mecanismo protector que se ha convertido en paradigma de los establecidos con posterioridad, tanto en
Europa como en otros ámbitos regionales, especialmente el interamericano, y que es conocido habitualmente como «sistema
europeo de derechos humanos».
Sin embargo, el citado mecanismo no es en la actualidad el único aplicable en el ámbito europeo. Por el contrario, la gran
importancia atribuida a la protección y garantía de los derechos humanos en el continente se ha traducido en el establecimiento
de sendos mecanismos vinculados con organismos regionales europeos distintos del Consejo de Europa. A este respecto, es
preciso mencionar el sistema de protección pretoriana que se ha articulado en el seno del Tribunal de Justicia de la Unión
Europea y la conexión Unión Europea-derechos humanos; el mecanismo de seguimiento y control establecido en la
Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (O.S.C.E.) y la Convención de Minsk adoptada el 26 de mayo de 1995
por los países integrados en la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Aunque ninguno de estos nuevos mecanismos puede
restar protagonismo al sistema arbitrado en el Consejo de Europa, su concurrencia con el mismo viene a ampliar la cobertura de
la protección de los derechos humanos de que goza el hombre europeo, entendido ahora en su sentido más amplio que abarca ya
a la totalidad de Europa.
No obstante, el mayor grado de desarrollo y perfeccionamiento se produce en el marco de los mecanismos establecidos en el seno
del Consejo de Europa y en el ámbito de la Unión Europea.

B) La protección de los derechos humanos en el Consejo de Europa

a) Consideraciones generales
La propia creación del Consejo de Europa se encuentra en íntima relación con la protección de un conjunto de valores entre los
que ocupa un lugar central la democracia y la garantía de los derechos humanos. En esta perspectiva se entienden las referencias
que a los mismos se hace en el preámbulo del Estatuto del Consejo de Europa, en su art. 2 y, sobre todo, en sus arts. 3 y 8, que
convierten la promoción y protección de los derechos humanos en uno de los fundamentos ideológicos de la Organización. Así, si
en el art. 3 se proclama expresamente que Cada uno de los Miembros del Consejo de Europa reconoce el principio del imperio
del Derecho y el principio en virtud del cual cualquier persona que se halle bajo su jurisdicción ha de gozar de los derechos
humanos y de las libertades fundamentales, y se compromete a colaborar sincera y activamente en la consecución de la finalidad
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definida en el capítulo primero».el art. 8 prevé la suspensión y expulsión del Consejo de todo Estado que incumpla las exigencias
del art. 3.

Sobre esta base el Consejo de Europa ha desarrollado una importante función codificadora y de protección, pudiéndose afirmar
que la defensa de los derechos humanos constituye en la actualidad una de las actividades centrales de esta Organización.

b) El proceso codificador

1. Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales (Convenio de Roma) -
> derechos civiles y políticos
El instrumento más emblemático del sistema europeo es el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de
las Libertades Fundamentales, adoptado en Roma el 4 de noviembre de 1950, que entró en vigor el 3 de septiembre de 1953.
España lo ratificó por instrumento de 26 de septiembre de 1979, entrando en vigor para nuestro país el 4 de octubre del mismo
año.
El Convenio Europeo ha sido el primer texto convencional adoptado en materia de derechos humanos. Retoma los derechos y
principios contenidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, imponiendo obligaciones concretas a los
Estados. Al mismo tiempo, establece un sistema de control en el que se incluye la posibilidad de que los particulares presenten
denuncias individuales contra el Estado, lo que permite hablar del reconocimiento de auténticos derechos subjetivos a favor del
particular, que se corresponden con obligaciones estatales automáticamente exigibles en el plano internacional.

Por lo que se refiere a los derechos protegidos, el Convenio Europeo incluye exclusivamente derechos civiles y políticos. Junto
al derecho a la vida y la integridad personal, se reconocen los derechos a la libertad y la seguridad; el derecho a un juicio justo; el
derecho a la vida privada y familiar; el derecho a la intimidad y a la inviolabilidad del domicilio; libertad de pensamiento,
conciencia y religión; libertad de expresión, manifestación y asociación y el derecho a contraer matrimonio y constituir una
familia.
Los anteriores derechos sustantivos se ven completados con dos derechos de orden adjetivo que se conciben como garantías
globales del sistema, a saber: el principio de no discriminación en el disfrute de los derechos y el derecho a poder interponer un
recurso ante la jurisdicción nacional para defender cualquiera de los derechos reconocidos.
El Convenio Europeo ha sido completado con catorce Protocolos adicionales adoptados entre 1952 y 2004. A través de ellos se
ha llevado a cabo:
• Una modificación del sistema de protección (Protocolos 2, 3, 5, 8, 9, 10, 11 y 14).
• Una ampliación de los derechos protegidos (Protocolos 1, 4, 6, 7, 12 y 13).
Todos los Protocolos han entrado en vigor, salvo los números 10 y 14.

Protocolos adicionales relativos al sistema de protección. Las modificaciones introducidas por los mismos se han ido
incorporando paulatinamente al texto del Convenio, habiendo sido finalmente sustituidas por el nuevo mecanismo procesal
establecido por el Protocolo núm. 11. España ratificó en su día todos los Protocolos adicionales de naturaleza procesal a
excepción del Protocolo núm. 9 y del Protocolo núm. 10.
El 15 de mayo de 2005 se adoptó el Protocolo número 14 relativo a las modificaciones del sistema de protección, cuya finalidad
es facilitar un funcionamiento más ágil y eficaz del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Este Protocolo, que fue ratificado
por España mediante instrumento de 15 de marzo de 2006, ha entrado en vigor el 1 de junio de 2010.

Protocolos adicionales que amplían el número de derechos reconocidos. A través de esta técnica se han proclamado el
derecho a la propiedad privada; a la instrucción y a la celebración de elecciones libres; el derecho a la libre circulación y
residencia dentro del país del que se es nacional; a no ser expulsado y a salir y entrar libremente en el mismo; la prohibición de
expulsiones masivas de extranjeros y el derecho de los extranjeros a no ser expulsados del país en que residen regularmente salvo
con las debidas garantías reconocidas en el Protocolo; la abolición de la pena de muerte; la prohibición de la prisión por deudas;
el derecho a un recurso en todo proceso penal; el derecho a la aplicación del principio non bis in idem en todo proceso penal; el
derecho a una indemnización en caso de error judicial y el derecho a la igualdad de los cónyuges en las relaciones maritales y
paterno-filiales. Por su parte, el Protocolo núm. 12 establece un sistema de prohibición general de la discriminación y el
Protocolo número 13 proclama la abolición de la pena de muerte en toda circunstancia.

Los derechos reconocidos en el Convenio y sus Protocolos obligan automáticamente a los Estados, que tan sólo pueden
introducir límites al alcance de los mismos en la forma en que lo autoriza el propio Convenio, a saber: 1) a través de la
formulación de las reservas y declaraciones permitidas: 2) a través de las limitaciones a los derechos autorizadas por el
Convenio que, en todo caso, deben ser establecidas por ley y siempre en el marco del respeto a los principios democráticos, sin
que en ningún caso sea posible la exclusión del núcleo central del derecho reconocido. Por último,3) la Convención prevé en su
art. 15 un sistema de suspensión temporal del disfrute de ciertos derechos, que tan sólo puede producirse en situaciones de

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emergencia tasadas en el Convenio y está sometido a severas garantías materiales y formales para evitar un abuso de esta
facultad que se reconoce al Estado

2. Carta Social Europea (Carta de Turín) -> derechos económicos, sociales y culturales
La gran laguna dejada por el Convenio Europeo es la protección de los derechos económicos, sociales y culturales, que ha sido
subsanada por la adopción el 18 de octubre de 1961 de la Carta Social Europea, también conocida como Carta de Turín, que
entró en vigor el 26 de febrero de 1965. España ratificó la Carta mediante instrumento de 6 de mayo de 1980, entrando en vigor
para nuestro país el 5 de junio del mismo año.
Aunque ya el Convenio de Roma había proclamado algunos derechos económicos y sociales, lo hace de modo puntual y sin
vincularlos con unos principios generales de política social. Por el contrario, la Carta Social Europea enumera de forma global
un conjunto de principios y derechos que han de ser tomados en consideración por los Estados partes en la definición de sus
respectivas políticas económicas y sociales. Los derechos reconocidos pueden agruparse en tres bloques:
1. El derecho al trabajo y otros derechos reconocidos al individuo en cuanto trabajador, tales como condiciones
equitativas de trabajo, una remuneración igualmente equitativa, seguridad e higiene, los derechos sindicales y a la
negociación colectiva, la orientación y formación profesional y la protección de ciertas categorías de trabajadores como
las mujeres y los niños.
2. Los derechos sociales al margen de la relación laboral: salud, seguridad social, asistencia social y médica, beneficios
derivados de los servicios sociales, protección de la familia, de la madre, de los niños y de las personas discapacitadas.
3. Los derechos de los trabajadores migrantes.

Los derechos protegidos han sido ampliados por el Protocolo adicional adoptado el 5 de mayo de 1988, que entró en vigor para
nuestro país en 2000. En el Protocolo adicional se reconocen el derecho a la protección social en la vejez y ciertos derechos que
se han de desarrollar en la esfera laboral, tales como la igualdad de oportunidades y la no discriminación por razón del sexo, el
derecho de información y consulta de los trabajadores en el seno de la empresa y el derecho a la participación en la fijación y
mejora de las condiciones de trabajo y del medio laboral.
Contrariamente a lo que sucede en el Convenio de Roma, los derechos reconocidos tanto en la Carta Social Europea como en su
Protocolo Adicional no son exigibles en su totalidad a los Estados partes. Al contrario, en ambos casos los Estados pueden
establecer un régimen jurídico a la carta, eligiendo tan sólo algunos de los derechos enunciados, con unos reducidos límites
establecidos por la Carta Social que obliga en todo caso a reconocer los siguientes derechos: derecho al trabajo, derechos
sindicales, derecho a la negociación colectiva, derecho a la seguridad social, a la asistencia social y médica, derecho a la
protección de la familia y el derecho de los trabajadores migrantes y de sus familias a protección.
Si el Convenio de Roma y la Carta Social Europea definen el régimen general de protección en el Consejo de Europa, con
posterioridad se han adoptado en su seno otros instrumentos de alcance sectorial. Entre ellos es preciso destacar el Convenio
Europeo para la prevención de la tortura y de las penas o tratos inhumanos o degradantes, adoptado en 1987, que entró en
vigor en nuestro país en 1989. El citado Convenio ha creado un Comité cuya función básica consiste en la realización de visitas a
los centros de detención y encarcelamiento de los Estados partes, a fin de evaluar el respeto en los mismos de la prohibición de la
tortura y otras penas o tratos inhumanos o degradantes.

c) El mecanismo de protección del Convenio Europeo de Derechos Humanos. Órganos y procedimiento


El mecanismo de protección del Convenio Europeo ha experimentado un interesante proceso de cambio, que ha culminado con la
entrada en vigor del Protocolo adicional núm. 11, el 1 de noviembre de 1998. Este proceso ha girado en torno a dos ejes:
1. La potenciación del modelo judicial y, por tanto, del Tribunal Europeo de Derechos Humanos frente a los restantes
órganos (frente a la Comisión Europea de Derechos Humanos y al Comité de Ministros).
2. El progresivo acceso directo del particular al órgano judicial.

Frente al anterior modelo, el Protocolo núm. 11 modificó sensiblemente el sistema de protección:


• En el nuevo mecanismo la Comisión desaparece y todas las funciones de instrucción y enjuiciamiento le van a
corresponder al nuevo Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
• El Comité de Ministros pierde todas las competencias decisorias, no correspondiéndole más que una función general de
supervisión de la forma en que el Estado afectado ejecuta la sentencia dictada por el TEDH.
• La competencia jurisdiccional del nuevo Tribunal es automática y le viene asignada por el Convenio en la forma en que
ha sido enmendado por el Protocolo núm. 11.
• Se reconoce al particular legitimación activa para presentar una demanda ante el Tribunal, que se configura como
único órgano de control del sistema.

2.El Tribunal Europeo de Derechos Humanos


El Tribunal Europeo de Derechos Humanos es un órgano jurisdiccional de carácter permanente integrado por jueces que
desempeñan sus funciones a tiempo completo y de forma exclusiva, sin que puedan compatibilizar dichas funciones con ninguna
otra actividad profesional, retribuida o no. El número de jueces es variable, siendo en todo momento igual al de los Estados
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partes (47 en la actualidad). Los jueces son elegidos por la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa de entre una terna
presentada por cada Estado parte y tienen un mandato de nueve años, no siendo reelegibles.

El Tribunal tiene competencia para ejercer tanto una función contenciosa como consultiva, siempre en relación con el Convenio
de Roma de 1950 y sus Protocolos adicionales:
1. Función consultiva. Será ejercida a instancia del Comité de Ministros del Consejo de Europa y puede afectar a
cualesquiera cuestiones jurídicas relativas a la interpretación del Convenio y sus Protocolos, con el único límite de que no
se trate de una cuestión que pudiera ser sometida al Tribunal en vía contenciosa y sobre la que, por tanto, pudiera recaer
sentencia obligatoria para los Estados afectados.
2. Función contenciosa. A través de esta función el TEDH puede conocer de cualquier demanda que le sea presentada por un
particular o por un Estado:
− En el caso de las demandas individuales el objeto de la misma habrá de ser necesariamente una presunta violación
de cualquiera de los derechos reconocidos en el Convenio o en sus Protocolos adicionales.
− A través de las demandas interestatales podrá someterse a consideración del Tribunal cualquier incumplimiento de lo
previsto en el Convenio o en sus Protocolos que sea imputable a un Estado parte, lo que se traduce en una
competencia sustantiva más amplia que la prevista para las demandas individuales.
El Tribunal desempeña sus funciones en Pleno, Salas y a través de Comités, definiéndose en el Convenio un complejo sistema de
organización. Se atribuye preferencia a los Comités y a las Salas frente al Pleno. El complejo sistema orgánico se ve completado
por un Secretario designado por el propio Tribunal, que asume las funciones propias de la oficina judicial. Igualmente el
Tribunal, en el desempeño de sus funciones, está asistido por letrados, a los que el Convenio denomina «refrendarios».

3.Sistema de protección. Requisitos de admisibilidad de una demanda ante el TEDH


La actividad principal del sistema de protección se desarrollará a través de las denuncias individuales. El proceso se inicia
siempre a instancia de parte, pudiendo presentar la demanda cualquier persona física, organización no gubernamental o grupos de
particulares que se considere víctima de una violación de un derecho reconocido en el Convenio o en uno de sus Protocolos
adicionales y que sea imputable a un Estado Parte. La demanda ha de reunir una serie de requisitos que, en caso de no cumplirse,
pueden determinar la declaración de inadmisibilidad de la misma. Los requisitos en cuestión son los mismos exigidos en su día
respecto de las denuncias presentadas ante la Comisión Europea de Derechos Humanos, a saber:
• No ser anónima.
• Haberse presentado tras el agotamiento de los recursos internos disponibles en el ordenamiento del Estado demandado.
• Presentarse en el plazo máximo de seis meses desde que recaiga la última resolución que pone fin al procedimiento
interno.
• No haber sido sometida ya en idénticos términos ante el TEDH o ante otro órgano internacional de solución de
controversias.
• No ser incompatible con las disposiciones del Convenio o sus Protocolos.
• No estar manifiestamente mal fundada o ser abusiva.

Tras la declaración de admisibilidad el Tribunal puede ponerse a disposición de las partes para llegar a un acuerdo amistoso que
siempre habrá de basarse en el respeto de los derechos humanos. En caso contrario, se iniciará el procedimiento contencioso en
sentido estricto, que tiene por objeto la constatación de la presunta violación de alguno de los derechos reconocidos en el
Convenio o en los Protocolos adicionales. A lo largo del mismo se garantiza la igualdad de armas entre el Estado demandado y el
particular demandante, al que se reconoce un amplio ius standi [derecho de personarse o acceso a un tribunal] ante el Tribunal.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos puede dictar sentencias condenatorias del Estado y sentencias en las que reconoce al
particular el derecho a una reparación equitativa. Dichas sentencias dictadas en primera instancia, pueden ser objeto de recurso
ante el propio Tribunal, con carácter extraordinario, en el plazo improrrogable de tres meses. Transcurrido dicho plazo adquieren
el carácter de definitivas, obligan a los Estados y deben ser ejecutadas por los mismos, para lo que gozan de un amplio margen de
discrecionalidad. En todo caso, el Comité de Ministros ejercerá la función de supervisión sobre la forma en que los Estados
ejecutan dichas sentencias

d) El mecanismo de protección de la Carta Social Europea: Órganos y procedimiento


El sistema de control previsto en la Carta se limita al estudio de informes gubernamentales. Estos informes han de ser
presentados cada dos años por los Estados partes, con indicación de las medidas adoptadas en sus respectivos ordenamientos
internos para dar cumplimiento a las obligaciones derivadas de la Carta. Los informes en cuestión son evaluados en un
procedimiento que se divide en tres fases y en el que intervienen sucesivamente cuatro órganos. El Comité puede dirigir
recomendaciones individualizadas a cada Estado, pero no puede condenarle por una presunta violación ni imponerle pautas
obligatorias de comportamiento.
La complejidad del procedimiento y la pluralidad de órganos que intervienen en el mismo ha generado ciertas deficiencias que se
han pretendido paliar mediante un sistema de racionalización contenido en el Protocolo de enmienda de 21 de octubre de 1991
(ratificado por España por instrumento de 24 de enero de 2000) que aún no ha entrado en vigor formalmente y que, no obstante,
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se aplica en la práctica por decisión del Comité de Ministros del Consejo de Europa. Sin embargo, este Protocolo no permite
superar la principal deficiencia del actual sistema de control: la imposibilidad de presentar denuncias contra un Estado. Tal
deficiencia tan sólo parece superarse parcialmente en el Protocolo Adicional relativo a un sistema colectivo de quejas, de 9 de
noviembre de 1995, que permite la presentación de denuncias colectivas por parte de organizaciones patronales y sindicatos. El
Protocolo, que ha entrado en vigor el 1 de julio de 1998, no ha sido ratificado por España

e) El Comisario para los Derechos Humanos del Consejo de Europa


El Comisario para los Derechos Humanos es un órgano propio del Consejo de Europa, nombrado por la Asamblea parlamentaria
por elección de entre una terna propuesta por el Comité de Ministros. Se trata de una «instancia no judicial» cuyas funciones no
pueden confundirse ni solaparse con las de otros órganos ya existentes en el sistema europeo de derechos humanos. En especial,
no puede recibir quejas individuales.
La función del Comisario es la de fomentar la educación, la sensibilización y el respecto en lo concerniente a los derechos
humanos. Puede fomentar e impulsar el interés por los derechos humanos en el interior de los Estados, facilitar asesoramiento e
información en la materia, identificar insuficiencias en el derecho y la práctica de los Estados miembros, responder a peticiones
que le sean formuladas por el Comité de Ministros o la Asamblea Parlamentaria y cooperar con otras instituciones
internacionales encargadas de la promoción y protección de los derechos humanos. Para dar cumplimiento a este mandato puede
entrar en contacto directo con los gobiernos de los Estados miembros, realizar visitas a dichos Estados y emitir recomendaciones,
opiniones e informes. Su actividad ha de recogerse, en todo caso, en el informe anual que presenta al Comité de Ministros y a la
Asamblea Parlamentaria.

C) La protección de los derechos humanos en la Unión Europea


El Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas ha puesto en marcha desde 1969 un eficaz sistema de protección de los
derechos humanos de base pretoriana que se ha mantenido hasta nuestros días. El Tribunal no protege los derechos humanos
de forma aislada, sino cuando se produce una conexión comunitaria, es decir, cuando en el proceso de interpretación o
aplicación de una norma comunitaria se suscita una cuestión que afecta al disfrute de derechos humanos fundamentales.
A través de esta fórmula, y aplicando principios generales del Derecho, el Tribunal de Justicia viene ejerciendo una función
protectora respecto de derechos que no están expresamente reconocidos en el ordenamiento comunitario, pero que son
identificados a través de las tradiciones constitucionales de los Estados miembros, el Convenio Europeo de Derechos Humanos y
otros Convenios internacionales de derechos humanos ratificados por aquéllos.
La aproximación a los derechos humanos comenzó a cambiar tras la intensificación política del proceso de integración, que
culmina en la formalización de la Unión Europea. Así, frente al silencio anterior, el Acta Única Europea de 1986 contiene ya en
su preámbulo referencias a la protección de los derechos humanos como fundamento ideológico del sistema de integración. No
obstante, ha sido el Tratado de la Unión Europea de 1992 el instrumento que constitucionaliza el respeto a los derechos
humanos como fundamento de la Unión.
El Tratado de Ámsterdam (1997) viene a reforzar el papel de fundamento ideológico que corresponde a los derechos
fundamentales en el seno de la Unión. Este Tratado concibe el respeto de los derechos humanos como condición indispensable
que ha de cumplir cualquier candidato a incorporarse a la Unión y define un sistema de suspensión de los derechos de los Estados
miembros en caso de que violen los derechos fundamentales.
En este ámbito es fundamental la adopción de la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea, que fue
solemnemente proclamada en diciembre de 2000 y que, a pesar de carecer de carácter vinculante, tiene un significado político y
jurídico que no puede ser negado.
En el Tratado de la UE, modificado por el Tratado de Lisboa, se sigue manteniendo el lugar central atribuido a los derechos
fundamentales como valores en los que se fundamenta la Unión. Además, atribuye valor jurídico vinculante, aunque sin incluirla
expresamente en el Tratado, a la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea.

En cualquier caso, desde el punto de vista de la protección de los derechos humanos, el modelo de la Unión Europea permanece
inalterado, produciéndose la misma a través del sistema pretoriano establecido por el Tribunal de Justicia desde hace tres décadas
así, baste con destacar que en el Tratado de Lisboa, si bien el sistema pretoriano no se ve modificado en lo esencial, se prevé que
la Unión Europea se adherirá al Convenio Europeo de Derechos Humanos (art.6.2), lo que abrirá la posibilidad de un control
internacional extracomunitario sobre la forma en que las instituciones de la Unión, en el ejercicio de sus funciones, respetan el
principio genérico de garantía de los derechos humanos en que se basa la Unión. Para facilitar dicha adhesión, el Protocolo
número 14 del Convenio Europeo ha contemplado expresamente tal posibilidad, eliminando así el obstáculo técnico existente en
la actualidad.
Junto a ello ha de llamarse la atención sobre la creación de la Agencia Europea de Derechos Humanos, que se ha constituido el I
de marzo de 2007, en un intento de reforzar la estructura institucional que se ocupa de los derechos humanos en la Unión
Europea. A lo que ha venido a sumarse el Representante Especial de la Unión Europea para los Derechos Humanos, creado el 25
de julio de 2012,que desempeñará su mandato en el seno de la acción exterior de la Unión en conexión con el Marco Estratégico
y el Plan de Acción para los derechos humanos, aprobado por el Consejo de la Unión el 26 de mayo de este mismo año.

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VI. LA APLICACIÓN DEL DERECHO INTERNACIONAL

LECCIÓN 25. LA RESPONSABILIDAD INTERNACIONAL (I): EL HECHO INTERNACIONALMENTE ILÍCITO

1. IDEAS GENERALES
Los comportamientos de los sujetos del Derecho Internacional (DI) pueden ser valorados desde el punto de vista de su
conformidad o contrariedad con el ordenamiento jurídico internacional. En caso de contrariedad se habla comúnmente de hechos
ilícitos, generadores de ciertas consecuencias jurídicas negativas para el propio sujeto a quien le son atribuibles. Entre estas
consecuencias la más característica es la responsabilidad internacional (junto a otras, como la inoponibilidad o la nulidad del
hecho).
Tradicionalmente las relaciones jurídicas resultantes de la comisión de hechos internacionalmente ilícitos se configuraban como
relaciones de Estado a Estado, en la medida en que el Estado se había venido considerando como el único sujeto del DI. La
relación originada por el hecho internacionalmente ilícito viene a configurarse así como una relación interestatal de naturaleza
bilateral.
No obstante, el hecho de un Estado generador de responsabilidad internacional puede representar tanto una lesión directa de los
derechos de otro Estado como un perjuicio causado a un particular extranjero. Este último supuesto no convierte a la relación
resultante en el plano jurídico-internacional en una relación de particular lesionado a Estado responsable, sino que, a través de la
institución de la protección diplomática suscita una relación de Estado a Estado, dado que al hacerse cargo un Estado de la
causa de uno de sus nacionales lesionado por un acto contrario al DI cometido por otro Estado, no hace sino valer su propio
derecho, el de ver respetado en la persona de sus súbditos el DI.
Las premisas sobre las que se ha venido asentando tradicionalmente la reglamentación jurídica del hecho internacionalmente
ilícito y de sus consecuencias serían las siguientes:
1. El origen de la responsabilidad internacional lo constituye el hecho internacionalmente ilícito como hecho que contraria o
infringe el DI.
2. La relación nueva surgida con ocasión de la comisión de un hecho internacionalmente ilícito es una relación de Estado a
Estado. Por tanto, no se conciben en principio otros sujetos (activos o pasivos) de la relación de responsabilidad que los
propios Estados.
3. Dicha relación es por regla general una relación bilateral directa entre el Estado titular de un derecho subjetivo lesionado
por el hecho ilícito y el Estado al que se atribuye este hecho.
4. Las consecuencias de todo hecho que origina una relación de responsabilidad así configurada se traducen en términos
generales en una obligación de reparar a cargo del Estado al que el hecho es atribuible.

Ahora bien, los cambios sobrevenidos en la estructura y el funcionamiento de la sociedad internacional han provocado una
reconsideración y parcial revisión de las pautas tradicionales relativas a esta materia. Estos cambios proceden:
− Por un lado, de la aparición de nuevos sujetos del DI como las organizaciones internacionales o de la creciente aceptación
de la subjetividad jurídico-internacional del individuo.
− Por otro, de los riesgos que el recurso a la tecnología confiere a ciertas actividades, de nuevos planteamientos en materia de
relaciones económicas internacionales o de la progresiva toma de conciencia por parte de la comunidad internacional de
que ciertos comportamientos ilícitos revisten particular gravedad a la luz del DI, en cuanto pueden representar agravios
para la misma comunidad en su conjunto y no ya sólo respecto de Estados específicamente determinados.

En este sentido cabría señalar nuevas tendencias que apuntan en materia de responsabilidad internacional:
1. La admisión, junto a una responsabilidad por hecho ilícito, de una responsabilidad objetiva o por riesgo derivada de la
realización de actividades en principio no prohibidas, pero potencialmente generadoras de daños a terceros.
2. La irrupción de nuevos sujetos, activos o pasivos, de responsabilidad internacional, como las organizaciones
internacionales o, hasta cierto punto y aún muy limitadamente, el individuo.
3. La aceptación de la existencia de obligaciones para la comunidad internacional en su conjunto (obligaciones erga omnes),
correlativas a unos derechos subjetivos públicos o sin titular determinado, cuyo cumplimiento podría ser exigido por
cualquier Estado y, en conexión con tales obligaciones y con la idea del ius cogens internacional, la constatación de la
existencia de ciertos comportamientos ilícitos que, por atacar intereses fundamentales de aquella comunidad, adquieren
especial gravedad.
4. El reconocimiento de distintos regímenes de responsabilidad en función precisamente de la distinta naturaleza de la
obligación internacional violada y, por ende, de la distinta entidad del hecho ilícito, llegando incluso a rebasarse los límites
de la reparación stricto sensu.
5. El cambio de óptica que las reivindicaciones de los países en desarrollo tienden a producir en las pautas sobre
responsabilidad en materia de inversión extranjera, provocando, por ejemplo, que, por transposición al plano internacional
de la doctrina civilista del enriquecimiento sin causa, se propugne tener en cuenta, a la hora de estimar la compensación por
daños causados a los intereses extranjeros en casos de expropiaciones en el marco de medidas de nacionalización, los

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beneficios excesivos con que resultaran primados aquellos intereses al haberse prevalido durante tiempo de una posición
dominante.

A pesar de esta profunda evolución se ha producido un enorme esfuerzo codificador de las reglas relativas a la responsabilidad.
Este esfuerzo se ha ido reflejando en diversos proyectos codificadores de este sector del Derecho Internacional.

2. EL PROCESO CODIFICADOR
La CDI ha ido codificando y sistematizando sectorialmente las principales cuestiones y ámbitos relativos a la responsabilidad.
Vamos a hacer referencia a este proceso diferenciando sus diversas fases.
A) Responsabilidad internacional de los Estados
En el seno de las NU se abordó un ambicioso proceso de codificación de la responsabilidad de los Estados originada por hechos
internacionalmente ilícitos:
− Fase inicial (1956-1961). La Comisión de Derecho Internacional de NU (CDI) se centró en la responsabilidad por daños
causados a extranjeros.
− Segunda fase. Se inicia en 1962, tras considerar la CDI que su labor debería abarcar el estudio de las reglas generales de la
responsabilidad de los Estados, a la luz de la evolución reciente del DI. La CDI llegó a aprobar en agosto de 2001 la
totalidad del proyecto de artículos sobre la responsabilidad del Estado por hechos internacionalmente ilícitos,
recomendando a la AG que tomara nota de él en una resolución.

B) Responsabilidad objetiva o por riesgo


Paralelamente al estudio por parte de la CDI de la responsabilidad de los Estados originada en hechos internacionalmente ilícitos
(la cual va a constituir el objeto central de nuestro análisis) la propia Comisión ha emprendido en 1978 el examen de la
convencionalmente llamada responsabilidad objetiva o por riesgo. Sin embargo, tras constatar que los dos grandes elementos de
este tema, la prevención y la responsabilidad internacional, constituían cuestiones distintas aunque relacionadas entre sí y que
convenía abordarlas por separado, en 1997 decidió dividir ambos elementos, examinando en primer lugar los aspectos relativos a
la prevención. Por tanto, este proceso se desdobla en dos fases:
− Primera fase -> Prevención. En 2001 se aprueba el texto definitivo de un proyecto de artículos sobre «Prevención del
daño transfronterizo resultante de actividades peligrosas». La CDI sometió este proyecto a la Asamblea General
juntamente con la recomendación de que dicho órgano aprobase una convención basada en tal proyecto.
− Segunda fase -> Responsabilidad. La Comisión abordó el tema de la responsabilidad a partir de 2002 examinando esta
cuestión bajo el título «Responsabilidad internacional en caso de pérdida causada por un daño transfronterizo resultante
de actividades peligrosas». En junio de 2006 la CDI llega a adoptar un proyecto de principios sobre la asignación de la
pérdida en caso de daño transfronterizo resultante de este tipo de actividades, proyecto que recomienda que haga suyo la
AG mediante una resolución, instando a los Estados a que adopten disposiciones en el ámbito interno y en el internacional
para llevarlo a efecto.

C) Responsabilidad internacional de las organizaciones internacionales


En 2002 la CDI decidió incluir en su programa de trabajo el tema de la «responsabilidad internacional de las organizaciones
internacionales». En sus sesiones de 2003 a 2006 aprobó hasta treinta artículos del Proyecto.

3. CONCEPTO DE HECHO INTERNACIONALMENTE ILÍCITO


El origen de la responsabilidad internacional en sentido clásico lo constituye el hecho internacionalmente ilícito.
Podemos definir el hecho internacionalmente ilícito como un hecho atribuible a un sujeto jurídico-internacional que,
constituyendo una violación o infracción del DI, lesiona derechos de otro sujeto u otros sujetos de dicho ordenamiento, o incluso
derechos o intereses de los que sería titular la propia comunidad internacional, dando lugar, entre otras consecuencias, a la
responsabilidad del sujeto autor del hecho. Por tanto, son dos los planos en que se expresaría la ilicitud:
1. Uno, el relativo al derecho objetivo que resulta violado.
2. Otro, el relativo al derecho subjetivo que es lesionado como consecuencia del incumplimiento de la obligación (de hacer
o de no hacer) impuesta al sujeto por la regla en cuestión.

La palabra hecho expresa la idea de conducta en que reside todo evento atribuible a un sujeto de Derecho, consista esta conducta
en un comportamiento activo o pasivo. El adjetivo ilícito evoca, por su parte, la idea de contravención del Derecho.
El principio general aplicable a las contravenciones internacionales es el de que «Todo hecho internacionalmente ilícito del
Estado genera su responsabilidad internacional» (artículo 1 del proyecto de artículos de la CDI sobre la responsabilidad del
Estado por hechos internacionalmente ilícitos).

4. ELEMENTOS DEL HECHO INTERNACIONALMENTE ILÍCITO

La CDI, en el art. 2 de su proyecto de artículos, distingue entre dos elementos: el de la atribución y el de la violación.
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«Hay hecho internacionalmente ilícito de un Estado cuando un comportamiento consistente en una acción u omisión: a) es
atribuible según el Derecho internacional al Estado; b) constituye una violación de una obligación internacional del
Estado» (art. 2 del proyecto de artículos de la CDI.)

A) Elemento de la atribución
El elemento de la atribución alude a la presencia de una conducta activa (acción) o pasiva (omisión) y a la posibilidad de atribuir
esa conducta, en función de ciertas circunstancias, a un determinado sujeto del DI.
En relación con el Estado, en cuanto sujeto del DI, la CDI se refiere a la posibilidad de atribuir un comportamiento, no a la
persona o grupo de personas que lo ha tenido materialmente, sino al propio Estado, habida cuenta de que la ejecución material de
los actos de éste con relevancia en el plano jurídico-internacional corresponde siempre a individuos o conjuntos de individuos.
El comportamiento atribuible al sujeto puede consistir en una acción o en una omisión. Muchos hechos internacionalmente
ilícitos de los que los Estados resultan responsables constituyen conductas pasivas, como no sancionar una ley cuya adopción
venía exigida por un tratado o faltar a la diligencia debida no protegiendo los locales de una misión diplomática extranjera frente
a actos dañosos realizados por terceros.
Teniendo en cuenta que el Estado (sujeto por excelencia de las relaciones de responsabilidad internacional) actúa a través de
individuos o conjuntos de individuos, el problema principal de la atribución al Estado de un hecho internacionalmente ilícito,
originador en cuanto tal de su responsabilidad internacional, se conecta básicamente a la calidad o no de órganos del Estado
predicable de las personas autoras del hecho, así como a las condiciones en que tales personas actúan. De ahí que debamos
referirnos seguidamente a la atribución al Estado de la responsabilidad de los hechos cometidos por sus órganos, para ver a
continuación si el Estado es directamente responsable en el plano internacional por hechos de los particulares u otros, es decir, si
son atribuibles al Estado dichos hechos.

a) Comportamiento de los órganos estatales (atribución de responsabilidad al Estado por los hechos de sus órganos)
Es un principio básico el de que se atribuyan al Estado los hechos de sus órganos o agentes en tanto que integrantes de la
organización estatal. Este principio aparece reconocido de antiguo en la jurisprudencia internacional. El TIJ en 2007 indicó que el
comportamiento de todo órgano del Estado se considera como un hecho del Estado según el Derecho internacional y, por tanto,
daría lugar a la responsabilidad del Estado si constituye una violación de una obligación internacional de ese Estado.
Dada la capacidad del Estado para autoorganizarse, se entiende que «órgano» incluye toda persona o entidad que tenga esa
condición según el Derecho interno del Estado. Por otra parte, sólo se consideran hechos del Estado, desde el punto de vista del
DI, los realizados por personas o entidades que actúan en calidad de tales órganos, sin que quepa atribuirle los realizados por esas
personas o entidades a título puramente privado.
La conducta por la cual cabe declarar al Estado internacionalmente responsable puede consistir, bien en un hecho instantáneo,
bien en una cadena de hechos constitutiva de un proceso en el cual suelen intervenir varios órganos del Estado. En relación a este
asunto, el art. 4.1 del proyecto de artículos de la CDI considera atribuible al Estado todo hecho de un órgano suyo cualquiera que
sea su posición (superior o subordinada) en la organización del Estado.
En la doctrina del DI hay una virtual unanimidad en cuanto a la posibilidad de considerar como hecho del Estado la conducta de
cualquiera de sus órganos independientemente del «poder» al que pertenezca, soliendo figurar en los Manuales un estudio por
separado de los más significativos hechos generadores de responsabilidad internacional realizados por órganos legislativos,
administrativos y judiciales. Por tanto, es indiferente la naturaleza de las funciones (legislativas, ejecutivas o judiciales) ejercidas
por el órgano o el carácter internacional o interno de esas funciones.
El principio de la responsabilidad del Estado por hechos de sus órganos ejecutivos, legislativos y judiciales se da por sentado en
toda una serie de decisiones internacionales. Se supera así la vieja tesis de que el Estado sólo es responsable por los hechos de los
órganos encargados de las relaciones exteriores.
Además de responder por los hechos de sus órganos stricto sensu actuando en el marco de sus competencias, el Estado también
responderá:
a) Por la conducta de entidades públicas territoriales u otras entidades que estén facultadas por el Derecho interno del
Estado para ejercer atribuciones del poder público.
b) Por la conducta de órganos puestos a disposición del Estado por otro Estado o por una organización internacional.
c) Por la conducta de órganos del Estado o de personas o entidades facultadas para ejercer atribuciones del poder público
que actúen excediéndose en su competencia (hechos o actos autorizados por el Estado) con arreglo al Derecho interno o
contraviniendo las instrucciones concernientes a su actividad.
La CDI propugna considerar atribuibles al Estado, sin excepción, los hechos aquí contemplados, basándose en la idea de
seguridad que debe presidir las relaciones internacionales, así como el hecho de que, de seguirse el criterio contrario, se le daría
al Estado una escapatoria para sustraerse a su propia responsabilidad.

b) Comportamiento bajo la dirección o control del Estado (atribución de responsabilidad al Estado por hechos de los
particulares)
El art. 8 del proyecto de artículo de la CDI considera hecho del Estado según el Derecho internacional «el comportamiento de
una persona o de un grupo de personas si esa persona o ese grupo de personas actúa de hecho por instrucciones o bajo la
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dirección o el control de ese Estado al observar ese comportamiento». Esto significa que el comportamiento en cuestión sólo
será atribuible al Estado si éste dirigió o controló la operación y si el comportamiento denunciado era una parte integrante de la
operación.

c) Hechos de los particulares


Salvo en el supuesto de personas o grupos de personas que actúen de hecho bajo la dirección o el control del Estado (art. 8 del
proyecto de artículos) o ejerzan de hecho atribuciones del poder público en defecto de las autoridades oficiales (art. 9), según ha
expresado claramente el TIJ en 1980, los comportamientos de los particulares no se considerarán como hechos del Estado.
Por tanto, en relación a los comportamientos de los particulares en sentido estricto, la regla general es la no atribución de los
mismos al Estado, lo que no significa que el Estado no pueda resultar responsable por su pasividad o falta de diligencia en la
prevención o represión de tales comportamientos. En este caso, según la doctrina dominante, el Estado no estaría asumiendo
como suyos los hechos de los particulares, sino respondiendo internacionalmente por sus propios hechos en cuanto constitutivos
de la violación de una obligación internacional de vigilancia y protección.

Con respecto a la obligación de prevención a cargo del Estado, en estos casos habrá de tenerse en cuenta diversas circunstancias,
como la mayor o menor previsibilidad de disturbios o revueltas, la especial vulnerabilidad de locales oficiales extranjeros, el
carácter público de las personas. La práctica internacional en la materia tiende a basar la responsabilidad estatal en la violación
de un deber internacional de vigilancia por parte de las autoridades públicas.

d) Hechos realizados por movimientos insurreccionales (atribución de responsabilidad al Estado por hechos realizados por
movimientos insurreccionales)
Si los comportamientos de los particulares no pueden ser tenidos por hechos del Estado a los efectos de la responsabilidad
internacional, a fortiori (con mayor motivo) no podrán serlo los hechos realizados por movimientos insurreccionales (grupos
insurgentes, rebeldes con estatuto de beligerancia, movimientos de liberación nacional, frentes revolucionarios…) en su
condición de entes dotados de un aparato institucional propio, distinto y paralelo al del Estado en cuyo territorio están
establecidos y capaces por ello de incurrir por sí mismos en responsabilidad internacional y ello independientemente de que el
objetivo de su lucha sea conseguir la independencia de un pueblo sometido a dominación u ocupación extranjera, crear un nuevo
Estado a expensas del Estado constituido o sustituir el gobierno de un Estado por un nuevo gobierno.
No obstante, el Estado no quedaría exento de responsabilidad por los hechos de sus propios órganos consistentes en dejar de
cumplir las obligaciones de vigilancia, prevención y represión a su cargo en relación con la actuación de los rebeldes, siendo en
estos casos la omisión del deber de represión ex post(después del hecho) (castigo, una vez sofocada la rebelión, de los autores de los
hechos ilícitos cometidos durante la lucha) la que con más frecuencia se aducirá al efecto de exigir responsabilidad al Estado.
La jurisprudencia internacional avala el principio de la no atribución al Estado de los comportamientos de movimientos
insurreccionales, pero confirma a la vez la eventual responsabilidad estatal derivada de la omisión de la debida diligencia.
En cambio, se considerará atribuible al Estado todo hecho de un movimiento insurreccional que resulte triunfante, esto es, que se
convierta en un nuevo gobierno de un Estado o cuya acción dé lugar a la creación de un nuevo Estado en una parte del territorio
de un Estado preexistente o en un territorio bajo su administración (art. 10 del proyecto de la CDI). Esta atribución al Estado de
los hechos de los movimientos insurreccionales triunfantes viene confirmada por la jurisprudencia.

e) Comportamiento que el Estado reconoce y adopta como propio


Según el art. 10 del proyecto de la C.D.I., el comportamiento que no sea atribuible al Estado en virtud de los arts. 4 a 10,
relativos a las situaciones que quedan expuestas supra, «se considerará, no obstante, hecho de ese Estado según el Derecho
internacional en el caso y en la medida en que el Estado reconozca y adopte ese comportamiento como propio». En su
comentario, la CDI señala que en muchos casos el comportamiento así reconocido y asumido por el Estado será el de personas o
entidades privadas, y aporta ejemplos de la aplicación de este principio de la conversión del comportamiento en hecho del Estado
en las resoluciones judiciales (entre ellas, la del T.I.J. sobre el asunto del personal diplomático y consular de los Estados Unidos
de Teherán, en la que se verifica la asunción por las autoridades iraníes a partir de un determinado momento de los hechos ilícitos
cometidos por los militantes al darles su aprobación oficial) y en la práctica de los Estados.

B) Elemento de la violación
Según el proyecto de artículos de la CDI, el elemento de la violación del hecho internacionalmente ilícito consiste en que el
comportamiento atribuible al Estado constituye una violación de una obligación internacional a su cargo. Para un sector de la
doctrina a este elemento habría que agregar otro: la producción de un daño a resultas de dicha violación.

a) La violación de la obligación

1. Obligación-norma-derecho subjetivo

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Queremos destacar la relación existente entre la violación de la norma, el incumplimiento de la obligación y la lesión del derecho
subjetivo ajeno. En definitiva, tanto el incumplimiento de una obligación como la lesión de un derecho son siempre actos
contrarios a una norma jurídica.
Desde la perspectiva de la obligación habrá violación de la misma por parte de un Estado cuando un hecho de éste no está en
conformidad con lo que de él exige esa obligación. Así pues, lo que constituye la esencia misma de la ilicitud es el contraste entre
el comportamiento adoptado en la realidad y el que jurídicamente se debiera haber tenido.

2. Carácter internacional de la obligación


El hecho de que la obligación cuya violación constituye el hecho internacionalmente ilícito sea una obligación internacional, o
sea, impuesta por una norma de DI, impide calificar de internacionalmente ilícito a un hecho que suponga una contravención de
obligaciones contenidas en contratos celebrados entre Estados y personas extranjeras o incluso entre dos Estados y regidos por el
Derecho interno de un Estado o excepcionalmente por un sedicente Derecho «transnacional»

3. Origen de la obligación
Al efecto de calificar de ilícito un determinado hecho es indiferente cuál sea el origen de la obligación violada. Tan ilícito es un
acto contrario a una obligación de origen consuetudinario como uno que contradiga un compromiso basado en un tratado o en
una fuente de otro tipo (principio general del Derecho, sentencia de un tribunal internacional, acto vinculante de una organización
internacional).
La jurisprudencia internacional confirma esta afirmación, al no hacer distinciones entre las obligaciones internacionales por razón
de su origen a la hora de apreciar tanto la ilicitud del hecho del Estado como el régimen de responsabilidad derivado del mismo.
También en la doctrina se reconoce que el distinto origen de las obligaciones internacionales no afecta a la calificación como
ilícito del hecho contrario a cualquiera de ellas, ni da lugar en principio a distintos regímenes de responsabilidad, o sea, a la
elección entre tal o cual tipo de reparación.

4. Vigencia de la obligación
Para poder calificar de ilícito un hecho desde el punto de vista del DI, es preciso que la obligación que dicho hecho contraria esté
en vigor al tiempo de la realización de éste respecto del sujeto responsable. En este sentido, el art. 13 del proyecto de artículos de
la CDI dispone que «Un hecho del Estado no constituye una violación de una obligación internacional a menos que el Estado se
halle vinculado por dicha obligación en el momento en que se produce el hecho».

5. Contenido de la obligación
El distinto contenido u objeto de la obligación es irrelevante al efecto de calificar de internacionalmente ilícito un determinado
hecho, si bien no dejará de repercutir en ciertos casos a la hora de establecer distintos tipos de hechos ilícitos y, por ende,
distintos regímenes de responsabilidad. En este sentido la CDI, distinguiendo entre la violación de obligaciones de carácter
bilateral o de obligaciones para con algunos Estados y la violación de obligaciones para con la comunidad internacional en su
conjunto, señala que «cuestiones relativas a la gravedad de la violación y al carácter imperativo de la obligación violada pueden
influir en las consecuencias que se derivan para el Estado responsable y, en algunos casos, también para otros Estados».

b) El daño
La CDI, en su proyecto sobre la responsabilidad de los Estados, prefirió no hacer alusión al daño o perjuicio (en el sentido de
daño causado a un Estado en el plano del DI) como elemento independiente o autónomo del hecho internacionalmente ilícito. La
CDI ha estimado que «el daño» inherente a todo hecho internacionalmente ilícito es el que al mismo tiempo es inherente a toda
violación de una obligación internacional, considerando así comprendido el daño en el elemento objetivo del hecho
internacionalmente ilícito. Según la propia CDI la exigencia de que concurran elementos adicionales como el daño depende del
contenido de la obligación primaria.

c) La cuestión del abuso de derecho


Se ha invocado en apoyo de la aplicación de la teoría del abuso de derecho en el DI el laudo arbitral de 11 de marzo de 1941 en el
caso de la Fundición de Trail, que venía a declarar que ningún Estado tiene el derecho de usar o permitir el uso de su territorio de
tal modo que cause daño por razón del lanzamiento de emanaciones en o hacia el territorio de otro. Sin embargo, cabe dudar si tal
doctrina es aquí aplicable, pues cuando no hay derecho no es posible hablar del abuso de derecho: el Estado que perjudica a otro
u otros mediante actividades de efectos transfronterizos (ensayos nucleares, emisiones de sustancias que contaminen el aire o las
aguas) no estaría abusando de sus propios derechos, sino invadiendo los derechos ajenos e incurriendo, así, en violación de la
obligación de no interferencia establecida por el DI general con base en la máxima sic utere tuo ut alienum non laedas [utiliza lo
tuyo sin perjudicar a lo ajeno].
Ello ha llevado a la CDI a considerar que el supuesto del ejercicio abusivo de un derecho está englobado en el elemento objetivo
del hecho internacionalmente ilícito, representado aquí por la violación de la obligación derivada de una norma que tendría por
efecto limitar el ejercicio por el Estado de sus derechos o competencias prohibiendo su ejercicio abusivo.

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5. EL FACTOR TEMPORAL
El factor temporal tiene relevancia en dos planos: el de la condición de la vigencia de la obligación internacional respecto del
Estado y el de la determinación del momento y la duración de la violación de la obligación internacional en los distintos tipos de
hechos ilícitos internacionales.

A) Condición de estar en vigor la obligación


La regla básica es que la obligación esté vigente para el Estado en el tiempo en que éste realiza el acto (art. 13 del proyecto de
artículos de la CDI).
Es obvio que, si la obligación ha dejado de estar a cargo del Estado antes de que éste realice un acto en contradicción con ella, no
cabe hablar de hecho internacionalmente ilícito.
Parece asimismo lógico que, en caso de que entre el momento en que se ha realizado el acto y el momento en que viene a
suscitarse una controversia en relación con dicho acto la obligación haya dejado de existir, se declare la responsabilidad del
Estado autor en función de la coetaneidad del acto y de la obligación, independientemente de que ésta haya desaparecido a la
hora de llevar el asunto al órgano encargado de resolver la controversia.
No obstante, el hecho del Estado que, en la hora de su realización, está en contradicción con lo que de él exige una obligación
internacional en vigor respecto de ese Estado, dejará de considerarse internacionalmente ilícito si con posterioridad se hubiere
convertido en hecho obligatorio en virtud de una nueva norma imperativa de Derecho internacional general. Pero, como ha
señalado la CDI, incluso en el caso de que aparezca esa nueva norma de ius cogens, ello no acarrea una asunción retroactiva de
responsabilidad. Por tanto, resulta apropiado aplicar con carácter general el principio intertemporal enunciado en el art. 13 a
todas las obligaciones internacionales, lo cual, según la propia CDI, no prejuzga la posibilidad de que un Estado pueda convenir,
por ejemplo, en indemnizar los daños causados a consecuencia de un comportamiento que no constituía en la época una violación
de su obligación internacional en vigor para ese Estado.
Debemos diferenciar según se trata de hechos continuos, compuestos o complejos:
− Hechos continuos. Son aquellos que se prolongan en el tiempo con carácter de permanencia. En este supuesto habrá
violación de la obligación en lo que se refiere al período durante el cual, hallándose la obligación en vigor respecto del
Estado, se desarrolle el hecho.
− Hechos compuestos. Son los integrados por una serie de acciones u omisiones relativas a casos distintos. En este caso
habrá violación de la obligación si el hecho puede considerarse constituido por las acciones u omisiones que hayan tenido
lugar dentro del período durante el cual la obligación se halle en vigor respecto del Estado.
− Hechos complejos. Son aquellos que entrañan una idea de proceso o sucesión de comportamientos de uno o varios órganos
estatales en relación con un mismo caso. En este caso habrá violación de la obligación si el hecho en cuestión se inicia por
una acción u omisión que haya tenido lugar dentro del período durante el cual la obligación se halle en vigor respecto de
ese Estado, aunque tal hecho se complete después de ese período.

B) Momento y duración de la violación de la obligación


• Hechos instantáneos. La violación de la obligación se produce en el momento en que el hecho se produce, sin que su
perpetración se extienda más allá de dicho momento, aun si los efectos del hecho se prolongaran en el tiempo (art. 14 del
proyecto de artículos de la CDI).
• Hechos continuos, compuestos y complejos. En lo que respecta a aquellos hechos que no son de tracto único
(continuos, compuestos y complejos), es obvio que su mayor o menor prolongación en el tiempo suele suponer en el
plano cualitativo una mayor o menor gravedad del hecho en sí desde el punto de vista de la lesión del derecho subjetivo
y, por tanto, es susceptible de repercutir en el grado de responsabilidad internacional y, en concreto, en la extensión de la
reparación.

6. PARTICIPACIÓN DE UN ESTADO EN EL COMPORTAMIENTO ILÍCITO DE OTRO ESTADO


Un comportamiento internacionalmente ilícito resulta a veces de la colaboración de varios Estados y no de un solo Estado que
actúa aisladamente. Esa colaboración puede revestir distintas formas, que pueden dar lugar a situaciones diferentes.
En el Capítulo IV del proyecto de artículos de la CDI se contemplan tres situaciones al respecto:
1. Una de esas situaciones, regulada en el art. 16 del proyecto de artículos, se da en aquellos casos en que un Estado presta
ayuda o asistencia a otro Estado en la comisión por este último de un hecho internacionalmente ilícito. La CDI pone
como ejemplos el financiar la actividad contraría al DI, el proporcionar los medios de cerrar una vía navegable
internacional, el facilitar el secuestro de personas en territorio extranjero o el ayudar en la destrucción de bienes
pertenecientes a nacionales de un tercer país. Según el propio art. 16, para que el Estado colaborador pueda considerarse
responsable es preciso que la ayuda o asistencia se preste para facilitar la comisión del hecho, que el órgano o institución
del Estado que presta la ayuda o asistencia conozca las circunstancias en virtud de las cuales la conducta del Estado que
recibe dicha ayuda o asistencia debe reputarse ilícita, y que el hecho cometido debe ser tal que hubiera sido ilícito si
fuese cometido por el propio Estado que presta la ayuda o asistencia.
2. Otra situación, a la que se refiere el art. 17 del proyecto de artículos, se produce cuando se considera responsable por un
hecho internacionalmente ilícito a un Estado que dirige y controla a otro Estado en la comisión por este último de dicho
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hecho. A diferencia del supuesto de la prestación de ayuda o asistencia, en el que la responsabilidad se da tan sólo en la
medida de la ayuda o asistencia prestada, en este otro supuesto de ejercicio de dirección y control sobre la actuación del
otro Estado —para lo que no basta una simple supervisión, influencia o instigación—, el Estado que dirige y controla el
hecho en su totalidad es responsable por el hecho en sí mismo.
3. Una situación extrema, contemplada en el art. 18 del proyecto de artículos, se produce en el caso en que un Estado
coacciona deliberadamente a otro para que cometa un hecho que constituye o que, de no mediar coacción, constituiría un
hecho internacionalmente ilícito del Estado coaccionado. En este supuesto, la ilicitud del hecho que haya cometido este
último Estado puede quedar excluida si se debe a fuerza mayor. El Estado que coacciona es el principal responsable del
comportamiento ilícito, y el Estado coaccionado es puramente un instrumento

LECCIÓN 26. LA RESPONSABILIDAD INTERNACIONAL (II)

1. LA RELACIÓN JURÍDICA NUEVA SURGIDA DEL HECHO INTERNACIONALMENTE ILÍCITO

A) Índole de la relación nueva


Con respecto a la índole de la relación nueva que se deriva de la comisión de un hecho internacionalmente ilícito, encontramos
tres diferentes tendencias de autores:
• Unos (entre ellos Anzilotti) estimaron que se trata de una relación bilateral entre el Estado autor del hecho y el Estado
lesionado, con la reparación como única consecuencia posible.
• Para otros (Kelsen, Guggenheim) la consecuencia propia del hecho ilícito está en la sanción que el Estado lesionado está
autorizado a aplicar al Estado culpable.
• Un último grupo de autores (entre ellos Ago) sostuvieron la posibilidad de existencia, no de una relación única, sino de
dos tipos de relaciones, basadas respectivamente en el derecho a exigir una reparación y en la facultad de aplicar una
sanción (acumulables o no según los casos), sin que este último ingrediente coercitivo dé lugar en DI a una distinción
entre delito civil y delito penal como la que se hace en Derecho interno.

B) Sujetos del hecho internacionalmente ilícito


Referente a los sujetos, activos o pasivos, del hecho internacionalmente ilícito, partiendo de los Estados, existe la tendencia a
ampliar su esfera a las organizaciones internacionales y otros entes. Igualmente existe la tendencia de dejar de concebir la
relación de responsabilidad como estrictamente bilateral, llegando incluso a perfilarse una responsabilidad internacional erga
omnes.

C) Pauta
En lo que respecta a la pauta para poder reputar de internacionalmente ilícito un hecho de un sujeto internacional, ésta será el DI
y sólo el DI, según se expresa en el artículo 3 del proyecto de la CDI en relación con los comportamientos estatales, al establecer
que «La calificación del hecho del Estado como internacionalmente ilícito se rige por el Derecho internacional. Tal calificación
no es afectada por la calificación del mismo hecho como lícito por el Derecho interno».
El anterior principio debe vincularse al hecho de la primacía del DI sobre el Derecho interno y, más en concreto, a la regla según
la cual un Estado no puede invocar las disposiciones de su Derecho interno como justificación del incumplimiento de una
obligación internacional a su cargo. Dicho principio aparece, por lo demás, sólidamente establecido en la jurisprudencia
internacional y en la práctica de los Estados.

D) Modos de hacer efectiva la responsabilidad


En lo que se refiere a los modos de hacer efectiva la responsabilidad, y específicamente al derecho a invocar la responsabilidad
del Estado autor del hecho ilícito, la CDI establece en su proyecto de artículos una distinción entre el Estado lesionado y
cualquier otro Estado que, sin ser Estado lesionado, actúe en interés colectivo de un grupo de Estados o, en el caso de
obligaciones erga onmnes, de la comunidad internacional en su conjunto.

2. LA REPARACIÓN

A) La reparación lato sensu(en sentido ámplio) y sus distintos aspectos


La reparación es la obligación que tiene el autor de un hecho internacionalmente ilícito a reparar el daño causado, al ser
considerado internacionalmente responsable del hecho ilícito que ha cometido. El autor de un hecho ilícito está obligado a
reparar el daño realizado.
La consecuencia normal del hecho internacionalmente ilícito es la responsabilidad internacional de su autor. Esta consecuencia se
conecta visiblemente con el derecho subjetivo lesionado (se es responsable frente a alguien) y en este sentido hace entrar en
juego la noción del daño o perjuicio resultante para uno o varios sujetos de Derecho de la transgresión por otro sujeto de una
obligación jurídica a su cargo. Ese daño causado a un sujeto de Derecho con la comisión del hecho ilícito es el que en general da
lugar a la obligación de reparar.
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Ahora bien, esta obligación de reparar en sentido lato cubre en realidad dos aspectos distintos en DI: el hecho internacionalmente
ilícito causa un daño o perjuicio que es preciso reparar, pero puede, además, estar en el origen de una situación ilícita que persiste
o se prolonga en el tiempo, en cuyo caso lo que está en juego es una vuelta a la legalidad. En DI y bajo el título de reparación lato
sensu, se engloban tanto la compensación del perjuicio (reparación stricto sensu) como la cesación de la situación ilícita o
vuelta a la legalidad.
A esos dos aspectos diferentes se refiere el proyecto de la CDI. Por un lado, el art. 30 establece que, tratándose de hechos ilícitos
de carácter continuo y sin perjuicio de la responsabilidad en que haya incurrido el Estado autor, éste está obligado a poner fin al
hecho. Por otro lado, el art. 31 dispone que el Estado responsable está obligado a reparar íntegramente el perjuicio causado por el
hecho internacionalmente ilícito.
En su jurisprudencia, el TIJ ha distinguido esos dos aspectos, la cesación y la reparación, al valorar la conducta del Estado autor
y deducir las consecuencias de ella.

B) La reparación del perjuicio


El Estado responsable está obligado no sólo a hacer cesar el hecho ilícito, sino también a reparar íntegramente el perjuicio
causado por ese hecho. El perjuicio comprende todo daño, tanto material como moral, causado por el mismo.
El daño puede consistir en una lesión directa de los derechos de otro Estado o en un perjuicio ocasionado a un particular
extranjero. No obstante, desde el punto de vista jurídico internacional, sólo el daño sufrido por el Estado es relevante, sin
perjuicio de cualquier derecho que la responsabilidad internacional de un Estado pueda generar directamente en beneficio de una
persona o de una entidad distinta de un Estado.
El daño del Estado así concebido, consistente en una lesión inmediata de un derecho o interés exclusivamente suyo, o en un
perjuicio irrogado a un nacional suyo cuya causa viene a asumir el propio Estado, puede representar o no un perjuicio
patrimonial, del mismo modo que en su caso puede representarlo o no para el propio particular:
− Si lo que está en juego es un perjuicio patrimonial irrogado a un nacional del Estado, la suma de la reparación (que no
dejaría de tener la naturaleza de una reparación de Estado a Estado) se calculará de acuerdo con los daños sufridos por el
particular.
− Si se trata de un perjuicio de carácter no patrimonial, surgirá un tipo de responsabilidad especial, que podrá traducirse en
la llamada «satisfacción».

C) La obligación de reparar: sus modalidades


La obligación de reparar, que corre a cargo del Estado responsable, es una consecuencia directa de la comisión de un hecho
internacionalmente ilícito y no depende de una demanda o protesta por cualquier Estado.
Por otra parte, la obligación de reparar, al igual que la de hacer cesar el hecho ilícito, puede darse con respecto a otro Estado, a
varios Estados o a la comunidad internacional en su conjunto, según sean la naturaleza y el contenido de la obligación
internacional violada y las circunstancias de la violación. Así, la contaminación del mar, en caso de ser extensa e importante,
puede afectar a la comunidad internacional en su conjunto o a los Estados ribereños de una región y, en otras circunstancias,
puede afectar tan sólo a un Estado vecino. Por lo demás, el Estado responsable no puede invocar las disposiciones de su Derecho
interno o su propia práctica institucional para no cumplir con su obligación de reparar.
La obligación de reparar alude a los diversos medios con que cuenta el Estado para liberarse de la responsabilidad derivada del
hecho internacionalmente ilícito y que podrían básicamente resumirse en tres modalidades: la satisfacción, la restitución y la
indemnización o resarcimiento. Mientras que la satisfacción es la forma adecuada de reparación de los perjuicios no materiales,
la restitución (o compensación por equivalencia en su caso) y la indemnización operan esencialmente en el campo de los daños
patrimoniales causados al propio Estado o a particulares extranjeros.

a) La satisfacción
La satisfacción es una forma adecuada para enjugar los daños «morales» ocasionados al Estado (ofensa al honor o a la dignidad).
En la noción de satisfacción se incluye una serie de prestaciones como la presentación de excusas, el castigo de los culpables, el
pago de una suma simbólica e incluso la verificación, por una instancia imparcial internacional, del carácter ilícito del hecho.
Alguna vez se instó, por un órgano internacional, al Estado culpable a reconocer el carácter ilegal de su acción y presentar
excusas al Estado perjudicado. En todo caso, dar satisfacción por el perjuicio causado se presenta como una obligación del
Estado responsable «en la medida en que ese perjuicio no pueda ser reparado mediante restitución o indemnización». La
satisfacción no debe ser desproporcionada en relación al perjuicio ni puede adoptar una forma humillante para el Estado
responsable.
La satisfacción puede darse a través de varias prestaciones a la vez (disculpas, castigo de los funcionarios responsables e incluso
indemnización de daños y perjuicios correspondiente a la gravedad de la vulneración de los derechos del Estado lesionado).

b) La restitución
La restitución es, en principio, la forma más perfecta de reparación en la medida en que apunta a restablecer el statu quo ante [el
estado en que las cosas estaban antes], borrando todas las consecuencias del hecho ilícito (abrogación de una disposición interna

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contraria al DI y anulación de sus efectos; puesta en libertad de una persona; restitución de dinero, documentos o bienes de
distinta naturaleza; liberación y devolución de buques capturados, etc).
El art. 35 del proyecto de artículos de la CDI dispone que el Estado responsable «está obligado a la restitución, es decir, a
restablecer la situación que existía antes de la comisión del hecho ilícito» en la medida en que ello no sea materialmente
imposible. Riphagen en 1980 señaló que «una restitutio in integrum [reparación íntegra] perfecta es, de hecho, siempre
"imposible": lo que ha sucedido ha sucedido, y ningún poder en la Tierra puede deshacerlo».
Dejando aparte los múltiples casos de restitución imperfecta, diversas circunstancias pueden impedir o desaconsejar de hecho la
realización de esta forma de reparar. Bernad distingue al respecto los supuestos de imposibilidad material (asesinato de una
persona, desaparición o destrucción de bienes) y de imposiblidad jurídica (por obstáculos constitucionales o legislativos:
dificultad de eliminar in toto [completa o totalmente] las consecuencias de una ley o de una medida administrativa), así como
ciertos supuestos en los que por diversas causas no prospera esta modalidad de la reparación (oposición del Estado responsable,
desinterés del perjudicado a optar por una indemnización, acuerdo de las partes, invocación de intereses públicos superiores,
inoportunidad de la restitución en el caso concreto, etc.). En tales supuestos puede operar el mecanismo de la compensación o
reparación por equivalencia, situado ya fuera del estricto ámbito de la restitución.

c) La indemnización
La indemnización tiende, en principio, a cubrir cuantitativamente, además de lo debido por equivalencia, el resarcimiento de los
daños sufridos que no hayan sido reparados por el pago efectivo.
Según se establece en el art. 36.1 del proyecto de artículos de la CDI, el Estado responsable está obligado a indemnizar el daño
causado por el hecho ilícito en la medida en que éste no haya sido reparado por la restitución. Esta es la forma más común de
reparación y, por tanto, la más minuciosamente analizada en sus diversos aspectos por la jurisprudencia internacional.

d) La determinación del contenido de la reparación


El hecho de que, en general, la reparación deba regirse por la regla de la proporcionalidad significa que, en concreto, se ajuste en
lo posible a la entidad del daño, esto es, que no sea inferior ni superior a éste.
El que la reparación deba cubrir en lo posible todo el perjuicio ha llevado a la jurisprudencia a incluir en ella la indemnización
del lucro cesante, el pago de intereses y el resarcimiento de daños extrapatrimoniales. En el laudo relativo al ballenero
norteamericano Cape Horn Pigeon (1902), capturado en alta mar por un crucero ruso, el árbitro sostuvo que la indemnización
debería compensar no sólo el daño sufrido sino también los beneficios no percibidos a causa de la captura.
En relación con el lucro cesante y los intereses, los arts. 36.2 y 38 del proyecto de artículos de la CDI vienen a corroborar una
práctica bien establecida al prever que la indemnización, que cubrirá todo daño económicamente valorable sufrido por el Estado
lesionado, podrá incluir el lucro cesante (en la medida en que éste sea comprobado) y los intereses (devengados desde la fecha en
que debería haberse pagado la suma principal hasta la fecha en que se haya cumplido la obligación de pago).
En lo que se refiere a los daños extrapatrimoniales se establece como una forma apropiada de satisfacción, en caso de
vulneración manifiesta de los derechos del Estado lesionado, la indemnización de daños y perjuicios correspondiente a la
gravedad de esa vulneración.

4. CAUSAS DE EXONERACIÓN Y DE MODIFICACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD INTERNACIONAL x 4


(1ºsemana)
La responsabilidad internacional resulta de la violación por un sujeto de DI de una obligación internacional a su cargo en virtud
de una regla jurídico-internacional. Cuando en atención a circunstancias especiales otra regla jurídico-internacional descarta la
antijuridicidad de un hecho que de otro modo sería ilícito, quedan obviamente excluidas las consecuencias negativas resultantes
en abstracto para el sujeto al cual se atribuye el hecho en cuestión. Pensemos en la legítima defensa definida en los términos del
art. 51 de la Carta de las NU, en tanto excepción a la prohibición general del recurso a la fuerza enunciada en el art. 2, párrafo 4,
de la Carta o, en otras palabras, en tanto supuesto de empleo de la fuerza autorizado por la propia Carta.
En ciertas circunstancias excepcionales el comportamiento del Estado o, en su caso, de otro sujeto de DI, puede verse exento de
la tacha de ilicitud. En este sentido, la CDI ha expresado que «toda circunstancia que excluya la ilicitud de un hecho tiene
necesariamente el efecto de excluir igualmente la responsabilidad». Así, un hecho de un Estado que esté en principio en
contradicción con una obligación internacional contraída por él respecto de otro Estado, pero que haya sido realizado en
aplicación de una medida legítima según el DI contra ese otro Estado a consecuencia de un hecho internacionalmente ilícito de
este último, pierde, en razón de tal circunstancia excepcional, la tacha de ilicitud, pues en el caso concreto la obligación de cuya
violación en principio se trata deviene inoperante al no quedar obligado el Estado a obrar de otra forma distinta de como lo hizo,
resultando en consecuencia exonerado de responsabilidad.
Como causas de exclusión de la ilicitud y, por ende, de exoneración de la responsabilidad internacional, la CDI recoge en su
proyecto de artículos, aparte de las contramedidas legítimas según el DI (art. 22), diversas otras causas, como el consentimiento
del Estado perjudicado, la fuerza mayor, el peligro extremo, el estado de necesidad y la legítima defensa.

A) Consentimiento del Estado perjudicado

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Cuando el consentimiento del Estado perjudicado intervine a posteriori de la realización del hecho, equivale (en los supuestos en
que fuera operativo) a una renuncia del Estado a su derecho a la reparación o a la acción conducente a obtenerla. No obstante,
deben tenerse en cuenta las siguientes condiciones:
• Es condición básica que el consentimiento sea válido, es decir, que no esté viciado por la coacción, el error o el dolo.
• No podrá servir de causa de exoneración de responsabilidad si la obligación violada dimana de una norma de ius cogens
internacional.

B) Fuerza mayor
La CDI recoge esta figura en el art. 23 de su proyecto de artículos, caracterizándola en el sentido de que el hecho de un Estado
que no esté en conformidad con una obligación internacional a cargo suyo se deba a una fuerza mayor, es decir, «a una fuerza
irresistible o un acontecimiento imprevisto, ajenos al control del Estado, que hacen materialmente imposible, en las
circunstancias del caso, cumplir con la obligación». La causa de exoneración no entrará en juego en caso de que la situación de
fuerza mayor se deba al comportamiento del Estado que la invoca o éste haya asumido el riesgo de que se produjera dicha
situación.
Como manifestaciones características de esa causa de exoneración en DI se han citado, entre otros, los casos de penetración, sin
autorización del Estado territorial, de buques de guerra extranjeros en aguas sujetas a su jurisdicción, buscando refugio en
situaciones de peligro inminente.

C) Peligro extremo
La circunstancia del peligro extremo ha sido recogida en el proyecto de artículos de la CDI, al establecer que la ilicitud de un
hecho de un Estado «queda excluida si el autor de ese hecho no tiene razonablemente otro modo, en una situación de peligro
extremo, de salvar su vida o la vida de otras personas confiadas a su cuidado», salvo que la situación de peligro extremo se deba
en todo o en parte al comportamiento del Estado que la invoca o que sea probable que el hecho en cuestión cree un peligro
comparable o mayor. Esta circunstancia es cercana a la de fuerza mayor.

D) Estado de necesidad y legítima defensa


Las causas representadas por el estado de necesidad y la legítima defensa se han invocado con frecuencia por los estadistas para
justificar el recurso a la fuerza por sus gobiernos. De ahí que en la doctrina se hayan recogido estas causas con reservas y sujetas
a estrictas condiciones:
• La excepción de la legítima defensa debe aceptarse en la actualidad con los condicionamientos estrictos con que aparece
configurada en la Carta de las NU (respuesta a una agresión actual, carácter provisional, subordinación al control del CS,
etc.).
• En lo que se refiere al estado de necesidad, el TIJ en el asunto sobre el proyecto Gabcíkovo-Nagymaros, lo ha
reconocido como causa de exclusión de la ilicitud de un hecho contrario al Derecho internacional y ha destacado su
carácter excepcional, estimando que las condiciones para su ejercicio recogidas en el proyecto de artículos de la CDI
reflejan el Derecho internacional consuetudinario (que el hecho sea el único modo de salvaguardar un interés esencial del
Estado contra un peligro grave e inminente; que ese hecho no afecte gravemente a un interés esencial del Estado respecto
del cual la obligación existe; que el Estado autor del hecho no haya contribuido a que sobrevenga el estado de
necesidad).

Ninguna de las circunstancias que quedan expuestas en este epígrafe excluirá, no obstante, la ilicitud de cualquier hecho de un
Estado que no esté en conformidad con una obligación que emana de una norma imperativa de Derecho internacional general.
Es preciso reconocer que en los supuestos de consentimiento, fuerza mayor, peligro extremo y estado de necesidad, si bien queda
excluida la ilicitud del hecho, puede subsistir la obligación del Estado autor de indemnizar al Estado perjudicado por los daños
resultantes, ciertamente por un concepto distinto del de la responsabilidad por hecho ilícito; obligación que se justificaría en no
haber motivo para que el Estado perjudicado cargue enteramente con las consecuencias de la intervención de esas diversas
circunstancias.

6. EL RÉGIMEN PARTICULAR DE LA RESPONSABILIDAD POR ACTOS NO PROHIBIDOS POR EL DERECHO


INTERNACIONAL
Con el término de responsabilidad objetiva se designa aquel tipo de responsabilidad que resulta de la realización de actividades,
en principio no prohibidas, aunque potencialmente generadoras de daños, en razón de los excepcionales riesgos que comportan
(responsabilidad por riesgo).
En relación al ámbito de la responsabilidad internacional, la afirmación anterior nos lleva a distinguir entre los dos planos
siguientes:
• El común de la responsabilidad por hecho ilícito.
• El excepcional de la responsabilidad sin hecho ilícito o por riesgo.
La mayoría de los autores admite este segundo tipo de responsabilidad, reconociéndolo más o menos ampliamente en sectores
como la exploración espacial, la utilización de la energía nuclear o las actividades susceptibles de afectar al medio ambiente.
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Regulación en el proyecto de artículos de la CDI
El proyecto de artículos de la CDI sobre este tipo de responsabilidad se aplica a las actividades no prohibidas por el Derecho
internacional que se realicen en el territorio de un Estado o que de alguna otra manera estén bajo la jurisdicción o control de
dicho Estado y «que entrañen el riesgo de causar, por sus consecuencias físicas, un daño transfronterizo sensible», entendiendo
por tal riesgo aquel que implica «una alta probabilidad de causar un daño transfronterizo sensible y una baja probabilidad de
causar un daño transfronterizo catastrófico».
Ese especial énfasis puesto en el riesgo lleva a la propia CDI a destacar la idea de prevención, estableciéndose que el Estado de
origen (aquel en cuyo territorio o bajo cuya jurisdicción o control en otros lugares se planifican o realizan las actividades de
riesgo) «adoptará todas las medidas necesarias para prevenir un daño transfronterizo sensible o, en todo caso, minimizar el
riesgo de causarlo». Esta obligación es desarrollada en unas medidas de procedimiento que implican derechos y deberes para
todos los Estados interesados. Ello presupone que la realización de las actividades previstas en el art. 1 del proyecto o la
continuación de las actividades preexistentes requiere la autorización previa del Estado de origen, debiendo basarse dicha
autorización en la evaluación del daño transfronterizo que pueda causar tal actividad, incluida la evaluación del impacto
ambiental (art. 7).
Por otra parte, esta obligación de prevención está basada en la regla de la diligencia debida, que establece el deber de adoptar
todas las medidas necesarias para prevenir o minimizar el riesgo, lo que incluye la adopción de disposiciones legislativas,
administrativas o de cualquier otra índole, incluido el establecimiento de mecanismos de vigilancia apropiados.
Además, en caso de que el procedimiento del art. 7 determine la existencia de un riesgo de causar un daño transfronterizo, el
Estado de origen tiene la obligación de informar antes del inicio de la actividad a los Estados que puedan resultar afectados por
ella y no podrá autorizar la actividad de que se trate antes de recibir en un plazo no mayor de seis meses, la respuesta del Estado
que pueda resultar afectado. En estos casos, los Estados interesados deben celebrar consultas durante un plazo razonable para
alcanzar soluciones aceptables y basadas en un equilibrio equitativo de interés respecto a la adopción y aplicación de medidas
preventivas, sin perjuicio de que, a falta de acuerdo, el Estado de origen, teniendo en cuenta los intereses de los Estados que
puedan resultar afectados, prosiga la actividad bajo su responsabilidad.
El deber que tienen los Estados interesados de informar y consultarse sobre la actividad en sí, los riesgos que entraña y los daños
que pueden resultar, se extiende también al público que pueda resultar afectado. Precisamente al centrarse los trabajos de la CDI
en esta esfera en las consecuencias perjudiciales de actos no prohibidos, salta al primer plano la idea de daño o perjuicio, lo que
serviría para distinguir las obligaciones de que se trata aquí de aquellas que derivan de actos ilícitos, en la medida en que,
mientras que por regla general un acto ilícito entrañaría una obligación de reparar, un acto no prohibido sólo entrañaría
tal obligación si causase un perjuicio. Así, según el art. II del Convenio sobre la responsabilidad internacional por daños
causados por objetos espaciales de 1972 «Un Estado de lanzamiento tendrá responsabilidad absoluta y responderá de los daños
causados por un objeto espacial suyo en la superficie de la Tierra o a las aeronaves en vuelo».
El hecho de no estar aquí ante una responsabilidad por ilicitud, sino por un acto no prohibido, situaría a esta norma y, en general,
a todas las relativas al tema que nos ocupa en este epígrafe, en la esfera de las normas primarias. En este caso, la norma del
Convenio de 1972 impondría al Estado de lanzamiento la obligación de dar una reparación por las consecuencias perjudiciales
causadas por el objeto espacial y sólo en el caso de que ese Estado no la diese entraría en juego, ante la violación de dicha
obligación, una norma secundaria determinante de la responsabilidad por hecho ilícito, lo cual significaría que el régimen de la
responsabilidad por actos no prohibidos no menoscabaría la universalidad del régimen de la responsabilidad por ilicitud, al
moverse ambos regímenes en planos diferentes, aunque complementarios.
El DI consuetudinario no ofrece suficiente protección frente a las consecuencias dañosas de ciertas actividades que resulten
inevitables. Esta laguna no puede cubrirse sino por vía convencional o, en general, a través de la enunciación de nuevas normas
primarias de obligación. En este sentido, en la doctrina se suele advertir que la teoría de la responsabilidad por riesgo sería hoy
por hoy aplicable sólo en los supuestos cubiertos por convenios internacionales.
En este sentido, los Estados se esfuerzan por regular esta materia a través de regímenes convencionales (universales o regionales)
cada vez más abundantes y minuciosos, sobre todo en la esfera del medio ambiente, regímenes que incluyen reglas de
prevención, basadas en la doble idea del equilibrio de intereses entre las partes y de la obligación de diligencia debida, en función
del objetivo de impedir o minimizar las pérdidas o daños resultantes de las actividades de que se trate e incluso de reparación,
comprendiendo ésta, en su caso, la obligación de indemnizar a las víctimas de los accidentes que no se haya conseguido impedir
o de establecer un sistema de indemnización.

LECCIÓN 27. LA RESPONSABILIDAD INTERNACIONAL (III): LA RESPONSABILIDAD INTERNACIONAL DE


SUJETOS DISTINTOS DE LOS ESTADOS

1. IDEAS GENERALES
Un signo característico de la evolución del Derecho de la responsabilidad internacional es la tendencia a reconocer como sujetos
del DI, junto a los Estados, a otros sujetos de responsabilidad.

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Conviene diferenciar entre responsabilidad interna (o en el plano del Derecho interno) y la responsabilidad internacional. Por
ejemplo, una Organización internacional puede resultar responsable en uno u otro plano, según que la reclamación se haga al
amparo del Derecho de un determinado Estado o del DI.
De modo prácticamente unánime, autores de diversas tendencias reconocen la posibilidad de que sujetos distintos de los Estados
incurran en responsabilidad internacional, aunque puede haber discrepancias en cuanto al alcance de esa responsabilidad e
incluso en cuanto a la capacidad de ciertos sujetos para ser internacionalmente responsables.
Por su parte, la CDI, aun concentrando desde un principio sus esfuerzos codificadores en la responsabilidad de los Estados,
reconoció la importancia del estudio de cuestiones relativas a la responsabilidad de otros sujetos de DI distintos de los Estados,
aludiendo incluso a la eventual responsabilidad internacional de entes como las organizaciones internacionales o los movimientos
insurreccionales.

2. LA RESPONSABILIDAD INTERNACIONAL DEL INDIVIDUO


El individuo no es sujeto normal de las relaciones regidas por el orden jurídico internacional, aunque excepcionalmente pueda
serlo en la medida en que algunas de las reglas del DI le atribuyan derechos y obligaciones de carácter internacional. Salvo
supuestos excepcionales, sólo a través del Estado pueden las reglas del DI llegar a afectar al individuo.

A) Presupuesto
En principio, no existe obstáculo para considerar al individuo como sujeto de una conducta que represente en sí misma un hecho
internacionalmente ilícito. A este respecto, podemos distinguir con Kelsen entre el individuo-sujeto del hecho ilícito y el sujeto
de la responsabilidad, lo que vendría a significar que, no obstante poder el individuo infringir una regla jurídico-internacional
que establezca ciertas obligaciones a su cargo, normalmente no será responsable por ello en el plano internacional: sólo
excepcionalmente el acto ilícito del individuo puede suscitar su responsabilidad directa en este plano en razón de la índole y de la
gravedad del acto.
El individuo tiene capacidad para contraer responsabilidad internacional por hechos ilícitos y, en concreto, existe la posibilidad
de su incriminación internacional.
No obstante, se ha observado que en la generalidad de los supuestos de los llamados delicta iuris gentium (piratería, trata de
esclavos, tráfico de drogas, delitos contra personas internacionalmente protegidas u otros actos terroristas de diversa índole), las
sanciones se aplican a los culpables en virtud de reglas internas (dictadas por los Estados en consonancia con sus obligaciones
jurídico-internacionales) y a través del ejercicio de la jurisdicción nacional eventualmente ampliada con arreglo a las previsiones
de ciertos convenios a los fines de una más eficaz represión de este tipo de actos. Es decir, la incriminación no trasciende en tales
casos el plano del Derecho interno, por más que se apoye en reglas internacionales convencionales que estipulan una
colaboración entre Estados a los citados fines represivos.
No obstante, el aspecto institucional de la sanción es básico en relación con la cuestión de la responsabilidad del individuo en el
plano del DI. Este aspecto está ligado al de la existencia de una jurisdicción internacional penal. De ahí la excepcional relevancia
de ciertos casos en los que la responsabilidad según el DI se ha imputado directamente al individuo y éste ha sido penado
mediante un procedimiento internacional.
B) Crímenes de guerra y contra la paz y la humanidad
En 1991 la CDI aprobó en primera lectura el proyecto de Código internacional de delitos contra la paz y la seguridad de la
humanidad, que figura dividido en dos partes:
1) La parte primera dedicada a la definición de los crímenes contra la paz y la seguridad de la humanidad y a los principios
generales aplicables (entre éstos, la responsabilidad penal del individuo, sin perjuicio de la responsabilidad internacional
en que pueda incurrir el Estado, la obligación de juzgar a los responsables o conceder la extradición y la no exención de
responsabilidad de quien haya actuado como jefe de Estado o de gobierno).
2) La parte segunda consagrada a recoger, tipificándolos, los crímenes en cuestión: la agresión, el genocidio, los crímenes
contra la humanidad y los crímenes de guerra, con el añadido de los crímenes contra el personal de las Naciones
Unidas y el personal asociado.

En el seno de las NU, ante las atrocidades cometidas en ciertos conflictos recientes, se ha tomado la iniciativa de crear tribunales
penales internacionales ad hoc, encargados de juzgar conductas individuales que constituyan violaciones graves y flagrantes de
principios y reglas internacionales de carácter taxativo.
No obstante, dejando aparte los supuestos excepcionales de la creación de órganos y procedimientos internacionales ante los
cuales se puede hacer exigible la responsabilidad del individuo en el plano del DI, lo normal es que sea el Derecho interno, a
través de órganos y procedimientos estatales, el que se encargue de dilucidar las consecuencias de la comisión por el individuo de
delitos internacionales. En el Derecho español, el Código Penal aprobado en 1995 incluye en el Título XXIV del Libro Segundo
(«Delitos contra la Comunidad internacional»), un capítulo sobre los delitos contra las personas y bienes protegidos en caso de
conflicto armado (arts. 608 a 614). Con posterioridad, en 2003, se introdujeron algunas modificaciones en dicho Título para
incorporar nuevos tipos penales en ese capítulo sobre las personas y bienes protegidos en caso de conflicto armado y para
incorporar un nuevo capítulo relativo a los «delitos de lesa humanidad».

