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EDWIN ARTHIIR BURTT

LOS FUNDAMENTOS
METAFÍSICOS DE LA
CIENCIA MODERNA
EDWIN ARTHUR BURTT

LOS FUNDAMENTOS
METAFÍSICOS DE LA
CIENCIA MODERNA
Ensayo histórico y etílico
Traducción de
R oberto R9J6

ED ITO RIA L SUDAMERICANA


BU EN O S A IRES
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que pre­
viene la ley. © 1960, Editorial
Sudamericana Sociedad Anónima,
calle Alsina 500, Buenos Aires.
T ítulo del original en inglés:
“T he metaphysical foundations of
modern physical Science ”
PREFACIO
El primer capítulo de esta obra indica con suficiente cla­
ridad el alcance del problema planteado en ella. Baste agre­
gar axiuí que mi atención se sintió atraída por la profunda
importancia de este problema al asumir ¡a responsabilidad
de un curso superior de Historia de la filosofía inglesa en
la Universidad de Columbio. Un estudio intenso de los pen­
sadores británicos clásicos me enseñó hace mucho que no
era posible apreciar los motivos subyacentes de su obra hasta
haber dominado la filosofía de aquel inglés cuya autoridad
e influencia en la Edad moderna rivaliza con la de Aristó­
teles en la Baja Edad media: Sir Isaac Newton.
Deseo expresar mi especial deuda de gratitud para con
el decano F. J. E. Woodbridge, del Departamento de Filo­
sofía de la Universidad de Columbio, por el estímulo de sus
enseñanzas y su interés crítico en la filosofía de Newton; al
profesor Morris R. Cohén, del Colegio de la ciudad de Nue­
va York, que es una autoridad en la materia; al doctor J.
H. Randall, hijo, cuyas amplias investigaciones en el mismo
campo de estudios han hecho que sus críticas sean suma­
mente útiles; y, finalmente, a mi esposa, sin cuya fiel com­
pañía y colaboración hubiera sido imposible cumplir la
tarea.
Dos palabras sobre las citas que aparecen en los capítu­
los siguientes: como en gran parte he trabajado con fuentes
no traducidas, debo aceptar la responsabilidad por las tra­
ducciones de Copémico (salvo por la Carta al papa Pablo III,
para la que he usado la traducción de Miss Dorothy Stim-
son en su Gradual Acceptance of the Copemican Theory of
PREFACIO
the Univcrse [La paulatina aceptación ¿le la teoría copemi-
cana ¿leí universo] ); KépHer; Galileo (salvo sus Diálogos so­
bre los dos máximos sistemas del universo y los Diálogos y
demostraciones matemáticas sobre las dos nuevas ciencias,
para los cuales he utilizado las traducciones anotadas); Des­
cartes, en lo que respecta a todas las citas tomadas de la
edición ¿le sus obras al cuidado ¿le Cousin; el Enchiridion
metaphysicum de More; Barrote y Newton, en lo que se re­
fiere a las citas tomadas de la edición de sus obras cuidadas
por Horsley, tomo IV, págs. 314-320. El resto de las citas
proceden de traducciones existentes.
Deseo expresar mi cordial agradecimiento a mi amigo y
colega, el profesor T. V. Smith, de la Universidad de Chica­
go, que ha compartido conmigo el trabajo de revisar las
pruebas.
E. A. B.
Universidad de Chicago.
PREFACIO A LA EDICIÓN INGLESA REVISADA
¡Ojalá tuviera yo competencia para volver a escribir este
volumen con clara comprensión de todo lo que ha ocurrido
en el mundo de la ciencia desde los dios de Newton, y es­
pecialmente a la luz de las transformaciones de la física con­
temporánea! En lugar de hacerlo creo que el mejor plan
consiste en dejar el cuerjm de la obra tal como estaba, ad­
mitiendo tan sólo unos pequeños cambios. Ninguna de las
investigaciones históricas de estos últimos años, que yo co­
nozca, parecen requerir cambios esenciales en el panorama
que aquí se presenta, y hasta donde éste alcanza.
Sin embargo, el último capítulo ha sido escrito de nuevo
casi en toda su extensión. Su énfasis original ya no está muy
de acuerdo con mis actuales preferencias filosóficas, y no con­
seguía poner de manifiesto las lecciones derivadas del es­
tudio histórico de manera que se obtuviesen sugerencias
oportunas para la especulación contemporánea.
