Se cuenta que en un almuerzo presidido por Sir Mark Young, gobernador de
Hong-Kong, una dama de las más distinguidas se sintió vejada al descubrir que estaba sentada al extremo de la mesa, en vez de estar cerca del anfitrión. Al terminar la comida, se acercó a Sir Mark y le dijo con sequedad -Según parece, no se cuida usted de donde se sientan sus invitados-. –Señora- replico el gobernador, a la gente realmente importante no le interesa el sitio donde se sienta; y sucede a veces que quienes se interesan por el sitio, no son importantes. El orgullo ha logrado sobrevivir en el pensamiento vanidoso de la mayoría de personas que tienen un exceso de estimación propio. El orgullo exalta nuestros propios méritos, nos hace ver a nuestros prójimos como inferiores y nos coloca en un pedestal. Como cristianos piadosos debemos de evitar el orgullo en nuestras vidas. “Dios no nos llenará hasta que seamos vaciados del yo” (C.H. Spurgeon). Si queremos ser llenos del Espíritu Santo debemos de despojarnos del yo. Dios discierne nuestras intenciones y nuestros pensamientos “Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” (Mateo 23:12)