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C) El genocidio
La Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio, aprobada por la AG el 9 de diciembre de 1948 y en vigor
desde 1951, se refiere a un tipo de hechos delictivos que, por atentar contra reglas jurídico-humanitarias que tutelan intereses
individuales y colectivos esenciales, constituyen la más grave expresión de los crímenes contra la humanidad.
Según establece en el art. I de la Convención, el genocidio, ya sea cometido en tiempo de paz o en tiempo de guerra, es un delito
de Derecho internacional que las partes contratantes se comprometen a prevenir y a sancionar.
Conforme al artículo II de la Convención, por genocidio se entiende «(…) cualquiera de los actos mencionados a continuación,
perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal:
a) Matanza de miembros del grupo.
b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo.
c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física total o
parcial.
d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo.
e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo».

La propia Convención obliga a las partes contratantes a adoptar las medidas legislativas necesarias para asegurar la aplicación de
sus disposiciones y, especialmente, a establecer sanciones penales eficaces para castigar a las personas culpables de genocidio o
de cualquier otro de los actos enumerados en el art. III.
En el plano jurisdiccional, la Convención dispone que las personas acusadas de genocidio o de cualquiera de esos otros actos
serán juzgadas por un tribunal competente del Estado en cuyo territorio fue cometido el acto, o ante la corte penal internacional
que sea competente respecto a aquellas de las partes contratantes que hayan reconocido su jurisdicción.
Por otra parte, y a los efectos de la extradición, el genocidio y los otros actos enumerados en el art. III no serán considerados
como delitos políticos, de modo que las partes contratantes se comprometen, en tal caso, a conceder la extradición conforme a su
legislación y a los tratados vigentes.
En cuanto al elemento volitivo del crimen de genocidio, es de advertir con el T.I.J. en su citada sentencia de 26 de febrero de
2007 que los actos a los que se refiere el art. II de la Convención sobre el genocidio comprenden, en tanto que actos intencionales
o deliberados, elementos morales, y. por otra parte y sobre todo, deben responder a la intención específica (dolus specialis) de
destruir, en todo o en parte, el grupo en cuanto tal .

El T.I.J., relativo a la aplicación de la Convención para la prevención y la represión del delito de genocidio, partiendo de que el
genocidio puede dar lugar a una dualidad de responsabilidades (individual y estatal), llega a la conclusión de que la obligación de
prevenir el genocidio que a los Estados partes en la Convención impone el art. I de ésta, implica necesariamente para ellos la
prohibición de cometerlo, de modo que el hecho de que los arts. V, VI y VII de la propia Convención se concentren en los
individuos (persecución penal de los culpables de genocidio o de cualquiera de los otros actos enumerados en el art. III,
extradición), no significa que las partes contratantes no puedan quedar sometidas ellas mismas a la obligación de no cometer, a
través de sus órganos o de personas o grupos cuyo comportamiento les sea atribuible, genocidio o cualquiera de esos otros actos
relacionados en el art. III .

En el Derecho español, el Código Penal aporta en su art. 607 una tipificación del genocidio en general ajustada a la de la
Convención de 1948, incluyendo el supuesto de la difusión de ideas o doctrinas que nieguen o justifiquen los actos de genocidio
o pretendan la rehabilitación de regímenes o instituciones que amparen prácticas generadoras de los mismos, supuesto
susceptible de ser relacionado con el de la «instigación directa y pública a cometer genocidio» recogido en el art. III de la citada
Convención

D) El terrorismo internacional
Englobamos bajo la expresión genérica de terrorismo internacional ciertas formas de violencia internacional que ponen en
peligro o causan la pérdida de vidas inocentes o comprometen la libertad de las personas.
Desde una perspectiva jurídica, en un sentido amplio, cabe entender por delito de terrorismo cualquier acto o amenaza de
violencia cometida por un individuo o un grupo de individuos contra personas, organizaciones, lugares, sistemas de transporte y
comunicación internacionalmente protegidos, con la intención de causar daños o muerte y el objeto de forzar a un Estado a tomar
determinadas medidas u otorgar determinadas concesiones.
Existe en la actualidad un consenso universal sobre la condena del terrorismo en todas sus formas y manifestaciones,
independientemente de quién lo cometa y de dónde y con qué propósitos se cometa.
En el proyecto de Convenio general sobre el terrorismo internacional que se debate en el seno de las NU, se considera en su art. 2
que incurre en delito, en el sentido de la Convención, quien ilícita e intencionadamente y por cualquier medio cause la muerte o
lesiones corporales graves a otra persona o personas, o daños graves a bienes públicos o privados, si el propósito de esos actos es,
por su naturaleza o contexto, intimidar a la población u obligar a un gobierno o a una organización internacional a hacer o dejar
de hacer algo.

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En el ámbito universal existen variados tratados que se refieren a diversas y específicas manifestaciones del terrorismo
internacional. En todos esos Convenios de ámbito universal, aunque de alcance específico y sectorial, se prevé que los Estados
incluyan en sus legislaciones el terrorismo como delito, lo penen y se comprometan a juzgar a los actores o cómplices o bien a
conceder la extradición. Además, se establece una obligación de cooperar en el doble plano legislativo y jurisdiccional, igual que
sucede en relación con otros delicta iuris gentium [delitos contra el Derecho de Gentes].

3. LA RESPONSABILIDAD INTERNACIONAL Y LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES


En 2008 la Comisión ha aprobado con carácter provisional el proyecto de artículos sobre la materia, que sigue en líneas generales
las pautas del proyecto de artículos sobre la responsabilidad del Estado por hechos internacionalmente ilícitos. Del proyecto de
artículos sobre la responsabilidad de las organizaciones internacionales por hechos internacionalmente ilícitos se destacan,
entre otras, los siguientes aspectos:
− En el proyecto de artículos se establece que todo hecho internacionalmente ilícito de una organización internacional genera
su responsabilidad internacional.
− Se precisa que el comportamiento de un órgano o agente de una organización internacional en el desempeño de sus
funciones se considerará como un hecho de la Organización según el Derecho internacional, cualquiera que sea la posición
de dicho órgano o agente con respecto a la Organización.
− Se indica que el comportamiento que no sea atribuible a la organización según los criterios que quedan apuntados se
considerará como hecho de esa organización en el caso y en la medida en que la misma reconozca y adopte como propio el
comportamiento en cuestión.

Presupuesta la personalidad jurídico-internacional de una Organización internacional, resulta evidente su condición de titular de
derechos y deberes internacionales, así como su capacidad para hacer valer aquéllos y para cumplir o, por el contrario, quebrantar
éstos. En este caso se habla de hecho ilícito de la organización, cuyas consecuencias pueden ser varias, aunque se reducen en
esencia a la nulidad y la responsabilidad:
− Nulidad. Puede plantearse en relación con los actos normativos de las organizaciones internacionales (una resolución de un
órgano de la organización, por ejemplo), aunque también pueden plantearse en relación con los llamados actos
operacionales (una acción de asistencia técnica a un Estado; una operación de las NU para el mantenimiento de la paz).
− Responsabilidad. Puede contraerla una organización internacional en diversos supuestos por hechos atribuibles a la misma.
La responsabilidad puede ser de Derecho interno o de DI.

Los supuestos en que una organización internacional puede incurrir en responsabilidad internacional pueden ser:
1. Quebrantamiento por la organización de un tratado concluido con un Estado o con otra organización.
2. Aquel en que, con ocasión de actividades operacionales, puedan atribuirse a una organización hechos dañosos cometidos
por sus órganos o agentes y susceptibles de ser invocados como generadores de responsabilidad en el plano internacional.
3. En aquellos casos en que una organización técnica o especializada realice actividades que puedan caer bajo el supuesto de
la responsabilidad por riesgo. En algunos casos se tratará de responsabilidad de Derecho interno, pero en otros de una
verdadera responsabilidad internacional.
4. Aquel que puede surgir en el contexto de las relaciones jurídicas entre la organización y sus funcionarios y agentes.
5. En Acuerdos de sede u otros llamados a regir las actividades de una organización internacional en el territorio de un Estado
se incluyen a veces cláusulas relativas a la exclusión de la responsabilidad internacional del Estado territorial por actos
propios de la organización.
6. Una organización internacional como las NU puede devenir responsable por los actos de administración internacional de
territorios (así, Nueva Guinea Occidental en 1962-1963) puestos por distintas circunstancias bajo su directa gestión.
7. Otros supuestos que cabría mencionar, como el de la eventual responsabilidad de una organización internacional por
posibles infracciones de reglas del trato diplomático a ella aplicables.

4. OTROS SUPUESTOS
En la medida en que las entidades colectivas conocidas como territorios no autónomos gozan en virtud de la propia Carta de una
condición distinta y separada de la del territorio de los Estados que las administran, y en la medida en que se reconoce la
legitimidad de la lucha de los pueblos de esos territorios por su liberación y el carácter internacional de la misma, cabe predicar
de dichas colectividades un conjunto de derechos y deberes situados en el plano internacional y, por tanto, una eventual
responsabilidad en este plano por incumplimiento de tales deberes. En concreto, y dado que ese tipo de lucha se canaliza a través
de los llamados movimientos o frentes de liberación nacional, es posible hablar de una responsabilidad internacional de éstos por
posibles violaciones del Derecho humanitario aplicable en los conflictos armados internacionales; e incluso, dentro de los
estrictos límites de su estatuto jurídico-internacional, es posible predicar de dichos movimientos una serie de obligaciones
internacionales distintas de las propias del Derecho de la guerra (así, las derivadas en Derecho internacional particular de su
status de observador ante organizaciones y conferencias internacionales, o las derivadas en DI general de las reglas del trato
diplomático donde éstas les fueran aplicables).

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Al descartar que los hechos de movimientos insurreccionales en general (grupos insurgentes, beligerantes, frentes
revolucionarios, movimientos de liberación nacional, etc.) sean atribuibles al Estado en cuyo territorio operan o están
establecidos, la CDI no dejó de reconocer la capacidad —dentro de ciertos límites— de un ente de este tipo para cometer hechos
internacionalmente ilícitos propios, y, en consecuencia, la posibilidad de «observar un comportamiento que podría dar lugar a
una responsabilidad internacional del propio movimiento insurreccional» si tal comportamiento constituyera una violación de
una obligación internacional que se reconociese que incumbía al mismo.

Cabría hablar, asimismo, de una responsabilidad —en cierto grado al menos— de algunas personas jurídicas de fin económico
con estatuto internacional, e incluso, como contrapartida a la titularidad de derechos en ciertos contextos como el del Derecho
comunitario europeo en tanto que Derecho sui generis [de su propio género o especie], de una responsabilidad de entidades que
actúan como operadores económicos en tales contextos, por violación, por ejemplo, de las reglas comunitarias sobre
competencia. Fuera de este marco sui generis del Derecho comunitario europeo, y ya en el marco del DI general, no es cuestión
de hablar de una responsabilidad internacional de tal tipo de entidades, sino de una necesidad de coordinar los distintos Derechos
internos (en el nivel, pues, del Derecho internacional privado) a fin de precaverse los Estados, sobre todo los Estados en
desarrollo, frente a los efectos perniciosos de las actividades de las multinacionales en el tráfico internacional.
Cabría, en fin, predicar un cierto grado de responsabilidad internacional de algunos entes de estatuto ambiguo, como la tan
controvertida «Empresa» a cuyo cargo correrían, según la Convención de las NU sobre el Derecho del Mar, parte de las
actividades de explotación de los recursos de la Zona internacional de fondos marinos. La ambigüedad del status jurídico de tal
ente resulta del doble hecho de su encuadramiento institucional dentro de la Autoridad (por tanto, dentro de una Organización
intergubernamental) y de su personalidad jurídica y responsabilidad distintas y separadas de las de la propia Autoridad, tal como
se infiere del Estatuto de la Empresa. En la medida en que no resulte ser una organización intergubernamental stricto sensu, es
posible encuadrar en el presente epígrafe el supuesto de su eventual responsabilidad internacional.

LECCIÓN 28. PROCEDIMIENTOS DE APLICACIÓN DE LAS NORMAS INTERNACIONALES (I): LA


PROTECCIÓN DIPLOMÁTICA (1º semana)

1. CONCEPTO DE PROTECCIÓN DIPLOMÁTICA


La personalidad jurídica del individuo todavía se encuentra bastante limitada en el Derecho internacional. Por ello, cuando un
Estado realiza un hecho internacionalmente ilícito del que es víctima directa un particular, éste tiene como principal vía de
reclamación el ordenamiento jurídico interno del estado autor del hecho ilícito. Si esta vía no es efectiva, hay algún supuesto
excepcional en el que el particular puede acudir a una instancia internacional para reclamar responsabilidad al Estado autor del
hecho ilícito, como es el caso, por ejemplo, del acceso al Tribunal Europeo de Derechos Humanos por violación de dicho
Convenio. No obstante, lo normal es que el particular, una vez agotados los recursos internos del Estado, no tenga ya ninguna
otra vía de reclamación. En estos supuestos tiene un papel especial la institución de la protección diplomática.
La protección diplomática es uno de los procedimientos más clásicos para asegurar la aplicación de las normas del Derecho
Internacional. Su regulación se encuentra en normas de carácter consuetudinario, hoy generalmente admitidas y que la Comisión
de Derecho Internacional de las Naciones Unidas ha codificado, habiendo aprobado en su sesión de 2006 un proyecto de artículos
sobre la materia.
Podemos definir la protección diplomática como «la invocación por un Estado, mediante la acción diplomática o por otros
medios de solución pacífica, de la responsabilidad de otro Estado por el perjuicio causado por un hecho internacionalmente
ilícito de ese Estado a una persona natural o jurídica que es nacional del primer Estado con miras a hacer efectiva esa
responsabilidad».
La protección diplomática puede ser ejercitada con una triple finalidad:
• Prevenir la violación de normas internacionales relativas a extranjeros.
• Hacer cesar una actividad de carácter ilícito.
• Obtener una reparación.

2. NATURALEZA JURÍDICA DE LA PROTECCIÓN DIPLOMÁTICA

El art. 2 del proyecto de la CDI establece que «Un Estado tiene derecho a ejercer la protección diplomática de conformidad con
el presente proyecto de artículos». Se reconoce de esta forma que es el Estado el que inicia y ejerce la protección diplomática y
que el Estado es la entidad a la que corresponde el derecho a presentar la reclamación:
• Mediante la protección diplomática el Estado ejercita un derecho propio y no un derecho del ciudadano o nacional suyo.
En esta afirmación está de acuerdo toda la doctrina, salvo mínimas excepciones.
• Una vez que el Estado inicia la protección, la persona física o jurídica no está legitimada para renunciar a la protección
diplomática o para hacer desistir al Estado de una acción emprendida. En esta afirmación existe unanimidad de la
doctrina.
Una cuestión que debemos plantearnos es si existe por parte del Estado un deber de ejercer la protección diplomática. En este
sentido, podemos indicar que no existe norma alguna de DI que obligue al Estado a dicho ejercicio. Para el DI se trata de una
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competencia puramente discrecional; por tanto, el Estado puede decidir libremente si ejercita o no la protección diplomática, que
pueda renunciar a su ejercicio una vez iniciada y que sea el Estado, y no el particular, el que considere suficiente o no la
reparación. No obstante, esta situación plantea el problema de la posible indefensión del particular perjudicado en el caso de que
el Estado decida no ejercer la protección diplomática.

La protección diplomática está directamente relacionada con la protección de los derechos del ser humano. Por ello, a pesar de
reconocerse generalmente el carácter discrecional del derecho del Estado a ejercer la protección diplomática, cada vez tiene más
apoyo doctrinal la tesis según la cual los Estados tienen alguna obligación, por imperfecta que sea, de proteger a sus nacionales
en el extranjero cuando son víctimas de violaciones graves de sus derechos. Así, cada vez son más los Estados que reconocen en
su Constitución el derecho de la persona a recibir protección diplomática por los perjuicios sufridos en el extranjero, lo que
implica la correspondiente obligación del Estado de ejercerla. Igualmente son numerosas las sentencias de tribunales internos que
indican que, si bien un Estado puede decidir discrecionalmente si va a ejercer o no la protección diplomática, dicho Estado tiene
la obligación, sujeta a control jurisdiccional, de hacer algo para ayudar a sus nacionales, lo que puede incluir la obligación de
considerar debidamente la posibilidad de ejercer la protección diplomática.

En el derecho español no existe norma alguna que expresamente atribuya al particular el derecho a exigir del Estado el ejercicio
de la protección diplomática cuando, agotados los recursos internos del Estado que ha lesionado sus derechos, éstos queden
desamparados. Ahora bien, la jurisprudencia del TC, en conjunción con el art. 106 CE y art. 139.1 de la Ley 30/1992 de Régimen
jurídico de las Administraciones públicas y del procedimiento administrativo común, pueden ayudar a determinar el derecho a
una indemnización a favor del particular que ha visto lesionados sus derechos en ausencia de medidas adecuadas de los poderes
públicos, incluida la protección diplomática, cuando se verificara el nexo causal entre la ausencia de su ejercicio y la lesión al
particular.

3. MODOS DE EJERCICIO DE LA PROTECCIÓN DIPLOMÁTICA

Los procedimientos de ejercicio de la protección diplomática pueden ser muy variados. Lo normal es que se recurra a las
gestiones diplomáticas oficiosas u oficiales y dentro de estas últimas, la principal es la presentación de una reclamación formal.
Si ésta no tiene una respuesta satisfactoria por medio de un arreglo directo, se puede recurrir a los diferentes medios de arreglo de
controversias, incluido el judicial, si las partes así lo convinieran o hubieran aceptado la competencia de algún órgano judicial.
En Derecho Internacional contemporáneo rige el principio de libertad de elección de medios para el arreglo de controversias, con
el único límite de la prohibición del uso de medios no pacíficos.
El art. 2.4 de la Carta de las Naciones Unidas prohíbe expresamente la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones
internacionales, lo que lleva aparejado que el empleo de la amenaza o del uso de la fuerza para el ejercicio de la protección
diplomática esté expresamente prohibido. En este sentido, el art. 1 del proyecto de la CDI señala que la protección diplomática
deberá ser ejercida por medio del «recurso a la acción diplomática o a otros medios de solución pacífica».

4. CONDICIONES DE EJERCICIO DE LA PROTECCIÓN DIPLOMÁTICA


Para que la protección diplomática pueda ser ejercida se requiere la concurrencia de los siguientes requisitos: a) nacionalidad de
la reclamación; b) agotamiento de los recursos internos; c) conducta correcta de la persona a favor de la que se actúa la
protección (también conocido como «manos limpias»).

A) Nacionalidad de la reclamación
La nacionalidad de la reclamación supone que, «en ausencia de acuerdos particulares, sólo el vínculo de nacionalidad entre el
Estado y el individuo le da a aquél el derecho a la protección diplomática».
De la afirmación anterior se deduce que cabe el ejercicio de la protección diplomática por un Estado en concreto, cuando:
• El agraviado sea nacional suyo.
• Cuando el agraviado no sea nacional suyo, siempre que existan acuerdos particulares, como en el caso de la
representación internacional de un Estado por otro.
A los anteriores dos supuestos, la CDI ha propuesto añadir un tercero: la posibilidad de que el Estado ejerza la protección
diplomática de los apátridas y refugiados que tengan residencia legal y habitual en el Estado. La CDI propone esta norma en el
marco de su función de desarrollo progresivo del derecho y con la finalidad de adaptar la institución de la protección diplomática
a la evolución del Derecho Internacional, cada vez más protector de las personas que se encuentran en esa situación. De todas
formas, el supuesto normal es el de la nacionalidad o, dicho de otra manera, es posible la protección cuando el Estado pueda
reivindicar a la persona como sujeto propio. No obstante, esta cuestión plantea los siguientes problemas:

a) Cuestiones generales

1. Casos de doble nacionalidad

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En casos de doble nacionalidad un Estado no puede proteger a una persona (física o jurídica) que tenga también la nacionalidad
del Estado frente al que se reclama.
La Comisión de Derecho Internacional de las Naciones Unidas, en el art. 7 del proyecto, admite una posible excepción aceptando
que un Estado pueda presentar una reclamación para proteger a una persona que tiene su nacionalidad contra otro Estado del que
también tenga la nacionalidad siempre que la nacionalidad «predominante» de esta persona sea la del Estado que ejerce la
protección «tanto en el momento del perjuicio como en la fecha de la presentación oficial de la reclamación».
Un problema diferente es el de qué Estado es competente para presentar una reclamación en los casos en que el individuo es
nacional de más de un Estado, siempre que ninguno de ellos sea el Estado contra el que se reclame. En principio, cualquiera de
los Estados de los que es nacional puede presentar la reclamación. Incluso es posible que se presente de forma conjunta por
varios de ellos. Sin embargo, si bien el Estado reclamado no puede oponerse a una reclamación presentada por dos o más Estados
que actúan simultáneamente y de concierto, sí puede suscitar objeciones cuando los Estados reclamantes formulan reclamaciones
separadas. Igualmente pueden plantearse problemas en el caso de que uno de los Estados de la nacionalidad renuncie al derecho a
la protección diplomática mientras otro Estado de la nacionalidad intenta ejercer la reclamación. En esos casos debe considerarse
como más autorizado para ejercer la protección o para renunciar a la misma al Estado con el que el individuo mantiene unos
ligámenes más estrechos.

2. Continuidad de la nacionalidad
Otra de las cuestiones generales es la relativa a la continuidad de la nacionalidad o, dicho de otro modo, en qué momento o
momentos ha de existir el vínculo entre el Estado y la persona para fundamentar la protección. Teóricamente cabe distinguir
varios momentos:
• Aquel en que se haya sufrido el perjuicio o el del agotamiento de los recursos internos.
• Cuando el Estado haya decidido intervenir.
• El momento en que se haya pronunciado la decisión.
Sobre los momentos anteriores no encontramos unanimidad en la doctrina ni en la jurisprudencia. La tesis más generalizada y
que cuenta con el apoyo tanto de la CDI como del Institut de Droit International es que la persona debe estar en posesión de la
nacionalidad del Estado reclamante, tanto en el momento de la presentación de la reclamación como en el que se produjo el
hecho que motivó la demanda.
El doble criterio descrito tiene como base evitar que la sola exigencia de la nacionalidad en el momento de la reclamación
pudiera dar lugar a la búsqueda de un Estado más complaciente para que presentara la reclamación través de un cambio de
nacionalidad. Los cambios de nacionalidad en el período comprendido entre el momento en que se realiza el hecho motivador de
la reclamación o se sufre el perjuicio y el de la reclamación no son infrecuentes en la práctica.
Esta excepción al principio de la continuidad de la nacionalidad tiene a su vez un límite: cuando la reclamación se presenta
contra el Estado del que era nacional en el momento en que se realizó el hecho internacionalmente ilícito. Este límite es lógico
pues, si el individuo era nacional del Estado reclamado en el momento en que se produjeron los hechos, esa persona no era un
extranjero en ese Estado.

b) El criterio de la efectividad en la nacionalidad de las personas físicas


En la mayoría de los casos la nacionalidad de las personas físicas no planteará problemas. En el caso de que surgieran, el criterio
de la efectividad de la nacionalidad sería decisivo en una controversia internacional.
En opinión de la CDI el requisito de la efectividad del vínculo de la nacionalidad no debe aplicarse estrictamente, pues se
«excluiría a millones de personas de los beneficios de la protección diplomática, ya que en el mundo de hoy, de mundialización
económica y migración, hay millones de personas que dejan sus Estados de nacionalidad para rehacer su vida en Estados cuya
nacionalidad nunca adquirirán o bien han adquirido la nacionalidad, por nacimiento o filiación, de Estados con los que tienen
una conexión tenue». Este razonamiento, unido a otros argumentos, ha inclinado a la CDI a no exigir que el Estado tenga que
probar la existencia de un vínculo efectivo o auténtico entre él y su nacional, como factor adicional para ejercer la protección
diplomática cuando el nacional sólo posea una nacionalidad.

c) La nacionalidad de las personas jurídicas


La nacionalidad de las personas jurídicas, a efectos de la protección diplomática, es un requisito esencial también para ejercer la
protección diplomática de las mismas. El título de protección le corresponde al Estado nacional de la Sociedad.
El problema radica en la diversidad de criterios doctrinales e incluso legislativos en los que se basan para la determinación de la
nacionalidad, tales como el lugar de constitución, el lugar de explotación, el domicilio social y el del país que autoriza la
constitución. Existen incluso otros criterios. No obstante, podemos afirmar que el criterio más comúnmente aceptado es el del
lugar de constitución, que coincide generalmente con el del domicilio social.
Al igual que en el caso de las personas físicas, también para las sociedades se exige el principio de la continuidad de la
nacionalidad, si bien, en este caso, se plantea una nueva excepción que no es infrecuente en la práctica, conforme a la cual «un
Estado seguirá teniendo derecho a ejercer la protección diplomática con respecto a una sociedad que tenía su nacionalidad en el
momento del perjuicio y que, a resultas de ese perjuicio, ha dejado de existir según la legislación de ese Estado».

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d) La protección de los accionistas de las Sociedades
Un problema especial es el relativo a si el Estado del cual son nacionales los accionistas de una Sociedad que tiene una
nacionalidad distinta a la de éstos, puede ejercer el derecho de protección diplomática respecto de un Estado que haya infligido
daños a la Sociedad. Esta cuestión ha sido ampliamente debatida, dando lugar a una extensa bibliografía sobre el tema.
La razón del interés que la protección de accionistas plantea estriba en hechos sumamente conocidos. Uno de ellos es el de las
Sociedades con capital plurinacional que operan en diversos países de forma simultánea, y el otro el de la inversión de capitales
en países extranjeros, subdesarrollados o no, a través del mecanismo jurídico de las sociedades de capitales. Es sabido que los
países exportadores de capitales privados han procurado cubrir dichas inversiones a través de mecanismos muy diversos.
Un estudio de la práctica diplomática y de la jurisprudencia arbitral nos pone de manifiesto lo siguiente:
• Que las indemnizaciones en beneficio de accionistas se han conseguido normalmente por los Estados vencedores en los
Tratados de Paz. También encontramos casos en los Tratados de indemnizaciones globales en casos de nacionalización.
Ambos supuestos obedecen a situaciones particulares, y no cabe extraer de ellos una regla general en favor de la
protección de accionistas.
• Existe, efectivamente, una jurisprudencia arbitral favorable a reparar los daños causados a socios o accionistas de
sociedades extranjeras a petición del Estado nacional distinto al de la sociedad; pero lo que es aún más cierto es que de
dichos precedentes no se pueden extraer consecuencias a la ligera sobre la protección de accionistas, ya que obedecieron
a circunstancias especiales y se solucionaron a través de unos compromisos arbitrales en los que el propio Estado
reclamado accedía al ejercicio de la acción judicial por diversas causas, entre las que cabe destacar el que varias
sociedades que habían sufrido daños tenían la nacionalidad del Estado causante del perjuicio y, por tanto, la sociedad no
podía estar protegida internacionalmente por éste.
De lo anterior no podemos ni debemos deducir que la protección de accionistas por el Estado nacional de éstos no está admitida
en el DI. Hay supuestos en que dicha protección es posible y son fundamentalmente los siguientes:
• Cuando los accionistas hayan sido lesionados en sus propios derechos en cuanto accionistas de una sociedad. No cabe,
sin embargo, la protección de los accionistas por las repercusiones desfavorables que puedan sufrir como consecuencia
de un acto que lesione los derechos de la sociedad.
• En el caso en el que la sociedad haya dejado de existir. Respecto a este supuesto el TIJ ha dicho: «Sólo la desaparición
en derecho de la sociedad priva a los accionistas de la posibilidad de un recurso por mediación de la sociedad;
únicamente cuando toda posibilidad de esta especie esté cerrada, será posible que la cuestión de un derecho de acción
independiente pueda plantearse para ellos y para su Gobierno».
• Tampoco legitima el ejercicio de la acción diplomática en favor de accionistas por el Estado de que son nacionales, el
hecho de que el Estado de la Sociedad haya dejado de ejercer la protección diplomática. Éste puede cesar en ella en
virtud de su poder discrecional respecto al ejercicio de la misma.
• La CDI contempla la posible protección de los accionistas exclusivamente en el marco aceptado por el TIJ al afirmar, en
el art. 12 del proyecto, que sólo podría caber esa protección cuando el hecho internacionalmente ilícito «cause un
perjuicio directo a los derechos de los accionistas como tales, distintos de los derechos de la propia sociedad».

B) Agotamiento de los recursos internos


El individuo lesionado o quien actúe en su nombre deberá utilizar todos los recursos judiciales y administrativos que la
legislación del Estado autor del acto origen de la reclamación ponga a disposición de los particulares.
El art. 14 del proyecto de artículos de la CDI recoge esta regla en los siguientes términos: «1. Un Estado no podrá formular una
reclamación internacional en razón de un perjuicio causado a uno de sus nacionales o a una de las personas a que se refiere el
artículo 8 antes de que la persona lesionada haya agotado todos los recursos internos (…). 2. Por "recursos internos" se
entiende los recursos legales que puede interponer una persona lesionada ante los tribunales u órganos, sean éstos judiciales o
administrativos, ordinarios o especiales, del Estado cuya responsabilidad por el perjuicio se invoca».

La regla del agotamiento tiene varias excepciones, que son fundamentalmente las siguientes:
− Cuando por medio de una cláusula en un compromiso arbitral u otro instrumento, el Estado contra el que se reclama haya
renunciado expresamente a que se agoten los recursos internos.
− Cuando los recursos internos no ofrezcan ninguna posibilidad razonable de obtener una reparación eficaz. Esta situación
puede darse por varias causas.
− En los casos de retrasos injustificados en la administración de justicia por los Tribunales o cuando éstos no dicten su
sentencia en un plazo razonable.

En definitiva, puede afirmarse que el particular o sus familiares deben agotar los recursos administrativos y judiciales que sean
normales y habituales en el Estado que supuestamente ha cometido el ilícito. No se le puede pedir que para agotar los recursos
realice esfuerzos extraordinarios o que active recursos que realmente no le van a compensar el daño sufrido. En otras palabras, se
deben agotar los recursos accesibles y eficaces.

C) Conducta correcta de la persona a favor de la que se actúa la protección


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Se trata de precisar si la conducta contraria al derecho interno del Estado contra el que se reclama o al Derecho internacional de
la persona física o jurídica a favor de la que se ejerce la protección diplomática puede influir, de alguna manera, a los efectos de
la realización de la protección y en las consecuencias de ésta.
Esta institución es conocida por la excepción de «manos limpias» y ha nacido en la doctrina y la jurisprudencia anglosajonas
(teoría de las «clean hands») de la que ha pasado al Derecho Internacional. No obstante, este requisito no está generalmente
admitido por la doctrina y jurisprudencia internacionales.
Parece indudable que dicha conducta incorrecta o simplemente negligente puede estar llamada a ejercer alguna influencia en los
tres momentos siguientes:
a) Que el Estado del que es nacional le niegue la protección y subsiguientemente no ponga en juego los mecanismos que
derivan del derecho de protección diplomática. No encontramos en la práctica internacional precedentes que apoyen esta
hipótesis. Al contrario, existen numerosos casos en que se ha ejercido la protección sin tener en cuenta la conducta
incorrecta de los protegidos. Por otro lado, negar o no la protección diplomática es un acto discrecional del Estado en la
mayoría de los casos y es una cuestión que en el desarrollo actual del DI queda a la competencia del Estado.
b) Que se considere como una causa de inadmisibilidad de la demanda o reclamación. No encontramos ningún
precedente en la jurisprudencia internacional que avale esta hipótesis.
c) Como una cuestión que puede ser examinada al estudiar el fondo del asunto, dirigida a la exoneración de
responsabilidad del Estado demandado o servir al menos de base a una demanda reconvencional de este último a los
fines de compensación en cuanto a fijar el montante de la reparación. Ésta es la vía previsible de penetración de la
institución anglosajona en el Derecho Internacional sobre la base de las opiniones doctrinales más favorables a esta
institución y a algún precedente jurisprudencial atendible.

5. MECANISMOS DE PROTECCIÓN A LAS INVERSIONES EXTRANJERAS


Los problemas que las inversiones de capitales extranjeros pueden presentar han dado origen a la creación de algunos
mecanismos recientes distintos de la protección diplomática y que brevemente examinaremos.
Mediante sistemas de seguros públicos, varios Estados aseguran, bajo ciertas condiciones, las inversiones de sus nacionales en el
extranjero por riesgos no comerciales, siendo de destacar el utilizado por los EE.UU. Existen también proyectos de sistemas
multilaterales de seguros elaborados por el B.I.R.D. y en el plano regional por la Asamblea Consultiva del Consejo de Europa y
la Liga Europea de Cooperación Económica. A este respecto cabe señalar el Organismo multilateral de garantía de Inversiones,
adscrito al Grupo del Banco Mundial y en el que participa España.
Otro de los mecanismos de protección de gran importancia práctica fue el creado a través de la Convención sobre el arreglo de
diferencias relativas a inversiones entre Estados y nacionales de otros Estados, patrocinada por el B.I.R.D. y que entró en vigor el
14 de octubre de 1966. En la misma se prevé la creación de un Centro Internacional sobre Arreglo de Diferencias (C.I.A.D.I.) que
mantiene unas listas de Conciliadores y Árbitros. Los particulares inversores (personas físicas y jurídicas) están legitimados para
recurrir al Arbitraje y el Estado nacional del particular sólo ejercitará la protección diplomática o formulara una reivindicación en
el caso de que el Estado al que se reclama no acate la Sentencia arbitral. Como antes hemos señalado, de conformidad con el art.
26 de esta Convención, el requisito del previo agotamiento de los recursos internos no es exigible en los casos en que llegue a
ejercerse la protección diplomática salvo que el Estado en litigio con una empresa extranjera haya hecho una declaración expresa
en ese sentido. El sistema de arreglo de controversias del C.I.A.D.I. está estrechamente vinculado a los Acuerdos Bilaterales de
Promoción y Protección de la Inversión Extranjera, que vienen incluyendo el recurso al C.I.A.D.I. como una fórmula ordinaria de
arreglo de controversias. Por esta razón, el sistema del C.I.A.D.I. ha adquirido un importantísimo desarrollo en las últimas
décadas, dando lugar, incluso, a la consolidación de una interesante categoría de arbitraje internacional mixto (Estado/particular)
que va adquiriendo progresivamente contornos propios. No obstante, el sistema del C.I.A.D.I. se ha enfrentado igualmente en la
última década a una importante dificultad, derivada de la criticable práctica de algunos Estados poco respetuosos con la
obligación de cumplir de las sentencias adoptadas por el órgano arbitral nombrado en el seno del C.I.A.D.I., lo que sin duda
minora la importante dimensión garantista que esta institución tiene para los inversores extranjeros.

LECCIÓN 29. PROCEDIMIENTOS DE APLICACIÓN DE LAS NORMAS INTERNACIONALES (II): LA SOLUCIÓN


PACÍFICA DE LAS CONTROVERSIAS INTERNACIONALES (LOS MEDIOS DE ARREGLO DIPLOMÁTICO Y EL
ARBITRAJE)

1. IDEAS GENERALES
En las relaciones entre Estados y, eventualmente, entre las de otros sujetos internacionales, se pueden presentar situaciones de
crisis que enturbian las relaciones pacíficas; se crean tensiones cuya prolongación puede poner incluso «en peligro el
mantenimiento de la paz», según la célebre expresión del art. 33 de la Carta de las N.U., o simplemente, en las relaciones entre
los Estados, crean una perturbación mayor o menor, según la importancia del objeto de la diferencia que debe ser solucionada.
Las causas que están en el origen de las crisis internacionales, como ocurre en el interior de los Estados, pueden estar influidas
por diversos factores de índole económico, social, político, territorial, etc.
En las crisis internacionales que se crean por las acciones u omisiones de los propios sujetos del Ordenamiento internacional,
cabe distinguir tres momentos principales:
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− Un momento inicial, conocido por situación, en el que la crisis no se ha producido aún, pero está en estado potencial o
incluso latente.
− Un paso más adelante nos viene dado por la noción de conflicto que supone una discrepancia entre sujetos de DI, que ha
inducido o puede inducir a uno de ellos a actuar contra otro.
− Finalmente existe un tercer momento conocido por controversia o diferencia, en el que una de las dos partes en la misma
hace valer frente a las otras pretensiones opuestas o cuando una de dichas partes pretende de la otra una pretensión a la que
esta última no se somete.

Situación, conflicto y diferencia pueden ser los tres momentos de una crisis internacional, pero no se dan siempre de forma
necesaria, ya que los mecanismos del arreglo pacífico pueden funcionar en cualquiera de los tres momentos para prever que la
situación continúe, evitando el nacimiento del conflicto o su prolongación, lo que daría paso en esta última hipótesis a que nos
encontráramos ante una verdadera diferencia.

2. CONCEPTO DE DIFERENCIA

La diferencia surge cuando un sujeto internacional hace valer ante otro una reclamación concreta basada en un incumplimiento
de una obligación y la parte a la que va dirigida la rechaza. Para llegar a este momento ha sido necesario un período más o menos
largo, en que se haya ido delimitando la diferencia que, por otro lado, generalmente apareció bajo la forma de una situación.
− Las partes en una diferencia tienen que ser sujetos del Ordenamiento internacional. Preferentemente las diferencias se dan
entre Estados, pero esto no quiere decir que no sean también diferencias internacionales las que se planteen entre un Estado
y una OI o entre dos OI o entre Estados u Organizaciones y otros sujetos del DI. Las diferencias entre personas privadas o
entre éstas y los Estados no son diferencias internacionales.
− La diferencia supone una discrepancia entre las partes, que se refiera, no sólo a cuestiones propiamente jurídicas
(interpretación de una o varias cláusulas de un tratado), sino también a cuestiones de hecho (límites entre los Estados o
sobre el trazado de un punto concreto de una frontera).
− Para que exista una diferencia internacional hace falta que la misma haya sido fijada por las partes mediante conversaciones
directas, actos unilaterales u otros medios capaces de delimitar su verdadero contenido y que objetivamente sea
identificable.

3. CLASES DE DIFERENCIAS

− Diferencias jurídicas y políticas. Tradicionalmente la mayoría de la doctrina ha distinguido entre diferencias jurídicas y
políticas: las jurídicas serían aquellas susceptibles de ser solucionadas aplicando el derecho vigente; las políticas serían
aquellas basadas en una pretensión cuya solución requiere una modificación del derecho vigente. Sin embargo, la distinción
radical entre unas y otras debe ser rechazada, pues toda discrepancia entre Estados reúne a la vez un matiz político y una
dimensión jurídica. En este sentido cabe decir que, salvo casos excepcionales, la inmensa mayoría de las diferencias entre
Estados tienen un carácter mixto, predominando, según los casos, el político o el jurídico.
− Diferencias jurisdiccionables o no jurisdiccionables. Desde otro punto de vista se ha distinguido también entre las
diferencias jurisdiccionables y no jurisdiccionables, según exista o no acuerdo entre las partes para someter la diferencia a
arreglo judicial o arbitral. Como es sabido, en el estado actual del DI, ningún sujeto del mismo puede ser sometido a un
procedimiento de arreglo arbitral o judicial sin su consentimiento.

4. LOS MEDIOS DE SOLUCIÓN DE DIFERENCIAS

A) Clasificación tradicional
Tradicionalmente se distinguían entre los medios de solución de diferencias pacíficos de los no pacíficos. La razón es que hasta
fecha reciente el uso de la fuerza era considerado como un medio incluso lícito de arreglo. La obligación de resolver las
diferencias por medios pacíficos es reciente dentro del DI y fue necesario llegar al final de la Segunda Guerra Mundial para que
apareciera de forma inequívoca la obligación del arreglo pacífico de las diferencias.
El art. 2.3 de la Carta de las N.U., al enumerar los propósitos de la Organización, dice que «Los miembros de la Organización
arreglarán sus controversias internacionales por medios pacíficos, de tal manera que no se pongan en peligro la paz y la
seguridad internacionales ni la justicia». De esta forma se condena implícitamente a los medios no pacíficos de arreglo dentro
del derecho de las Naciones Unidas, que hoy obliga, por la práctica universal de la Organización, a casi todos los Estados de la
Tierra.

B) Clasificación que seguimos -> medios diplomáticos y medios jurídicos


Otra clasificación de los medios de arreglo, que es la seguida en este Manual, distingue los medios diplomáticos de los jurídicos.

a) Medios diplomáticos
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Los medios diplomáticos son aquellos en que intervienen los órganos normales de las relaciones internacionales, como los
agentes diplomáticos, ministros de Asuntos Exteriores, etc. Dentro de estos medios están las negociaciones diplomáticas, los
buenos oficios y la mediación, las comisiones de investigación y de conciliación.
La característica principal de los medios diplomáticos es el de «facilitar la solución por medio del acuerdo entre los Estados
interesados».

b) Medios jurídicos
Los medios jurídicos son el arbitraje y el arreglo judicial, lo que supone someterse voluntariamente las partes a un órgano
judicial, creado ad hoc en el arbitraje o a un órgano preexistente en el arreglo judicial, que solucione la diferencia generalmente
sobre la base del Derecho Internacional y se contenga dicha solución en una sentencia arbitral o judicial vinculante para las
partes.
Los sujetos internacionales son generalmente libres, salvo que previamente se hayan comprometido a otra cosa, para escoger
cualquier medio de arreglo, sea diplomático o judicial. Dentro de estas categorías, también son nuevamente libres de aceptar
cualquier medio concreto de arreglo.
La libertad de elección del medio para solucionar la controversia internacional aparece reconocido en el art. 33, párrafo 1º, de la
Carta de las N.U., donde se indica que «Las partes en una controversia, cuya continuación sea susceptible de poner en peligro el
mantenimiento de la paz y la seguridad internacional, tratarán de buscarle solución, ante todo, mediante la negociación, la
investigación, la mediación, la conciliación, el arbitraje, el arreglo judicial, el recurso a organismos o acuerdos regionales u
otros medios pacíficos de su elección». Este principio de libre elección de medios aparece también enunciado en la Resolución
2625 (XXV) de la AGNU.
Las partes son, pues, libres de elegir el medio más adecuado para resolver la controversia, pero deben buscar el acuerdo que
posibilite tal elección y deberán hacerlo de buena fe.

5. LOS MEDIOS LLAMADOS DIPLOMÁTICOS

Los medios diplomáticos fueron los primeramente utilizados en el tiempo, especialmente las negociaciones diplomáticas directas,
y siguen utilizándose con gran amplitud pese a la institucionalización del arreglo judicial con carácter de permanencia.

A) Las negociaciones diplomáticas


Es el método más antiguo y más utilizado para el arreglo de diferencias. Consiste en el entendimiento directo de las partes en una
diferencia, para llegar a un acuerdo entre las mismas.
Se trata del método diplomático por excelencia, que se realiza a través de los servicios diplomáticos normales o bien en el seno
de una Conferencia Internacional, convocada o utilizada para este fin. Es, sin duda, el medio más importante de arreglo
cuantitativamente hablando, ya que a través de él se han solucionado la mayoría de las diferencias entre Estados. Reúne las
siguientes características: inmediatez, rapidez, discreción y secreto:
• Inmediatividad -> Las conversaciones son directas entre las partes.
• Rapidez -> No necesidad de formalidades especiales.
• Puede ser realizado con mayor discreción y secreto.
Este procedimiento concede un amplio margen de maniobra a los Estados parte, tan sólo limitado por la obligación de negociar
de buena fe.
Las negociaciones diplomáticas directas se llevan a cabo por los métodos normales de la diplomacia: conversaciones directas,
intercambio de notas diplomáticas, de propuestas, etc., y finalizan mediante declaraciones comunes o generalmente por acuerdos
entre las partes. Con frecuencia, las negociaciones directas están previstas en los tratados de arreglo de diferencias como un
medio previo a la vía arbitral o a la judicial.

B) Los buenos oficios y la mediación


Característica de estas dos instituciones jurídicas es la intervención en el arreglo de la diferencia de un tercer sujeto internacional
(Estado u Organización internacional) o un grupo de ellos (mediación colectiva). La función del tercero varía según se trate de
los buenos oficios o de la mediación:
− En el caso de los buenos oficios, el tercero se limita a ser un simple intermediario sin formular ninguna solución. Se trata
de la acción amistosa del tercer Estado u Organización Internacional, para poner de acuerdo a las partes en desacuerdo
mediante una intervención discreta. Cada vez es más frecuente que el Secretario General de las N.U. o alguno de sus
representantes presten sus buenos oficios en el contexto de muy diversas controversias internacionales y recientemente el
Rey de España ha desarrollado una labor de buenos oficios en el conflicto entre Uruguay y Argentina.
− En la mediación, al contrario de los buenos oficios, el mediador interviene no sólo intentando poner de acuerdo a las
partes, sino también proponiéndoles una solución. En este caso las partes no tienen la obligación de aceptarla.

C) La investigación internacional

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La misión de las Comisiones de investigación es la de establecer la materialidad de los hechos ocurridos, origen de la
desavenencia.
El funcionamiento de las Comisiones se prevé en los arts. 17 a 36 del Convenio de La Haya de 1907. Entre dichas reglas de
funcionamiento podemos resaltar las siguientes:
a) Que la investigación tendrá carácter contradictorio.
b) Que la Comisión tiene la facultad de trasladarse momentáneamente a sitios donde juzgue útil acudir como medio de
información.
c) Que la Comisión tiene derecho a solicitar de cualquiera de las partes las explicaciones o informes que considere
convenientes.
d) que las partes se comprometen a procurar a la Comisión de Investigación todos los medios y todas las facilidades
necesarias para el conocimiento completo y la apreciación exacta de los hechos.
e) Que las deliberaciones serán secretas.
f) El informe de la Comisión será firmado por todos sus miembros y leído en sesión pública.
g) El «Informe», limitado a la comprobación de los hechos, no tiene ningún carácter de sentencia arbitral.

D) La conciliación internacional
La conciliación internacional puede definirse como «la intervención en el arreglo de una diferencia internacional, de un Órgano
sin autoridad política propia que, gozando de la confianza de las partes en litigio, está encargado de examinar todos los
aspectos del litigio y de proponer una solución que no es obligatoria para las partes». Su interés radica en que permite tener en
cuenta consideraciones tanto jurídicas como económicas, políticas y sociales y conduce a una solución orientada hacia el futuro,
que no busca declarar un vencedor, sino más bien lograr un acercamiento entre las partes.
La conciliación es el medio más moderno de arreglo dentro de los diplomáticos. La práctica ofrece distintos ejemplos de este
procedimiento, como el que tuvo lugar en 1981 en relación con la delimitación de la plataforma continental entre Noruega e
Islandia en el sector de Jan Mayen.
Las misiones de las Comisiones de Conciliación son triples:
• Determinación de los puntos de hecho.
• Fijación de los puntos de derecho.
• Informe de la Comisión con una propuesta de solución de la diferencia.

El procedimiento efectuado es contradictorio. Los trabajos de la Comisión finalizan mediante un acta en la que se hace constar si
las Partes han llegado o no a un acuerdo y las condiciones del mismo si las hubiere. Dicha acta se comunicará a las Partes, que
podrán decidir sobre su publicación.
Las Comisiones de Conciliación se diferencian claramente de las Comisiones de Investigación, pues estas no formulan
propuestas de arreglo y se limitan a la fijación de los hechos. La Conciliación internacional está reglamentada en numerosos
tratados bilaterales y multilaterales.

6. EL ARBITRAJE INTERNACIONAL

A) Ideas generales
Una controversia surgida entre sujetos internacionales puede ser sometida por éstos a un tercero independiente para que adopte,
después de un procedimiento contradictorio, una decisión fundada en derecho obligatoria para las partes por la que se ponga fin a
la misma. Estaremos en estos casos ante los denominados medios jurídicos de solución pacífica de diferencias, que son dos: el
arbitraje internacional y el arreglo judicial. En este apartado vamos a examinar exclusivamente el arbitraje internacional.
El arbitraje internacional es una institución jurídica internacional de gran tradición histórica, que ha cumplido una importante
función al servicio de la paz y de la justicia a lo largo de los tiempos y que pervive en la actualidad, donde, a pesar de haber
perdido la importancia que tuvo en otros tiempos, está conociendo un claro fenómeno de revitalización, encontrando en el ámbito
de las soluciones de controversias fronterizas un campo especialmente apropiado para su desarrollo.

B) Evolución histórica
Si bien los antecedentes históricos se remontan a la antigua Grecia, conociendo también esta institución un amplio desarrollo en
la Edad Media, donde se asiste a numerosos arbitrajes efectuados entre las diferentes unidades políticas de la época que recurren
a árbitros singulares como el Papa o el emperador, lo cierto es que desde el punto de vista internacional no debemos de hablar de
arbitraje hasta que se dan las condiciones para el nacimiento del Derecho Internacional moderno.
El desarrollo del arbitraje en el sentido en que lo entendemos hoy en día se inicia con el Tratado de amistad, comercio y
navegación entre Gran Bretaña y Estados Unidos de 19 de noviembre de 1794, conocido como Tratado Jay, por el que se trata de
solucionar los conflictos derivados de la independencia americana. Este Tratado dio lugar a una serie de arbitrajes por medio de
Comisiones Mixtas compuestas por representantes de los Estados partes que funcionaron hasta 1831.
Un momento esencial en la historia del arbitraje viene señalado por el conocido Asunto del Alabama, entre Estados Unidos y
Gran Bretaña, relacionado con los deberes de neutralidad de este último país durante la guerra de Secesión americana, y cuya
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sentencia se pronuncia el 14 de septiembre de 1872. Para juzgarlo se constituyó un órgano colegiado compuesto por cinco
miembros de los cuales dos tenían la nacionalidad de cada una de las partes y los tres restantes poseían otras nacionalidades.
Este arbitraje tuvo gran importancia por la índole de los países en litigio y le siguieron una buena serie de ellos.
En 1874 el Institut de Droit International sometió a discusión un proyecto de Código sobre el Procedimiento Arbitral y un año
más tarde adoptaba una Resolución al respecto.
La Primera Conferencia de Paz de La Haya aprobó el 29 de julio de 1899 una Convención sobre el arreglo pacífico de
Controversias, en la que se dedicaba todo el Título IV al arbitraje.
El Convenio de La Haya de 18 de octubre de 1907 todavía está en vigor para más de cincuenta Estados.
A esta práctica, relativamente abundante tal como se ve, hay que añadirle unos supuestos nuevos de arbitraje surgidos de la
aplicación del Anexo VII de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982.
Ello demuestra cómo el arbitraje, lejos de haberse muerto, aparece revitalizado. Pero además hay que destacar que figura la
cláusula arbitral en numerosos tratados bilaterales y que incluso puede llegar a tener gran importancia en el futuro si se ensancha
la esfera de los sujetos de Derecho Internacional, si se amplía el comercio de Estado y si los inversores privados extranjeros
pretenden más seguridades jurídicas a sus inversiones. Naturalmente en estos últimos casos no se tratará de supuestos de arbitraje
entre Estados; pero sí de un instrumento valioso para otras formas de relación internacional distintas a las estrictamente
interestatales.

C) Concepto y caracteres
El arbitraje constituye un medio de solución de las diferencias entre sujetos internacionales en el que interviene un tercero
independiente (órgano unipersonal o colegiado) al que las partes han investido de mutuo acuerdo de la facultad de adoptar,
después de un procedimiento contradictorio, una decisión basada en derecho y jurídicamente obligatoria para las mismas.
Según el art. 37 del Convenio de La Haya de 1907 sobre Arreglo Pacífico de Diferencias, el arbitraje «Tiene por objeto arreglar
los litigios entre los Estados mediante jueces elegidos por ellos y sobre la base del respecto al Derecho. El compromiso de
arbitraje implica la obligación de someterse de buena fe a la sentencia arbitral».
De la definición y de la disposición citadas, extraemos los siguientes rasgos principales que caracterizan al arbitraje:
1. La sumisión de una controversia al arbitraje depende de la voluntad de las partes. De ahí la importancia que tiene en el
mismo el consentimiento de los Estados.
2. A través del arbitraje se trata de buscar una solución a la diferencia basada en el derecho internacional, aunque
excepcionalmente puede ocurrir que las partes acuerden resolver la misma sobre la base de la equidad. En este último caso
el árbitro va a actuar como un amigable componedor y estaríamos ante unos arbitrajes más políticos que jurídicos.
3. Los jueces son elegidos por las partes en litigio, lo que supone que no están predeterminados como sucede en el arreglo
judicial y que sean verdaderos jueces, lo que distingue también al arbitraje de otros medios de arreglo diplomático de
diferencias.
4. La esencia del arbitraje es la de arreglar definitivamente la diferencia, lo que se consigue a través de la sentencia,
obligatoria para las partes. El carácter obligatorio de la misma permite distinguir el arbitraje de otros medios de solución en
los que también participa un órgano independiente, pero que no constituyen, en nuestra opinión, arbitrajes en sentido
propio.

El arbitraje internacional no está limitado tan sólo a los Estados, sino que también las Organizaciones internacionales gozan de
capacidad en este sentido, tal y como ha sido reiterado por el TIJ en su jurisprudencia. De ahí que prefiramos referirnos en la
definición propuesta a los sujetos internacionales y no sólo a los Estados, lo que a su vez nos permite distinguir el arbitraje
internacional de los arbitrajes transnacionales, en los que junto a los sujetos internacionales intervienen también particulares y
que están conociendo un importante desarrollo dando lugar a laudos arbitrales que, por la personalidad de los árbitros (en muchos
casos juristas internacionales de reconocido prestigio) y por la utilización de normas y principios del Derecho internacional, están
contribuyendo al desarrollo del Derecho de Gentes.

D) Fundamento
En el arbitraje es esencial el consentimiento de las partes en la diferencia para que el Tribunal o Comisión Arbitral se constituya y
emita una sentencia obligatoria para las partes. El arbitraje debe ser voluntariamente aceptado y ningún Estado puede ser
obligado a someterse al juicio arbitral.
La sumisión al arbitraje es el fundamento del mismo. Esta sumisión se contiene en alguno de los siguientes documentos: en un
acuerdo internacional único; en una cláusula compromisoria; en un tratado de arbitraje.
El tribunal arbitral, en tanto que poseedor de la competencia para determinar su propia competencia, va a poder interpretar, en el
ejercicio de sus funciones, el compromiso arbitral.

E) El órgano arbitral
La designación de los árbitros es uno de los derechos de las Partes en el Arbitraje, salvo que al respecto hayan convenido otra
cosa. A veces, en el acuerdo de compromiso de arbitraje se especifica que los miembros del Tribunal deben ser obligatoriamente
nacionales de terceros Estados. Lo normal es que cada Parte nombre uno o dos árbitros, según que el tribunal se componga de
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tres o cinco miembros y que el Presidente (llamado en la terminología de las Convenciones de La Haya de 1899 y 1907
superárbitro), se designe por un tercer Estado.
El órgano arbitral es por regla general un órgano ad hoc y temporal, esto es, creado para resolver un determinado litigio y
llamado a desaparecer una vez dictada la sentencia. No obstante, en la historia del arbitraje internacional encontramos un ejemplo
de un Tribunal de carácter permanente.

a) Órganos arbitrales temporales


Dentro de los órganos arbitrales temporales, esto es, destinados a resolver una controversia o grupo de controversias similares, se
pueden distinguir tres tipos:
1. El formado por un árbitro único, normalmente un Jefe de Estado. Tuvo gran importancia en el nacimiento del
arbitraje y conoció una amplia utilización en el siglo XIX y comienzos del XX. Actualmente este órgano único es difícil
de encontrar, aunque no ha desaparecido totalmente.
2. El conocido por Comisiones mixtas. Este tipo de órgano está constituido por Comisarios designados por las Partes entre
sus nacionales, soliendo contar con la presencia de un superárbitro llamado a intervenir tan sólo en caso de desacuerdo
de los miembros designados por las partes. Este arbitraje por comisiones tuvo una gran importancia en el siglo XIX.
3. El conocido por el Tribunal Arbitral. Este órgano es actualmente el más frecuente y está formado generalmente por tres
miembros: uno designado por cada parte y el tercero de común acuerdo entre ellos y buscado entre nacionales de terceros
países. En algunas ocasiones estuvo formado por cinco jueces.

Cuando el órgano arbitral está formado por un colegio de árbitros uno de ellos asume las funciones del Presidente. Esta
designación puede estar prevista en el propio compromiso de arbitraje o bien puede ser fijada por el propio tribunal con ocasión
de su constitución. Al Presidente le corresponde dirigir los debates y velar por el respecto del procedimiento. El tribunal se verá
asistido por un órgano administrativo cuya importancia va a variar en razón de la propia entidad del litigio o grupo de litigios que
se deban arbitrar. El tribunal suele establecer su sede en un país tercero a la controversia; frecuentemente se ha utilizado Ginebra
y La Haya y, más recientemente, Nueva York.
Por lo que se refiere a los gastos de funcionamiento, cada parte soportará lo que le corresponda a su delegación y los gastos
comunes serán divididos en partes iguales entre las Partes.

b) El Tribunal Permanente de Arbitraje


Según el Convenio de La Haya de 1907, el Tribunal Permanente de Arbitraje tiene las siguientes características:
1. Tiene como objetivo facilitar el recurso inmediato al arbitraje; es decir, hace más fáciles los trámites para llegar a
constituir el órgano arbitral.
2. Su sede está en La Haya y allí radica la Oficina internacional, que sirve de Secretaría, cuidándose de transmitir todas las
comunicaciones referentes a sus reuniones, custodiar los archivos y gestionar los asuntos administrativos.
3. La lista de árbitros tienen reconocido el título de «Miembros del Tribunal».
4. Para la constitución del tribunal cada parte nombrará a dos árbitros, uno solo de los cuales podrá ser nacional suyo. Estos
cuatro eligen de común acuerdo un superárbitro.
El Tribunal Permanente de Arbitraje continúa con sus servicios en funcionamiento en su sede de La Haya. Sus locales albergaron
recientemente la fase inicial del Tribunal especial de reclamaciones Irán-EEUU, así como diversos arbitrajes mixtos.

F) El procedimiento arbitral
El Convenio de La Haya de 1907 recoge unas reglas ilustrativas que, salvo casos excepcionales, son seguidas generalmente en
los arbitrajes. Designados los árbitros y la sede, se constituye el órgano arbitral que opera con arreglo a las siguientes reglas:
a) Las Partes designan a sus agentes, consejeros y abogados (art. 62).
b) Se distinguen dos fases: la escrita —Memoria, Contramemoria, Réplica, Duplica y las piezas o documentos invocados en
la causa— y la oral, consistente en los debates ante el órgano arbitral en los que los agentes, abogados o consejeros de las
partes exponen las razones alegadas (arts. 63 y 70).
c) Las partes tienen derecho a promover excepciones o incidentes procesales (art. 71).
d) Los miembros del órgano arbitral pueden dirigir preguntas a los agentes o consejeros y pedirles esclarecimiento de los
puntos dudosos (art. 77).
e) Una vez presentadas por los consejeros y agentes las aclaraciones y pruebas escritas y orales, el Presidente declara
concluidos los debates (art. 11).
f) Las deliberaciones del órgano arbitral serán a puerta cerrada y permanecerán secretas; las decisiones se toman por
mayoría (art. 78).
g) La sentencia será motivada (art. 79), leída en sesión pública (art. 80) y decidirá la cuestión definitivamente y sin
apelaciones (art. 81).
h) La interpretación y ejecución de la sentencia será sometida al juicio del órgano arbitral que la ha dictado (art. 82).
i) La sentencia sólo es obligatoria para las partes en litigio (art. 84).
Estas normas de procedimiento las encontramos mutatis mutandis, en el procedimiento judicial.
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G) La sentencia arbitral y los recursos contra la misma
La sentencia se redacta por escrito y contiene generalmente una exposición de motivos de hecho y jurídicos y una parte
dispositiva o fallo propiamente dicho. La sentencia se firma por todos los árbitros o bien por el Presidente y por el que ejerza las
funciones de secretario.
El valor jurídico de la sentencia es obligatorio para las partes. La sentencia es válida sin necesidad de aceptación o ratificación
por las partes y produce entre éstas el efecto de cosa juzgada. La sentencia firme obliga a los Estados partes a ejecutarla de buena
fe adoptando los medios necesarios para asegurar sus efectos.
La práctica internacional ofrece como excepcional la negativa de un Estado parte a la ejecución de la sentencia. En los casos en
que esto se ha producido, el Estado implicado ha alegado los vicios que según él afectaban la sentencia.
Contra la sentencia no cabe recurso de apelación o casación, pues no hay tribunal u órgano superior, salvo que así se acuerde por
las partes. La razón de ello radica en la propia naturaleza del procedimiento arbitral, ya que en el compromiso de arbitraje las
partes limitan los términos materiales y formales de dicho procedimiento.
No obstante, caben tres tipos de recursos:
1. De aclaración, en caso de desacuerdo de las partes sobre el verdadero sentido de la sentencia.
2. De reforma, en los supuestos en que el árbitro haya cometido exceso de poder resultante del compromiso o haya habido
un defecto grave de procedimiento.
3. De revisión, cuando después de pronunciar la sentencia apareciera un hecho nuevo que, de haberse conocido antes,
hubiera ejercicio una influencia definitiva en la misma o cuando se determinara que la sentencia es en parte o en todo
consecuencia de un error de hecho.

LECCIÓN 30. PROCEDIMIENTOS DE APLICACIÓN DE LAS NORMAS INTERNACIONALES (IV): MEDIOS DE


ARREGLO DE CARÁCTER JURISDICCIONAL (II): EL TRIBUNAL INTERNACIONAL DE JUSTICIA (TIJ)

1. EL TRIBUNAL INTERNACIONAL DE JUSTICIA: IDEAS GENERALES


El nacimiento del TIJ está ligado al de la Organización de las Naciones Unidas de la que es su órgano judicial principal. Sus
vínculos con las N.U. hicieron necesario un Tribunal de Justicia nuevo y distinto del Tribunal Permanente de Justicia
Internacional (TPJI) que había sido una creación de la fracasada y extinguida Sociedad de Naciones.
El nuevo Tribunal se previó por la Conferencia de Dumbarton Oaks de 1943, que propuso que el Estatuto del futuro Tribunal
formara parte integrante de la Carta de la Organización de las N.U. y que los Estados miembros fueran ipso facto partes en el
Estatuto.
Un Comité de Juristas, que se reunió en Washington entre los días 9 y 20 de abril de 1945, preparó el Estatuto del futuro
Tribunal, tomando como base al del Tribunal Permanente de Justicia Internacional. Dicho Proyecto de Estatuto se adoptó
solemnemente en la Conferencia de San Francisco el día 6 de junio de 1945.
El nuevo Tribunal se reunió por primera vez en 1946.
El Tribunal tiene su sede en La Haya (Países Bajos).

2. ORGANIZACIÓN DEL TRIBUNAL


El Tribunal Internacional de Justicia es un órgano principal de las Naciones Unidas que tiene las funciones de un órgano
colectivo de carácter judicial y de funcionamiento permanente y diversas competencias de carácter general y especial.

A) Composición
El TIJ está compuesto de 15 jueces, que forman un cuerpo de magistrados independientes, elegidos «entre personas que gocen de
alta consideración moral y que reúnan las condiciones requeridas para el ejercicio de las más altas funciones judiciales en sus
respectivos países o que sean jurisconsultos de reconocida competencia en materia de Derecho Internacional» (art. 2 del
Estatuto). A estos dos colectivos se ha añadido una tercera categoría no prevista en el Estatuto: la de jueces provenientes del
mundo diplomático y el funcionariado internacional.

La lista de candidatos a jueces se forma a base de propuestas hechas por los grupos nacionales del Tribunal Permanente de
Arbitraje. A falta de grupo nacional por no estar representados los Estados Miembros de las N.U. en el Tribunal Permanente de
Arbitraje, los candidatos serán propuestos por grupos nacionales que designen a este efecto sus Gobiernos respectivos. Con las
personas designadas, el Secretario General de las N.U. preparará una lista por orden alfabético que presentará a la Asamblea
General y al Consejo de Seguridad.
La elección de los Jueces se hace por la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que votarán
independientemente. Ello quiere decir que debe obtener la misma persona o candidato la mayoría requerida en los dos Órganos
reseñados. Puede ocurrir, y de hecho ha ocurrido, que un candidato obtenga el quórum favorable en el Consejo de Seguridad y no
lo obtenga en la Asamblea General, lo que lleva como consecuencia que no sea nombrado. Para ser elegidos se requiere que los
candidatos obtengan la mayoría absoluta de votos en la Asamblea General y en el Consejo de Seguridad. Si después de la primera
votación quedaran plazas vacantes se celebrará para cubrirlas una segunda o incluso una tercera votación. Si pasada la tercera
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votación hubiera plazas por cubrir se recurrirá a un procedimiento especial según lo estipulado en el art. 12 del Estatuto, pero que
no ha sido utilizado por el momento.

La duración del mandato de los jueces es de nueve años y son reelegibles. Los jueces pueden renunciar y ser separados del
cargo si a juicio unánime de los demás miembros ha dejado de satisfacer las condiciones requeridas para su elección.

Cuestión distinta es la necesaria abstención de un juez. Los jueces del TIJ deben abstenerse de participar en las decisiones de
asuntos en el que hayan intervenido anteriormente como agentes, consejeros o abogados de cualquiera de las partes, o como
miembros de un tribunal nacional o internacional o de una comisión investigadora, o en cualquier otra calidad.
Por otra parte, el art. 24 del Estatuto prevé que, en atención de razones especiales, un juez pueda no participar en un asunto motu
proprio [por propia iniciativa] o por indicación del Presidente. El Estatuto no aclara cuales podrían ser esas «razones especiales»
pero la práctica de la Corte nos ha facilitado supuestos como el de los vínculos familiares o el de la participación en la
jurisprudencia de un tribunal internacional cuyas decisiones pueden ser revisadas por la Corte.

Por otra parte, en el TIJ existe la figura del juez ad hoc que está prevista para los casos en que no haya ningún juez en el Tribunal
que tenga la nacionalidad de los Estados litigantes. En este caso está prevista la posibilidad de designar un magistrado por el
Estado o Estados que no tienen juez de entre sus nacionales en el Tribunal mientras dure el procedimiento, con las mismas
prerrogativas y funciones que tienen el resto de los jueces del Tribunal.

El Presidente se elige por tres años y representa al Tribunal. Dirige los trabajos, los servicios, los debates y las vistas. El
Presidente tiene la obligación de residir en la sede del Tribunal y tiene voto de calidad en los empates. Será sustituido en las
ausencias o en los casos de imposibilidad de actuar por el Vicepresidente, también nombrado por un período de tres años.

La Secretaría del Tribunal está compuesta por un Secretario y un Secretario Adjunto y los funcionarios. El Secretario y el
Adjunto son elegidos por el Tribunal para un período de siete años y son reelegibles. Las importantes funciones del Secretario
están ampliamente recogidas en el art. 26 del Reglamento del Tribunal.

El Tribunal se reúne y funciona en pleno, en salas especiales o en sala de procedimiento sumario. Lo normal es que el Tribunal
ejerza sus funciones en sesión plenaria, es decir, con asistencia de todos los magistrados o al menos con un quórum de nueve, ya
que con menor número no podrá funcionar.
El funcionamiento en salas especiales está previsto en el art. 26 del Estatuto. En el mismo se dice que podrán constituirse salas
de tres o más magistrados para determinados asuntos como los relativos al trabajo, tránsito y comunicaciones. También es posible
constituir salas ad hoc para conocer de un asunto determinado; en este caso se consultará a las partes antes de fijar el número de
los componentes. La iniciativa puede partir del propio Tribunal o de las partes hasta el final del procedimiento escrito (art. 17.1
del Reglamento). Finalmente, la sala de procedimientos sumarios está prevista en el art. 29 del Estatuto. La misma se constituirá
anualmente por cinco magistrados y puede, a petición de las partes, oír y fallar los asuntos sumariamente.

3. LA COMPETENCIA CONTENCIOSA DEL TRIBUNAL


La competencia contenciosa del TIJ es la más amplia, ya que con base en ella se juzga el mayor número de asuntos. Dentro de la
competencia contenciosa distinguimos una competencia de carácter general y otra de carácter especial:
− Competencia contenciosa de carácter general. Está basada en el Estatuto del TIJ, por el que los Estados reconocen dicha
competencia general del TIJ para resolver controversias jurídicas entre ellos de acuerdo con el Derecho Internacional. El
Estatuto del TIJ está anexo a la Carta de NU.
− Competencia contenciosa de carácter especial. Aquella por la que el TIJ conoce y decide una controversia determinada
sobre la base del consentimiento de las partes en la controversia, manifestada por un acuerdo en concreto (compromiso),
por una cláusula compromisaria contenida en un tratado vigente o mediante la aceptación de ambas partes contendientes de
la cláusula llamada facultativa o de aceptación general de la jurisdicción del TIJ. La competencia contenciosa de carácter
especial es la más generalizada y estudiada.
Vamos a examinar a continuación la competencia contenciosa especial del Tribunal. Para una mayor claridad en la exposición
distinguiremos la competencia ratione personae [por razón de la persona] de la competencia ratione materiae [por razón de la
materia].

A) Competencia ratione personae


Inicialmente, sólo los Estados podrán ser Partes en casos ante la Corte (art. 34.1 del Estatuto). Esta afirmación lleva como
consecuencia que los particulares (personas físicas y jurídicas) no tienen acceso al Tribunal en la vía contenciosa ni en la
consultiva (OJO CON ESTA AFIRMACIÓN). Las Organizaciones Internacionales, pese a ser sujetos del Derecho
Internacional, tampoco tienen acceso en vía contenciosa al Tribunal. No obstante, el Estatuto del Tribunal en su art. 34.2 nos dice
que podrá solicitar de las Organizaciones Internacionales públicas informaciones relativas a casos que se litiguen ante la Corte y
recibirá la información que dichas Organizaciones envíen a iniciativa propia.
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El Tribunal está abierto a los Estados, pero no a todos los Estados. Debemos distinguir los siguientes grupos de Estados que
pueden llevar sus diferencias ante el Tribunal:
1. Los Estados que sean Parte en el Estatuto del Tribunal. Dentro de éstos se pueden distinguir dos grupos:
• Los Estados que sean miembros de las N.U. ya que éstos son ipso facto partes en el Estatuto de la Corte Internacional
de Justicia.
• Otros Estados que han llegado a ser partes en el Estatuto por cumplir las condiciones que determine en cada caso la
Asamblea General a recomendación del Consejo de Seguridad.
2. Los Estados que NO sean Parte en el Estatuto del Tribunal. Para ello, el art. 35.2 del Estatuto dejaba en manos del
Consejo de Seguridad que fijara las condiciones bajo las cuales la Corte estaría abierta a otros Estados.

B) Competencia ratione materiae


La competencia ratione materiae del Tribunal se extiende a todas las controversias de orden jurídico que le sean sometidas por
los Estados Partes en las mismas.
Para que el TIJ ejerza su competencia en materia contenciosa es necesario que las Partes en la diferencia hayan manifestado su
voluntad de someter el asunto al Tribunal. En otras palabras, el TIJ no puede pronunciarse en vía contenciosa sobre asuntos que
las Partes no le hayan sometido, bien directa o indirectamente. Ello lleva implícito que hayan aceptado las Partes la jurisdicción o
competencia del Tribunal.
Fruto del no formalismo típico del Derecho Internacional, ni el Estatuto ni el Reglamento de la Corte exigen que el
consentimiento del Estado en someterse a la jurisdicción del T.I.J. «deba darse en una forma determinada».
Para la aceptación de la jurisdicción del Tribunal encontremos una diversidad de formas:
a) Por medio de un acuerdo especial, llamado generalmente compromiso. El compromiso se utiliza para un asunto determinado
que ha nacido antes de que las Partes hayan decidido someterlo al Tribunal mediante un acuerdo concreto entre ellas.
b) También se puede aceptar la jurisdicción por medio de tratados o convenciones vigentes en las que se prevé el sometimiento
al Tribunal para todos los casos que se presenten en el futuro. Existen numerosos tratados en los que se prevén esas cláusulas
compromisorias. También encontramos estas cláusulas no sólo en tratados bilaterales sino en convenios multilaterales y en
especial en los constitutivos de Organizaciones Internacionales.
c) Otra forma, en otros tiempos muy extendida, es la de aceptación del mecanismo de la jurisdicción obligatoria del T.I.J.
mediante la aceptación de la llamada «cláusula facultativa». El art. 36.2 del Estatuto prevé que:
«Los Estados Partes en el presente Estatuto podrán declarar en cualquier momento que reconocen como obligatoria “ipso Facto” y sin
convenio especial, respecto de cualquier otro Estado que acepte la misma obligación, la jurisdicción de la Corte en todas las controversias de
orden jurídico que versen sobre: a) la interpretación de un tratado: b) cualquier cuestión de derecho internacional: c) la existencia de todo
hecho que, si fuera establecido, constituiría violación de una obligación internacional: d) la naturaleza o extensión de la reparación que ha
de hacerse por el quebrantamiento de una obligación internacional.»

España ha depositado su declaración aceptando la jurisdicción obligatoria del Tribunal Internacional de Justicia, el 29 de octubre de 1990.
La presente Declaración tendrá una vigencia indefinida a no ser que sea retirada por el Gobierno español o reemplazada por otra Declaración.
La retirada de la Declaración producirá efectos transcurridos seis meses desde la recepción por el Secretario General de las N.U., o
transcurrido un periodo más breve con respecto a Estados que hubieran establecido un periodo inferior al citado, en cuyo caso la retirada de la
Declaración española produciría efectos transcurrido dicho período más breve.
Igualmente, las reservas formuladas por España podrán ser, en cualquier momento, completadas, modificadas o retiradas en todo o en parte
con efectos a partir de la fecha de su recepción por el Secretario General.

d) El principio del forum prorogatum (aceptación tácita de la competencia del TIJ) aplicado a la jurisdicción internacional es otra de las
formas de aceptación de la competencia del Tribunal. Así, junto a las formas solemnes de manifestación del consentimiento
anteriormente reseñadas, encontramos otras formas implícitas aceptando la jurisdicción del Tribunal sobre el fondo del asunto,
como contestar a una demanda unilateral de otro Estado, realizar actos de procedimiento distintos a la presentación de la
excepción de incompetencia del Tribunal, etc., que sirven de base al Tribunal para declarar su propia competencia

4. LA COMPETENCIA DEL TRIBUNAL PARA DECIDIR SOBRE SU PROPIA COMPETENCIA Y OTRAS


COMPETENCIAS CONTENCIOSAS DE BASE EXCLUSIVAMENTE ESTATURARIA

A) El TIJ tiene la facultad de decidir sobre su propia competencia. Su Estatuto lo dice en términos nada equívocos en su artículo
36.6, al establecer que «En caso de disputa en cuanto a si la Corte tiene o no jurisdicción, la Corte decidirá».
El fundamento de este derecho viene dado en razón de su carácter de órgano judicial. El Tribunal es dueño de su propia
competencia en el ámbito de su actividad consultiva, lo mismo que en la actividad contenciosa.
B) Finalmente, respecto a las otras competencias contenciosas de base exclusivamente estatutaria podemos señalar las
siguientes:
− la de indicar medidas provisionales cautelares o de resguardo (art. 41 del Estatuto);
− la de conocer y decidir sobre excepciones preliminares y demandas reconvencionales, desarrolladas en el reglamento por
estar implícitas en el Estatuto (aplicación del art. 30);

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− la de admitir o denegar solicitudes y declaraciones de intervención de terceros (arts. 62 y 63);
− la de decidir sobre admisibilidad y fondo de las demandas de interpretación de un fallo (art. 60);
− la de decidir sobre la admisibilidad sobre la demanda de revisión de un fallo; y
− la de, eventualmente, revisarlo (art. 61).

En los supuestos anteriormente enumerados no se necesita o no necesita el Tribunal ningún título jurisdiccional adicional al
Estatuto para que el T.I.J. sea competente en todas estas cuestiones incidentales o derivadas. Basta con su competencia general

La incomparecencia de una de las Partes no tiene efecto sobre la continuación del proceso y no modifica la condición de Parte
del Estado incompareciente y tampoco le libera de la obligación de cumplir el fallo y de la cosa juzgada.

5. LA COMPETENCIA CONSULTIVA DEL TRIBUNAL


Además de la competencia contenciosa, el TIJ ejerce su competencia consultiva, es decir, el TIJ tiene la facultad de emitir
dictámenes respecto a cualquier «cuestión jurídica» (según el art. 65 del Estatuto).
Debemos diferenciar bien la naturaleza de la función consultiva en relación con la contenciosa. A través de sus opiniones
consultivas, el TIJ viene a determinar los principios y las normas vigentes, interpretarlos y aplicarlos para dar así una respuesta
con fundamento jurídico a la cuestión planteada. En definitiva, las opiniones consultivas tienen la finalidad de proporcionar a los
órganos solicitantes los elementos de derecho necesarios para sus actividades. Serán esos órganos solicitantes, y no la propia
Corte, los que evaluarán la utilidad del dictamen. De ahí que la Corte no pueda negarse a responder a la cuestión planteada
aduciendo que su opinión no tendría utilidad.

A) Competencia ratione personae


Sobre quién puede pedir los dictámenes al Tribunal, o sea, cuál es la competencia ratione personae, hay que contestar en forma
negativa respecto de los Estados y en forma positiva, en principio, respecto a las Organizaciones Internacionales. Como puede
observarse, ocurre exactamente lo contrario que respecto a la competencia contenciosa, o sea, la facultad de emitir sentencias.
Los Estados, como hemos dicho, no pueden pedir dictámenes al T.I.J.; pero sí pueden intervenir ante el Tribunal mediante
exposiciones escritas y orales.
Respecto a las Organizaciones Internacionales hay que manifestar que la Asamblea General y el Consejo de Seguridad tienen
derecho a pedir al T.I.J. dictámenes, así como otros órganos de las Naciones Unidas y los Organismos especializados de la
misma, que sean autorizados a ello, según el art. 96 de la Carta de las N.U.

B) Competencia ratione materiae


Respecto a la competencia ratione materiae el TIJ es competente en vía consultiva sólo para pronunciarse sobre cualquier
cuestión jurídica, según los arts. 65 de su Estatuto y 96 de la Carta. Debe entenderse como «cuestión de carácter jurídico» toda
cuestión que esté planteada en términos jurídicos y suscite problemas de derecho internacional. El Tribunal se ha arrogado,
además, la facultad de ampliar, interpretar e incluso reformular las cuestiones que se le plantean cuando éstas aparecen a la vez
mal planteadas.

6. LAS DECISIONES EX AEQUO ET BONO (de acuerdo con lo correcto y lo bueno)


Finalmente, vamos a referimos a las decisiones de un litigio por el Tribunal ex aequo et bono [de acuerdo con lo correcto y lo
bueno, alude a la facultad de los tribunales de resolver los litigios con la solución que consideren más equitativa en el caso
particular], que están contempladas en el art. 38, número 2, del Estatuto del T.I.J.
La referencia a las decisiones ex aequo et bono significa que se ha abierto la posibilidad de crear una verdadera jurisdicción de
equidad en el plano internacional, siempre que medie para ello el consentimiento de las partes. Es éste el sentido en que la
equidad ha sido acogida por el número 2 del art. 38 del Estatuto del T.I.J. y por la Resolución 2.a del Instituto de Derecho
Internacional en su sesión de Luxemburgo de 3 de septiembre de 1937, cuando dice «que el Juez internacional no puede
inspirarse en la equidad para dar su sentencia sin estar ligado por el Derecho en vigor, más que si todas las partes dan una
autorización clara y expresa a este fin». La equidad, entendida en este sentido, puede ser considerada como fuente de producción
jurídica, pero «solamente en la hipótesis en que un acuerdo de las partes haya entendido designar con tal norma un
procedimiento para la producción de normas jurídicas instituido por el acuerdo mismo entre las partes contratantes. En este
sentido se puede hablar de una fuente secundaría, pero no primaría, de normas jurídicas internacionales».
Como observó una Corte: «No se trata simplemente de llegar a una solución equitativa, sino de llegar a una solución equitativa
que se base en el derecho aplicable. El modo como la Sala enfoque la consideración concreta de esta equidad en el caso se
deducirá de la aplicación que haga, a lo largo de la presente sentencia, de los principios y reglas que juzgue aplicables».

LECCIÓN 31. OTROS TRIBUNALES INTERNACIONALES


1. EL TRIBUNAL INTERNACIONAL DEL DERECHO DEL MAR (TIDM)

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Es el primer tribunal especializado de ámbito universal, que ha sido creado por la Convención de las Naciones Unidas sobre el
Derecho del Mar de 1981, para resolver controversias de distinta naturaleza que puedan surgir como consecuencia de la
aplicación de la Convención o de otras normas internacionales que tengan los mismos objetivos que la Convención. La
composición, estructura y reglas de funcionamiento del TIDM se regula en las Partes XV (sistema de arreglo de controversias) y
XI (régimen de la Zona Internacional de los Fondos Marinos) de la Convención, así como en su Anexo VI, que contiene el
Estatuto del Tribunal Internacional del Derecho del Mar. El Tribunal se rige, además, por su Reglamento, aprobado por el propio
órgano judicial el 28 de octubre de 1997 y que ha sido modificado con posterioridad en varias ocasiones.
El TIDM tiene su sede en Hamburgo, si bien puede celebrar sesiones en cualquier otro lugar que estime conveniente. Para
facilitar el desempeño de sus funciones se le ha reconocido personalidad jurídica internacional y está protegido por el Acuerdo
sobre privilegios e inmunidades del Tribunal internacional del Derecho del Mar, de 23 de mayo de 1997, que entró en vigor el 30
de diciembre de 2001. España se ha adherido a este Acuerdo por instrumento de 9 de octubre de 2001.