E. A. B.
Universidad de Stanford, California.
C a p ít u l o I
INTRODUCCIÓN

A. EL PROBLEMA HISTÓRICO SUGERIDO POR LA


NATURALEZA DEL PENSAMIENTO MODERNO
Iji muñera como nosotros los modernos pensamos acerca
de nuestro mundo es, en reulldud, bastante curiosa. Y no
sólo curiosa, sino también original. La cosmología que sub­
yace en nuestros procesos mentales tiene tan sólo trescien­
tos años de edad; es, pues, una mera criatura en la his­
toria del pensamiento. Sin embargo, nos adherimos a ella
con el mismo turbado fervor con que un papá joven mima a
su recién nacido. Como él, ignoramos cuál sea su natura­
leza precisa; como él, empero, aceptamos piadosamente que
es nuestra y le dejamos ganar un dominio que penetra sutil­
mente y sin oposición en todo nuestro pensamiento.
La visión del mundo de cualquier época puede descubrir­
se de varios modos, pero uno de los mejores es observar los
problemas que se repiten en sus filósofos. Los filósofos nunca
consiguen salir completamente de las ideas de su tiempo y,
de este modo, mirarlas objetivamente. En realidad sería
mucho esperar. Tampoco las doncellas que se cortan el pelo
y dejan más en descubierto la bifurcación de la nuca se ven
con los ojos de una madura matrona puritana. Pero en cambio
los filósofos logran divisar algunos de los problemas impli­
cados en las nociones metafísicas de su tiempo, y sacan
inocuo placer especulando en tomo a ellas de manera más
o menos vana. Pongamos a prueba la moderna visión del
12 INTRODUCCIÓN
mundo de esta manera. Preguntemos cuáles son los proble­
mas cuyo correcto planteamiento —se ha supuesto general­
mente— constituyen la ocupación fundamental de los pen­
sadores metafísicos. Pues bien, el problema más notable en
este sentido es el llamado problema del conocimiento. La
corriente principal de la investigación especulativa desde
Descartes en adelante ha estado imbuida por la convicción
de que el estudio de la naturaleza y posibilidad del cono­
cimiento forma una etapa preliminar y necesaria para abor­
dar con éxito otros problemas últimos. Preguntemos ahora
cómo llegó a ocurrir todo esto, qué supuestos se aceptaban
cuando el mundo se sumía en estas profundas reflexiones
epistemológicas, cómo es que estos supuestos penetraron en
el pensar humano. Plantear estas cuestiones en un momen­
to en que todo el mundo cree lozanamente que la filosofía
debe ocuparse de esto, es, naturalmente, fútil e inoportuno;
pero ahora que algunos filósofos contemporáneos han te­
nido la osadía de descartar la epistemología como si se tra­
tase del estudio de enigmas irreales, es sazón de sugerirlas.
¿El problema del conocimiento conduce el pensamiento en
direcciones equivocadas e invalida sus conclusiones con sus
falsas premisas? ¿Cuáles son estas premisas, cómo se rela­
cionan con los otros rasgos esenciales del pensamiento mo­
derno, y qué era, en el fondo, lo que inducía a pensar de
este modo al mundo moderno? No por accidente la episte­
mología ocupa el puesto central en la filosofía moderna. Es
el corolario natural de algo más significativo y penetrante,
una concepción del hombre mismo, y especialmente de su
relación con el mundo que lo rodea. El conocimiento no era
problema para la filosofía dominante en la Edad media. Ex­
plícitamente se daba por supuesto que el mundo que el
espíritu humano trata de comprender es inteligible. El hecho
de que luego se considerase al conocimiento como un pro­
blema implica que se habían aceptado ciertas creencias dife­
rentes sobre la naturaleza del hombre y sobre las cosas que
EL PROBLEMA HISTÓRICO 13
el hombre trata de comprender. ¿Cuáles son estas creencias
y cómo aparecieron y se desarrollaron en los tiempos mo­
dernos? ¿De qué modo impulsaron a los pensadores hacia
los característicos esfuerzos metafísicos que llenan los libros
de la filosofía moderna? Los pensadores contemporáneos que
vituperan la epistemología, ¿han objetivado realmente ante
sus ojos la totalidad de este proceso? En una palabra, ¿por
qué la corriente fundamental del pensamiento moderno es
lo que es?