A) Composición
Está integrado por 21 jueces, elegidos por los Estados partes en la Convención de entre una lista de candidatos presentados por
dichos Estados. Los candidatos deben gozar de la más alta reputación por su integridad e imparcialidad y deben ser especialistas
en Derecho del Mar. La composición del Tribunal ha de garantizar la presencia de los distintos sistemas jurídicos del mundo y
respetar el principio del reparto geográfico equitativo, asegurándose un mínimo de tres puestos para cada uno de los grupos
geográficos establecidos por la Asamblea General de las Naciones Unidas. No puede formar parte del Tribunal más de un
nacional del mismo Estado parte. El Estatuto del TIDM contempla igualmente la figura del juez ad hoc que podrá ser designado
por todo Estado parte en una controversia que no cuente con un juez electo de su nacionalidad en el Tribunal.
Los jueces son elegidos por un período de nueve años, se renuevan por tercios cada tres años y son reelegibles. En caso de
vacantes que se produzcan por motivos distintos a la expiración del mandato, el nuevo juez elegido ejercerá sus funciones sólo
por el tiempo que le restase a su antecesor. Salvo el Presidente, no están sometidos al régimen de la exclusividad, pero sí a un
régimen riguroso de incompatibilidad que tiene como objeto garantizar la imparcialidad del juez y del órgano judicial.
Los jueces eligen al Presidente y al Vicepresidente, que ejercerán este mandato por períodos de tres años. Además, el Tribunal
puede designar a su propio Secretario, que ha de residir en la sede del Tribunal y que es el jefe de la Secretaría

B) Funciones
El TIDM ejercerá sus funciones con todos los miembros que estén disponibles en cada caso para resolver un determinado asunto,
siendo preciso un quorum de once miembros para constituirlo. Además, puede actuar igualmente en Salas que estarán integradas
por jueces del Tribunal.
Pueden constituirse cuatro tipos diferentes de Salas:
• La Sala de Controversias de los Fondos Marinos, que se constituye con carácter automático y está integrada por 11
jueces elegidos por la mayoría del Tribunal para un período de 3 años, siendo reelegibles una sola vez. Esta Sala se ocupa
exclusivamente de las cuestiones relativas a la Zona Internacional de los Fondos Marinos y a las medidas de explotación
de la misma.
• Salas especiales dedicadas al enjuiciamiento de categorías específicas de controversias, que se establecen con carácter
permanente y han de estar integradas por un mínimo de 3 jueces. El Tribunal ha creado hasta la fecha dos salas
especiales: la Sala para el arreglo de las controversias relativas a pesquerías y la Sala para el arreglo de las diferencias
relativas al medio marino.
• Salas ad hoc; constituidas para entender de una controversia concreta, que se constituyen a instancia de las partes
interesadas en una determinada controversia previéndose de modo especial que una sala de estas características pueda
constituirse en el caso de controversias surgidas entre Estados en relación con el régimen de la Zona Internacional de los
Fondos Marinos. Estas Salas ad hoc estarán compuestas en todo caso por 3 jueces miembros del Tribunal, respecto de
cuya elección, sin embargo, tendrán una importante capacidad decisoria los Estados partes en la controversia.
• Sala de procedimiento sumario, integrada por 5 jueces, cuya finalidad es facilitar el pronto despacho de los asuntos.

C) Atribución de Jurisdicción
El TIDM no goza de competencia automática por la simple aplicación de la Convención de 1982 y su jurisdicción no obliga a
todos los Estados partes en la misma. Por el contrario, se integra en el sistema amplio de arreglo de controversias definido por la
Convención de Derecho del Mar, y aunque constituye su manifestación más innovadora no es el único mecanismo de arreglo de
controversias previsto en el mismo ni tampoco el que tiene mayor vis atractiva para intervenir con carácter preferente. Así,
coexiste con sistemas de arreglo político, pero también con otros mecanismos de arreglo judicial y arbitral, de tal manera que el
TIDM comparte competencia material y jurisdiccional con el TIJ y con los tribunales arbitrales previstos en los Anexos VII y
VIII del Estatuto.
La determinación de la jurisdicción que debe ejercerse en cada caso queda en manos de los Estados partes en la Convención de
1981, que podrán declarar con carácter general cuál es la jurisdicción (judicial o arbitral) que les será aplicable para el caso de
que se suscite una controversia en que sea parte, siendo competente siempre en último extremo el tribunal arbitral previsto en el
Anexo VII en aquellos supuestos en que los Estados partes no hayan elegido jurisdicción o hayan optado por jurisdicciones
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distintas. Por consiguiente, el TIDM tan sólo podrá ejercer su jurisdicción respecto de aquellas controversias en que sean
partes Estados que le hayan atribuido la competencia general con carácter previo o que se la reconozcan para el caso en
cuestión.
España optó en un primer momento por atribuir competencia exclusivamente al TIJ (Declaración de 15 de enero de 1997),
ampliándola posteriormente al TIDM y al TIJ (Declaración de 19 de julio de 2002).
Este modelo de atribución de jurisdicción encuentra tres excepciones que permiten al TIDM ejercer su competencia de manera
automática y sin declaración expresa de reconocimiento de la misma por parte de los Estados interesados:
• El procedimiento de pronta liberación de buques regulado en el art. 292 de la Convención.
• El supuesto excepcionalísimo que, de conformidad con el art. 290.5 de la Convención, permite al Tribunal dictar
medidas cautelares a la espera de la constitución de un tribunal arbitral establecido por las partes para resolver
una determinada controversia.
• La Sala de Controversias de los Fondos Marinos, que tiene competencia automática otorgada por la propia
Convención, si bien puede tener que compartirla con una Sala ad hoc o con un tribunal arbitral de los expresamente
contemplados en la Parte XI de la Convención, siempre en los términos y para los supuestos expresamente previstos en la
misma.
En todo caso, el Tribunal Internacional del Derecho del Mar disfruta del derecho de pronunciarse sobre su propia competencia en
el caso de que la misma resulte impugnada respecto de algún litigio que le haya sido sometido de conformidad con las reglas
antes descritas

D) Competencias
El TIDM, por razón de su especialidad, tiene una competencia material que viene referida a los ámbitos sustantivos contenidos
en la Convención de Montego Bay, bien sea por aplicación directa de dicha Convención, bien por aplicación de otro acuerdo
internacional que tenga el mismo objeto de la Convención o sirva a la aplicación de los objetivos perseguidos por la misma. Para
lograr este objetivo, el Tribunal goza de competencia contenciosa y de competencia consultiva, a las que se añade una forma
reducida de competencia prejudicial.

a) Competencia contenciosa
El Tribunal puede conocer de cuatro tipos de controversias:
1. Controversias relativas a la interpretación o aplicación de la Convención o del Acuerdo relativo a la aplicación de la
Parte XI de la Convención.
2. Controversias relativas a la interpretación o aplicación de otros acuerdos internacionales relacionados con el fin de la
Convención, siempre que en dichos Acuerdos se atribuya competencia al TIDM.
3. Controversias relativas a los fondos marinos, tanto por lo que se refiere a la interpretación y aplicación de la Convención
como a los contratos que se puedan suscribir para explotar los recursos existentes en la Zona. En este caso, sin embargo,
la competencia del Tribunal tiene una limitación sustantiva importante, ya que en ningún caso podrá pronunciarse sobre
los poderes discrecionales de la Autoridad de los Fondos Marinos ni pronunciarse sobre si una regla, un reglamento o un
procedimiento adoptado por la Autoridad es conforme a la propia Convención, ni podrá declararlos nulos.
4. Controversias relativas a la pronta liberación del buque que porta bandera de un Estado parte, así como de su tripulación,
que han sido retenidos por otro Estado parte.

Como regla, la competencia contenciosa ha de venir referida a controversias que surjan entre dos Estados. Sin embargo, en el
caso de las controversias relativas a la Zona Internacional de los Fondos Marinos, dicha controversia puede haberse suscitado
entre dos Estados partes, entre un Estado parte y la Autoridad de Fondos Marinos o la Empresa; y, por último, entre un particular
y la Autoridad la Empresa o un Estado parte.
La legitimación activa para presentar una demanda corresponde a los Estados partes, aunque en el caso de las controversias
relativas a los Fondos Marinos es posible que sea introducida también por un particular, en los términos y con las limitaciones
procesales contempladas en el Estatuto del Tribunal.

b) Competencia consultiva
La Sala de Fondos Marinos puede emitir un dictamen relativo a dichas cuestiones a petición de la Asamblea o del Consejo de la
Autoridad de los Fondos Marinos. En ejercicio de esta competencia el TIDM ha dictado su primera opinión consultiva el 1 de
febrero de 2011, en el asunto Responsabilidades y obligaciones de los Estados que auspician a personas o entidades en el marco
de las actividades desarrolladas en la Zona. Por su parte, el TIDM podrá emitir cualquier dictamen jurídico relativo a otro
Acuerdo internacional relacionado con los objetivos de la Convención, siempre que dicho Acuerdo así lo prevea expresamente.

c) Competencia prejudicial
Podrá ejercer también una reducida competencia prejudicial respecto de los casos en que un arbitraje comercial obligatorio esté
teniendo lugar en relación con una diferencia relativa a un contrato de explotación de la Zona, y para sustanciar el asunto sea
preciso obtener previamente la interpretación auténtica de las disposiciones de la Convención sobre las que dicho contrato se
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basa. Esta competencia se ejercerá siempre a instancia del órgano arbitral que, en este caso, deberá resolver el fondo del asunto a
la luz de la interpretación dada por el Tribunal.

E) Procedimiento
La instancia se inicia siempre mediante la introducción de una demanda por las partes legitimadas para ello. A partir de este
momento se desarrolla un procedimiento contradictorio en el que todas las partes estarán adecuadamente representadas y podrán
formular alegaciones en aplicación del principio de igualdad de armas, pudiendo dictar el Tribunal medidas cautelares cuando lo
estime oportuno.
El procedimiento termina con una sentencia que resuelve la controversia, o mediante una opinión consultiva en la que el TIDM
se pronuncia sobre la cuestión jurídica que le ha sido sometida. En ambos casos el TIDM adopta sus resoluciones por mayoría de
sus miembros. En el caso de las sentencias, tendrán carácter definitivo y serán obligatorias para todas las partes en el litigio.
Dichas sentencias no son ejecutivas, salvo en el caso de las sentencias dictadas por la Sala de Fondos Marinos, cuya ejecución
podrá exigirse ante los tribunales estatales a través del procedimiento que en cada Estado se arbitre para dar ejecución a las
sentencias de los respectivos Tribunales Supremos.

2. LOS TRIBUNALES PENALES INTERNACIONALES

A) La Corte Penal Internacional (CPI)


Ha sido creada por el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, adoptado el 17 de julio de 1998 y en vigor desde el 1 de
julio de 2002, que ha sido ratificado por España el 24 de octubre de 2000.
La CPI, en tanto que órgano judicial, se inserta y constituye el núcleo central de una estructura más amplia, denominada
igualmente Corte Penal Internacional, que responde a la naturaleza de una organización internacional de ámbito universal. La
Corte es la primera jurisdicción internacional de carácter permanente con competencia para juzgar a individuos por la comisión
de los denominados «crímenes de trascendencia internacional», que constituyen graves violaciones de valores esenciales de la
comunidad Internacional.
La Corte se rige por lo previsto en el Estatuto de Roma, en las Reglas de Procedimiento y Prueba y en los Elementos de los
Crímenes, ambos aprobados por la Asamblea de Estados Partes en 2002, y por el Reglamento aprobado por la propia Corte y en
vigor desde el 26 de mayo de 2004. Para garantizar la independencia de su actividad, la Corte se beneficia del Acuerdo sobre
privilegios e inmunidades de la Corte Penal Internacional, adoptado en 2002 y que entró en vigor el 22 de julio de 2004.
a) Estructura

1. La Presidencia
Está integrada por un Presidente y dos Vicepresidentes que han de tener la condición de magistrados y son elegidos por mayoría
absoluta de los magistrados que forman parte de la Corte, por un periodo de 3 años. La Presidencia desempeña
fundamentalmente una función de ordenación administrativa de la Corte (con exclusión de la Fiscalía), a la que se añaden las
demás funciones generales que le atribuya el Estatuto. Entre estas últimas cabe destacar la función de representación de la Corte,
que corresponde al Presidente, y que incluye el poder de celebrar acuerdos internacionales en nombre de la Corte, siempre bajo
autorización de la Asamblea de Estados Partes.

2. Las Secciones judiciales


Son los órganos deliberantes de la Corte, a los que corresponde la adopción de todas las decisiones judiciales. El Estatuto prevé
la existencia de tres secciones denominadas, respectivamente, Sección de Cuestiones Preliminares, Sección de Primera Instancia
y Sección de Apelaciones. En las mismas se integran la totalidad de los Magistrados de la Corte.
Las Secciones de Primera Instancia y Apelaciones actuarán siempre en Sala, mientras que la Sección de Cuestiones Preliminares
puede actuar en Sala o a través de un Magistrado que ejerza sus funciones en forma unipersonal. Tanto la Presidencia como las
Secciones Judiciales están integradas por los jueces de la Corte, cuyo número es de dieciocho. Son elegidos por la Asamblea de
Estados Partes, de entre dos listas de candidatos presentados por los Estados. Los candidatos han de ser juristas de alto nivel
moral y reconocido prestigio, que reúnan las condiciones para el ejercicio de las más altas funciones judiciales en sus respectivos
países y que tengan una reconocida competencia en alguno de los siguientes dos sectores:
1. Derecho y procedimientos penales y experiencia en causas penales en condición de Magistrado, Fiscal, Abogado u otra
similar;
2. materias pertinentes del Derecho internacional tales como el Derecho internacional humanitario y el Derecho internacional
de los derechos humanos, así como gran experiencia en funciones jurídicas profesionales que tengan relación con la labor
judicial de la Corte.

La composición final de la Corte ha de garantizar el principio del reparto geográfico equitativo, la representación de los
principales sistemas jurídicos del mundo y la representación equilibrada de magistrados mujeres y hombres. Igualmente, al
proponer a los candidatos, los Estados habrán de tomar en consideración la necesidad de que entre los mismos se asegure la

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presencia de especialistas en temas sensibles, de los que el Estatuto menciona de forma singular la violencia contra las mujeres o
los niños. Los jueces serán elegidos por 9 años, no pudiendo ser reelegidos.

3. La Fiscalía
Se configura como un «órgano separado de la Corte», al que se atribuye la función de recibir información sobre los hechos que
entren dentro de la competencia de la CPI, llevar a cabo las investigaciones necesarias para conducir al procesamiento de una
persona y ejercer la acción penal ante la Corte. Dichas funciones serán ejercidas de manera independiente, sin que pueda recibir
instrucción alguna ajena a la Corte. La Fiscalía está dirigida por un Fiscal y, en su caso, dos Fiscales adjuntos elegidos por la
Asamblea de Estados Partes por un período máximo de 9 años y no son reelegibles. Los candidatos han de gozar de una gran
consideración moral y de amplia competencia y experiencia en el ejercicio de la acción penal o la sustanciación de causas
penales. El Fiscal nombrará al personal necesario para el desempeño de las funciones de la Fiscalía, que se integrará en la misma
y actuará bajo sus órdenes.

4. La Secretaria
Es el órgano responsable de los aspectos no judiciales de la Administración de la Corte y está encargada de prestarle los servicios
que sean necesarios. Está dirigida por un Secretario elegido por mayoría absoluta de los Magistrados de la Corte, que habrán de
tener en cuenta las recomendaciones formuladas por la Asamblea de Estados Partes. El Secretario, que desempeñará sus
funciones en régimen de dedicación exclusiva durante un período de 5 años, es el principal funcionario administrativo de la Corte
y actuará bajo la autoridad del Presidente. Al Secretario corresponde, al igual que sucede con el Fiscal, el nombramiento de los
funcionarios cualificados que resulten necesarios en la Secretaría.

b) Competencia material
La CPI puede enjuiciar los crímenes de genocidio, crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra (tanto en el marco de
conflictos armados internacionales como de conflictos armados internos), así como el crimen de agresión. Las tres primeras
categorías de crímenes han sido tipificadas en los arts. 6, 7 y 8 del Estatuto y desarrolladas en el documento denominado
Elementos de los crímenes. La competencia de la Corte se extiende a todos y cada uno de los crímenes contenidos en los
mencionados artículos, y no puede ser modificada de forma permanente por los Estados partes, con la única excepción de los
crímenes de guerra respecto de los cuales cualquier Estado parte podrá suspender la competencia de la Corte durante los primeros
siete años desde la entrada en vigor del Estatuto para dicho Estado. Esta potestad de suspensión debe ser ejercida por escrito.
La CPI puede enjuiciar actos constitutivos del crimen de agresión. Sin embargo, la Corte sólo será competente respecto de los
crímenes de agresión cometidos en el territorio y por los nacionales de un Estado que haya ratificado las enmiendas
correspondientes y que no formulen una declaración unilateral de exclusión de la competencia de la Corte respecto de dicho
crimen.

c) Competencia subjetiva
La Corte puede enjuiciar a cualquier individuo mayor de dieciocho años, sin exclusión alguna por la posición o cargo que éste
pueda ocupar en el sistema jurídico-político del Estado o en algunos de sus órganos. Por último, desde la perspectiva de la
competencia temporal ha de destacarse que la Corte sólo podrá conocer de hechos que se hayan producido con posterioridad a la
entrada en vigor del Estatuto.
Con carácter general la Corte tiene competencia automática para enjuiciar todos los crímenes que hayan sido cometidos en el
territorio o por nacionales de cualquier Estado que haya ratificado el Estatuto, sin necesidad de que concurra ninguna declaración
ulterior de atribución de competencia, así como aquellos casos en que el Consejo de Seguridad, actuando en el marco del
Capítulo VII de la Carta, remita una situación a la Corte, en cuyo caso ésta será competente incluso a falta de ratificación del
Estado interesado.

d) Jurisdicción
La Corte no podrá ejercer su jurisdicción más que a partir del momento en que se cumplan, acumulativamente, las dos
condiciones siguientes:
1. Que al menos 30 Estados partes hayan ratificado las enmiendas.
2. Que los Estados partes decidan por mayoría de 2/3 que la Corte puede comenzar a ejercer efectivamente su jurisdicción;
decisión que, en todo caso, no podrá ser tomada con anterioridad al 1 de enero de 2017.

Además, el ejercicio de la jurisdicción respecto del crimen de agresión exige que la Corte siga un procedimiento especialmente
riguroso, conforme al cual debe ofrecer al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas la posibilidad de declarar que existe, o
que no existe, un acto de agresión (situación fáctica imputable al Estado) en cuyo marco se ha producido un crimen de agresión
(situación fáctica imputable al individuo).
Si el Consejo declara la existencia del acto de agresión, la Corte podrá ejercer su jurisdicción sobre el crimen de agresión. Si, por
el contrario, el Consejo declara que no existe un acto de agresión la Corte no podrá juzgar dicho crimen, puesto que la existencia
del acto de agresión es la condición previa necesaria para la existencia del crimen de agresión. No obstante, si el Consejo de
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seguridad guarda silencio y no se pronuncia en un plazo de seis meses desde que la Corte le comunica su intención de enjuiciar
un crimen de agresión, la Corte podrá ejercer su competencia sin esperar al pronunciamiento del Consejo de Seguridad. Pero en
este caso no podrá ejercer la jurisdicción, iniciando las investigaciones el Fiscal, si previamente no se ha obtenido la autorización
de la Sección, de Cuestiones Preliminares de la Corte, que para este supuesto debe actuar en plenos.
Es posible que, a pesar de que la Corte sea competente para enjuiciar a una persona, no pueda ejercer dicha competencia en un
caso determinado. A este respecto, cabe señalar que el Estatuto prevé que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas,
actuando en el marco del Capítulo VII de la Carta, puede solicitar a la Corte que no inicie o suspenda una investigación o
procesamiento en curso. La solicitud de inactividad puede tener una duración máxima de 12 meses, pero puede ser renovada.
La jurisdicción de la Corte es complementaria de la jurisdicción de los Estados y que, por tanto, no entrará en funcionamiento
más que en el supuesto de que los Estados afectados no puedan o no quieran ejercer su jurisdicción nacional para reprimir los
mismos hechos o en el supuesto de que la jurisdicción nacional se ejerza de forma inadecuada para lograr el respeto del interés de
la justicia. A tal fin, el Estatuto establece un sistema procesal que permite al Estado cuya jurisdicción sea competente impugnar la
competencia de la Corte o alegar las correspondientes causas de inadmisibilidad del asunto y garantizar así la intervención
prioritaria de la jurisdicción penal nacional. No obstante, la aplicación del principio de complementariedad no puede traducirse
en ningún caso en la supremacía absoluta de las jurisdicciones nacionales. Por el contrario, el Estatuto contiene reglas de las que
se puede deducir la primacía, en último extremo, de la jurisdicción internacional. Se trata de reglas especialmente rigoristas que
otorgan a la Corte la competencia de pronunciarse sobre su propia competencia en caso de duda y que le permiten revocar el
valor de cosa juzgada de una sentencia nacional para ocuparse nuevamente de un asunto, en aquellos casos en los que estime que
la jurisdicción nacional no ha actuado conforme al interés de la justicia.

Para que la Corte pueda ejercer su jurisdicción es preciso que la misma se «active» a través del mecanismo previsto en el
Estatuto. En virtud del mismo la investigación y ulterior procesamiento de situaciones o casos concretos se puede producir a
instancia de un Estado, del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas o del propio Fiscal creado por el Estatuto, en este
último caso con el previo dictamen favorable de la Sala de Cuestiones Preliminares de la Corte.
A partir del momento en que se activa la jurisdicción de la Corte se inicia el proceso en el que la función de investigación
(instrucción) corresponde al Fiscal y la de enjuiciamiento en sentido estricto a la Sala de Primera Instancia.
El enjuiciamiento sólo podrá tener lugar si el acusado está a disposición de la Corte, ya que el Estatuto prohíbe los juicios en
rebeldía. El juicio se desarrollará en forma pública y con las debidas garantías del proceso exigidas para toda acción penal por las
normas del Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Tras el juicio, la Corte dictará una sentencia exculpatoria o
condenatoria, y, en su caso, impondrá una pena privativa de libertad y, con carácter complementario, una pena de contenido
económico. Tanto la sentencia condenatoria como la sentencia de imposición de la pena pueden ser recurridas ante la Sala de
Apelaciones.
Para el correcto desarrollo de la investigación, del juicio y del cumplimiento de las penas privativas de libertad es imprescindible
la cooperación del Estado. Por ello, el Estatuto impone a los Estados partes una obligación general de cooperación en virtud de la
cual deberán realizar las correspondientes adecuaciones legislativas en sus respectivos ordenamientos.
En relación con la cooperación con la Corte, España ha aprobado la LO 18/2003, de cooperación con la Corte Penal
internacional. Igualmente, España ha declarado en el momento de ratificar el Estatuto que está dispuesta a recibir condenados por
la CPI, aunque no ha celebrado ningún acuerdo específico con la Corte que permita hacer efectiva esta forma de cooperación.

B) Los Tribunales Penales ad hoc

a) Los tribunales para la antigua Yugoslavia y Ruanda


Aunque la Corte Penal Internacional es la primera jurisdicción internacional penal permanente, su creación cuenta con el
antecedente de los Tribunales Penales Internacionales que han sido creados por el Consejo de Seguridad en la segunda mitad
de la década de los años 80 en relación con los hechos acaecidos en la ex Yugoslavia y en Ruanda. En ambos casos, su creación
está motivada por razones de extrema urgencia, estrechamente relacionada con la represión de los crímenes de guerra, lesa
humanidad y genocidio que se han producido en el territorio de esos Estados o en conexión con un conflicto producido en el
mismo (caso de Ruanda).
Los citados Tribunales han sido creados por aplicación del Capítulo VII de la Carta, lo que excluye la necesidad de obtener el
consentimiento previo de los Estados afectados para atribuir competencia a tales jurisdicciones. Ello se justifica por razón de la
especial gravedad de las situaciones sobre las que se proyecta la competencia de ambos Tribunales y su calificación por el
Consejo de Seguridad como situaciones que ponen en peligro la paz y la seguridad internacionales.
Se trata de jurisdicciones ad hoc creadas exclusivamente para juzgar determinados crímenes cometidos en una determinada
situación, de modo que están llamadas a desaparecer una vez que hayan cumplido definitivamente su mandato. Son
jurisdicciones nacidas ex post facto [posterior al hecho], lo que ha condicionado el alcance de su competencia (material, subjetiva
y temporal), y ha favorecido la aparición de críticas sobre su legitimidad, Y, por último, se configuran como órganos subsidiarios,
aunque autónomos funcionalmente, del Consejo de Seguridad, lo que ha tenido influencia sobre su composición.
Tanto el Tribunal para la antigua Yugoslavia como el Tribunal para Ruanda se rigen por las Resoluciones de creación, por sus
Estatutos, aprobados en ambos casos por el Consejo de Seguridad y por sus respectivos Reglamentos, aprobados por los propios
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Tribunales y que han sido objeto de múltiples modificaciones desde su adopción. El Tribunal para la antigua Yugoslavia tiene su
sede en La Haya y el Tribunal para Ruanda en Arusha (Tanzania), en ambos casos para asegurar una cierta proximidad al lugar en
el que se cometieron los hechos enjuiciados.

1. Estructura
Ambos tribunales integran tres categorías de órganos claramente diferenciados:
1. Los jueces: en número de 16, son elegidos en ambos casos por la Asamblea General de las Naciones Unidas, previa
propuesta del Consejo de Seguridad, de entre una lista de candidatos presentada por los Estados. En la elección se ha
tenido en cuenta la moralidad y competencia de los candidatos, así como el respeto del principio de reparto geográfico
equitativo que permite la representación de los distintos grupos geográficos y de los principales sistemas jurídicos. Esta
última característica no está sin embargo, plenamente presente en el Tribunal para Ruanda, en el que se ha producido una
mayor presencia del grupo africano. El mandato es de 4 años y son reelegibles. Como consecuencia del alto volumen de
trabajo, el Consejo de Seguridad creó una nueva figura de juez que es operativa desde el año 2000. Se trata de los jueces
«ad litem», elegidos para integrar una lista de jueces a disposición del Tribunal que se irán integrando progresivamente
en el mismo, cuando las circunstancias lo exijan, para ocuparse de un asunto determinado. Los jueces ad litem son
elegidos en la misma forma antes enunciada y gozan del mismo estatuto que el resto de los jueces durante el período en
que ejercen efectivamente su mandato. Los jueces eligen a su Presidente y se distribuyen en Salas para el desempeño de
la función jurisdicente. Dos grandes categorías de Salas, a saber: la Sala de Primera Instancia y la Sala de Apelaciones.
Las primeras son autónomas y diferenciadas para cada uno de los Tribunales ad hoc, que, sin embargo, comparten una
única Sala de Apelaciones, que es la creada originariamente para el Tribunal de la antigua Yugoslavia.
2. El Fiscal: es el órgano encargado de la investigación de los casos y de la preparación de las denominadas actas de
acusación que luego deberán ser confirmadas por las Salas de Primera Instancia, dando lugar al inicio del proceso contra
sujetos determinados. El Fiscal, que ha de reunir los mismos requisitos de moralidad y capacidad que los jueces, además
de una gran experiencia en el ámbito de la actividad forense, es elegido por el Consejo de Seguridad y tiene un mandato
de 4 años. Bajo su dirección se encuentra la Fiscalía, en la que se integra el personal administrativo y profesional que
lleva a cabo las actividades de investigación. La Fiscalía fue originariamente única y compartida por los dos tribunales, si
bien con posterioridad se crearon dos fiscalías separadas.
3. La secretaría: ambos Tribunales cuentan con una Secretaría que les presta apoyo administrativo y desempeña las
funciones propias de la oficina judicial.

2. Competencias
La competencia de los Tribunales ad hoc presenta diferencias notables, que vienen determinadas por la situación previa que
motiva la creación de cada uno de ellos:
• Competencia material: En ambos casos tienen competencia para enjuiciar crímenes de guerra, lesa humanidad y
genocidio, aunque cada uno de estos crímenes ocupa un lugar diferente en el sistema de cada tribunal.
• Competencias subjetiva y temporal: Estas competencias responden a parámetros completamente diferenciados. Así, el
Tribunal para la antigua Yugoslavia puede conocer de cualquier crimen cometido por cualquier persona en el territorio de
la antigua Yugoslavia y que se hayan producido entre el 1 de enero de 1991 y una fecha a determinar por el Consejo de
Seguridad una vez que se haya restaurado la paz. Por el contrario, el Tribunal para Ruanda tiene competencia para
enjuiciar los crímenes cometidos por cualquier persona en el territorio de Ruanda o por ruandeses en los países vecinos,
que hayan tenido lugar entre el 1 de enero y el 31 de diciembre de 1994, lo que reduce sensiblemente su competencia en
términos temporales.

Tanto el Tribunal para la antigua Yugoslavia como el Tribunal para Ruanda ejercen su competencia de modo automático y con
carácter preferente a las jurisdicciones nacionales, que deberán abstenerse de actuar si dichos tribunales deciden ocuparse de
un determinado asunto.
La investigación de los hechos corresponde al Fiscal, que actúa de oficio en virtud de las noticias de todo tipo de que pueda
disponer.
Tras la confirmación del acta de acusación relativa a una persona, el proceso se sigue ante las Salas de Primera Instancia
correspondientes, siempre en presencia del acusado y con respeto de las garantías procesales exigibles en el ámbito penal por el
Derecho Internacional de los Derechos Humanos.
La Sala puede emitir una sentencia absolutoria o condenatoria y, en su caso, imponer una pena que sólo puede ser privativa de
libertad o de carácter económico. Las sentencias son recurribles ante la Sala de Apelaciones y una vez que adquieren carácter
definitivo son obligatorias en todos sus extremos para cualquier Estado, dado que han sido dictadas en aplicación del Capítulo
VII de la Carta.
Los dos Tribunales ad hoc precisan de la cooperación de los Estados, que es obligatoria en virtud del Capítulo VII de la Carta
de las Naciones Unidas. Ello ha motivado la adopción de un cierto número de normas internas cuyo alcance varía sensiblemente
de un país a otro.

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Por lo que se refiere a España, se aprobaron en su momento la LO 15/1994 para la cooperación con el Tribunal internacional para
el enjuiciamiento de los presuntos responsables de violaciones graves del Derecho Internacional Humanitario cometidas en el
territorio de la ex Yugoslavia y la LO 4/1998 para la cooperación con el Tribunal Internacional para Ruanda. Además, España ha
celebrado un Acuerdo con las Naciones Unidas que permite recibir en nuestras instituciones penitenciarias a condenados por el
Tribunal para la antigua Yugoslavia.

b) Mecanismo residual internacional de los tribunales penales


Creado en 2010 por el Consejo de Seguridad, es una nueva jurisdicción penal internacional ad hoc, cuyo mandato es sustituir y
continuar la jurisdicción de los Tribunales para la Antigua Yugoslavia y para Ruanda, a partir del 1 de julio de 2013 y el 1
de julio de 2012, respectivamente. El Mecanismo ejercerá sus competencias hasta una fecha que será determinada en su día por
el Consejo de Seguridad a fin a de asegurar que todos los casos pendientes se hayan sustanciado y que el cumplimiento de las
penas impuestas sea correctamente supervisado. Inicialmente, el mandato del Mecanismo ha sido establecido hasta el 1 de julio
de 2016.
El Mecanismo residual está dividido en dos secciones, correspondientes a la antigua Yugoslavia y a Ruanda, y tiene una
estructura paralela a la de los dos Tribunales ad hoc (jueces, fiscalía y secretaría).
Sin embargo, cada uno de estos componentes se ha visto sensiblemente simplificado. Así, tan sólo el Presidente del Mecanismo,
el Fiscal y el Secretario tienen naturaleza permanente, limitándose la figura de los jueces a una lista de personas a disposición del
Presidente que los irá llamando en caso de necesidad.
Por otro lado, el personal al servicio del Fiscal y del Secretario se ve reducido a lo esencial, previéndose la posibilidad de
nombrar nuevo personal sólo en caso de necesidad. A pesar de que el Mecanismo es un órgano jurisdiccional autónomo, el Fiscal
no podrá iniciar nuevas investigaciones ni proceder a nuevas acusaciones debiéndose limitar a continuar lo ya iniciado por los
fiscales de los Tribunales ad hoc. Junto a ello, el Mecanismo residual debe analizar los casos pendientes con la finalidad de
reenviar todos los asuntos que sea posible a las jurisdicciones nacionales de los Estados interesados o de aquellos Estados que
estén dispuestos a enjuiciar a alguna de las personas ya acusadas. El Mecanismo residual tiene también el mandato de recibir y
conservar los archivos de los dos Tribunales ad hoc a partir del momento en que cada uno de ellos desaparezca finalmente.

c) El Tribunal penal internacional para Sierra Leona


El Consejo de Seguridad ha impulsado igualmente la creación de un Tribunal penal internacional para Sierra Leona, mediante la
Resolución 1315 (2000). Aunque la situación que motiva la creación de este nuevo tribunal penal ad hoc es muy similar a la que
se encuentra en la base de los dos anteriores, la fórmula empleada para ello es radicalmente distinta, ya que el propio Consejo de
Seguridad remite a un Acuerdo que han de celebrar las Naciones Unidas y Sierra Leona.
Este Tribunal tiene una naturaleza mixta que se manifiesta en múltiples formas:
• No ha sido creado por el Consejo de Seguridad sino por las autoridades de Sierra Leona.
• Aunque está integrado esencialmente por jueces internacionales contempla también en su composición la participación
de jueces nacionales.
• Por lo que se refiere a la competencia material, está llamado a enjuiciar los crímenes de guerra y de lesa humanidad que
constituyen las más graves violaciones del Derecho Internacional Humanitario, tal y como se definen en el Acuerdo, pero
también los crímenes contemplados en la legislación interna de Sierra Leona que resulte de aplicación.
• En el desarrollo de sus tareas cuenta con el apoyo de la Misión de las Naciones Unidas en Sierra Leona (UNAMSIL) y se
financia con cargo a un Fondo de contribuciones voluntarias constituido al efecto.

d) Las salas especiales en la jurisdicción camboyana


Siguiendo este modelo, las Naciones Unidas y Camboya han celebrado un acuerdo para la constitución de salas especiales en la
jurisdicción camboyana para juzgar, conforme a las normas del Derecho Internacional, los crímenes cometidos en dicho país
durante el régimen de los jemeres rojos, que ya han sido efectivamente constituidas y han comenzado a ejercer su jurisdicción en
2007. El acuerdo de constitución de las Salas Especiales en los tribunales de Camboya, que fue aprobado por la Asamblea
General mediante la Resolución 57/228, viene a reforzar un nuevo modelo de tribunal penal ad hoc que mezcla elementos
propios de la jurisdicción internacional y de la jurisdicción interna, cuya eficacia y alcance habrán de ser valorados en su
momento.

e) Tribunal Especial para el Líbano


Creado en virtud del Acuerdo negociado entre las Naciones Unidas y la República Libanesa por aplicación de la Resolución 1664
(2006) del Consejo de Seguridad.
El Tribunal Especial para el Líbano, que se rige por las normas y el Estatuto aprobados por la Resolución 1757 (2007) del
Consejo de Seguridad, tiene como mandato básico enjuiciar a los responsables del atentado de 14 de febrero de 2005 que causó
la muerte del ex Primer Ministro libanés Rafiq Hariri y provocó la muerte o lesiones a otras personas.

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LECCIÓN 32. PROCEDIMIENTOS DE APLICACIÓN DE LAS NORMAS INTERNACIONALES (V): LA SOLUCIÓN
DE DIFERENCIAS Y LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES

1. IDEAS GENERALES
La irrupción en escena de una creciente multitud de Organizaciones ha venido a enriquecer la morfología de los medios de
solución, introduciendo nuevos medios y también adaptaciones de los medios preexistentes.
Ahora bien, la proliferación de Organizaciones internacionales propicia también la aparición de nuevos problemas. De este
modo, la inclinación del Estado parte en una diferencia, de llevarla al conocimiento de la Organizaciones que considere más
favorable para sus intereses, se traduce en una suerte de forum shopping de consecuencias a menudo desfavorables. Además, la
presencia de funciones y poderes concurrentes de dos o más Organizaciones, regidas por distintos tratados constitutivos y de
composición no necesariamente idéntica, brinda ocasión para la eclosión de diferencias entre las Organizaciones mismas.

2. DIFERENCIAS SUSCEPTIBLES DE SOLUCIÓN EN LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES


La noción jurídica de diferencia puede resultar sensiblemente diferente según el instrumento internacional considerado. Esto es
particularmente cierto en el caso de los Tratados constitutivos de Organizaciones internacionales.
La continuidad de la existencia de las Organizaciones permite que se aborde en su seno no sólo diferencias en sentido estricto,
sino también otras incidencias protagonizadas por los Estados. El tratamiento de las diferencias en las Organizaciones
internacionales cubre tanto su solución como su prevención, que resulta oportuna para el mejor funcionamiento de la
Organización y constituye, al propio tiempo, una innovación del mayor interés. De ahí el establecimiento en ciertas
Organizaciones de mecanismos específicamente destinados a la prevención de conflictos. Aún más, en algún caso el Tratado
constitutivo se limita a contemplar este género de incidencias, sin esbozar un auténtico sistema de solución de diferencias en
sentido estricto, aunque lo cierto es que la mayor parte de Organizaciones prevén sistemas, más o menos sofisticados, de arreglo
de controversias.

A) Sujetos partes en la diferencia


En cuanto a los sujetos partes en la diferencia, las Organizaciones presentan dos particularidades:
1. La posibilidad de solución no queda reservada a las diferencias entre los solos Estados miembros, sino que cabe la
posibilidad de la comparecencia de un Estado no miembro mediante el expediente de la autorización al efecto de un
órgano de la Organización.
2. La estructura de las Organizaciones les permite tratar diferencias multilaterales, en que se oponen las pretensiones de tres
o más Estados, e intentar acomodar los intereses en presencia en el respeto del Tratado constitutivo.

B) Objeto de la diferencia
La mayor o menor cobertura del régimen de solución va a depender del alcance de las funciones y competencias de la
Organización, pudiendo distinguirse las cláusulas que contemplan genéricamente la solución de las diferencias, sea cual fuere su
objeto, de las disposiciones que circunscriben sus efectos a las diferencias relativas a «la aplicación o interpretación» del Tratado
constitutivo y que son características de las Organizaciones universales y regionales de cooperación sectorial.
Las Organizaciones disponen de instrumentos eficaces para zanjar las diferencias relativas al cambio pacífico del Derecho y, en
concreto, del Tratado instituyente, a través de previsiones para su enmienda o revisión.

3. LA SOLUCIÓN DE LAS DIFERENCIAS EN QUE ES PARTE UNA ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL

Como entes dotados de personalidad jurídica propia, las Organizaciones internacionales pueden constituirse en partes para el
tratamiento de las controversias que las opongan, bien ante otras Organizaciones, bien ante Estados u otros sujetos del Derecho
internacional.
Tales controversias revisten un auténtico carácter internacional, como lo confirma el tratamiento que reciben en numerosos textos
jurídicos y, en especial, en el Convenio de Viena de 1986 sobre el Derecho aplicable a los Tratados celebrados entre
Organizaciones o entre Organizaciones y Estados.

A) Las diferencias entre Organizaciones Internacionales


Puede ser frecuente que surjan diferencias entre las OI, debido, sobre todo, al hecho de que en ocasiones proyectan su actividad
sobre una misma situación, abordándola para conseguir distintos objetivos y, en consecuencia, con criterios no necesariamente
coincidentes.

a) Entre organizaciones universales (entre N.U. y Organizaciones sectoriales)


En el ámbito de las Organizaciones universales, el terreno más propicio para la aparición de diferencias es el de las relaciones
entre las Naciones Unidas y las Organizaciones sectoriales, en razón de la competencia general de la primera y de la
circunstancia de que las segundas no le están subordinadas, ya que las relaciones entre una y otras se inspiran en la coordinación.

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El elemento determinante para la solución de las diferencias que surjan entre estas Organizaciones son las previsiones del Tratado
bilateral que regula las relaciones entre ambas con carácter general. En conjunto, el haz de Tratados bilaterales que vinculan a
cada una de las Organizaciones especializadas con las Naciones Unidas confían la solución de las eventuales diferencias a los
contactos directos entre las partes, mostrando una actitud marcadamente contraria a la intervención de terceros y descartándose la
posibilidad de acudir al Tribunal Internacional de Justicia a través del procedimiento consultivo, acaso por entender que el
Tribunal no deja de ser un órgano de una de las partes en la diferencia, las Naciones Unidas.
La discutible eficacia de este régimen de solución explica la presencia de cláusulas encaminadas a la prevención de las
diferencias. No obstante, estos mecanismos pueden no funcionar en la práctica, creándose entonces problemas de difícil solución.

b) Entre Organizaciones universales y Organizaciones regionales


La cuestión que se ha planteado con mayor virulencia es la de las relaciones entre las Naciones Unidas y las Organizaciones de
los acuerdos regionales de seguridad previstos en el Capítulo VIII de la Carta. En estos supuestos se da claramente un reparto de
tareas entre Organizaciones, con clara prioridad de la Organización regional. No obstante, el problema surge cuando esta
Organización regional, sobre la base de una «interpretación desorbitada» de preceptos, intenta monopolizar el tratamiento de
diferencias que, lejos de tener un alcance estrictamente local, se conectan a problemas de dimensión mundial. En este caso, la
inicial diferencia entre Estados puede dar lugar a una nueva diferencia, esta vez entre la ONU y la Organización regional, sin
parámetros jurídicos de solución.

c) Entre Organizaciones internacionales regionales


Los acuerdos que regulan las relaciones entre ellas suelen incluir sistemas de solución de diferencias.

B) Diferencias entre Organizaciones Internacionales y Estados


En la práctica, pueden surgir diferencias entre la Organización y uno o varios de sus Estados miembros, o entre la Organización y
un Estado no miembro.

a) Entre una Organización y uno o varios Estados miembros


Las diferencias entre una Organización y un Estado miembro pueden darse con relativa facilidad cuando éste invoca el Tratado
constitutivo para oponerse, por ejemplo, a la aplicación de una decisión de la Organización. Las vías de solución dependen tanto
del Tratado constitutivo como de los eventuales acuerdos entre la Organización y un Estado concreto. En general, en este tipo de
procedimientos de solución de controversias, los Estados se resisten a que la Organización sea a la vez juez y parte. En realidad,
son muchos los Tratados donde esta clase de enfrentamientos no está ni tan siquiera prevista.
Las diferencias entre la Organización y uno o varios Estados miembros suelen traducirse jurídicamente en una oposición social
entre la voluntad de la mayoría de los Estados miembros y las pretensiones de un Estado o Estados minoritarios. Esta situación
no favorece la solución de la controversia, a menos que se canalice a través de un tercero imparcial. En estos supuestos acrece el
papel potencial de la solución jurisdiccional.
En las Organizaciones universales se ha utilizado en estos casos el procedimiento consultivo del Tribunal Internacional de
Justicia. No obstante, el procedimiento consultivo presenta el inconveniente de que el dictamen del Tribunal no será
jurídicamente vinculante, salvo que expresamente se haya acordado lo contrario.
Un procedimiento alternativo sería el de encomendar a un Tribunal de la propia Organización la solución de estos litigios, pero
son pocas las Organizaciones que disponen de un Tribunal de Justicia.

b) Entre una Organización y un Estado no miembro


La solución de las eventuales diferencias entre la Organización y un Estado no miembro está en función de las relaciones
convencionales que puedan existir entre ambos y plantea dificultades adicionales en la hipótesis de que el Estado se niegue a
reconocer a la Organización oponente como sujeto de Derecho internacional, lo que es posible especialmente en el caso de
muchas Organizaciones de ámbito regional o parcial.
Un ámbito que parece especialmente propicio para el desarrollo de estos procedimientos es el del Derecho del mar. Tras la
entrada en vigor de la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982, se ha establecido un sistema de
solución de diferencias que, entre otras novedades, incluye un órgano judicial, el Tribunal Internacional de Derecho del Mar,
llamado a conocer de controversias en las que pueden participar Organizaciones internacionales y terceros Estados.
Existen supuestos en que se prevé un régimen especial para la solución de diferencias entre la Organización y los Estados que,
aun no siendo miembros, podrían llegar a serlo o bien lo habían sido con anterioridad.

LECCIÓN 33. PROCEDIMIENTOS DE APLICACIÓN DE LAS NORMAS INTERNACIONALES (VI): APLICACIÓN


FORZOSA: PROCEDIMIENTOS DESCENTRALIZADOS E INSTITUCIONALIZADOS

1. IDEAS GENERALES

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El Derecho internacional se asemeja al Derecho estatal en cuanto que la observancia de las reglas jurídicas se produce por lo
común sin necesidad de recurrir a procedimientos coactivos. No obstante, el acatamiento voluntario del Derecho asume en el DI
un significado distinto, pues éste no conoce la jurisdicción obligatoria y, además, es excepcional la previsión de una coerción
irresistible.
El núcleo originario de la disciplina de la aplicación forzosa se encuentra en ciertas reglas permisivas, que autorizan al Estado
lesionado por una infracción a reaccionar frente al infractor. A esto hay que agregar la presencia de cláusulas de garantía en
determinados regímenes convencionales. Posteriormente, el desarrollo de la Organización internacional y la expansión de los
ámbitos de reglamentación jurídica han provocado la aparición de una variada gama de medidas, que han venido a acumularse a
las anteriores.

2. LAS MEDIDAS DE APLICACIÓN FORZOSA. CONCEPTO Y CLASES


A) Concepto
La aplicación forzosa comprende el conjunto de medidas de presión previstas por el Derecho internacional en orden al
cumplimiento efectivo de sus reglas. Así entendida, la noción de aplicación forzosa aparece delimitada en función de tres
factores: el objetivo, los medios y la reglamentación jurídica.

a) El objetivo
Consiste en asegurar la observancia de reglas jurídicas en un sentido amplio, es decir, abarcando no sólo reglas de obligado
cumplimiento, sino también orientaciones y reglas protojurídicas y, en general, pautas de conducta incorporadas en textos no
vinculantes, pero cuya producción aparece contemplada, directamente o indirectamente, por reglas jurídicas en sentido estricto.
Precisamente, la previsión o adopción de medidas flexibles para reforzar la efectividad de pautas no obligatorias es hoy
frecuente, constituyendo un rasgo característico de esta materia en su evolución actual.

b) Los medios utilizados


Han de ser medidas de presión, lo que permite distinguir la aplicación forzosa de ciertas actividades de fomento de la aplicación
del Derecho internacional, por ejemplo, la asistencia técnica para la capacitación del personal a servicio de la Administración del
Estado.

c) La reglamentación jurídica
Suele encontrarse en Tratados internacionales o en resoluciones de Organizaciones de este carácter y con menor frecuencia en el
Derecho internacional general.
En cualquier caso, la aplicación forzosa implica la existencia de una presión jurídicamente organizada, lo que impide confundirla
con la influencia genérica de la opinión pública o con las coacciones ejercidas al margen del Derecho, por ejemplo, mediante el
recurso irregular a la fuerza armada.

B) Clases
Pueden distinguirse varios grupos de medidas en función del origen o la fuente de las reglas que las contemplan, de los sujetos
habilitados para adoptarlas, o de la naturaleza o la materia de los regímenes jurídicos cuya efectividad tratan de asegurar.
Pero el criterio más relevante es probablemente el de la índole de las propias medidas, que conduce a diferenciar el campo de la
observación del de la reacción.

a) La observación
Cubre tanto el control internacional como las menos exigentes técnicas de seguimiento. En ambos casos se confía básicamente en
procedimientos de información que dificultan la transgresión por inadvertencia, operan como factor de disuasión y facilitan la
valoración jurídica de las conductas, bien por un órgano competente al efecto, bien por los otros sujetos que participan del mismo
régimen jurídico. Las medidas en cuestión —y en especial, las de control— se consideran a veces como de garantía, aunque hay
que advertir que «la noción de garantía se usa en diferentes sentidos en el Derecho internacional público»

b) La reacción
Ofrece dos variedades, las contramedidas y la reacción institucional. Con ellas se trata de dar respuesta a la desviación ya
consumada, procurando su corrección por parte del sujeto recalcitrante (obstinado), que va a sufrir daños en su imagen, sus
intereses o sus derechos. Este grupo de medidas entronca claramente con la idea de sanción, si bien ésta tiene posiblemente un
contenido más amplio, pues puede entenderse que engloba la nulidad o la propia responsabilidad internacional.

3. EL CONTROL INTERNACIONAL
El Derecho internacional conoce una variedad de procedimientos de control, que despliegan sus efectos sobre todo en el marco
de las Organizaciones internacionales y han merecido la atención de destacados sectores doctrinales.

A) Concepto de control internacional


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La noción de control internacional aparece delimitada por la concurrencia de tres elementos:
1. El elemento material (consistente en una actividad de verificación). Comprende dos momentos: la determinación de los
hechos y la subsiguiente valoración de la conformidad o disconformidad de éstos respecto de ciertas reglas jurídicas o de
determinadas pautas de conducta desprovistas de obligatoriedad jurídica.
2. El elemento teleológico.( que se concreta en el objetivo inmediato de promover el cumplimiento efectivo de ciertas
pautas de conducta) .La práctica internacional desborda la clasificación entre control de legalidad o de ley, encaminado a
la efectiva aplicación de reglas jurídicas y control de oportunidad o de mérito, que persigue una acomodación a
consideraciones de este carácter.
3. El elemento formal ( la regulación por el Derecho de gentes»).Se concreta en la regulación de las actuaciones por
disposiciones de carácter internacional, incluido el eventual auxilio de principios generales de Derecho.

B) Modalidades de control.
Existen diversas modalidades de control internacional, que pueden clasificarse por la instancia de control, por la iniciativa de los
procesos de control y por las técnicas utilizadas para la determinación de los hechos.

a) Por la instancia de control

1. Control ejercido por los órganos del Estado


El ejercicio del control por los Estados constituye la excepción más que la regla, pero adquiere especial relevancia en algunos
sectores de reglamentación, como por ejemplo, en el régimen jurídico de los espacios no sometidos a la soberanía territorial, en el
control del cumplimiento del Derecho Internacional humanitario o en la verificación de los acuerdos bilaterales de desarme
(espacios no sometidos a soberanía territorial: por ejemplo, inspección de buques en alta mar, supervisión recíproca en la
Antártida o en el espacio ultraterrestre).

2. Control por las Organizaciones Internacionales


En la mayoría de los casos, la instancia de control se emplaza en una Organización intergubernamental. Aunque en ocasiones se
han creado Organizaciones internacionales con la única finalidad de ejercer un control internacional en un ámbito específico, es
más habitual encargar esta función a un órgano de una organización.
En sentido similar puede ser citado el control ejercido por los Tribunales internacionales, si bien la función de estos últimos no se
agota en la idea de control. En este contexto es tradicional distinguir entre control administrativo y control jurisdiccional, según
sea el carácter del órgano competente para el control. El ejemplo más significativo es el sistema de control de la Comunidad
Europea, donde se conjugan tradicionalmente el control administrativo de la Comisión y el control jurisdiccional del Tribunal de
Justicia. Este tipo de soluciones refuerza la innegable eficacia del control jurisdiccional para asegurar la aplicación y la
interpretación uniformes del Derecho de la Organización.

3. Control ejercido por otros actores de la S.I.


− A través de la condición de observador o del estatuto consultivo de que disfrutan en Organizaciones internacionales (caso de
los movimientos de liberación nacional o de las Organizaciones no gubernamentales).
− Como un presupuesto de las operaciones que tienen encomendadas en Tratados internacionales, como es el caso del Comité
Internacional de la Cruz Roja.

b) Por la iniciativa de los procesos de control


Es tradicional distinguir entre control de oficio y control a instancia de parte interesada. Estas modalidades no se excluyen
mutuamente, sino que pueden complementarse en un sistema de control complejo.
La incoación del control mediante queja de parte interesada presenta distintas variantes según la naturaleza y condición jurídica
del propio interesado, lo que origina una distinción entre las quejas de los Estados y las quejas o reclamaciones de los
particulares, y según que se reconozca o no a éste la capacidad de obrar en las ulteriores actuaciones de control. El control a
instancia de particulares presenta un interés muy cualificado en la protección internacional de los derechos humanos.

c) Por las técnicas utilizadas para la determinación de los hechos


Debemos diferenciar dos grandes grupos de modalidades de control:
− En el primer grupo se encuadra la presentación de informes periódicos, que constituye una práctica bastante extendida, pues
son muchas las Organizaciones internacionales que recaban esta clase de informes de los Estados miembros.
− El segundo grupo comprende técnicas de investigación bastante diversas, tales como la comparación de la información
facilitada por el Estado con datos obtenidos de otras fuentes o la observación directa, sea mediante el envío de misiones (las
«visitas» en lenguaje diplomático) o se realice a distancia, utilizando determinadas facilidades de la tecnología actual
(grabaciones de vídeo, satélites de observación…).

4. LAS TÉCNICAS DE SEGUIMIENTO: ESPECIAL REFERENCIA AL REGISTRO


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A) Concepto y modalidades
A pesar de la inexpresividad del término «seguimiento», es fácil advertir que éste suele designar procedimientos mediante los que
un órgano internacional recaba y recoge información sobre las conductas relacionadas con ciertas reglas.
El seguimiento se distingue así del control, en cuanto que a diferencia de éste la determinación de los hechos no va seguida de
una ulterior operación de calificación jurídica, operación que en todo caso podrá ser efectuada por los propios sujetos de Derecho
una vez agotado el procedimiento. También se distancia de las medidas de simple información dispuestas por las Organizaciones
internacionales con una finalidad distinta, por ejemplo con fines estadísticos o para la preparación de decisiones.
En principio, las modalidades de seguimiento pueden discurrir paralelas a las del control, salvo la carencia apuntada del momento
de la valoración jurídica de las conductas. En la práctica, ésta no es una diferencia sutil, sino que responde a una opción política
deliberada, dirigida a preservar la libertad de apreciación de los Estados.

B) Especial referencia al registro


En el Derecho internacional, la técnica del registro se concreta en un proceso que comprende la notificación de un acto jurídico o
de una actividad y su ulterior inscripción o anotación y archivo, seguida de una mayor o menor publicidad.
La utilización más espectacular de esta técnica es el registro de los Tratados internacionales, que se origina en la Sociedad de
Naciones al servicio del principio de la «diplomacia abierta» propugnado por el presidente Wilson. El art. 18 del Pacto de la
Sociedad imponía el registro obligatorio, regla que ha sido recogida más tarde por el art. 102 de la Carta de las Naciones Unidas
y por el art. 80 del Convenio de Viena sobre el Derecho de los Tratados. En la época de la Sociedad de Naciones se discutió si la
falta de registro provocaba o no la nulidad del Tratado, pero la evolución posterior del Derecho ha aclarado que la consecuencia
de ésta es la imposibilidad de invocar el Tratado ante los órganos de las Naciones Unidas.
La instauración de esta práctica ha dado lugar a la publicación de dos colecciones sucesivas de Tratados, que en conjunto
representan centenares de volúmenes, pero no ha conseguido erradicar la celebración de Tratados secretos.

5. LAS CONTRAMEDIDAS
El término de «contramedida» se reserva para agrupar el conjunto de medidas descentralizadas, es decir, el conjunto de medidas
que el Estado perjudicado por un hecho ilícito internacional puede tomar contra el Estado que lo ha perpetrado.

A) Concepto y modalidades
De forma general, las contramedidas pueden ser definidas como aquellas medidas de reacción del sujeto afectado por un hecho
ilícito de otro, que persiguen restaurar el respeto del Derecho e inducir al Estado infractor a cumplir las obligaciones derivadas de
la responsabilidad por el ilícito cometido. Las contramedidas presuponen la existencia de un hecho ilícito.
En general, se distingue entre las siguientes contramedidas:
• La retorsión, que implica el uso de medios lícitos pero perjudiciales para el sujeto infractor o, en el caso del Estado, para
sus nacionales.
• Las represalias, que son hechos no conformes a las obligaciones internacionales del sujeto, pero que el Derecho tolera
cuando se producen como respuesta a un hecho ilícito anterior de otro sujeto. Medidas de coerción.
• Otras medidas afectan a las relaciones diplomáticas entre el Estado afectado por el hecho ilícito y aquel que lo ha
perpetrado. Así la suspensión o la ruptura de relaciones diplomáticas o la llamada del Jefe de la Misión.

Las contramedidas que plantean más problemas jurídicamente son las represalias, en la medida en que se caracterizan por ser
medidas de coerción, tomadas por un Estado a resultas de actos ilícitos cometidos en perjuicio suyo por otro Estado, con el fin de
imponer a éste, por medio de un daño, el respeto del Derecho. Este tipo de medidas de autotutela están permitidas por el Derecho
internacional siempre que cumplan las condiciones y respeten determinados límites.
En todo caso, debe tenerse en cuenta que la eficacia en la aplicación de contramedidas depende de la capacidad de presión del
Estado que las adopta y de las circunstancias del caso y, además, entraña un grave riesgo de que éstas, a su vez, susciten una
réplica y provoquen una acentuación progresiva que agrave el conflicto. Por esta razón, las decisiones sobre posibles
contramedidas conviene que estén orientadas por la prudencia política y reservadas claramente a los órganos responsables de la
conducción de la política exterior.

B) Sujetos facultados para adoptar las contramedidas


El sujeto facultado para adoptar las contramedidas es, por regla general, el lesionado por la infracción. No obstante,
excepcionalmente, cabe que reaccionen otros sujetos. Esta afirmación nos plantea dos problemas no exentos de polémica: en
primer lugar, quién debe ser considerado lesionado y, en segundo lugar, quién y cuándo puede adoptar contramedidas sin ser
lesionado.
En relación a quién puede ser considerado lesionado por un hecho ilícito, podemos seguir el artículo 42 del proyecto de artículos
de la CDI sobre la responsabilidad internacional, donde se distinguen tres tipos de obligaciones:
1. Obligaciones bilaterales de un Estado frente a otro (el lesionado y, por tanto, legitimado para adoptar contramedidas es
el Estado frente al que se tiene la obligación violada).
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2. Obligaciones frente a un grupo de Estados (obligaciones erga omnes partes) o frente a la comunidad internacional
en su conjunto (obligaciones erga omnes) cuya violación afecta especialmente a un Estado (que sería el Estado
lesionado legitimado para adoptar contramedidas).
3. Obligaciones integrales, que no deben ser confundidas con cualquier obligación erga omnes, sino que son aquellas
obligaciones que operan de manera absoluta, todo o nada.

En virtud del art. 60.2.c) de la Convención de Viena de 1969, la violación de una obligación integral da derecho a todas las demás
partes a suspender el cumplimiento del tratado no sólo respecto del Estado que se halla en violación, sino respecto de todos los
demás Estados. En otras palabras, el incumplimiento de una obligación de este tipo amenaza la estructura del tratado en su
conjunto. Sin embargo, esto no es efectivo en el caso de los tratados relativos a los derechos humanos. Más bien al contrario, por
cuanto un Estado no puede violar los derechos humanos en razón de la violación de otro Estado.
Junto al Estado lesionado, también se plantea si están o no facultados para adoptar contramedidas, excepcionalmente, otros
Estados. Esta cuestión es recogida, pero no resuelta, en los arts. 48 y 54 del proyecto de artículos de la CDI sobre la
responsabilidad de los Estados. Nosotros coincidimos con la casi unanimidad doctrinal en considerar que la adopción de
contramedidas unilaterales en estos supuestos no es deseable y que sería preferible la adopción de reacciones institucionales.

C) Condiciones y límites

a) Condiciones
Las represalias deben acomodarse también a ciertas condiciones de ejercicio:
1. Deben estar dirigidas exclusivamente contra el Estado autor del hecho ilícito frente al que se reacciona. Naturalmente,
esto no significa que las contramedidas no puedan incidentalmente afectar la posición de terceros Estados o, de hecho, de
otros terceros. Lo importante es hacia quien van dirigidas las contramedidas (el Estado autor del hecho ilícito), con
independencia de que puedan existir ciertos perjuicios colaterales «razonables».
2. El Estado lesionado debe haber invitado al Estado autor del ilícito a poner fin a su comportamiento o a repararle por el
perjuicio sufrido.
3. Los efectos de una contramedida deben ser proporcionados a los daños sufridos, teniendo en cuenta la gravedad del
hecho ilícito y los derechos implicados.
4. La contramedida debe tener por fin incitar al Estado autor del ilícito a ejecutar las obligaciones que le incumben en
Derecho Internacional y, por tanto, la medida debe ser reversible.
5. La contramedida debe cesar en el momento en que el Estado responsable cumpla sus obligaciones.

b) Límites
Para ser lícitas, las represalias han de respetar ciertos límites. Un límite general lo constituye la prohibición de contramedidas que
violen obligaciones de ius congens, lo que implica, entre otras, la prohibición:
a) De las represalias armadas, que son incompatibles con el principio de la prohibición de la amenaza o el uso de la fuerza.
b) De contramedidas que supongan la derogación de obligaciones establecidas para la protección de los derechos humanos
fundamentales.
c) De contramedidas que supongan la derogación de obligaciones de carácter humanitario que prohíben cualquier forma de
represalia contra las personas protegidas por ellas.

Además, existen límites especiales en determinados regímenes jurídicos. Éste es el caso del Derecho diplomático y consular,
donde sólo cabe la imposición de las sanciones concretas previstas en él.
En todo caso, como señala el CDI en su Proyecto de artículos, «el Estado que adopte las contramedidas no quedará exento del
cumplimiento de las obligaciones que le incumban:
• En virtud de cualquier procedimiento de solución de controversias aplicable entre dicho Estado y el Estado responsable.
• De respetar la inviolabilidad de los agentes, locales, archivos y documentos diplomáticos o consulares».

6. LA REACCIÓN INSTITUCIONAL. SANCIONES, PODER DISCIPLINARIO Y PODER DE COACCIÓN

A) Concepto
La reacción institucional cubre las medidas de presión adoptadas por una Organización internacional en el marco de sus
competencias, con objeto de restaurar el respeto del Derecho o el cumplimiento de reglas no obligatorias emanadas de la propia
Organización.
La reacción institucional presenta tres grandes vertientes: la sanción social, el poder disciplinario y el poder de coerción.

B) La sanción social

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Según Antonio Malintoppi, la sanción social entra en juego en los casos en que no se ha producido el incumplimiento de una
obligación jurídica, sino simplemente un hecho que desatiende una recomendación de la Organización y se materializa en las
expresiones de censura que las Organizaciones pueden dirigir a uno o varios Estados miembros en tales casos.

C) El poder disciplinario
Según Ruzié, el poder disciplinario de las Organizaciones alcanza no sólo a sus funcionarios, sino también a los Estados
miembros, conduciendo a tres tipos de medidas:
1. La revocación de un mandato confiado por la Organización.
2. La suspensión de derechos.
3. La exclusión de la Organización.

De forma general puede decirse que el ejercicio del poder disciplinario de la Organización supone la privación temporal o
definitiva de derechos y privilegios inherentes a la calidad de Miembro de la Organización u obtenidos a través de ésta, o en
medidas que enerven su ejercicio. La suspensión de derechos puede tener un alcance total o parcial, mientras que la exclusión
puede revestir la forma de la retirada forzosa o la expulsión.

D) El poder de coerción
La adopción de medidas coactivas por una Organización en defensa del Derecho puede revestir diferentes modalidades, como el
aislamiento del Estado infractor (ruptura colectiva de relaciones diplomáticas, interrupción de las comunicaciones), la imposición
de sanciones económicas (por ejemplo, cese de las exportaciones de productos necesarios en este Estado) o incluso el recurso a la
fuerza armada. Estas medidas pueden ser aplicadas, bien directamente por la Organización, bien por los Estados miembros, según
los casos.
La única Organización que en la actualidad dispone del repertorio completo de medidas coactivas es la Organización de las
Naciones Unidas, en el marco del Capítulo VII de la Carta. Hay que señalar, no obstante, que las medidas de este Capítulo están
disponibles para reaccionar en caso de amenazas contra la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión, y no frente a
cualquier hecho ilícito. El único supuesto en que la Carta habilita al Consejo de Seguridad, de forma expresa, para que intervenga
ante la perpetración de un hecho ilícito de otra naturaleza es el caso excepcional de que haya recaído sentencia condenatoria del
Tribunal Internacional de Justicia, y aun así la ejecución forzosa del fallo se presenta aleatoria, pues el Consejo sólo actuará «si
lo cree necesario» (art. 94 de la Carta).
No obstante, también es cierto que la interpretación amplia del concepto jurídico indeterminado de «amenaza a la paz» ha
permitido al Consejo de Seguridad calificar en este marco un catálogo muy diverso de violaciones del Derecho Internacional y,
tras la calificación, actuar a través de medidas coercitivas.

VII. DERECHO DE LOS CONFLICTOS ARMADOS

LECCIÓN 34. EL PRINCIPIO DE LA PROHIBICIÓN DEL USO DE LA FUERZA


1. IDEAS GENERALES
El Derecho internacional durante siglos admitió la guerra como medio de solución de los conflictos entre Estados y desarrolló un
conjunto de normas específicas al respecto. En consecuencia, el Derecho internacional pudo dividirse en dos grandes partes: las
normas aplicables en tiempo de paz (Derecho de la paz) y las normas aplicables en tiempo de guerra (Derecho de guerra).
Sin embargo, las consideraciones ético-jurídicas en esta materia irán evolucionando y cambiando en los siglos posteriores.
Durante el siglo XX se registró una evolución en las relaciones internacionales en virtud de la cual se logró una progresiva
limitación de las posibilidades que tenían los Estados de recurrir a la fuerza armada. De este modo se dijo que se había producido
la «abolición de la competencia de guerra» que el Derecho internacional reconocía a los Estados.

2. DESARROLLO DEL PRINCIPIO DE PROHIBICIÓN DEL USO DE LA FUERZA


Destacamos cuatro momentos:
1. Convención Drago-Porter (1907). El primer hito significativo en el desarrollo de la prohibición del uso de la fuerza en
las relaciones internacionales fue la segunda convención adoptada por la Conferencia de la Paz celebrada en La Haya en
1907, relativa a la prohibición del uso de la fuerza para el cobro de deudas contractuales, conocida con el nombre de
Convención Drago-Porter. Este Convenio establece el compromiso de no recurrir a la fuerza contra un país deudor, salvo
que éste no acepte la solución del conflicto mediante el arbitraje.
2. Pacto de la Sociedad de Naciones (1919). No prohibía la guerra. En el Pacto hay un enfoque eminentemente procesal
en el que, más que prohibir la guerra, se pretende impedir que llegue a producirse o, en todo caso, se retrase al máximo.
Según el art. 12 del Pacto, los miembros de la Sociedad se comprometen a resolver sus controversias por medios
pacíficos (arbitraje, arreglo judicial o examen del Consejo) y, además, convienen «en que en ningún caso deberán
recurrir a la guerra antes de que haya transcurrido un plazo de tres meses después de la sentencia de los árbitros o de la
decisión judicial o del dictamen del Consejo». En virtud de este plazo de tres meses, se ha dicho que el Pacto, más que
prohibir la guerra, establecía una «moratoria de guerra».
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3. Protocolo de Ginebra (1924). Es un tratado que no llegó a entrar en vigor. Sin embargo, se trata de un texto importante
en la evolución de las normas internacionales relativas al uso de la fuerza. El Protocolo de Ginebra contiene
disposiciones detalladas sobre el arreglo pacífico de las controversias internacionales. En el Preámbulo se califica la
guerra de agresión como un «crimen internacional». En el art. 2 se condena el recurso de la guerra y los Estados
signatarios se obligan a no recurrir entre sí a la misma. Los únicos supuestos que, según el Protocolo de Ginebra,
permitirían el recurso a la fuerza armada, serían los casos de legítima defensa y las acciones en el marco de la seguridad
colectiva.
4. Pacto general de París de renuncia a la guerra (Pacto Briand-Kellogg, 1928). Constituye un paso decisivo en el
desarrollo del principio de la prohibición del uso de la fuerza. Fue firmado en París en 1928. El Pacto es un tratado
multilateral muy breve. En el art. 1 las Partes condenan recurrir a la guerra para el arreglo de las diferencias
internacionales y renuncian a ella como instrumento de política nacional en sus relaciones mutuas. En el art. 2 se
establece el compromiso de que las Partes resolverán sus controversias por medios pacíficos; y en el art. 3 se regula lo
relativo a su ratificación y se dice que el Pacto quedará abierto a las adhesiones de todas las demás Potencias del mundo
el tiempo que sea necesario.
El compromiso de renunciar a la guerra «como instrumento de política nacional» no tenía una significación muy clara,
pero dejaba fuera de la prohibición el uso de la fuerza en legítima defensa, las medidas de seguridad colectiva y las
represalias. En todo caso era una clara condena de la guerra y de las posiciones, muy difundidas, que siguiendo las
doctrinas estratégicas del alemán Claus von Clausewitz (1778-1831) consideraban la guerra como «una continuación de
la política por otros medios». Casi todos los Estados que entonces formaban parte de la comunidad internacional
ratificaron o se adhirieron al Pacto de Paris. A pesar de este apoyo masivo, como el Tratado carecía de mecanismos
institucionales que garantizaran el cumplimiento de la obligación de renuncia a la guerra, no pudo evitar que la escalada
de crisis internacionales de los años treinta desembocara en la segunda conflagración mundial.

3. LA PROHIBICIÓN DEL USO DE LA FUERZA EN LA CARTA DE LAS NACIONES UNIDAS (1ºsemana)


El art. 2.4 de la Carta de las Naciones Unidas consagra, con carácter general, el principio de la prohibición del uso de la fuerza.
Esta norma tiene una formulación más completa que la prohibición contenida en el Pacto Briand-Kellogg porque, en primer
lugar, no se refiere exclusivamente a la guerra sino al «uso de la fuerza» y porque, en segundo lugar, la prohibición comprende
no sólo el uso de la fuerza, sino también la «amenaza» al uso de la fuerza. El principio de la prohibición del uso de la fuerza se
sitúa en el marco de otros principios también regulados en el art. 2 de la Carta y, en especial, por la relación que guardan entre sí:
el principio del arreglo pacífico de las controversias y el principio de la segundad colectiva El Consejo de Seguridad ha sido
investido de los poderes necesarios para velar por el cumplimiento del principio otorgándosele la potestad de decidir medidas
coercitivas para los Estados que lo violen. Sin embargo, interesa destacar que el principio es una norma completa e
independiente. La prohibición subsiste aunque los Estados no hayan logrado la solución de sus controversias por medios
pacíficos o las disposiciones de la Carta sobre el funcionamiento de la potestad de coerción atribuida al Consejo de Seguridad
para hacer frente a los infractores no se apliquen de la forma prevista.
La generalidad de la formulación del principio, al no precisar las modalidades de «fuerza» que se consideran prohibidas, ha
planteado la cuestión de si cualquier uso de «fuerza» está prohibido o si la prohibición se refiere exclusivamente a la «fuerza
armada»:
• Según la interpretación de Kelsen, la Carta prohibiría cualquier tipo de medida de coerción como las medidas de carácter
económico, la interrupción de comunicaciones e, incluso, las de carácter político, como la ruptura de relaciones diplomáticas.
No obstante, se trata de una interpretación excesivamente amplia.
• Para Jiménez de Aréchaga el término «fuerza» debe entenderse con la significación de «fuerza armada». Esta interpretación
es mucho más acertada, ya que así se deduce del contexto de la Carta. En el preámbulo se dice que «no se usará de la fuerza
armada sino en servicio del interés común»; expresamente limita la prohibición al uso de la fuerza armada.

En la actualización e interpretación de los principios contenidos en la Carta de las Naciones Unidas que realizó la «Declaración
sobre los principios de Derecho internacional referentes a las relaciones de amistad y a la cooperación entre los Estados de
conformidad con la Carta de las Naciones Unidas» aneja a la Resolución 2625 (XXV) de la Asamblea General, adoptada el 24
de octubre de 1970, se consideran expresamente algunas modalidades del uso de la fuerza que se han extendido en las últimas
décadas:
• La Declaración incluye en la prohibición del uso de la fuerza la organización de bandas armadas: «Todo Estado tiene el
deber de abstenerse de organizar o fomentar la organización de fuerzas irregulares o de bandas armadas, incluidos los
mercenarios, para hacer incursiones en el territorio de otro Estado». En el asunto sobre las actividades militares y
paramilitares en Nicaragua y en contra de Nicaragua, la Corte Internacional de Justicia consideró que el hecho de
suministrar armas y entrenar a grupos armados de resistencia constituía un uso de la fuerza prohibido.
• En la Declaración sobre los principios de Derecho internacional también se condena el apoyo a la guerra civil o al
terrorismo: «Todo Estado tiene el deber de abstenerse de organizar, instigar, ayudar o participar en actos de guerra civil o
en actos de terrorismo en otro Estado o de consentir actividades organizadas dentro de su territorio encaminadas a la

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comisión de dichos actos, cuando los actos a que se hace referencia en el presente párrafo impliquen el recurrir a la
amenaza o el uso de la fuerza».

La importancia del principio de la prohibición de la amenaza o el uso de la fuerza en el Derecho internacional contemporáneo
hacen que se considere una norma imperativa del Derecho internacional general o norma de ius cogens. La Comisión de Derecho
Internacional de las Naciones Unidas en su comentario al proyecto de artículos sobre el Derecho de los tratados, al referirse a las
normas imperativas de Derecho internacional general o de ius cogens, decía que «las normas de la Carta por las que se prohíbe
el uso de la fuerza constituyen por sí mismas un ejemplo patente de norma de derecho internacional que tiene carácter de ius
cogens».
El terrorismo internacional ha adquirido recientemente una dimensión mundial y ha dado lugar a actos que causan daños masivos
a la población civil, lo que algún autor ha denominado «hiperterrorismo» y constituye una amenaza a la seguridad de los Estados
tanto o más grave que la guerra en el pasado. Las nuevas manifestaciones del terrorismo tienen por objetivo atacar los centros del
poder político y económico de la actual sociedad internacional globalizada y cuentan con el apoyo que determinados Estados
prestan a sus actuaciones. Las nuevas tecnologías han puesto en manos de grupos reducidos un potencial de destrucción que
antes sólo tenían los Estados. Por eso Joseph S. Nye ha calificado esta nueva modalidad del terrorismo como «la privatización de
la guerra». El principio de la prohibición del uso de la fuerza, tal como está recogido en la Carta de las Naciones Unidas, no
ofrece una respuesta eficaz contra esta nueva amenaza. Aunque el orden jurídico internacional es evolutivo, por ahora no ha
generado nuevas normas jurídicas que den respuesta a este nuevo fenómeno. La Carta de las Naciones Unidas continúa siendo el
marco normativo con el que hay que valorar el uso de la fuerza en los tiempos actuales.

4. EXCEPCIONES A LA PROHIBICIÓN DEL USO DE LA FUERZA (1ºsemana)


A pesar de la generalidad con que está redactado el art. 2, núm. 4, la propia Carta de las Naciones Unidas, en otras disposiciones
de la Carta se admite que, en determinadas ocasiones, se pueda recurrir a la fuerza armada. Los casos en que expresamente se
prevé el uso de la fuerza son los siguientes:
• El uso de la fuerza en legítima defensa (art. 51).
• La «acción» mediante fuerzas armadas necesaria para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacional decidida
por el Consejo de Seguridad (art. 42).
• La acción contra Estados enemigos para reprimir el rebrote de hostilidades al fin de la Segunda Guerra Mundial (art.
107).
A los anteriores supuestos, en virtud de la práctica de la organización, habría que añadir los casos de «autorización» del uso de la
fuerza por las Naciones Unidas.

A) El derecho de legítima defensa


En todos los sistemas jurídicos se admite que la defensa de la propia vida autoriza el ejercicio de la violencia contra el agresor.
Los códigos penales incluyen la noción de legítima defensa como una causa eximente de responsabilidad penal. En Derecho
internacional el desarrollo de la noción de legítima defensa ha sido paralelo a la consolidación del principio de la prohibición del
uso de la fuerza, del cual constituye una excepción. Ni el Pacto de la Sociedad de Naciones, ni el Pacto Briand-Kellogg
contemplaban la legítima defensa como una excepción en los casos de ataque armado o agresión, pero su silencio se debía a que
su mención parecía innecesaria dado su reconocimiento universal.

Según el Derecho internacional consuetudinario la legítima defensa del Estado agredido debe ser una respuesta inmediata,
necesaria y proporcional al ataque. El carácter inmediato de la respuesta, su necesidad y proporcionalidad son condiciones que
han de apreciarse en función de las circunstancias del caso concreto. Las condiciones de inmediatez, necesidad y
proporcionalidad fueron reconocidas en el siglo XIX a raíz del incidente del Caroline entre Estados Unidos y el Reino Unido.

Después de la Segunda Guerra Mundial las concepciones sobre el Derecho internacional han cambiado y las normas
internacionales se contemplan no sólo como limitaciones sino también como fuente de los poderes de los Estados y como pautas
de su actuación. Así pues, la Carta de las Naciones Unidas, al consagrar el principio de la prohibición del uso de la fuerza,
paralelamente incluye la excepción de que los Estados pueden recurrir a ella en legítima defensa. El art. 51 establece que:
«Ninguna disposición de esta Carta menoscabará el derecho inmanente de legítima defensa, individual o colectiva, en caso de
ataque armado contra un Miembro de las Naciones Unidas, hasta tanto que el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas
necesarias para mantener la paz y la seguridad internacionales .La significación del artículo es que no pretende crear el derecho
de legítima defensa, sino reconocer expresamente su existencia y su compatibilidad con el mecanismo de «acción» colectiva
establecido en la Carta frente a los infractores.
El sistema establecido en la Carta combina, por lo tanto, un mecanismo global de mantenimiento de la paz, que constituye la
«responsabilidad primordial» (art. 24) del Consejo de Seguridad, con un mecanismo de defensa alternativo que descansa en los
Estados considerados individualmente. Como la decisión del Consejo de Seguridad para poner en funcionamiento el mecanismo
requiere «los votos afirmativos de todos los miembros permanentes» se admitía la posibilidad de que en muchas situaciones
críticas no pudiera adoptarse una decisión por el Consejo de Seguridad.
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El derecho de legítima defensa está reconocido en el art. 51 si existe un «ataque armado. La determinación de la noción de
«ataque armado» es, pues, una cuestión clave. Finalmente, En 1974 la Asamblea General adoptó la Resolución 3314, sobre la
definición de la agresión. Esta disposición admite la legítima defensa anticipada, pues reconoce que en la actualidad hay armas
de largo alcance y han avanzado mucho las técnicas de detección, por lo que puede que «el primer uso» de la fuerza no sea un
acto de agresión. En este supuesto el uso de la fuerza sólo podría justificarse ante un ataque inminente. Parece preferible calificar
esta reacción como legítima defensa anticipada y reservar la noción de legítima defensa preventiva para acciones ante amenazas
menos inminentes. El Secretario General de las Naciones Unidas distingue entre las amenazas inminentes que están plenamente
previstas en el art. 51, que salvaguarda el derecho inherente de los Estados soberanos a defenderse de un ataque armado, de las
amenazas latentes, que no justifican un uso preventivo de la fuerza armada. Pero, en definitiva, según la Resolución 3314
(XXIX), la cuestión de si se ha cometido un acto de agresión queda en manos del Consejo de Seguridad.

Aunque la Resolución 3314 (XXIX) expresamente dice que no deberá interpretarse en el sentido «de que amplia o restringe en
forma alguna el alcance de la Carta», tiene interés destacar que los actos calificados como agresión (invasión, ataques a fuerzas
armadas, bloqueos de puertos, etc.) incluyen «el envió por un Estado, o en su nombre, de bandas armadas, grupos irregulares o
mercenarios que lleven a cabo actos de fuerza armada contra otro Estado de tal gravedad que sean equiparables a los actos
enumerados, o su sustancial participación en dichos actos». De este modo incluye en la noción de agresión la llamada «agresión
indirecta», aunque sería más correcto referirse al empleo indirecto de la fuerza. Este concepto se refiere a la participación de un
Estado en el uso de la fuerza por otro (por ejemplo, si permite que desde una parte de su territorio se realicen acciones armadas
contra un tercer Estado, así como si un Estado participa en acciones armadas a través de bandas armadas compuestas por
nacionales o extranjeros organizadas militarmente como tropas irregulares, mercenarios o rebeldes). La sentencia en el asunto de
las actividades militares y paramilitares en Nicaragua y en contra de Nicaragua, hace suya esta tesis y dice que por «ataque
armado» hay que entender «no sólo la acción de fuerzas armadas regulares de una parte a otra de una frontera internacional»,
sino también el envío de bandas armadas, grupos irregulares o mercenarios.
El art. 51 de la Carta establece convencionalmente dos condiciones adicionales al ejercicio del derecho de legítima defensa que
obligan a los Estados miembros de la organización.
En primer lugar, el deber de informar. «Las medidas tomadas por los Miembros en ejercicio del derecho de legítima defensa
serán comunicadas inmediatamente al Consejo de Seguridad.» En la práctica de las Naciones Unidas, sin embargo, se da la
paradoja de que los Estados que adoptan medidas de fuerza que alegan estar amparadas en el derecho de legítima defensa no son
los que informan al Consejo de Seguridad, más bien son los Estados que han sido víctimas de dichas acciones son los que
denuncian la situación ante el Consejo de Seguridad. En segundo lugar la legítima defensa según la Carta tiene un carácter
provisional y subsidiario respecto a la acción del Consejo de Seguridad. El art. 51 añade que las medidas de legítima defensa
«no afectarán en manera alguna la autoridad y responsabilidad del Consejo conforme a la presente Carta para ejercer en cualquier
momento la acción que estime necesaria con el fin de mantener o restablecer la paz y seguridad internacionales». Corresponde al
Consejo de Seguridad decidir si se han adoptado «las medidas necesarias». La subsidiariedad no excluye que el Consejo de
Seguridad adopte medidas que se desarrollen simultáneamente con la legítima defensa.

La legítima defensa a que hace referencia el art. 51 puede ser «individual o colectiva». La legítima defensa colectiva puede
entenderse como la respuesta colectiva ante un ataque armado de un Estado dirigido contra varios Estados o bien como la defensa
por uno o más Estados de otro Estado víctima de un ataque armado, no porque los primeros hayan sido también agredidos, sino
basada en el interés general de que se mantengan la paz y la seguridad internacionales. La Corte Internacional de Justicia, en el
asunto sobre las actividades militares y paramilitares en Nicaragua y en contra de Nicaragua, consideró que en la legítima
defensa colectiva debían darse dos condiciones:
1. Que el Estado en cuyo beneficio va a ejercerse el derecho de legítima defensa «declare que ha sido víctima de un ataque
armado».
2. Que el Estado que se considere víctima de un ataque armado solicite la ayuda de los demás.

B) La acción coercitiva de las Naciones Unidas (art. 42)


El art. 24 de la Carta de las Naciones Unidas dice que los miembros de las Naciones Unidas confieren al Consejo de Seguridad la
responsabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad internacionales. Por su parte, el art. 25, también señala que los
miembros de las Naciones Unidas convienen en aceptar y cumplir las decisiones del Consejo de Seguridad.
Para ejercer esta responsabilidad el Consejo de Seguridad tiene potestad de investigar si una controversia puede poner en peligro
el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. El Consejo de Seguridad tiene también el poder de determinar la
existencia de toda amenaza a la paz, quebrantamiento de la paz o acto de agresión y de recomendar o decidir las medidas que
deberán adoptarse. Dichas medidas podrán ser medidas que no impliquen el uso de la fuerza (interrupción de relaciones
económicas, comunicaciones o ruptura de relaciones diplomáticas) (art. 41) o medidas que impliquen una acción realizada «por
medio de fuerzas aéreas, navales o terrestres» (art. 42). Estas acciones militares constituyen una excepción al principio de la
prohibición del uso de la fuerza claramente establecida en la Carta y un mecanismo de seguridad colectiva diseñado para
sancionar a cualquier Estado, miembro o no miembro, que viole dicho principio.
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Para llevar a la práctica estos poderes del Consejo de Seguridad, la Carta prevé que los miembros, mediante convenios
especiales, podrán a disposición del Consejo de Seguridad las fuerzas armadas que sean necesarias para el mantenimiento de la
paz (art. 43). Sin embargo, la acción coercitiva prevista en el art. 42 de la Carta no llegó a aplicarse del modo previsto, debido a
dos motivos: falta de conclusión de los convenios especiales y a la «guerra fría» entre Estados Unidos y la Unión Soviética en los
años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
El Capítulo VIII de la Carta se refiere a la acción de los organismos regionales que constituyen un marco para el arreglo pacífico
de controversias (art. 52). El Consejo de Seguridad podrá utilizar dichos organismos para aplicar medidas coercitivas bajo su
autoridad. Pero, y la precisión es muy importante, «no se aplicarán medidas coercitivas en virtud de acuerdos regionales o por
organismos regionales sin autorización del Consejo de Seguridad» (art. 53). Con esto queda claro que la Carta no contempla la
acción coercitiva de los organismos regionales como una excepción independiente de la acción que pueda ejercer el Consejo de
Seguridad al principio de la prohibición del uso de la fuerza.
Las operaciones de mantenimiento de la paz, conocidas popularmente como el envío de «cascos azules», no son medidas
coercitivas de las Naciones Unidas según el art. 42 de la Carta, sino «acciones de tipo más preventivo que represivo a través de
las cuales las Naciones Unidas, en un nuevo rasgo de su función pacificadora, perseguían rebajar la temperatura de los conflictos
y amortiguar las crisis internacionales»

C) Las medidas autorizadas por las Naciones Unidas


La Asamblea General en su Resolución 377 de 3 de noviembre de 1950, llamada «Unión pro paz» estableció que «si el Consejo
de Seguridad, por falta de unanimidad entre sus miembros permanentes, deja de cumplir con su responsabilidad primordial de
mantener la paz y la seguridad internacionales en todo caso en que resulte haber una amenaza a la paz, un quebrantamiento de
la paz o un acto de agresión, la Asamblea General examinará inmediatamente el asunto, con miras a dirigir a los miembros
recomendaciones apropiadas para la adopción de medidas colectivas, inclusive, en caso de quebrantamiento de la paz o acto de
agresión, el uso de fuerzas armadas cuando fuere necesario, a fin de mantener o restaurar la paz y la seguridad
internacionales».

D) La acción contra Estados enemigos (art. 107)


El art. 107 de la Carta dice que «Ninguna de las disposiciones de esta Carta (y, por tanto, el principio de prohibición del uso de
la fuerza) invalidará o impedirá cualquier acción ejercida o autorizada como resultado de la Segunda Guerra Mundial con
respecto a un Estado enemigo (…).
Esta disposición tiene su razón de ser en el hecho de que cuando se adoptó la Carta, la Segunda Guerra Mundial no había
terminado porque la guerra seguía con el Japón y no podía excluirse que rebrotara algún foco de hostilidades en algún otro lugar.
Actualmente, con el ingreso en las Naciones Unidas de Alemania y Japón como «Estados amantes de la paz», hay que considerar
el art. 107 como una disposición que, en virtud de la desuetudo [derogación de la ley por su no uso, o por la inobservancia de la
ley por parte de los miembros de una comunidad] o costumbre contraria a la norma, ha originado la abrogación en la práctica de
esta excepción al principio de la prohibición del uso de la fuerza.

5. SUPUESTOS DISCUTIDOS DEL USO DE LA FUERZA


El carácter general del principio de prohibición del uso de la fuerza contrasta con la realidad de la vida internacional posterior a
la redacción de la Carta de las Naciones Unidas. Si bien se ha evitado una conflagración de carácter mundial, han sido muy
numerosos los conflictos armados y las acciones estatales en las que se ha hecho uso de la fuerza armada. La doctrina trató de
armonizar el principio de prohibición del uso de la fuerza con estos usos de la fuerza basándose en diversos argumentos:
• Uno de ellos, frecuentemente invocado por los gobiernos, consiste en una concepción amplia de la legítima defensa que
se considera justificada no sólo en caso de ataque armado. Así, se ha sostenido que en las Naciones Unidas se ha
registrado una derrota de los artículos dedicados a la seguridad colectiva y del mismo art. 2 núm. 4 de la Carta, por el
mucho más amplio y políticamente utilizable art. 51.
• Otro de los argumentos ha consistido en considerar admisible el uso de la fuerza siempre que no vaya en contra de los
términos establecidos en el propio art. 2, núm. 4, es decir, que no vaya contra la integridad territorial o la independencia
política de cualquier Estado o en cualquier otra forma incompatible con los Propósitos de las Naciones Unidas. De
acuerdo con este planteamiento se ha sostenido que, si un Estado actúa sin comprometer la integridad territorial o la
independencia política del Estado territorial, el empleo de la fuerza puede estar justificado o, si lo hace de una forma
compatible con los Propósitos de las Naciones Unidas, también podría hacerlo.

El problema de la existencia de excepciones al principio general de la prohibición del uso de la fuerza se concreta en la
demostración de la existencia de normas de derecho internacional general que autoricen su uso en supuestos concretos no
previstos en la Carta de las Naciones Unidas. Con todo, algunos autores han defendido que puede considerarse que dichas
excepciones existen en los siguientes supuestos:

A) El uso de la fuerza por los movimientos de liberación nacional

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Se ha dicho que el uso de la fuerza por los pueblos a favor del ejercicio del derecho de libre determinación no puede ser
considerado como atentatorio a la prohibición general de recurso a la fuerza, porque se halla legitimado, de un lado, por estar al
servicio de un derecho general, inalienable, fundamental, reconocido y refrendado por la comunidad internacional y, de otro,
porque el pueblo como tal actúa en legítima defensa. No obstante, es muy dudoso que terceros Estados puedan hacer uso de la
fuerza interviniendo en estos conflictos a favor de los movimientos de liberación en una especie de legítima defensa colectiva,
aunque puedan apoyar dichos movimientos desde un punto de vista político y económico «de conformidad con los propósitos y
principios de la Carta», como dice la Resolución 2625 (XXV).

B) Las intervenciones de carácter humanitario y la responsabilidad de proteger


La ampliación de sus funciones por el Consejo de Seguridad en los casos de las decisiones adoptadas con relación a Irak,
Somalia, Ruanda, etc. ha enmarcado la ayuda humanitaria en operaciones decididas según el Capítulo VII de la Carta. Ha de
quedar claro que este pretendido derecho o deber no corresponde a los Estados considerados individualmente, sino, en todo caso,
a la comunidad internacional de los Estados en su conjunto.
Por el contrario no pueden estimarse conformes al Derecho internacional actual las operaciones militares iniciadas por las fuerzas
de la OTAN en marzo de 1999 en el territorio de la antigua Yugoslavia, sin el apoyo de una resolución del Consejo de Seguridad
basada en el Capítulo VII de la Carta. Aunque pueda ser legítimo en el plano moral el uso de la fuerza en los casos de violaciones
graves y masivas de los derechos humanos, no se puede justificar de acuerdo con la legalidad internacional vigente. Sin embargo,
algunos autores consideran que se está produciendo una evolución en el Derecho internacional y el caso de Kosovo podría ser un
precedente importante en el origen de una nueva excepción al principio de la prohibición del uso de la fuerza. Esta nueva
doctrina considera que en determinados casos cabría la adopción de contramedidas que implicaran el uso de la fuerza, pero exige,
sin embargo, que se den determinadas condiciones:
• Ha de existir una situación de violación muy grave, masiva y reiterada de los derechos humanos fundamentales.
• El Consejo de Seguridad ha de haber conminado repetidamente al fin de dicha situación sin resultados.
• Han de haberse demostrado inútiles todos los intentos de solución diplomática del conflicto.
• El empleo de la fuerza ha de realizarlo un conjunto de Estados, no sólo uno.
• La mayoría de los miembros de las Naciones Unidas no se ha de oponer al uso de la fuerza para poner fin a la situación.

C) La protección de los ciudadanos y de los intereses nacionales


En la práctica internacional anterior a la Carta eran frecuentes las intervenciones militares de las principales potencias,
justificadas por la protección de sus ciudadanos y de sus intereses económicos amenazados por la actuación de gobiernos
extranjeros, xenófobos o incapaces de garantizar una mínima seguridad a la población. Sin embargo, estando en vigor la Carta de
las Naciones Unidas, la Corte Internacional de Justicia, en el asunto del Estrecho de Corfú, marcó claramente la diferencia con el
pasado. No obstante, en algunos casos concretos, cuando la intervención se produce para salvar vidas humanas en situación de
peligro, parece moralmente estar justificada una acción de fuerza limitada a conseguir su liberación.

D) La represalias ante usos de la fuerza que no sean un «ataque armado»


El art. 2, núm. 4, de la Carta prohíbe el uso de la fuerza en términos generales, que no se corresponde con el art. 51, que restringe
el derecho de legítima defensa al supuesto de que exista «un ataque armado». Por tanto, no pueden responder mediante la fuerza
aquellos Estados que sean víctimas de acciones mediante el uso de la fuerza de otros Estados si dichas acciones no pueden ser
calificadas de «ataque armado». En el asunto de las actividades militares y paramilitares en Nicaragua y en contra de
Nicaragua, la Corte Internacional de Justicia pareció compartir esta conclusión al decir que «en el derecho internacional
actualmente vigente (…) los Estados no tienen ningún derecho de respuesta armada "colectiva" a actos que no lleguen a
constituir un ataque armado». Admitido esto, se plantea el problema de si en estos casos los Estados tienen un derecho
individual de ejercer represalias armadas ante esos «usos menores» de la fuerza.

Nuestra conclusión -> Con el derecho de legítima defensa regulado en el art. 51 (restringido al supuesto de que exista un ataque
armado) y en ausencia de otras excepciones al art. 2, núm. 4, que permitan el uso de la fuerza individualmente por los Estados,
está prohibido el uso de la fuerza para hacer efectivo un derecho propio o para acabar con la conducta contraria a derecho de otro
Estado. No obstante, esto no supone que el derecho internacional deje inermes a los Estados, los cuales pueden recurrir en estos
casos a medidas de carácter diplomático, político o económico ante los Estados que infrinjan el principio de prohibición del uso
de la fuerza mediante acciones que no lleguen a constituir un ataque armado.

LECCIÓN 35. EL DERECHO INTERNACIONAL HUMANITARIO EN LOS CONFLICTOS ARMADOS: OBJETIVOS


MILITARES, BIENES DE CARÁCTER CIVIL, MÉTODOS Y MEDIOS DE COMBATE

1. IDEAS GENERALES
Al admitir la guerra como un medio de solución de los conflictos, el Derecho internacional desarrolló un conjunto de normas que
regulaban la conducta de los Estados beligerantes y que eran conocidas como «Derecho de guerra» o «leyes y costumbres de la
guerra» (ius in bello). La guerra se concebía como una situación jurídica que se iniciaba formalmente con una «declaración de
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guerra» y concluía, también formalmente, con un tratado de paz. La guerra también se consideraba como una relación
esencialmente bilateral entre los Estados en guerra y el Derecho internacional también regulaba la situación de los terceros
Estados.
Entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX se realiza el mayor esfuerzo de codificación del Derecho de la guerra en las
Conferencias de la Paz celebradas en La Haya en 1899 y 1907. Fruto de estas Conferencias fueron catorce Convenios, la mayoría
de los cuales regulan la conducta de los Estados durante las hostilidades. La Segunda Guerra Mundial supuso una ruptura de
muchos de los esquemas en que se basaba el Derecho de guerra tradicional.
Posteriormente, en 1949, se adoptaron en Ginebra cuatro importantes convenios que actualizan las normas humanitarias en los
conflictos armados. Los Convenios de Ginebra de 1949, al consagrar la distinción fundamental entre «conflicto armado
internacional» y «conflicto armado sin carácter internacional», introducían como novedades el abandono de los criterios
formalistas de la noción de «estado de guerra» y «declaración de guerra». El art. 2, común a los cuatro Convenios, prescinde de
la noción de «estado de guerra» e introduce el concepto de «conflicto armado internacional». Por su parte, el art. 3, también
común a los cuatro Convenios, contempla el supuesto hasta entonces carente de regulación internacional del «conflicto armado
sin carácter internacional».
La mayoría de los conflictos armados de los últimos decenios se han producido por la lucha para alcanzar la independencia por
los pueblos sometidos a dominación colonial. Progresivamente se abrió paso la idea de que, aunque estos conflictos no fueran de
carácter interestatal, tenían un carácter internacional, de lo que se derivaba la necesidad de proteger a los hombres inmersos en
estas luchas, ante un vacío jurídico que era necesario llenar mediante una tarea de desarrollo progresivo de las normas del
derecho de guerra.

Con el fin de actualizar las normas internacionales aplicables a los conflictos armados se celebró en Ginebra entre 1974 y 1977 la
Conferencia diplomática sobre la reafirmación y el desarrollo del Derecho internacional humanitario aplicable a los conflictos
armados. Fruto de sus trabajos se elaboraron los dos siguientes protocolos adicionales a los Convenios de Ginebra de 1949:
• Protocolo I, relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados internacionales.
• Protocolo II, relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados sin carácter internacional.

El resultado de ambos protocolos fue la creación de textos extensos que realizan una puesta al día de normas relativas a los
conflictos armados, pero que no pretenden sustituir, sino desarrollar, los Convenios de 1949.
El conjunto de las normas internacionales relativas a la protección de las víctimas de la guerra se denomina Derecho humanitario
bélico. Algunos autores sostienen que dichas normas, junto con las que hacen referencia a la protección de la persona humana y
de sus derechos fundamentales, configuran una disciplina autónoma: el llamado Derecho humanitario.

2. PRINCIPIOS GENERALES QUE RIGEN LOS CONFLICTOS ARMADOS


Los convenios internacionales que codifican las normas que regulan los conflictos armados no pueden prever todas las
situaciones, y mucho menos las innovaciones en los armamentos y la táctica militar. Por esto, desde los primeros momentos, se
destacó la necesidad de señalar la importancia de principios generales cuyo reconocimiento general los hiciera aplicables en
cualquier circunstancia:
• Principio inspirador. El principio básico en esta materia y que inspira a todos los demás, es el de que las necesidades
militares han de armonizarse con las consideraciones de humanidad.
• Principio de discriminación. El Derecho de los conflictos armados se basa en dos grandes distinciones: por un lado,
objetivos militares y bienes civiles; por otro, combatientes y población civil. Estos dos grandes bloques forman el principio
de discriminación.
• Principio de proporcionalidad. Están prohibidas las acciones militares cuyos daños y número de víctimas en la población
civil, excedan claramente la ventaja militar específica que pudiera obtenerse.
• Cláusula de Martens. En estos principios generales hay que incluir la regla contenida en la llamada cláusula Martens, en
honor del jurista ruso que la propuso, que se halla en el preámbulo del IV Convenio de La Haya sobre las leyes y usos de la
guerra terrestre -> Las Partes hacen constar «que en los casos no comprendidos en las disposiciones reglamentarias
adoptadas por ellas, los pueblos y los beligerantes quedan bajo la salvaguardia y el imperio de los principios del derecho de
gentes, tales como resultan de los usos establecidos entre naciones civilizadas, de las leyes de humanidad y de las exigencias
de la conciencia pública».

LA PROTECCIÓN DE LAS VÍCTIMAS Y LA APLICACIÓN DE SUS NORMAS

1. IDEAS GENERALES
En el derecho internacional humanitario existe un sector de disposiciones que tienen por objeto específico la protección de las
víctimas de la guerra o de los conflictos armados. Todas las disposiciones convencionales existentes hasta 1949, fueron revisadas
y ampliadas en los cuatro Convenios de Ginebra de 12 de agosto de 1949:
• Convenio número 1, para mejorar la suerte de los heridos y los enfermos de las fuerzas armadas en campaña.
• Convenio número 2, para mejorar la suerte de los heridos, enfermos y náufragos de las fuerzas armadas en el mar.

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• Convenio número 3, relativo al trato de los prisioneros de guerra.
• Convenio número 4, relativo a la protección de las personas civiles en tiempo de guerra.

Posteriormente, la Conferencia diplomática celebrada en Ginebra (1974-1977) adoptó dos Protocolos adicionales a los Convenios
de Ginebra de 12 de agosto de 1949:
1. El Protocolo I, relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados internacionales:
• Dedica su Título II a los heridos, enfermos y náufragos (arts. 8 a 34).
• Dedica su Título III, sección II, al estatuto del combatiente y del prisionero de guerra (arts. 43 a 47).
2. El Protocolo II, relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados sin carácter internacional. Dedica su
Título III, en una regulación más sintética, a los heridos, enfermos y náufragos (arts. 7 a 12).

Los Protocolos de Ginebra de 1977 constituyen una puesta al día de los Convenios de 1949, adoptándolos a las exigencias de la
comunidad internacional surgida del proceso de descolonización.

2. LA PROTECCIÓN DE LOS COMBATIENTES


Las normas internacionales que protegen a quienes luchan en un conflicto armado parten de la distinción entre los combatientes y
la población civil.

A) La noción de combatiente
El Reglamento sobre las leyes y costumbres de la guerra terrestre anejo al IV Convenio de La Haya de 1907 otorgaba la cualidad
de beligerante no sólo a los ejércitos regulares, sino también a las milicias y cuerpos de voluntarios, siempre que reunieran las
condiciones siguientes:
1. Tener al frente una persona responsable de sus subordinados.
2. Tener algún distintivo fijo y perceptible a distancia.
3. Llevar armas abiertamente.
4. Sujetarse en sus operaciones a las leyes y costumbres de la guerra (art. 1).

También se reconocía dicha cualidad a la población de un territorio no ocupado que al acercarse el enemigo tomara
espontáneamente las armas para combatir a las tropas invasoras, en el caso de que respetara las leyes y costumbres de la guerra
(art. 2). El Reglamento prohibía herir o dar muerte a quienes, habiendo depuesto las armas, o careciendo de medios de
defenderse, se rindieran a discreción; pero la protección fundamental que concedía a las categorías de personas mencionadas era
que, en caso de captura por el enemigo, les garantizaba el trato de prisioneros de guerra.
El Convenio de Ginebra de 1949, relativo al estatuto de los prisioneros de guerra, trató de ampliar la protección a los
combatientes. El término «beligerante», en su uso actual, designa a las partes en los conflictos armados y, en un sentido más
técnico, a los grupos armados que poseen el estatuto de beligerantes en virtud de su reconocimiento como tales por otros Estados.
El mencionado Convenio de 1949 recoge las nuevas modalidades de lucha armada que se desarrollaron durante la Segunda
Guerra Mundial y, en especial, la que representaron los partisanos o miembros de los movimientos de resistencia en el territorio
ocupado por el enemigo. El art. 4.2 de dicho Convenio extiende la protección a los miembros «de movimientos de resistencia
organizados, pertenecientes a una Parte contendiente y que actúen fuera o dentro de su propio territorio, aunque este territorio
se halle ocupado». Sin embargo, esta ampliación se veía limitada por la exigencia en este caso de las cuatro condiciones
establecidas en el Reglamento de 1907, ya enumeradas. Otra innovación importante del Convenio de 1949 fue la concesión del
trato de prisioneros de guerra a los miembros de las fuerzas regulares pertenecientes a un gobierno o a una autoridad no
reconocidos por la Potencia en cuyo poder hubieran caído (art. 4.3).
Las condiciones en que se han desarrollado las luchas de liberación nacional exigían un examen, por parte de la Conferencia
diplomática de Ginebra de 1974-1977, de la cuestión de los guerrilleros. No era suficiente la ampliación del ámbito de aplicación
del Protocolo I a través del nuevo concepto de «conflicto armado internacional» que incluía, como ya se ha dicho, las guerras de
liberación nacional, si los miembros de los movimientos de liberación nacional hubieran tenido que ajustarse a las condiciones
exigidas por el Convenio de 1949 a los movimientos de resistencia. Era necesario flexibilizar al máximo dichas exigencias para
que la protección pudiera extenderse a los miembros de los movimientos de liberación nacional cuya lucha, frecuentemente, se
aparta de los moldes tradicionales y adopta la forma de guerrilla. La enorme dificultad con que se enfrentó la Conferencia
radicaba en que el guerrillero participa en el conflicto armado sin distinguirse de la población civil y todo el sistema del Derecho
humanitario bélico descansa precisamente en la distinción a través de signos exteriores entre los combatientes y la población
civil.
La solución adoptada por la Conferencia consistió en una regulación estructurada en una cadena de disposiciones cuyo primer
eslabón era una definición amplia de fuerzas armadas, en la que se abandonaban las exigencias que el Convenio de 1949
mantenía respecto a los movimientos de resistencia. El Protocolo I dice que: «Las fuerzas armadas de una Parte en conflicto se
componen de todas las fuerzas, grupos y unidades armados y organizados, colocados bajo un mando responsable de la conducta
de sus subordinados ante esa Parte, aun cuando ésta esté representada por un gobierno o por una autoridad no reconocidos por
la Parte adversa. Tales fuerzas armadas deberán estar sometidas a un régimen de disciplina interna que haga cumplir, inter alia
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[entre otras cosas], las normas de derecho internacional aplicables a los conflictos armados» (art. 43.1). El segundo eslabón
consistía en una disposición en la que se consideraban equivalentes las nociones de miembro de las fuerzas armadas
(exceptuando el personal sanitario y religioso) y de combatiente (art. 43.2). El tercer eslabón era una disposición en virtud de la
cual todo combatiente, en el sentido anteriormente definido, tendrá derecho al estatuto de prisionero de guerra si cae en poder del
enemigo (art. 44.1). El último eslabón de la cadena está formado por una disposición que, tratando de mantener la difícil
distinción entre combatientes y población civil, menciona las exigencias mínimas que deberán reunir los guerrilleros para que
puedan considerarse combatientes. Esta norma, contenida en el art. 44.3, dice así: «Con objeto de promover la protección de la
población civil contra los efectos de las hostilidades, los combatientes están obligados a distinguirse de la población civil en el
curso de un ataque o de una operación militar preparatoria de un ataque. Sin embargo, dado que en los conflictos armados hay
situaciones en las que, debido a la índole de las hostilidades, un combatiente armado no puede distinguirse de la población civil,
dicho combatiente conservará su estatuto de tal siempre que, en esas circunstancias, lleve sus armas abiertamente:
a) Durante todo enfrentamiento militar.
b) Durante todo el tiempo en que sea visible para el enemigo mientras está tomando parte en un despliegue militar previo
al lanzamiento de un ataque en el que va a participar
No se considerarán como actos pérfidos, en el sentido del apartado c) del párrafo 1 del art. 37, los actos en que concurran las
condiciones enunciadas en el presente párrafo».

La referencia final a la perfidia alude a la prohibición que establece la disposición citada de simular el estatuto de persona civil,
no combatiente. Las condiciones mínimas exigidas a los guerrilleros para que puedan ser considerados combatientes o, en su
caso, prisioneros de guerra, no consisten únicamente en que lleven abiertamente sus armas en los momentos a que se refiere el
texto transcrito, sino que deben considerarse también a la luz del art. 43, que define a las fuerzas armadas, incluida la exigencia
de la observancia de las normas de derecho internacional aplicables a los conflictos armados.
La protección a los guerrilleros se ha querido llevar tan lejos en el Protocolo I que, sin temor a caer en la incongruencia, afirma
que el guerrillero que caiga en poder del enemigo, y no reúna las condiciones enunciadas respecto al hecho de llevar armas
abiertamente, «perderá el derecho a ser considerado prisionero de guerra, pero, no obstante, recibirá las protecciones
equivalentes en todos los sentidos» (art. 44.4). Por el contrario, la protección del estatuto de combatiente, o de prisionero de
guerra, no alcanza a los espías (art. 46), ni a los mercenarios. Los mercenarios se definen mediante diversos requisitos, como que
hayan sido especialmente reclutados a fin de combatir en un determinado conflicto, tomen parte directa en las hostilidades,
animados esencialmente por el deseo de obtener un provecho personal y se les haya hecho la promesa de una retribución
considerablemente superior a los combatientes de las fuerzas armadas (art. 47).
El verdadero alcance de esta ampliación debe apreciarse en función de las situaciones a que se aplica y, desde este ángulo,
conviene no olvidar que se aplica únicamente a los conflictos armados internacionales, tal como han sido definidos en el
Protocolo I, quedando al margen los guerrilleros que actúen en los conflictos armados internos de la época postcolonial.

B) El estatuto de prisionero de guerra


La protección fundamental a que tienen derecho los combatientes que caen en poder del enemigo es el estatuto de prisionero de
guerra. En otros tiempos los prisioneros de guerra no tenían reconocido ningún derecho y podían ser convertidos en esclavos o
pasados por las armas. «En la actualidad está universalmente admitido que la captura de prisioneros de guerra no es un acto de
venganza o de castigo, sino simplemente una medida de precaución que trata de impedirles que continúen participando en la
guerra».
El Convenio de Ginebra de 1949, relativo al trato de los prisioneros de guerra, consagra los principios básicos en esta materia:
1. Los prisioneros de guerra se hallan en poder de la potencia enemiga, pero no de los individuos o de los cuerpos de tropa que
los hayan aprehendido (art. 12).
2. Deberán ser tratados en todas las circunstancias humanamente, sin que pueda atentarse contra su vida o integridad física (art.
13).
3. Tienen derecho al respeto de su persona y su dignidad (art. 14).
4. La Potencia en cuyo poder se encuentren está obligada a atender gratuitamente a su manutención y a procurarles los cuidados
médicos que necesiten (art. 15).
5. Sin perjuicio de las distinciones que el propio Convenio establece en determinados casos, deberán ser tratados sin distingo
alguno de carácter desfavorable de raza, de nacionalidad, de religión, de opiniones políticas, o de cualquier otro criterio
análogo (art. 16).
El Convenio, con gran minuciosidad y detalle, reglamenta las condiciones del cautiverio de los prisioneros de guerra: su
alojamiento, alimentación y vestuario; las condiciones de higiene y de asistencia médica de que deberán disponer; la disciplina
que deberán observar; los trabajos que podrán realizar; los recursos pecuniarios a que tendrán derecho; las relaciones que podrán
mantener con el exterior y con las autoridades en cuyo poder se encuentren; y, por último, el fin del cautiverio, que, en todo caso,
deberá tener lugar sin demora después del fin de las hostilidades.

3. LA PROTECCIÓN DE LOS HERIDOS, ENFERMOS Y NÁUFRAGOS

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A) Noción y estatuto de los heridos, enfermos y náufragos
Los textos fundamentales relativos a la protección de los heridos, enfermos y náufragos son los siguientes:
− Por un lado, los dos primeros convenios de Ginebra de 12 de agosto de 1949: el Convenio para mejorar la suerte de los
heridos y enfermos de las fuerzas armadas en campaña y el Convenio para mejorar la suerte de los heridos, enfermos y
náufragos de las fuerzas armadas en el mar.
− Por otro, el Protocolo I de 1977.

Los dos Convenios de 1949 tienen textos prácticamente idénticos, diferenciándose únicamente por las distintas condiciones que
se dan en la guerra terrestre y en la guerra en el mar. Ambos Convenios otorgan una protección a los miembros de las fuerzas
armadas que se hallan en las situaciones mencionadas, pero sus disposiciones no alcanzan a las personas civiles que se
encuentran en una situación análoga. No definen qué debe entenderse por heridos, enfermos y náufragos, cuestión que
tradicionalmente había sido dejada al sentido común.
El Protocolo I de 1977 presenta la novedad de que las disposiciones de su Título II, dedicado a los enfermos, heridos y náufragos
se aplican tanto a los militares como a los civiles y, en su art. 8, contiene definiciones sobre el alcance de los términos heridos,
enfermos y náufragos. El dato que merece retenerse de esas definiciones es que las personas que se hallen en dicha situación «se
abstengan de todo acto de hostilidad». Hay soldados que, a pesar de hallarse gravemente heridos, continúan luchando contra el
enemigo y, por tanto, mediante esta conducta heroica renuncian a la protección humanitaria a que tendrían derecho en atención a
su estado físico.
Todos los heridos, enfermos y náufragos, cualquiera que sea la parte a que pertenezcan, serán respetados y protegidos. En toda
circunstancia serán tratados humanamente y recibirán, en la medida de lo posible y en el plazo más breve, los cuidados médicos
que exija su estado. No se hará entre ellos ninguna distinción que no esté basada en criterios médicos. La protección se extiende
al personal sanitario, al personal religioso y a los establecimientos y medios de transporte sanitario. Las unidades sanitarias
(establecimientos y otras dependencias organizados con fines sanitarios) deberán ser respetadas y protegidas en todo momento,
sin que puedan ser objeto de ataque.

B) El signo distintivo de la Cruz Roja


El signo distintivo de los servicios sanitarios es, desde el primer Convenio de 1864, el de la cruz roja sobre fondo blanco. El art.
38 del Convenio de 1949, para mejorar la suerte de los heridos y enfermos de las fuerzas armadas en campaña, confirma dicho
signo y precisa al respecto: «Como homenaje a Suiza, el signo heráldico de la Cruz Roja en fondo blanco, formado por la
inversión de los colores federales, queda mantenido como emblema y signo distintivo del servicio sanitario de los ejércitos. Sin
embargo, respecto a los países que ya emplean como signo distintivo, en vez de la cruz roja, la media luna roja, o el león y el sol
rojos en fondo blanco, estos emblemas quedan igualmente admitidos en los términos del presente Convenio».

4. LA PROTECCIÓN DE LA POBLACIÓN CIVIL


La importancia del Convenio de Ginebra de 1949 relativo a la protección de las personas civiles en tiempo de guerra radica en
que es el primero que contempla con carácter general dicha protección. El Cuarto Convenio de Ginebra de 1949, aunque débil
para la protección del conjunto de la población de los peligros de la guerra, es amplio y concreto en la protección de los
individuos. El principio básico, recogido en el art. 27, proclama el respecto a la persona humana y el carácter inalienable de sus
derechos fundamentales.
El Cuarto Convenio de Ginebra de 1949 regula con detalle el establecimiento de zonas de seguridad, en las que pueden estar al
abrigo de los efectos de la guerra los heridos, enfermos, niños, ancianos, etc.; prevé la posibilidad de transmisión de noticias
familiares; reconoce el derecho de los extranjeros a abandonar el territorio al comienzo o en el transcurso de las hostilidades;
limita los derechos del ocupante; contempla la posibilidad de internamiento de las personas civiles como medida de seguridad y
reglamenta, de un modo preciso, el trato que deberá concederse a los internados.
El Protocolo I de 1977 amplía de un modo considerable la protección de la población civil al enfocar la cuestión principalmente
desde el ángulo de la protección de la población civil en su conjunto contra los peligros de la guerra. La necesidad de dicha
protección es evidente si se tiene en cuenta que en los conflictos armados actuales, a diferencia de lo que ocurría hasta hace poco,
la mayoría de las víctimas pertenece a la población civil. El art. 51 dispone que «no serán objeto de ataque la población civil
como tal ni las personas civiles». También prohíbe los actos o amenazas de violencia cuya finalidad sea aterrorizar a la población
civil y los ataques que puedan alcanzar indiscriminadamente objetivos militares y a personas o bienes de carácter civil. Esto no
excluye, siempre que sea respetado el principio de proporcionalidad, que personas civiles sufran daños como consecuencia de
ataques a objetivos militares, lo que da lugar a los lamentablemente repetidos «daños colaterales».
La protección a la población civil y a las personas civiles no alcanza a aquellas personas que participan directamente en las
hostilidades y mientras dure tal participación. Hay quien sostiene que la protección queda reducida incluso cuando los civiles
simplemente viven cerca o pasan cerca de un objetivo militar, debido al peligro real de daños colaterales en caso de ataque. La
presencia de la población civil o los movimientos de personas civiles para tratar de poner a cubierto de ataques objetivos
militares o para favorecer u obstaculizar operaciones militares («escudos humanos») está prohibida y constituye un crimen de
guerra.

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El art. 13 del Convenio de Ginebra de 1949, relativo a la protección de las personas civiles, se refiere «al conjunto de las
poblaciones de los países contendientes», sin aportar definición alguna de qué deba entenderse por población civil. La cuestión
es extremadamente difícil y todos los esfuerzos realizados en los últimos años para establecer un criterio de distinción han
adoptado un enfoque negativo, definiendo la población civil como quienes no forman parte de las fuerzas armadas. Ésta es la
orientación que sigue el art. 50 del Protocolo I de 1977. La solución no es muy satisfactoria, pero probablemente no cabía otra.
La población civil no se contempla en el Protocolo I como un conjunto homogéneo al que se le otorga una protección uniforme.
Además de un estatuto de protección mínima, que tiene carácter general, se reconocen unos estatutos protectores
particularizados a favor de determinadas categorías de personas que necesitan una protección especial. El estatuto de protección
mínima se encuentra recogido en el art. 75, que reconoce y protege los derechos fundamentales básicos de las personas que estén
en poder de una parte en conflicto y, en especial, los referentes a las garantías judiciales más esenciales. Esta protección alcanza a
la totalidad de la población civil. El Protocolo I establece estatutos de protección especiales en las disposiciones que se refieren a
los refugiados y apátridas; las mujeres; los niños y los periodistas.

5. LA PROTECCIÓN EN LOS CONFLICTOS ARMADOS SIN CARÁCTER INTERNACIONAL


Una de las conquistas más importantes de los cuatro Convenios de Ginebra de 1949 fue el art. 3, común a todos ellos, en el que
se establecían las reglas mínimas de protección en los conflictos armados sin carácter internacional. Dicho artículo establece las
obligaciones básicas de respetar la vida de las personas que hayan quedado fuera de combate, no atentar contra la dignidad ni la
integridad corporal de las personas, respetar las garantías judiciales indispensables, recoger y cuidar a los enfermos y heridos, etc.
La Conferencia diplomática celebrada en Ginebra en 1974-1977 amplió la protección en los conflictos armados sin carácter
internacional en el Protocolo adicional a los Convenios de Ginebra del 12 de agosto de 1949 relativo a la protección de las
víctimas de los conflictos armados sin carácter internacional (Protocolo II). El Protocolo II de 1977 ofrece una definición
restrictiva de conflicto armado sin carácter internacional. Esta noción se limita a los conflictos armados que no caigan dentro del
concepto de conflicto armado internacional que realiza el Protocolo I.
El ámbito de aplicación del Protocolo II se limita a las guerras civiles en su forma más conocida y excluye expresamante «las
situaciones de tensiones internas y de disturbios interiores, tales como los motines, los actos esporádicos y aislados de violencia
y otros actos análogos», supuestos que incluyen los actos de terrorismo. Hay quienes sostienen que los actos de terrorismo,
cuando poseen una determinada intensidad, deberían equipararse a una guerra o conflicto armado.
La protección que se establece para las víctimas de los conflictos armados sin carácter internacional es menos completa y
detallada que la concedida en el caso de los conflictos armados internacionales. El Protocolo II es más breve y sucinto que el
Protocolo I y carece de normas sobre los métodos y medios de combate.

6. LA APLICACIÓN DE LAS NORMAS INTERNACIONALES RELATIVAS A LOS CONFLICTOS ARMADOS


El desarrollo de las normas internacionales que regulan los conflictos armados, y en especial del Derecho humanitario bélico,
sería una tarea incompleta si no fuera acompañado de mecanismos de aplicación que garantizaran mínimamente su efectividad.
La efectividad de dichas normas se pretende alcanzar a través de diversas modalidades de ejecución y mediante distintas
modalidades de sanción de las infracciones cometidas.

A) Modalidades de ejecución
Tanto en el art. 1 común a los cuatro Convenios de Ginebra de 1949, como en el art. 1 del Protocolo adicional I de 1977, se dice
que «las Altas Partes contratantes se comprometen a respetar y a hacer respetar» sus respectivas disposiciones «en todas las
circunstancias».

a) Normas internas de aplicación


Según el Protocolo I de 1977, la aplicación de las normas internacionales humanitarias en los conflictos armados corresponde
esencialmente a las partes en conflicto, las cuales deberán adoptar sin demora las medidas necesarias para cumplir las
obligaciones que les incumben (art. 80.1) y deberán comunicarse las leyes y reglamentos que adopten para garantizar su
aplicación (art. 84).
Con referencia a España los textos básicos son el Código Penal Militar y el Código Penal.
El Código Penal Militar dedica el Título II de su Libro Segundo a los «Delitos contra las leyes y usos de la guerra» (arts. 69 a
78). Estas disposiciones establecen penas específicas para los militares que en tiempo de guerra infrinjan las normas protectoras
del enemigo fuera de combate (art. 69); emplearen medios o métodos de combate prohibidos (art. 70); destruyan
innecesariamente un buque no beligerante enemigo o neutral (art. 71); violen los armisticios y treguas (art. 72); practiquen el
saqueo (art. 73) o la requisa de bienes muebles e inmuebles, así como la captura de buques o aeronaves con infracción de las
normas sobre el derecho de presa (art. 74). También se establecen penas para la ostentación indebida de banderas o signos
distintivos y la ofensa o retención de parlamentarios (art. 75); la muerte, lesiones o trato inhumano a los heridos prisioneros,
náufragos o población civil (art. 76); sancionándose también una serie de conductas contrarias a la protección debida a los
heridos, enfermos y náufragos, los prisioneros, la población civil o los bienes culturales (art. 77). Por último, el art. 78, en una
disposición de carácter subsidiario relativa a cualesquiera otras violaciones de acuerdos internacionales no específicamente
penadas en los artículos precedentes, establece que: «El militar que llevare a cabo o diere orden de cometer cualesquiera otros
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actos contrarios a las prescripciones de los Convenios Internacionales ratificados por España y relativos a la conducción de las
hostilidades, a la protección de heridos, enfermos o náufragos, trato de prisioneros de guerra, protección de las personas civiles
en tiempo de guerra y protección de bienes culturales en caso de conflicto armado será castigado con la pena de tres meses y un
día a dos años de prisión».
El nuevo Código Penal de 1995 recoge en su articulado las infracciones delictivas definidas en los Convenios de 1949 y el
Protocolo 1 de 1977, vinculantes para España.
No era suficiente su inclusión en el Código Penal Militar puesto que, como dice el informe de la ponencia que propuso el texto
de las disposiciones recogidas en el nuevo Código Penal, era necesario incriminar los variados supuestos de violaciones graves y
otras del Derecho internacional humanitario «de las que pueden ser criminalmente responsables las personas no militares
(particulares o funcionarios o agentes del Estado)» (Propuesta, 1990: 704). En el Título XXIV, dedicado a los «Delitos contra la
Comunidad Internacional», en el que se sancionan los delitos contra el derecho de gentes y el genocidio, se incluye un Capítulo
III específicamente dedicado a los delitos contra las personas y bienes protegidos en caso de conflicto armado (arts. 608 a 614).
En estas disposiciones se sancionan las conductas prohibidas según los convenios internacionales, y en particular, por el
Protocolo adicional 1 de 1977. El art. 614 es una cláusula general en la que se sanciona con pena de prisión de seis meses a dos
años a quien «con ocasión de un conflicto armado, realizare u ordenare realizar cualesquiera otras infracciones o actos
contrarios a las prescripciones de los Tratados internacionales en los que España fuere parte y relativos a la conducción de las
hostilidades, protección de los heridos, enfermos y náufragos, trato a los prisioneros de guerra, protección de las personas
civiles y protección de los bienes culturales en caso de conflicto armado».

b) Difusión de las normas de Derecho internacional humanitario


Una modalidad específica de la ejecución del Derecho internacional humanitario es la obligación de contribuir a su difusión que
asumen las partes contratantes de los convenios internacionales, incorporándolos a sus programas de instrucción militar y
fomentando su estudio por la población civil (art. 83 del Protocolo 1 y, más sucintamente, art. 19 del Protocolo II). Los Estados
procurarán, en tiempo de paz, con la asistencia de las sociedades nacionales de la Cruz Roja, formar personal calificado para
facilitar la aplicación de dichas normas, y el Comité Internacional de la Cruz Roja tendrá a disposición de los Estados listas de las
personas así formadas (art. 6 del Protocolo 1).

c) Acción de la Cruz Roja


El Comité Internacional de la Cruz Roja es una asociación privada, con sede en Ginebra, compuesta únicamente por ciudadanos
suizos. Su estatuto jurídico internacional se ha afianzado recientemente como sujeto de Derecho internacional reconocido por la
práctica de los Estados. Los Convenios de Ginebra de 1949 y el Protocolo I lo mencionan en relación con el desempeño de las
actividades humanitarias que realiza y le reconocen un derecho de iniciativa a prestar su colaboración desinteresada, con el
consentimiento de las partes en conflicto, que ha sido la clave de su dinamismo en este terreno. Durante los conflictos armados
actúa como un centro internacional de información sobre los prisioneros de guerra y, cuando es necesario, sobre las personas
civiles y presta su asistencia a las víctimas de la guerra mediante el envío de auxilios y otras actividades humanitarias. En tiempo
de paz su labor es muy amplia en los distintos sectores de las actividades humanitarias, destacándose la tarea que realiza de
fomento y difusión del Derecho internacional humanitario.

d) Mecanismos internacionales de control


El Convenio de Ginebra de 1929 inició un sistema específico de control de la aplicación de las normas humanitarias en los
conflictos armados, que consistía en la designación de Potencias protectoras. El sistema de las Potencias protectoras ha sido
desarrollado en los Convenios de 1949 y mejorado en ciertos aspectos en el Protocolo I de 1977. Las Potencias protectoras son
Estados que no son partes en un conflicto armado y que desempeñan tres tipos de funciones:
1. Constituyen un medio de comunicación y enlace entre las partes en el conflicto en todo lo relativo a la aplicación de los
Convenios y a la protección de las víctimas.
2. Realizan actividades de auxilio y ayuda a las víctimas.
3. Controlan el cumplimiento de las obligaciones derivadas de los Convenios y, en especial, las referentes al trato que
reciben las personas protegidas.
Aunque la institución tiene carácter obligatorio, la designación de un Estado tercero como Potencia protectora requiere un
acuerdo triangular entre las partes en el conflicto y dicho tercer Estado. El sistema de las Potencias protectoras no se aplica a los
conflictos armados sin carácter internacional.
El Protocolo I de 1977 contiene la novedad de establecer un mecanismo de control inédito en el Derecho humanitario bélico,
aunque conocido en tanto que institución de Derecho internacional, pues se trata de una comisión internacional de investigación.

B) Modalidades de sanción
La violación de las normas internacionales que regulan los conflictos armados entraña consecuencias jurídicas que afectan a los
Estados y a los individuos.

a) Responsabilidad internacional individual y responsabilidad internacional estatal


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El Derecho internacional de los conflictos armados es un sector del Derecho internacional que, a diferencia de otros, se ha
caracterizado muy tempranamente por imputar a los individuos la violación de las normas internacionales (crímenes de guerra).
Tradicionalmente la jurisdicción competente para juzgar los crímenes de guerra ha sido, y continúa siendo, los tribunales
militares de los Estados beligerantes.
La sentencia dictada el 1 de octubre de 1946 rechazó la justificación, como eximente o como atenuante, del cumplimiento de
órdenes superiores. La sentencia del Tribunal de Núremberg afirma claramente: «Una idea fundamental del Estatuto [del
Tribunal de Núremberg] es que las obligaciones internacionales que se imponen a los individuos priman sobre un deber de
obediencia al Estado al que pertenecen. Quien viola las leyes de la guerra no puede alegar, para justificarse, la orden que ha
recibido del Estado, desde el momento en que el Estado, al dar dicha orden, ha excedido los poderes que le reconoce el derecho
internacional». La Comisión de Derecho Internacional aprobó en 1996 un Proyecto de Código de crímenes contra la paz y la
seguridad de la humanidad, que ha sometido a la Asamblea General para su adopción como texto convencional. Por otra parte, la
Asamblea General de las Naciones Unidas, en la Resolución 2391 (XXIII), de 26 de noviembre de 1968, aprobó una Convención
sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad.
Los Convenios de Ginebra de 1949 y los Protocolos Adicionales de 1977 establecen obligaciones que incumben a los individuos,
pero la Conferencia diplomática no quiso avanzar en el terreno de la represión de las infracciones. El Protocolo I parece acentuar
el carácter interestatal de las obligaciones, al decir que «las Altas Partes contratantes y las Partes en conflicto exigirán que los
jefes militares, en cuanto se refiere a los miembros de las fuerzas armadas que están a sus órdenes y a las demás personas que se
encuentran bajo su autoridad, impidan las infracciones de los Convenios y del presente Protocolo y, en caso necesario, las
repriman y las denuncien a las autoridades competentes» (art. 87.1).
La responsabilidad de los individuos coexiste con la responsabilidad del Estado en el plano de las relaciones interestatales por la
violación de las normas internacionales que rigen los conflictos armados a través de sus órganos. El Protocolo I utiliza la
expresión «violaciones» de las normas internacionales para referirse a los comportamientos de los Estados que dan lugar a
responsabilidad internacional interestatal, mientras reserva la noción de «infracciones» para referirse a las conductas de las
personas que generan responsabilidad internacional individual. El Protocolo I recoge el principio general del deber de reparar. A
instancias de los países del Tercer Mundo se incluyó el art. 91, en el que se dice que «la Parte en conflicto que violare las
disposiciones de los Convenios o del presente Protocolo estará obligada a indemnizar si hubiere lugar a ello. Será responsable
de todos los actos cometidos por las personas que formen parte de sus fuerzas armadas».
Algunos Estados han contratado a compañías privadas militares y de seguridad para que realicen funciones que tradicionalmente
han sido desempeñadas por las fuerzas armadas. Estas compañías tienen encomendadas actividades de custodia y protección de
personas o lugares, vigilancia de instalaciones de detención, interrogatorios e incluso la participación en combates. La más
famosa de estas compañías es la empresa estadounidense Blackwater que fue expulsada de Irak tras una matanza de personas
civiles. Sus características no encajan en la definición de mercenarios que contiene el artículo 47 del Protocolo I. Tampoco su
situación se ajusta a los requisitos que el Derecho internacional exige para que se les considere órganos del Estado y sus
actividades sean imputables al Estado contratante. Por estas razones está extendida la opinión de que algunos Estados contratan
estas compañías militares y de seguridad para evitar una responsabilidad directa. Este vacío jurídico no implica que en su
actuación dichas empresas y su personal no deban observar los principios de Derecho internacional humanitario y las normas
internacionales de protección de los derechos humanos.

b) La represión de las infracciones


La represión de las infracciones del Derecho internacional humanitario corresponde, en principio, a los tribunales internos de
cada Estado. El Derecho internacional humanitario se aplica por los tribunales estatales de acuerdo con el principio de
jurisdicción universal, según el cual las personas acusadas de infracciones graves serán juzgadas por los tribunales del lugar en el
que hayan sido detenidas, aunque el crimen se haya cometido en el territorio de otro Estado, o serán entregadas para su
enjuiciamiento en otro Estado que lo solicite de conformidad con el principio aut dedere aut iudicare [extraditar o juzgar]. Los
Estados parte en los Convenios de 1949 tienen, por un lado, «la obligación de buscar a las personas acusadas de haber
cometido, o mandado cometer, cualquiera de las infracciones graves, debiendo hacerlas comparecer ante sus propios tribunales,
sea cual fuere la nacionalidad de ellas». Por otro lado, dicho Estado «podrá también, si lo prefiere, y según las prescripciones de
su propia legislación, pasar dichas personas para que sean juzgadas a otra parte contratante interesada en la persecución,
siempre que esta última haya formulado contra ellas cargos suficientes». La legislación nacional puede exigir condiciones, como
que exista un tratado de extradición o la reciprocidad entre el Estado requerido y el Estado solicitante. También puede someter la
entrega de la persona acusada a determinadas restricciones, algunas muy extendidas, como la prohibición de extraditar a los
propios nacionales o si la persona cuya extradición se solicita no pueda ser sometida en el Estado solicitante a penas no admitidas
en el Estado requerido, como la pena de muerte.
La represión de las infracciones del Derecho internacional humanitario por las jurisdicciones estatales no impide la actuación
que, de acuerdo con sus respectivas normas de funcionamiento, puedan ejercer los tribunales penales internacionales ad hoc,
como el Tribunal penal internacional para la ex Yugoslavia y el Tribunal penal internacional para Ruanda, o, con carácter más
general, la Corte Penal Internacional establecida en virtud del Estatuto adoptado en Roma el 17 de julio de 1998. Estos tribunales
penales internacionales completan los mecanismos de sanción y represión de las infracciones graves del Derecho internacional

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humanitario, y aunque no han venido a llenar ningún vacío, refuerzan la represión en el orden internacional de las infracciones
más graves del Derecho internacional humanitario.

c) La cuestión de las represalias durante los conflictos armados


La Conferencia diplomática de Ginebra de 1974-1977 no logró pronunciarse con carácter general sobre la admisibilidad de las
represalias, en tanto que medida de autotutela de las partes en un conflicto armado que realizan actos que constituyen una
infracción de sus obligaciones, en respuesta a las violaciones cometidas por la parte contraria. En el Derecho internacional actual
en tiempo de paz las represalias que impliquen el uso de la fuerza están, desde luego, totalmente prohibidas. La Declaración
sobre los principios de Derecho internacional referentes a las relaciones de amistad y a la cooperación entre los Estados de
conformidad con la Carta de las Naciones Unidas, aprobada mediante la Resolución 2625 (XXV), las prohíbe con carácter
general: «Los Estados tienen el deber de abstenerse de actos de represalia que impliquen el uso de la fuerza». Sin embargo, se
discute si las represalias son admisibles en un contexto diferente como son los conflictos armados en los que el uso de la fuerza
constituye su razón de ser. Una posición bastante generalizada en la doctrina es el reconocimiento de su admisibilidad, en lo que
se refiere a las violaciones de las obligaciones de los Estados beligerantes relativas a la conducción de las hostilidades, y su
prohibición en las violaciones de las normas protectoras de las víctimas de los conflictos armados. La mayoría de los Estados
participantes en la Conferencia diplomática de 1974-1977 eran contrarios a admitir la licitud de las represalias, en el caso de
violación de las obligaciones en materia de Derecho humanitario bélico, fundándose en el carácter absoluto de dichas
obligaciones, independientes de su cumplimiento por la otra parte. No lograron triunfar las propuestas en favor de una
prohibición general de las represalias, ni tampoco las que propugnaban una reglamentación concreta de las mismas. Se adoptó
una fórmula intermedia consistente en una prohibición sectorial de las represalias en determinadas materias. Así, están prohibidas
las represalias contra los heridos, enfermos, náufragos, unidades y personal sanitario (art. 20); contra la población civil y las
personas civiles (art. 50.6); contra los bienes culturales y los lugares de culto [art. 53.c)]; contra los bienes indispensables para la
supervivencia de la población civil (art. 54.4); contra el medio ambiente natural (art. 55.2), y contra las obras e instalaciones que
contienen fuerzas peligrosas (art. 56.4). La solución adoptada es poco recomendable porque intérpretes sin demasiados
escrúpulos pueden sostener la admisibilidad de las represalias de los casos no expresamente prohibidos.

VIII. CUESTIONES GENERALES SOBRE LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES

LECCIÓN 36. LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES: GENERALIDADES


1. INTRODUCCIÓN
El Derecho internacional durante un largo período de su historia ha sido el Ordenamiento jurídico de una Sociedad compuesta
por un número relativamente pequeño de Estados de origen europeo-occidental, soberanos y jurídicamente iguales, entre los que
se daba una fuerte homogeneidad política, económica, social y cultural. Desde entonces la situación ha cambiado profundamente,
puesto que la estructura de la Sociedad internacional ya no es exclusivamente interestatal y, además, ha perdido homogeneidad
como consecuencia de la expansión y diversificación de los sujetos internacionales.
Los Estados pronto fueron conscientes de que muchos de sus problemas no podían ser ya resueltos en el marco estrictamente
nacional y que su solución pasaba necesariamente por la cooperación entre ellos. A fin de realizar esta cooperación y ante las
carencias institucionales de la Sociedad internacional, los Estados, en un primer momento, utilizaron la celebración de
conferencias internacionales y la adopción de tratados multilaterales. No obstante, pronto fueron conscientes de la insuficiencia
de estas técnicas para coordinar y gestionar una cooperación que se hacía cada vez más necesaria. Ello les llevó a la creación de
unos mecanismos institucionalizados de cooperación permanente y voluntaria, dando vida así a unos entes independientes
dotados de voluntad propia, destinados a alcanzar unos objetivos colectivos. Surgen así en la escena internacional las primeras
Organizaciones internacionales, cuya existencia y actual proliferación constituye una de las características más sobresalientes de
la vida internacional contemporánea.
Rudimentarias y principalmente técnicas en un principio, las Organizaciones internacionales (OI) se han ido afirmando durante el
siglo XX y el actual, al ampliarse y diversificarse su campo de actuación que, en nuestros días, abarca la práctica totalidad de las
actividades humanas. Su número supera actualmente la cifra de trescientas Organizaciones y se han convertido, en especial la
Organización de las Naciones Unidas, en el símbolo de una Comunidad política institucionalizada.
Las OI tienden, cualquiera que sea su grado de integración, a crear estructuras de poder por encima o al lado de los Estados,
puesto que, si bien es cierto que su creación es el fruto de la obra común de varios Estados, no es menos cierto también que la
creación propende a separarse de sus creadores por muy dominantes que éstos sean, forzándoles incluso a reconocer su presencia.
Las OI han pasado progresivamente a ocupar un lugar significativo en la vida internacional, sin que ello haya supuesto ni el
desplazamiento del Estado, que continúa siendo la espina dorsal de la Sociedad internacional, ni la prefiguración de un gobierno
mundial o regional, ya que ninguna de ellas (ni siquiera la ONU o la Unión Europea) poseen una competencia general
comparable a la de un Estado. No obstante, lo que sí han hecho es abrir fisuras en el monopolio que hasta fechas recientes
ejercían los Estados en materia de subjetividad internacional.

2. ORIGEN Y DESARROLLO HISTÓRICO DE LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES

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Aunque la cooperación entre colectividades políticas independientes sea un fenómeno conocido desde antiguo en la historia de la
Humanidad —baste recordar al respecto las ligas de ciudades griegas constituidas para proteger en común un santuario— y
aunque, también, la idea de asociación entre los pueblos y naciones del Mundo a fin de organizar la paz, sea una constante en el
pensamiento humano, lo cierto es que las OI, en el sentido moderno de esta expresión, aparecen sólo recientemente en la vida
internacional.
En efecto, el origen de las OI se puede situar en un momento histórico bastante preciso, constituido por ese largo período de paz
—relativa— y de progreso científico y técnico que conoció la Humanidad desde que finalizan las guerras napoleónicas hasta que
se inicia la Primera Guerra Mundial.
Durante este periodo de tiempo, que va de 1815 a 1914, la Sociedad internacional asiste al desarrollo de dos fenómenos que al
confluir van a posibilitar el nacimiento de las OI modernas: el de las Conferencias internacionales y el del establecimiento de
estructuras institucionales permanentes.
El primero de ellos, el representado por la multiplicación de Conferencias internacionales, trae consigo el desarrollo de una
diplomacia parlamentaria y la utilización de un nuevo instrumento jurídico: el tratado multilateral (cuyo primer ejemplo fue
precisamente el Acta final del Congreso de Viena de 9 de junio de 1815).
Estas Conferencias internacionales prefiguran las OI, al constituir mecanismos de concertación dotados de cierta periodicidad,
pero aún no constituyen Organizaciones dado que carecen de órganos propios permanentes dotados de competencias particulares.
De lo que se deduce que el segundo elemento que ha posibilitado el nacimiento de las Organizaciones internacionales es el
representado por el establecimiento de estructuras institucionales permanentes.
Esto ocurre cuando los avances en determinados ámbitos de la técnica, el progreso en las comunicaciones y el desarrollo de los
transportes exigen la creación de administraciones internacionales dotadas de determinados poderes de decisión, control y
ejecución. La primera vía abierta a esta institucionalización de la cooperación es la representada por las Comisiones fluviales,
destinadas a regular y facilitar la navegación por determinados ríos internacionales.
La segunda vía es la representada por las Uniones administrativas internacionales destinadas a canalizar de manera permanente e
institucionalizada la acción concertada de sus Estados miembros en sectores técnicos específicos, tales como las comunicaciones.
Estas Comisiones fluviales y Uniones administrativas internacionales, ejemplos de una primera generación de OI caracterizadas
como de «coordinación económica y técnica», introducen un elemento de institucionalidad y permanencia representado por una
oficina o secretaria que constituyen las primeras manifestaciones de la función pública internacional.
La conjunción de los dos procesos a los que nos venimos refiriendo: cooperación multilateral, por un lado, y creación de
estructuras orgánicas, por el otro, que posibilita la transición de la técnica de la conferencia internacional a la de la Organización
internacional, va a verse consolidada con la creación, auspiciada por las potencias aliadas vencedoras de la Primera Guerra
Mundial, de la Sociedad de Naciones (SDN) en 1919. En efecto, esta Organización constituye el primer ejemplo de una OI de
vocación universal (en 1938 llegó a contar con 54 Estados miembros) y competencia general, esto es, no sólo técnica sino
también política, destinada a desarrollar la cooperación entre las naciones (grandes y pequeñas) y a garantizar la paz y la
seguridad internacionales. Con ella se inicia la segunda generación de OI, caracterizada como de «cooperación económica y
política».
El fracaso de la SDN, al no poder impedir que se desencadenara la Segunda Guerra Mundial, podía haber llevado a pensar que
los Estados iban a abandonar la vía de la cooperación multilateral institucionalizada y volver a las relaciones interestatales
clásicas para ordenar el mundo que surgía en la posguerra. Esto, sin embargo, no fue así, sino que provocó, al contrario, el
convencimiento en la necesidad de crear una nueva Organización mundial mejor estructurada y más eficaz. De ahí, el que ya en
plena conflagración se empezase a diseñar por las potencias aliadas un nuevo tipo de OI, que se concretaría al finalizar la guerra
en la Carta de las Naciones Unidas, firmada en San Francisco el 26 de junio de 1945, por la que se establece la Organización de
las Naciones Unidas (ONU).
La ONU va a inspirarse en parte en el precedente de la SDN, aunque difiere bastante en cuanto a su estructura, funcionamiento y
competencias. En primer lugar, se refuerza el universalismo, facilitado tanto por la presencia en su seno desde el primer momento
de las grandes potencias, como por la incorporación masiva de nuevos Estados surgidos de la descolonización y del
desmembramiento de antiguos Estados federales de Europa oriental. En segundo lugar, se hace mucho más compleja su
estructura orgánica —proliferación de órganos y descentralización regional—. Y, finalmente, se amplían considerablemente sus
competencias —que son de naturaleza general— al tiempo que se refuerzan sus poderes de decisión para hacer frente a las
exigencias derivadas de la interdependencia de los problemas técnico-económicos y del mantenimiento de la paz y la seguridad
internacionales.
A partir de la Segunda Guerra Mundial las OI van a conocer una espectacular proliferación, propulsada por dos fenómenos: el de
la revitalización de los Organismos técnicos a escala universal, y el de la institucionalización del regionalismo internacional a
través de la creación de OI regionales.
El primero de estos fenómenos va a dar nacimiento a lo que se ha venido a denominar el «Sistema de Naciones Unidas»,
conformado esencialmente por un numeroso grupo de Organismos especializados que gravitan en tomo a la ONU.
Una serie de factores explican la eclosión del segundo de los fenómenos mencionados: las Organizaciones internacionales
regionales. El primero de ellos obedece al fracaso del sistema de seguridad colectiva establecida en la Carta de las NU,
provocando la aparición de una pléyade de Organizaciones, algunas de ellas hoy ya desaparecidas. Un segundo factor fue de
orden político, tendiendo a organizar la cooperación a escala de un continente. Un tercer factor fue esencialmente de naturaleza
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económica y comercial, favorecido por los ensayos de integración regional y por la ola de descolonización que conoció el planeta
a partir de los años sesenta.
Finalmente, hay que destacar cómo ha ido surgiendo en la escena internacional una nueva generación de OI, caracterizadas por
ser creadas por los Estados para gestionar en nombre de la Humanidad parte del Patrimonio Común de la Humanidad, éste es el
caso representado, entre otras, por la Autoridad Internacional de Fondos Marinos cuyas actividades se iniciaron el mismo día en
que entró en vigor la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, esto es, el 16 de noviembre de 1994.

3. CONCEPTO Y CARACTERES DE LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES


La definición de las OI se enfrenta con una dificultad previa, que es la representada por las considerables diferencias de
estructura, objeto y competencias que existen entre ellas y el hecho de constituir un fenómeno en constante evolución. Ello
explica el que la generalidad de la doctrina se incline por ofrecer nociones globales de las mismas, sustentadas en la enumeración
de los rasgos esenciales que las caracterizan y susceptibles, por tanto, de adaptarse a la generalidad de las OI.
Situándonos dentro de esta perspectiva, podemos definir las Organizaciones internacionales como unas asociaciones voluntarias
de Estados establecidas por acuerdo internacional, dotadas de órganos permanentes, propios e independientes, encargados de
gestionar unos intereses colectivos y capaces de expresar una voluntad jurídicamente distinta de la de sus miembros.
La noción propuesta menciona los cuatro elementos que, a nuestro entender, permiten diferenciar las Organizaciones
internacionales de otras entidades afines. Estos caracteres esenciales son: una composición esencialmente interestatal, una base
jurídica generalmente convencional, una estructura orgánica permanente e independiente y una autonomía jurídica.

A) Composición esencialmente interestatal


Las OI tienen una composición esencialmente interestatal, esto es, están constituidas casi exclusivamente por Estados soberanos,
lo que permite distinguirlas de otras entidades internacionales. Ahora bien, la práctica ofrece, cada vez más, ejemplos de
Organizaciones que se abren a la participación de sujetos no estatales. De este modo nos encontramos con supuestos de
Organizaciones que permiten la participación en las mismas a otras Organizaciones internacionales, incluso como miembros de
pleno derecho o la de ciertos territorios dependientes que no han accedido a la independencia, pero que poseen unos servicios
competentes que les permiten hacer frente a las obligaciones derivadas de tal pertenencia.

B) Base jurídica convencional


Las OI son sujetos de derecho derivado o secundario, es decir, deben su existencia a un acto jurídico previo y exterior a la
Organización. Lo usual es que este acto jurídico creador adopte la forma de un tratado multilateral negociado en el marco de una
conferencia intergubernamental, por lo que estará sujeto a las normas propias del Derecho de los tratados, aunque posee una
naturaleza particular que lo diferencia de los tratados multilaterales ordinarios. Este acto jurídico creador va a estar destinado a
llegar a ser la constitución, esto es, el acto de fundación de la Organización, al que ésta se une a lo largo de su existencia. Se trata
de un acto jurídico que posee, a la vez, un carácter convencional e institucional.
El acuerdo creador de la Organización frecuentemente adoptará una forma solemne e incluso se le dará una denominación
especial para marcar su trascendencia (Carta, Pacto, Constitución, Estatuto, Acto Constitutivo). No obstante, puede ocurrir que el
acto creador tenga otra forma, por ejemplo, la de una resolución de una conferencia internacional o la de una solemne
declaración. En estos casos estaremos ante acuerdos internacionales en forma simplificada. Cabe también mencionar el supuesto
excepcional de que la Organización sea creada por órganos estatales que no comprometen a los Estados en el plano internacional,
pero que luego dará lugar a una práctica concordante de los gobiernos revelando una voluntad convencional.
El establecimiento de las OI a través de tratados internacionales es un rasgo que permite distinguirlas de otras estructuras
institucionales:
• En primer lugar, de ciertos organismos subsidiarios autónomos fruto de resoluciones de órganos de Organizaciones
internacionales preexistentes.
• En segundo lugar y, sobre todo, este dato constituye el criterio diferenciador esencial, entre las OI cuya base jurídica es
un acuerdo internacional y las OI no gubernamentales (ONG) en las que la base jurídica está constituida por un acto de
derecho interno. Las ONG (que constituyen uno de los actores más relevantes en la escena internacional contemporánea)
a diferencia de las OI, están constituidas por asociaciones, fundaciones e instituciones privadas, fruto de la iniciativa
privada o mixta con exclusión de todo acuerdo intergubernamental, constituidas de manera duradera, espontánea y libre
por personas privadas o públicas, físicas o jurídicas de diferentes nacionalidades que, expresando una solidaridad
transnacional, persiguen sin espíritu de lucro un objetivo de interés internacional y han sido creadas de conformidad con
el derecho interno de un Estado.

C) Estructura orgánica permanente e independiente


Toda Organización internacional posee una estructura institucional conformada por diversos órganos permanentes. Esta
permanencia no tiene por qué darse en todos y cada uno de ellos, basta con que se dé en los órganos administrativos que permiten
el funcionamiento continuo de la Organización, mientras que los restantes pueden simplemente reunirse periódicamente. Esta
permanencia puede aparecer destacada expresa o tácitamente en el propio tratado constitutivo de la Organización.

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La permanencia de la estructura institucional permite distinguir las OI de las Conferencias internacionales, aunque a veces
algunas de estas Conferencias, por su duración, importancia de su secretariado y modalidad de adopción de las decisiones, van a
desdibujar esta distinción, como ilustra claramente la III Conferencia de NU sobre el Derecho del mar, que se prolongó durante
nueve años.
Estos órganos, que son distintos e independientes de los que poseen los Estados miembros, están encargados de gestionar los
intereses colectivos, para los que se les dotará de los medios necesarios, bien de forma expresa, bien de manera implícita. Ahora
bien, a causa de la variedad de OI no es posible hablar de una estructura institucional típica adaptable a cualquier Organización.
No obstante, sí se puede observar la existencia de estructuras de base similares apoyadas en un esquema tripartito: una asamblea
plenaria en la que participan todos los Estados miembros, una institución de composición restringida que asegura el gobierno de
la Organización y un secretariado encargado de la administración. Los dos primeros órganos suelen estar formados por
representantes de los gobiernos mientras que el tercero está integrado por funcionarios internacionales.

D) Autonomía jurídica
Las OI se caracterizan, finalmente, por poseer una personalidad jurídica distinta de la de sus Estados miembros, necesaria para el
cumplimiento de los fines para las que fueron creadas. Aunque la acción de las OI se ve influida por la presencia en su seno de
sus Estados miembros, son capaces de elaborar y manifestar una voluntad autónoma en los ámbitos en los que gozan de
competencias; de manera que, cualquiera que sea el órgano que adopte la decisión, ésta se imputará a la Organización y no a sus
Estados miembros individual o colectivamente considerados.
Por tanto, se reconoce a las OI la capacidad de ser titulares de derechos y obligaciones. Ahora bien, dado el carácter particular de
cada OI y su naturaleza funcional, para poder deducir en cada caso concreto el alcance de su personalidad jurídica, habrá que
examinar las reglas de la Organización de la que se trate, esto es, su instrumento constitutivo, sus decisiones y resoluciones
adoptadas de conformidad con éste y su práctica establecida.

4. CLASIFICACIÓN DE LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES


El mundo de las Organizaciones internacionales es extremadamente fragmentado y heterogéneo. Existen numerosas categorías de
Organizaciones y éstas, a su vez, no constituyen compartimentos estancos y excluyentes, ya que están sujetas a la evolución
incesante que conoce este fenómeno asociativo. De ahí la dificultad, pero, al mismo tiempo, la necesidad de elaborar una
clasificación de las mismas.
Los criterios que utiliza la doctrina a la hora de clasificar las OI son muy variados, pero nosotros nos hemos fijado en tres: sus
fines, su composición y sus competencias.

A) Por sus fines: Organizaciones de fines generales y de fines específicos


Las Organizaciones internacionales son creadas bajo la presión de unas necesidades y para la consecución de unos fines. Estos
fines permiten distinguir entre aquellas Organizaciones que persiguen unos fines generales (las menos) y aquellas otras que se
proponen unos fines específicos o particulares (las más).

a) Organizaciones de fines generales


Son aquellas cuyas actividades no están circunscritas a un ámbito concreto de cooperación, sino que pueden abarcar todas
aquellas materias que estimen útiles. Distinguimos dos grupos:
1. Sin ninguna limitación explícita. Éste sería el caso, por ejemplo, de la ONU.
2. Con exclusión expresa de un sector de actividades predeterminado, como ocurre respecto de las cuestiones de defensa en
el Consejo de Europa. Manifestaciones de esta categoría de Organizaciones las encontramos tanto en la esfera universal
(ONU) como a escala regional (Consejo de Europa).

b) Organizaciones de fines específicos


La mayor parte de las Organizaciones internacionales han sido creadas para el cumplimiento de unos fines específicos, por lo
que, en principio, van a desarrollar sus actividades dentro de unos ámbitos bien definidos. Ahora bien, durante la existencia de
una Organización su actividad puede abarcar más de una finalidad, por lo que a la hora de clasificarlas habrá que acudir a aquel
de sus fines que aparezca como primordial. En atención a ello cabe distinguir entre:
• Organizaciones de cooperación preferentemente militar o de seguridad. Se proponen unos fines de defensa y ayuda
mutua en caso de agresión. Los ejemplos actuales más sobresalientes son la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN) y la Unión Europea Occidental (UEO).
• Organizaciones de cooperación preferentemente económica. Se trata de la categoría de Organizaciones más numerosa
en el momento presente. Algunas de ellas tienen unos objetivos financieros, como el Fondo Monetario Internacional, el
Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo; otras tienden al desarrollo de las relaciones comerciales,
como la OMC; otras se proponen unos objetivos económicos. Finalmente existen otras entidades que persiguen organizar
toda el área económica sobre la que operan (por ejemplo, MERCOSUR).
• Organizaciones de cooperación social, cultural y humanitaria. Su finalidad es la protección del individuo o de las
colectividades en diversos aspectos (OIT, UNESCO, OMS).
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• Organizaciones de cooperación técnica y científica. Los avances en las comunicaciones internacionales han motivado
la creación de numerosas Organizaciones destinadas a canalizar la cooperación de los Estados en sectores tan diversos
como el correo, las telecomunicaciones, las comunicaciones marítimas, aéreas, ferroviarias o la actividad científica.
B) Por su composición: Organizaciones de ámbito universal y regional
La forma en que está compuesta una Organización internacional es un criterio diferenciador que permite distinguir entre las
Organizaciones que tienen una vocación universal, puesto que están abiertas a la participación potencial de todos los Estados de
la tierra y las Organizaciones que tienen un carácter regional o restringido, al estar la participación en las mismas reservado a un
número limitado de Estados que reúnan determinadas condiciones preestablecidas de naturaleza geográfica, económica, política,
etc. En esta clasificación se refleja, además, la existencia de las dos tendencias que desde siempre vienen agitando la Sociedad
internacional: una, hacia la realización de la unidad de la misma y, por tanto, hacia el universalismo; otra, consagrando la
heterogeneidad del mundo y, consiguientemente, hacia el regionalismo.

a) Organizaciones de vocación universal


A esta categoría pertenecen las Organizaciones del Sistema de las NU, bien por haber llegado a esta situación de facto, como en
el caso de las ONU, bien por haberse inspirado en el principio de la inclusión y estar abiertas a todos los Estados, como ocurre
con la mayoría de los Organismos especializados de las NU y con otros Organismos vinculados a la misma, aunque a veces, por
circunstancias políticas o tecnológicas, algunas de estas Organizaciones y organismos especializados no alcancen una completa
universalidad.

b) Organizaciones de carácter regional


Dentro de esta categoría agrupamos aquellas Organizaciones que están restringidas a un número limitado de Estados, entre los
que existen unas determinadas afinidades objetivas (contigüidad geográfica) y/o subjetivas (similitudes económicas, políticas,
religiosas, etc). En estos supuestos, el criterio geográfico es uno de los criterios que explican el nacimiento de dichas
Organizaciones, pero, en todo caso, y por oposición al universalismo, en todas y cada una de ellas se produce un fenómeno de
regionalización sustentado en unas escalas geográficas variables: intercontinentales, continentales, interregionales, regionales o
subregionales.
Las Organizaciones regionales, a pesar de su diversidad, ofrecen los siguientes rasgos comunes:
1) Área geográficamente limitada. En comparación con las Organizaciones universales, e independientemente de la
vencindad geográfica de sus Estados miembros, van a ocupar siempre un área geográficamente limitada.
2) Especificidad. Constituyen comunidades de intereses restringidos a un número determinado de Estados, caracterizados
por afinidades comunes de diversa índole. Ello permite la formación de un Derecho particular homogéneo que, en ciertos
casos, alcanza una alta cota de especificidad, como sucede con el Derecho Comunitario en el ámbito de la Unión
Europea.
3) Coordinación y subordinación. Sus tratados constitutivos establecen la coordinación o subordinación, según los casos,
de estas Organizaciones a las N.U., al tiempo que la Carta de las N.U. contempla también estas relaciones. No obstante, y
a pesar de estas disposiciones, la coordinación entre ambas categorías de Organizaciones no siempre es satisfactoria,
surgiendo frecuentes situaciones de competencia y conflicto entre ellas.

C) Por sus competencias: Organizaciones de cooperación y Organizaciones de integración o de unificación


El reparto de competencias entre la Organización y sus miembros es un criterio que nos permite distinguir entre dos tipos de
organizaciones:
1. Aquellas Organizaciones internacionales a las que sus Estados miembros no han cedido competencias soberanas (las más
numerosas) y que se proponen simplemente instituir una cooperación entre los mismos y coordinar sus actividades con
vistas a la satisfacción de unos intereses comunes.
2. Aquellas otras Organizaciones en las que se produce una transferencia real de competencias soberanas (excepcionales),
aceptando sus Estados miembros limitar sus competencias, sometiéndose de este modo a una autoridad exterior a los
mismos. De este modo, se crean unas OI que tienden hacia la integración o la unificación de sus Estados miembros en
aquellos ámbitos en los que se les haya transferido competencias.

a) Organizaciones de cooperación o de coordinación


La mayor parte de las OI desarrollan funciones de cooperación, mediante la realización de unas acciones coordinadas entre sus
miembros con el fin de alcanzar unos objetivos colectivos. Constituyen la vía clásica, respetuosa de la soberanía de sus Estados
miembros y en ellas se trasvasa la técnica de la negociación y de la adopción de decisiones por unanimidad a unos órganos
comunes y permanentes. La cooperación es estrictamente interestatal, en el sentido de que las decisiones de la Organización se
dirigen a sus Estados miembros; esto es, no son aplicables en sus territorios sin su autorización y mediación.

b) Organizaciones de integración o de unificación


Han surgido recientemente en la escena internacional unas OI que pretenden la integración o la unificación de sus Estados
miembros. En ellas se opera una cesión de competencias de los Estados miembros a los órganos comunes. Nos encontramos ante
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unas Organizaciones que se sitúan entre las OI clásicas y las estructuras federales. La distribución de competencias que se opera
en su seno es tan profunda que no pueden equipararse absolutamente a las Organizaciones tradicionales, mientras que la
retención de determinados poderes soberanos por sus Estados miembros impiden también que puedan ser calificadas de Estados
federales. Se produce en ellas una verdadera transferencia de competencias soberanas a favor de sus instituciones, lo que se
plasma:
En su ámbito de atribución que afecta a materias tradicionalmente reservadas al Estado, teniendo además estas atribuciones un
carácter evolutivo.
1. En las funciones que va a ejercer, que cubren la gama de las funciones estatales (ejecutiva, legislativa y judicial).
2. En la posibilidad de adoptar decisiones de carácter general, obligatorias y directamente aplicables en cada Estado
miembro.
3. En la existencia de una real independencia orgánica respecto de los gobiernos nacionales, pues la mayoría de las
instituciones están compuestas por personalidades independientes como ejemplifican la Comisión y el Tribunal de
Justicia de las Comunidades Europeas, o reúnen representantes de los pueblos elegidos directamente por sufragio
universal (es el caso del Parlamento europeo de la UE).
4. En la existencia de una gran autonomía, en lo que se refiere a tres ámbitos: 1) Su orden jurídico; 2) Su independencia
financiera; 3) La posibilidad de participar en su propio nombre en las relaciones internacionales.

La distinción que acabamos de efectuar, y que se sustenta en la transferencia de competencias estatales a la Organización, no
siempre es perfectamente nítida. De ahí que se encuentren Organizaciones que siendo claramente de cooperación, incorporan
elementos supranacionales, mientras que otras veces ocurre que en Organizaciones de integración y por razones de coyuntura
política, persisten elementos de interestatalidad.

LA PARTICIPACIÓN EN LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES

1. IDEAS GENERALES
Las Organizaciones internacionales nacen de la iniciativa de un grupo de sujetos internacionales, esencialmente Estados. Esta
iniciativa madura durante las negociaciones que se efectúan, usualmente, en el marco de una conferencia internacional y toma
cuerpo en el acto jurídico constitutivo de las mismas que, salvo excepción, adoptará la forma de un tratado multilateral. Pues
bien, la entrada en vigor de dicho tratado señala la incorporación de la Organización a la vida internacional, de manera que los
Estados signatarios de aquel tratado que lo hubieran ratificado adquieren desde entonces la condición de Estados miembros de la
Organización. Pero, junto a estos Estados, que son los denominados miembros originarios o fundadores, la regla de las
Organizaciones suele prever la incorporación de nuevos miembros.

La participación en una Organización internacional es voluntaria o libre, en el sentido de que no existe en Derecho internacional
norma alguna que obligue a un sujeto a adherirse a una determinada Organización, como tampoco existe un derecho a participar
en la misma.
Esta discrecionalidad que inspira la participación en las Organizaciones internacionales resulta patente respecto de sus Estados
fundadores, quienes voluntariamente negocian el tratado que les dará vida y si lo desean se convierten en miembros de las
mismas, lo que no siempre ocurre. Por lo que se refiere a la adhesión de nuevos Estados, esta participación también será
voluntaria, aunque sometida a las reglas de admisión establecidas por cada Organización en concreto.
Si la participación en una Organización es voluntaria, su terminación, en cambio, no siempre va a serlo. Así, junto a la retirada
voluntaria, los tratados constitutivos de las Organizaciones o la práctica desarrollada por las mismas, ofrecen ejemplos de
terminaciones impuestas, esto es, de exclusión.
La participación en una Organización puede efectuarse a través de diversas modalidades, a las que se atribuirá un régimen
jurídico diferente. De este modo, la generalidad de reglas que las Organizaciones prevén, junto a una participación plena, que es
la que corresponde a los miembros de pleno derecho u ordinario, una participación restringida, propia a la condición de asociado
o de observador.
A ambos tipos de participación podrán tener acceso no sólo los Estados, sino también otras entidades no estatales. Si bien es
cierto que la mayoría de las Organizaciones son intergubernamentales, esto es, compuestas por Estados, no menos cierto es que la
práctica internacional ofrece ejemplos en que la cualidad de miembro de pleno derecho ha sido conferida a otros sujetos
internacionales. Por ejemplo, la Comunidad Europea es miembro de pleno derecho de diversas organizaciones internacionales.

2. LA PARTICIPACIÓN PLENA
La participación plena es la que corresponde a los miembros de pleno derecho u ordinarios de una Organización internacional, a
los que se aplica el conjunto de derechos y deberes que según las reglas de la Organización derivan de la condición de miembro.

A) Adquisición de la condición de miembro


a) Principales supuestos
Dos situaciones muy diferentes se presentan en relación con la adquisición de la condición de miembro:
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1. La de los Estados fundadores de la Organización que participaron en la negociación de su tratado constitutivo o fueron
invitados inicialmente a adherirse al mismo. En este caso, la adquisición de la condición de miembro es prácticamente
automática, puesto que se produce desde el momento en que dicho tratado entra en vigor y ha sido ratificado por ellos.
Estaremos ante los denominados miembros originarios, a los que los estatutos fundacionales de algunas Organizaciones
mencionan expresamente, atribuyéndoles en ciertos casos determinados privilegios.
2. La representada por la admisión con posterioridad a la creación de la Organización, en cuyo caso la adquisición de la
condición de miembro dependerá de las normas previstas al efecto por las reglas de la Organización. No obstante, en
todo caso, presentará la diferencia de que en el proceso de admisión generalmente intervendrán también las instituciones
de las Organización, por lo que dicha adquisición exigirá el concurso de dos voluntades: la del Estado que presenta su
candidatura y la de la Organización que la acepta.
En la inmensa mayoría de las Organizaciones internacionales la cualidad de miembro de pleno derecho está reservada a los
Estados soberanos, correspondiendo a los órganos competentes de la Organización apreciar si la entidad que solicita la adhesión
merece tal calificación, o en términos más correctos, si es apta para beneficiarse de los derechos y para cumplir las obligaciones
que resultan de la participación en la Organización.
Tal apreciación, como es obvio, no está exenta de dificultades, puesto que en el procedimiento de admisión participan órganos
compuestos por representantes de los Estados miembros, por lo que los países que no hayan sido reconocidos por la mayoría de
los mismos, o se hayan visto oponer el veto por parte de un miembro que tenga constitucionalmente derecho a ello, por lo que
tendrán dificultades para ser admitidos. Lo que significa igualmente que la admisión en una Organización no implica el
reconocimiento del Estado admitido por aquellos Estados miembros que se opusieron a la misma.
Otros ejemplos ponen de relieve igualmente la dificultad de esta tarea. Así el representado por la candidatura de los denominados
«micro-Estados» a las Organizaciones del Sistema de las NU y especialmente a la ONU, algunos de los cuales ya habían visto, en
razón de su talla exigua, rechazada su admisión en la SDN (Mónaco y Liechtenstein). La duda que surgía era si tales entidades
eran capaces de cumplir las obligaciones que se derivaban de su pertenencia a la organización (financiera, eventualmente
militares, etc.), al tiempo que se consideraba que podían poner en peligro el principio democrático: un Estado un voto, que
gobernaba el funcionamiento de algunas de las mismas o de alguno de sus órganos. Esta duda fue objeto de estudio por los
servicios de las NU, sin que se llegara a tomar una decisión clara al respecto, por lo que la ola de independencia que conocieron
muchos micro-Estados unida a la afirmación del universalismo de la ONU condujo a la incorporación a la misma no sólo de los
nuevos micro-Estados, sino de antiguos Estados exiguos como ha sido recientemente el caso de San Marino, el Principado de
Mónaco, o Andorra.
Finalmente, múltiples discusiones en el seno de las Organizaciones se han originado por demandas de adhesión de Estados que
han surgido a la vida internacional como consecuencia de la separación o secesión de un Estado precedente o del
desmembramiento de éste.
En algunos de estos supuestos se va a plantear una delicada cuestión, la de la sucesión en la condición de miembro en la
Organización internacional, que por lo general se ha resuelto de una forma bastante pragmática, si bien cabe distinguir dos
grandes orientaciones: una, relativa a los casos de secesión y aparición de un Estado como consecuencia de la disolución de un
Estado federal; y, otra, a los de fusión. Respecto de los primeros la regla general es que el nuevo Estado solicite su admisión en la
Organización. De los recientes sucesos en la Europa oriental y central parece deducirse que cuando se produce la desintegración
de un Estado miembro de la ONU, y no hay acuerdo entre sus sucesores inmediatos o entre los miembros de la Organización, no
se produce una sucesión automática del Estado que desaparece en beneficio de alguno de los que surge, de este modo se ha
estimado que la República Federativa de Yugoslavia (Serbia y Montenegro) no sucedió a la antigua República Federativa
Socialista de Yugoslavia en las Naciones Unidas y que por tanto debía solicitar su admisión.
A la inversa, la existencia de un acuerdo de facto o de iure entre los Estados sucesores puede facilitar la sucesión automática,
como ha sido el caso respecto de la U.R.S.S., cuyo lugar ha sido ocupado por la República federativa de Rusia en la ONU
(incluido su condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad) y en otras Organizaciones. En los supuestos de fusión
de Estados, que ya eran miembros de la Organización, se ha considerado que el nuevo Estado sucede automáticamente a los
preexistentes.
Hay que señalar, asimismo, que los estatutos fundacionales de algunas Organizaciones o la práctica desarrollada por las mismas,
conceden la posibilidad de ser miembro de pleno derecho a entidades no estatales. Así han podido beneficiarse de esta condición,
territorios en vías de devenir independientes (por ejemplo, los dominions británicos en la SDN), territorios dependientes pero
dotados de cierta autonomía funcional, colectividades sobre las que se discute su naturaleza estatal, y, finalmente, es cada vez
más frecuente la participación de Organizaciones en otras Organizaciones internacionales como miembros ordinarios, una de
cuyas manifestaciones más importantes es la admisión de la UE progresiva y constante en esta última condición en cada vez un
número mayor de OI.
b) Condiciones de fondo y procedimientos de control
Las condiciones de fondo exigidas a los candidatos dependen de cada Organización en concreto y obedecen a una pluralidad de
factores: vocación universal o regional de la organización, fines generales o particulares que persigue, método de cooperación
que organiza.
Las condiciones de fondo son muy diversas y reflejan el particularismo de los objetivos que persigue cada Organización. Así, en
algunos casos, pueden ser puramente funcionales; otras veces estas condiciones van a ser estrictamente geográficas; en otros
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casos las condiciones son de tipo religioso o una combinación de diversas condiciones: étnico-religiosa, político-funcionales,
geopolíticas. El examen de estas condiciones va a efectuarse en el marco de unos procedimientos diferentes según las
Organizaciones de que se traten.
En las Organizaciones de integración no bastará con cumplir las condiciones de fondo, y someterse a un procedimiento de
control. La adhesión exigirá además unas negociaciones con el candidato cuyo desenlace es discrecional y se materializará en un
tratado de adhesión.

c) Derechos y obligaciones
El principio que rige la situación de los Estados miembros en la Organización es el de la igualdad de derechos y obligaciones,
tanto se trate de Estados miembros originarios o miembros admitidos con posterioridad. Ahora bien, si éste es el principio, lo
cierto es que conoce diversas derogaciones que pueden estar previstas en los Estatutos de las Organizaciones o surgir de la
práctica. En este sentido, en algunas OI se conceden unos derechos y obligaciones especiales a ciertos miembros. Esta
discriminación puede tener un origen financiero-económico.
Los derechos y obligaciones derivados de la condición de miembro variarán de una a otra Organización, pero en general van a
consistir en el derecho a participar en las instituciones de la Organización y en la adopción de decisiones.