Como se habla de una manera tan general de ‘la comen­
to fiimlaiucutal de) pensamiento moderno”, quizá debamos
intercalar breves palabras para mostrar que no caemos cie­
gamente en cierto y claro peligro. Pudiera ser muy bien que
las ideas verdaderamente constructivas de la filosofía moder­
na no fuesen en modo alguno las ideas cosmológicas, sino
conceptos éticosociules como los de “progreso”, “control”, y
similares. Tendríamos así una clave muy atractiva para la
interpretación del pensamiento moderno que le daría un
perfil muy diferente del que toma cuando rastreamos sus
nociones metafísicas. Pero en este trabajo no nos concierne
ese aspecto del pensamiento moderno. Un postrer análisis
muestra que la posesión más fundamental de una época es
la imagen última que se ha formado con respecto a la na­
turaleza de su mundo. Es el elemento básico que domina
todo pensamiento. No tardaremos en ver que el espíritu
moderno tiene claramente esta imagen, tan claramente como
cualquier época anterior que deseáramos escoger. Pregunte­
mos ahora cuáles son los elementos esenciales de esta ima­
gen y cómo se insertaron en ella.
Sin duda no es misterio por qué, entre todos los estudios
genéticos que hoy se emprenden con tanta confianza, no se
haya hecho objeto de una investigación realmente crítica y
desinteresada la naturaleza precisa y los supuestos del pen­
samiento científico moderno. La verdad de este aserto no
reposa sólo en el hecho, importante de suyo, de que todos
14 INTRODUCCIÓN
nosotros tendemos a caer atrapados por el punto de vista
de nuestra época y a aceptar sin cuestión sus principales
presuposiciones. Se debe también a la asociación que se
realiza en nuestros espíritus entre el principio de autoridad
y la dominante filosofía medieval de la que el pensamiento
moderno se apartó en airosa rebelión. Los pensadores mo­
dernos han condenado tan vigorosa y unánimemente la ma­
nera como la autoridad exterior imponía amplias proposi­
ciones en los espíritus inocentes, que se ha aceptado con bas­
tante facilidad que las proposiciones mismas eran totalmente
insostenibles, y que los supuestos esenciales subyacentes en
el nuevo principio de libertad, la manera como se buscó con
éxito el conocimiento mediante su ayuda, y las implicacio­
nes más generales del mundo que se desprendían de ese
proceso, están completamente bien fundadas. Pero ¿por qué
habríamos de aceptar todo esto como sana doctrina? ¿Pode­
mos justificarla? ¿Sabemos claramente lo que significa? A
buen seguro necesitamos aquí un estudio histórico y crítico
de los orígenes de los supuestos fundamentales que carac­
terizan el pensamiento moderno. Por lo menos nos obligará
a reemplazar este fácil optimismo por una apreciación más
objetiva de nuestros propios postulados y métodos intelec­
tuales.
Tratemos de establecer de manera preliminar, aunque tan
precisa como podamos, el contraste metafísico central entre
el pensamiento medieval y el pensamiento moderno con res­
pecto a su concepción de la relación del hombre con su
medio natural. Para la tendencia dominante en el pensa­
miento medieval, el hombre ocupaba un puesto más signifi­
cativo y determinante en el universo que el reino de la na­
turaleza física, mientras que para la corriente principal del
pensamiento moderno la naturaleza tiene un puesto más in­
dependiente, determinante y permanente que el hombre. Nos
será útil analizar más específicamente este contraste. Para
la Edad media el hombre era el centro del universo en todo
EL PROBLEMA HISTORICO 15
sentido. Se suponía que el mundo de la naturaleza en su to­
talidad estaba teleológicamente subordinado a él y a su
destino eterno. Los dos grandes movimientos que se unie­
ron en la síntesis medieval, la filosofía griega y la teología
judeocristiana, habían llevado irresistiblemente hacia esta
convicción. La visión del mundo dominante en este perio­
do estaba caracterizada por una profunda y persistente con­
vicción de que el hombre, con sus ideales y esperanzas, era
el hecho más importante y aun dominante del universo.