B) La pérdida de la condición de miembro


La condición de miembro de una Organización internacional puede perderse voluntariamente (retirada) o no (exclusión). En el
primer caso estaremos ante una manifestación del principio de libertad que inspira la participación en las Organizaciones y en el
segundo supuesto nos encontraremos frente al ejemplo más grave de sanción social que puede provocar el incumplimiento por
parte de un miembro de las obligaciones fundamentales derivadas de su pertenencia a la Organización.

a) Retirada
La participación en una Organización internacional es voluntaria, por lo que no se puede exigir de un Estado miembro que
permanezca en la misma contra su voluntad. La retirada constituye un derecho inherente a la condición de miembro, que equivale
a la denuncia unilateral del tratado constitutivo de la Organización, por lo que su ejercicio habrá de respetar las normas relativas
al Derecho de los tratados. Según estas normas, la retirada podrá tener lugar:
1) Conforme a las disposiciones del tratado.
2) Por consentimiento de todas las partes en el mismo.
3) Cuando, en ausencia de disposiciones al respecto, conste que ésta fue la intención de las partes o se infiere de la
naturaleza del tratado.

b) Ausencia de participación en algunas actividades de la Organización


A veces un Estado miembro prefiere, en vez de elegir la solución extrema de retirarse de la Organización, la de no participar en
algunas de sus actividades, manteniendo intactos los restantes derechos y obligaciones derivados de su condición de miembro.

c) La exclusión
La pérdida de la condición de miembro puede ser impuesta contra la voluntad del Estado, pudiendo tener un carácter temporal, en
cuyo caso estaríamos ante un supuesto de suspensión, o puede ser definitiva, significando la exclusión del citado miembro de la
Organización. En ambos casos estaremos ante una sanción por violación de ciertas obligaciones y principios considerados como
esenciales para la existencia de la Organización. Estas sanciones pueden estar previstas en los tratados fundacionales de las
Organizaciones, aunque también la exclusión puede producirse a pesar del silencio del tratado fundacional al respecto.
Son más frecuentes las disposiciones de los instrumentos constitutivos que prevén la suspensión de algunos derechos y
privilegios inherentes a la condición de miembro, como consecuencia del incumplimiento de ciertas normas de la Organización o
de sus obligaciones financieras. No siempre es fácil la aplicación de estas disposiciones, sobre todo cuando el Estado a sancionar
es una gran potencia.

3. LA PARTICIPACIÓN RESTRINGIDA
Junto a la participación como miembro ordinario, la mayoría de las Organizaciones prevén estatutariamente o han desarrollado
empíricamente distintas formas de participación limitada en las mismas. Estas situaciones varían de una a otra Organización y
son calificadas de distinta forma. De este modo se habla de miembros asociados, parciales, afiliados, del estatuto del observador,
del estatuto consultivo, etc. Sin embargo, todas ellas tienen en común no conceder la plenitud de derecho y deberes derivados de
la condición de miembro de pleno derecho y, al mismo tiempo, permitir, en mayor o menor medida, intervenir en las actividades
de la Organización.

A) El estatuto de miembro asociado


A través del estatuto de miembro asociado las Organizaciones internacionales tratan de resolver la participación en sus
actividades de determinados sujetos que no pueden o no desean ser partes del tratado constitutivo de la Organización, esto es,

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miembros de pleno derecho de la misma. Tras esta denominación se esconde una rica variedad de situaciones que, en general,
plasman la voluntad de apertura de la Organización a la Sociedad internacional.
El estatuto de miembro asociado conlleva una participación limitada en la Organización. En general consistirá en participar en las
reuniones de algunos de sus órganos (asambleas, conferencias), a veces con voz pero sin voto. También se beneficiará de las
actividades de la Organización, pudiendo intervenir en las mismas, por ejemplo, reuniones de grupos de expertos encargados de
estudiar un proyecto, recibir información, etc.

B) El estatuto de observador
Algunas Organizaciones internacionales conceden a los representantes de ciertos Estados, Organizaciones internacionales,
Movimientos de Liberación Nacional, territorios dependientes, etc., la posibilidad de participar en las reuniones y trabajos de sus
instituciones o de algunas de éstas.
En ocasiones el citado estatuto constituye la antesala de la adhesión plena de un Estado que, por diversas razones, no puede gozar
de esta condición.
En ciertos casos este mecanismo es utilizado para oficializar internacionalmente la existencia de un Movimiento de Liberación
Nacional.
Esta posibilidad puede estar contemplada en el tratado fundacional de la Organización, en los reglamentos internos de sus
órganos; otras veces, en cambio, se deriva de la práctica de la Organización.

LA ESTRUCTURA Y LA FORMACIÓN DE LA VOLUNTAD EN LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES

1. IDEAS GENERALES
Los Estados, al crear una Organización internacional, la dotan de unos órganos propios, permanentes e independientes,
destinados a ejercer sus funciones con vistas a la realización de unos objetivos de interés común. Dichos órganos conforman su
estructura institucional y van a representar la continuidad y estabilidad de la Organización, al tiempo que reflejan su
independencia respecto de los Estados miembros.
No existe una estructura institucional común a todas las Organizaciones. Ésta será más o menos compleja, más o menos
perfeccionada, según sea la composición, fines y competencias de cada una de ellas. Además, el organigrama de una
Organización no es algo estático, sino que se ve sometido al dinamismo propio del fenómeno en el que se aplica. De ahí la
relativa frecuencia con la que se producen modificaciones en la estructura institucional, que tratan de adaptarla a las nuevas
circunstancias internacionales.
En el seno de esta estructura institucional y a través de procedimientos de complejidad variable, la Organización va a ser capaz
de elaborar una voluntad jurídica diferente e independiente de la de sus Estados miembros.

2. LOS ÓRGANOS DE LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES


La estabilidad y permanencia que caracteriza a las Organizaciones internacionales es posible gracias a la existencia en cada una
de ellas de una estructura orgánica, más o menos compleja, adaptada a las funciones y objetivos que les han marcado sus Estados
fundadores. En ella se forja la voluntad de la Organización y se refleja el grado de independencia que ha alcanzado respecto de
sus miembros. Esta estructura orgánica aparece definida en el tratado constitutivo de la Organización, pero dado el carácter
dinámico de la misma es frecuente que se desarrolle y complete con otros órganos creados posteriormente.
Ello explica la existencia de una rica variedad de órganos, fruto en último término de la libertad de autoorganizarse de cada
Organización en concreto, lo que dificulta sobremanera toda tarea de clasificación general de los mismos.

A) Modalidades de creación de los órganos


Por regla general los órganos de una Organización internacional son creados directamente por el propio tratado fundacional de la
misma. Estos instrumentos constitutivos suelen contener unas disposiciones donde se indican, con mayor o menor detalle, cuáles
son sus órganos y qué funciones desempeñan, aspecto este último que suele desarrollarse en unos protocolos anejos al tratado
fundacional, donde se establece el estatuto de la institución de la que se trate, la que, a su vez, elabora normalmente un
reglamento interno relativo a su funcionamiento.
Ahora bien, esta estructura institucional inicial u originaria puede resultar insuficiente para hacer frente a las exigencias que van
surgiendo derivadas del funcionamiento en la práctica de la Organización, haciéndose necesario el establecimiento de nuevos
órganos.
La decisión de crear estos nuevos órganos puede ser tomada por los órganos preexistentes de la Organización a través de un acto
de derecho derivado, o puede ser adoptada por los Estados miembros de la misma mediante un acuerdo internacional que
complementa el tratado constitutivo de la Organización:
− Creación de órganos por los órganos preexistentes de la Organización a través de un acto de derecho derivado. El
órgano creado va a ser un órgano subsidiario respecto del órgano que lo crea (órgano principal), que va a atribuirle alguna
de las competencias que posee de conformidad con las reglas de la Organización de que se trate. Esta naturaleza subsidiaria
no significa que el nuevo órgano sea un órgano subalterno o secundario respecto del órgano que lo crea, puesto que en

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muchos casos adquiere una real autonomía, ejerciendo funciones muy importantes y llegando a imponer en determinados
casos sus decisiones al órgano que lo creó.
− Creación de órganos por los Estados miembros de la Organización a través de un acuerdo internacional. En este
supuesto los Estados miembros, con la finalidad de poder realizar una nueva función que estiman de interés colectivo o para
el desarrollo de una función ya existente, van a crear una institución determinada, a la que van a vincular a la Organización.
Puede ocurrir también que los Estados miembros, por medio de un tratado posterior, introduzcan cambios en los órganos
constitucionales de la Organización ya establecidos.

B) Clases de órganos
Cada Organización internacional posee una estructura orgánica adaptada a las funciones y objetivos que persigue.

a) Órganos deliberantes
En cada Organización hay un órgano en el que pueden estar presentes todos los miembros de la misma. Se trata de un foro donde
todos y cada uno de ellos pueden informarse y opinar sobre las actividades de la Organización. Este órgano de naturaleza plenaria
es el encargado de definir la orientación de la Organización, aprobar su presupuesto y gestión financiera y, en la colaboración con
otros órganos, decidir sobre la admisión, suspensión y exclusión de los miembros.
Su composición es generalmente intergubernamental, esto es, está formado por delegados de los gobiernos de los Estados
miembros, aunque a veces hay excepciones. Su funcionamiento suele inspirarse en el principio de la igualdad de todos los
miembros, aunque también con notables excepciones debido a la ponderación de los votos en algunas Organizaciones. Su
denominación es muy variada (Asamblea General de la ONU; Consejo de Ministros y Comisión en la UE…).
El carácter plenario de este órgano provoca una serie de consecuencias sobre su funcionamiento:
• En primer lugar, en las Organizaciones universales, el número de miembros hará que las reuniones de dichos órganos
sean costosas y no muy eficaces. De ahí la escasa frecuencia de las mismas, que pueden tener una periodicidad anual,
bienal, trienal, cuatrienal e incluso quinquenal. Esta situación también explica que los órganos deliberantes de las
Organizaciones regionales de ámbito continental no se reúnan frecuentemente. Junto a estas sesiones ordinarias, son
convocadas sesiones extraordinarias para debatir problemas concretos (como el del desarrollo o del medio ambiente) o
porque el funcionamiento de la Organización a ojos de la mayoría de sus miembros así lo exige.
• En cambio, en las Organizaciones más restringidas, como es el caso de la Unión Europea, los órganos deliberantes se
reúnen muy frecuentemente. Así, el Consejo de Ministros prácticamente cada semana y la Comisión de modo
permanente con reuniones periódicas de los Comisarios.

Las delegaciones de los Estados miembros en estos órganos pueden alcanzar diferentes niveles de representatividad, puesto que
incluso pueden estar presididas por el Jefe del Estado o Presidente del gobierno de que se trate, como sucede, por ejemplo, con
ocasión de la sesión inaugural de la Asamblea General de las N.U. o en el Consejo Europeo de la U.E.
La ausencia de continuidad que caracteriza la actividad de estos órganos explica que se apoyen en unas comisiones, comités o
grupos de trabajo, de nivel inferior y de composición también plenaria, pero cuyas delegaciones están formadas por funcionarios
de un rango menos elevado o por expertos nombrados por los distintos países. En ellas se prepararán las políticas generales o las
decisiones que luego habrán de adoptar los órganos deliberantes en cada sesión, bien independientemente o en colaboración con
los denominados órganos de decisión.

b) Órganos de decisión
Todas las Organizaciones internacionales deben contar con uno o varios órganos capaces de tomar las decisiones indispensables
para su funcionamiento. En las Organizaciones regionales estos órganos suelen coincidir con los órganos de deliberación y tiene
por tanto una composición plenaria. Así ocurre, por ejemplo, con el Consejo de Europa. En cambio, en las Organizaciones
universales el elevado número de sus miembros exige que esta actividad sea llevada a cabo por un órgano diferente de carácter
restringido, al que sólo tendrán por tanto acceso algunos de los Estados miembros. El número relativamente reducido de
participantes en estos órganos de decisión facilita la continuidad del trabajo, la redacción de los textos y la toma de decisiones en
el terreno normativo o bien en el operacional.
La elaboración de estas decisiones puede ser asumida por un solo órgano. Sería el caso de los Consejos de los Organismos
especializados de las N.U. o bien puede ser atribuida a diferentes órganos entre los que se da cierta relación de jerarquía. Por otra
parte, esta competencia la puede ejercer el órgano determinado por sí mismo o por delegación de otros órganos y puede ser
expresa (esto es, que aparecen atribuidas en el tratado constitutivo de la Organización) o implícita (derivadas del funcionamiento
de la Organización), llegando a alcanzar sus decisiones, en determinadas ocasiones, fuerza obligatoria para los Estados miembros
de la OI de la que se trate, e, incluso, ser directamente aplicables en sus Ordenamientos internos (como los reglamentos
comunitarios de la UE). La denominación de estos órganos es muy variada (Consejo de Seguridad; Consejo de Administración;
Comité Ejecutivo; etc.).
Su composición también es muy diversa, pero por regla general consagra:
• Bien la desigualdad real que existe entre los miembros de una Organización (países que aportan una mayor contribución
económica; por tener una mayor importancia en el comercio mundial; etc.).
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• Bien una distribución geográfica equitativa de puestos.
• O bien una combinación de ambos aspectos.

c) Órganos administrativos
Las Organizaciones internacionales cuentan con un órgano administrativo, compuesto de agentes de la Organización y dirigido
por un Secretario General, un Director General, un Director o un Presidente (según se trate de la ONU, UNESCO, Comisión de
la UE, etc.), nombrado por un período de tiempo determinado, elegido por el órgano deliberante de la Organización por sí o a
propuesta del órgano de decisión.
Las funciones que desarrolla son muy variadas, dependiendo de la Organización de la que se trate, pero entre ellas destacan:
1) Las funciones administrativas. Son las que permiten el funcionamiento cotidiano de la Organización, por ejemplo,
preparación de las reuniones de los diversos órganos y redacción de los correspondientes actos, realización de
traducciones, suministro de información, elaboración del proyecto de presupuesto, mantenimiento de los locales de la
Organización, nombramiento de los funcionarios y agentes encargados de las distintas tareas de Organización.
2) Las funciones de representación. El Secretario General es el más alto funcionario de la Organización y, en muchas de
ellas, es el encargado de representarla en el exterior, de representarla jurídicamente y de celebrar en su nombre los
acuerdos necesarios.
3) Las funciones políticas. En algunas Organizaciones las competencias del Secretario General abarcan la de presentar
propuestas con vistas a la adopción de decisiones por los órganos competentes.
4) Las funciones de ejecución. El órgano administrativo es el encargado de la ejecución de las decisiones adoptadas por la
Organización. En algunos casos puede haber coincidencia entre el órgano que participa en la adopción de la decisión y el
que la ejecuta, como ocurre en el caso de la Comisión de la UE, ofreciendo entonces una imagen hasta cierto punto
cercana a la del gobierno de un Estado.

d) Órganos de control
Diversas Organizaciones están dotadas de órganos de control de sus actividades. Estos órganos pueden ejercer un control jurídico
(son los tribunales de justicia y los tribunales administrativos), un control político (son algunas asambleas parlamentarias) y un
control financiero (son los tribunales de cuentas). Esta función de control significa que dichos órganos son independientes tanto
de los órganos de la Organización como de los gobiernos de los Estados miembros.
• Control jurídico. Puede efectuarse por órganos permanentes (que es la excepción), o por órganos ad hoc creados para
resolver un conflicto concreto de interpretación, aplicación o ejecución del derecho de la Organización.
• Control político. Es el que eventualmente pueden ejercer las asambleas parlamentarias. Hoy en día existen diversas
Organizaciones que cuentan con órganos representativos de las fuerzas políticas de los Estados miembros, pero en todos
los supuestos el tipo de representación que ejercen y las funciones que desarrollan no permiten un control político de la
oportunidad de los actos de los órganos de la Organización. Este control político sólo se produce cuando la Asamblea
parlamentaria representa directamente a los pueblos de los Estados miembros, cuyos ciudadanos eligen a los
parlamentarios por sufragio universal y directo, como es el caso del Parlamento Europeo de la UE, que puede ejercer un
control sobre los actos de los órganos comunitarios e incluso llegar a presentar una moción de censura obligando a la
Comisión Europea a dimitir colectivamente.
• Control financiero. Las Organizaciones internacionales disponen de un presupuesto formado por los recursos propios y/
o por contribuciones obligatorias o voluntarias de los Estados miembros, que va a estar sometido a mecanismos de
control. Este control lo suelen ejercer órganos subsidiarios de la Organización o bien órganos establecidos en el tratado
constitutivo de la Organización, como es el caso del Tribunal de Cuentas de la UE, encargado de examinar las cuentas, la
regularidad y la buena gestión financiera de los ingresos y gastos de la Comunidad Europea.
e) Órganos consultivos
Algunas Organizaciones prevén órganos donde van a estar representados los intereses económicos y sociales de sus Estados
miembros. Sus componentes son nombrados por acuerdo unánime del órgano deliberante de la Organización de una lista
propuesta por cada Estado miembro, y van a desarrollar una función de carácter consultivo. Existen igualmente Organizaciones
que establecen órganos consultivos donde van a estar representados intereses regionales o locales de los Estados miembros.

3. LA FORMACIÓN DE LA VOLUNTAD DE LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES


La Organización va a ser capaz de elaborar una voluntad jurídica diferente e independiente de la de sus Estados miembros. La
voluntad así formada se expresará a través de la adopción de decisiones por sus órganos que le serán directamente imputables a la
Organización.
Al definir las Organizaciones internacionales poníamos especial énfasis en uno de sus rasgos característicos: el representado por
su capacidad para expresar una voluntad jurídica distinta e independiente de la de sus Estados miembros. Pues bien, esta voluntad
propia de la Organización va a formarse en el seno de su estructura institucional, pudiendo participar en este proceso uno o varios
de sus órganos. Esta voluntad va a plasmarse en unos actos jurídicos de denominación diversa que conforman el Derecho de la
Organización.

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En este apartado vamos a examinar los distintos procedimientos de aprobación de las decisiones a través de las cuales se
manifiesta la voluntad de la Organización. Estos procedimientos aparecen definidos en las reglas de la Organización, esto es, en
su instrumento constitutivo, completados por los actos de derecho derivado adoptado por sus órganos y por la práctica
establecida por la Organización.
Ello quiere decir que cada Organización establecerá sus propios procedimientos, los órganos que deben participar en el mismo y
las modalidades de votación que en ellos se desarrollen. No obstante, se pueden identificar tres grandes procedimientos: el de
unanimidad, el de la mayoría y el del consenso.

A) La unanimidad
Las primeras Organizaciones adoptaron el método de la regla de la unanimidad, respetuosa de la soberanía de los Estados
miembros. Este método tiene como principal inconveniente el que cada Estado miembro goza de un derecho de veto, lo que
puede hacer muy difícil la adopción de decisiones, sobre todo en las Organizaciones con un importante número de miembros, y
llevar a la paralización de la misma.
Con la evolución de las Organizaciones internacionales, la exigencia del consentimiento de todos los Estados miembros propia de
la regla de la unanimidad estricta va a conocer ciertas moderaciones destinadas a reducir su efecto paralizador. De este modo,
fueron apareciendo distintos métodos destinados a suavizar el carácter riguroso de la regla de la unanimidad. Éste ha sido el
objetivo del denominado método de la disidencia, según el cual la decisión adoptada sólo es aplicable a aquellos Estados
miembros que hayan votado a favor de la misma, de manera que los Estados que votan en contra o se abstengan en la votación se
sustraen de su ámbito de aplicación, pero no impiden que ésta se adopte válidamente.
Ahora bien, no todo en la regla de la unanimidad son desventajas, puesto que, al plasmar el principio de igualdad entre los
miembros, va a proporcionar una garantía a las pequeñas potencias frente a la influencia de las grandes. Además, se trata de un
procedimiento que fomenta la negociación y el compromiso y garantiza que ningún miembro vaya a verse obligado por una
resolución adoptada sin su consentimiento.

B) La mayoría
La generalidad de las Organizaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial prevén que sus órganos adopten las decisiones
por mayoría. Esta mayoría puede ser simple (mitad más uno de los votos emitidos) o cualificada, según el órgano de que se trate
y según la materia sobre la que se delibere (2/3 de los votos o una mayoría aún más importante en la que intervengan Estados
representativos de todos los grupos existentes en la Organización).
Este procedimiento va obviamente a facilitar la aprobación de las resoluciones, pero tiene como inconveniente, sobre todo en las
Organizaciones que cuentan con muchos miembros, que pueden convertirse en decisiones puramente formales difíciles de aplicar
a los Estados en situación de minoría.
Para tratar de evitar estos inconvenientes, se han introducido en ciertas Organizaciones distintos correctivos. Entre ellos
destacamos el de la ponderación de los votos y el del derecho de veto:
• Ponderación de votos. A la hora de calcular las mayorías se puede partir del principio igualitario «un Estado, un voto», o
bien, teniendo en cuenta la desigualdad real existente entre los miembros de la Organización, ponderar estos votos
proporcionando de este modo a los Estados un número de votos en consonancia con la importancia que tienen en la
Organización. Los criterios utilizados para la distribución de los votos son muy diversos.
• Derecho de veto. El segundo sistema que se ha utilizado para moderar la regla de la mayoría es el del derecho de veto, del
que disfrutan ciertos Estados miembros, como sucede con los cinco Estados miembros permanentes del Consejo de
Seguridad de las N.U., que pueden impedir cada uno de ellos, con su voto negativo, la adopción de decisiones que exigen
una mayoría de votos de los miembros de este órgano.

C) El consenso
El método del consenso o acuerdo general consiste en la adopción de una decisión dentro de los órganos de las Organizaciones
sin recurrir a la formalidad de la votación. Para ello el Presidente del órgano de que se trate o el portavoz de un grupo de Estados
miembros del mismo, negocia un proyecto de texto con las distintas delegaciones o grupos de Estados, hasta que constata que
este proyecto no suscita ninguna objeción importante por parte de ninguno de ellos y declara que la decisión puede ser adoptada
por consenso. Constituye, por tanto, un método basado en el diálogo y el compromiso entre grupos de Estados (por ejemplo,
entre países industrializados y países en desarrollo), que favorece la búsqueda de fórmulas aceptables por todas las partes en la
negociación, lo que lleva a veces a textos de contenido vago o ambiguo que puede prestarse a interpretaciones diversas.

LECCIÓN 37. LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS


1. IDEAS GENERALES
La Organización de las Naciones Unidas (ONU, NU) es el intento más amplio en la historia de la Humanidad de crear una OI que
pretende mantener la paz y la seguridad internacionales como el primero y principal de sus propósitos. La ONU constituye el más
claro ejemplo de organización de ámbito universal, ya que, en la actualidad, tras un amplio proceso de incorporación de nuevos
miembros, está integrada por la práctica totalidad de los Estados existentes.

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La ONU es una OI creada por los Estados a través de su Tratado constitutivo, conocido por Carta de las Naciones Unidas o
Carta de San Francisco, y forma una estructura política internacional capaz de transformarse e, incluso, podría jurídicamente
desaparecer, si bien esta última eventualidad no se prevé en su Tratado constitutivo, cuya vigencia teóricamente es indefinida.

2. ANTECEDENTES DE LAS NACIONES UNIDAS


La ONU no surgió de forma improvisada, sino a través de un proceso laborioso en el que se fue preparando la base social sobre
la que había de asentarse el instrumento jurídico en que se concretó. Entre los antecedentes remotos, la experiencia de la
Sociedad de Naciones (SDN) es el más cercano a la actual ONU.
Los antecedentes directos de la nueva Organización los encontramos en diversas declaraciones formuladas por las Potencias
aliadas a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, a saber: la Declaración de los Aliados (1941); la Carta del Atlántico (1941); la
Declaración de Washington o de las Naciones Unidas (1942); la Declaración de Moscú (1943).
Como fruto de las anteriores Declaraciones y de los trabajos abordados directamente en las Conferencias de Dumbarton Oaks y
Yalta, finalmente se celebró la Conferencia de San Francisco, que tuvo lugar en 1945 y en la que participaron cincuenta Estados.
La Conferencia se dividió en cuatro Comités generales y en cuatro Comisiones, que trabajaron sobre la base de un copioso
número de documentos que le permitieron alcanzar un acuerdo rápido. El resultado de la Conferencia fue la adopción de la Carta
de las Naciones Unidas y el Estatuto del Tribunal Internacional de Justicia, que figura como anexo y es parte integrante de la
misma. Ambos instrumentos fueron firmados en 1945 y entraron en vigor el mismo año.

3. NATURALEZA JURÍDICA DE LA CARTA


Desde los más antiguos comentaristas destacados de la Carta se planteó el problema de si ésta supone un simple tratado
internacional o más bien se trata de una Constitución. Este término es usado en el mismo sentido de las Constituciones internas
de los Estados.
Desde el punto de vista formal es innegable que nos encontramos ante un Tratado internacional. No obstante éste ofrece algunas
particularidades especiales, como por ejemplo:
• La necesidad de que para su entrada en vigor fuera ratificado por los llamados «Cinco grandes» de la Organización (los
Miembros Permanentes del Consejo de Seguridad).
• La superioridad de la Carta respecto a los demás Tratados concluidos por sus Miembros, que viene establecida en su
artículo 103 al prescribir que «En caso de conflicto entre las obligaciones contraídas por los Miembros de las Naciones
Unidas en virtud de la presente Carta y sus obligaciones contraídas en virtud de cualquier otro convenio internacional,
prevalecerán las obligaciones impuestas por la presente Carta».
Dicho precepto plantea el problema de la incompatibilidad de los acuerdos concluidos por los miembros y las obligaciones
dimanantes de la Carta,

Las peculiaridades que la Carta presenta son evidentes, pero, a nuestro juicio, no permiten sostener que se trate de una
Constitución, con los efectos que las constituciones tienen en el Derecho Constitucional interno. Se trata, evidentemente, de un
Tratado sui generis, pues además de los efectos constitutivos que para la ONU tiene, a la Carta ha querido dotársele de la
característica especial de declarar la superioridad de sus obligaciones sobre cualquier otra obligación contraria a las mismas, que
hubiese sido contraída con anterioridad o a posteriori de dicha Carta. Todo ello con independencia de que pueda considerarse que
los arts. 1 y 2, en cuanto incluyen propósitos y principios que se aplican a toda la Comunidad Internacional, tengan naturaleza de
constitución en el sentido sustantivo y no jurídico-formal del término.

4. REFORMA Y REVISIÓN DE LA CARTA


La Carta prevé dos procedimientos para ser modificada: la reforma y la revisión. Ambos procedimientos, aunque conducen a un
mismo fin, son regulados de forma distinta y se les exigen requisitos diferentes.

A) Reforma
La reforma de la Carta está prevista en el art. 108, cuando dice que «Las reformas a la presente Carta entrarán en vigor para
todos los miembros de las Naciones Unidas cuando hayan sido adoptadas por el voto de las 2/3 partes de los miembros de la
Asamblea General y ratificadas, de conformidad con sus respectivos procedimientos constitucionales, por las 2/3 partes de los
miembros de las Naciones Unidas, incluyendo a todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad».
Como vemos en el último párrafo del artículo, surge un derecho de veto en la fase de ratificación de las reformas adoptadas, pues
se requieren las ratificaciones de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad.
En el supuesto de que una reforma de la Carta hubiera sido aprobada y posteriormente ratificada por el quórum, dicha reforma
resulta obligatoria para todos los miembros de la Organización, incluidos los que se hubieran opuesto a la misma. Dichos
miembros se verían en la alternativa de acatar dicha reforma o retirarse de la Organización, perdiendo su status.
En la práctica de la Organización se han realizado 3 reformas de la Carta por el procedimiento previsto en el art. 108 de la
misma. La primera fue aprobada por la A.G. el 17 de diciembre de 1963 y entró en vigor el 31 de agosto de 1965. La segunda fue
aprobada por la A.G. el 20 de diciembre de 1965 y entró en vigor el 12 de junio de 1968 y reformó el art. 109. La tercera reforma

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fue aprobada por la A.G. el 20 de diciembre de 1971 y entró en vigor el 24 de septiembre de 1973, afectando una vez más al art.
61.

B) Revisión
Este procedimiento se reglamenta en su art. 109 e implica la convocatoria de una Conferencia general. La convocatoria de la
misma, así como el lugar y fecha de su celebración, habrá de acordarse por el voto de las 2/3 partes de los miembros de la AG y
por el voto de cualesquiera 9 miembros del Consejo de Seguridad. Para la adopción de las modificaciones se requiere el voto
favorable de las 2/3 partes de los miembros de las N.U., incluyendo todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

En cualquier caso, lo que no podemos dejar de constatar es que, pese a diversas propuestas e intentos habidos, hasta la fecha no
ha existido consenso suficiente para llevar a cabo una revisión de la Carta a través de una Conferencia de revisión.
El intento más serio hasta la fecha llevado a cabo en este sentido se hizo con ocasión del 60 aniversario de la Organización. El
origen se encontró en el informe presentado a la Asamblea General por el Secretario General, Kofi Annan, el 21 de marzo de
2005 bajo el título «Un concepto más amplio de libertad: desarrollo, seguridad y derechos humanos para todos».
Con posterioridad a la presentación del mencionado informe por el Secretario General, la Asamblea General desarrolló un amplio
debate a lo largo de la primera mitad del año 2005 que terminó finalmente con la celebración de la Cumbre Mundial 2005. La
Asamblea General adoptó la Resolución 60/1, en la que define un nuevo modelo de acción basado en un triple eje integrado por
los conceptos de paz y seguridad, derechos humanos e imperio de la ley, y desarrollo. Estas tres categorías (paz y seguridad,
derechos humanos y desarrollo) se presentan como elementos indisolublemente unidos, que no pueden entenderse en un sentido
puramente formal sino que adquieren un significado sustantivo que, en realidad, integra y sistematiza la mayoría de los
elementos que ya venían siendo aplicados por la Organización en la última década.
Con este nuevo enfoque, las N.U. pretenden responder a los nuevos retos a los que se enfrenta la Organización y frente a los que
no ha sido capaz de responder plenamente en los últimos años, en particular los siguientes: las nuevas formas de amenazas a la
paz y la seguridad internacionales (incluido el terrorismo) y la inoperancia del Consejo de Seguridad; la necesidad de reforzar el
papel de los derechos humanos, la democracia y el imperio de la ley en las relaciones internacionales y, en consecuencia, la
necesidad de superar la crisis por la que atraviesan ciertos elementos del programa de derechos humanos de la Organización; y,
por último, el gravísimo problema de la expansión progresiva de la pobreza, frente a la que las N.U. no ha podido reaccionar
eficazmente a pesar de los sucesivos programas de desarrollo que ha puesto en marcha.
La ambición del nuevo modelo se enfrentó a serias dificultades. Pero, sobre todo, a lo largo de este proceso se puso nuevamente
de manifiesto la práctica imposibilidad de proceder a una revisión formal de la Carta, ante la necesidad de conseguir el voto
favorable de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad.
Finalmente, la Cumbre Mundial 2005 optó por una solución de mínimos, en la que no se pronuncia sobre las reformas formales
de la Carta, dejando en especial para un futuro indeterminado el debate sobre el Consejo de Seguridad. Frente a ello, ha reforzado
los elementos sustantivos del programa futuro de la O.N.U. (paz y seguridad, derechos humanos, desarrollo) y ha encarecido a
los Estados miembros para que, en el seno de la propia Asamblea, alcancen acuerdos sobre algunas cuestiones procedimentales y
orgánicas de gran importancia.
Al cierre de su período de sesiones en diciembre de 2005, los Estados Miembros de las Naciones Unidas ya habían alcanzado un
acuerdo respecto de la Comisión de Consolidación de la Paz, cuya creación fue decidida mediante resoluciones adoptadas el 20
de diciembre de 2005, de forma casi simultánea, por la Asamblea General y el Consejo de Seguridad.

Dentro del marco de reformas procedimentales y orgánicas en el funcionamiento de Naciones Unidas, debemos hacer mención al
Informe presentado por el Secretario General el 7 de marzo de 2006, titulado «Invertir en las Naciones Unidas: en pro del
fortalecimiento de la Organización en todo el mundo», que incluía 23 propuestas de reforma de gran alcance sobre la gestión de
la Secretaría, contienen recomendaciones de largo alcance sobre procesos y estructuras de gestión fundamentales que, una vez
aprobadas por los Estados miembros, están redefiniendo la manera en que funciona la Organización.

Y, en tercer lugar, también fue creado el Consejo de Derechos Humanos.

LOS PROPÓSITOS Y LOS PRINCIPIOS DE LAS NACIONES UNIDAS

1. IDEAS GENERALES
La Carta de las Naciones Unidas se abre al modo tradicional con un preámbulo, en el que se proclaman solemnemente las
intenciones comunes de los países que participaron en la Conferencia de San Francisco. A continuación encontramos el Capítulo
I, titulado «Propósitos y principios», que consta de dos artículos: el artículo 1, dedicado a los «Propósitos» y el art. 2, en el que
se enumeran los «Principios».
Los propósitos y los principios contienen las ideas básicas que han de orientar la actuación de los órganos y de los miembros de
las Naciones Unidas:
• Los propósitos presentan un interés extraordinario para la interpretación teleológica de la Carta y para la individualización de
las competencias implícitas de la Organización.
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• En los principios no sólo encontramos las pautas de conducta a las que deben ajustarse tanto los miembros como la propia
Organización, sino que, además, conforme establece el art. 6, su incumplimiento puede acarrear la expulsión de la
Organización del Estado infractor.

Los principios han sufrido a lo largo de los años de vigencia de la Carta una doble ampliación, vertical y horizontal:
• Vertical -> En su mayor parte han pasado a convertirse en los principios fundamentales del orden internacional, adquiriendo
un valor jurídico que casi puede denominarse de «constitucional» en el ordenamiento jurídico internacional.
• Horizontal -> Dichos principios han ido desarrollándose, modulándose y ampliándose en su contenido conforme ha ido
evolucionando la Comunidad internacional y los valores predominantes en la misma.

En esta tarea destaca la célebre Resolución 2625 (XXV), denominada Declaración sobre los principios de derecho internacional
referentes a las relaciones de amistad y la cooperación entre los Estados de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas.
Por otra parte, el Tribunal Internacional de Justicia ha ido reconociendo la ampliación de los principios, llegando incluso a
calificarlos como constitutivos de derechos oponibles erga omnes y como principios esenciales del ordenamiento jurídico.

2. EL PREÁMBULO DE LA CARTA
La falta de obligatoriedad del Preámbulo de la Carta no supone que éste carezca por completo de relevancia jurídica, ya que el
Preámbulo de un Tratado forma parte del contexto que ha de tenerse en cuenta a los efectos de una correcta interpretación de las
cláusulas convencionales.

3. EL CONTENIDO DE LOS PROPÓSITOS DE LAS NACIONES UNIDAS

A) Ideas generales
El art. 1 de la Carta dice textualmente:
«Los Propósitos de las Naciones Unidas son:
1. Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar
amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y
de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o
situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz.
2. Fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la
libre determinación de los pueblos, y tomar otras medidas adecuadas para fortalecer la paz universal.
3. Realizar la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o
humanitario, y en el desarrollo y estimulo del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin
hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión.
4. Servir de centro que armonice los esfuerzos de las naciones por alcanzar estos propósitos comunes».

La interpretación sistemática de esta disposición permite afirmar, en una visión de conjunto, que el mantenimiento de un estado
de paz y seguridad internacionales es el objetivo prioritario y esencial de las Naciones Unidas, que para conseguirlo se proponen
actuar en dos grandes direcciones: por una parte, mediante una acción sobre las coyunturas de crisis en las relaciones
internacionales, ya se trate de situaciones o controversias que puedan poner en peligro la paz o bien de estadios críticos más
graves como las amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión (párr. 1); de otro lado, mediante una actuación
preventiva dirigida al cambio pacífico y democrático de la Comunidad internacional y que se proyecta en las relaciones políticas
entre sus miembros (párr. 2), pero también en las condiciones materiales de vida y en la dignidad humana de la población de cada
Estado (párr. 3). Se intenta reforzar la discutible aptitud de la Organización para realizar este ambicioso plan mediante el
propósito de servir de centro armonizador de los esfuerzos desplegados a tal fin (párr. 4).

B) La acción coyuntural de pacificación


El objetivo fundamental de la Organización es el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. La ambición de la
Organización no es mantener la paz sólo entre los Estados miembros, sino en el conjunto de la Comunidad internacional. Incluso
la Organización ha actuado ante nuevas amenazas a la paz que no son controversias ni problemas entre Estados, como por
ejemplo, el terrorismo internacional, la proliferación de armas de destrucción masiva o la violación masiva de los derechos
humanos.
El párrafo 1 del art. 1 de la Carta, no se limita a hacer explícito el fin último de la Organización, al que están ordenados todos sus
propósitos, sino que enuncia el primero de ellos, que es la acción coyuntural en una doble vertiente, pues cubre las categorías
tradicionales de la seguridad colectiva y de la solución pacífica de diferencias internacionales. Respecto de esta última, la norma
no contempla todas las diferencias internacionales, sino sólo aquellas susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz. En
cambio, abarca también aquellos problemas de idéntica gravedad para la paz, pero que no pueden calificarse técnicamente como
controversias.

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Sin embargo, debemos señalar que la Carta no ha pretendido establecer un monopolio de las Naciones Unidas en este ámbito de
la acción coyuntural de pacificación. Así, al margen del art. 95, que prevé la posibilidad de acudir a otros tribunales
internacionales distintos al Tribunal Internacional de Justicia, el art. 52 señala expresamente que ninguna disposición de la Carta
«se opone a la existencia de acuerdos u organismos regionales cuyo fin sea entender en los asuntos relativos al mantenimiento de
la paz y la seguridad internacionales». Lógicamente, la Carta regula las relaciones entre la acción de pacificación llevada a cabo
por ella misma y la que pudieran llevar a cabo dichos acuerdos u organismos regionales.

C) La acción estructural de pacificación y democratización de las relaciones internacionales


La doctrina ha prestado gran atención al respecto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los
pueblos que se menciona en el párrafo 2 del art. 1.
El segundo propósito de las Naciones Unidas tiene un contenido más amplio, ya que el respeto a la autodeterminación de los
pueblos se nos presenta como la base para «fomentar entre las naciones relaciones de amistad», objetivo que aparece englobado
en el de «tomar [...] medidas adecuadas para fortalecer la paz universal»
Así concebido, este propósito comprende un elenco de medidas muy amplio, centradas en los aspectos políticos de lo que en el
período de entreguerras se denominaba el cambio pacífico (peaceful change) del statu quo en las relaciones internacionales, ya
que los aspectos económicos y sociales son objeto del párrafo 3 del art. 1.
Habría que encuadrar dentro de este propósito las siguientes funciones:
• Fomentar la cooperación internacional en el campo político e impulsar la codificación y el desarrollo progresivo del Derecho
Internacional, previstas en el artículo 13, párrafo 1, letra a) de la Carta.
• El arreglo pacífico de las situaciones que puedan perjudicar el bienestar general o las relaciones amistosas entre naciones.
• La cuestión de la regulación de los armamentos.
• Las medidas relacionadas con el principio de la igualdad de derechos y la libre determinación de los pueblos, cuya incidencia
transforma la vieja idea del cambio pacífico en auténtico ideal de cambio democrático.

D) La cooperación para el progreso


Este propósito consiste en realizar la cooperación internacional en una amplia serie de materias que presentan como denominador
común el de referirse al progreso, es decir, al incremento del bienestar de la población de cada Estado. En el contenido del
propósito pueden distinguirse dos grandes campos abiertos a la cooperación: las materias económicas, sociales, culturales y
humanitarias, que en la práctica de la Organización han pasado a integrarse en el objetivo global del desarrollo y, a su lado, los
derechos humanos y las libertades fundamentales de las personas. La Carta concibe la cooperación en estas esferas como un
elemento integrante del cambio democrático.

E) La armonización de los esfuerzos por alcanzar los propósitos


El cuarto propósito de las Naciones Unidas presenta un carácter en cierto modo instrumental, ya que se trata de servir de centro
armonizador de los esfuerzos por conseguir los anteriores. La presencia de este propósito se explica en vista de la
descentralización, sobre todo funcional, que prevé la propia Carta, especialmente en el contexto de las funciones relativas a la
cooperación para el progreso.

4. LOS PRINCIPIOS DE LAS NACIONES UNIDAS

A) Ideas generales
Los principios formulados en el art. 2 de la Carta constituyen el marco general de obligaciones en el que ha de desenvolverse la
actuación de los órganos y de los miembros de las Naciones Unidas. Estos principios han sido desarrollados directamente tanto
por la Asamblea General como por las conferencias mundiales por ella convocadas.

B) Principios enumerados explícitamente en la Carta

a) El principio de la igualdad soberana de los Estados


El primer principio que recoge el art. 2, párrafo 1, de la Carta es el de que «La Organización está basada en el principio de la
igualdad soberana de todos sus miembros».
Este principio presenta dos aspectos muy relacionados entre sí:
1) Se proclama en él que los Estados miembros conservan su soberanía, sobre la que se sustenta la Organización. De ahí
que las Naciones Unidas no puedan ser consideradas como un Estado ni, aun menos, como un «super-Estado», lo cual ha
sido indicado con toda claridad por el Tribunal Internacional de Justicia.
2) La igualdad jurídica entre los Estados soberanos. En palabras del profesor Diez de Velasco, esta igualdad «debe
entenderse como "igualdad ante la ley", es decir, que todos los Estados son iguales ante el Derecho Internacional». No
se trata, por tanto, de una igualdad fáctica. Las desigualdades de hecho entre los Estados son inmensas y, además,
presentan caracteres muy distintos a los de la desigualdad entre las personas humanas.

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El anunciado de este principio en la Resolución 2625 se pronuncia en términos muy parecidos, si bien agrega dos elementos muy
vinculados a la doctrina de la coexistencia pacífica: el deber de cada Estado de vivir en paz con los demás Estados; y el derecho a
elegir y a llevar adelante libremente su sistema político, social, económico y cultural.

b) El principio de buena fe
Este principio se refleja en la Resolución 2625 (XXV) con el siguiente título: «El principio de que los Estados cumplirán de
buena fe las obligaciones contraídas por ellos de conformidad con la Carta». Este título parafrasea los términos del art. 2,
párrafo 2, de la Carta.
La Resolución 2625 presenta aspectos de notable interés. En general, supone la reafirmación de que los Estados deben cumplir de
buena fe tanto las obligaciones dimanantes de acuerdos internacionales como aquellas otras «contraídas en virtud de los
principios y normas de derecho internacional generalmente reconocidas».
Respecto de las obligaciones convencionales, la Resolución expresa el deber de cumplir de buena fe las nacidas de acuerdos
internacionales válidos, mientras que el art. 26 del Convenio de Viena sobre el Derecho de los tratados hace lo propio respecto de
todos los Tratados en vigor.

c) El principio del arreglo pacífico de las controversias


El título de este principio en la Resolución 2625 (XXV) es el de «El principio de que los Estados arreglarán sus controversias
internacionales por medios pacíficos de tal manera que no se pongan en peligro ni la paz y la seguridad internacionales ni la
justicia». Este título corresponde al texto del art. 2, párrafo 3 de la Carta, con la única salvedad de sustituir la expresión «los
miembros de la Organización» por la de «los Estados», cambio éste que apunta a la universalidad el principio.

Tal como aparece desarrollado en la Resolución 2625, este principio comprende dos obligaciones fundamentales:
Obligación de hacer. La primera es la obligación de las partes en una controversia de darle una solución por medios pacíficos,
solo se considera cumplida si se procede de modo que «no se ponga en peligro ni la paz y la seguridad internacionales ni la
justicia». No se exige, por el contrario, que la solución sea conforme a las normas jurídicas internacionales normalmente
aplicables, requisito que sería sorprendente, pues hay diferencias internacionales en las que no se debaten problemas de
aplicación o interpretación del Derecho, sino de cambio de la normativa vigente y, además, el propio Derecho Internacional
consagra la licitud de medios de solución basados en el ajuste de intereses y no en la estricta aplicación del Derecho positivo al
caso concreto.
En tal sentido, merece destacarse la reafirmación en el texto que comentamos del «principio de libre elección de los medios», que
supone un margen de libertad tanto mayor cuanto que, por una parte, no se circunscribe a los medios de solución ya
experimentados (la enumeración que de éstos hace la Declaración tiene un simple carácter indicativo, y lo propio sucede con el
art. 33 de la Carta) y que, de otro lado, no se establece en la Declaración una jerarquía o un orden de prioridades entre los medios
de solución conocidos.
Esta amplia libertad conoce, con todo, dos límites en el texto comentado. El primero es la regla de la adecuación de los medios
«a las circunstancias y a la naturaleza de la controversia», que tiene como corolario que, comprobada en un caso concreto la
inidoneidad del medio elegido por las partes, éstas tengan el deber «de seguir tratando de arreglar las controversias por otros
medios acordados por ellas». La segunda limitación deriva de las disposiciones aplicables de la Carta y, en particular, de las
relativas al arreglo pacífico de controversias.

Obligación de NO hacer. La segunda obligación es de no hacer, ya que en el texto del principio obrante en la Resolución se
establece que «Los Estados partes en una controversia internacional, así como los demás Estados, se abstendrán de toda medida
que pueda agravar la situación, de modo que ponga en peligro el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales».

d) El principio de la prohibición de la amenaza o del uso de la fuerza


El uso de la fuerza se ha ido sometiendo a limitaciones o condiciones hasta convertirse en ilícito. Son hitos destacables en este
proceso el Convenio número 2 de la Conferencia de La Haya de 1907, relativo a la limitación de uso de la fuerza para recobrar
las deudas contractuales, el Pacto de la Sociedad de Naciones y, sobre todo, el tratado general de renuncia a la guerra de 27 de
agosto de 1928, conocido como «Pacto Briand-Kellogg».
Según el artículo 2, párrafo 4, de la Carta de las Naciones Unidas «Los miembros de la Organización, en sus relaciones
internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia
política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los propósitos de las Naciones Unidas». Según el
criterio de la Comisión de Derecho Internacional, las normas de la Carta que prohíben el uso de la fuerza constituyen «un
ejemplo patente de normas de Derecho internacional que tienen carácter de ius cogens».
Lo anterior responde a un estado de cosas en el que, si bien es verdad que los Estados no siempre acatan la prohibición de
recurrir a la fuerza en las relaciones internacionales, también es cierto que son los propios Estados quienes han consagrado esta
prohibición en el Derecho internacional y han procedido a codificarla, desarrollarla y reafirmarla en las Resoluciones 2625 y
3314, así como en ciertos textos aprobados fuera del marco de las Naciones Unidas:

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1) El alcance subjetivo del principio viene referido a los Estados individualmente considerados y a los «grupos de
Estados» (Resolución 3314). Por tanto, la prohibición internacional no se extiende a los pueblos.
2) El alcance objetivo del principio engloba los siguientes aspectos:
• La prohibición se circunscribe sólo a la fuerza armada.
• Se considera especialmente grave la comisión de actos de agresión.
• La prohibición del uso de la fuerza se extiende a supuestos en que no existe guerra en el sentido tradicional, tales como
los actos de represalia que impliquen el uso de la fuerza, organizar o fomentar la organización de fuerzas irregulares o de
bandas armadas, incluidos los mercenarios, para hacer incursiones en el territorio de otro Estado u organizar, instigar,
ayudar o participar en actos de guerra civil o en actos de terrorismo, incluida la tolerancia de actividades encaminadas a
la realización de dichos actos, siempre que éstos supongan el uso o la amenaza de la fuerza.
• Es ilícita la amenaza de la fuerza, y no sólo el uso de ella, lo que entre otras cosas convierte en irregular al ultimátum que
consista en una amenaza condicional de la fuerza.
El recurso a la fuerza armada está permitido actualmente sólo cuando se trate de una acción de las Naciones Unidas o autorizada
por ellas, o bien de un supuesto de legítima defensa.

Por otra parte, el «derecho inmanente» a la legítima defensa está reconocido en el art. 51 de la Carta. La defensa armada sólo es
legítima como reacción ante un «ataque armado», y según una añeja jurisprudencia arbitral debe guardar una proporcionalidad
con el ataque frente al que se reacciona. La Carta no da pie para configurar como legítima defensa la respuesta armada ante
presiones de otro carácter, como cortes en los suministros u otras medidas económicas.
Conforme a la jurisprudencia del Tribunal Internacional de Justicia encontramos dos tipos de restricciones, de distinta naturaleza,
respecto al derecho de recurrir a la legítima defensa:
1) Aquellas que son inherentes a la noción misma de legítima defensa y que se encuentran en el derecho consuetudinario, como
son la sumisión del ejercicio del derecho a la legitima defensa a las condiciones de necesidad y de proporcionalidad («la
legitima defensa no justificaría más que medidas proporcionadas a la agresión armada sufrida y necesarias para responder
a la misma»).
2) Las exigencias especificadas en el mismo art. 51 de la Carta, de naturaleza convencional, que exige que «las medidas
adoptadas en ejercicio del derecho de legítima defensa sean inmediatamente comunicadas al Consejo de Seguridad y no
afecten en manera alguna el poder y el deber que tiene el Consejo de Seguridad, en virtud de la Carta, de actuar en todo
momento de la manera que juzgue necesaria para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales».

La legítima defensa puede ser individual o colectiva. En cualquier caso, la jurisprudencia del Tribunal Internacional de Justicia ha
precisado que el ejercicio de la legítima defensa colectiva difícilmente puede concebirse sin que «el Estado en beneficio del cual
dicho derecho va a ejercerse declare que ha sido víctima de un ataque armado».
En conclusión, el principio de prohibición del uso de la fuerza sólo admite excepciones muy tasadas.
Finalmente, debe anotarse que la Resolución 2625 incluye en el enunciado de este principio ciertas reglas complementarias que,
en rigor, se encuadrarían mejor en otros. Entre ellas destacaremos dos: a) la regla de que «no se reconocerá como legal ninguna
adquisición territorial derivada del uso de la fuerza», lo que supone que una de las manifestaciones más brutales de la efectividad
la conquista, resulta hoy inadmisible jurídicamente y b) la regla de que «los Estados deberán realizar de buena fe negociaciones
encaminadas a la rápida celebración de un tratado universal de desarme general y completo bajo un control internacional eficaz, y
esforzarse en adoptar medidas adecuadas para reducir la tirantez internacional y fortalecer la confianza entre los Estados»,
respecto de la que hay que mencionar que, en 1970, España rechazó expresamente que la alusión al desarme reflejara un
principio general del Derecho Internacional .

e) El principio de la asistencia a las Naciones Unidas


El artículo 2, párrafo 5, de la Carta establece que «Los miembros de la Organización prestarán a ésta toda clase de ayuda en
cualquier acción que ejerza de conformidad con esta Carta, y se abstendrán de dar ayuda a Estado alguno contra el cual la
Organización estuviera ejerciendo acción preventiva o coercitiva».
En este precepto, la Carta impone a los Estados miembros dos obligaciones complementarias. No obstante, no se da una exacta
correspondencia entre ellas, pues la primera (prestar ayuda a la Organización) se refiere a cualquier acción conforme con la
Carta, mientras que la omisión de auxilio, objeto de la segunda, sólo se debe cuando las Naciones Unidas ejerzan «acción
preventiva o coercitiva».

f) El principio de la autoridad de las Naciones Unidas sobre los Estados no miembros


De acuerdo con el art. 2, párrafo 6, de la Carta «La Organización hará que los Estados que no son miembros de las Naciones
Unidas se conduzcan de acuerdo con estos principios en la medida que sea necesaria para mantener la paz y la seguridad
internacionales».
Este texto plantea, pero no resuelve, el problema de la autoridad de la Organización sobre los Estados no miembros, en la medida
en que se trata de una disposición convencional que impone obligaciones a terceros Estados con independencia del
consentimiento de éstos.
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g) El principio de la excepción de la jurisdicción interna de los Estados
Conforme al art. 2, párrafo 7, de la Carta «Ninguna disposición de esta Carta autorizará a las Naciones Unidas a intervenir en
los asuntos que son esencialmente de la jurisdicción interna de los Estados ni obligará a los miembros a someter dichos asuntos
a procedimientos de arreglo conforme a la presente Carta; pero este principio no se opone a la aplicación de las medidas
coercitivas previstas en el Capítulo VII (las soberanías estatales deberán inclinarse ante las exigencias del mantenimiento de la
paz)».
La idea de que existe una esfera de materias en las que, en virtud de la soberanía del Estado, no puede penetrar la actuación de
los órganos internacionales (el llamado domaine reservé) arraiga en la práctica internacional a medida que el peligro real de esa
penetración se va haciendo más manifiesto.

C) Principios no enumerados explícitamente en la Carta


Hay tres principios en la Resolución 2625 (XXV) que no están expresamente recogidos en el art. 2 de la Carta de las Naciones
Unidas. Con el título y en el orden en que aparecen en la citada Resolución, son los siguientes:
1) El principio relativo a la obligación de no intervenir en los asuntos que son de la jurisdicción interna de los Estados, de
conformidad con la Carta.
2) La obligación de los Estados de cooperar entre sí, de conformidad con la Carta.
3) El principio de la igualdad de derechos y de la libre determinación de los pueblos.
Los anteriores tres principios deben su resonancia a tendencias que adquirieron fuerza en las relaciones internacionales con
posterioridad a la entrada en vigor de la Carta (la coexistencia pacífica). Junto a estos principios, podemos identificar en la
práctica más reciente otro que podemos considerar hoy consagrado: el principio del respeto de los derechos humanos.

a) El principio de la no intervención
La figura jurídica de la intervención supone «el empleo de una coacción objetivamente capaz de limitar el libre ejercicio de los
derechos soberanos de un Estado sin el consentimiento de éste».
El principio de la no intervención tiene especial raigambre en los Estados latinoamericanos, que han visto en él un principio de
protección jurídica frente a las graves coacciones de que han sido objeto por parte de países europeos y de los Estados Unidos.
Esta tradición jurídica ha dejado su huella en la Resolución 2625.
La formulación general de este principio en la Resolución 2625 es del siguiente tenor: «Ningún Estado o grupo de Estados tiene
derecho de intervenir directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo, en los asuntos internos de cualquier otro. Por tanto,
no solamente la intervención armada, sino también cualesquiera otras formas de injerencia o de amenaza atentatoria de la
personalidad del Estado, o de los elementos políticos, económicos y culturales que lo constituyan, son violaciones del Derecho
internacional».
Los acontecimientos posteriores han puesto nuevamente de actualidad el viejo debate sobre el derecho de injerencia humanitaria.
En el marco de las Naciones Unidas, la Asamblea General va a plantear esta polémica en diversas resoluciones. En estas
Resoluciones, la Asamblea General, junto al reconocimiento de la extrema importancia que para las víctimas de situaciones de
urgencia tiene la asistencia humanitaria, reafirma la soberanía de los Estados afectados y el papel primordial que les corresponde
en la iniciativa, la organización y la puesta en práctica de la asistencia humanitaria en sus respectivos territorios.
No obstante, las crisis producidas en el último decenio del siglo XX en la antigua Yugoslavia, en Ruanda o en Somalia, con su
corte de crímenes de guerra y de crímenes contra la humanidad donde se han mezclado conflictos armados de carácter
internacional e interno, ha hecho entrar en crisis esta aproximación jurídica tradicional al problema de la asistencia humanitaria
con la emergencia del concepto de la «responsabilidad de proteger », entendida como la responsabilidad que tiene no sólo el
Estado, sino la comunidad internacional y todos sus miembros, de proteger a la población del genocidio, de crímenes de guerra,
de la limpieza étnica o de otros crímenes contra la humanidad.
Esta nueva situación ha provocado una fuerte polémica en la doctrina internacionalista. Lo que está en juego no es el derecho de
intervención, sino la obligación colectiva que tienen los Estados de llevar socorro y reparación en las situaciones de urgencia
donde los derechos humanos están en peligro.
Ahora bien, esa obligación colectiva debe articularse a través de las Naciones Unidas y los procedimientos previstos en la Carta.
En realidad, la injerencia autoritaria, aun con móviles humanitarios, sólo parece jurídicamente correcta si ha sido decidida o
autorizada por el Consejo de Seguridad, en aras del mantenimiento de la paz.

En conclusión: todos los miembros de la comunidad internacional pueden ayudar, con respeto del principio de no intervención,
para que el Estado cumpla su responsabilidad de proteger a su población; sólo el Consejo de Seguridad tiene competencia para,
conforme al art. 2.7 de la Carta, ejercer una intervención autoritaria con el ánimo de garantizar la responsabilidad de proteger.

b) El principio de la cooperación pacífica entre los Estados


De acuerdo con el párrafo primero de este principio, contenido en la Resolución 2625, de la Asamblea General de las Naciones
Unidas, de 24 de octubre de 1970, «Los Estados tienen el deber de cooperar entre sí, independientemente de las diferencias en
sus sistemas políticos, económicos y sociales, en las diversas esferas de las relaciones internacionales, a fin de mantener la paz y
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la seguridad internacionales y de promover la estabilidad y el progreso de la economía mundial, el bienestar general de las
naciones y la cooperación internacional libre de toda discriminación basada en esas diferencias».

El mayor mérito del enunciado de este principio en la Resolución 2625 estriba en que lo concibe como una obligación de alcance
universal y de contenido general (es decir, no limitada a la cooperación en el ámbito económico y social) de cooperar en el
mantenimiento de la paz.

c) El principio de la igualdad de derechos y de la libre determinación de los pueblos


Como en los otros principios contenidos en la Resolución 2625, de la Asamblea General de las Naciones Unidas, de 24 de
octubre de 1970, en el párrafo inicial de este principio encontramos su formulación general, al establecer que «En virtud del
principio de la igualdad de derechos y de la libre determinación de los pueblos, consagrado en la Carta de las Naciones Unidas,
todos los pueblos tienen el derecho de determinar libremente, sin injerencia externa, su condición política y de proseguir su
desarrollo económico, social y cultural, y todo Estado tiene el deber de respetar este derecho de conformidad con las
disposiciones de la Carta».
El citado texto permite una afirmación de capital importancia: el derecho a la libre determinación incluye a todos los pueblos, y
no sólo a los pueblos coloniales. Se trata del primero de los derechos humanos reconocidos por los Pactos sobre derechos civiles
y políticos y sobre derechos económicos, sociales y culturales. Ello implica que el derecho a la libre determinación no sólo lo
tienen los pueblos coloniales, sino los pueblos constituidos en Estados o integrados en un Estado. De esta forma, aparece una
doble dimensión de este principio:
1) Una dimensión externa, consistente en poder afirmar su identidad en el ámbito internacional, llegando, en determinados
casos, a constituirse incluso en Estado.
2) Una dimensión interna, íntimamente vinculada con el concepto de democracia y que tiene su más clara expresión en la
Declaración final de la Conferencia de Viena sobre derechos humanos de 1993, en la que se afirma que «la democracia se
basa en la voluntad del pueblo, libremente expresada para determinar su propio régimen político, económico, social y
cultural, y en su plena participación en todos los aspectos de la vida».

El derecho de libre determinación de los pueblos tiene como correlativo el deber de respeto por los Estados. Este deber genérico
va acompañado en la Resolución 2625 de ciertas obligaciones específicas, como son: a) la obligación de cooperar en la
promoción del principio y de asistir a las Naciones Unidas en la aplicación del mismo; b) la obligación de promover el respeto y
la efectividad de los derechos humanos y libertades fundamentales, prevista en el párrafo tercero y cuya inclusión se comprende,
pues sólo mediante el disfrute de los derechos humanos pueden los pueblos decidir libremente su propio destino, y, sobre todo, c)
la obligación de abstenerse de «recurrir a cualquier medida de fuerza» que prive a los pueblos del ejercicio del derecho de libre
determinación. Esta obligación tiene por objeto cualificar la especial gravedad de las violaciones del derecho de los pueblos a su
autodeterminación cometidas mediante medidas de fuerza que tengan por objeto o como resultado la privación del mismo; lo que
explica la licitud del uso de la fuerza por los Estados con otros propósitos y resultados, por ejemplo, para mantener el orden
público.
Este inciso da por supuesto que los pueblos disfrutan de un derecho de resistencia frente al Estado opresor, en la que no hay que
ver una manifestación del derecho inmanente de legítima defensa como excepción a la prohibición del uso de la fuerza, sino, más
simplemente, la corroboración de que esa prohibición va dirigida a los Estados y no a los pueblos.
En el enunciado de este principio aparecen también reglas protectoras de la integridad territorial de los Estados: El objeto de la
primera es la protección de la integridad territorial de los Estados que acomoden su conducta al principio de la libre
determinación frente a cualquier acción dirigida contra ella. La segunda regla tiene un carácter auxiliar: se trata de proporcionar
un indicio que haga menos subjetiva la valoración del cumplimiento del principio por parte de un Estado concreto.
La integridad territorial aparece también tutelada por el último párrafo del enunciado, en el que se prohíbe expresamente a los
Estados «cualquier acción dirigida al quebrantamiento parcial o total de la unidad nacional e integridad territorial de cualquier
otro Estado o país.
La Resolución 2.625 contiene, por último, disposiciones específicas sobre los pueblos coloniales, que toman como base la
condena del colonialismo: el territorio de una colonia u otro territorio no autónomo tiene «una condición jurídica distinta y
separada del territorio del Estado que lo administra» hasta tanto el pueblo colonial ejerza su derecho a la libre determinación.
Con relación a la dimensión interna del principio de libre determinación de los pueblos el principio se traduce en una especie de
derecho a la democracia.

d) El principio del respecto de los derechos humanos


La promoción y el fomento de los derechos humanos quedan vinculados a los principios de la Carta. Esta vinculación queda,
además, sobrepasada por el desarrollo del Derecho Internacional.
La consagración última de la protección de los derechos humanos como «principio» viene manifestada en la Declaración con
motivo del cincuentenario de las Naciones Unidas, aprobada sin votación como Resolución 50/6 de la Asamblea General el 24 de
octubre de 1995. La fórmula recogida en esta Declaración no deja dudas sobre la universalidad de los derechos humanos y la
consideración de la protección de los derechos humanos como principio universal.
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La resolución 50/6 de la Asamblea General del 24 de octubre de 1995, declara:
a) Promover y proteger todos los derechos humanos y las libertades fundamentales, que son inherentes a todos los seres
humanos.
b) Fortalecer las leyes, las políticas y los programas que garanticen la plena participación de la mujer, en condiciones de
igualdad, en todas las esferas de la vida política, civil, económica, social y cultural, así como la plena realización de
todos los derechos humanos y las libertades fundamentales de todas las mujeres.
c) Promover y proteger los derechos de los niños.
d) Garantizar que se protejan los derechos de las personas que puedan ser particularmente vulnerables al maltrato o al
abandono, incluidos los jóvenes, las personas con discapacidades, las personas de edad y los trabajadores migratorios.
e) Promover y proteger los derechos de las poblaciones indígenas.
f) Garantizar la protección de los derechos de los refugiados y de las personas desplazadas.
g) Garantizar que se protejan los derechos de las personas pertenecientes a minorías nacionales, étnicas y otras minorías, y
que estas personas puedan lograr el desarrollo económico y social y vivir en condiciones en que su identidad, sus
tradiciones, sus formas de organización social y sus valores culturales y religiosos sean plenamente respetados.

D) Valores moduladores de los principios


Junto a los principios que hemos analizado, encontramos una serie de «valores» que la comunidad internacional en su conjunto, a
través de los órganos de las Naciones Unidas, va asumiendo como compartidos por todos. Si bien es difícil defender que estos
«valores» constituyen «principios» en sí mismos, sin lugar a dudas modulan o influyen en los principios reconocidos y antes
mencionados.
Es importante recalcar que estos «valores» no constituyen, al menos en la actualidad, «principios de las naciones Unidas con
carácter autónomo» como es el caso de los hasta ahora mencionados, por lo que, en ese sentido, carecen del valor «básico»,
«esencial», «constitucional» o «imperativo» que tienen aquéllos. No obstante, igual que ha ocurrido con alguno de los principios
finalmente consagrados en la Resolución 2625 o en Declaraciones posteriores, es posible que alguno de ellos logre dicho carácter
en fechas no demasiado lejanas. Entre esos valores podemos resaltar los siguientes: la protección del medio ambiente, la
democracia y la economía de mercado:
• Protección del medio ambiente. La consagración de obligaciones de los Estados en este ámbito supone el trazado de
límites a la libertad de organización económica, al tener que hacer compatible el desarrollo económico y la protección
del medio ambiente; compatibilidad que, como ha señalado el Tribunal Internacional de Justicia en el asunto del
Proyecto Gabcikovo-Nagymaros, se traduce en el concepto de desarrollo sostenible. Igualmente, su reconocimiento
implica limitaciones a la soberanía permanente sobre las riquezas y recursos naturales, en la medida en que la regulación
jurídica del medio ambiente se rige por principios como el de obligaciones de conservación y gestión racional o no
apropiación.
• Los valores democráticos. El auge de estos valores también supone, en sí mismo, opciones políticas y límites a la
organización social que se encuentran alejados de la concepción de la soberanía. La democracia se consolida como un
valor fundamental de la actual sociedad internacional, aunque ello no significa que desaparezca o se limite la libertad de
elección de forma de organización política como atributo de la soberanía.
• Economía de mercado. Cada vez aparece con más fuerza la referencia a la aplicación de los principios del mercado en
las resoluciones de la Asamblea General y cuyo reflejo más claro es el Acuerdo relativo a la aplicación de la Parte XI de
la Convención de las Naciones Unidas sobre Derecho del Mar de 10 de diciembre de 1982. Este acuerdo introduce
modificaciones significativas en la Parte XI del Convenio de 1982, especialmente sensible a los valores asumidos como
propios por la comunidad internacional en su conjunto, al regular un espacio declarado Patrimonio Común de la
Humanidad. No obstante, la afirmación de las reglas del libre mercado en el ámbito internacional no implica,
necesariamente, que esas mismas reglas deban regir en el sistema económico interno de los Estados; cada Estado tiene el
derecho soberano a elegir la forma de organización económica que crea oportuna.

LOS MIEMBROS DE LAS NACIONES UNIDAS

1. IDEAS GENERALES
El status de miembro de las Naciones Unidas supone gozar de todos los derechos y estar sometido a todas las obligaciones
dimanantes de la Carta.

2. LA ADQUISICIÓN DEL STATUS DE MIEMBRO DE LAS N.U.: LOS MIEMBROS ORIGINARIOS Y ADMITIDOS
La Carta de las N.U. hace una distinción entre miembros originarios y admitidos. La distinción sólo tiene efectos respecto al
procedimiento de admisión, pues ambas categorías de miembros gozan de los mismos derechos y están sometidos a las mismas
obligaciones.

A) Miembros originarios

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El artículo 3º de la Carta nos dice que «Son miembros originarios de las Naciones Unidas los Estados que habiendo participado
en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre organización internacional celebrada en San Francisco, o habiendo firmado
previamente la Declaración de las Naciones Unidas de 1 de enero de 1942, suscriban esta Carta y la ratifiquen de conformidad
con el artículo 110».
Los miembros originarios de la Organización son los 50 participantes de la Conferencia de San Francisco, además de Polonia,
que no participó en la misma por encontrase en el período de unificación de sus Gobiernos, pero que como firmante de la
Declaración de las N.U. de 1 de enero de 1942 fue considerada como miembro originario. Con ella se eleva a 51 el número de
estos miembros. La Organización quedó abierta a todos los Estados del mundo que reuniesen determinadas condiciones.

B) Miembros admitidos
Los miembros admitidos son todos aquellos que han ingresado o ingresen en las N.U. por medio del procedimiento que se
estipula en el art. 4º de la Carta. Para una mayor claridad en la exposición vamos a examinar por separado las condiciones que
deben reunir para la admisión y el procedimiento reglamentario previsto para la misma.

a) Condiciones de fondo para la admisión


El art. 4º de la Carta, en su número 1º, nos dice que «Podrán ser miembros de las Naciones Unidas todos los demás Estados (se
refiere a los que no son miembros originarios) amantes de la paz, que acepten las obligaciones consignadas en esta Carta y que,
a juicio de la Organización, estén capacitados para cumplir dichas obligaciones y que se hallen dispuestos a hacerlo».
De este artículo se desprende que para entrar en la Organización como miembro «admitido» se requieren cinco condiciones:
1º.La de ser un Estado: debe tener el futuro miembro unas condiciones que no son otras que las de reunir los elementos del
Estado(población, territorio y gobierno). La consecuencia que pudiera engendrar el hecho de la admisión en lo que se refiere al
reconocimiento como Estado de los miembros por el hecho de la admisión ha sido obviada en el sentido de que el pertenecer a la
Organización no lleva implícita la obligación, por parte de todos los miembros de la misma, de mantener relaciones diplomáticas
normales con el Estado admitido y tampoco implica un reconocimiento individual. Por tanto, la admisión supone el
reconocimiento de la personalidad del miembro dentro del ámbito del ordenamiento jurídico particular de la O.N.U., pero no
dentro del ámbito de la C.I. general.
2º.Que el Estado sea amante de la paz.
3º.Aceptar las obligaciones consignadas en la Carta.
4º.Que los Estados estén capacitados para cumplir dichas obligaciones.
5º.Que el Estado, estando capacitado para cumplir las obligaciones, se halle dispuesto a hacerlo.
Las cinco condiciones enumeradas son las únicas que deben tenerse en cuenta por los miembros de las N.U. para votar a favor o
en contra de la admisión de un nuevo miembro. No obstante, en la práctica de la Organización, se ha presentado el problema de
que algún miembro permanente del Consejo de Seguridad (éste fue el caso de la antigua U.R.S.S) hacía depender la admisión de
una condición adicional.

b) El procedimiento de admisión
Además de cumplir los futuros miembros las cinco condiciones examinadas, se requiere que se sometan a un procedimiento de
admisión de orden procesal, que está recogido en el art. 4º, número 2º, de la Carta y dice que «La admisión de tales Estados
como miembros de las Naciones Unidas se efectuará por decisión de la Asamblea General a recomendación del Consejo de
Seguridad».
Como puede verse, para la admisión intervienen dos órganos de las N.U. que deliberan por separado, mediante un acto complejo.
Para que la admisión se realice se requieren dos declaraciones de voluntad.

c) Referencia a casos especiales


Por afectar a la condición de miembros de las N.U. vamos a examinar brevemente la práctica de la Organización en los casos de
unificación o fusión, separación, división o fraccionamiento de sus Estados miembros.
Como ejemplos de fusión tenemos los del Yemen, comunicada a las N.U. con efectos a partir del 22 de mayo de 1992 y de
Alemania con efectos del 3 de octubre de 1992. En ambos casos pasaron a figurar como un solo miembro sin necesidad de
solicitar una nueva admisión del Estado resultante de la unión o unificación.
El supuesto de separación de dos Estados que habían sido independientes y miembros de las N.U. antes de la unión también se
ha dado. Éste es el caso de Siria y Egipto, que decidieron posteriormente separarse. En este caso Egipto conservó el nombre de
R.A.U., continuó como miembro originario de las N.U. y la República Árabe de Siria volvió a ocupar su puesto previa petición y
sin oposición por parte de la Asamblea. Ambos Estados separados figuran en las listas de las N.U. como miembros originarios y
con la fecha de su ingreso inicial.
Por el contrario, en los casos de división, escisión o fraccionamiento de un Estado miembro, la práctica ha sido distinta que en el
caso de separación que acabamos de examinar. Tanto en el caso de división de la India —miembro originario— para dar lugar a
los dos Estados de India y Pakistán como en los casos de escisión de Singapur de la Federación Malaya —hoy Malasia— y en el
de Bangladesh del Pakistán, la práctica ha sido uniforme y consiste en que el nuevo Estado debe solicitar ser admitido como
miembro de la Organización, continuando con su status de miembro el Estado objeto de la escisión. Un caso de fraccionamiento
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nos lo ha dado la antigua U.R.S.S. La Federación Rusa ha sucedido a la U.R.S.S. como miembro de la O.N.U. y también como
miembro permanente del Consejo de Seguridad, sin necesidad de solicitar una nueva admisión. Ucrania y la antigua Bielorrusia
—hoy Belarús— tampoco han tenido que solicitarla por ser ya miembros originarios. Las demás Repúblicas ex soviéticas han
tenido que solicitar la admisión, que se ha producido en todos los casos.
Un caso diferente es el de la antigua Yugoslavia. Su desintegración en seis Estados supuso, en opinión de las Naciones Unidas, la
desaparición del antiguo Estado miembro originario y la aparición de seis Estados nuevos a todos los cuales se obligó a pedir la
admisión para ser Estado miembro admitido. Los intentos de la República Federativa de Yugoslavia (Serbia y Montenegro) de
proclamarse sucesor de la antigua República Federativa Socialista de Yugoslavia y reivindicar su pertenencia a la Organización
sin necesidad de someterse al procedimiento de admisión, no fueron aceptados por la Organización. Sin duda, en esta actitud de
las Naciones Unidas pesaron a la vez argumentos jurídicos y políticos, pues en la intención de la Organización estaba valorar
rigurosamente el quinto requisito analizado (estar dispuesto, a juicio de la Organización, a cumplir las obligaciones derivadas de
la Carta) respecto de un Estado que se encontraba sometido a medidas coercitivas por el C. de S. (Consejo de Seguridad). Ello
provocó que Serbia no pidiera la admisión hasta normalizar sus relaciones en el año 2000, pese a que Eslovenia, Bosnia
Herzegovina y Croacia pidieran la admisión en 1992 y Macedonia en 1993. Cuando en 2006 se separó de Serbia la República de
Montenegro, sí se consideró a Serbia como sucesora de la R.F.Y.
Por motivos diferentes a los de la antigua Yugoslavia, también se consideró desaparecido el Estado de Checoslovaquia como
miembro originario. En este caso, fueron los dos Estados sucesores los que, de común acuerdo, comunicaron a las Naciones
Unidas que la República Checa y Eslovaca dejaría de existir el 31 de diciembre de 1992 y que tanto la República Checa como
Eslovaquia, en tanto que sucesores, requerían su admisión como miembros de las Naciones Unidas.

C) Miembros actuales de las Naciones Unidas


Con la admisión de Montenegro en 2006, el número de miembros de las Naciones Unidas se ha elevado a 192.
Lista de miembros: http://www.un.org/es/member-states/index.html

3. LA SUSPENSIÓN DE LOS DERECHOS Y PRIVILEGIOS INHERENTES AL STATUS DE MIEMBRO


Según el art. 5º de la Carta «Todo miembro de la Organización de las Naciones Unidas que haya sido objeto de acción preventiva
o coercitiva por parte del Consejo de Seguridad podrá ser suspendido por la Asamblea General, a recomendación del Consejo
de Seguridad, del ejercicio de los derechos y privilegios inherentes a su cualidad de miembro. El ejercicio de tales derechos y
privilegios podrá ser restituido por el Consejo de Seguridad».
Esto supone que se suspende a los miembros de sus derechos y privilegios, pero no de sus obligaciones y, entre los primeros,
cabe resaltar el derecho de voto en la Asamblea y el de participación en los órganos de las N.U. de que formen parte.
La medida de suspensión debe ser tomada por la AG, pero a recomendación del C. de S.

4. LA PÉRDIDA DEL STATUS DE MIEMBRO: LA EXPULSIÓN Y LA RETIRADA VOLUNTARIA


El artículo 6º de la Carta prevé la expulsión de todo miembro «que haya violado repetidamente los principios contenidos en la
Carta». La práctica de las N.U. no nos ofrece ningún ejemplo de que se haya llevado a cabo dicha medida.
La medida de expulsión debe ser tomada por la AG, pero a recomendación del C. de S.
La retirada voluntaria no está prevista en la Carta, pero las NU no parecen poner impedimento a ello.

LOS ÓRGANOS DE LAS NACIONES UNIDAS (1ºsemana)

1. IDEAS GENERALES
Dentro del conjunto de las Organizaciones Internacionales, la ONU es la que tiene una estructura más compleja. A esta
complicación se ha llegado por un proceso de crecimiento que ha venido forzado por diversos factores.
Los redactores de la Carta de N.U. no proyectaron su completa estructura, más bien al contrario. Se limitaron a regular solamente
6 órganos principales, pero autorizaron expresamente la posibilidad de que se crearan por dichos órganos principales otros de
carácter subsidiario.

2. ÓRGANOS PRINCIPALES Y SUBSIDIARIOS: IDEAS GENERALES SOBRE LA DISTRIBUCIÓN DE


COMPETENCIAS
Los órganos principales de las Naciones Unidas son seis: la Asamblea General (A.G.), el Consejo de Seguridad (C. de S.), el
Consejo Económico y Social (E.C.O.S.O.C.), el Consejo de Administración Fiduciaria (C.A.F.), la Secretaría General (S.G.) y el
Tribunal Internacional de Justicia (T.I.J.). En relación con los mismos, el criterio central que presidió la redacción de la Carta de
las N.U. fue el de llegar a una clara división funcional y a un equilibrio institucional. A cada órgano principal se le encomendaron
determinadas funciones específicas aunque no todos los órganos principales tienen el mismo nivel de autonomía institucional,
Los arts. 60; 85, número 2.°, y 83, número 3.°, muestran claramente la subordinación del Consejo Económico y Social y del
Consejo de Administración Fiduciaria a la Asamblea General y también, aunque parcialmente, al Consejo de Seguridad.

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Así, en relación con el reparto de funciones, en primer lugar, y pese a la competencia orgánica diferenciada, existe un órgano
principal — la Asamblea General— cuyo poder deliberante es prácticamente omnímodo, ya que está facultada por el art. 10 para:
«discutir cualesquiera asuntos o cuestiones dentro de los límites de esta Carta o que se refieran a los poderes y funciones de
cualquiera de los órganos creados por esta Carta, y salvo lo dispuesto en el art. 12, podrá hacer recomendaciones sobre tales
asuntos [...]».
Al lado de la A.G. como órgano de representación universal (forman parte de ella todos los Miembros) y competencias
generales, aparecen tres Consejos de composición restringida y a los que se encomiendan funciones específicas directamente
vinculadas con los principales propósitos de la Organización establecidos en el artículo 1 de la Carta: mantener la paz y la
seguridad internacionales (el C. de S.), realizar la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales de
carácter económico, social, cultural o humanitario, y en el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos y a las
libertades fundamentales de todos (el ECOSOC) y la supervisión internacional de la administración de territorios, bajo el
régimen de administración fiduciaria, hasta el ejercicio del derecho de libre determinación (el C.A.F.)
Los otros dos órganos principales tienen atribuidas, principalmente, la función judicial (el T.I.J.) y la función administrativa de la
Organización (la S.G.)
Dentro de los 6 órganos principales de las N.U. definidos como tales por el artículo 7 de la Carta, podemos distinguir diversas
categorías según su mayor o menor autonomía:
1) Órganos principales autónomos. Son la Asamblea General (AG), el Consejo de Seguridad (C. de S.) y el Tribunal
Internacional de Justicia (TIJ). Ello supone que en el ejercicio de sus competencias son independientes de cualquier otro
órgano, salvo determinadas limitaciones y aquellas conexiones que señalaremos, pero que no son suficientes per se como
para privarles de sus caracteres de principales y autónomos.
2) Órganos de dudosa autonomía. Junto a los tres órganos anteriores existen dos cuya autonomía es dudosa: el Consejo
Económico y Social y la Administración Fiduciaria:
• Al Consejo Económico y Social (ECOSOC) le corresponden las funciones referentes a la cooperación económica y
social de forma subordinada, ya que se estipula en el art. 60 de la Carta que éstas son propias de la AG y, bajo la
autoridad de ésta, del ECOSOC. Su falta de autonomía es evidente.
• El Consejo de Administración Fiduciaria (CAF). Ayudará a la Asamblea, bajo la autoridad de ésta, en el desempeño de
las funciones dimanantes de la administración fiduciaria y al Consejo de Seguridad en lo referente a las «Zonas
estratégicas». Por tanto, su falta de autonomía también en evidente.
3) Órgano con autonomía reducida. Finalmente es calificado por la Carta como órgano principal el Secretario General, pero
su autonomía de derecho es muy reducida y sus funciones están configuradas con el carácter de auxiliares, ya que se le
encomienda la misión de ser Secretario de la A.G. y de los tres Consejos y se añade que «desempeñará las demás funciones
que le encomienden dichos órganos» (art. 98). Esta situación ha sufrido, en el curso de los últimos años, un cambio muy
profundo, al encomendársele cada vez mayor número de funciones políticas y diplomáticas en las que actuó de hecho con
una grande y evidente autonomía.

Junto a los seis órganos principales encontramos una pléyade de órganos subsidiarios creados por dichos órganos principales.
La complicación orgánica de las N.U. se ha llevado a cabo por medio de la multiplicación de los órganos subsidiarios al amparo
de la autorización expresa contenida en el art. 7, núm. 2º de la Carta, que faculta para «establecer», de acuerdo con las
disposiciones de la misma, los órganos «que se estimen necesarios». De esta facultad se ha venido haciendo un uso muy amplio
bajo diversas denominaciones, tales como comisiones, comités, órganos y organismos subsidiarios y auxiliares. Los arts. 22, 29,
68 y 47, número 4º, facultan expresamente a la AG, Consejo de Seguridad, al ECOSOC y al Comité de Estado Mayor para la
creación, respectivamente, de estos órganos subsidiarios. Por otra parte, los propios órganos subsidiarios han sido facultados en
algunas ocasiones para crear a su vez órganos subsidiarios.
Las normas que autorizan la creación de órganos subsidiarios han sido interpretadas con una gran amplitud. Ni el número, ni sus
competencias, ni la designación de «subsidiarios» debe ser entendida en el sentido de que sean «necesariamente» secundarios. La
subsidiariedad viene marcada por el procedimiento por el que han nacido y por la dependencia del órgano que los ha creado, pero
no por sus competencias.

3. ÓRGANOS PRINCIPALES: COMPOSICIÓN, FUNCIONAMIENTO Y COMPETENCIAS

A) LA ASAMBLEA GENERAL x 4
La AG es un órgano principal autónomo de competencia general de las Naciones Unidas.

a) Composición
Está compuesta por todos los miembros de la Organización, que se hacen representar en la misma por medio de 5 delegados y un
número igual de suplentes.

b) Funcionamiento

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Su funcionamiento no es permanente, ya que se reúne una vez al año en sesión ordinaria, generalmente el tercer martes de
septiembre. Puede también reunirse en sesiones extraordinarias cada vez que las circunstancias lo exijan, o en sesiones
extraordinarias de emergencia, a petición del C. de S. o de la mayoría de los miembros de las N.U. en uso de la Resolución
«Unión pro Paz», de 3 de noviembre de 1950.
Las decisiones en cuestiones importantes, que son las enumeradas en el art. 18, número 2º de la Carta, serán tomadas por mayoría
de dos tercios de los miembros presentes y votantes. En el resto de las cuestiones rige la regla de la simple mayoría de presentes
y votantes.
El trabajo de la AG se lleva a cabo en pleno o bien a través de Comisiones. Así, una vez concluido el debate general con el que
inicia su período de sesiones, la AG empieza a examinar los temas sustantivos de su programa. Dada el gran número de
cuestiones que ha de examinar, la Asamblea asigna a las 6 Comisiones Principales los temas pertinentes de su labor. Son estas
Comisiones quienes someten los proyectos de resolución y decisión a la consideración de la Asamblea, reunida en sesión
plenaria. Las Comisiones principales son:
a) Primera Comisión -> Desarme y Seguridad Internacional. se ocupa exclusivamente de cuestiones del desarme y otras
cuestiones relacionadas con la seguridad internacional.
b) Segunda Comisión -> Asuntos Económicos y Financieros.: se ocupa exclusivamente de cuestiones económicas.
c) Tercera Comisión --> Asuntos Sociales, Humanitarios y Culturales: se ocupa exclusivamente de cuestiones sociales y
humanitarias.
d) Cuarta Comisión --> Política Especial y de Descolonización: que trata una variedad de asuntos políticos que no son
abordados por la Primera Comisión y también se ocupa de la descolonización
e) Quinta Comisión ---> Asuntos Administrativos y Presupuestarios: se ocupa exclusivamente de los aspectos
administrativos y presupuestarios de las Naciones Unidas;
f) Sexta Comisión -----> Jurídica: se ocupa exclusivamente de cuestiones jurídicas internacionales.

Además, son de destacar las dos Comisiones de procedimiento:


− La Mesa de la AG. Está formada por el Presidente de la AG, 21 Vicepresidentes y los Presidentes de las seis Comisiones
Principales. Se reúne periódicamente a lo largo de cada período de sesiones para examinar los progresos de la Asamblea
General y sus comisiones y hacer recomendaciones a fin de acelerarlos.
− La Comisión de Verificación de Poderes. Está integrada por 9 miembros y tiene como mandato examinar las
credenciales de los representantes de los Estados miembros e informar a la Asamblea General.
c) Competencias
La AG tiene una competencia general y varias específicas:
• Competencia general. Faculta a la Asamblea para discutir cualquier asunto o cuestión referente a los poderes y
funciones de los órganos de la ONU.
• Competencias específicas. Engloba muchas funciones, entre ellas, las siguientes:
a) Considerar los principios generales de la cooperación en el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales,
inclusive los principios del desarme y regularización de armamentos.
b) Recomendar medidas para el arreglo pacífico de cualquier situación, sea cual sea su origen, que pueda perjudicar las
relaciones amistosas entre los Estados.
c) Promover estudios y hacer recomendaciones para promover la cooperación internacional en el campo político.
d) Promover e impulsar el desarrollo progresivo del Derecho Internacional y su codificación.
e) Recibir y considerar los informes anuales del Secretario General.
f) Recibir y considerar los informes del C. de S. y de los demás órganos de las N.U.
g) Admitir, suspender y expulsar a los miembros de la ONU.
h) Fijar las cuotas o contribuciones de los miembros de la Organización para sufragar los gastos de la misma.
i) Examinar y aprobar el presupuesto de la Organización.
j) Dictarse su propio reglamento interno.
k) Establecer órganos subsidiarios.
l) Fomentar la cooperación internacional en materias de carácter económico, social, cultural, educativo, sanitario, etc.
m) Ayudar a hacer efectivos los derechos humanos y libertades fundamentales de todos.
n) Aprobar los acuerdos de administración fiduciaria y sus modificaciones y reformas.
o) Considerar los resúmenes y análisis hechos por el Secretario General sobre las informaciones de los Estados que
administren territorios no autónomos.
p) Examinar las propuestas de los organismos especializados y hacerles recomendaciones a éstos.
q) Elegir los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad, a todos los miembros del ECOSOC, a los Jueces del
TIJ y al Secretario General.
r) Adoptar las reformas de la Carta y convocar la Conferencia General para su revisión.

Las funciones descritas, a título meramente enunciativo y sin pretensiones de haberlas agotado, ponen de manifiesto claramente
la amplitud de las cuestiones que caen bajo la competencia de la AG. Esto trae como consecuencia la necesidad de crear un
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aparato orgánico muy complicado de comisiones y subcomisiones, comités y órganos subsidiarios que faciliten las tareas
encomendadas a la AG y que la ayuden en la preparación de los asuntos que sean discutidos en sus sesiones en unos casos y, en
otros, que sirvan para llenar el vacío que supone la grave limitación de ser órganos que funcionan sólo en determinados períodos
de tiempo anual.
B) El Consejo de Seguridad (CS)
Es un órgano principal autónomo de las Naciones Unidas. Su misión capital es el mantener la paz y seguridad internacionales. El
CS está facultado para crear los organismos subsidiarios que estime necesarios (art. 29 de la Carta).

a) Composición
El CS está compuesto actualmente por 15 miembros:
− 5 de los miembros tienen el carácter de permanentes (China, Estados Unidos, Federación Rusa, Francia y Gran Bretaña).
− Los restantes diez miembros son elegidos por la AG por un período de 2 años, no siendo reelegibles para el período
inmediatamente siguiente.

b) Funcionamiento
El funcionamiento del CS está previsto que pueda hacerse de forma permanente, para lo cual los Estados miembros deben tener
en todo momento un representante en la Sede de la ONU. Este órgano celebra reuniones periódicas y es frecuente que se reúna
con carácter de urgencia ,dadas sus competencias relativas al mantenimiento de la paz. Generalmente se reúne en la Sede, pero
puede hacerlo en cualquier lugar, como hizo en 1972 en Addis-Abeba y en 1973 en Panamá.
Respecto a las votaciones en el C. de S., el art. 27 de la Carta distingue entre:
• Las decisiones sobre cuestiones de procedimiento. En ellas se requiere para su adopción el voto afirmativo de nueve
miembros cualesquiera.
• Las decisiones para las demás cuestiones. Requieren el voto de nueve miembros, pero incluido en este número el de los
cinco miembros permanentes del CS. Ello lleva aparejado que si uno solo de estos miembros permanentes vota en contra,
aunque el resto de los miembros del Consejo lo haga a favor, no hay decisión sobre la cuestión planteada.

Esta regla es conocida generalmente por «derecho de veto». El uso que han hecho de él los cinco miembros permanentes,
también conocidos por los «cinco grandes», ha bloqueado en no pocas ocasiones la acción del C. de S., haciéndole inoperante.
Téngase en cuenta que en ocasiones se ha llegado incluso a ejercer lo que se llama el «doble veto» consistente en votar dos veces
en contra: la primera cuando se propone una cuestión para que sea considerada o no de procedimiento y la segunda cuando se
vota el proyecto de resolución sobre el fondo de la cuestión. No obstante, se ha procurado buscar algunos remedios contra el uso
y el abuso del «veto» (que la ausencia de un miembro permanente o su abstención no cuente como veto).

c) Competencias
Las competencias del CS podemos dividirlas en tres grandes grupos:
1) Las competencias específicas en cuanto centro del sistema de seguridad colectiva establecido en la Carta y que son
las contenidas en los Capítulos VI, VII y VIII de la Carta.
2) Otras competencias propias del CS establecidas en otros artículos de la Carta. Entre otras, podemos citar las
siguientes: facultad de dictar medidas o hacer recomendaciones para que se ejecuten los fallos del TIJ; facultad de pedir
dictámenes al TIJ sobre cualquier cuestión jurídica.
3) Un conjunto de competencias concurrentes con la AG. Entre otras, podemos citar las siguientes: recomendar la
admisión de nuevos miembros de las NU; recomendar la suspensión o expulsión a los miembros de la Organización;
recomendar el nombramiento del Secretario General; decidir con la AG la convocatoria de la Conferencia General de
Revisión de la Carta; participar en la elección de los miembros del TIJ.

C) El Tribunal Internacional de Justicia


El TIJ es el órgano judicial de NU con carácter de principal. Dadas sus funciones y la independencia con que las ejerce, es un
claro órgano autónomo además de principal (así lo expresa taxativamente los arts. 7 y 92 de la Carta). Su estatuto es parte
integrante de la Carta de las N.U. (art. 92 de la Carta). Son partes en el Estatuto todos los Estados miembros de las N.U. (art.
93 de la Carta) y, además, los Estados que no sean miembros bajo las condiciones que determine en cada caso la AG a
recomendación del C. de S. Finalmente, el TIJ está abierto a Estados no partes en su Estatuto, según las condiciones fijadas por el
CS.

a) Composición
El Tribunal está formado por 15 jueces elegidos por 9 años y con posibilidad de reelección por la AG y el CS. Estos órganos se
manifestarán por mayoría absoluta de votos y en votaciones independientes, sobre una lista propuesta normalmente por los
grupos nacionales del Tribunal Permanente de Arbitraje. Estas elecciones se celebran generalmente cada tres años.
Los jueces son escogidos entre personas que gocen de alta consideración moral y que reúnan las condiciones requeridas para el
ejercicio de las más altas funciones judiciales en sus respectivos países o que sean jurisconsultos de reconocida competencia en
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materia de Derecho internacional (art. 2 del Estatuto del TIJ). Aunque no se tiene en cuenta la nacionalidad de los jueces, no
podrá haber dos que sean nacionales del mismo Estado.

b) Funcionamiento
El Tribunal puede juzgar en pleno o en salas para un asunto determinado (art. 25 y 26 del Estatuto) y, además, es obligatorio que
todos los años se constituya la Sala de procedimiento sumario, compuesta de cinco jueces titulares y dos suplentes.

c) Competencias
El Tribunal tiene competencia contenciosa sobre los siguientes asuntos:
• Sobre los asuntos que las partes le sometan.
• En los casos previstos en los tratados vigentes, incluido naturalmente, entre ellos, la propia Carta de las N.U.
• Para aquellas controversias de carácter jurídico entre dos o más Estados que hayan declarado que reconocen como
obligatoria ipso facto la jurisdicción del Tribunal.

El Tribunal tiene, además, otra función importantísima conocida por emisión de dictámenes sobre cualquier cuestión jurídica que
le sea sometida por los órganos y organizaciones autorizados. La AG y el C. de S. están especialmente facultados para pedir
dictámenes por el art. 96 de la Carta. Además, la AG ha autorizado a otros órganos a pedir los referidos dictámenes sobre
cuestiones jurídicas que surjan dentro de sus actividades, entre los que se encuentran el ECOSOC.

D) El Consejo Económico y Social (ECOSOC)


Es un órgano principal no autónomo de las Naciones Unidas.

a) Composición
Está compuesto por 54 miembros, elegidos por la AG por tres años, según un reparto geográfico riguroso, y son reelegibles.
En las tareas del ECOSOC pueden participar, sin derecho a voto, los Estados no miembros del Consejo particularmente
interesados y también representantes de los organismos especializados y ciertas Organizaciones no gubernamentales que tengan
reconocido estatuto consultivo.

b) Funcionamiento
El Consejo celebra en julio de cada año un período de sesiones sustantivo de cuatro semanas de duración, un año en Nueva York
y otro en Ginebra. Las decisiones se adoptan por mayoría de los miembros presentes y votantes. La ingente labor del ECOSOC
se lleva a cabo no sólo en el seno del propio Consejo, sino también a través de comités permanentes, comisiones técnicas y
comisiones económicas regionales.
Cada año, a comienzos de cada período de sesiones anual, el Consejo elige la Mesa del Consejo Económico y Social. Las
principales funciones de la Mesa consisten en elaborar y proponer el programa de trabajo y organizar el período de sesiones con
el apoyo de la Secretaría de las Naciones Unidas.

c) Competencias
Las competencias del ECOSOC son amplísimas, pues es el órgano gestor de la cooperación económica y social de las N.U. bajo
la autoridad de la AG. Entre las muchas funciones que tiene, citamos solamente las siguientes:
• Hacer o iniciar estudios e informes respecto de asuntos internacionales de carácter económico, social, cultural, educativo,
sanitario o con ellos conexos.
• Hacer recomendaciones a la AG, a los miembros de las N.U. y a los organismos especializados.
• Hacer recomendaciones para promover los derechos humanos y las libertades fundamentales de todos.
• Convocar conferencias internacionales en asuntos de su competencia.
• Suministrar información al CS y prestarle ayuda si lo solicita. Podrá también prestar, con la aprobación de la AG, los
servicios que le soliciten los miembros de las NU y los organismos especializados.
• Desempeñará las demás funciones que le encomiende la Carta o le asigne la AG.
• Puede establecer comisiones de orden económico y social para la promoción de los derechos humanos y demás que crea
necesario (art. 68), así como los órganos subsidiarios para el mejor desempeño de sus funciones.
E) El Consejo de Administración Fiduciaria
Este Consejo, que se creó con el fin fundamental de supervisar el régimen de la administración de los territorios fideicometidos,
ha coronado su misión por haber obtenido la independencia de todos los territorios sometidos a dicho régimen.

a) Composición
Su composición, según el art. 86, número 1°, de la Carta, debería ser variable y tripartita, es decir, estaba compuesto por los
Estados administradores de dichos territorios, los miembros permanentes del C. de S. y tantos otros miembros cuantos fueran
necesarios para que hubiera un equilibrio entre administradores de territorios y los no administradores. Por la independencia de
todos los territorios fideicometidos esta composición es inviable y ha quedado formada por los cinco miembros permanentes del
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C. de S. Por tanto, no hay actualmente elecciones para miembros de este Consejo. Las decisiones se adoptan por mayoría de los
miembros presentes y votantes (art. 89).

c) Funcionamiento
Después de la independencia de las Islas Palau, el Consejo de Administración Fiduciaria ha enmendado su Reglamento por Res.
2.200 (LXI) de 25 de mayo de 1994. De esta manera se elimina la obligación de celebrar períodos de sesiones anuales y sólo lo
hará por decisión propia o de su Presidente, o a solicitud de la mayoría de los miembros, la Asamblea General o el Consejo de
Seguridad. En palabras del representante francés, autor de la propuesta, la reforma no significa el fin de la institución, sino que
«el Consejo de Administración Fiduciaria seguirá existiendo como recuerdo de una noble tarea realizada con dignidad».

c) Competencias
Las competencias estatutarias de este Consejo eran, en síntesis, las siguientes:
a) Formular cuestionarios sobre el adelanto político, económico, social y educativo de los habitantes de cada territorio
fideicometido (art. 88 de la Carta).
b) Examinar los informes que le fueran rendidos por las autoridades administradoras.
c) Recibir peticiones formuladas por los habitantes del territorio bajo administración fiduciaria e incluso por terceros,
hechas por escrito o verbalmente.
d) Disponer visitas periódicas a los territorios fideicometidos en la fecha convenida con la autoridad administradora [art. 87,
apartado c), de la Carta].
e) Está facultado para «tomar otras medidas de conformidad con los acuerdos de administración fiduciaria» [art. 87,
apartado d), de la Carta].
f) Dictarse su propio reglamento interno (art. 90).
g) Puede valerse de la ayuda del ECOSOC y de los Organismos especializados con respecto a los asuntos de la respectiva
competencia de éstos.

F) El Secretario General y la Secretaría


Podemos definir al Secretario General como un órgano de autonomía reducida de las Naciones Unidas, aunque esta situación ha
sufrido, en el curso de los últimos años, un cambio muy profundo, al encomendársele cada vez un mayor número de funciones
políticas y diplomáticos en las que actuó de hecho con una grande y evidente autonomía. La Secretaría de las N.U. forma quizá el
complejo administrativo más amplio dentro de las OI.

a) Composición
Según el art. 97 de la Carta, la Secretaría está compuesta de un Secretario General y del personal que requiera la Organización. El
Secretario General es la pieza central que encabeza el conjunto y en el que radica el máximo de responsabilidades. La propia
Carta lo define como el más alto funcionario administrativo de la Organización.
El Secretario General es designado por la AG a recomendación del CS. Aunque nada se dice en la Carta de la duración del
mandato, por acuerdo posterior de la AG y del CS éste se fijó en cinco años y es prorrogable.
El personal de la Secretaría es nombrado directamente por el Secretario General de acuerdo con las reglas establecidas por la AG
para dicho nombramiento, en el que el Secretario General deberá tener en cuenta la necesidad de asegurar el más alto grado de
eficiencia, competencia e integridad, así como prestar la debida consideración a la importancia de contratar el personal de forma
que haya la más amplia representación geográfica posible.

b) Funcionamiento
La función del Secretario General y de los funcionarios de la Secretaría es de carácter estrictamente internacional. La propia
Carta contiene dos prescripciones al respecto, en las que ordena, al Secretario y funcionarios, que no soliciten ni reciban
instrucciones de ningún Gobierno ni autoridad ajena a la Organización, así como abstenerse de actuar en forma que sea
incompatible con su condición de funcionarios responsables ante la Organización. Se complementa la anterior prescripción con el
compromiso por parte de los Estados miembros de respetar el carácter internacional del Secretario y del personal de la Secretaría,
así como de no tratar de influir sobre ellos en el desempeño de sus funciones.

c) Competencias
Las competencias del Secretario General no están totalmente reglamentadas en la Carta. No obstante, la práctica de la
Organización nos permite señalarlas, pero conviene poner de relieve como han ido ensanchándose de forma notable, llegando a
una complejidad extrema. A efectos de simplificación, las dividiremos en dos grandes apartados, que subdividiremos a su vez
para su mejor entendimiento: las funciones técnico-administrativas y las funciones político-diplomáticas:
1. Funciones técnico-administrativas:
• Competencias administrativas propiamente dichas. Al Secretario General le corresponde actuar como Secretario en
todas las sesiones de la AG y de los tres Consejos (del CS, del ECOSOC y del Consejo de Administración Fiduciaria), así
como desempeñar las demás funciones que le encomienden dichos órganos. Dichas funciones son desarrolladas en los
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correspondientes reglamentos internos de estos órganos y, en concreto, respecto de la AG abarca desde actuar como
Secretario de la misma, de sus comisiones y subcomisiones, hasta facilitar y dirigir el personal que precisen dichos
órganos, prestar los servicios de recepción, traducción, impresión y distribución de documentos, informes y resoluciones,
conservación de documentos, etc. En el resto de los órganos las funciones son similares.
• Funciones técnico-económicas. Son las de preparar el proyecto de presupuesto de la Organización y el control de gastos
e ingresos. Junto a éstas cabe señalar como específicas la autorización concedida al Secretario General por la AG para la
emisión de bonos con objeto de hacer frente a los gastos extraordinarios.
• Funciones técnico-organizativas. Se manifiestan en la organización del trabajo burocrático de los distintos órganos de
las N.U. y en la ejecución de las decisiones de los mismos. Dentro también de este grupo cabe incluir la contratación de
personal y llevar a cabo la organización o reorganización interna de la Secretaría.
• Funciones técnico-jurídicas. Al Secretario General le corresponde ser depositario de los tratados, registrarlos y
publicarlos.
• Funciones técnico-asesoras. El Secretario ejerce también las funciones de preparación de estudios e informes;
proporcionar documentos, datos e informaciones a los órganos; realizar estudios y análisis de las leyes y disposiciones
administrativas que se refieren a temas que figuran en el orden del día; completar y analizar los datos facilitados por los
Gobiernos y demás organizaciones; preparación de propuestas e informes y elaboración de documentos de referencia,
etc.
• Funciones técnico-coordinadoras entre los diversos órganos de las NU. Formular proposiciones y enmiendas y cumplir
las decisiones de los órganos e informar a los órganos respecto a la medida en que sus disposiciones y recomendaciones
son puestas en práctica. Igualmente coordina, en conexión con el ECOSOC, las actividades de las NU y de los
organismos especializados.

2. Funciones político-diplomáticas:
• Funciones político-administrativas. Resalta por su importancia el informe anual que el Secretario debe presentar a la
AG. Junto a este informe, que es un escrito de conjunto, encontramos los informes orales o escritos que está autorizado a
presentar el CS sobre toda cuestión que sea objeto de un examen del Consejo. Prescripción similar está recogida en los
reglamentos del ECOSOC y del Consejo de Administración Fiduciaria.
• Funciones político-representativas. Son las de manifestar, respecto a Estados no miembros, la opinión formada por los
órganos de las N.U. en asuntos que les afecten. También la de formular reclamaciones en nombre de la Organización ante
Tribunales nacionales e internacionales, representar a las N.U. ante el Tribunal Administrativo de la Organización y
presentar exposiciones orales y escritas ante el TIJ con ocasión de los dictámenes pedidos al mismo y, finalmente,
celebrar acuerdos actuando como representante de la Organización sobre privilegios e inmunidades de la misma y de sus
funcionarios.
• Funciones políticas y diplomáticas. Entre ellas se encuentra la de «Poder llamar la atención del CS hacia cualquier
asunto que en su opinión pueda poner en peligro el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales» (art. 99 de la
Carta).

LECCIÓN 38. LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES UNIVERSALES DE FINES ESPECÍFICOS

1. IDEAS GENERALES
Las Organizaciones Internacionales que vamos examinar en este tema, tienen como característica la de poseer vocación hacia la
universalidad, es decir, estar abiertas a todos los Estados de la tierra y, además, se proponen unos fines concretos o específicos de
cooperación social, económica o técnica. La mayoría de estas Organizaciones están vinculadas a la ONU mediante acuerdos que
les confieren el Estatuto de Organismos especializados de la misma.

2. LOS ORGANISMOS ESPECIALIZADOS DE LAS NACIONES UNIDAS: CONCEPTO Y SIGNIFICADO


GENERAL
La Carta de las N.U., en su art. 57, contiene de hecho una definición de lo que son los organismos especializados al decirnos que
son aquellos «establecidos por acuerdos intergubernamentales, que tengan amplias atribuciones internacionales definidas en sus
Estatutos y relativas a materias de carácter económico, social, cultural, educativo, sanitario y otras conexas» y que están
«vinculados a la Organización —de las N.U., se entiende— de acuerdo con las disposiciones del art. 63».
Este último artículo de la Carta establece que el ECOSOC podrá concertar acuerdos en los que se establezcan «las condiciones en
que dichos Organismos habrán de vincularse a la Organización». Como puede apreciarse, un Organismo especializado se
caracteriza por:
1) Haber sido creado por un acuerdo entre Estados.
2) Tener reconocidas amplias atribuciones en determinadas materias que se especifican.
3) Estar vinculado a las N.U. por medio de un acuerdo entre el Organismo en cuestión y la O.N.U.

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Este último elemento es esencial a efectos de gozar del Estatuto de Organismo especializado, pues la concurrencia de los dos
elementos reseñados en los números 1º y 2º no son por sí solos suficientes, como lo demuestra el hecho de que en otras muchas
Organizaciones concurren y, sin embargo, no son considerados como Organismos especializados de las N.U.
El art. 24, número 1 del Pacto de la S.D.N. preveía que las Organizaciones de cooperación sectorial creadas o por crear debían
quedar «bajo la autoridad de la Sociedad», fórmula que revelaba una visión centralista y apuntaba a una relación de
subordinación de estas Organizaciones a la Sociedad de Naciones. Por el contrario, la Carta de las Naciones Unidas parte de la
idea de descentralización y establece mecanismos de coordinación de los Organismos especializados.
Este cambio de perspectiva se corresponde con el ideario funcionalista, aparecido en plena Segunda Guerra Mundial. El
funcionalismo, que se presenta como programa de paz y estrategia pragmática para la progresiva integración de la Comunidad
internacional, deja su huella en los planes de los Aliados. Prueba de ello es la celebración de reuniones, Conferencias y
Convenios para distintos Organismos Especializados incluso ya en el curso del propio conflicto bélico, y también el art. 59 de la
Carta de la O.N.U., que alienta la constitución de Organismos nuevos, expresando una tendencia claramente centrífuga.

En líneas generales, el funcionalismo supone un diseño global de la Organización internacional basado en tres postulados:
1) Una separación entre lo técnico y lo político.
2) Una separación de sectores de actividad funcional.
3) Una cierta relación entre la cooperación económica y social (entendida en sentido amplio) y el mantenimiento de la
paz.
El funcionamiento de este sistema de Organizaciones ha puesto a prueba los postulados del funcionalismo, que además se han
visto afectados por los cambios que se han producido en todos los órdenes desde la entrada en vigor de la Carta de las Naciones
Unidas. Se dijo que «la separación entre técnica y política resulta de una concepción falsa, o al menos simplista, de la política».
En los hechos, la orientación de la actividad de las Organizaciones de cooperación sectorial depende mucho de su respectiva
composición, que no es idéntica en todas ellas y además ha acusado la incorporación masiva de los Estados que accedieron a la
independencia como consecuencia de la descolonización.
La vinculación de la cooperación económica y social al mantenimiento de la paz reclama en la actualidad una estrategia global de
desarrollo, cuya materialización es difícil con la estructura actual del sistema de las Naciones Unidas.
Este tipo de consideraciones, unidas a los conflictos de intereses entre los grupos existentes de Estados y al énfasis de bastantes
Estados en la defensa de su soberanía, amenazan el diseño funcionalista. Esto no debe llevar, sin embargo, a minusvalorar la
labor de los Organismos especializados, cuya interrupción tendría consecuencias catastróficas para la Humanidad.

3. RELACIONES DE LOS ORGANISMOS ESPECIALIZADOS CON LAS NACIONES UNIDAS


En el diseño del sistema de las Naciones Unidas, la ONU asume competencias de carácter general, mientras a los Organismos
especializados les son atribuidas competencias en sectores concretos de la cooperación internacional. Esta configuración
descentralizada del sistema permitió a los Organismos especializados disponer de plena autonomía en el ejercicio de las
competencias que les fueron atribuidas por los Estados en sus tratados constitutivos. En este orden de ideas, la especialización y
el carácter complementario de sus actividades, en relación con las realizadas por la ONU, se erigen en presupuestos que
determinan la necesidad de coordinar el sistema de las Naciones Unidas.
Para que la cooperación internacional sea plenamente eficaz necesita de un verdadero sistema de coordinación que abarque todas
las actividades de los Organismos especializados para que el éxito de los esfuerzos, individuales o colectivos queden, en la
medida de lo posible, asegurados. De ahí que la noción de coordinación esté contenida en el concepto mismo de Organismo
especializado. El acuerdo va a ser la base fundamental del sistema, siendo el art. 63, número 1º, de la Carta, el que sirva
principalmente de apoyo. “«El Consejo Económico y Social podrá concertar con cualquiera de los Organismos especializados de que trata
el art. 57 acuerdos por medio de los cuales se establezcan las condiciones en que dichos Organismos habrán de vincularse con la
Organización. Tales acuerdos están sujetos a la aprobación de la Asamblea General.»

A) Relaciones de cooperación
Las relaciones de cooperación tienen su origen, bien en la Carta de la Organización de las N.U. o bien en los acuerdos entre la
Organización y los Organismos especializados.

a) Relaciones de cooperación basadas en la Carta


• La posibilidad de que mediante acuerdos participen representantes de los Organismos especializados en las
deliberaciones del ECOSOC y de sus Comisiones sin derecho a voto, y que sus propios representantes (los del ECOSOC)
participen en las deliberaciones de dichos organismos (según el art. 70 de la Carta).
• Que el Consejo de Administración Fiduciaria, cuando lo estime conveniente, pueda requerir la ayuda de los Organismos
especializados en asuntos de la competencia de los mismos, según se prescribe en el art. 91 de la Carta.

b) Relaciones de cooperación basadas en los acuerdos entre las N.U. y los Organismos especializados
• Posibilidad de intercambiar informes y documentos.

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• Cooperar con el ECOSOC para dar al Consejo de Seguridad y a la AG la información y la asistencia que éstos le puedan
pedir en cuestiones relativas al mantenimiento de la paz y de la seguridad internacionales.

c) Relaciones de cooperación nacidas de la práctica


Entre las relaciones de cooperación nacidas de la práctica, podemos citar la posibilidad de concluir acuerdos con las N.U. para
cooperar en algunas materias y muy especialmente en la relativa a la asistencia técnica.

B) Relaciones de coordinación
Al ser autónomos los Organismos especializados y sobre la base de su individualidad, la cooperación entre todo el sistema de las
N.U. no podría ser plenamente eficaz, sino a través de la coordinación.
• La base constitucional de la coordinación la encontramos en la Carta de las N.U. y en los actos constitutivos de los
Organismos especializados. La posibilidad de que la Organización dirija recomendaciones a los Organismos
especializados con objeto de coordinar las normas de acción y las actividades de los mismos, se desprende claramente de
los arts. 63 y 58 de la Carta.
• La base convencional de la coordinación la constituyen los acuerdos que las N.U. celebran con los Organismos
especializados y los acuerdos de estos últimos entre sí regidos en su mayoría por el principio de reciprocidad.

C) Sistema de control
Todo el sistema de coordinación conlleva, al mismo tiempo, un verdadero control, que, además, se manifiesta en el hecho de que
respecto a algunos Organismos (concretamente a la UNESCO), la ONU tiene el poder de recomendar el que se rechacen las
peticiones de admisión de los Estados no miembros de la Organización en el Organismo concreto de referencia y porque la
Organización, a través de la AG, tiene la potestad de autorizar a los Organismos especializados para que puedan solicitar del TIJ
los oportunos dictámenes sobre cuestiones jurídicas que surjan dentro de la esfera de sus actividades, según se deduce del art. 96,
núm. 2º, de la Carta.
La eficacia de la cooperación y de la coordinación dependerá, sobre todo, del tipo de actividad del Organismo especializado a
coordinar. Ciertamente la coordinación alcanzará resultados más efectivos en los Organismos cuyas actividades sean
generalmente técnicas.
En la práctica, la coordinación se lleva a cabo, aparte de por los órganos principales intergubernamentales (en especial la AG y el
ECOSOC), a través de tres procedimientos:
a) A través de un complejo entramado de órganos subsidiarios que buscan la coordinación institucional.
b) A través de la coordinación operativa en el territorio de los Estados donde se llevan a cabo las actividades.
c) A través de mecanismos de seguimiento y coordinación de las Declaraciones y Programas de Acción adoptados en las
diversas Conferencias Mundiales celebradas a finales del siglo XX y principios del XXI.
No obstante todas esas complejas estructuras de coordinación del sistema de las Naciones Unidas, lo cierto es que la referida
coordinación está lejos de conseguirse. Son varias y heterogéneas las causas de esa falta de coordinación. Entre ellas podemos
encontrar causas filosóficas, jurídicas y políticas. En todo caso, es ésta una cuestión que se encuentra en el centro del actual
debate de reforma de las Naciones Unidas.

4. NATURALEZA JURÍDICA DE LOS ORGANISMO ESPECIALIZADOS


Los Organismos especializados son autónomos respecto a la O.N.U., salvo en lo que ya hemos descrito en el epígrafe anterior
sobre las relaciones de control y de coordinación. La autonomía es sostenible, dado que las manifestaciones de voluntad de los
referidos Organismos son imputables a ellos y no a la O.N.U. La autonomía de referencia se demuestra, por otro lado, dado que
no existe coincidencia en algunas materias tan importantes como las siguientes:
a) Los respectivos ordenamientos jurídicos aparecen como claramente separados. La O.N.U. tiene su propio ordenamiento
jurídico, que es distinto al de cada uno de los Organismos especializados.
b) Los miembros de las N.U. y los Organismos especializados no tienen que coincidir en todos los casos, ya que se puede
ser miembro de la una sin ser miembro de los otros, y al contrario.
c) Tampoco coinciden en el lugar geográfico donde está enclavada la sede y, es más, todos los Organismos especializados
tienen su sede en ciudades distintas a aquella en que radica la de las Naciones Unidas.
d) Tanto los órganos como los funcionarios son distintos y no coinciden con los de las Naciones Unidas.

Problema distinto, pero conexo con el anterior, es el de la subjetividad jurídica internacional de estos Organismos. No existe nada
que se oponga a que se les otorgue en concreto la subjetividad internacional. Ciertamente hay claras manifestaciones de la
misma, ya que mantienen relaciones directas con los Estados, concluyen con estos acuerdos de carácter internacional y el mismo
carácter tienen también los acuerdos de cooperación con las N.U., que como es sabido gozan de subjetividad internacional.
La Convención sobre privilegios e inmunidades de los Organismos especializados fue aprobada por la A.G. de las N.U. el 21 de
noviembre de 1947 por su Resolución 179, en ella se estipula que «los Organismos especializados poseen la personalidad
jurídica». Es cierto que no se habla de subjetividad internacional, pero, como veremos más tarde, se les conceden determinados
privilegios claramente asimilables a los que tienen los sujetos del D.I. Los referidos Organismos tienen capacidad para contratar,
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adquirir y disponer de bienes inmuebles y muebles y para actuar ante los Tribunales internos. Los Organismos especializados, en
cuanto tales, gozan de la inmunidad de jurisdicción, salvo en la medida en que hayan renunciado expresamente a ella (art. III,
Secc. 4 de la Convención).
Es cierto que la base de los argumentos está en la Convención y más concretamente en la adhesión a la misma por parte de los
diferentes Estados; pero la base convencional no le priva de que pueda hablarse de una asimilación en la práctica con los otros
sujetos del D.I. Por otro lado, no se puede silenciar, como fue puesto de relieve hace casi medio siglo, que los Organismos
especializados gozan no sólo de inmunidades y privilegios, sino que también han llegado a ser titulares de los correspondientes
derechos. En efecto, ya hemos hecho referencia a determinadas formas de manifestarse la subjetividad internacional y muy
especialmente la de concertar tratados internacionales con las N.U. y también con los Estados. Al respecto cabe recordar no sólo
los llamados acuerdos de sede y otros acuerdos particulares, sino que también la propia Convención sobre privilegios e
inmunidades de los Organismos especializados de 1947, aunque fue aprobada por la A.G., fue sometida para su aceptación a los
Organismos especializados y para su adhesión a los miembros de las N.U. y a los que lo fueran de los Organismos
especializados. Aparecen aquí los Estados y los Organismos como partes en la Convención.
Según el T.I.J., conforme a lo previsto en la Secc. 32. En ésta se dice que: «Toda disputa sobre la interpretación o aplicación de
la Convención será llevada ante el Tribunal Internacional de Justicia, a menos que en el caso concreto, las Partes convinieran
recurrir a otro medio de arreglo. Si una diferencia surge entre uno de estos Organismos especializados de una parte y un Estado
miembro de otra, será pedido un dictamen sobre la cuestión jurídica discutida conforme al art. 96 de la Carta y al art. 65 del
Estatuto del Tribunal, así como de las disposiciones correspondientes de los acuerdos concluidos entre las Naciones Unidas y el
Organismo especializado interesado. El dictamen será aceptado por las partes como decisivo».
Hay que poner de relieve que si bien se excluye en principio la vía contenciosa —lo que parecerá pretender limitar la
legitimación activa de los Organismos— se adopta, sin embargo, la vía consultiva; pero con la especial salvedad de que el
dictamen será vinculante para las partes. Nos resta decir que las razones que el Tribunal dio para acoger la personalidad
internacional de las N.U. y especialmente la referente a los fines que se propone y la voluntad de los Estados creadores son
válidas también para sostener la personalidad internacional de los Organismos especializados.

IX. LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO REGIONAL

LECCIÓN 39. LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES EN EL ÁREA DE LA EUROPA OCCIDENTAL

1. INTRODUCCIÓN
En este tema y en el siguiente examinaremos brevemente una de las Organizaciones internacionales de ámbito limitado o
regional. En el área europea ha sido donde el fenómeno de la cooperación regional ha tenido un más amplio desarrollo y presenta
peculiaridades específicas que están ejerciendo influencia fuera incluso del área geográfica de la Europa Occidental inicial,
formada por seis Estados miembros. En el mismo sentido, el concepto jurídico de integración presenta en el área europea unas
peculiaridades tales que ha repercutido en las Organizaciones de otras áreas geográficas y especialmente en la América Latina.
Por otro lado, en el regionalismo europeo occidental, ha influido una serie de factores de orden psicológico, económico,
histórico-cultural y político que le dan unas características propias y diferenciales.
También estudiaremos, dentro de las Organizaciones europeas, alguna que hoy no lo es estrictamente, como la OTAN, en la que
participan Estados extraeuropeos.
LAS ORGANIZACIONES DE COOPERACIÓN CON FINES GENERALES
2. EL CONSEJO DE EUROPA

A) Antecedentes
Los orígenes ideológicos del Consejo de Europa se remontan a los movimientos europeos que afloraron con más fuerza en la
mayoría de los países de la Europa Occidental al final de la Segunda Guerra Mundial. Estos movimientos, llamados
generalmente «federalistas», se reunieron en La Haya en mayo de 1948, en el llamado «Congreso Europeo». En esta célebre
reunión se auspiciaba la idea de crear una asamblea constituyente europea, pero ante las dificultades para su realización (por la
reacción contraria de alguno de los Gobiernos) se propuso la idea más modesta de confiar a una Asamblea deliberante de
representantes de los Parlamentos nacionales la tarea de sentar las bases para la unión económica y política de Europa.
Después de muchas gestiones y reuniones, el 5 de mayo de 1949, se firmó en Londres el tratado que instituyó el Consejo de
Europa, fijando su sede en Estrasburgo.
El Tratado consta de un preámbulo y 42 artículos, y está dividido en diez capítulos, dedicados, respectivamente, al estudio de los
fines, la composición, las disposiciones generales, el Comité de Ministros, la Asamblea Consultiva, el Secretariado, las
disposiciones de carácter financiero, los privilegios e inmunidades, las enmiendas y las disposiciones finales

B) Fines
Las finalidades del Consejo de Europa están contenidas de manera preferente en el Preámbulo y en los artículos art. 1º y 3º de su
propio Estatuto:

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− Consolidar la paz. Según su Preámbulo, la nueva Organización está dirigida a consolidar la paz, basada en la justicia y la
cooperación internacional, en la adhesión a los valores espirituales y morales que son la fuente de la libertad individual, la
libertad política y el imperio del derecho y en la realización progresiva de estos ideales y en interés del progreso social y
económico.
− Una Unión más estrecha entre sus miembros. El art. 1º establece que «La finalidad del Consejo de Europa consiste en
realizar una unión más estrecha entre sus miembros para salvaguardar y promover los ideales y los principios que
constituyen su patrimonio común y favorecer su progreso económico y social».
− Derechos humanos y libertades fundamentales. Por su parte el art. 3º señala que «(…) el principio del imperio del
Derecho y el principio en virtud del cual cualquier persona que se halle bajo su jurisdicción ha de gozar de los derechos
humanos y de las libertades fundamentales (…)».

Además de la finalidad señalada, relativa a los derechos humanos, el Consejo de Europa ha interpretado tan ampliamente su
finalidad de cooperación internacional que hoy podemos decir que se trata de una Organización de fines generales, ya que ha
asumido funciones amplísimas de coordinación de actividades de los países miembros e incluso de no miembros.
Las finalidades anteriores deben ser cumplidas en toda su extensión; pero es el propio Tratado el que señala una serie de medios
para llevarlas a cabo. Son éstos, según se desprende del art. 1º, apartado b), los siguientes:
a) el examen por los órganos del Consejo de las cuestiones de interés común. No hemos de olvidar que la Asamblea Consultiva
es un órgano de carácter deliberante;
b) la conclusión de acuerdos de carácter internacional en los campos en que se concretan las finalidades del Consejo de Europa
mismo y que hemos enumerado anteriormente;
c) la adopción de una acción conjunta de los países miembros del Consejo en los campos económico, social, cultural, científico,
jurídico y administrativo. Los campos de actuación conocen, pues, pocas limitaciones; y
d) actuar conjuntamente para la salvaguardia y mayor efectividad de los derechos humanos y de las libertades fundamentales,
como ya repetidamente hemos indicado con anterioridad.

Cabe observar que si bien el campo de actuación del Consejo tiene una amplitud verdaderamente notable, no obstante el propio
Estatuto en su art. 1 se cuida de imponer a los órganos dos claras limitaciones, que son las siguientes:
1. Que la participación en el Consejo «no debe alterar su contribución [se refiere a sus miembros] a la obra de las
Naciones Unidas y de las restantes Organizaciones o Uniones internacionales de las que formen parte». Aparece aquí,
pues, el Consejo de Europa con un evidente carácter de subordinación respecto a las otras Organizaciones internacionales
y especialmente a las Naciones Unidas.
2. Quedan fuera de la competencia del Consejo las cuestiones relativas a la defensa nacional, pues expresamente se
excluyen en el referido art. 1, apartado d), del Estatuto.

C) Miembros
El Consejo está compuesto de tantos Estados como sean partes en el Estatuto. No obstante, dentro de los miembros, cabe hacer
una distinción en tres categorías, que son las siguientes:

a) Miembros originarios ordinarios


Los miembros originarios ordinarios son los Estados firmantes del Estatuto en el momento de su redacción y que posteriormente
lo ratificaron. A esta categoría pertenecen los Estados que participaron en la Conferencia de Londres de marzo-abril de 1949 ->
Bélgica, Dinamarca, Francia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Noruega, Suecia y Reino Unido, que forman un total de
10 miembros.

b) Miembros ordinarios invitados


Son aquellos Estados en los cuales concurran las tres circunstancias siguientes:
1. Que sean considerados por el Comité de Ministros como capaces de aceptar, según se dice en el art. 3º, «el principio del
imperio del Derecho y el principio en virtud del cual cualquier persona que se halle bajo su jurisdicción ha de gozar de
los derechos humanos y de las libertades fundamentales».
2. Que sea invitado expresamente por el Comité de Ministros a ser miembro del Consejo de Europa.
3. Que el Estado acepte la invitación y deposite ante el Secretario General del Consejo de Europa un instrumento de
adhesión al Estatuto.

En virtud de invitación especial, y con la oportuna adhesión posterior, han pasado a ser miembros ordinarios invitados del
Consejo 36 Estados más, entre los que se encuentran Grecia, Portugal y España. Posteriormente han sido admitidos otros países,
como Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Andorra, Armenia y Azerbaiyán, Bosnia Herzegovina, Serbia, Montenegro, etc., con
lo que el Consejo cuenta actualmente con 47 miembros.
Los miembros anteriores, tanto originarios ordinarios como ordinarios invitados, gozan de la plenitud de derechos y de la
facultad de estar representados tanto en el Comité de Ministros como en la Asamblea Consultiva.
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c) Miembros asociados
Según el Estatuto (art. 5º) existe además un tipo de miembros a los que se ha dado la denominación de asociados. Su admisión se
hace sobre la base de las mismas prescripciones que hemos visto para los miembros ordinarios invitados. La diferencia capital
estriba en que los miembros asociados solamente tienen representación en la Asamblea Consultiva y no en el Comité de
Ministros.
Actualmente no existen miembros asociados, ya que el Sarre, que fue miembro asociado, dejó de serlo al pasar a formar parte de
la República Federal de Alemania en 1957 y ésta era ya miembro ordinario en 1951.
-La Asamblea Parlamentaria ha establecido dos formas de participación no plena en los trabajos de la Organización, mediante
dos categorías: a) De invitados Especiales: creado por la Asamblea mediante Resolución 917(1989) con el objetivo de obtener
vínculos más estrechos entre la Asamblea y los parlamentos de los Estados de Europa Central y Oriental Para poder acceder a
este estatuto, los Estados interesados deben probar que aplican en sus relaciones internacionales el Acta Final de Helsinki y
demás instrumentos de la C.S.C.E., así como que forman parte de los dos Pactos internacionales de Derechos Humanos de las
N.U., de 1976.y b) De observadores para países interesados en las actividades del Consejo de Europa, pero que no pueden llegar
a ser miembros de pleno derecho (dado que no son Estados europeos). De este modo, pueden asistir como observadores a las
sesiones del Comité de Ministros (Canadá, Santa Sede, Estados Unidos, Japón y México) o a la Asamblea (Canadá, Israel y
México).
-Se prevé también, respecto a los miembros, tres situaciones especiales, que son la retirada, la suspensión y la expulsión de los
mismos. Estas tres situaciones se reglamentan separadamente en el Estatuto del Consejo de Europa.

D) Estructura orgánica (Comité de Ministros, Asamblea Consultiva y Secretario General)


Según el Estatuto, la estructura del Consejo de Europa no es muy complicada. Encontramos como órganos de carácter principal
el Comité de Ministros y la Asamblea Consultiva. A ellos hay que añadir el Secretario General, que tiene, según el Estatuto, la
misión capital de asistir a los otros órganos principales. También cabe la posibilidad de crear Órganos subsidiarios.

a) El Comité de Ministros
Es el órgano más importante y tiene una auténtica preponderancia dentro de la Organización. Su regulación se contiene en el
propio Estatuto creador. Su artículo 13 indica que es «el órgano competente que actúa en nombre del Consejo de Europa con
arreglo a los artículos 15 y 16 del Tratado».
El Comité de Ministros está compuesto por representantes de los Estados, pues es un órgano de representación estatal. Según el
art. 14, son los Ministros de Asuntos Exteriores a quienes incumbe dicha representación y, sólo cuando no puede asistir o por
otras circunstancias, podrá designarse un suplente que actúe en su lugar. Dicho suplente será, en la medida de lo posible, un
miembro del Gobierno de su país.
El Comité de Ministros tiene una serie de poderes importantes, entre los que cabe hacer resaltar los siguientes:
1) Llegar a conclusiones. Estas conclusiones pueden revestir la forma de recomendaciones a los Gobiernos según el art. 15 b)
del Estatuto, en las que incluso se puede invitar a los Gobiernos que tengan informado al Comité de las medidas que han
tomado respecto a dichas recomendaciones.
2) Concluir acuerdos. En esta materia el Comité de Ministros tiene un poder prelegislativo, que queda más claro a través de
dos resoluciones del año 1951.
− Por la primera, cada uno de los miembros se obliga a someter la cuestión de la ratificación de las Convenciones o de
los Acuerdos a la autoridad o autoridades competentes de su país.
− Por la segunda, las Conclusiones del Comité serán sometidos por el Secretario General a todos los miembros y las
ratificaciones serán depositadas ante el mismo. La convención o el acuerdo no obligará nada más que a los miembros
que lo hayan ratificado. Como puede observarse, por el tenor de esta última prescripción, el poder del Comité de
Ministros es claramente prelegislativo.
3) Poder de emitir decisiones de orden interno, en el sentido de poder reglamentar las cuestiones administrativas y
financieras. También podrá tomar determinadas decisiones basadas en la ejecución de su propio reglamento y decidir de
ciertas cuestiones internas, como son la referente a la convocatoria, las reuniones fuera de la sede del Comité y, sobre todo,
las referentes a una mejor organización interior.

El Comité de Ministros celebra sesiones a puerta cerrada y en su propia sede, salvo que las circunstancias aconsejen lo
contrario. La publicación de las informaciones de sus reuniones será acordada por el propio Comité. Deberá celebrar sesiones
obligatorias, ya que éste debe reunirse antes de la apertura de la sesión de la Asamblea Consultiva y al comienzo de la misma.
Podrá reunirse en sesiones no obligatorias según el art. 21. También se celebran periódicamente reuniones a nivel de Delegados
de los ministros.

El Comité de Ministros toma sus decisiones por unanimidad, por mayoría simple o por mayoría de dos tercios, según sean los
asuntos que se traten.

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b) La Asamblea Consultiva
La Asamblea Consultiva se denomina también desde 1974 Asamblea Parlamentaria. Es el órgano deliberante del Consejo de
Europa y está facultada para discutir las cuestiones referentes a su competencia y a transmitir las conclusiones obtenidas al
Comité de Ministros en forma de recomendación. Dentro de su misión deliberante puede estudiar todas las cuestiones de
competencia del Consejo, tal y como se define en el art. 1º del Estatuto, y deliberar y formular recomendaciones sobre cualquier
cuestión que le sea sometida por el Comité de Ministros. La Asamblea fija su programa u orden del día y puede constituir los
Comités o Comisiones encargados de examinar cuestiones de su competencia que considere oportunos. Su actividad principal es
la de formular recomendaciones.
Asamblea está compuesta por 633 miembros (318 representantes y el mismo número de suplentes). A ellos se añaden quince
observadores.
Los representantes de la Asamblea Consultiva son elegidos, hasta el momento, por los respectivos Parlamentos nacionales según
el procedimiento fijado por los mismos. No están sometidos a mandato imperativo, es decir, votan libremente sin tener que seguir
iniciativa de los Gobiernos.
La Asamblea celebra sus sesiones en la sede central del Consejo. Éstas pueden revestir el carácter de sesiones ordinarias, de las
cuales habrá de celebrarse una al año. Es posible celebrar sesiones extraordinarias, convocadas por iniciativa del Comité de
Ministros. Ambas sesiones son públicas, si bien por circunstancias especiales pueden celebrarse a puerta cerrada.

c) La Secretaría
La Secretaría tiene la finalidad de asistir a los órganos políticos principales, es decir, a la Asamblea y al Comité de miembros.
Concebida inicialmente como órgano administrativo y de asistencia a dichos órganos principales, su importancia ha ido en
aumento en el plano político y muy especialmente por las facultades que le concede la Convención Europea de los Derechos
Humanos.
La Secretaría está compuesta por un Secretario General, dos Secretarios Generales Adjuntos y el amplio personal de la Secretaría.
Los primeros son nombrados por la Asamblea Consultiva a propuesta del Comité de Ministros y los funcionarios (el personal de
Secretaría) son designados por el Secretario General, que es responsable de su actividad ante el Comité de Ministros.
Las funciones del Secretario son las siguientes:
• El Secretario General tiene importantes funciones en materia de presupuestos, tales como someter al Comité de Ministros
la propuesta de presupuesto del Consejo de Europa y las peticiones de la Asamblea que puedan ocasionar gastos que
excedan a las cantidades que figuren en los presupuestos para la Asamblea y sus actividades. Junto a ellas encontramos las
también importantes funciones administrativas.
• No obstante, la vida de la Organización y el desarrollo posterior del Estatuto han hecho que las facultades del Secretario
General se hayan ido potenciando. Podemos hablar de una ampliación de carácter funcional o instrumental. En este sentido
el Secretario General aparece ejerciendo entre otras funciones las de coordinación entre los dos órganos principales (el
Comité de Ministros y la Asamblea).
• Al Secretario General le ha sido otorgada la potestad de firmar acuerdos en nombre de la Organización. Junto a esta función
ejerce otras importantes en cuanto órgano de la Convención, como recibir demandas individuales, las denuncias de las
infracciones de la Convención, etc.

d) Órganos subsidiarios
Existen además otros órganos creados por la Asamblea y el Comité de Ministros, entre los que podemos citar por su importancia
la Comisión Permanente de la Asamblea, el Comité Mixto formado por representantes de la Asamblea y del Consejo, los
Comités mixtos especiales, los Comités de cooperación jurídica y cultural, el Comité de la Convención de Establecimiento, etc.

E) Naturaleza jurídica
Se trata de un sujeto internacional, y su condición al respecto no ofrece dudas. Tiene las facultades inherentes a los sujetos y goza
del poder de estipular tratados internacionales.
El Consejo de Europa es una Organización de carácter intergubernamental , ya que sus órganos no tienen poder de decisión
obligatorio respecto a los Estados que la componen. Por otro lado, su órgano capital — el Comité de Ministros— está compuesto
por representantes de los Estados y tiene las características de una representación interestatal.

LA ORGANIZACIÓN PARA LA SEGURIDAD Y LA COOPERACIÓN EN EUROPA (OSCE)

1. INTRODUCCIÓN
La O.S.C.E. ha constituido desde la mitad de la década de 1970 un proceso político permanente sobre la seguridad multilateral
para Europa y América del Norte. Desde el final del período histórico denominado de la «guerra fría» ha venido experimentando
una progresiva institucionalización hasta el punto de que el conjunto de sus estructuras y funciones ha adquirido
progresivamente, de modo incipiente, la condición jurídica de Organización internacional tras la Cumbre de Budapest de 1994,
en la que recibió el nombre de O.S.C.E. El llamado proceso de Helsinki comenzó propiamente hacia 1973 cuando, una vez
celebrados por la República Federal de Alemania (R.F.A) sendos acuerdos de reconocimiento de fronteras con la República
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Democrática Alemana (R.D.A)., Checoslovaquia y la U.R.S.S., dieron su fruto los esfuerzos de los países miembros del Pacto de
Varsovia para organizar una conferencia paneuropea que estabilizara definitivamente los cambios territoriales surgidos de la
Segunda Guerra Mundial, estableciendo la inviolabilidad de todas las fronteras existentes por medio de un acuerdo general con
los llamados países «neutrales» y con los países miembros de la O.T.A.N.

Dicha iniciativa fue aceptada por los demás Estados europeos, Canadá y Estados Unidos y a través de tres reuniones
preparatorias se elaboró el Acta Final de Helsinki, importante instrumento internacional de nuestra época, que fue firmada en esa
ciudad el 1 de agosto de 1975 por la primera Reunión en la Cumbre de Jefes de Estado y Gobierno de los Estados participantes.
Así, el consenso de todos los Estados participantes se ha exigido para la adopción de instrumentos y resoluciones de cualquier
naturaleza. Por otra parte, ninguno de estos últimos ha sido dotado de valor jurídico internacional en sentido estricto; se ha
tratado pues en términos generales de compromisos políticos. Respecto a la propia Acta Final los Estados participantes dejaron
claro desde el principio que no constituía un acuerdo jurídico internacional y que no cabía registrarla internacionalmente en
virtud de las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas.

En la medida en que con el final de la «Guerra Fría» los peligros para la seguridad en Europa han dejado de ser los más graves
para la Comunidad Internacional, el papel de la O.S.C.E. ha perdido relevancia global. Sin embargo, ciertas renacidas tensiones
entre la Federación Rusa y la O.T.A.N. y la actual crisis en Asia Central pueden proporcionar un renovado impulso a su acción
pluridimensional en favor de la seguridad.

2. PRINCIPIOS BÁSICOS Y FINES. MIEMBROS


El conjunto de principios del Acta de Helsinki fue organizado en tres ámbitos o «cestos» principales:
1. Cuestiones relativas a la seguridad en Europa: Incluye los principios que rigen las relaciones entre los participantes y
ciertos problemas de su aplicación práctica, un documento destinado a fomentar la confianza y aspectos relativos a la
seguridad y el desarme.
2. Cooperación en materia de economía, ciencia, tecnología y medio ambiente.
3. Cooperación en el campo humanitario y en otros campos.

El Acta incorporaba además un documento relativo a cuestiones de seguridad y cooperación en el Mediterráneo.


Conviene destacar que el contenido de la Declaración de los Principios que rigen las relaciones entre los Estados participantes
se distingue de la Resolución 2625 de la AG de la ONU porque aparecen por separado el de «respeto de los DDHH y de las
libertades fundamentales» y los de «inviolabilidad de las fronteras» e «integridad territorial de los Estados». Además, ha
proporcionado una útil especificación del principio de no intervención, prohibiendo así: «[…] cualquier acto de coerción […]
encaminado a subordinar a su propio interés el ejercicio por parte de otro Estado participante de los derechos inherentes a su
soberanía y a obtener así ventajas de cualquier clase».
El número de Estados participantes en la actualidad es de 56, frente a los 35 originarios. Se trata de una entidad euro-asiática-
norteamericana que integra a casi 1/3 de los países del mundo, todos ellos del hemisferio norte.

3. EL PROCESO HISTÓRICO DE SU INSTITUCIONALIZACIÓN PROGRESIVA

A) El inicio de las actividades


La C.S.C.E. (Conferencia para la Seguridad y la Cooperación en Europa) se ha transformado en una incipiente Organización
Internacional operativa a través de su continua adaptación a las exigencias cambiantes del contexto de la seguridad internacional.
Sin embargo, hasta el momento han fracasado los esfuerzos realizados, notoriamente por Rusia, para dotarla formalmente de
personalidad jurídica internacional. Entre 1975 y 1985 el proceso de Helsinki se centró en los ámbitos cubiertos por los tres
«cestos» ya señalados. Desde la Reunión en la Cumbre de Helsinki (1992) las actividades de la C.S.C.E./O.S.C.E. se han dirigido
a promover los valores comunes definidos por la Carta de París (1990), a prevenir conflictos y gestionar crisis internacionales y
la rehabilitación tras conflictos determinados, y a desarrollar la seguridad cooperativa multilateral, además de desarrollar más
extensamente la dimensión económico-medioambiental.

Asimismo, se han convocado y celebrado, en sectores determinados de la seguridad y la cooperación en Europa coincidentes en
lo esencial con los «cestos» del Acta Final, una serie de Conferencias particulares: en materia económica, de seguridad y
desarme y sobre la «dimensión humana». Éstas sirvieron en su día para profundizar la distensión adoptando diferentes
instrumentos sectoriales que han incluido compromisos dotados en ocasiones de mecanismos especiales de vigilancia de su
cumplimiento.
En tercer lugar, a lo anterior deben añadirse «Foros», «Reuniones de expertos» y otras reuniones en materias concretas como
economía, medio ambiente, información, patrimonio cultural, cooperación en la región del Mediterráneo, ciencia y cultura y,
señaladamente, solución pacífica de controversias.

B) La estructura orgánica
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En 1990 se firmó la Carta de París para una nueva Europa, poniendo un énfasis nuevo en la democracia pluralista, respetuosa
con los derechos humanos y vinculada al Estado de Derecho y la economía de mercado.
Los órganos políticos de la OSCE están encabezados por la Reunión en la Cumbre de los Jefes de Estado y de Gobierno, que se
reúne cada 2 años. Tal reunión se ha convertido en la institución suprema de discusión e impulso político, que adopta las
decisiones y define las tareas cuya ejecución corresponderá fundamentalmente al Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores.
Éste consejo, denominado Consejo Ministerial, desde 1999 se reúne al menos una vez al año, salvo que ese año haya Cumbre.
Los Estados miembros podrán convenir reuniones de Ministros de otros departamentos a modo de Consejos Sectoriales.
De la preparación de las reuniones y ejecución de decisiones del Consejo Ministerial se encarga el Consejo Permanente,
formado por los representantes permanentes de los países.
Se creó también el «Foro para la Seguridad y la Cooperación» que se reúne en Viena y es competente para el control de armas y
medidas para el mantenimiento de la confianza y la seguridad.
El Presidente de la OSCE es siempre el Ministro de Asuntos Exteriores del país que en ese momento presida la organización,
cargo que cambia cada año y que en 2007 correspondió a España. Tiene la potestad de designar representantes personales para
distintas tareas.
Por último, la Carta de París creó la Asamblea Parlamentaria de la OSCE con representantes de todos los países. Se compone de
320 parlamentarios y sus poderes son de discusión y recomendación, pero también realiza actividades de observación de
elecciones y de mediación, sobre todo por medio de su presidencia. Adopta sus decisiones por mayoría y se reúne anualmente en
Copenhague.

4. PRINCIPALES REALIZACIONES Y CAMPOS ESPECÍFICOS DE ACTUACIÓN

A) Sobre la solución pacífica de las controversias


En este terreno la iniciativa fue tradicionalmente de los países «neutrales y no alineados». En el 91 se aprobó en La Valletta un
mecanismo consistente en la creación de un organismo para cada controversia, que propondría a las partes enfrentadas medios de
arreglo primero y soluciones de fondo después. Pero su eficacia fue nula ya que requería el consentimiento de las partes y su
jurisdicción era limitada. En el 92 se perfeccionaron en Ginebra los acuerdos de La Valletta siendo lo más destacado la entrada en
funcionamiento en 1994 de un Tribunal de Conciliación y Arbitraje; siendo el arbitraje facultativo pero la conciliación
obligatoria, además de iniciarse por demanda unilateral de una de las partes en el Tratado.

B) La dimensión humana de la seguridad de la OSCE y la protección internacional de los DDHH


Sobre la base de las disposiciones del Acta de Helsinki y después de diferentes intentos infructuosos el Documento Final de la
Reunión de continuidad de Viena (enero de 1989) adoptó ciertas decisiones relativas a lo que en el futuro se iba a denominar la
«Dimensión humana de la C.S.C.E.» (abandonando la terminología del «cesto») y, se estableció un mecanismo de control a
cuatro niveles para mejorar el cumplimiento de los compromisos acordados: 1º). El intercambio de informaciones y la respuesta a
peticiones de información y a las «representaciones» que sobre cuestiones relativas a la «dimensión humana» les dirijan a un
Estado los otros Estados participantes., 2º) Celebrar cada Estado con los otros Estados participantes que lo soliciten reuniones
bilaterales, con el fin de examinar las indicadas cuestiones, incluidos situaciones y casos específicos, con miras a resolverlos. 3°)
La facultad de todo Estado participante de señalar a la atención de otros, situaciones y casos pertenecientes al ámbito de la
dimensión humana, incluidos los suscitados en las reuniones bilaterales señaladas. 4°) La facultad de todo Estado participante de
informar a las reuniones de la Conferencia sobre la Dimensión Humana de la C.S.C.E., sobre los intercambios de información y
las respuestas a sus peticiones de información y a las «representaciones», así como sobre los resultados de las reuniones
bilaterales, incluida la información sobre situaciones y casos específicos.

El documento de la tercera sesión de la Conferencia sobre la Dimensión Humana (Moscú, 4 de octubre de 1991), mejoró de
nuevo el mecanismo de Viena en materia de plazos y creó el procedimiento del recurso a Misiones de expertos o relatores cuya
finalidad será la de facilitar la solución de una cuestión o problema relativo a la Dimensión humana, reuniendo la información
necesaria y, cuando fuera necesario, utilizando sus buenos oficios y servicios de mediación para fomentar el diálogo y la
cooperación entre las partes interesadas.
La creación de esa misión de expertos puede ser solicitada a un Estado participante por terceros Estados, a través de la pertinente
«Institución de la O.S.C.E.». En caso de respuesta negativa (o cuando la cuestión litigiosa no haya sido solucionada gracias a la
acción de esa misión) se podrán crear misiones de relatores sin necesidad del consentimiento del Estado territorial, las cuales
investigarán y determinarán los hechos pertinentes, informarán sobre ellos y proporcionarán consejo acerca de las posibles
soluciones a la cuestión planteada.
La reunión de Praga del Consejo de la C.S.C.E. (1992), creó la Oficina de Instituciones Democráticas y Derechos Humanos
(O.I.D.D.H.), y decidió que el propio Consejo, el actual Consejo permanente, pudiera, sin el consentimiento del Estado
interesado, adoptar medidas adecuadas a casos de violaciones claras, graves y no corregidas de los compromisos pertinentes de la
O.S.C.E.
Por su parte la Cumbre de Helsinki (julio de 1992) convirtió a la O.I.D.D.H. en la principal institución de la Dimensión Humana
y colabora con diferentes organizaciones e instituciones del sistema de las N.U.
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Fue la propia Cumbre de Helsinki la que adoptó disposiciones sobre «pronta alerta, prevención de conflictos y gestión de crisis»
y más específicamente creó la figura del Alto Comisariado para las minorías nacionales con sede en La Haya el cual, bajo la
dirección del Presidente en Ejercicio, dará «pronta alerta» y adoptará en su caso una «pronta acción» con respecto a las tensiones
provocadas por cuestiones relacionadas con minorías nacionales que puedan transformarse en un conflicto dentro de la región de
la O.S.C.E. o que afecten a la paz, la estabilidad o las relaciones entre los Estados participantes.

C) Las dimensiones político militar y económico medioambiental de la seguridad


a) Medidas sobre seguridad y desarme
Se aprobaron medidas relativas a la seguridad y el desarme, pero las que tendrán más importancia serán las relativas a alerta
temprana, prevención de conflictos, gestión de crisis y rehabilitación posterior al conflicto.
b) Alerta temprana, prevención de conflictos, gestión de crisis y rehabilitación posterior al conflicto.
El Centro de Prevención de Conflictos sirve de apoyo a la Secretaría General, al Presidente y a los Estados miembros. Cada vez
más la OSCE proyecta sus actividades en la diplomacia preventiva y la lucha contra el terrorismo. En el plano económico y
medioambiental la OSCE hace un seguimiento del desarrollo de los Estados miembros.

LECCIÓN 40. ORGANIZACIONES DE COOPERACIÓN PREFERENTEMENTE MILITAR


1. LA ORGANIZACIÓN DEL TRATADO DEL ATLÁNTICO NORTE (OTAN o NATO)
A) Antecedentes
La Organización del Tratado del Atlántico Norte constituye un pacto multilateral básico en el marco de la estrategia global de los
Estados Unidos de América, en cuanto cubre un área muy importante desde el punto de vista de dicha estrategia y vincula
orgánicamente a los EE.UU. en el terreno defensivo con sus aliados europeos. Terminada la segunda guerra mundial, y a
despecho de cualesquiera reticencias iniciales respecto de la política de engagement, una serie de circunstancias actuaron como
causas próximas de la decisión norteamericana de lanzarse a una cooperación militar permanente y multilateral con los países de
Europa Occidental: el rápido desarrollo por la U.R.S.S. de una política de alianzas bilaterales con los gobiernos de los países
europeo-orientales; distintos eventos específicos, como la repulsa norteamericana a las elecciones en Bulgaria, la cuestión griega,
el fracaso de la Conferencia de Moscú sobre desmilitarización, la respuesta soviética negativa a la propuesta de ayuda lanzada
por el Secretario de Estado norteamericano Marshall. A dichos acontecimientos se sumaron la creación de la Kominform en
septiembre de 1947, el bloqueo de Berlín y la firma en ese tiempo del Tratado de Bruselas que posteriormente daría lugar a la
U.E.O. y el discurso del británico Bevin de 22 de enero de 1948, en el que se contenía el compromiso de no dejar limitados a
Europa los fines que perseguía el referido Tratado de la U.E.O. en su origen conocido como el Pacto de Bruselas.
En el mes de mayo de 1948 el senador Vandenberg presenta a la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado norteamericano una
resolución recomendando que los Estados Unidos se asocien, dentro del espíritu de la Carta de las N.U., a las medidas regionales
de defensa, afirmando el derecho de legítima defensa individual o colectiva en caso de ataque armado. La Resolución
Vandenberg es aprobada por el Senado norteamericano el día 11 de julio por una gran mayoría. Por la Resolución 239 el Senado
norteamericano autorizaba la entrada en un pacto de alianza con los países europeos.
Tras este paso, que venía a representar un giro radical en la tradicional política exterior estadounidense, comienzan las
negociaciones para el Tratado del Atlántico. El 4 de abril de 1949 se firma en Washington el Tratado creador de la O.T.A.N. Éste
entró en vigor el 24 de agosto de 1949, fecha en que se habían recibido, según lo prescrito en el art. 11 del Tratado, los
instrumentos de ratificación de los miembros.

B) Fines
En el Preámbulo del Tratado del Atlántico Norte los Estados partes, tras reafirmar su fe en los propósitos y principios de la Carta
de las Naciones Unidas y su deseo de vivir en paz con todos los pueblos y todos los gobiernos, se declaran decididos a
«salvaguardar la libertad, la herencia común y la civilización de sus pueblos, fundadas en los principios de democracia, libertades
individuales e imperio de la ley», deseosos de «favorecer el bienestar y la estabilidad en la región del Atlántico Norte» y resueltos
a «unir sus esfuerzos para su defensa colectiva y la conservación de la paz y la seguridad».
Tales propósitos generales, y en particular el contenido en la cláusula ideológica de defensa de la democracia y de las
instituciones que les sirven de base, están asimismo presentes en los acuerdos adoptados por los Jefes de Estado y de Gobierno
de la O.T.A.N. una vez finalizada la guerra fría, al subrayar en diversas ocasiones el compromiso firme de la Alianza con los
valores democráticos compartidos por los Estados miembros, la defensa de los derechos individuales o la solución pacífica de los
conflictos.
Además de esos propósitos generales enunciados en el Preámbulo del Tratado, en el articulado de éste se recogen los siguientes
fines específicos:
1. Compromiso de arreglar por medios pacíficos las diferencias internacionales en que los miembros de la Alianza pudieran
verse envueltos, así como de abstenerse en sus relaciones internacionales de recurrir a la amenaza o el uso de la fuerza de
modo incompatible con los propósitos de las Naciones Unidas.
2. Contribución de los miembros al desarrollo de las relaciones internacionales pacíficas y amistosas, favoreciendo las
condiciones propias para asegurar la estabilidad y el bienestar, con vistas a lo cual tratarán de eliminar cualquier conflicto
en sus políticas económicas internacionales y estimularán la colaboración económica entre sí.
!106
3. Cooperación defensiva y la asistencia mutua en cuanto objetivos centrales de la Alianza, como resulta lógico en un Pacto de
carácter esencialmente militar. En cuanto a la cooperación defensiva, el art. 3 del Tratado establece que las Partes, actuando
individual y conjuntamente de manera continua y efectiva, mediante sus propios medios y prestándose recíproca asistencia,
mantendrán y aumentarán su capacidad individual y colectiva de resistencia a un ataque armado.

Revisten mayor interés aquellas finalidades dirigidas a prestarse asistencia mutua en caso de amenazas, agresión o ataque
armado, siendo, no obstante, distinta la efectividad de los mecanismos en uno y otro supuesto. En el supuesto de amenaza de
agresión, el art. 4 del Tratado dispone que las Partes «se consultarán cuando, a juicio de cualquiera de ellas, la integridad
territorial, la independencia política o la seguridad de cualquiera de las Partes fuere amenazada.»
El mecanismo de consultas puede ponerse en funcionamiento por cualquiera de los miembros de la Alianza, sin que sea necesario
que lo haga el Estado directamente amenazado; siendo, no obstante, francamente tímida la posibilidad de reacción y la
efectividad de ésta.
En cuanto a la hipótesis de ataque armado contra uno o varios miembros, aparece prevista en el art. 5 del Tratado, cuyo párrafo 1
dispone: “Las Partes convienen en que un ataque armado contra una o contra varias de ellas, acaecido en Europa o en América
del Norte, se considerará como un ataque dirigido contra todas ellas…”

Con todo, la puesta en funcionamiento del mecanismo de contraataque no queda reservada a ningún órgano de la Organización,
sino a cada uno de los miembros, que juzgará sobre la gravedad de la situación y sobre la contribución que deberá aportar a la
acción militar. La reacción que se prevé no es automática, ya que cada miembro puede diferir su entrada en acción hasta el
momento en que sus Instituciones se pronuncien favorablemente e incluso puede graduar su aportación al esfuerzo colectivo.

En la actualidad se considera que, pese a haber desaparecido la amenaza de una guerra a gran escala en Europa, han aparecido
nuevos riesgos de diversa índole (tensiones generadas por graves dificultades políticas, económicas y sociales; disputas de
carácter territorial, religioso o étnico), que pueden conducir a conflictos en regiones periféricas de la Alianza y afectar seriamente
a la seguridad euroatlántica. Por otro lado, se considera que la seguridad de la Alianza debe tener en cuenta asimismo el contexto
mundial, en la medida en que los intereses de seguridad de la Alianza pueden verse afectados por otros peligros de ámbito más
amplio, tales como el terrorismo, el crimen organizado, los problemas en el abastecimiento de recursos vitales, el movimiento
incontrolado de grupos muy numerosos de población (sobre todo como consecuencia de los conflictos armados), entre otros.
Los ataques terroristas perpetrados contra los Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 supusieron por primera vez en la
historia de la Alianza la invocación del art. 5 del Tratado.
Los acontecimientos citados se inscriben en un escenario internacional de vertiginosas mutaciones, que pueden incidir en la
naturaleza y funciones de la Alianza. En diversos pronunciamientos de la Alianza se reflejaría el deseo de ésta de adaptar sus
estructuras y su actuación a las nuevas circunstancias sobrevenidas en la escena internacional.

C) Miembros
• Miembros originarios. Son aquellos que firmaron el Tratado en Washington el 4 de abril de 1949 y fueron los
siguientes: Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Holanda, Islandia, Italia, Luxemburgo,
Noruega y Portugal.
• Miembros adheridos. Por el art. 10 del Tratado se prevé que, por acuerdo unánime de los miembros, se puede invitar a
adherirse al Tratado a otros Estados europeos susceptibles de favorecer el desarrollo de los principios del Tratado y de
contribuir a la seguridad de la región del Atlántico Norte. Los países así invitados, para llegar a ser partes, deberán
depositar su instrumento de adhesión ante el Gobierno de los Estados Unidos de América, depositario del Tratado. Por
este procedimiento se convirtieron tempranamente en miembros Grecia y Turquía en 1952 y la República Federal de
Alemania en 1955.

Entre los miembros originarios y los adheridos no existe, a efectos de derechos y obligaciones, ninguna distinción.
Es un Convenio entreabierto en el que no se excluye a ningún Estado, pero se fijan varias condiciones de carácter geográfico,
ideológico y defensivo. De hecho, se inserta además, un derecho de veto para la entrada, ya que ésta ha de hacerse por acuerdo
unánime de los Estados miembros.
La duración del Tratado es indefinida, pero se prevé la revisión del mismo. En efecto, a los 10 años las Partes se consultarán, a
petición de cualquiera de ellas, para revisarlo. Se prevé también que, a los 20 años de estar en vigor, cualquier Estado miembro
puede denunciarlo comunicándolo al Gobierno de EEUU, y esta denuncia surtirá efecto después de un año de haber sido
presentada.
Desde la perspectiva del Derecho interno español, la adhesión se produjo sobre la base de la autorización dada por las Cortes
Generales a través del cauce del art. 94.1 de la Constitución (y no del art. 93). En el texto de la autorización venía a estipularse
inter alia que, en el proceso de negociación posterior a la adhesión, el Gobierno español «no aceptará compromisos que
impliquen el almacenamiento o instalación de armas nucleares de la Alianza en nuestro territorio», requiriendo cualquier decisión
ulterior sobre esta materia la previa autorización de las Cortes Generales; y por otra parte que, «para concretar las formas y
modalidades de nuestra participación en el dispositivo militar de la Alianza, se tome en cuenta la necesidad de garantizar la
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seguridad de todo el territorio nacional, tanto peninsular como extra peninsular», y a que «la recuperación de la soberanía
española de Gibraltar es primordial, lo mismo que el fortalecimiento de la defensa y soberanía sobre toda España, tanto
peninsular como extra peninsular».

Una vez efectuada la adhesión, llegaría a convocarse un referéndum consultivo sobre la permanencia o no de España en la
Alianza Atlántica. La consulta popular se refería a la decisión del Gobierno por la que consideraba conveniente la permanencia
de España en la Alianza y acordaba que dicha permanencia se estableciera en los siguientes términos: 1) la participación de
España en la Alianza no incluirá su incorporación a la estructura militar integrada; 2) se mantendrá la prohibición de instalar,
almacenar o introducir armas nucleares en el territorio español; y 3) se procederá a la reducción progresiva de la presencia militar
de los Estados Unidos en España. La consulta, celebrada el 12 de marzo de 1986, arrojó un resultado favorable a la permanencia.
En lo que concierte al aspecto crucial del modo de participación de España en la Alianza, procede decir que, tras un período en el
que la contribución defensiva española fuera de la estructura militar integrada se llevó a cabo a través de unos «acuerdos de
coordinación» entre Mandos españoles y aliados, razones conectadas a las nuevas exigencias de seguridad en la Europa de la
posguerra fría llevaron al Estado español a plantearse la posibilidad de su participación plena en una Alianza Atlántica renovada.

Tras la aprobación por el Consejo Atlántico, en sesión de Ministros de Defensa celebrada el 2 de diciembre de 1997, de la nueva
estructura militar de la Organización, España pasó a integrarse en el nuevo sistema de mandos aliado.

En la actualidad sigue abierto el proceso de incorporación de nuevos Estados a la Alianza. El actual proceso de ampliación de la
Alianza Atlántica se inició con la incorporación de la República Checa, Hungría y Polonia, (29 de marzo de 2004), Albania y
Croacia se incorporaron el 1 de abril de 2009.
El proceso de ampliación debe ser en todo caso contemplado en paralelo al establecimiento de una asociación de seguridad con
Rusia, de la cual es expresión el Acta fundacional de las relaciones recíprocas de seguridad y cooperación entre la O.T.A.N. y la
Federación Rusa, suscrita en París el 27 de mayo de 1997.
Según los términos de dicha Declaración, los Estados miembros y Rusia trabajarán, en el marco del Consejo, como socios en pie
de igualdad en áreas de interés común.
Añadiremos también que la Alianza mantiene una especial relación con Ucrania, pues la O.T.A.N. considera de importancia
estratégica para el desarrollo del continente europeo en su conjunto el contar con una Ucrania estable y democrática.
Como una especie de preludio a posibles incorporaciones, la propia Alianza promovió la creación de una Asociación para la Paz
(A.P.P.).En la actualidad la A.P.P. está integrada por los siguientes Estados: Albania, Antigua República Yugoslava de Macedonia,
Armenia, Austria, Azerbaiyán, Bielorrusia, Croacia, Federación Rusa, Finlandia, Georgia, Irlanda, Kazajstán, Kirguizistán,
Malta, Moldavia, Montenegro, Serbia, Suecia, Suiza, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán.

Resaltaremos finalmente la implicación de la O.T.A.N. en el Mediterráneo, En diciembre de 1994, los aliados acordaron en la
reunión del Consejo Atlántico en Bruselas la apertura de contactos entre la O.T.A.N. y diversos países de la cuenca mediterránea.
En 1995 se cursaron invitaciones para participar en lo que se ha denominado «Diálogo Mediterráneo» de la O.T.A.N., a Egipto,
Israel, Mauritania, Marruecos ,Túnez, Jordania y Argelia (2000). El principal objetivo de esta iniciativa es ayudar a la seguridad y
a la estabilidad de la región y mejorar la comprensión mutua entre la O.T.A.N. y sus socios mediterráneos.
En la Cumbre de Estambul (28 de junio de 2004), los Jefes de Estado y de Gobierno de la Alianza ofrecieron elevar el Diálogo
Mediterráneo hasta el nivel de una verdadera asociación con los objetivos siguientes: mejorar el diálogo político ya existente,
conseguir la interoperatividad, desarrollar la reforma de la defensa y contribuir a la lucha antiterrorista, objetivos todos ellos
detallados en el documento político A More Ambitious and Expanded Frameworkfor Mediterranean Dialogue. Al mismo tiempo,
en la referida Cumbre, la O.T.A.N. lanzó la Iniciativa de Cooperación de Estambul, un programa separado pero complementario
que pretende fomentar la cooperación práctica con los Estados de Oriente Medio, comenzando por los miembros del Consejo de
Cooperación del Golfo (Arabia Saudita, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Omán y Qatar).

Un último ejemplo de las actividades de cooperación de la Alianza es la Misión de Adiestramiento de la O.T.A.N. en Irak,
establecida por decisión del Consejo del Atlántico Norte de 30 de julio de 2004 y que responde a su vez al contenido de la
Declaración sobre Irak emitida por los Jefes de Estado y de Gobierno en la Cumbre de Estambul. Esta Misión se fundamenta en
la Resolución 1.546 del C. de Seguridad que pide a los Estados miembros y las organizaciones regionales e internacionales que
contribuyan a la tarea de entrenar a las fuerzas de seguridad iraquíes.

D) Estructura orgánica
La Organización comporta un doble conjunto de organismos, civiles y militares.

a) Organismos civiles o políticos


− Consejo del Atlántico Norte. Es el órgano supremo de la Organización. Corresponde a este órgano dar las directrices
políticas generales de la Organización y, en suma, servir de foro o sede de consulta entre los Gobiernos de los países de
la Alianza sobre cualesquiera asuntos de interés básico para ésta. Adopta a tal fin decisiones por unanimidad o consenso.
!108
− Secretario General. La presidencia del Consejo inicialmente se turnaba entre los Ministros en él participantes, pero a
partir de 1957 pasaría a corresponder al Secretario General, colocado al frente de un importante aparato administrativo
civil, la Secretaría.
− Diversos Comités. Fueron creados diversos Comités como el político, de asesores económicos, de información y
relaciones culturales, científico, de defensa civil, etc.
− Asociación para la Paz (APP). Nace en 1994 para establecer programas de cooperación individualizada entre la OTAN
y cada uno de sus socios. El Documento Marco de la APP plantea como objetivos fomentar la transparencia en los
presupuestos de defensa, el control democrático de los ministerios de defensa, la planificación conjunta, la realización de
maniobras militares conjuntas y la posibilidad de operar con fuerzas de la OTAN en misiones de mantenimiento de la
paz, salvamento y operaciones humanitarias, así como en otros ámbitos que pudieran aprobarse.
− Consejo de Asociación Euroatlántico. Nace en 1997 como un mecanismo de coordinación de las actividades de
cooperación política y militar de la OTAN. Es un foro multilateral de consultas y cooperación entre los aliados de la
OTAN y sus socios. Está integrado por cincuenta Estados (los Estados miembros de la Alianza y los que participan en la
APP).
− Asamblea del Atlántico Norte. Tiene un carácter no oficial y fue creada extra-estatutariamente. Sin embargo, ha
desarrollado desde 1955 una importante labor en el campo de la cooperación política, socioeconómica, etc. en el seno de
la OTAN.

b) Estructura militar
− Comité Militar. Preside la estructura militar. Está compuesto por los Jefes de Estado Mayor o los representantes
permanentes de cada Estado miembro, salvo Islandia, que al carecer de fuerzas armadas está representada por un civil.
Está concebido como la suprema autoridad militar de la OTAN.
− Otros órganos. Bajo el Comité Militar se hallan todos los organismos militares de la Organización.

En 2003 fue aprobada una nueva reforma de la estructura de Mando militar de la Alianza. Con ello se pretende conseguir una
estructura más ligera, más flexible, más eficaz y mejor adaptada a la conducción de las futuras operaciones militares:
− Nivel estratégico. Existirá un único Mando investido de responsabilidades operativas.
− Por debajo del nivel estratégico, la estructura será objeto de una fuerte racionalización, con una nueva reducción del
número de cuarteles generales.