Esta concepción servía de base a la física medieval. Se
suponía que no sólo el mundo de la naturaleza en su totali­
dad existía en provecho del hombre, sino que estaba inme­
diatamente presente y era pimíamente inteligible a su
espíritu. De aquí que las categorías empleadas para la inter­
pretación del mundo no fueran las de tiempo, espacio, masa,
energía y similares; sino las de sustancia, esencia, materia,
forma, cualidad, cantidad — categorías derivadas de un
esfuerzo por dotar de forma científica a los hechos y relacio­
nes observados en la desnuda experiencia sensible del mun­
do y en las principales aplicaciones que el hombre podía dar­
le. Se creía que el hombre era activo en la adquisición del
conocimiento, y la naturaleza pasiva. Cuando observaba un
objeto distante algo iba desde su ojo hacia el objeto, y no del
objeto a su ojo. Y, naturalmente, lo que había de real en los
objetos era lo que podía percibirse inmediatamente en ellos
mediante los sentidos humanos. Las cosas que aparecían de
manera diferente eran sustancias diferentes, como el hielo,
el agua y el vapor. El famoso enigma del agua que parece
caliente a una mano y fría a la otra era una auténtica difi­
cultad para la física medieval, pues para ella el frío y el
calor eran sustancias distintas. Entonces ¿cómo la misma
agua podía tener a un tiempo frío y calor? Lo liviano y lo
pesado eran cualidades distintas, cada una de ellas tan real
como la otra, pues así las distinguían los sentidos. Lo mismo
ocurría en el aspecto teleológico: se reputaba que una ex­
16 INTRODUCCIÓN
plicación basada en la relación de las cosas con respecto a
los propósitos humanos era tan justa y real, y a menudo más
importante, que una explicación en términos de causalidad
eficiente, que expresa la relación de las cosas entre si. La
lluvia caía porque hacía crecer la cosecha de los hombres,
tan ciertamente como porque las nubes la vertían. Se usaba
libremente de analogías extraídas de actividades orientadas
por un propósito. Los cuerpos livianos, como el fuego, ten­
dían hacia arriba, hacia su lugar propio; los cuerpos pesados
como el agua o la tierra, tendían hacia abajo, hacia el suyo.
De estas distinciones teleológicas se extraían diferencias
cuantitativas. Como un cuerpo más pesado tiende hacia aba­
jo con mayor fuerza que uno más liviano, llegará a la tierra
con más rapidez cuando se lo deje caer libremente. Se supo­
nía que el agua en el agua no pesaba, puesto que estaba en
su lugar adecuado. Pero no es necesario multiplicar los ejem­
plos. Los que hemos dado bastarán para ilustrar los muchos
aspectos en que la ciencia medieval atestiguaba en sus presu­
posiciones que el hombre, con sus medios de conocimiento y
sus necesidades, era el hecho determinante del mundo.
Además se duba por sentado que esto habitat terrestre del
hombre era el centro del ámbito astronómico. Con excepción
de unos pocos audaces pero dispersos pensadores, a nadie
so le había ocurrido cuestionar la legitimidad de escoger al­
gún otro punto de referencia en la astronomía salvo la Tie­
rra. La Tierra aparecía como algo amplio, sólido, quieto; los
cielos estrellados se presentaban como una esfera liviana,
vaporosa, no muy distante, que se mueve suavemente en
torno de la tierra. ¿Qué más natural que sostener que estas
luces regulares y brillantes habían sido hechas para descri­
bir círculos en torno al habitáculo del hombre, en una pa­
labra, que existían para su gozo, instrucción y provecho?
Todo el universo era un lugar pequeño y finito; y era el lugar
del hombre. £1 ocupaba el centro. Su bienestar era la fina­
lidad rectora de la creación natural.
EL PROBLEMA HISTÓRICO 17
Por último, el universo visible mismo era infinitamente
más pequeño que el ámbito humano. El pensador medieval
nunca olvidaba que su filosofía era una filosofía religiosa,
con una firme persuasión del destino inmortal del hombre.