Además, existen diversos organismos militares destinados a promover la unidad de las fuerzas armadas y aumentar su eficacia.
Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 han incidido también sobre la estrategia militar de la Alianza, al poner el
acento en los desafíos a la seguridad provenientes del terrorismo y de la proliferación de armas de destrucción masiva. De ahí
que, en la Declaración de la Cumbre de Praga de 2002, los Jefes de Estado y de Gobierno de la Alianza expresaran la necesidad
de que la OTAN pudiera contar con fuerzas militares eficaces. Dichas fuerzas deberían llevar a cabo operaciones continuadas, en
longitud de distancia y en duración, incluyendo la posibilidad de un escenario en el que podrían enfrentarse a amenazas
nucleares, químicas y biológicas.
La OTAN y la UE suscribieron en 2003 un conjunto de documentos de cooperación (paquete «Berlín-Plus»), con el objeto de
evitar duplicidades innecesarias de recursos, que se basan en cuatro elementos: garantía de acceso de la U.E. a la planificación
operativa de la O.T.A.N.; disponibilidad de las capacidades y activos comunes de la O.T.A.N para la U.E.; posibilidad de un
mando O.T.A.N. europeo para operaciones dirigidas por la U.E.; y adaptación del sistema de planes de defensa de la O.T.A.N.
para que prevea la disponibilidad de fuerzas para operaciones de la U.E.

E) Naturaleza jurídica
En vista de las consideraciones precedentes, cabe concluir que, dentro de las Organizaciones intergubernamentales, la O.T.A.N.
es una Organización político-militar que encarna institucionalmente una Alianza entre varios Estados «occidentales». Su
capacidad jurídica, ciertamente limitada, viene regulada especialmente en la Convención de Ottawa de 1951, que reconoce a la
Organización personalidad jurídica y le confiere capacidad de control y enajenación de sus bienes muebles e inmuebles y
legitimación activa ante los tribunales. Los problemas jurídicos y administrativos planteados por la presencia de elementos
internacionales y extranjeros en el territorio de los Estados partes en la Alianza, han sido reglamentados por diversos acuerdos
bilaterales y multilaterales.
El carácter estrictamente intergubernamental de la Organización resalta en la vigencia de la regla de la unanimidad para la
adopción de decisiones. De hecho, se procura por parte de los países participantes en las distintas instancias institucionales el
logro del consenso, lo cual viene facilitado por el recurso a la técnica de la consulta como útil instrumento de cooperación entre
los miembros. En la práctica, el sistema consultivo de la Alianza, potenciado en su vertiente de consulta política a instigación de
las instancias de la propia Alianza, se presenta hoy, en el doble plano de los asuntos políticos y militares, como un vasto sistema
de consultas multilaterales que se desenvuelven en el seno de los foros que constituyen el Consejo y sus Comités y Grupos de
trabajo, y que abarcan todas las cuestiones y eventos de actualidad e interés para la Alianza en cada momento.

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El hecho de desbordar la actividad de la O.T.A.N. los aspectos estrictamente militares para incidir en aspectos políticos, socio-
económicos, etc., de la cooperación entre los países miembros, ha llevado a ver en la Organización, más que una pura Alianza,
una especie de «Comunidad atlántica». Pese a los esfuerzos llevados a cabo en el seno de la Organización para ofrecer tal imagen
comunitaria, no cabe duda de que los objetivos básicos son esencialmente militares, lo que se ha traducido incluso en el hecho de
la ausencia en la Organización de países que, como Austria, Irlanda, Suecia y Suiza, se han venido mostrando, por razones
políticas, reacios a participar en una Organización de carácter militar. No obstante, la neutralidad ya no parece considerarse
incongruente con un cierto grado de compromiso activo con la Alianza, como lo demuestra el que Austria, Finlandia, Irlanda,
Suecia y Suiza hayan pasado a ser socios de cooperación de la O.T.A.N., formando parte a la vez del C.A.E.A. y de la A.P.P.
Otro problema que afecta a su naturaleza jurídica es el que se refiere a si se trata o no de un pacto regional y de su compatibilidad
o no con la Carta de las Naciones Unidas. El Tratado del Atlántico Norte se muestra no sólo respetuoso con la O.N.U., sino que,
como ya hemos dicho, se afirma en su preámbulo que intenta servir los principios de la Carta de las Naciones Unidas; en su art. 1
se rechaza el empleo de cualquier medio incompatible con los fines de las mismas Naciones Unidas; en el art. 3 se hace expresa
mención al art. 51 de la Carta de las Naciones Unidas en cuanto se refiere a la compatibilidad de la legítima defensa individual o
colectiva con la Carta de San Francisco, y, finalmente, en el art. 7 se dice expresamente que el tratado «no afecta y no puede ser
interpretado en el sentido de que en manera alguna afecte a los derechos y obligaciones derivados de la Carta de las Naciones
Unidas para los miembros de ésta o a la responsabilidad del Consejo de Seguridad en el mantenimiento de la paz y de la
seguridad internacionales». En puridad de principios se trata de un tratado internacional que fue concebido como un instrumento
de defensa de un grupo de Estados de las Naciones Unidas contra otro grupo de Estados también de las Naciones Unidas; pero
ello era o quizá es todavía una manifestación más de una realidad internacional que es difícil de soslayar, aunque resulte
paradójica.
Las operaciones aéreas de la O.T.A.N. contra Yugoslavia, desarrolladas en el contexto del conflicto de Kosovo entre el 24 de
marzo y el 10 de junio de 1999, han venido a plantear en toda su crudeza la cuestión de la legalidad de este tipo de iniciativas,
habida cuenta de la necesidad jurídica de que las correspondientes acciones se lleven a cabo bajo la autoridad del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas (art. 53 de la Carta) y cuenten por tanto con un mandato explícito de este órgano en el marco
de un sistema que, por ser de seguridad colectiva, debe ser universal en esencia. Frente a ello no cabe aducir que el Consejo de
Seguridad se ve atribuida una responsabilidad «principal» —pero no tal vez exclusiva— en orden al mantenimiento de la paz y la
seguridad internacionales y que, en cuanto tal, desempeña un papel «crucial» en la conservación de la seguridad y la estabilidad
de la región euroatlántica, un papel que puede servir para una legitimación a posteriori de las acciones efectuadas por una
«Alianza de naciones comprometida con el Tratado de Washington y la Carta de las Naciones Unidas».

LECCIÓN 41. LA UNIÓN EUROPEA

1. ANTECEDENTES Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA


En los años siguientes a la Guerra diversos movimientos europeístas despliegan una gran actividad. En diciembre de 1947 casi
todos asocian sus esfuerzos en un Comité de Coordinación. En 1948, año en que, con el propósito primordial de administrar la
ayuda económica americana (Plan Marshall), se constituye la O.E.C.E., el acontecimiento más relevante desde el punto de vista
de la integración europea es el Congreso de La Haya. De este Congreso, no obstante su carácter no gubernamental, salió el
impulso decisivo para la creación del Consejo de Europa, cuyo Estatuto fue firmado en Londres el 5 de mayo de 1949.
En el Congreso de La Haya se manifestaron claramente dos enfoques divergentes de la integración europea: de un lado, el de los
que propugnaban una cooperación intergubernamental desarrollada a través de instituciones permanentes, pero que no afectase a
la soberanía de los Estados; de otro lado, el de los partidarios de una integración de carácter federal, que incluso llegaron a
proponer la convocatoria de una Asamblea constituyente europea.
El Consejo de Europa, a pesar de las novedades institucionales conseguidas por los «federalistas», responde fundamentalmente al
primero de estos enfoques. La debilidad de sus medios y la actitud de Gran Bretaña, manifiestamente hostil a la creación de
cualquier tipo de vínculo federal efectivo, son los principales factores que determinan la aparición de un núcleo de integración
más intensa, pero de ámbito geográfico más reducido: la «Europa de los Seis».
El Gobierno francés propone colocar el conjunto de la producción franco-alemana de carbón y acero bajo una alta autoridad
común en una Organización abierta a la participación de los demás países de Europa.
La aceptación de la propuesta francesa por la República Federal de Alemania, Bélgica, Italia, Luxemburgo y Países Bajos da
lugar a rápidas negociaciones que conducen a la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (C.E.C.A.) mediante
el Tratado de París de 18 de abril de 1951, que entró en vigor el 23 de septiembre de 1952.
En la reunión de Messina de junio de 1955 los Ministros de Asuntos Exteriores de «los Seis» le dieron un nuevo impulso al
decidir crear un comité intergubernamental de expertos encargado de estudiar las posibilidades de establecer un mercado común
general. Se inician así las negociaciones que conducirían a la firma, en Roma, el 25 de marzo de 1957, de los tratados
constitutivos de la Comunidad Económica Europea (C.E.E.) y de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (C.E.E.A. o
EURATOM), que entraron en vigor el 1 de enero de 1958.
La evolución posterior de las Comunidades Europeas y, luego, de la Unión Europea ha conocido diversos avatares que no es
posible ni siquiera referir aquí. Entre los hechos más relevantes hay que destacar sobre todo las sucesivas ampliaciones, que han
llevado el número de miembros de 6 a 27, a partir del 1 de enero de 2007, y las cinco modificaciones más importantes de los
!110
tratados constitutivos, realizadas por el Acta Única Europea, por el Tratado de Maastricht, por el Tratado de Ámsterdam, el
Tratado de Niza y por el Tratado de Lisboa. El Tratado por el que se establece la Constitución para Europa, firmado en Roma el
29 de octubre de 2004, pretendía ser la quinta modificación del derecho comunitario originario y, posiblemente, la más
ambiciosa, pero su proceso de ratificación se vio truncado por dos referendos negativos en Francia y en los Países Bajos. No
obstante, buena parte de sus contenidos fueron rescatados por el Tratado de Lisboa, firmado el 13 de diciembre de 2007 y que ha
entrado en vigor el 1 de diciembre de 2009 después de numerosas vicisitudes.

A) Las adhesiones de nuevos Estados


La posibilidad de ampliación de la Unión a nuevos Estados está prevista en el T.U.E. Tras la modificación introducida por el
Tratado de Lisboa, el art. 49 T.U.E. exige que los candidatos sean Estados europeos y que respeten y se comprometan a promover
los valores mencionados en el art. 2 T.U.E., a saber: dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y
respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de personas pertenecientes a minorías. Además, se impone a los
eventuales candidatos a la adhesión la aceptación del conjunto del Derecho comunitario vigente (sin perjuicio de las necesarias
adaptaciones y excepciones transitorias) y de las orientaciones políticas ya definidas, esto es, la aceptación del acervo
comunitario. Es necesario también que los países candidatos tengan una situación económica lo suficientemente buena como para
afrontar su integración económica con los Estados miembros. Estos criterios de adhesión, a los que ahora se remite expresamente
el art. 49 T.U.E., fueron sistematizados en el Consejo Europeo de Copenhague de 1993 y completados en el Consejo Europeo de
Madrid de 1995, de la forma siguiente:
− Criterios políticos: la estabilidad de las instituciones que garantizan la democracia, el Estado de Derecho, los derechos
humanos y el respeto y la protección de las minorías.
− Criterios económicos: la existencia de una economía de mercado viable, la capacidad para hacer frente a la presión de la
competencia y a las fuerzas del mercado en el seno de la UE.
− La capacidad de asumir las obligaciones como miembro que se derivan del derecho y de las políticas de la U.E. (acervo
comunitario).
− Haber creado las condiciones para su integración mediante la adaptación de sus estructuras administrativas.

Al haber crecido tanto el número de Estados miembros, la capacidad de absorción de la U.E. es otro elemento fundamental a
tener en cuenta para cualquier nueva ampliación, ya que ésta no debe incapacitar a la U.E. para desarrollar sus objetivos.
El procedimiento comienza con la presentación por parte del Estado candidato de una solicitud de adhesión ante el Consejo, de la
que se informará al Parlamento Europeo y a los parlamentos nacionales. Dicha solicitud debe ser aceptada por el Consejo, por
unanimidad, después de consultar a la Comisión y previa aprobación del Parlamento Europeo, que se pronunciará por mayoría de
los miembros que lo componen. Aceptada la solicitud, se inician las negociaciones para concluir un acuerdo entre los Estados
miembros y el Estado solicitante sobre las condiciones de admisión y las adaptaciones que la misma conlleva para los Tratados
sobre los que se funda la Unión. El tratado de adhesión debe ser ratificado posteriormente por todos los Estados partes de
conformidad con sus respectivas normas constitucionales.
La adhesión de España y Portugal, efectiva el 1 de enero de 1986, se produjo en virtud de los siguientes actos: decisión del
Consejo de 11 de junio de 1985 relativa a la adhesión del Reino de España y de la República Portuguesa a la Comunidad Europea
del Carbón y del Acero; Tratado de 12 de junio de 1985 relativo a la adhesión del Reino de España y de la República Portuguesa
a la Comunidad Económica Europea y a la Comunidad Europea de la Energía Atómica; Acta relativa a las condiciones de
adhesión del Reino de España y de la República Portuguesa y a las adaptaciones de los Tratados, igualmente de fecha 12 de junio
de 1985.
Al igual que ha hecho en las últimas ampliaciones, la U.E. y los países candidatos formales y potenciales (todos los países de los
Balcanes Occidentales) aplican las denominadas «estrategias preadhesión», que tienen como finalidad preparar a estos países
candidatos para su futura pertenencia a la UE y abarcan los siguientes marcos de actuación y mecanismos: acuerdos de
asociación o de estabilización y asociación; ayudas de preadhesión; participación en programas, agencias y comités de la UE,
programas nacionales de adopción del acervo; informes periódicos de progreso; y diálogo político.
Con el Tratado de Lisboa se ha reconocido expresamente por primera vez en el derecho originario, inmediatamente después de la
regulación de la adhesión de nuevos Estados a la U.E., la posibilidad de retirada voluntaria (art. 50 T.U.E). Esta disposición prevé
la posibilidad de que un Estado miembro decida, de conformidad con sus normas constitucionales, retirarse de la U.E. y regula el
procedimiento a seguir en este caso, a saber: notificación por parte del Estado de su intención de retirada al Consejo Europeo y
negociación entre la U.E. y dicho Estado de un tratado internacional sobre la forma y condiciones de su retirada. El apartado 5
del art. 50 T.U.E. contempla la posibilidad de que el Estado que se haya retirado quiera reingresar en la U.E., supuesto en el cual
se aplicarán las disposiciones generales en materia de adhesión del art. 49 T.U.E.

B) Las reformas de los tratados constitutivos


El derecho originario constituye un elemento básico de la UE, y las modificaciones de éste se han convertido en un punto de
referencia crucial para la comprensión de la evolución de la U.E. Estas modificaciones se han sucedido a un ritmo vertiginoso en
las dos últimas décadas y las más importantes han sido las siguientes:

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a) El Acta Única y los Tratados de Maastricht, Ámsterdam y Niza
Aunque hubo otras anteriores, la primera modificación importante de los tratados constitutivos se produjo con la entrada en vigor
el 1 de julio del Acta Única Europea, firmada en Luxemburgo y La Haya el 17 y el 28 de febrero de 1986. Este tratado modifica
los instrumentos constitutivos en materias importantes como la consecución del mercado interior y la introducción de la cohesión
económica y social, además de regular, por vez primera, la Cooperación Política Europea.
El 7 de febrero de 1992 se firmó en Maastricht un nuevo Tratado, denominado Tratado de la Unión Europea. El apartado 2 del
art. R de este Tratado preveía que su entrada en vigor se produciría el 1 de enero de 1993. Sin embargo, la entrada en vigor no se
produjo el 1 de enero de 1993, ya que el proceso de ratificación del TUE por los Estados miembros estuvo jalonado de
dificultades. Finalmente, el T.U.E. entró en vigor el 1 de noviembre de 1993, primer día del mes siguiente al depósito del último
instrumento de ratificación.
El T.U.E. preveía la celebración en 1996 de una nueva Conferencia de los representantes de los Gobiernos de los Estados
miembros para realizar las pertinentes modificaciones del Tratado, que se desarrolló entre el 29 de marzo de 1996 y el 18 de
junio de 1997, elaborando el proyecto de tratado, que se firmó en Ámsterdam en el mes de octubre de 1997. El Tratado de
Ámsterdam entró en vigor el 1 de mayo de 1999. Este Tratado, además de introducir modificaciones sustantivas en el T.U.E. y en
los tratados constitutivos de las tres Comunidades Europeas, llevó a cabo una simplificación del derecho primario, mediante la
supresión de numerosas disposiciones obsoletas, la adaptación del texto de varios artículos y la realización de correcciones
terminológicas y gramaticales.
El Tratado de Ámsterdam no introdujo en el derecho comunitario originario las modificaciones institucionales indispensables
para abordar la ampliación de la U.E. hacia los países de la Europa Central y Oriental. Por ello, añadió un Protocolo sobre las
instituciones en la perspectiva de la ampliación de la Unión Europea, en el que se previó la convocatoria de una nueva
conferencia intergubernamental con objeto de realizar esta reforma institucional. Dicha conferencia, conocida como la C.I.G.
2000, se inició el 14 de febrero de 2000 y concluyó el 11 de diciembre de 2000 en el Consejo Europeo de Niza con la adopción
del Tratado de Niza por el que se modifican el T.U.E., los tratados constitutivos de las Comunidades Europeas y determinados
actos conexos, firmado el 26 de febrero de 2001 y que entró en vigor el 1 de febrero de 2003. En el mismo Consejo Europeo de
Niza, los presidentes del Parlamento Europeo, de la Comisión y del Consejo firmaron y proclamaron solemnemente la Carta de
Derechos Fundamentales de la Unión Europea, pero sin incorporarla al Tratado de Niza, por lo que se configura como un texto de
carácter político carente de valor normativo directo.
El Tratado de Niza contenía las modificaciones institucionales indispensables para llevar a cabo la ampliación de la U.E. a los
doce Estados candidatos, que no se consiguieron con el Tratado de Ámsterdam. Además, se incluyeron reformas significativas en
el sistema jurisdiccional comunitario, motivadas por la quinta ampliación y la sobrecarga de trabajo del Tribunal de Justicia de
las Comunidades Europeas, y cambios menores en otras instituciones y órganos comunitarios. Junto a estas reformas
institucionales, el Tratado de Niza introdujo modificaciones en algunos ámbitos sustantivos del derecho de la U.E., como la
cooperación reforzada, la P.E.S.C. o la política comercial común. Con el Protocolo sobre las consecuencias financieras de la
expiración del Tratado C.E.C.A. y el Fondo de Investigación del Carbón y del Acero, anejo al Tratado C.E., el Tratado de Niza
certificó, también, la desaparición de la C.E.C.A. el 23 de julio de 2002 y la transferencia de todos los elementos de su
patrimonio a la C.E.

b) El fallido Tratado Constitucional


La Declaración número 23 aneja al Acta Final de la C.I.G 2000, relativa al futuro de la Unión, anunciaba nuevas modificaciones
del derecho originario, al prever el inicio de un debate amplio y profundo sobre el futuro de la UE, que debía desembocar en una
nueva conferencia intergubernamental en el año 2004.
La Convención inició sus trabajos en marzo de 2002 y en su funcionamiento destacó la importante función del Praesidium de 13
miembros y de los once grupos de trabajo que se establecieron en su seno para estudiar en profundidad cada uno de los
numerosos temas debatidos. Sobre la base de las conclusiones de dichos grupos, la Convención elaboró el denominado «Proyecto
de Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa», que fue presentado al Consejo Europeo de Tesalónica de junio
de 2003. Este texto, que tuvo una buena acogida, sirvió de texto de partida para la CIG de 2004, que inició sus trabajos en
octubre de 2003 y concluyó, después de los acuerdos decisivos alcanzados en el Consejo Europeo de junio de 2004, con la firma
en Roma del Tratado por el que se establece una Constitución para Europa el 29 de octubre de 2004.
A partir de ese momento, se inició la complicada fase de manifestación del consentimiento de los Estados miembros de la U.E.
de conformidad con sus respectivas normas constitucionales para conseguir su entrada en vigor. En efecto, el art. IV-447.2
establecía que el Tratado entraría en vigor el 1 de noviembre de 2006, una vez depositados todos los instrumentos de ratificación.
En caso de ausencia de ratificación de algún Estado miembro en dicha fecha, el Tratado entraría en vigor «el primer día del
segundo mes siguiente al depósito del instrumento de ratificación del Estado signatario que sea el último en proceder a esta
formalidad». Dadas las dificultades surgidas en los procesos nacionales de ratificación de los Tratados de Maastricht y Niza, la
CIG de 2004 adoptó la Declaración relativa a la ratificación del Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa, que
mencionaba una solución política en caso de no ratificación por algunos Estados miembros, afirmando que «Si, transcurrido un
plazo de dos años a partir de la firma del Tratado por el que se establece una Constitución para Europa, las cuatro quintas
partes de los Estados miembros lo han ratificado y uno o varios Estados miembros han experimentado dificultades para
proceder a dicha ratificación, el Consejo Europeo examinará de la cuestión».
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Estas dificultades no tardaron en aparecer e hicieron imposible la entrada en vigor del Tratado. Dos Estados miembros
fundadores de las C.E. convocaron referendos y el resultado fue claramente negativo. En estas circunstancias, la entrada en vigor
del Tratado Constitucional parecía casi imposible y así ocurrió, este texto quedó definitivamente aparcado, generando una
importante crisis en el proceso de integración europea.

c) El Tratado de Lisboa
El resultado negativo de los referendos francés y holandés provocó una compleja situación. El Consejo Europeo de Luxemburgo
de 16 de junio de 2005 mantuvo el proceso de ratificación, pero introduciendo un periodo de reflexión y debate, que supuso la
suspensión de los referendos previstos y de muchos procedimientos nacionales de ratificación. El periodo de reflexión se alargó
durante dos años y provocó una crisis importante en el funcionamiento de la U.E. La salida de esta crisis se produjo tras la
celebración de las elecciones en Francia y los Países Bajos, que mostraron su disposición a solucionarla por haber sido los
causantes, y bajo la presidencia alemana del Consejo durante el primer semestre de 2007.
En la reunión del Consejo Europeo que tuvo lugar en Lisboa el 13 de diciembre de 2007, se procedió a la firma del Tratado de
Lisboa por el que se modifican el Tratado de la Unión Europea y el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea. Se trata de un
tratado de reforma más del derecho originario, como los anteriores, pero que rescata una gran parte del contenido del fallido
Tratado Constitucional.
El Tratado de Lisboa entró finalmente en vigor el 1 de diciembre de 2009.
A diferencia del fallido Tratado Constitucional, el Tratado de Lisboa es un tratado de reforma de los existentes, con estructura
simple, pero con un contenido muy complejo. Este Tratado lleva a cabo un rescate selectivo de las novedades introducidas por el
Tratado Constitucional, que se recuperan en un porcentaje bastante elevado. Lo primero destacable es que se reconoce
expresamente la personalidad jurídica a la UE (art. 47 T.U.E.), que sustituirá y sucederá a la C.E. (art. 1 T.U.E.), quedando su
derecho originario reordenado en dos textos de idéntico valor jurídico, un tratado básico, que se continúa denominando Tratado
de la Unión Europea, y un tratado de desarrollo, que se llama Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (T.F.U.E.). Otro
avance importante es la unificación de la estructura de la nueva U.E., como consecuencia de la desaparición de la estructura de
pilares que introdujo el Tratado de Maastricht, según la cual la U.E. era el conjunto formado por el pilar comunitario (C.E. y
C.E.E.A.) y los dos pilares de cooperación intergubernamental (Política Exterior y de Seguridad Común y Cooperación Policial y
Judicial en Materia Penal). No obstante, la Política Exterior y de Seguridad Común mantiene unos mecanismos decisorios
específicos, propios de una estructura de cooperación intergubernamental.
Las reformas institucionales que contemplaba el Tratado Constitucional han sido recogidas en gran parte por el Tratado de
Lisboa. El Título III del nuevo T.U.E. contiene una regulación general del sistema institucional de la U.E., que incluye las
modificaciones sobre la nueva composición del Parlamento Europeo, la conversión del Consejo Europeo en institución, la
creación de la Presidencia estable del Consejo Europeo, la nueva composición de la Comisión y el reforzamiento de la figura de
su presidente, así como la creación del nuevo cargo en materia de dirección de los asuntos exteriores (Alto Representante de la
Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad). Como novedad respecto al Tratado Constitucional, se convierten en
instituciones el Banco Central Europeo y el Tribunal de Cuentas.
La clarificación de la delimitación vertical de competencias entre la U.E. y sus Estados miembros es otro elemento del Tratado
Constitucional que recupera el Tratado de Lisboa. En efecto, el Título I del T.F.U.E. diferencia tres tipos de competencias de la
U.E., las exclusivas, las compartidas y las complementarias o de apoyo, a las que se unen la coordinación de las políticas
económicas, sociales y de empleo, cuya catalogación es difícil, y las competencias en materia de P.E.S.C. Además, determina los
ámbitos materiales en los que la U.E. ejerce estos tres tipos de competencias.
Otro elemento relevante del Tratado de Lisboa es la protección de los derechos humanos, que mejora sustancialmente con
respecto al derecho originario actual, pero sin recuperar todos los avances contenidos en el Tratado Constitucional. El Tratado de
Lisboa, en el art. 6 del nuevo T.U.E. contempla la adhesión de la U.E. al Convenio de Roma de 1950, mantiene la referencia a la
clásica jurisprudencia del T.J.C.E. para proteger los derechos humanos en el ordenamiento jurídico comunitario como principios
generales del derecho y lleva a cabo una incorporación por referencia de la Carta de Derechos Fundamentales, cuyo contenido no
se incorpora al articulado del nuevo T.U.E., pero «tendrá el mismo valor jurídico que los Tratados».
Otras novedades significativas del Tratado de Lisboa, existentes en su mayoría en el Tratado Constitucional, son las siguientes:
− Introducción de una cláusula de retirada voluntaria que, por primera vez, da a los Estados miembros la posibilidad de
retirarse de la Unión (art. 50 T.U.E.).
− Definición, por primera vez, de los fundamentos democráticos de la Unión, entre los que se incluyen la democracia
participativa, la democracia representativa, la instauración de una posibilidad de iniciativa legislativa popular y una mayor
participación de los parlamentos nacionales (arts. 9-12 T.U.E.).
− La comunitarización completa de todos los ámbitos del espacio de libertad, seguridad y justicia, que supone la desaparición
del tercer pilar, centrado en la cooperación policial y judicial penal.
− La diferenciación en el art. 48 T.U.E entre el procedimiento de revisión ordinario y el procedimiento de revisión
simplificado para las políticas y acciones internas de la Unión.
− Modificaciones en diversas competencias materiales, reguladas en el T.F.U.E. e inclusión de la energía y el cambio
climático como nuevos ámbitos de competencia compartida de la UE.

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Otro elemento relevante del Tratado de Lisboa es un mayor escoramiento intergubernamental respecto al Tratado Constitucional,
que se pone de relieve, por ejemplo, en la indicación de que el procedimiento de revisión puede servir no sólo para aumentar las
competencias atribuidas por los Estados miembros a la Unión, sino también para reducirlas (art. 48.2 T.U.E.); o bien en la
insistencia en algo tan evidente como que las competencias no atribuidas a la Unión las mantienen los Estados (arts. 4.1 y 5
T.U.E.) o que en ámbitos de competencia compartida los Estados volverán a intervenir cuando la U.E. haya decidido dejar de
hacerlo (art. 2.2 T.F.U.E.). Por último, el Tratado de Lisboa contiene más excepciones de las que había en el Tratado
Constitucional, destacando un Protocolo anejo que excluye la obligatoriedad de la Carta de Derechos Fundamentales para Reino
Unido y Polonia.

2. CONFIGURACIÓN JURÍDICA DE LA UNIÓN EUROPEA


En la década de los ochenta, los Estados miembros de las Comunidades Europeas consideraron conveniente cooperar entre ellos
en ámbitos materiales no incluidos en el pilar comunitario, pero conectados con él. Esta cooperación se desarrolló en el ámbito de
la política exterior y en materia de justicia y de asuntos de interior, pero se configuró como cooperación intergubernamental sin
transferencia de competencias a las instituciones comunitarias.
El desarrollo de estas cooperaciones intergubernamentales generó la necesidad de buscar una articulación conjunta para englobar
todas las actuaciones desarrolladas por los Estados miembros de las Comunidades Europeas. Para ello, el Tratado de Maastricht
estableció un marco jurídico unitario para el conjunto del proceso de integración, mediante la introducción de la noción de
«Unión Europea», que no sólo comprendía Comunidades Europeas, sino que también englobaba la cooperación
intergubernamental que se había desarrollado en torno a ellas.
El fallido Tratado Constitucional preveía la unificación total del marco jurídico del proceso de integración europea mediante la
transformación de la U.E. en organización internacional con personalidad jurídica expresamente reconocida y la desaparición de
las Comunidades Europeas (C.E. y C.E.E.A.), que debían ser sustituidas por aquélla.
El Tratado de Lisboa mantiene, aunque con más timidez, este cambio en la configuración jurídica de la U.E. En efecto, el art. 1
del nuevo T.U.E. afirma que los Estados crean una Unión Europea a la que «atribuyen competencias para alcanzar sus objetivos
comunes» y que esta nueva U.E. «sustituirá y sucederá a la Comunidad Europea», asumiendo todo su acervo. Desaparece, pues,
la Comunidad Europea como organización internacional y sus atribuciones, instituciones y procedimientos pasan a la nueva
Unión Europea. Como consecuencia de ello, la estructura de pilares llega a su fin, ya que la política exterior y la cooperación
policial y judicial penal pasan a ser una competencia material más de la U.E., con independencia de que mantengan más o menos
especificidades jurídicas.
El derecho originario de esta nueva U.E. ha sido también reestructurado por el Tratado de Lisboa, de manera que queda recogido
ahora en dos tratados internacionales, uno general, denominado Tratado de la Unión Europea (T.U.E.) y otro de desarrollo, que se
denomina Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (T.F.U.E.) con el mismo valor jurídico, según establece expresamente
el art. 1 T.U.E.
Las categorías jurídico-políticas que han servido de referencia a la doctrina son, fundamentalmente, el Estado federal, la
Confederación y la Organización Internacional, pero en ninguna de ellas es posible encuadrar la U.E. Por ello, se ha extendido en
la doctrina el uso de la categoría de organizaciones internacionales de integración o supranacionales para explicar las
características de las Comunidades Europeas y, ahora, de la Unión Europea. No obstante, esta categoría jurídico-política es poco
explicativa, ya que ha sido construida sobre la base del modelo de las Comunidades Europeas y básicamente conduce a decir que
la U.E. es una organización jurídico-política sui generis situada a caballo entre las organizaciones internacionales clásicas y los
Estados federales. Ante la complejidad de la cuestión, entendemos que, por las dimensiones de esta obra, respecto a la naturaleza
jurídico-política de la UE basta con tener claras algunas ideas importantes:
a) La U.E. no es un Estado ni un Estado federal, ni tampoco una confederación de Estados en el sentido clásico.
b) La U.E. es una organización internacional, aunque con unas características muy específicas que la diferencian de las
demás organizaciones internacionales. Esta especificidad proviene básicamente de que los Estados miembros le
transfieren el ejercicio de competencias tradicionalmente reservadas a la soberanía estatal. En cuanto organización
internacional, la U.E. está sometida a las normas del derecho internacional público referentes a este tipo de sujetos.
c) La U.E. es una etapa más del proceso de integración europea, que tiene un marcado carácter dinámico. Inicialmente la
integración se ha centrado en el ámbito económico, pero la nueva U.E. cuenta ya con elementos de integración política
que superan lo estrictamente económico. No obstante, el punto final de este proceso de integración aún no está
determinado.
d) La UE cuenta con un ordenamiento jurídico especifico, que constituye un derecho internacional particular, pero que
refleja las peculiaridades de la propia U.E., mezclando técnicas jurídicas propias del derecho internacional con otras
procedentes de derechos internos de tipo federal y con otras técnicas desarrolladas por el propio derecho de la U.E. para
resolver las cuestiones planteadas en el proceso de integración europea.
La actuación de la U.E. está inspirada en los valores y en los objetivos que se establecen en los tratados constitutivos. Además,
este derecho originario contiene una serie de principios que inciden en la actuación de la U.E. y de sus Estados miembros.
3. VALORES Y OBJETIVOS DE LA UNIÓN EUROPEA
El articulo 2 T.U.E. recoge los valores compartidos por los Estados y los pueblos de la U.E. y que están en la base y justifican la
existencia misma del proceso de integración europea. Dicho de otro modo, si los Estados y pueblos no compartieran estos valores
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no sería posible transferir competencias a instituciones comunes en el marco de un proceso de integración. Estos valores son «el
respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos
los derechos de las personas pertenecientes a minorías». El mismo precepto señala que estos valores reflejan una «sociedad
caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y
hombres».
Con las debidas adaptaciones, el T.U.E. también recoge estos valores en la acción internacional de la U.E. incluida en la P.E.S.C.,
cuando el 21.1 señala que «la acción de la Unión en la escena internacional […] pretende fomentar en el resto del mundo: la
democracia, el Estado de Derecho, la universalidad e indivisibilidad de los derechos humanos y de las libertades fundamentales,
el respeto de la dignidad humana, los principios de igualdad y solidaridad y el respeto de los principios de la Carta de las
Naciones Unidas y del Derecho internacional».
Los valores del art. 2 T.U.E. son determinantes para la adhesión de nuevos Estados, porque su respeto es, como no podía ser de
otra manera, un requisito para la incorporación de nuevos países a la U.E., según el art. 49. Además, el art. 7 TUE prevé un
procedimiento de sanción para los Estados miembros cuando hay un riesgo grave de violación de los valores del art. 2, con lo que
su respeto se convierte en un requisito para la permanencia de un Estado en la U.E.
Además de los valores, el T.U.E. regula también con detalle los objetivos de la U.E., que, como ocurre en cualquier organización
internacional, son muy importantes para determinar el alcance de su personalidad jurídica y de sus competencias.
Los objetivos generales de la U.E. se identifican en el art. 3 T.U.E., que comienza con un objetivo político general, que es la
promoción de la paz, de sus valores y del bienestar de sus pueblos. A continuación, se menciona el objetivo del espacio de
libertad, de seguridad y de justicia sin fronteras interiores, en el que esté garantizada la libre circulación de personas
conjuntamente con medidas adecuadas en materia de control de las fronteras exteriores, asilo, inmigración y de prevención y
lucha contra la delincuencia.
Los apartados 3 y 4 del art. 3 T.U.E. recogen los objetivos generales de la integración económica, que estuvieron en la base del
proceso de integración europea, a saber: el mercado interior; la cohesión económica, social y territorial; y la unión económica y
monetaria. El Tratado de Lisboa ha introducido con respecto al derecho originario precedente más objetivos sociales para
compensar el supuesto mercantilismo del mercado interior, de manera que se indica que la U.E. perseguirá el desarrollo
sostenible basado en un crecimiento económico equilibrado y en la estabilidad de los precios, en una economía social de mercado
altamente competitiva, tendente al pleno empleo y al progreso social, y en un nivel elevado de protección y mejora de la calidad
del medio ambiente. También la Unión combatirá la exclusión social y la discriminación y fomentará la justicia y la protección
sociales, la igualdad entre mujeres y hombres, la solidaridad entre las generaciones y la protección de los derechos del niño.
Asimismo, promoverá el progreso científico y técnico.
El art. 3.5 identifica numerosos objetivos generales determinantes de la acción exterior de la U.E.: afirmación y promoción de sus
valores e intereses; contribución a la protección de sus ciudadanos; fomento de la paz, la seguridad, el desarrollo sostenible del
planeta, la solidaridad y el respeto mutuo entre los pueblos, el comercio libre y justo, la erradicación de la pobreza y la protección
de los derechos humanos, especialmente los derechos del niño; y contribución al estricto respeto y al desarrollo del derecho
internacional, en particular, al respeto de los principios de la Carta de las Naciones Unidas.
Además de los objetivos generales, el T.F.U.E. incluye varios objetivos transversales que se configuran básicamente como
criterios a tener en cuenta en la actividad legislativa de las instituciones, destinada a desarrollar las políticas e instituciones de la
U.E. Estos objetivos transversales se recogen en los arts. 7-17 T.F.U.E. y son los siguientes:
a) Eliminación de desigualdades entre el hombre y la mujer y la promoción de la igualdad.
b) Promoción de un nivel de empleo elevado, garantía de una protección social adecuada, lucha contra la exclusión social y
nivel elevado de educación, formación y protección de la salud humana.
c) Lucha contra la discriminación por razón de sexo, raza u origen étnico, religión o convicciones, discapacidad, edad u
orientación sexual.
d) Protección del medio ambiente con objeto de fomentar un desarrollo sostenible.
e) Protección de los consumidores.
f) Protección del bienestar de los animales como seres sensibles, respetando al mismo tiempo las disposiciones legales o
administrativas y las costumbres de los Estados miembros relativas, en particular, a ritos religiosos, tradiciones culturales y
patrimonio regional.
g) Respeto de los servicios de interés económico general.
h) Fomento de la buena gobernanza y garantía de participación de la sociedad civil en las instituciones y organismos de la
U.E.
i) Protección de los datos de carácter personal.
j) Respeto a las iglesias y las asociaciones o comunidades religiosas.
Por último, el art. 3.6. T.U.E. especifica la relación entre los objetivos y las competencias de la U.E., al establecer que la Unión
perseguirá sus objetivos por los medios apropiados, de acuerdo con las competencias que se le atribuyen en los Tratados. Esto
significa que los objetivos generales de la U.E. no le confieren a ésta directamente poderes de actuación, sino que sus
competencias derivan de la atribución específica contenida en las disposiciones del T.U.E. y del T.F.U.E. Los objetivos
predeterminan las competencias, porque éstas no pueden existir desvinculadas de aquéllos, pero sin concretarlas, de manera que

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si existe un objetivo de la U.E. pero no se ha establecido competencia específica, la U.E. no podrá actuar sobre la base de éste
exclusivamente.

4. PRINCIPIOS APLICABLES AL FUNCIONAMIENTO DE LA UNIÓN EUROPEA


La actuación de la U.E. se lleva a cabo en ejercicio de las competencias que tiene atribuidas y está orientada a la consecución de
sus objetivos, para lo que debe ajustarse a una serie de principios básicos que aparecen identificados en las disposiciones iniciales
del T.U.E. y/o del T.F.UE. Estos principios son los siguientes:

A) El principio democrático
La democracia es uno de los valores en los que se sustentan y que comparten la UE y sus Estados miembros, según el art. 2
T.U.E. Por supuesto, el respeto de este principio democrático continúa siendo, como ya se ha indicado, una de las exigencias que
deben cumplir los Estados miembros para su adhesión a la U.E., según establece expresamente el art. 49 T.U.E.
Las nuevas disposiciones introducidas por el Tratado de Lisboa pretenden acercar la U.E. a sus ciudadanos y mitigar el presunto
déficit democrático del que habitualmente se ha acusado al proceso de integración europea. Así, el art. 9 T.U.E. comienza
afirmando que «la Unión respetará en todas sus actividades el principio de la igualdad de sus ciudadanos, que se beneficiarán
por igual de la atención de sus instituciones, órganos y organismos».
El art. 10.1 T.U.E., por su parte, establece que la democracia representativa estará en la base del funcionamiento de la Unión y
tendrá dos cauces de expresión, uno directo, a través de la elección cada cinco años por los ciudadanos de la U.E. del Parlamento
Europeo mediante sufragio universal, libre, directo y secreto; y otro cauce indirecto, a través de la responsabilidad democrática
ante sus ciudadanos y ante los parlamentos nacionales de los Jefes de Estado o de Gobierno integrantes del Consejo Europeo y de
los miembros de los gobiernos nacionales que forman el Consejo.
Con objeto de potenciar el principio democrático en el funcionamiento de la U.E., el Tratado de Lisboa también ha introducido el
derecho de todo ciudadano de la UE a participar en la vida democrática de la Unión, para lo que las decisiones serán tomadas de
la forma más abierta y próxima posible a los ciudadanos (art. 10.3 T.U.E.). En particular, se prevé que la Comisión Europea, que
es la institución que tiene el poder de iniciativa legislativa, mantenga amplias consultas con las partes interesadas. El art. 11.4 ha
incorporado un mecanismo importante de participación ciudadana en los asuntos de la U.E., que es el de la iniciativa popular. En
efecto, se prevé que un grupo de al menos un millón de ciudadanos de la Unión, que sean nacionales de un número significativo
de Estados miembros, podrá tomar la iniciativa de invitar a la Comisión Europea, en el marco de sus atribuciones, a que presente
una propuesta adecuada sobre cuestiones que estos ciudadanos estimen que requieren un acto jurídico de la Unión para los fines
de la aplicación de los Tratados.
Por último, el Tratado de Lisboa refuerza el principio democrático mediante una mayor implicación de los parlamentos
nacionales en el funcionamiento de la U.E., para lo cual el art. 12 TUE prevé que:
a) Serán informados por las instituciones de la Unión y recibirán notificación de los proyectos de actos legislativos de
conformidad con el Protocolo sobre el cometido de los Parlamentos nacionales en la Unión Europea.
b) Velarán por que se respete el principio de subsidiariedad según lo previsto en el Protocolo sobre la aplicación de los
principios de subsidiariedad y proporcionalidad.
c) Participarán en la evaluación de las decisiones de la Unión en el marco del espacio de libertad, seguridad y justicia (art. 70
T.F.U.E.), y estarán asociados al control político de Europol y a la evaluación de las actividades de Eurojust (arts. 88 y 85
T.F.U.E.).
d) Participarán en los procedimientos de revisión de los Tratados (art. 48 T.U.E.).
e) Serán informados de las solicitudes de adhesión a la Unión (art. 49 T.U.E.).
f) Participarán en la cooperación interparlamentaria entre los Parlamentos nacionales y con el Parlamento Europeo, de
conformidad con el Protocolo sobre el cometido de los Parlamentos nacionales en la Unión Europea.

B) El principio del respeto a los derechos humanos


Estrechamente relacionado con el principio democrático aparece el respeto de los derechos humanos, que se establece en los arts.
6 y 7 T.U.E. y que ha sido considerablemente reforzado por el Tratado de Lisboa.
El Tribunal recurrió a los principios generales del derecho para asegurar su protección en una jurisprudencia consolidada que data
de los años setenta. La sentencia ERT, de 18 de junio de 1991, sistematiza esta jurisprudencia, al decir que «los derechos
fundamentales forman parte de los principios generales del derecho cuyo respeto garantiza el Tribunal de Justicia. Al efecto, el
Tribunal de Justicia se inspira en las tradiciones constitucionales comunes de los Estados miembros, así como en las
indicaciones proporcionadas por los instrumentos internacionales relativos a la protección de los derechos humanos con los que
los Estados miembros han cooperado o a los que se han adherido». Configurados como principios generales del derecho de la
Unión, los derechos fundamentales así configurados por el Tribunal de Justicia constituyen un requisito de legalidad de los actos
comunitarios, de manera que no pueden admitirse en la Unión medidas incompatibles con el respeto de los derechos humanos. El
Tribunal ha considerado, incluso, que las obligaciones impuestas por un acuerdo internacional no pueden tener por efecto
menoscabar los principios constitucionales del Tratado CE, entre los que figura el principio según el cual todos los actos
comunitarios deben respetar los derechos fundamentales, pues el respeto de esos derechos constituye un requisito de legalidad de

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dichos actos, cuyo control incumbe al Tribunal de Justicia, en el marco del sistema completo de vías de recurso establecido por
dicho Tratado.
Para mejorar el sistema comunitario de protección de los derechos humanos, basado en la solución pretoriana del Tribunal de
Justicia, se exploraron dos posibilidades, a saber: la incorporación de la U.E. al Convenio de Roma de 1950 o la elaboración de
un catálogo propio de derechos. La primera posibilidad se cerró con el Dictamen 2/94, de 28 de marzo de 1996, porque el
Tribunal consideró que la U.E. carecía de competencia para adherirse a dicho Convenio. La segunda posibilidad se activó
mediante la elaboración de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, que fue proclamada solemnemente en Niza
el 7 de diciembre de 2000, por el Parlamento Europeo, el Consejo y la Comisión. Como el Tratado de Niza no incluyó en el
derecho originario ninguna referencia a esta Carta, se proclamó como un texto político, sin fuerza jurídica vinculante.
El fallido Tratado Constitucional pretendió remediar la situación incorporando en su parte II el contenido de esta Carta de
Derechos Fundamentales. El Tratado de Lisboa no ha llegado a tanto, pero sí que mejora sustancialmente la protección de los
derechos fundamentales en la nueva U.E. La disposición central es el art. 6 T.U.E., que contiene tres elementos diferenciados: la
incorporación de la Carta de Derechos Fundamentales, la inclusión de una base jurídica específica para la adhesión de la U.E.
al Convenio Europeo de Derechos Humanos y el mantenimiento de la solución pretoriana desarrollada por el T.J.U.E. para
proteger los derechos humanos.
En definitiva, la Carta está vinculada al ejercicio de las competencias atribuidas a la Unión y su objetivo es impedir que en el
ejercicio de esas competencias se cometan infracciones de los derechos reconocidos en la Carta por las instituciones de la U.E. y
por las autoridades nacionales cuando apliquen derecho de la Unión. En ningún caso, la Unión dispondrá de una competencia
general para proteger los derechos fundamentales.
La Carta no se aplica en Polonia y Reino Unido, ya que el Protocolo nº 30 anejo al Tratado de Lisboa establece que «la Carta no
amplia la competencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea ni de ningún otro órgano jurisdiccional de Polonia o del
Reino Unido para apreciar que las disposiciones legales o reglamentarías o las disposiciones, prácticas o acciones
administrativas de Polonia o del Reino Unido sean incompatibles con los derechos, libertades y principios fundamentales que
reafirma».
La Carta contiene un preámbulo introductorio y 54 artículos distribuidos en 7 capítulos, el último de los cuales contiene las
disposiciones generales que determinan, entre otras cosas, el ámbito de aplicación de la Carta, ya referido.
La protección de los derechos humanos en la U.E. cuenta también en el art. 7 T.U.E. con un procedimiento de prevención y de
sanción en caso de existencia de un riesgo claro de violación grave por parte de un Estado miembro de los valores contemplados
en el art. 2 T.U.E, entre los que se encuentran los derechos humanos.
Los siguientes apartados del art. 7 regulan la constatación por parte del Consejo Europeo, por unanimidad y a propuesta de un
tercio de los Estados miembros o de la Comisión y previa aprobación del Parlamento Europeo, de la existencia de una violación
grave y persistente por parte de un Estado miembro de los valores contemplados en el art. 21 tras invitar al Estado miembro de
que se trate a que presente sus observaciones. Una vez constatada la existencia de la violación grave y persistente de los derechos
humanos por un Estado miembro, el Consejo podrá decidir, por mayoría cualificada, que se suspendan determinados derechos
derivados de la aplicación de los Tratados al Estado miembro de que se trate, incluidos los derechos de voto del representante del
Gobierno de dicho Estado miembro en el Consejo. Las obligaciones del Estado miembro de que se trate derivadas de los Tratados
continuarán, en cualquier caso, siendo vinculantes para dicho Estado. Estas medidas sancionadoras podrán ser modificadas o
revocadas por el Consejo, por mayoría cualificada, en caso de cambios en la situación que motivó su imposición.
Para terminar, hay que mencionar que los derechos de ciudadanía están incluidos en la Carta, pero constituyen también una
competencia específica de la U.E. El Tratado de Lisboa mantiene la ciudadanía europea como un conjunto limitado de derechos
que se confiere a los nacionales de los Estados miembros (art. 9 T.U.E.) y establece el catálogo de derechos de ciudadanía en el
art. 20.2 T.F.U.E. junto con la prohibición de discriminación por razón de la nacionalidad.
En lo referente a la relación entre nacionalidad y ciudadanía de la Unión, los arts. 9 T.U.E. y 20 T.F.U.E. claramente supeditan el
disfrute de los derechos vinculados a la ciudadanía a la posesión de la nacionalidad de un Estado miembro. Por tanto, la
ciudadanía de la Unión constituye un status civitatis distinto del configurado por la nacionalidad de un Estado. El estatuto de la
ciudadanía de la Unión se traduce en una serie de derechos y deberes en los arts. 20-24 T.F.U.E, que son los siguientes según la
enumeración no exhaustiva del art. 20.e) T.F.U.E.:
− Derecho a circular y residir libremente en el territorio de los Estados miembros.
− Derecho de sufragio activo y pasivo en las elecciones al Parlamento Europeo y en las elecciones municipales del Estado
miembro en el que residan, en las mismas condiciones que los nacionales de dicho Estado.
− El derecho a acogerse, en el territorio de un tercer país en el que no esté representado el Estado miembro del que sean
nacionales, a la protección de las autoridades diplomáticas y consulares de cualquier Estado miembro en las mismas
condiciones que los nacionales de dicho Estado.
− Derecho de formular peticiones al Parlamento Europeo.
− Derecho a presentar reclamaciones ante el Defensor del Pueblo Europeo.
− Derecho a dirigirse a las instituciones y a los órganos consultivos de la Unión en una de las lenguas de los Tratados y de
recibir una contestación en esa misma lengua.

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La Carta de Derechos Fundamentales de la U.E. incluye, como hemos visto, en sus arts. 39 a 46 los derechos de ciudadanía entre
los derechos de todos los individuos en la U.E., con un contenido casi idéntico, excepción hecha del derecho a una buena
administración, en el que se incluyen el derecho de acceso del público a los documentos y el derecho a dirigirse a las
instituciones comunitarias, junto con el derecho a ser oído en caso de adopción de medidas individuales desfavorables, la
obligación de motivación de las decisiones y el derecho a obtener reparación por daños y perjuicios ocasionados por la
administración comunitaria. La inclusión de los derechos de ciudadanía en la Carta tiene poca relevancia, ya que su ejercicio por
lo establecido en el T.F.U.E. y el contenido de la Carta no podrá distorsionar la aplicación de aquél.

C) El principio de igualdad ante los tratados y de respeto a la identidad nacional de los Estados miembros
El art. 4.2 T.U.E. recoge, por primera vez, el principio de igualdad ante los tratados de los Estados miembros de la Unión y
contiene, también, el del respeto a su identidad nacional, que se introdujo en el derecho originario con el Tratado de Maastricht.
Estos dos principios se orientan a la preservación de la soberanía de los Estados miembros frente a la U.E. y los desarrollos del
proceso de integración. El tenor literal del art. 4.2 es el siguiente: «La Unión respetará la igualdad de los Estados miembros ante
los Tratados, así como su identidad nacional, inherente a las estructuras fundamentales políticas y constitucionales de éstos,
también en lo referente a la autonomía local y regional Respetará las funciones esenciales del Estado, especialmente las que
tienen por objeto garantizar su integridad territorial, mantener el orden público y salvaguardar la seguridad nacional. En
particular, la seguridad nacional seguirá siendo responsabilidad exclusiva de cada Estado miembro».
En el seno de la U.E. la igualdad de los Estados tiene múltiples manifestaciones, entre las que destacan las siguientes: todas las
normas del derecho de la U.E. se formulan de manera general para todos los Estados miembros y les afectan de la misma manera;
las transferencias competenciales a favor de la U.E. son realizadas por todos los Estados en las mismas condiciones; y todos los
Estados participan, como regla general, en las instituciones y órganos de la U.E., sin que existan órganos de composición
restringida.
Pese a que todos los Estados miembros son formalmente iguales ante la U.E., ello no impide situaciones diferenciadas de los
Estados por elementos objetivos ligados, por ejemplo, al territorio o la población o por elementos subjetivos vinculados a una
actitud más o menos reacia frente al proceso de integración.
Las situaciones diferenciales de los Estados ante el derecho de la U.E. pueden deberse también a condiciones objetivas como su
situación económica, que es relevante a efectos del paso a la fase final de la unión económica y monetaria.
Otra modulación importante del principio de igualdad de los Estados en el seno de la U.E. con respecto al derecho internacional
ha sido tradicionalmente reiterada por el Tribunal de Justicia en su jurisprudencia y es la imposibilidad de que un Estado
miembro alegue un posible incumplimiento del derecho de la U.E. por otro Estado miembro para justificar su propio
incumplimiento. Por consiguiente, un Estado miembro no puede en modo alguno sentirse autorizado para adoptar unilateralmente
medidas correctoras o de defensa para prevenirse contra tal incumplimiento, sino que debe actuar en el marco de los
procedimientos y recursos previstos al respecto en el derecho originario.
Vinculado con la igualdad ante los Estados, encontramos el respeto de la identidad nacional de los Estados como principio rector
de la actuación de la U.E., que se introdujo en el derecho originario desde el Tratado de Maastricht. El art. 4.2 recoge algunos de
los elementos que conforman esa identidad nacional, a saber: sus estructuras fundamentales políticas y constitucionales, incluidas
la autonomía local y regional; las funciones esenciales del Estado, especialmente las que tienen por objeto garantizar su
integridad territorial, mantener el orden público y salvaguardar la seguridad nacional, que seguirá siendo responsabilidad
exclusiva de cada Estado miembro.
La protección de estos elementos básicos de la identidad nacional de los Estados miembros pone de manifiesto claramente que,
en el momento actual de evolución del proceso de integración europea, la U.E. es una organización internacional formada por
Estados soberanos que mantienen su condición de tales como sujetos del derecho internacional, pese a que han cedido el ejercicio
de determinadas competencias a la U.E. Los elementos básicos de la identidad nacional quedan reservados a los Estados, pero sin
que exista un derecho de no injerencia total de la U.E. en estos ámbitos, ya que los Estados tendrán que ejercer sus competencias
vinculadas a la identidad nacional sin infringir las normas del derecho de la U.E.
El derecho originario cuenta con varias disposiciones que constituyen un reflejo de este principio protector de esta identidad
nacional. Si un Estado miembro considerase que su identidad nacional está amenazada por la U.E podrá retirarse voluntariamente
(art. 50 T.U.E) o si su territorio sufre un ataque armado el art. 42.7 prevé una cláusula de legítima defensa colectiva. En el ámbito
del espacio de libertad, seguridad y justicia hay varias disposiciones del T.F.U.E. (arts. 72, 78.3 y 82.3) que protegen las
competencias estatales sobre orden público y seguridad interior, y en caso de graves disturbios de orden público, guerra o grave
tensión internacional, los arts. 347 y 348 T.F.U.E. permiten a los Estados miembros apartarse de sus obligaciones con la U.E.
Ahora bien, el Tribunal de Justicia en su jurisprudencia ha considerado que si bien corresponde a los Estados miembros
establecer las medidas adecuadas para garantizar su seguridad interior y exterior, no por ello cabe deducir que tales medidas se
sustraen totalmente a la aplicación del derecho de la U.E. En varios recursos de incumplimiento contra Estados miembros por
haber exonerado del pago de derechos de aduana las importaciones y exportaciones de material militar al margen del derecho de
la U.E., el TJCE ha considerado que la excepción del art. 347 T.F.U.E. no cabe interpretarla como si atribuyera a los Estados
miembros la facultad de establecer excepciones a las disposiciones del Tratado mediante la mera invocación de la protección de
los intereses esenciales de su seguridad o de los datos cuya divulgación considere contraria a dichos intereses.

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El Tratado de Lisboa contempla formalmente la posibilidad de retirada de los países miembros de la U.E en el art. 50 T.U.E. y la
revisión del derecho originario permite el avance del proceso de integración, pero también su retroceso, ya que los Estados
podrán recuperar competencias cuyo ejercicio había sido transferido a la UE (art. 48.2 T.U.E.). En los preceptos sobre
delimitación vertical de competencias también se insiste machaconamente en que todas las competencias no atribuidas a la Unión
corresponden a los Estados miembros (especialmente, art. 4.1 TUE).

D) Los principios de atribución de competencias, subsidiariedad y proporcionalidad


La U.E. es una organización internacional y no un Estado, por lo que no tiene una personalidad jurídica originaria y plenitud
competencial, sino una personalidad jurídica internacional derivada y funcional, en virtud de la cual sólo dispone de las
competencias que sus Estados miembros le atribuyen. Como ocurre con cualquier organización internacional, las competencias
de la U.E. vienen determinadas por los principios de especialidad y de atribución en función de los objetivos fijados por los
Estados miembros. En el caso de la UE, su especificidad respecto a otras organizaciones internacionales reside en que la
intensidad de las competencias que le atribuyen los Estados es mayor, debido a que éstos le transfieren el ejercicio de dichas
competencias y no sólo le permiten articular la cooperación intergubernamental en dichas materias, como ocurre con las
organizaciones internacionales de cooperación.
El art. 1 T.U.E. comienza diciendo que las Altas Partes Contratantes crean una Unión Europea «a la que los Estados miembros
atribuyen competencias para alcanzar sus objetivos comunes» y el art. 5.1 T.U.E. reafirma el principio de atribución como piedra
angular de esta delimitación vertical de competencias, señalando que «la delimitación de las competencias de la Unión se rige
por el principio de atribución» y que en virtud de él «la Unión actúa dentro de los límites de las competencias que le atribuyen
los Estados miembros en los Tratados para lograr los objetivos que éstos determinan» (art. 52 T.U.E.). En definitiva, la U.E. sólo
dispone de las competencias cuyo ejercicio le han encomendado expresa o implícitamente sus Estados miembros para conseguir
sus objetivos y no tiene ninguna competencia originaría ya que no es una entidad soberana de carácter estatal. Por otra parte, la
atribución competencial de la U.E. es siempre específica, para hacer algo concreto previsto en una determinada base jurídica del
derecho originario y no se trata de una delimitación vertical de competencias generales y por materias como la existente entre los
dos niveles de gobierno de un Estado federal, por ejemplo.
El recelo de algunos Estados miembros ante el aumento de las competencias de la U.E. ha provocado que el Tratado de Lisboa
haya introducido numerosas cláusulas relativas a las competencias de los Estados. En este sentido, destaca la otra cara del
principio de atribución de competencias que rige el funcionamiento de la UE, que se incluye en el art. 5.2 T.U.E. remachando que
«toda competencia no atribuida a la Unión en los Tratados corresponde a los Estados miembros», afirmación que también
aparece en el art. 4.1 y en el art. 6.1 in fine donde, tras reconocer valor jurídico a la Carta de Derechos Fundamentales, se señala
que «las disposiciones de la Carta no ampliarán en modo alguno las competencias de la Unión tal como se definen en los
Tratados». En la misma línea protectora de las competencias de los Estados, el art. 2.2 T.F.U.E. afirma que en el caso de las
competencias compartidas «los Estados miembros ejercerán de nuevo su competencia en la medida en que la Unión haya
decidido dejar de ejercer la suya». El Consejo, a iniciativa de uno o varios de sus miembros, podrá pedir a la Comisión que
presente propuestas de derogación de un acto legislativo de la Unión.
El Tratado de Lisboa también ha clarificado la naturaleza de las competencias atribuidas a la U.E. en el Título I T.F.U.E.,
diferenciando entre tres tipos de competencias de la U.E., las exclusivas, las compartidas y las complementarías o de apoyo, a las
que se unen la coordinación de las políticas económicas, sociales y de empleo, cuya catalogación es difícil, y las competencias en
materia de P.E.S.C con disposiciones específicas:
a) Las competencias exclusivas son aquellas en las que «sólo la Unión podrá legislar y adoptar actos jurídicamente
vinculantes, mientras que los Estados miembros, en cuanto tales, únicamente podrán hacerlo si son facultados por la
Unión o para aplicar actos de la Unión». La U.E. dispondrá también de competencia exclusiva para la celebración de un
acuerdo internacional cuando dicha celebración esté prevista en un acto legislativo de la Unión, cuando sea necesaria para
permitirle ejercer su competencia interna o en la medida en que pueda afectar a normas comunes o alterar su alcance.
b) Las competencias compartidas son aquellas en las que la Unión y los Estados miembros pueden legislar y adoptar actos
jurídicamente vinculantes, pero cuando la U.E. interviene desplaza a los Estados miembros, que sólo la recuperarán
cuando la U.E. deje de ejercerla (art. 2.2 T.F.U.E.). Se trata del conocido principio de la premption u ocupación del terreno
por parte de la Unión. El art. 4.1 T.F.U.E. afirma que serán compartidas las que no sean exclusivas o complementarias,
pero de ello no se puede colegir que en caso de no indicarse una competencia de la U.E. será compartida, ya que su
naturaleza siempre dependerá de su base jurídica específica.
c) Las competencias complementarias existen en los ámbitos en que la Unión disponga de competencia para llevar a cabo
acciones con el fin de apoyar, coordinar o complementar la acción de los Estados miembros, sin por ello sustituir la
competencia de éstos y sin que los actos que adopte puedan conllevar armonización alguna de las disposiciones legales y
reglamentarias de los Estados miembros (art. 2.5 TP.U.E.).

Desde el primer momento, el derecho originario ha contado con una cláusula de imprevisión competencial con objeto de atribuir
competencias a las instituciones comunes en caso de necesidad para la consecución de los objetivos de la Unión. La utilización
de esta cláusula de imprevisión competencial requiere la concurrencia de tres condiciones, a saber:
1. Necesidad de una acción de la Unión frente a la actuación unilateral de los Estados miembros.
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2. Intervención de la Unión requerida para la consecución de uno de los objetivos generales o específicos del derecho
originario.
3. Ausencia de atribución expresa de competencias a las instituciones de la Unión para actuar.

A la hora de ejercer las competencias que tiene atribuidas, la U.E. tiene que respetar dos principios que enumera, también, el art.
5 T.U.E. en sus apartados tercero y cuarto, que son el principio de subsidiariedad y el de proporcionalidad.
El principio de subsidiariedad, aparece en el art. 5.3 T.U.E. con los términos siguientes: «en virtud del principio de
subsidiariedad, en los ámbitos que no sean de su competencia exclusiva, la Unión intervendrá sólo en caso de que, y en la
medida en que, los objetivos de la acción pretendida no puedan ser alcanzados de manera suficiente por los Estados miembros,
ni a nivel central ni a nivel regional y local, sino que puedan alcanzarse mejor, debido a la dimensión o a los efectos de la acción
pretendida, a escala de la Unión». La subsidiariedad ofrece, pues, una orientación para el ejercicio de las competencias
compartidas de la U.E. y sus Estados miembros y constituye un concepto dinámico, según el cual la intervención de la Unión se
justifica sólo si los objetivos de la acción propuesta no pueden ser alcanzados por los Estados miembros individualmente y
pueden lograrse mejor con la actuación de la U.E. Para verificar el cumplimiento de esta condición, hay que tener en cuenta tres
directrices: 1) la dimensión transnacional o no de la cuestión, 2) el perjuicio para los objetivos del T.U.E. de la posible actuación
estatal y 3) los previsibles beneficios de la intervención europea.

El art. 5.4 T.U.E. se refiere al principio de proporcionalidad, diciendo que «en virtud del principio de proporcionalidad, el
contenido y la forma de la acción de la Unión no excederán de lo necesario para alcanzar los objetivos de los Tratados». El
principio de proporcionalidad es un principio ampliamente utilizado por el Tribunal de Justicia en su jurisprudencia desde hace
mucho tiempo. El Tribunal viene considerando que el principio de proporcionalidad, que forma parte de los principios generales
del Derecho comunitario, exige que los medios que aplica una disposición comunitaria sean aptos para alcanzar el objetivo
propuesto y no vayan más allá de lo que es necesario para alcanzarlo.
El Protocolo reitera el deber de todas las instituciones de velar por el respeto de los principios de subsidiariedad y
proporcionalidad, previendo seguidamente dos mecanismos de control, uno político de alerta temprana con intervención de los
parlamentos nacionales y otro de carácter jurisdiccional ante el Tribunal de Justicia.

E) El principio de cooperación leal


El deber de cooperación leal entre los Estados miembros y la Unión está regulado por el art. 4.3 T.U.E.
El art. 4.3 T.U.E. impone a los Estados, en primer lugar, una obligación de colaboración activa en virtud de la cual deben adoptar
todas las medidas generales o particulares necesarias para asegurar el cumplimiento de las obligaciones que le impone el derecho
de la UE. En segundo lugar, impone a los Estados miembros un deber de abstención, que les obliga a no adoptar ninguna medida
que pueda poner en peligro la consecución de los objetivos de la Unión. En tercer lugar, los Estados deben facilitar a las
instituciones de la UE el cumplimiento de sus misiones y, como consecuencia de ello, están obligados a suministrar a éstas las
informaciones que les soliciten. El Tratado de Lisboa introduce como novedad que la cooperación leal también obligará a la
Unión con respecto a los Estados miembros para facilitarles el cumplimiento de las obligaciones que les imponga el derecho de
la U.E.
Este deber de cooperación leal es de aplicación general y no depende ni del carácter exclusivo o no de la competencia
comunitaria de que se trate ni del posible derecho de los Estados miembros a contraer obligaciones frente a países terceros. El
Tribunal de Justicia ha declarado que los Estados miembros están sujetos a deberes particulares de acción y de abstención en una
situación en que la Comisión ha presentado al Consejo propuestas que, aunque éste no ha aceptado, constituyen el punto de
partida de una acción comunitaria concertada. Cuando la materia de un acuerdo o de un convenio sea en parte competencia de la
Comunidad y en parte de los Estados miembros, es necesario garantizar una estrecha cooperación entre estos últimos y las
instituciones comunitarias tanto en el proceso de negociación y de celebración, como en la ejecución de las obligaciones
contraídas. Esta obligación de cooperar deriva de la exigencia de una unidad de representación internacional de la Comunidad.
Con este razonamiento el Tribunal ha considerado que Suecia había incumplido las obligaciones que le incumben en virtud del
art. 10 CE (ahora art. 4.3 T.F.U.E.), al haber propuesto unilateralmente que se añadiera una sustancia, el sulfonato de
perfluorooctano, al anexo A del Convenio de Estocolmo sobre contaminantes orgánicos persistentes, cuando se estaba
consensuando una propuesta concertada sobre esta cuestión en el seno de la U.E.

5. LAS COOPERACIONES REFORZADAS


El Tratado de Ámsterdam incluyó otro principio de gran relevancia en el funcionamiento de la U.E., el de cooperación reforzada,
que introduce con carácter general el concepto de integración diferenciada, según el cual los Estados miembros más ambiciosos
pueden profundizar en su proceso de integración, permitiendo a los restantes incorporarse posteriormente a esos avances.
El Tratado de Lisboa introduce algunos cambios, las principales novedades que introducen son las siguientes: adopción por
unanimidad sólo de las cooperaciones reforzadas en materia de PESC; establecimiento de un umbral mínimo fijo y constante de
nueve Estados para activar estas cooperaciones; y mejora de la participación del Parlamento Europeo, que debe aprobarlas, salvo
las de PESC. Hay que mencionar, además, que se introduce una nueva cooperación estructurada permanente en el ámbito de la

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defensa (arts. 42.6 y 46 T.U.E.) y que se establece un procedimiento específico y atípico de autorización de cooperación
reforzada en algunos ámbitos de la cooperación policial y judicial penal (art. 82.3 T.F.U.E.).
El art. 20 T.U.E. permite en el marco de las competencias no exclusivas de la Unión que los Estados miembros que deseen
instaurar entre sí una cooperación reforzada puedan hacer uso de las instituciones de ésta y ejercer dichas competencias aplicando
las disposiciones pertinentes de los Tratados. La finalidad de las cooperaciones reforzadas será, según esta disposición, impulsar
los objetivos de la Unión, proteger sus intereses y reforzar su proceso de integración, es decir, se utilizarán siempre para hacerlo
avanzar y nunca que retroceda la integración.
Como es lógico, los actos adoptados en el marco de una cooperación reforzada vincularán únicamente a los Estados miembros
participantes y no a los que decidan quedar fuera de ella, no considerándose acervo que deban aceptar los Estados candidatos a la
adhesión a la Unión (art. 20.4 T.U.E.). La consecuencia de ello es que la situación jurídica de los Estados miembros y de sus
ciudadanos será heterogéneo y variable, con lo que se difumina el carácter unitario del proceso de integración.
Para mitigar esas consecuencias negativas, las cooperaciones reforzadas estarán abiertas permanentemente a todos los Estados
miembros, siempre y cuando se respeten las posibles condiciones de participación establecidas en la decisión de autorización.
Con objeto de preservar el acervo comunitario, se establecen numerosas condiciones y algunos límites, especialmente los arts.
326 y 327 TCE, para la utilización del mecanismo de la cooperación reforzada, exigiendo que dicha cooperación:
− Impulse los objetivos de la U.E., proteja y sirva sus intereses, y rehierve su proceso de integración.
− Permanezca dentro de los límites de las competencias de la UE y no se refiera a materias de competencia comunitaria
exclusiva.
− No afecte al mercado interior ni a la cohesión económica, social y territorial.
− No constituya un obstáculo ni una discriminación a los intercambios entre Estados miembros y no provoque distorsiones de
la competencia entre ellos.
− Respete las competencias, derechos, obligaciones e intereses de los Estados miembros no participantes en ella.
− Se utilice sólo como último recurso.

Según el art. 20.2 T.U.E., la decisión de autorizar una cooperación reforzada será adoptada por el Consejo como último recurso,
cuando haya llegado a la conclusión de que los objetivos perseguidos por dicha cooperación no pueden ser alcanzados en un
plazo razonable por la Unión en su conjunto, y a condición de que participen en ella al menos nueve Estados miembros.
En julio de 2010 el Consejo ha aprobado la primera cooperación reforzada sobre normas aplicables a los divorcios y separaciones
internacionales para proteger los derechos de los cónyuges más débiles y en ella participan 14 Estados miembros (Austria,
Bélgica, Bulgaria, Francia, Alemania, Hungría, Italia, Letonia, Luxemburgo, Malta, Portugal, Rumanía, Eslovenia y España).

ESTRUCTURA INSTITUCIONAL DE LA UNIÓN EUROPEA

1. CONSIDERACIONES GENERALES
La Unión Europea cuenta con una estructura institucional original, que se ha mantenido con adaptaciones desde el inicio del
proceso de integración. Esta estructura orgánica está en consonancia con la naturaleza jurídico-política de la U.E., de manera que
el sistema institucional comunitario es original y difiere tanto de la estructura orgánica de las organizaciones internacionales de
carácter intergubernamental, como del sistema de división de poderes característico de los Estados. La estructura institucional de
la UE se articula sobre la base del principio de representación de intereses, en virtud del cual cada institución representa un
interés y actúa en defensa del mismo en los procedimientos de adopción de decisiones. El Tribunal de Justicia asegura el respeto
del derecho, la Comisión es la institución independiente que representa el interés general de la Unión, el Consejo y el Consejo
Europeo tienen una composición intergubernamental y representan los intereses de los Estados miembros, y el Parlamento
Europeo, elegido mediante sufragio universal, directo y secreto, representa a los pueblos de los Estados reunidos en la Unión.
Esta articulación del sistema institucional provoca la mezcla de tres lógicas institucionales diferentes en la Unión: 1) la lógica
supranacional, que potencia a la Comisión en tanto que órgano independiente; 2) la lógica intergubernamental, opuesta a la
anterior y que privilegia los poderes del Consejo y del Consejo Europeo por ser los órganos representativos de los Estados; y 3)
la lógica democrática, que favorece la posición del Parlamento Europeo en tanto que institución elegida por sufragio universal.
La armonización de los distintos intereses y lógicas institucionales representados por las instituciones es sumamente difícil y
complica el sistema institucional de la U.E. Así, la función legislativa es ejercida por la Comisión, que posee el poder de
iniciativa, el Consejo, a quien corresponde el poder de decisión, compartiéndolo con el Parlamento Europeo. La función ejecutiva
corresponde normalmente a la Comisión, pero por delegación del Consejo, que detenta el poder originario para la ejecución de
sus actos. Las competencias presupuestarias son compartidas por el Consejo y el Parlamento, con participación de la Comisión.
El art. 13 T.U.E. establece que el marco institucional estará formado por cinco instituciones: 1) el Parlamento Europeo, 2) el
Consejo Europeo, 3) el Consejo, 4) la Comisión Europea, 5) el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, el Banco Central
Europeo y el Tribunal de Cuentas. Estas dos últimas instituciones se incluyen en el marco institucional, pero su regulación se
encuentra íntegramente en el T.F.U.E.
El entramado institucional de la Unión se completa con las agencias comunitarias, que son organismos autónomos de derecho
público con personalidad jurídica propia y que han creado las instituciones de la Unión para desempeñar una tarea específica de
naturaleza técnica, científica o de gestión, cuya especificación se realiza en la norma de derecho derivado que las instituye. Estas
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agencias han proliferado mucho y en la actualidad operan en casi todos los ámbitos competenciales de la Unión. Entre las más
importantes se encuentran la Oficina de Armonización del Mercado Interior, la Agencia Europea del Medio Ambiente, la
Agencia Europea para la Evaluación de los Medicamentos, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, la Agencia
de los Derechos Fundamentales, la Agencia Europea de Defensa, Europol o Eurojust.
Los principios de cooperación leal interinstitucional y de equilibrio institucional continúan vertebrando el sistema institucional y
se recogen en el art. 13.2 T.U.E., señalando que «cada institución actuara dentro de los límites de las atribuciones que le
confieren los Tratados, con arreglo a los procedimientos, condiciones y fines establecidos en los mismos. Las instituciones
mantendrán entre si una cooperación leal».
En lo que respecta a las sedes de las instituciones, el art. 341 T.F.U.E. establece que se fija de común acuerdo por los Gobiernos
de los Estados miembros. El Protocolo n.° 6 recoge dicho acuerdo, alcanzado tras numerosos litigios entre los Estados, según el
cual:
− El Parlamento Europeo tendrá su sede en Estrasburgo, donde se celebrarán los 12 períodos parciales de sesiones plenarias
mensuales, incluida la sesión presupuestaria. Los períodos parciales de sesiones plenarias adicionales se celebrarán en
Bruselas. Las comisiones del Parlamento Europeo se reunirán en Bruselas. La Secretaría General del Parlamento Europeo y
sus servicios seguirán instalados en Luxemburgo.
− El Consejo tendrá su sede en Bruselas. Durante los meses de abril, junio y octubre, el Consejo celebrará sus reuniones en
Luxemburgo.
− La Comisión tendrá su sede en Bruselas, aunque varios de sus servicios se mantendrán en Luxemburgo.
− El Tribunal de Justicia de la Unión Europea y el Tribunal de Cuentas tendrán su sede en Luxemburgo, al igual que el Banco
Europeo de Inversiones.
− El Comité Económico y Social y el Comité de las Regiones tendrán su sede en Bruselas.
− El Banco Central Europeo tendrá su sede en Frankfurt.
− La Oficina Europea de Policía (Europol) tendrá su sede en La Haya.
− Las agencias tienen su sede en ciudades de los Estados miembros, que se determinan por acuerdo entre los Estados en el
momento de su creación. Así, la Agencia Europea del Medicamento tiene su sede en Londres, la de Medio ambiente en
Copenhague, la Oficina de armonización del Mercado Interior en Alicante, y la Agencia Comunitaria de Control de Pesca
en Vigo, por ejemplo,

Para su funcionamiento la U.E. cuenta con un presupuesto que en 2010 ascendió a 141.500 millones de euros, lo que supone
aproximadamente 1,20 por 100 de la RNB de los Estados miembros. Es un presupuesto de cuantía escasa para las numerosas
funciones que tiene atribuidas la Unión. A diferencia de lo que sucede en la mayoría de las organizaciones internacionales, el
presupuesto de la Unión se nutre mediante un sistema de recursos propios (derechos de aduana, porcentaje del IVA y recurso
Renta Nacional Bruta), que le confiere independencia financiera a la Unión, porque estos ingresos le pertenecen y los Estados
deben recaudarlos para transferirlos a la U.E.

2. EL CONSEJO EUROPEO
Cuando se inició el proceso de integración, el Consejo Europeo no existía en el derecho primario. Su origen se encuentra en las
conferencias intergubernamentales celebradas «en la cumbre», es decir, con la participación de los Jefes de Estado o de
Gobierno. El Consejo Europeo surge cuando estas «cumbres» son institucionalizadas al adoptarse en la celebrada en París en
diciembre de 1974 el acuerdo de que los Jefes de Gobierno, acompañados por los ministros de Asuntos Exteriores, se reunirían
periódicamente “en Consejo de la Comunidad y a título de la cooperación política”.
El Consejo Europeo era un órgano comunitario, el Consejo, cuya composición habitual era sustituida por la presencia de los Jefes
de Estado o de Gobierno. Sin embargo, en la práctica el Consejo Europeo se ha limitado a asumir una función de orientación y
decisión política, dejando siempre al Consejo en su composición habitual la adopción de los actos normativos.

El Tratado de Lisboa ha introducido cambios significativos en el Consejo Europeo orientados a conseguir su plena inserción en el
sistema institucional y la reafirmación jurídica de su liderazgo político sobre el proceso de integración, con el consiguiente
reforzamiento de la lógica intergubernamental en la estructura institucional de la U.E. Está regulado específicamente en el art. 15
T.U.E. y en los arts. 235 y 236 TFUE.
El Consejo Europeo está compuesto por los Jefes de Estado o de Gobierno de los Estados miembros, así como por el Presidente
del Consejo y el Presidente de la Comisión, los cuales estarán asistidos por un ministro competente en la materia y por un
miembro de la Comisión. El Alto Representante participará en los trabajos del Consejo Europeo.
El art. 15.3 prevé, igualmente, que el Consejo Europeo se reunirá al menos dos veces por semestre, por convocatoria de su
presidente.
La principal novedad que el Tratado de Lisboa introduce en el funcionamiento del Consejo Europeo es la instauración de un
Presidente estable, que se hará cargo de las funciones que antes llevaban a cabo las presidencias rotatorias.
Funciones y adopción de decisiones
En lo que respecta a la organización de los trabajos, el Consejo Europeo estará asistido por la Secretaría General del Consejo (art.
235.4 T.F.U.E.) y la preparación del orden del día de las reuniones corresponderá al Consejo de Asuntos Generales. La adopción
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de decisiones en el Consejo Europeo se realiza, como regla general, por consenso (acuerdo de los Jefes de Estado o de Gobierno),
excepto cuando los Tratados dispongan otra cosa (art. 15.4 T.U.E).
Los tres procedimientos decisorios del Consejo Europeo se especifican en los arts. 235 y 236 T.F.U.E., y son:
− Mayoría simple para las cuestiones de procedimiento y para la aprobación de su reglamento interno (art. 235.5).
− En varios casos, se prevén decisiones del Consejo Europeo por unanimidad, que requieren el voto favorable de todos sus
miembros. Es posible la representación de un solo miembro por otro y la abstención no impide la unanimidad.
− Mayoría cualificada, en los mismos términos previstos en los arts. 16.4 T.U.E. y 238.2 T.F.U.E. para el Consejo, El Consejo
Europeo adoptará por mayoría cualificada, por ejemplo, la decisión que establezca la lista de las formaciones del Consejo,
distintas de la de Asuntos Generales y de la de Asuntos Exteriores, y la decisión relativa a la presencia de las formaciones
del Consejo, con excepción de la de Asuntos Exteriores (art. 156 TFUE).

Las funciones del Consejo Europeo serán las actuales de dar a la Unión los impulsos necesarios para su desarrollo y de definir
sus orientaciones y prioridades políticas generales, advirtiendo el art. 15.1 que no ejercerá función legislativa alguna. La
aplicación concreta de las políticas es responsabilidad de las otras instituciones (la Comisión, el Parlamento Europeo y el
Consejo), salvo en materia de política exterior y de seguridad común.
Además, el Consejo Europeo decidirá en nombramientos cruciales para el sistema institucional: propone, por ejemplo, el
Presidente de la Comisión al Parlamento Europeo y nombra, de acuerdo con el Presidente de la Comisión, al Alto Representante
de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad (art. 18 T.U.E.), designa al Presidente del Consejo Europeo (art. 15
T.U.E.), nombra al Presidente, Vicepresidente y miembros del Comité Ejecutivo del B.C.E. (art. 283 T.F.U.E.).
El Consejo Europeo continúa teniendo, debido a su composición, poderes para desbloquear conflictos de importancia sistémica,
como la manera de afrontar el resultado negativo de un referéndum de ratificación de un tratado de reforma del derecho
originario.
Las decisiones del Consejo Europeo se dan a conocer mediante las «Conclusiones de la Presidencia», eventualmente
acompañadas de anexos, que se publican inmediatamente después de cada reunión de este órgano.

3. EL CONSEJO
El Consejo asegura la inserción, representación y defensa de los intereses de los Estados miembros en el sistema institucional de
la Unión. Su naturaleza es ambigua, porque funcionalmente es una institución de la UE a la que compete adoptar la mayor parte
del derecho comunitario derivado, pero su estructura orgánica es de carácter diplomático, al estar formada por representantes de
los Estados miembros. Esta ambigüedad le confiere una cierta ambivalencia y marca tanto su organización y funcionamiento
como las funciones que desempeña.

A) Organización y funcionamiento
Según el art. 16 TUE, el Consejo de la Unión Europea está compuesto por «un representante de cada Estado miembro de rango
ministerial, facultado para comprometer al Gobierno de dicho Estado miembro». La composición personal del Consejo puede
variar, y de hecho varía en las distintas sesiones, en las que los Estados miembros son representados por distintos miembros de
sus respectivos Gobiernos en función de las materias examinadas.
La composición variable y la discontinuidad temporal constituyen un obstáculo para el funcionamiento del Consejo. Estos
inconvenientes se evitan, en parte, con la actuación de la Secretaría General, que constituye el soporte administrativo permanente
del Consejo, del Estado que ejerce la Presidencia del Consejo y del Comité de Representantes Permanentes (COREPER).
La Presidencia del Consejo es ejercida por rotación por cada Estado miembro durante un período de seis meses, siguiendo el
orden acordado por el Consejo. Las necesidades prácticas han llevado a la Presidencia del Consejo a desempeñar importantes
funciones, tales como la convocatoria, elaboración del orden del día y dirección de las múltiples reuniones del Consejo y del
COREPER, la búsqueda de compromisos entre los Estados para adoptar las decisiones más importantes y conflictivas y la
representación de la UE en el ámbito internacional conjuntamente con la Comisión.
La caracterización del Consejo sería incompleta sin hacer referencia al COREPER. El TUE le asigna la misión de «preparar los
trabajos del Consejo y realizar las tareas que éste le confíe». Su creación obedece al deseo de los Estados miembros de estar
asociados de forma permanente a los trabajos de la Unión.
El COREPER está compuesto por los representantes permanentes de los Estados miembros ante la Unión, con rango de
Embajadores. Existen dos formaciones, el COREPER II formado por los representantes permanentes, que se ocupa de los temas
institucionales y de mayor envergadura política y económica, y el COREPER I formado por los representantes permanentes
adjuntos, que se encarga de las cuestiones más técnicas.
Otra importante innovación institucional del Tratado de Lisboa con incidencia en el funcionamiento del Consejo es la creación de
la figura del Alto Representante de la unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad al que se le retira la denominación
de Ministro de Asuntos Exteriores de la Unión, prevista por el Tratado Constitucional, aunque manteniendo su configuración.
El Alto Representante será tanto mandatario del Consejo en materia de política exterior y de seguridad común, como miembro de
pleno derecho de la Comisión encargado de las responsabilidades que le incumban en el ámbito de las relaciones exteriores y de
la coordinación de los demás aspectos de la acción exterior de la Unión. Alto Representante ejerce en el ámbito de la acción

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exterior las funciones que hasta ahora ejercía la Presidencia rotatoria semestral, el Alto Representante para la P.E.S.C. y el
Comisario de Relaciones Exteriores.

B) Funciones
El Consejo es un órgano de «estructura ambivalente». De un lado, es una Institución comunitaria, que ejerce competencias
comunitarias y está vinculado por los objetivos comunitarios. De otro, sus miembros, al participar en la adopción de las
decisiones comunes, actúan en representación de sus respectivos Estados. En consecuencia, su objetivo es armonizar los intereses
nacionales con el interés comunitario. Por ello, las competencias que le han sido atribuidas son diversas y complejas. El art. 16.1
TUE enumera las más importantes, aunque de forma no exhaustiva. A la luz de este precepto y de las restantes disposiciones del
Tratado UE, se pueden identificar las siguientes competencias del Consejo:
1. Poder legislativo. Corresponde al Consejo el ejercicio de la función normativa, es decir, del poder legislativo, que se
traduce en la adopción de normas de derecho derivado de la Unión de alcance general. Este poder legislativo lo comparte
con el Parlamento Europeo en los actos adoptados mediante el procedimiento legislativo ordinario y lo monopoliza en
gran medida en los actos elaborados mediante el procedimiento legislativo especial.
2. Poder presupuestario. El Consejo dispone de importantes poderes presupuestarios, que le permiten determinar el sistema
de financiación de la U.E. mediante recursos propios (art. 311 T.F.U.E.), elaborar el marco financiero plurianual con la
previsión de ingresos y gasto de la U.E. (art. 312 T.F.U.E.) y adoptar conjuntamente con el Parlamento Europeo el
presupuesto anual de la U.E. en el marco del procedimiento presupuestario, regulado en el art. 314 T.F.U.E.
3. Poderes de definición y coordinación de políticas. El Consejo es la institución que tiene poder de decisión en la mayor
parte de los ámbitos competenciales de la Unión. Además, el Consejo asegura la coordinación de las políticas
económicas generales y de empleo de los Estados miembros, siendo ésta una categoría competencial sui generis, prevista
en el art. 5 T.F.U.E. En este supuesto, el Consejo no adopta actos legislativos, sino orientaciones generales, que carecen
de efectos jurídicos vinculantes para los Estados miembros.
4. Poderes en materia de acción exterior. El Consejo define y pone en práctica la política exterior y de seguridad común en
virtud de las orientaciones generales definidas por el Consejo Europeo y dispone de enormes poderes de actuación este
ámbito de la acción exterior, como se verá en el capítulo siguiente. En las relaciones exteriores de la Unión, el Consejo
tiene también una posición preeminente, ya que le corresponden, entre otras funciones, la manifestación del
consentimiento en nombre de la U.E. para obligarse mediante tratados internacionales con terceros Estados u otras
organizaciones internacionales, además de controlar las negociaciones realizadas por la Comisión.

En definitiva, el consejo es el órgano que adopta los actos legislativos, determina las opciones básicas de la política comunitaria,
toma las decisiones fundamentales en materia de acción exterior y comparte con el Parlamento el poder presupuestario. El
Consejo es, pues, el órgano decisorio de la UE.

4. LA COMISIÓN
La Comisión es una institución encargada de defender el interés general de la Comunidad en el seno de la estructura institucional.
Es equiparable a los gobiernos o ejecutivos de los sistemas constitucionales internos. Su organización y funcionamiento, así
como las competencias que le han sido atribuidas, le confieren un papel central en el proceso de integración comunitario, que le
ha hecho merecedora del calificativo de «motor de la Comunidad».

A) Organización y funcionamiento
La Comisión es un órgano colegiado, que ejerce sus funciones con independencia en interés de la UE. Únicamente pueden
formar parte del colegio de comisarios los nacionales de los Estados miembros.
La primera Comisión nombrada con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa estará compuesta por un nacional de cada Estado
miembro, incluidos su Presidente y el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.
A partir de 2014, la Comisión se reducirá y se compondrá de un número de miembros correspondiente a los dos tercios del
número de Estados miembros, incluidos su Presidente y el Alto Representante, número que el Consejo Europeo podrá modificar
por unanimidad. Los comisarios serán seleccionados mediante un sistema de rotación igualitario entre los Estados miembros que
permita tener en cuenta su diversidad demográfica y geográfica (art. 244 T.F.U.E.)
Los miembros de la Comisión son nombrados por un período de cinco años, con posibilidad de renovación.
El procedimiento de designación de los miembros de la Comisión se inicia después de cada nueva elección al Parlamento
Europeo y está regulado en el art. 17.7 T.U.E. El Consejo Europeo propondrá al Parlamento Europeo, por mayoría cualificada, un
candidato al cargo de Presidente de la Comisión, teniendo en cuenta el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo y tras
mantener las consultas apropiadas. El Parlamento Europeo elegirá al candidato por mayoría de los miembros que lo componen.
Si el candidato no obtiene la mayoría necesaria, el Consejo Europeo propondrá en el plazo de un mes, por mayoría cualificada,
un nuevo candidato, que será elegido por el Parlamento Europeo por el mismo procedimiento. El Consejo, de común acuerdo con
el Presidente electo, adoptará la lista de las demás personalidades que se proponga nombrar miembros de la Comisión a partir de
las propuestas presentadas por los Estados miembros. El Presidente, el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y
Política de Seguridad y los demás miembros de la Comisión se someterán colegiadamente al voto de aprobación del Parlamento
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Europeo, después de su comparecencia ante las comisiones parlamentarias pertinentes, al estilo de las audiencias en el Senado
estadounidense.
Si se produce dicha aprobación, la Comisión será nombrada por el Consejo Europeo, por mayoría cualificada. Los miembros de
la Comisión tienen un estatuto de total independencia con respecto a los Estados miembros de los que son nacionales y que los
han propuesto. En este sentido, el art. 245 T.EU.E. establece que los miembros de la Comisión se abstendrán de todo acto
incompatible con el carácter de sus funciones y que los Estados miembros respetarán su independencia y no intentarán influir en
ellos en el desempeño de sus funciones. En contrapartida a esta independencia, los miembros de la Comisión no podrán, mientras
dure su mandato, ejercer ninguna otra actividad profesional, retribuida o no, y, en el momento de asumir sus funciones, se
comprometerán solemnemente a respetar, mientras dure su mandato y aun después de finalizar éste, las obligaciones derivadas de
su cargo y, en especial, los deberes de honestidad y discreción, en cuanto a la aceptación, una vez terminado su mandato, de
determinadas funciones o beneficios (art. 245 T.F.U.E.).
La Comisión está presidida por su Presidente, que ocupa una posición relevante dentro del colegio de comisarios. Corresponde al
Presidente definir la orientación política y determinar la organización interna de la Comisión, repartir las responsabilidades entre
los comisarios y reorganizarlas durante su mandato, nombrar a los vicepresidentes y solicitar a un comisario su dimisión, previa
aprobación del colegio.
El funcionamiento de la Comisión está marcado por el principio de la colegialidad, reconocido en al art. 17.6 T.U.E. y
consagrado en su reglamento interno. La colegialidad supone que, en principio, todas las decisiones, actos y declaraciones deben
ser adoptados por el colegio de comisarios, ya que son imputables y obligan a la Comisión en su conjunto.
B) Competencias
La Comisión es la institución que cuenta con el mayor número de funcionarios y con la capacidad operativa más importante, por
lo que, en cierta medida, es la instancia ejecutiva de la UE. Como consecuencia de ello, las funciones y competencias que se le
han asignado son bastante extensas y se regulan en distintos preceptos del Tratado UE. Las competencias más importantes
atribuidas a la Comisión son las siguientes:
1. Defensa del derecho de la Unión. Corresponde a la Comisión velar por el cumplimiento de los Tratados y del derecho
derivado, investigando y persiguiendo las infracciones. Esta función de control del cumplimiento del Derecho de la U.E., tanto
por los Estados como por los particulares, convierte a la Comisión en la institución «guardiana de los Tratados». Para desarrollar
esta función, la Comisión controla la aplicación de las suspensiones y derogaciones a las obligaciones establecidas en las
cláusulas de salvaguardar y excepciones previstas en las normas de la Unión, y especialmente tiene competencias para hacer
frente a los incumplimientos del derecho de la U.E
2. Poder de iniciativa legislativa y presupuestaria. Por regla general, los actos legislativos de la Unión y otros actos previstos
por el derecho originario sólo pueden ser adoptados sobre la base de una propuesta de la Comisión, lo que le otorga a ésta el
monopolio de la iniciativa legislativa y configura a la Comisión como principal impulsora de la acción de la Unión
3. Poderes presupuestarios. La Comisión posee el poder de iniciativa en materia presupuestaria, ya que el art. 314 T.EU.E.
obliga a esta institución a presentar antes del 1 de septiembre el anteproyecto de presupuesto, con una previsión de los ingresos y
de los gastos. Además, la Comisión tiene en virtud del art. 317 T.E.U.E. el poder para ejecutar el presupuesto en cooperación con
los Estados miembros de conformidad con las disposiciones del reglamento financiero y con arreglo al principio de buena gestión
financiera. A estos efectos, la Comisión presenta cada año al Parlamento Europeo y al Consejo las cuentas del ejercicio cerrado
relativas a las operaciones del presupuesto, remitiendo les un balance financiero del activo y pasivo de la Unión y un informe de
evaluación de las finanzas de la Unión basado en los resultados obtenidos (art. 318 T.F.U.E.).
4. Poderes de ejecución normativa y administrativa. El poder general para ejecutar los actos vinculantes de la U.E. lo tienen los
Estados miembros (art. 291.1 T.F.U.E.). No obstante, la Comisión es la institución con un mayor número de funcionarios y tiene
vocación de ser el ejecutivo de la U.E. Por ello, el derecho originario contiene algunos ámbitos materiales, como la política
comercial o las normas de competencia, en los que la Comisión tiene poder de ejecución/aplicación de las normas generales del
derecho derivado mediante la adopción de actos no legislativos (reglamentos, directivas o decisiones). La Comisión actúa como
administración directa, por ejemplo, cuando adopta un reglamento no legislativo para imponer derechos antidumping a las
importaciones de calzado procedentes de China y Vietnam, después de una investigación realizada de conformidad con el
Reglamento de base en materia de derechos antidumping, acto de carácter legislativo. La Comisión dispone, también, de poderes
de decisión por delegación del Consejo y del Parlamento Europeo para adoptar actos no legislativos de alcance general, que
completen o modifiquen elementos no esenciales de un acto legislativo (art. 290 T.F.U.E.). La Comisión podrá adoptar
reglamentos delegados, directivas delegadas y decisiones delegadas en los términos fijados por la delegación legislativa del
Consejo y del Parlamento en el acto legislativo de base.
5. Competencias en materia de relaciones exteriores. La Comisión tiene importantes poderes en el ámbito de la acción exterior,
especialmente en materia de relaciones exteriores. Entre otras funciones, la Comisión negocia los tratados internacionales bajo
las directrices del Consejo y asume la representación exterior de la Unión en organizaciones y conferencias internacionales.

5. EL PARLAMENTO EUROPEO
Se trata de la institución encargada de la representación de los pueblos de los Estados miembros.

A) Organización y funcionamiento
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De conformidad con el art. 14.2 TUE el número de miembros del Parlamento Europeo no excederá de 750 miembros más el
Presidente. El umbral mínimo de escaños por Estado miembro se fija en 6 diputados y el máximo en 96 por Estado miembro.
Con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa debe producirse un reajuste de la composición del Parlamento Europeo, que pasará
a tener 754 miembros.
Los miembros del Parlamento son elegidos por un período de cinco años mediante sufragio universal, libre, directo y secreto. El
Acta Electoral Europea ha sido reformada por una Decisión de 25 de junio de 2002 que establece unos principios comunes
aplicables a las elecciones al Parlamento Europeo. Estos principios son los siguientes:
− Elección por sufragio universal, directo y secreto.
− Modo de escrutinio proporcional.
− Circunscripciones electorales únicas (España, Francia, Luxemburgo o Portugal) o con subdivisiones regionales (por
ejemplo, Alemania o Italia).
− Posibilidad de listas con voto de preferencia, existiendo países como España con listas bloqueadas; Estados donde el
elector puede expresar sus preferencias dentro de la lista (Italia o Bélgica) y países como Luxemburgo que permiten
mezclar listas (Luxemburgo).
− Posibilidad de establecimiento de umbral mínimo no superior al 5 por 100 de votos emitidos para atribución de escaños.
− Predeterminación en el Acta de las fechas electorales.
− Posibilidad de limitar los gastos de campaña electoral de los candidatos.
Otras cuestiones electorales se remiten al derecho interno de los Estados, como el régimen de incompatibilidades de los
europarlamentarios, la edad mínima para el ejercicio del derecho de voto activo y pasivo o la regulación del voto por correo o por
poder. En España, se introdujo en 1987 el Título VI en la Ley Orgánica del Régimen Electoral General, modificado por última
vez en 2003, que establece las disposiciones especiales aplicables a las elecciones al Parlamento Europeo, cuyos aspectos
principales son: circunscripción electoral única para todo el territorio nacional; prohibición de la acumulación de mandatos
parlamentarios y mantenimiento de las características básicas del sistema electoral español, como escrutinio proporcional
favorecedor de los grandes partidos y sistema de listas bloqueadas.
El Parlamento Europeo dispone de poder de autoorganización , a tenor del art. 232 TFUE y su organización interna se inspira en
la de los Parlamentos nacionales. Los parlamentarios, independientemente de su nacionalidad, se agrupan según afinidades
políticas, existiendo en la actualidad los siguientes grupos parlamentarios:
Grupo del Partido Popular Europeo (demócrata-cristianos);Grupo de la Alianza Progresista de los Socialistas y demócratas en el
Parlamento Europeo; Grupo de la Alianza de los Demócratas y Liberales por Europa; Grupo de los Verdes/Alianza Libre
Europea; Conservadores y Reformistas Europeos; Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea/Izquierda Verde Nórdica;
Europa de la Libertad y de la Democracia; Algunos diputados no adscritos a ningún grupo político.
De esta manera, estos grupos políticos pueden ser la base de los futuros partidos políticos a escala europea, a los que el art. 10.4
T.U.E. considera un elemento de la democracia representativa, y cuyo estatuto pueden determinar el Parlamento Europeo y el
Consejo, con arreglo al procedimiento legislativo ordinario, mediante reglamentos.

B) Competencias
Las competencias atribuidas inicialmente al Parlamento eran muy escasas en comparación con las del Consejo y las de la
Comisión. A partir de las prerrogativas que le reconocían los Tratados, el Parlamento ha intentado, con éxito, aumentar sus
competencias a través de acuerdos con las otras instituciones y mediante la revisión de los Tratados constitutivos. Con el Tratado
de Lisboa, el Parlamento gana poder como consecuencia de la generalización de la codecisión con el procedimiento legislativo
ordinario, con la extensión de la mayoría cualificada y con el incremento de sus competencias presupuestarias.
Las competencias más importantes del Parlamento Europeo son las siguientes:
1. Poder de deliberación general. El Parlamento Europeo posee una competencia general para deliberar y dar a conocer su
opinión sobre todos los ámbitos de la actividad de la Unión. Las modalidades de deliberación son establecidas por el Parlamento
en virtud de su poder de autoorganización. El resultado normal de esta competencia de deliberación es la adopción de
resoluciones con importante significación política.
2. Competencias de control político. El Parlamento Europeo ejerce control político sobre las otras instituciones de la Unión y, en
particular, sobre la Comisión y el Consejo. Este control se realiza mediante mecanismos de información o de sanción, la mayoría
de los cuales están previstos en el derecho originario.
Los mecanismos de información del Parlamento Europeo, semejantes a los de los parlamentos nacionales, le permiten obtener de
las instituciones (Comisión, Consejo, Consejo Europeo y Banco Central Europeo) las informaciones que considera necesarias y
expresar su opinión al respecto.
3. Participación en el procedimiento legislativo. Los tratados constitutivos únicamente concedieron al Parlamento poderes
consultivos en el procedimiento de adopción de decisiones y actos normativos, pero acuerdos interinstitucionales posteriores y
las modificaciones del derecho han aumentado su participación en el procedimiento decisorio, hasta el punto de que es
colegislador con el Consejo en la mayoría de los casos.
4. Competencias presupuestarias. Las competencias presupuestarias, que comparten el Parlamento y el Consejo, se ponen en
práctica mediante el complejo procedimiento presupuestario, que el Tratado de Lisboa ha simplificado, asimilándolo al
procedimiento legislativo ordinario, con una lectura única y una conciliación entre el Parlamento y el Consejo. El art. 318
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T.EU.E. suprime, además, la distinción entre gastos obligatorios y no obligatorios, lo que significa que se extiende la influencia
del Parlamento al conjunto del presupuesto. El Presidente del Parlamento declara la aprobación definitiva del presupuesto (art.
318.9) y el Parlamento aprueba la ejecución presupuestaría llevada a cabo por la Comisión (art. 319).
5. Competencias en materia de acción exterior. Aunque sus poderes en materia de P.E.S.C. son limitados, en el ámbito de las
relaciones exteriores, el Parlamento Europeo sí ha aumentado sus atribuciones notablemente. Es destacable su participación en el
procedimiento de celebración de tratados internacionales entre la U.E. y terceros Estados u organizaciones internacionales, ya
que en muchos casos es necesario el dictamen conforme del Parlamento para que el Consejo pueda manifestar el consentimiento
(art. 218 T.EU.E.).

6. EL PROCEDIMIENTO DE ADOPCIÓN DE DECISIONES


Sin duda, el procedimiento de adopción de los actos normativos —procedimiento legislativo— constituye el principal
mecanismo decisorio y en su análisis nos vamos a concentrar. Sin embargo, hay que mencionar la existencia de un procedimiento
específico de adopción de decisiones en materia presupuestaría, en el que Consejo y Parlamento comparten el poder de decisión,
un procedimiento para la conclusión de tratados internacionales y un mecanismo decisorio diferenciado en el ámbito de la Unión
Económica y Monetaria, caracterizado por la escasa participación del Parlamento Europeo, la reducción de la intervención de la
Comisión, el importante papel decisorio del Consejo y el reconocimiento del poder de decisión en las materias monetarias al
Banco Central Europeo.
El ejercicio de la función legislativa en el seno de la C.E. no se corresponde con el procedimiento legislativo de los Estados,
donde el poder legislativo reside, principalmente, en el parlamento y el poder de iniciativa corresponde, aunque no de forma
exclusiva, al gobierno. El Tratado de Lisboa distingue entre la función legislativa, que atribuye de forma conjunta al Parlamento
Europeo y al Consejo (arts. 14 y 16 T.U.E.), y la función no legislativa o ejecutiva, que tienen por separado el Consejo, el
Parlamento Europeo y otras instituciones, además de los Estados miembros (art. 291.1 T.F.U.E.). Esta diferencia permite
distinguir entre actos legislativos, adoptados por el procedimiento legislativo ordinario o por un procedimiento legislativo
especial, y actos no legislativos.
Con los cambios introducidos por el Tratado de Lisboa, podemos sistematizar los procedimientos con relevancia para la adopción
de normas vinculantes del derecho de la U.E. de la forma siguiente:

1. Procedimiento legislativo ordinario


Se regula en el art. 294 T.F.U.E. y es el procedimiento que se inicia con la propuesta de la Comisión y termina con la adopción
conjunta del acto por el Consejo y el Parlamento Europeo. En determinados casos previstos en el derecho originario, la propuesta
puede proceder de otras instituciones, como el B.C.E., el T.J.U.E., el Parlamento Europeo, el Banco Europeo de Inversiones o de
los Estados miembros.
El procedimiento se inicia con el envío por parte de la Comisión de la propuesta legislativa al Consejo y al Parlamento Europeo,
disponiendo la Comisión del poder de retirar su propuesta hasta que no se haya adoptado (art. 293.2 TFUE). Seguidamente se
produce la primera lectura, que se inicia con la adopción de la posición del Parlamento Europeo, en la que puede aceptar la
propuesta de la Comisión o enmendarla. La posición del Parlamento se transmite al Consejo y, si éste la aprueba, se adopta el
acto con la formulación correspondiente a la posición del Parlamento Europeo. Si el Consejo no aprueba la posición del
Parlamento Europeo, presenta enmiendas y adopta su posición en primera lectura, que transmite al Parlamento, informándole de
las razones del rechazo.
Comienza entonces la segunda lectura ante el Parlamento Europeo, que, ante la posición del Consejo, puede en el plazo de tres
meses:
− Aprobarla o no pronunciarse y el acto se considera adoptado en la formulación correspondiente a la posición del
Consejo.
− Rechazarla y el acto propuesto se considerará no adoptado.
− Proponer enmiendas y el texto así modificado se transmitirá al Consejo y a la Comisión, que dictaminará sobre dichas
enmiendas.
En este último caso, se produce la segunda lectura del Consejo, que en un plazo de tres meses podrá aprobar por mayoría
cualificada todas estas enmiendas y el acto se considerará adoptado, o bien puede rechazarlas y en ese caso el Presidente del
Consejo, de acuerdo con el Presidente del Parlamento Europeo, convocará al Comité de Conciliación en un plazo de seis
semanas. El cometido del Comité será alcanzar, en el plazo de seis semanas, un acuerdo por mayoría cualificada de los miembros
del Consejo y por mayoría de los miembros del Parlamento Europeo, sobre un texto conjunto basado en las posiciones del
Parlamento Europeo y del Consejo en segunda lectura. En caso de acuerdo, el Parlamento Europeo y el Consejo dispondrán cada
uno de seis semanas a partir de dicha aprobación para adoptar el acto conforme al acuerdo, pronunciándose el Parlamento
Europeo por mayoría de los votos emitidos y el Consejo por mayoría cualificada. En su defecto, el acto propuesto se considerará
no adoptado.

2. Procedimiento legislativo especial


A diferencia del procedimiento legislativo ordinario, en el procedimiento legislativo especial el acto legislativo es adoptado por el
Parlamento Europeo con la participación del Consejo o bien por el Consejo con la participación del Parlamento Europeo (art.
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289.2 T.F.U.E.), pero no de forma conjunta. En este tipo de procedimiento la preponderancia del Consejo sobre el Parlamento es
muy fuerte, porque en todos los supuestos donde se prevé el procedimiento legislativo especial el Consejo decide, salvo en tres
supuestos relativos al funcionamiento del Parlamento Europeo (estatuto de sus diputados, derecho de investigación y Defensor
del Pueblo).

3. Procedimiento de aprobación del Parlamento Europeo.


Supone la aprobación previa del Parlamento Europeo para que el Consejo pueda adoptar un acto. Su ámbito paradigmático de
aplicación son los tratados internacionales, donde se prevé la aprobación del Parlamento como requisito imprescindible para que
el Consejo adopte la decisión de concluir un tratado internacional con terceros países o con otras organizaciones internacionales
(art. 218.6 T.F.U.E.). No obstante, la aprobación del Parlamento Europeo se aplica también para la adopción de actos internos en
algunas materias como la extensión de derechos de ciudadanía (art. 25 T.F.U.E.), sistema de elección de los miembros del
Parlamento Europeo (art. 223.1 T.F.U.E.); sistema de recursos propios (art. 311 T.F.U.E.), etc. La utilización de la aprobación del
Parlamento es completamente lógica y adecuada en materia de tratados internacionales, pero no para la adopción de normas
internas, porque el Parlamento carece de la posibilidad de formular enmiendas.

4. Procedimiento de consulta.
El procedimiento de consulta tiene tres fases, que son la elaboración de los textos por parte de la Comisión, la consulta al
Parlamento Europeo y la adopción del acto por el Consejo. La consulta del Parlamento Europeo es obligatoria en todos los casos
en los que la establece el Tratado, aunque se realiza, también, en materias donde no está prevista. La consulta obligatoria debe ser
efectiva y, si el Consejo decide sin que el Parlamento haya emitido su dictamen, el acto es nulo por violación de un requisito de
forma sustancial, según la jurisprudencia del T.J.U.E. Sin embargo, el dictamen emitido por el Parlamento tiene carácter
consultivo y no vincula jurídicamente ni a la Comisión ni al Consejo. En algunos preceptos del T.F.U.E. se prevé, también, la
consulta obligatoria del Comité Económico y Social o del Comité de las Regiones, que pueden emitir dictámenes consultivos en
relación con la propuesta de la Comisión. La fase final del procedimiento es la adopción del acto normativo por parte del
Consejo, que no está vinculado por los dictámenes consultivos emitidos. La consulta fue inicialmente el procedimiento
normativo principal, pero ha sido desplazada por el procedimiento legislativo ordinario, heredero del procedimiento de
codecisión.
Además de los procedimientos legislativos, el procedimiento de adopción de decisiones en la Unión Europea tiene otra cuestión
de especial relevancia, que son los sistemas de adopción de acuerdos o modalidades de votación en el seno del Consejo, que han
sido destacados como uno de los aspectos más característicos de la construcción europea. En concreto, están previstos los tres
siguientes:
− El voto por mayoría simple. Cada Estado miembro dispone de un voto y se alcanza la mayoría simple con el voto
favorable de la mitad más uno de los Estados miembros. Este sistema decisorio se prevé en pocos supuestos y de no
mucha importancia.
− La decisión por unanimidad, que confiere en la práctica un derecho de veto a los Estados y que el derecho originario
establece para las decisiones de naturaleza «constitucional» y para materias sensibles, como la fiscalidad, la política
social, seguridad social, defensa, política exterior o aspectos básicos de la política de asilo e inmigración.
− El voto por mayoría cualificada, que es el sistema de adopción de decisiones más utilizado, porque rige siempre que los
Tratados no hayan previsto otro (art. 16.3 T.U.E.).

El art. 16.4 T.U.E. y el art. 238.2 T.F.U.E. definen un sistema de mayoría doble, según el cual el Consejo, para adoptar una
decisión a propuesta de la Comisión, necesitará alcanzar:
− El 55% de los Estados miembros, que incluya al menos a 15 de ellos.
− Que representen como mínimo al 65% de la población de la Unión.

La minoría de bloqueo debe agrupar al menos a 4 Estados miembros, que reúnan más del 35% de la población de la U.E.
Cuando el Consejo Europeo o el Consejo de Ministros no se pronuncien a propuesta de la Comisión ni a iniciativa del Alto
Representante, la mayoría cualificada se alcanza con el 72% de los Estados miembros, que representen al 65% de la población de
la Unión.
La mayoría cualificada en la actual U.E. de 27 Estados se consigue con la superación de tres umbrales cumulativos, que son los
siguientes:
— una mayoría de catorce Estados;
— un número mínimo de 255 votos, que supone el 72,3 por 100 del total;
— además, un Estado miembro puede pedir confirmación de que los votos a favor representan al menos el 62 por 100 de la
población total de la Unión, y en caso de que no sea así, la decisión no será adoptada.
La minoría de bloqueo en términos de votos es de 91 votos, en términos de población del 29 por 100 y la mitad más uno de los
Estados miembros, lo que permite la formación de numerosas y complejas combinaciones de grupos de Estados.

7. EL TRIBUNAL DE JUSTICIA DE LA UNIÓN EUROPEA


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La articulación del poder judicial en la Comunidad ha permanecido prácticamente invariable desde su creación, pero en la década
de los noventa el modelo organizativo ha comenzado a mostrar sus primeros síntomas de agotamiento. El aumento del volumen
del contencioso y las dificultades para mantener el modelo de funcionamiento del TJUE, con el incremento del número de
Estados miembros, ha requerido algunos cambios en el poder judicial comunitario, que fueron introducidos por el Tratado de
Niza, sin revolucionar el sistema jurisdiccional comunitario ni diseñar una nueva arquitectura judicial para la futura UE
ampliada.
La función encomendada al TJUE por el art. 19 TUE es la de garantizar el respeto del derecho en la aplicación e interpretación
del Tratado. Sin embargo, esta institución única cuenta con instancias jurisdiccionales diferentes, cuyos nombres cambian con el
Tratado de Lisboa, a saber:
• La instancia superior continuará llamándose «Tribunal de Justicia».
• La instancia intermedia se denomina «Tribunal General».
• La instancia inferior está constituida por los «tribunales especializados». Por el momento, sólo se ha creado el Tribunal
de la Función Pública de la Unión Europea.

A) El Tribunal de Justicia
De conformidad con el TUE, el TJUE está compuesto por jueces y abogados generales:
− El art. 19.2 acoge expresamente el principio de un juez por Estado miembro, que cuenta ahora con veintisiete jueces.
Este gran aumento del número de jueces ha incidido en la organización de la actividad jurisdiccional del Tribunal.
− El mismo artículo establece que los jueces estarán asistidos por ocho abogados generales.
Los jueces y los abogados generales, cuyo estatuto es idéntico, sin perjuicio de la diversidad de sus funciones, son designados,
según el art. 19.2 TUE y 253 TFUE, de común acuerdo por los Gobiernos de los Estados miembros por períodos de seis años
susceptibles de renovación. Han de ser elegidos entre personalidades que ofrezcan absolutas garantías de independencia y que
reúnan las condiciones requeridas para el ejercicio, en sus respectivos países, de las más altas funciones jurisdiccionales o que
sean jurisconsultos de reconocida competencia.
Los jueces eligen entre ellos en votación secreta y por mayoría un Presidente por un período de tres años, renovable. El
Presidente dirige los servicios del Tribunal, preside las vistas y las deliberaciones del Pleno y de la Gran Sala y tiene importantes
competencias procesales durante el desarrollo de los procedimientos. Además, los jueces nombran por períodos de seis años un
Secretario, que ejerce funciones administrativas y procesales.
El art. 251 TFUE establece que el Tribunal de Justicia «actuará en Salas o en Gran Sala, de conformidad con las normas
establecidas al respecto en el Estatuto del Tribunal de Justicia. Cuando el Estatuto así lo disponga, el Tribunal de Justicia
también podrá actuar en Pleno».
Teniendo en cuenta también el nuevo art. 16 del Estatuto, el Tribunal dispone de las siguientes formaciones jurisdiccionales:
Salas de tres y Salas de cinco jueces; la Gran Sala, compuesta por trece jueces, presidida por el Presidente del Tribunal y de la
que forman siempre parte los presidentes de las salas de cinco jueces; y el Pleno, formado por todos los jueces y presidido por el
Presidente del Tribunal de Justicia. El Pleno actúa sólo en asuntos de importancia excepcional, la Gran Sala cuando un Estado
miembro o una institución comunitaria partes en el proceso lo soliciten o cuando el Tribunal lo determine por la importancia del
asunto, y la regla general es la asignación de los asuntos a las salas de tres o de cinco jueces.

B) El Tribunal General
El Tribunal General es el nuevo nombre de la instancia intermedia del T.J.U.E, denominada antes Tribunal de Primera Instancia y
cuya creación se llevó a cabo por el Consejo por decisión de 24 de octubre de 1988 y le atribuyó nuevas competencias.
Posteriormente el Tratado de Niza introdujo importantes cambios respecto al TPI, ya que derogó la Decisión de 1988 y su
contenido, con modificaciones, fue insertado en los arts. 224 y 225 TCE y en los artículos 47 a 62 del Estatuto del Tribunal de
Justicia.
El art. 254 T.F.U.E. establece que el Tribunal General «contará con al menos un juez por Estado miembro», con lo que se abre la
posibilidad de que su composición evolucione en consonancia con las competencias que se le asignen. Según el art. 48 de su
Estatuto, el Tribunal General está formado por veintisiete jueces. El nombramiento de los jueces del Tribunal General se realiza
de la misma manera que el de los del Tribunal de Justicia y pueden ser elegidos de entre personas que ofrezcan absolutas
garantías de independencia y que sean la capacidad necesaria para el ejercicio de funciones jurisdiccionales.
En su composición no hay abogados generales, aunque existe la posibilidad, que no se utiliza ya, de que un juez realice funciones
de abogado general en algún asunto. Su mandato es también de seis años con posibilidad de renovación sin limitaciones.
Los recursos de los que conoce el Tribunal General han ido aumentando progresivamente y el actual art. 256.2 T.F.U.E establece
que son los siguientes:
− Todos los recursos directos, salvo el recurso de incumplimiento y los que el Estado atribuya expresamente al Tribunal de
Justicia.
− Los recursos de casación limitados a las cuestiones de Derecho o, si se prevén, recursos de apelación referentes también
a las cuestiones de hecho, contra tas resoluciones de los tribunales especializados.
− Las cuestiones prejudiciales en materias específicas (el Estatuto por ahora no define ningún tipo de cuestión prejudicial).

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Contra las resoluciones del Tribunal General en el ámbito de los recursos directos, cabe recurso de casación limitado a cuestiones
de derecho ante el Tribunal de Justicia, cuya regulación detallada se encuentra en los arts. 56-61 del Estatuto. El plazo de
interposición es de dos meses, está limitado a cuestiones de Derecho y debe fundarse en tres tipos de motivos: incompetencia del
Tribunal General; irregularidades del procedimiento ante el mismo que lesionen los intereses de la parte recurrente; violación del
Derecho de la Unión por parte del Tribunal General. La interposición del recurso de casación no tiene efecto suspensivo. Cuando
el Tribunal de Justicia lo estima puede resolver el asunto definitivamente si su estado lo permite o devolverlo al Tribunal General
para que éste lo resuelva según la jurisprudencia de casación.

C) Los Tribunales Especializados


El Tratado de Niza introdujo la posibilidad de crear las llamadas «salas jurisdiccionales» para conocer los recursos planteados en
el marco de contenciosos específicos, como los de la función pública comunitaria o los relativos a títulos comunitarios de
propiedad industrial y comercial. El objetivo era descargar de trabajo al Tribunal General. El Tratado de Lisboa mantiene esta
posibilidad, pero cambiando su denominación por la de «tribunales especializados».
El art. 257 T.F.U.E establece a estos efectos que el Parlamento Europeo y el Consejo, con arreglo al procedimiento legislativo
ordinario y mediante reglamento, podrán crear tribunales especializados adjuntos al Tribunal General, encargados de conocer en
primera instancia de determinadas categorías de recursos interpuestos en materias específicas.
Estos tribunales especializados son la instancia inferior del T.J.U.E. y, por ello, contra sus resoluciones podrá interponerse ante el
Tribunal General recurso de casación limitado a las cuestiones de Derecho o cuando el reglamento relativo a la creación del
tribunal especializado así lo contemple, recurso de apelación referente también a las cuestiones de hecho.
El primer y único tribunal especializado que existe por ahora es el Tribunal de la Función Pública de la Unión Europea. Este
Tribunal está formado por siete jueces, que pueden aumentarse por decisión del Consejo, con mandatos de seis años renovables.
Las formaciones jurisdiccionales son el pleno, sala de cinco, salas de tres jueces y juez único. Contra sus resoluciones se puede
interponer recurso de casación en un plazo dos meses ante el Tribunal General limitado a cuestiones de derecho, fundado en los
motivos siguientes: incompetencia del Tribunal de la Función Pública, irregularidades del procedimiento ante el mismo que
lesionen los intereses de la parte en cuestión o violaciones de derecho comunitario por parte del Tribunal de la Función Pública.

D) Competencias
El Tribunal de Justicia ejerce su jurisdicción sobre las materias que se mencionan en el art. 19.3 TFUE, utilizando las
competencias jurisdiccionales y las vías de recurso que se le atribuyen, en especial, en el TFUE, que son las siguientes:
− Control de las infracciones del Derecho comunitario por los Estados miembros, que se realiza mediante el recurso de
incumplimiento, previsto en los art. 258 a 250 TFUE.
− Control de la legalidad de la actividad o inactividad de los órganos comunitarios. Este control se ejerce sobre la base de
distintos tipos de recursos, que no sólo pueden ser interpuestos por los Estados miembros y las instituciones comunitarias,
sino también por los particulares que reúnan determinados requisitos de legitimación.
− Interpretación del derecho comunitario a título prejudicial, prevista en el art. 267 TFUE.
− Examen de la validez de actos de las instituciones a través de las cuestiones prejudiciales de apreciación de validez,
regulada en el art. 267 TFUE.
− Constatación de la responsabilidad extracontractual de la UE. En principio, la responsabilidad contractual está sometida,
salvo cláusulas compromisorias, a la jurisdicción de los tribunales internos de los Estados miembros.
− Litigios entre la UE y los funcionarios y demás agentes a su servicio.
− Dictámenes. El 218.11 TFUE faculta a la Comisión, al Consejo o a un Estado miembro para solicitar del Tribunal un
dictamen previo sobre la compatibilidad con las disposiciones del Tratado de un proyecto de acuerdo entre la Unión y uno o
varios terceros Estados o una organización internacional. Si el dictamen es negativo, el acuerdo proyectado sólo puede
entrar en vigor si se produce una revisión del derecho primario de la Unión en las condiciones previstas por el art. 48 T.U.E.
− Recursos de casación contra las resoluciones del Tribunal General (art. 256 TFUE) y contra resoluciones de tribunales
especializados (art. 256.2 TFUE,).
Los aspectos más significativos de estas competencias del TJUE, que requieren un comentario adicional, son el control
jurisdiccional de los incumplimientos de los Estado, el control de la legalidad comunitaria y la competencia prejudicial.

a) La declaración judicial de los incumplimientos de los Estados


Se realiza mediante el recurso de incumplimiento, previsto en los arts. 258 a 260 TFUE, para hacer frente a las violaciones del
derecho originario, de los actos vinculantes de las instituciones y de los acuerdos y normas internacionales que obligan a la UE.
La legitimación activa corresponde a los Estados miembros y a la Comisión, pero es esta institución la que normalmente plantea
estos recursos en ejercicio de su misión de velar por la aplicación del derecho comunitario.

b) El control jurisdiccional de legalidad de la Unión


Se efectúa a través de varias vías procesales (recurso de anulación, recurso por omisión y la excepción de ilegalidad). La
expresión «control de la legalidad» debe ser entendida en un sentido amplio:

!130
− De un lado, cubre tanto un control de la legalidad en sentido estricto (es decir, de la conformidad de los actos comparables
a los actos administrativos nacionales con las normas que les sirven de fundamento), como un control de
constitucionalidad, que tiene por objeto revisar la conformidad de los actos normativos de carácter general con los Tratados
constitutivos, que, pese a su naturaleza jurídico-formal de instrumentos internacionales, han sido interpretados y aplicados
por el TJUE como una auténtica constitución comunitaria.
− Por otra parte, la noción de legalidad de la Unión no sólo incluye el derecho escrito, sino también los principios generales
del derecho, que comprenden los de origen internacional, los principios básicos de los tratados y los principios generales
comunes a los sistemas jurídicos de los Estados miembros y que el TJUE aplica de manera general en materias como la
protección de los derechos humanos.

c) La competencia prejudicial
Constituye, quizás, el elemento más importante del sistema judicial comunitario. El sistema de cuestiones prejudiciales pretende
asegurar una interpretación uniforme del derecho comunitario, pese a que su aplicación corresponde a los órganos
jurisdiccionales nacionales. Se trata, por tanto, de un instrumento de cooperación entre los órganos jurisdiccionales de los
Estados miembros, encargados de la aplicación de las normas y el TJUE encargado de su interpretación, que debe ser uniforme
para el conjunto de la Comunidad.
El objeto de la competencia prejudicial es doble: la interpretación de los Tratados y del derecho comunitario derivado, de un lado
(cuestiones prejudiciales de interpretación) y, de otro, el examen de la validez de los actos de las instituciones (cuestiones
prejudiciales de apreciación de validez). Estas cuestiones deben ser planteadas por los jueces nacionales cuando tengan una duda
sobre la interpretación o la validez de una norma comunitaria aplicable en el litigio del que están conociendo. La formulación de
la cuestión es obligatoria únicamente si la resolución del órgano jurisdiccional nacional no es susceptible de un recurso ulterior
de derecho interno, pero hay que tener en cuenta, también, que la declaración de la invalidez de un acto comunitario compete en
exclusiva al TJUE.
El proceso prejudicial tiene carácter incidental en relación con el proceso principal que se desarrolla ante el juez nacional. El
sistema se basa en una estricta separación de funciones entre el juez nacional, encargado de juzgar el litigio entre las partes y de
aplicar el derecho comunitario al caso concreto, y el TJUE, cuya función se limita a interpretar el derecho comunitario o, en su
caso, a examinar la validez de un acto.

E) Valoración
El Tribunal de Justicia es una pieza esencial de la construcción europea. Como ha escrito el Juez Pescatore, «por primera vez una
jurisdicción ha sido realmente insertada en un sistema institucional internacional; su competencia ha sido definida de tal
manera que los jueces están en condiciones de hacer jugar plenamente su papel al Derecho; por último, se ha creado un vínculo
orgánico entre esta jurisdicción común y los poderes judiciales nacionales».
Una parte fundamental del acervo de la Unión, es decir, del conjunto de realizaciones que se consideran irreversibles y que deben
ser íntegramente asumidas por un Estado que se adhiere a la U.E., tiene su origen en la jurisprudencia del T.J.U.E. Esta
aportación decisiva del Tribunal a la consolidación de la U.E. como una comunidad de derecho y al progreso del proceso de
integración ha sido posible gracias a la sólida posición institucional del Tribunal, que no puede ser plenamente encuadrada en
ninguno de los modelos jurisdiccionales tradicionales. En este sentido, aunque el T.J.U.E. tiene carácter internacional, son
manifiestas sus diferencias con las jurisdicciones internacionales, dada la obligatoriedad de su jurisdicción y los tipos de recursos
de los que conoce. Por otra parte, ejerce funciones de jurisdicción contencioso-administrativa en el marco de los recursos
destinados a asegurar el control de la legalidad comunitaria y actúa como tribunal de casación frente a las resoluciones del
Tribunal de Primera Instancia.
Finalmente, merece ser destacada la función del T.J.U.E. como tribunal constitucional, función que desarrolla a través de varias
vías procesales que no tienen un carácter exclusivamente constitucional. Entre las funciones jurisdiccionales del T.J.U.E., tienen
claramente naturaleza constitucional el control de la conformidad con los Tratados del derecho derivado, la garantía del equilibrio
institucional, la delimitación de competencias entre la UE y sus Estados miembros, la protección de los derechos fundamentales
y el control previo de la constitucionalidad de los acuerdos concluidos por la U.E. con terceros Estados.

LECCIÓN 42. LAS ORGANIZACIÓNES INTERNACIONALES EN AMÉRICA (I)

1. LA ORGANIZACIÓN DE ESTADOS AMERICANOS (OEA)

A) Antecedentes
Los antecedentes de la Organización de Estados Americanos hay que entroncarlos en el fenómeno político del panamericanismo,
si bien es cierto que en el mismo han influido de forma negativa los sucesivos intentos de los Estados Unidos de América de
formar parte del sistema panamericano e incluso de intentar, en algunos momentos, hacer de elemento catalizador del mismo. La
diversidad de intereses que existen entre los Estados Unidos de América y las Repúblicas latinoamericanas han influido en las
profundas crisis por las que ha atravesado el panamericanismo con no pequeña frecuencia.

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Ya en 1824 Simón Bolívar, el Libertador, se dirigió a los Gobiernos americanos invitándoles a reunirse en Panamá, reunión que
se celebró entre los meses de junio y julio de 1826, pero el inicio de su institucionalización comienza con la Conferencia de
Washington del año 1890 y en la cual se creó el primer germen de Unión Panamericana con una Oficina con sede en Washington
y con la misión de recopilar datos sobre el comercio. Más tarde, en la Conferencia de México de 1902, y mediante una
resolución, se amplió la organización de la Oficina poniéndola bajo la presidencia del Secretario de Estado norteamericano. A
partir de esta Conferencia comienza a teñirse de matiz político la antigua Unión, cuyos fines originarios eran de simple
información comercial. En esta línea están las Resoluciones de la Conferencia de Río de Janeiro de 1906 y la de Buenos Aires de
1910, cambiándose en esta última el nombre de Oficina por el de Unión Panamericana.
Un paso decisivo se dio en la Conferencia de La Habana de 1928, que adoptó una Convención para la Unión Panamericana,
dotándola de algunos órganos, tales como las Conferencias internacionales americanas, y se autorizó la creación de cualquier otro
órgano en virtud de convenciones especiales. Se colocaba al frente de la Unión Panamericana un Director y un Subdirector, que
actuaba de Secretario del Consejo Directivo.
En la Conferencia de Lima, de 1938, se fueron ampliando las funciones de la Unión Panamericana, y en la primera reunión de
consulta celebrada en Panamá en 1939 se la lanza claramente hacia la acción política y se le encarga la organización de una
Conferencia para la preparación de convenciones y recomendaciones dirigidas a asegurar la defensa frente a las actividades
ilícitas contrarias a las instituciones básicas de los Estados americanos. En la tercera reunión de consulta celebrada en Río de
Janeiro en 1942 se le encomendó al Consejo Directivo de la Unión Panamericana la creación de un Comité Consultivo de
Emergencia para la Defensa Política.
Hito importantísimo en la evolución que había de conducir a la Organización de Estados Americanos es el dado en la Reunión de
Chapultepec de la Conferencia Interamericana sobre problemas de la guerra y de la paz de 1945. En ella se amplió la
intervención de la Unión Panamericana en los asuntos políticos y se le autorizó incluso a convocar reuniones de consulta
ordinarias y extraordinarias, a supervisar la tarea de ciertos Organismos ínter americanos y a preparar un proyecto de pacto para
fortalecer el sistema panamericano. Ambas cuestiones, que fueron objeto de las Resoluciones VIII y IX de la Conferencia de
referencia, pasaron en síntesis al contenido del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca de Río de Janeiro en 1947 (Pacto
de Petrópolis) y a la Carta de Bogotá de la Unión de Estados Americanos.
La Organización de Estados Americanos no nació ni en el orden institucional ni en sus principios y finalidades de una manera
rápida, sino que es el producto de una evolución lenta y que en parte ha pasado por un largo camino, que desemboca en la Carta
de la Organización de Estados Americanos, suscrita en la IX Conferencia Internacional Americana reunida en Bogotá en 1948,
que lleva la fecha de 30 de abril de 1948 y entró en vigor el 13 de diciembre de 1951.
A la vista de las situaciones políticas y económicas que se produjeron posteriormente y los fallos que la práctica y el tiempo
demostraron tenía el sistema institucionalizado en Bogotá, el Consejo de la OEA, de acuerdo con el art. 36 de la Carta, convocó
en noviembre de 1965 la II Conferencia Interamericana Extraordinaria que se reunió en Buenos Aires, del 15 al 27 de febrero de
1967. Fruto de estas reuniones fue el llamado «Protocolo de Buenos Aires», que recoge todas las reformas y adiciones a la Carta
de Bogotá, el cual entró en vigor al haber depositado sus instrumentos de ratificación las dos terceras partes de los Estados
firmantes, hecho que tuvo lugar el 27 de febrero de 1970.
El deseo de continuo perfeccionamiento de la Organización, así como adaptarla a las realidades sociales, ha inspirado tres
posteriores reformas de la Carta de la OEA:
1. El «Protocolo de Cartagena de Indias» que fue aprobado el 5 de diciembre de 1985 y que entró en vigor el 16 de
noviembre de 1988.
2. El Protocolo de Washington de fecha 14 de diciembre de 1992. Fue ratificado en 1997 y por él se incorpora un nuevo
artículo —el 9°— sobre la suspensión en el ejercicio del derecho a participar en las reuniones de los órganos de la
Organización a aquellos de sus miembros cuando su «gobierno democráticamente constituido, sea derrocado por la
fuerza».
3. El Protocolo de Managua de 10 de junio de 1993. Por él se incorporan nuevos artículos relativos al Consejo
Interamericano de Desarrollo —arts. 94, 96, 97, 98, 99, 100, 101, 102, 103 y 122— y se modifican los títulos de algunos
Capítulos.

B) Fines
La Organización descansa sobre unos principios que se contienen en el art. 3 de la Carta de la OEA doblemente reformada y que
son literalmente los siguientes:
a) El Derecho internacional es norma de conducta de los Estados en sus relaciones recíprocas.
b) El orden internacional está esencialmente constituido por el respeto a la personalidad, soberanía e independencia de los
Estados y por el fiel cumplimiento de las obligaciones emanadas en los tratados y otras fuentes del Derecho
internacional.
c) La buena fe debe regir las relaciones de los Estados entre sí.
d) La solidaridad de los Estados Americanos y los altos fines que con ella se persiguen, requieren la organización política de
los mismos sobre la base del ejercicio efectivo de la democracia representativa.
e) Todo Estado tiene derecho a elegir, sin injerencias externas, su sistema político, económico y social, y a organizarse en la
forma que más le convenga, y tiene el deber de no intervenir en los asuntos de otro Estado. Con sujeción a lo arriba
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dispuesto, los Estados Americanos cooperarán ampliamente entre sí y con independencia de la naturaleza de sus sistemas
políticos, económicos y sociales.
f) La eliminación de la pobreza crítica es parte esencial de la promoción y consolidación de la democracia representativa y
constituye responsabilidad común y compartida de los Estados americanos.
g) Los Estados americanos condenan la guerra de agresión: la victoria no da derechos.
h) La agresión a un Estado americano constituye una agresión a todos los demás Estados americanos.
i) Las controversias de carácter internacional que surjan entre dos o más Estados americanos deben ser resueltas por medio
de procedimientos pacíficos.
j) La justicia y la seguridad sociales son bases de una paz duradera.
k) La cooperación económica es esencial para el bienestar y la prosperidad comunes de los pueblos del Continente.
l) Los Estados americanos proclaman los derechos fundamentales de la persona humana sin distinción de raza,
nacionalidad, credo o sexo.
m) La unidad espiritual del Continente se basa en el respeto de la personalidad cultural de los países americanos y demanda
su estrecha cooperación en las altas finalidades de la cultura humana.
n) La educación de los pueblos debe orientarse hacia la justicia, la libertad y la paz.

C) Miembros
La Carta de Bogotá de 1948 no preveía un procedimiento específico de admisión, como ocurre en las NU y en la mayoría de las
Organizaciones internacionales. Se limitaba a decir en su art. 2°, hoy art. 4° después de los Protocolos de Buenos Aires y
Cartagena, que «son miembros de la Organización todos los Estados americanos que ratifiquen la presente Carta».
Después de los cuatro Protocolos de reformas de la Carta, la situación ha cambiado, pues se han consagrado los principios de
pluralismo político y de universalización de la OEA (naturalmente entendido en el sentido del continente americano), y fue
introducido un procedimiento de admisión de miembros.
Según la nueva regulación, para la admisión de un miembro se requiere:
1. Ser un Estado americano independiente y que el 10 de diciembre de 1985 fuera miembro de las NU o bien un territorio
no autónomo de los mencionados en el documento de la OEA de 15 de diciembre de 1985 cuando alcancen la
independencia (art. 8 de la Carta).
2. Desear ser miembro de la Organización y manifestarlo mediante nota dirigida al Secretario General, indicando estar
dispuesto a firmar y ratificar la Carta y aceptar todas las obligaciones dimanantes de la condición de miembro y en
especial las relativas a la seguridad colectiva que se estipulan en los arts. 28 y 29 de la Carta (art. 6).
3. Que la Asamblea General, previa recomendación del Consejo Permanente, determine por mayoría de dos tercios de los
Estados miembros (mayoría que también se requiere en el Consejo Permanente para adoptar una recomendación válida al
respecto) que es procedente autorizar al Secretario General para que permita al Estado que solicite su admisión firmar la
Carta y recibir posteriormente el oportuno instrumento de ratificación (art. 7).
Se prevé la libertad para retirarse de la Organización: a tenor del art. 143, aunque la Carta tendrá una duración indefinida, «podrá
ser denunciada por cualquiera de los Estados miembros, mediante comunicación escrita a la Secretaría General, la cual
comunicará en cada caso a los demás las notificaciones de denuncia que reciba Transcurridos dos años a partir de la fecha en
que la Secretaría General reciba una notificación de denuncia, la presente Carta cesará en sus efectos respecto del Estado
denunciante y éste quedará desligado de la Organización después de haber cumplido con las obligaciones emanadas de la
presente Carta».
El art. 9 de la Carta de la OEA, en su versión actual, regula la facultad de la Organización de suspender del ejercicio de su
derecho de participación en las sesiones de la Asamblea General, y en las reuniones de otros órganos, de «un miembro de la
Organización cuyo gobierno democráticamente constituido sea derrocado por la fuerza», a reserva de que se respeten las
condiciones, plazos y garantías enunciadas en los apartados a) y g) de este artículo.

D) Estructura orgánica
La OEA realizará sus fines por medio de una serie de órganos y se prevé también la posibilidad de crear órganos subsidiarios
organismos y otras cualesquiera entidades que se estimen necesarias.

a) Órganos de la Organización

1. La Asamblea General
Tiene el carácter de órgano principal y supremo de la Organización. En ella recaen las facultades o poderes de decisión sobre la
acción y políticas generales de la O.E.A., la determinación de la estructura y funciones de sus órganos y la consideración de
cualquier asunto relativo a la «convivencia» de los Estados americanos. Se encuentra regulada en los arts. 54 a 60 de la Carta.
Sus atribuciones están reseñadas principalmente en el art. 54 y tiene, además, la función de dictar las disposiciones para la
coordinación de las actividades de los distintos órganos y organismos de la propia organización y de ésta con otras Instituciones
del sistema interamericano y con las Naciones Unidas y sus organismos especializados. Finalmente está facultada para aprobar su
propio Reglamento y el temario de sus reuniones.
!133
En la Asamblea están representados todos los Estados miembros y cada uno tiene un voto (art. 56).
Se prevén reuniones anuales ordinarias de la Asamblea (art. 57), aunque en circunstancias especiales y con la aprobación de los
dos tercios de los Estados miembros el Consejo Permanente podrá convocar reuniones extraordinarias (art. 58).
Las decisiones de la Asamblea General serán adoptadas por el voto de la mayoría absoluta de los Estados miembros, salvo en los
casos determinados por la Carta en que se requiere el voto de los dos tercios (art. 59).

2. La Reunión de Consulta de los Ministros de Relaciones Exteriores


Es otro de los órganos principales de la O.E.A, y tiene carácter consultivo. Deberá reunirse en los casos que revistan carácter
urgente o interés común para los Estados americanos. Las referidas reuniones podrán ser pedidas por cualquier Estado miembro
al Consejo de la Organización, el cual decidirá por mayoría absoluta sobre su convocatoria. Un Comité de Defensa asesora al
órgano de consulta en los problemas de colaboración militar.
Por otro lado, desde el 15 de marzo de 2006, la Junta Interamericana de Defensa (J.I.D.) es formalmente una entidad de la
O.E.A., tras la adopción de su Estatuto por la XXXII Asamblea General Extraordinaria del foro hemisférico. El Estatuto de la
J.I.D. establece que la función de la Junta es brindar asesoría a la OEA en temas relacionados con asuntos militares y de defensa
y asegurar una buena relación cívico-militar que puede ser de gran contribución a la gobernabilidad de cada país y, en conjunto, a
la generación de un ambiente de paz, progreso y al respeto de los derechos humanos en toda América. Consagra también el
documento que la estructura y las operaciones de la J.I.D. se inspiran en los principios de supervisión civil y subordinación de las
instituciones militares a la autoridad civil, de acuerdo a la Carta Democrática Interamericana y del principio de conformación
democrática de sus autoridades, a fin de asegurar su concordancia con los valores democráticos de los Estados miembros y de su
participación igualitaria.

3. Los Consejos de la Organización


Están regulados en la Carta a base de unas disposiciones comunes, contenidas en los arts. 70 a 79 y otras específicas sobre cada
uno de los Consejos:

El Consejo Permanente
Tiene un carácter marcadamente político y su misión principal es la de mantener las relaciones de amistad entre los Estados
miembros, ayudando de manera efectiva a la solución pacífica de sus controversias, de acuerdo con las disposiciones estipuladas
en los arts. 84 a 90. Tiene también otras atribuciones generales determinadas en la Carta, y otras específicas que se regulan en el
art. 90 en los campos de la ejecución de decisiones de otros órganos:
− Velar por la observación de las normas de funcionamiento de la Secretaría General
− Actuar de Comisión preparatoria de la Asamblea.
− Formular recomendaciones a ésta sobre el funcionamiento de otros órganos y examinar los informes de éstos.
También actúa provisionalmente como órgano de Consulta de conformidad con lo dispuesto en el artículo 83 de la Carta de la
OEA y en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca y conoce de todo asunto que le lleve a su atención el Secretario
General de la Organización (art. 110 de la Carta de la OEA y art. 20 de la Carta Democrática Interamericana).
Para facilitar sus trabajos, el Consejo Permanente puede crear las comisiones y los grupos de trabajo que estime necesarios (art.
15 del Estatuto del Consejo Permanente).
El Consejo Permanente está compuesto por un representante por cada Estado miembro, con categoría de Embajador, pudiendo
acreditar cada Gobierno un representante interino, así como los suplentes y asesores que estime convenientes. La Presidencia del
Consejo se ejercerá por rotación de los representantes, siguiendo el orden alfabético en español de sus respectivos países. Su sede
será la misma de la Secretaría General (art. 92).

El Consejo Interamericano para el desarrollo integral


Regulado en el capítulo XIII de la Carta de la OEA. Su finalidad es la de promover la cooperación entre los Estados americanos,
con vistas a su desarrollo integrado y de contribuir a la erradicación de la pobreza absoluta especialmente en los sectores
económico, social, educativo, cultural, científico y tecnológico (art. 94 de la Carta). Para alcanzar esos fines debe, especialmente:
− Poner en funcionamiento y recomendar a la Asamblea de la OEA el plan estratégico que articula las políticas, programas
y medidas de intervención.
− Enunciar las directivas para la elaboración del presupuesto de la cooperación técnica.
− Promover y confiar la ejecución de los programas y proyectos a los órganos subsidiarios y a los organismos
correspondientes.
− Establecer relaciones de cooperación con los órganos de Naciones Unidas y con otros entes nacionales e internacionales.
− Evaluar periódicamente las actividades de cooperación para el desarrollo integrado (art. 95 de la Carta).
Se prevé al menos una reunión anual del Consejo a nivel ministerial, sin que ello sea óbice para que pueda reunirse, a petición de
la Asamblea General, la Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores o en los casos previstos en el art. 96 de la
Carta.

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Finalmente, el Consejo crea las Comisiones especializadas no permanentes que estime pertinentes para la ejecución de sus
funciones, y confía la coordinación de los proyectos a la Secretaría ejecutiva para el desarrollo integrado, la cual hará un informe
sobre los resultados de la ejecución de éstos al Consejo.

4. El Comité Jurídico Interamericano


Constituye el cuerpo consultivo de la Organización en asuntos jurídicos y ha sustituido desde el Protocolo de Buenos Aires al
antiguo Consejo de Jurisconsultos. Se compone de once juristas nacionales de los Estados miembros, elegidos por la Asamblea
General para un período de cuatro años, siguiendo como es tradicional el criterio de una equitativa representación geográfica. No
podrá haber más de un miembro de la misma nacionalidad. A tenor de lo dispuesto en el art. 105, la sede del Comité Jurídico
Interamericano es la ciudad de Río de Janeiro, aunque puede reunirse en casos específicos en otro lugar.
Tiene unas funciones importantísimas, como son las de promover el desarrollo progresivo y la codificación del Derecho
internacional, estudiar los problemas jurídicos de la integración de los países en desarrollo del continente y la posibilidad de
unificar sus legislaciones (art. 99). Además establecerá relaciones de cooperación con Universidades, Institutos y otros centros
docentes para el estudio, investigación, enseñanza y divulgación de los asuntos jurídicos de interés internacional (art. 103).

5. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos


Es el órgano principal de la OEA, creado especialmente para cumplir las funciones de promoción y protección de los derechos
humanos en esta Organización regional.

6. La Secretaria General
Sustituyó, según el Protocolo de Buenos Aires, a la antigua «Unión Panamericana», que actuaba de Secretaría de la Organización
según la Carta de Bogotá. Se trata «del órgano central y permanente de la OEA» (art. 107), al frente del cual está un Secretario
General, elegido por la Asamblea General para un período de cinco años y no es reelegible más que una vez ni podrá ser sucedido
por una persona de su misma nacionalidad. El Secretario General tiene la representación legal de la Secretaría y participa con
voz, pero sin voto, en todas las reuniones de la Organización.
Tanto el Secretario General como el Secretario General adjunto y demás personal de la Secretaría se obligan, en el cumplimiento
de sus deberes, a no solicitar ni recibir ninguna instrucción de ninguna Gobierno o autoridad ajena a la Organización (art. 118).
Con ello se pretende garantizar el carácter internacional de la Secretaría en su conjunto.
La Secretaría General tiene asignadas, entre otras, las siguientes funciones: como función de carácter general, en concordancia
con la acción y la política decididas por la Asamblea y con las resoluciones de los Consejos, la de promover «las relaciones
económicas, sociales, jurídicas, educativas, científicas y culturales entre todos los Estados miembros» de la organización (art.
111). Además, y como funciones específicas, se le asignan por el art. 112 las siguientes:
− Transmitir a los Estados miembros las convocatorias de los órganos principales.
− Asesorar a los otros órganos en la preparación de su orden del día y reglamentos.
− Preparar el Proyecto de programa-presupuesto de la Organización, sobre la base de los programas de los Consejos y
demás órganos, para someterlo en definitiva a la Asamblea.
− Proporcionar a la Asamblea y demás órganos los servicios de Secretaría y cumplir sus mandatos y encargos.
− Custodiar los documentos y archivos de los distintos órganos.
− Servir de depositaría de los Tratados.
− Presentar un informe anual sobre actividades y finanzas de la Organización a la Asamblea General.
− Establecer relaciones de cooperación, de acuerdo con lo establecido por la Asamblea y los Consejos, con los Organismos
nacionales e internacionales.

7. Las Conferencias especializadas


Pueden ser definidas sobre la base del art. 122 como reuniones intergubernamentales, convocadas por resolución de la Asamblea
General o la Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores por iniciativa propia o a petición de alguno de los
Consejos u Organismos especializados, para tratar asuntos técnicos especiales o para desarrollar determinados asuntos de la
cooperación interamericana. El orden del día y el «reglamento de las Conferencias especializadas serán preparados por los
Consejos correspondientes o por los Organismos especializados interesados y sometidos a la consideración de los Gobiernos de
los Estados miembros» (art. 123).

8. Organismos especializados
Se consideran «Organismos especializados interamericanos para los efectos de esta Carta, los Organismos
intergubernamentales establecidos por acuerdos multilaterales que tengan determinadas funciones en materias técnicas de
interés común para los Estados americanos» (art. 124).
Tienen una amplia autonomía de actuación, aunque deberán enviar a la Asamblea General informes anuales sobre el desarrollo de
sus actividades, así como de su presupuesto y cuentas anuales.
Dentro de los Organismos especializados encontramos los siguientes:
− El Instituto Interamericano del Niño, la Niña y Adolescentes (con sede en Montevideo).

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− La Comisión Interamericana de Mujeres (con sede en Washington).
− El Instituto Interamericano de Cooperación para la agricultura (con sede en San José de Costa Rica).
− El Instituto Indigenista Interamericano (con sede en México).
− El Instituto Panamericano de Geografía e Historia (con sede en México).
− Y la importantísima Organización Panamericana de la Salud (con sede en Washington) Esta última funciona como
Oficina regional de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
9. Órganos subsidiarios
Finalmente se pueden crear órganos subsidiarios, organismos y otras entidades que se estimen necesarias, según se prevé
expresamente en el art. 53, in fine, de la Carta.

2. LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES EN ÁFRICA

A) Antecedentes generales
El continente africano se caracteriza por la extremada fragmentación en Estados y por la debilidad histórica de los mismos en
tanto estructura jurídico-política. El regionalismo institucional ha estado en un principio entroncado con la lucha llevada por el
hombre negro por su emancipación política, lucha global, no sólo en favor de tal o cual nación sino del continente todo entero,
identificándose en su origen con el panafricanismo. La simultaneidad en buena medida de los procesos de descolonización llevó
a los gobiernos africanos a reclamar la unidad del continente, recogiéndose estas visiones en las Conferencias de Casablanca y
Monrovia, que precedieron a la firma en 1963 de la Carta de la O.U.A. Ahora bien, el movimiento integracionista africano
también se manifestó desde su origen extremadamente ambicioso, por lo que no es de extrañar que pronto comenzaran a aparecer
en estos procesos serias dificultades: el idealismo de los impulsores de la unidad africana pecaba muchas veces de verbalismo,
mientras que dificultades geográficas (mosaico de pueblos, grandes distancias, ausencia de infraestructura viaria), económicas
(Estados subdesarrollados) y políticas (África progresista, África conservadora, conflictos fronterizos) dificultaban los intentos
de organización.
Estas circunstancias han ido conformando unos procesos de institucionalización del regionalismo en África caracterizado por una
serie de notas comunes:
a) Es un proceso en el que el poder se reparte entre los diferentes Estados de una manera igualitaria, ausencia, por tanto, de
Estado hegemónico a nivel continental, pero no así a nivel subregional.
b) Es un sistema que descansa sobre un pluralismo subregional, existe un elevado número de O.I.R., algunas de vida
efímera, de dimensiones geográficas y funcionales muy diversas, que tienden a formarse en marcos preestablecidos por
el colonialismo —por ejemplo, la Comunidad del África Oriental—, viviendo aislados unos de otros; la solidaridad
regional no sobrepasará los problemas propios de la subregión, no cuenta con una política exterior común, el grupo
regional se caracterizará por la pugna o existencia en su seno de un leadership (por ejemplo, Nigeria en la C.E.D.E.A.O.,
manifestado claramente en la intervención militar en Liberia).
c) Es un sistema que políticamente es independiente pero económicamente depende del sistema mundial.
d) Es un sistema cuyas relaciones internacionales aparecen dominadas por ciertos principios rectores: apoyo a los
movimientos de liberación, respeto a las fronteras existentes, arreglo de controversias interafricanas en un marco
africano.
e) El regionalismo en África, por regla general, ha tenido un contenido progresivo alejado de formas institucionales rígidas
y favorables a las uniones económicas restringidas, más fácilmente realizables que los conjuntos políticos.

B) La Unión Africana (UA)

a) Antecedentes
Los procesos de institucionalización de las solidaridades regionales de los pueblos africanos se han concretado solo en época
reciente —los primeros intentos serán a finales de la década de los cincuenta— y ello es explicable por motivaciones de diversa
índole. Por un lado, el continente africano se compone en su mayoría de Estados de reciente independencia y aun en vías de
desarrollo, cuya primordial necesidad es organizarse internamente. Por otro lado, existen profundas diferencias entre ellos por
razones geográficas, históricas, raciales, lingüísticas, de desarrollo y políticas por la diversidad de regímenes y evolución. Estos
factores no han impedido la creación de Organizaciones a niveles subregionales, y a nivel continental a través de la histórica
Organización de la Unidad Africana, hoy, Unión Africana. Se llegó en la Conferencia de Addis-Abeba, que reunió a 30 estados
africanos y después de unos trabajos preparatorios por los ministros de asuntos exteriores desemboco en la firma, el 25 de mayo
de 1963, de la Carta de Addis-Abeba por parte de los Jefes de Estado y de gobierno.
Treinta y ocho años después de su creación, la O.U.A., organización de vocación puramente política, se transformó en la nueva
Organización de inspiración más económica: La Unidad Africana, fruto de un proceso de negociaciones a lo largo de varias
conferencias de Jefes de Estado y Presidentes de gobierno africanos, iniciado con la Declaración de Sirta (Libia) del 09/09/1999.
Concretada, más tarde, con la adopción del Acta Constitutiva de la Unión Africana por la 36ª sesión ordinaria de la Conferencia
del 10 al 12 de Julio de 2000 en Lomé. Puesta en marcha, a raíz de la cumbre en Durban en 2002, teniendo lugar la primera
reunión.
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El proceso se aceleró durante la 37ª Cumbre (Lusaka del 5-7 julio del 2001), al haberse contado que la gran mayoría de los
Estados miembro de la O.U.A habían ya ratificado el Acta Constitutiva. De manera que, el 26 de mayo de 2001 entro ya en vigor.
Este hecho ha supuesto, que dicha Acta sustituya a la antigua Carta de la O.U.A. Ahora bien, una transformación como la
señalada exigía un periodo de adaptación, un periodo transitorio en que la carta permanecería en vigor con el fin de facilitar la
sucesión de estas Organizaciones, de adoptar los protocolos e instituciones de la nueva Unión Africana (Comisión ejecutiva,
Parlamento, Tribunal de Justicia, Banco Central…) y de permitir la transferencia de activos y pasivos de una a otra organización;
también, corresponde al Secretario General de la O.U.A. el revisar, y en caso necesario enmendar, los acuerdos entre esta
Organización y las Partes, en concreto los Acuerdos de Sede. El periodo finalizo el 9 de octubre de 2002, iniciándose la ardua
tarea de convertir este continente en un «espacio único» a imagen y semejanza de la Unión Europea.
De todas formas, la entrada en vigor del Acta constitutiva de la U.A. no impide que una serie de instrumentos jurídicos existentes
en torno a la O.U.A. sigan siendo válidos y aplicables; por citar algunos: La Declaración de El Cairo sobre prevención, gestión y
de arreglo de conflictos; la Carta africana de derechos humanos y de los pueblos; el protocolo sobre las relaciones entre la O.U.A.
y las comunidades económicas regionales, etc.

b) Fines
Aparecen fijados en el art. 3 de su Acta constitutiva, destacan los de:
a) Alcanzar una mayor unidad y solidaridad entre los estados y pueblos.
b) Defender la soberanía, integridad territorial e independencia de sus Estados miembros.
c) Acelerar la integración política y socioeconómica.
d) Promover y defender una posición común africana.
e) Favorecer una cooperación internacional, teniendo en cuenta la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal
de Derechos Humanos.
f) Promover la paz, seguridad y estabilidad.
g) Promover las instituciones y principios democráticos, la participación popular y la buena gobernanza.
h) Promover y proteger los derechos de los pueblos de acuerdo con la Carta Africana de derechos del hombre y de los
pueblos y otros instrumentos de derechos humanos.
i) Establecer las condiciones para garantizar el papel que le corresponde en la economía global.
j) Promover el desarrollo sostenible, económico, social como cultural.
k) Promover la cooperación a todos los niveles para favorecer un incremento del nivel de vida de los pueblos africanos.
l) Coordinar y armonizar las políticas económicas regionales, para alcanzar la unión.
m) Apoyar el desarrollo del continente a través de la investigación, especialmente de ciencia y tecnología.
n) Actuar en sintonía con los socios con el fin de erradicar las enfermedades y promover la salud.

Puede observarse que en los fines enumerados está latente el deseo de mantener la independencia e integridad territorial de los
Estados miembros, sujetos en bastantes ocasiones a enfrentamientos internos, con especial virulencia, ocasionando la
descomposición real del Estado y convirtiendo en absolutamente permeables las fronteras, tal y como ocurre en los Grandes
Lagos o en el Occidente africano. Es una novedad, ya que ponen énfasis en la integración política y económica de África,
avanzada por el Tratado de Abuja, establecía un programa de integración de 34 años.
El art. 4 del Acta constitutiva, integra una serie de principios consagrados por el Derecho internacional, pero también añade otros
que reflejan el programa político y socioeconómico que la U.A. pretende llevar a cabo, la política común de defensa, la
participación popular en los asuntos de la organización, el derecho de intervenir directamente en un país miembro en caso de
crimen contra la humanidad, para restablecer la paz y la seguridad a petición del mismo, etc.

c) Miembros
Según el art. 29 del Acta Constitutiva de la U.A. todo estado africano puede adherirse a ella y convertirse en miembro. El
presidente de la comisión, recibida la solicitud, se la comunica a todos los estados que decidirán por mayoría simple. A los 32
estados miembros originarios que firmaron la Carta de Addis-Abeba en 1963, se le fueron sumando otros a medida que
alcanzaban la independencia o los regímenes de apartheid iban desapareciendo. En la actualidad cuenta con 53 estados: Angola,
Argelia, Benín, Bostwana, Burkina Faso, Burundi, Cabo Verde, Camerún, Comoras, Costa de Marfil, Chad, Egipto, Eritrea,
Etiopia, Gabón, Gambia, Ghana, Guinea, Guinea Bissau, Guinea Ecuatorial, Kenia, Lesoto, Liberia, Libia, Malawi, Mali,
Marruecos, Mauricio, Mauritania, Mozambique, Namibia, Níger, Nigeria, República Árabe Saharaui, República Centroafricana,
República Democrática del Congo, Republica de Djibouti, Republica Malgache, Ruanda, Santo Tomé y Príncipe, Senegal,
Seychelles, Sierra Leona, Somalia, Sudan, Sudáfrica, Suazilandia, Tanzania, Togo, Túnez, Uganda, Zaire, Zambia y Zymbabwe.
Conviene recordar alguna de las situaciones de la participación de la OUA, y sin lugar a dudas una de las más comprometidas
tuvo lugar cuando durante la reunión de abril de 1980 el secretario General, en uso de sus competencias, admitió como miembro
de pleno derecho a la República Árabe Saharaui (R.A.S.), agravo la escisión entre miembros radicales y moderados así como la
oposición frontal de Marruecos, habiéndose producido una política de «silla vacía» por parte de este, la evolución ocurrida
respecto de este tema con la retirada del reconocimiento por una decena de Estados miembros ha llevado a plantearse, la
posibilidad de la exclusión de la R.A.S. Ahora bien, esta posibilidad no aparece prevista en la Carta, que reserva la expulsión
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para casos de incumplimiento de las obligaciones establecida en la misma, lo que no se produce en el caso examinado. En
cambio, sí está prevista la retirada voluntaria de los miembros en el art. 32 de la Carta, fijándose como condición exclusiva que
el mimbro presente una notificación al Secretario General manifestando el deseo de retirada, y, pasado un año desde la
notificación, la misma surtirá sus efectos. Esta situación de tensión se ha recrudecido con la creación de la Unión Africana,
puesto que Marruecos ha rechazado participar en ella por la aceptación de la República Árabe Saharaui Democrática. Señalar que
el Acta constitutiva de la U.A. prevé la posibilidad de suspender la participación de un Estado miembro y, además aquellos
Gobiernos que accedan por medios anticonstitucionales no serán admitidos. Mientras que el art. 31 si bien recoge la retirada
voluntaria de un Estado de la Organización, guarda silencio en lo que se refiere al caso de la expulsión.

d) Estructura orgánica
En la U.A., cuya sede está situada en Addis-Abeba (art. 24 Acta Constitutiva), encontramos los siguientes órganos:
a) La Conferencia (art. 6): Compuesta por los Jefes de Estado y de Gobierno o sus representantes acreditados. Órgano
supremo de la Unión; se reúne, al menos una vez al año (ordinaria) y a petición de un estado y previa aprobación de 2/3
en sesión extraordinaria. La primera sesión tuvo lugar en Durban (África del Sur) 9 al 10 julio en 2002; la última en
Sharm-El Sheikh (Egipto). Adopta sus decisiones por consenso y, en su defecto, mayoría de dos tercios, las decisiones de
procedimiento por mayoría simple. Tienen por misión, según el art. 9: definir las políticas comunes; recibir, examinar y
adoptar las decisiones sobre los informes y las recomendaciones de los restantes órganos de la Unión; examinar las
solicitudes de adhesión; crear nuevos órganos; asegurar el control de la aplicación de las políticas y decisiones de la
Unión; dar directivas sobre al consejo ejecutivo sobre conflictos, guerra y otras situaciones, restauración de la paz;
nombrar y destituir a los jueces del Tribunal de Justicia; nombrar al Presidente, al Vicepresidente o vicepresidentes y a
los comisarios de la Comisión, y determinar sus funciones y mandatos.
b) El Consejo Ejecutivo: Compuesto por los Ministros de Asuntos Exteriores u otros Ministros y autoridades designados
por los gobiernos. Se reúnen dos veces al año en sesión ordinaria y extraordinaria siempre que lo acuerden dos tercios.
Adopta sus decisiones por consenso o por mayoría de dos tercios, salvo las cuestiones de procedimiento, que se toman
por mayoría simple. Le corresponde asegurar la coordinación y decidir las políticas de interés de los Estados miembros y,
en especial: comercio exterior; energía, industria y recursos minerales; alimentación, agricultura, recursos animales,
ganadería y bosques; recursos acuíferos e irrigación, protección del medio ambiente, acción humanitaria y reacción y
auxilio en casos de catástrofes; transportes y comunicaciones; seguros; educación, cultura y salud; ciencia y tecnología.
c) Los Comités Técnicos Especializados: Según el art. 14, serán creados los siguientes comités: De economía Rural
Agrícola; de asuntos monetarios y financieros; de cuestiones comerciales, aduaneras y emigración; de Industria, ciencia y
tecnología, de la energía, de los recursos naturales y medio ambiente; de los transportes, de la comunicación y del
turismo; de la educación, de la cultura y de los recursos humanos. Compuestos de ministros o de altos funcionarios. A los
que les compete: preparar proyectos y programas de la Unión y someterlos al Consejo Ejecutivo; asegurar el seguimiento
y la evaluación de las decisiones; asegurar la coordinación y la armonización de los proyectos y programas de la Unión,
presentar informes y recomendaciones al Consejo Ejecutivo, bien a iniciativa propia, bien a petición del mismo, sobre la
ejecución de las disposiciones del Acta. Los Comités se reúnen cada vez que sea necesario.
d) El Parlamento panafricano: con el objetivo de garantizar la plena participación de los pueblos africanos en el
desarrollo e integración del continente, se crea un parlamento. Su composición, poderes, competencias y organización se
definirán en un protocolo. Este fue adoptado en marzo de 2001 en la cumbre de Sirta II y entro en vigor el 14/12/2003,
treinta días después de su ratificación. El acta constitutiva de la U.A. no especifica las funciones del mismo, durante los
cinco primeros años solamente tendrá competencias consultivas y de asesoramiento. Su primera sesión se celebró el 18
de marzo 2004 en Addis-Abeba (Etiopía).
e) El Tribunal de Justicia: el art. 18 prevé su creación, cuyo estatuto, composición y poderes serán definidos en un
protocolo. Adoptado el 11 de julio 2003, durante la segunda sesión ordinaria de la U.A celebrada en Maputo
(Mozambique). Este protocolo no ha entrado todavía en vigor al ser ratificado solamente por quince Estados.
f) Las Instituciones financieras: según el art. 19, la U.A. estará dotada de las siguientes instituciones financieras: el banco
Central Africano, el Fondo Monetario Africano y el Banco Africano de Inversiones. Sus estatutos serán definidos en unos
protocolos.
g) La Comisión: según el art. 20, la Comisión actuará como secretaria de la Unión, estará compuesta del Presidente, del
Vicepresidente o vicepresidentes y de los comisarios. Asistida por el personal necesario para su buen funcionamiento. La
estructura, competencias y reglamentos serán establecidos por la Conferencia.
h) El Comité de Representantes Permanentes: según el art. 21, estará formado por representantes permanentes y otros
plenipotenciarios de los Estados miembros. Le corresponderá la preparación de los trabajos del consejo Ejecutivo y
actuará bajo las instrucciones del mismo. Su reglamento de régimen interno fue adoptado en Durban, 9 y 10 de Julio
2002.
i) El Consejo económico, social y cultural: art. 22, órgano compuesto por representantes de diversos sectores
socioprofesionales. Sus competencias, poderes, composición y organización serán establecidos por la conferencia. La
decisión del inicio de actividades de este órgano se ha adoptado en marzo de 2005. Promover la paz, la seguridad, la
estabilidad y la integración.
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Además, el Acta constitutiva de la U.A. posibilita que sigan actuando otros organismos. La comisión de mediación, conciliación
y arbitraje fue un órgano creado por la propia Carta de la O.U.A, pero su organización está contenida en el Protocolo de
Mediación, Conciliación y Arbitraje de El Cairo en 1964. En la Conferencia de Jefes de Estado de la O.U.A, se constató la
ineficacia del Protocolo del Cairo y ya no se renovó su mandato. En la cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno celebrada en el
Cairo en 1993, se estableció un nuevo mecanismo de arreglo de controversias entre los Estados miembros, La Corte Africana de
Derechos Humanos y de los Pueblos, atribuyéndosele competencias tanto en materia contenciosa como consultiva. Formada por
once jueces elegidos por los Estados miembros de la O.U.A. por un periodo de seis años renovable. Destacar que, tras la cumbre
de Maputo, el 8 julio 2003, se ha adoptado un protocolo destinado a salvaguardar los derechos de las mujeres, condena cualquier
atentado contra la integridad física de las mujeres, fija la edad mínima del matrimonio en 18 años, y define derechos como el
derecho a controlar la natalidad o al aborto en caso de violación o incesto por otro lado, y como consecuencia de la presión
efectuada por los países norteafricanos, este texto no prohíbe la poligamia. También se adoptó en 2006 la Carta de la Juventud
Africana.
Un aspecto novedoso de la proliferación de crisis regionales en África ha sido el Proyecto de una fuerza interafricana de 4000
hombres sostenida por Francia, Estados Unidos y el Reino Unido. Estas fuerzas se destinarán a misiones de mantenimiento o
restablecimiento de la paz bajo la égida [protección] de la O.U.A. y de la ONU. Su primer objetivo fue la crisis de la región de
Darfur en Sudan o en Somalia en la operación ANISOM. También en la operación «Democracia en Comores» para evitar la
secesión de la Isla de Anjouan.
Reseñar que, por decisión de la Cumbre de Lusaka 2001, se creó el Consejo de Paz y de seguridad (15 miembros), destinado a la
prevención y resolución de conflictos. Sus objetivos, son: promover la paz, seguridad y estabilidad en África; prevenir los
conflictos; promover la reconstrucción tras los conflictos; coordinar y armonizar los esfuerzos para prevenir y combatir el
terrorismo, una política de defensa común, promover la democracia; proteger los derechos fundamentales… Destacar, la
adopción el 31 enero 2005 del Pacto de No Agresión y Defensa Mutua de la Unión Africana.
Por último, la Carta Africana de la Democracia, de las elecciones y de la Gobernanza, 20 enero 2007, un documento
programático referido a la cultura democrática y la paz, las instituciones democráticas, las elecciones democráticas, las sanciones
en caso de cambio anticonstitucional, y de la gobernanza política, económica y social.
Tras cuarenta años de historia, la Organización continental africana, OUA, se enfrenta al reto de su transformación en UA, con
ello pretende modernizarse para hacer frente a los innumerables desafíos políticos, económicos y étnicos. Esta OI tenía que
adaptar su estructura y objetivos a nuevas misiones y apoyar a los países africanos en su búsqueda de la integración económica y
la democratización interna. El problema radica en que estos dirigentes que han preconizado la transformación, no están
dispuestos a aceptarlas, sobre todo aquellas que pondrían en tela de juicio el frágil equilibrio de poderes de la Organización.
Como advierte Djiena Wembou, la modernización de la OUA y su reforzamiento dependen del desarrollo de un verdadero tejido
de relaciones económicas y comerciales entre los Estados africanos, de la instauración de regímenes democráticos y respetuosos
de los derechos humanos, de la mejora del nivel de vida y de la educación y de la emergencia de una clase política responsable y
preocupada del interés general. Sin duda alguna, la reciente creación de la Unión Africana pretende hacer frente a todos estos
desafíos, el problema sigue siendo que los propósitos están muy alejados de la realidad económica, política y social del
continente africano. Muchos de los objetivos propuestos no pueden ser logrados sin que se produzca una cesión de competencias
a la nueva Organización y un incremento de su presupuesto.

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