El Motor inmóvil de Aristóteles y el Padre personal del
cristianismo se habian identificado. Había una Razón y
Amor eterno, que a la vez era Creador y fin de todo el sis­
tema cósmico. El hombre, como ser de razón y amor, estaba
emparentado de un modo esencial con el Creador. Este pa­
rentesco se revelaba en la experiencia religiosa, que para el
pensador nu'dicvnl ora el hecho científico más sublime. La
razón habla realizado connubio con la intimidad y el trance
místicos; aquel sublime instante, la transitoria pero inefable­
mente embriagadora visión de Dios, era igualmente el mo­
mento en que todo el ámbito del conocimiento humano alcan­
zaba significación última. El mundo de la naturaleza existía
para que pudiera ser conocido y gozado por el hombre. A su
vez, el hombre existía para que pudiera “conocer a Dios y go­
zarlo eternamente”. Esta benévola concesión de parentesco
(>ntre el hombre y una Razón y Amor eternos garantizaba a
la filosofía medieval que todo el mundo de la naturaleza en
su forma actual no era más que un instante del divino drama
que se extendía por innumerables edades del pasado y del
presente, y en las que el puesto del hombre era indestructible.
Representémonos más vivamente todo esto con ayuda de
algunas líneas de la maravillosa creación poética de la filo­
sofía de la Edad media: la Divina Comedia de Dante. Se
expresa aquí de una manera sublime la convicción dominan­
te del carácter esencialmente humano del universo.
“La gloria de Aquel que todo lo mueve se difunde por el universo,
y resplandece en unas partes más y en otras menos. Yo estuve en el
meló que recibe mayor suma de su luz, y vi tales cosas, que ni sabe
ni puede referirlas el que desciende de allá arriba; porque nuestra in­
teligencia, al acercarse al fin de sus deseos, profundiza tanto, que la
memoria no puede volver atrás.
18 INTRODUCCIÓN
"Sin embargo, todo cuanto mi mente baya podido atesorar de lo
concerniente al reino santo, será en lo sucesivo objeto de mi canto."
"Muchas cosas son allí permitidas a nuestras facultades que no lo
son aqui, por ser aquel lugar creado para residencia propia de la es­
pecie humana."
“Todas las cosas guardan un orden entre si, y este orden es la forma
que hace al universo semejante a Dios. Aquí ven las altas criaturas el
signo de la eterna sabiduría que es el fin para que se ha creado aquel
orden. En el orden de que hablo todas las naturalezas propenden y
según su diversa esencia se aproximan más o menos a su principio. Así
es que se dirigen a diferentes puertos por el gran mar del ser, y cada
una con el instinto que se le concedió para que la lleve al suyo.
"Este instinto es el que conduce al fuego hacia la luna; el que pro­
mueve los primeros movimientos del corazón de los mortales, y el
que concentra y hace compacta a la Tierra. Y este arco se dispara,
no tan sólo contra las criaturas desprovistas de inteligencia, sino contra
lus que tienen inteligencia y umor.”
“El inefable I’odor primero, juntamente con su Hijo y con el Amor
quo de uno y otro clcmumcntc procedí', hizo con tnnto orden cuanto
concibe la inteligencia y ven lus ojos, que no es posible a nadie con­
templarlo sin gustur de sus licllezns.
"Eleva, pues, lector, conmigo tus ojos liada las ultas esferas, por
aquella parte en que un movimiento se encuentra con otro, y empieza
a recrearte en la obra de aquel Muestro, que la ama tanto en su in­
terior, que jamás separa de ella sus miradas. Observa cómo desde
allí se desvia el círculo oblicuo, conductor de los planetas, para satis­
facer al mundo que le llama. Y si el camino de aquéllos no fuese in­
clinado, más de una influencia en el cielo seria vana, y como muerta
aqui abajo toda potencia. Y si al girar se alejaran más o menos de la
línea recta, dejaría mucho que desear arriba y abajo el orden del
mundo."
De la descripción de la unión última de Dante con Dios:
"|O h luz suprema que te elevas tanto sobre los pensamientos de
los mortalesI: presta a mi mente algo de lo que parecías, y haz que
mi lengua sea tan potente que pueda dejar al menos un destello de
tu gloria a las generaciones venideras.”
"Por la intensidad del vivo rayo que soporté sin cegar, creo que
EL PROBLEMA HISTÓRICO 19
mu habría perdido, si hubiera separado de él mis ojos; y recuerdo que
por esto ful tan osado para sostenerlo, que uní mi mirada con el
Poder infinito. |Oh gracia abundante, por la cual tuve atrevimiento
}>nra fijar mis ojos en la luz eterna hasta tanto que consumí toda mi
uer/u visiva! En su profundidad vi que se contiene ligado con víncu­
los d<; amor en un volumen todo cuanto hay esparcido por el universo:
sustancia, accidente y sus cualidades, unido todo de tal manera, que
cuanto (Úgo no es más que una p&lida luz.”
*'A»l rs como mi mente en suspenso miraba fija, inmóvil y atenta, y
«imlluuiilia mirando con ardor creciente. El efecto de esta luz es tal,
<|in< no en | m» i | i| ii consentir Jamás en separarse de ella para contem-
plm otra nr.li, iMin|ue el bien, «pie es objeto de la voluntad, se cn-
flfiiii loiln en ella, y luriii de ella es defectuoso lo que allí perfecto.”
~|Oli lor rli'iiui, ijiif é-ii II sol.iiiienle lealdes, que sola te compren­
de», y <|ue slfiidii por ll n la ve/, inteligente y entendida, te amus y
le rompí.loe* en II iidsiind Aquel de lus circuios, que parecía pro­
cedí! de II ruino el rayo reflejado procede del rayo directo, cuando
mi» ojo» lo ronlnupluriin en tomo, parecióme que dentro de si con su
pioplo color representaba nuestra efigie, por lo cual mi vista estaba
lija nimiamente en él.
‘‘(.lomo el geómetra que se dedica con todo empeño a medir el círcu­
lo, y, por más que piensa no encuentra el principio que necesita, k>
iii Imiu) estaba yo ante aquella nueva imagen. Yo quería ver cómo co­
rrespondía la efigie al círculo, y cómo a él estaba unida; pero no al­
canzaban a tanto mis propias alas, si no hubiera sido iluminada mi
mente por un resplandor, merced al cual fue satisfecho su deseo.
‘‘Aqui faltó la fuerza a mi elevada fantasía; pera ya eran movidos mi
deseo y mi voluntad, como rueda cuyas partes giran todas igualmen­
te, por el Amor que mueve el Sol y las demás estrellas.” 1
Comparemos con esto un extracto de un representativo e
influyente filósofo contemporáneo, en el que se expresa una
posición bastante extremada de la doctrina del hombre vi­
gente en los tiempos que corren. Después de citar al mefis-
tofélico relato de la creación como obra de un ser2 cruel
y caprichoso, prosigue así:
1 Paraíso, Cantos I, X y XXXIII. Trad. de M. Aranda y San Juan.
3 Bertrand Russell, A Free Morís Worshlp (MysUcism and Logic)
New York, 1918, págs. 40 y sig.
20 INTRODUCCIÓN
“Tai es, en esquema, el mundo que la ciencia presenta a nuestra
creencia, aunque en realidad tiene aun menos propósito y está más
vacio de significado. En tal mundo o en ninguna parte nuestros idea­
les deben, pues, buscar su nido. Que el hombre es producto de causas
que no preveian el fin que estaban realizando; que su origen, creci­
miento, temores, esperanzas, amores y creencias son el resultado de
accidentales colocaciones de átomos; que no hay fuego, heroísmo, in­
tensidad de pensamiento o sentimiento que pueda conservar una vida
individual mas allá de la tumba; que los esfuerzos de todas las épocas,
toda la devoción, inspiración y brillo meridiano del genio del hombre
están destinados a la extinción con la muerte del sistema solar, y que
todo el templo de las hazañas humanas inevitablemente debe enterrar­
se bajo los despojos de un universo en ruinas; todas estas cosas, aunque
no sin disputa, son, sin embargo, tan aproximadamente ciertas que
una filosofía que las niegue no puede abrigar esperanzas de subsisten­
cia. Sólo en la armazón de estas verdades, sólo sobre los firmes bases
de una inflexible desesperanza, desde ahora en adelante podrá cons­
truirse con seguridad el habitáculo del alm a...
“Breve e impotente es la vida humana. Lenta y segura, la condena­
ción cae inexorable y atroz sobre la especie. Ciega pira el bien y para
el muí, indiferente ante la destrucción, la nwlerla omnipotente sigue
su curso, implacable. Al hombre, condenado hoy a perder a su ser
más querido, condenudo a pasar él mismo por la puerta de ia muer­
te, sólo le es permitido abrigar, untes de que cuiga el golpe, los
elevados pensamientos que ennoblecen su efímera existencia; desde­
ñando los cohnrdes terrores del eseluvo del Destino, venerar el altar
que sus propias manos lian construido; inflexible ante el imperio del
azar, conservar el espíritu libre de la caprichosa tiranía que gobierna
su vida exterior; desafiando orgullosamente las irresistibles fuerzas que
toleran por un momento su conocimiento y su condenación, sostener a
solas, cual Atlas cansado e inflexible, el mundo plasmado por sus propios
ideales a pesar de la marcha destructora de la fuerza inconsciente."
|Qué contraste entre la audaz filosofía de Dante —tran­
quila, contemplativa, infinitamente confiada—, y esta con­
cepción! Para Russell el hombre no es más que el casual y
temporario producto de una naturaleza ciega y sin propósi­
to, un ajeno espectador de sus obras, casi un intruso en sus
dominios.3 El hombre no ocupa ya un lugar de privilegio
8 El autor ha adoptado ahora una posición menos extrema en estos
puntos (Revised Edition).
EL PROBLEMA HISTÓRICO 21
en una teleología cósmica. Sus ideales, sus esperanzas, sus
raptos místicos no son sino las creaciones de su propia ima­
ginación, entusiasta y errabunda, sin referencia ni aplicación
a un mundo real mecánicamente interpretado en términos
de espacio, tiempo y átomos inconscientes aunque eternos.
Su madre tierra no es sino un tilde en el espacio ilimi­
tado, su puesto, aun en la tierra, es sólo insignificante y pre­
cario, en una palabra, está a merced de las fuerzas brutas
que sin saberlo le dan ser y que del mismo modo prometen
apagar su vida antes de mucho. Él mismo y todo lo que ama,
€■ «•11 el curso del tiempo se "enterrará en un universo de
ruinas".
Naturaliueiilc nos encontramos ante una posición extre­
ma; y también ,1110 es clcito que el hombre reflexivo de
nuestra época cu sus actitudes cosmológicas siente que este
análisis de la situación penetra cada vez con mayor coheren­
cia? lis verdad que siempre hay quienes tratan de evitar
la cosmología; igualmente hay unos pocos filósofos idealistas
y un número mucho mayor de entusiastas religiosos que sos­
tienen confiados una concepción diferente; pero ¿no sería
licito decir que aun en sus filas hay mucho temor oculto de
que algo así como la convicción arriba expresada puede re­
sultar cierto si hiciéramos frente a los hechos con absoluta
franqueza? Porque en esta cuestión, como en todas las de­
más, hay una verdad. De todas suertes, la especulación se
ha estado moviendo en esta dirección: así como era total­
mente natural para los filósofos medievales concebir la na­
turaleza como subordinada al conocimiento, propósitos y
destino humanos, ahora ha llegado a ser natural concebiría
como existente y operante en su propia y autónoma indepen­
dencia, tj, en la medida en que la relación entre el hombre y
la naturaleza resulta de algún modo clara, considerar el co­
nocimiento y propósitos humanos producidos en parte por
ella, y el destino del hombre como totalmente dependiente
de ella.
22 INTRODUCCIÓN

B. LOS FUNDAMENTOS METAFÍSICOS DE LA CIENCIA


MODERNA COMO CLAVE DE ESTE PROBLEMA
Difícilmente es posible filosofar hoy día, en el verdadero
sentido de la palabra, a menos que se comprenda cómo
ha ocurrido históricamente este verdadero cataclismo en la
corriente principal del pensamiento. Esta es precisamente la
cuestión que queremos plantear. Pero —y esto es lo intere­
sante— cuando se plantea la cuestión en esta forma en se­
guida resulta patente que un estudio de la filosofía moderna
—es decir, de los escritos de los autores cuyos nombres llenan
las páginas de las historias de la filosofía—sirve de poco en
el esfuerzo por contestarla. Porque la metafísica moderna, al
menos comenzando con la obra de Berkeley y Leibniz, tiene
otro significativo hilo conductor que el del interés epistemo­
lógico. Es en gran medida una serie de fracasadas protestas
contra la nueva relación del hombre con la naturaleza. Ber­
keley, Hume, Kant, Fichte, Hegel, James, Bergson, todos
ellos están unidos en un serio esfuerzo: el esfuerzo de res­
tablecer al hombre con sus altas pretcnsiones espirituales en
un puesto de importancia dentro del esquema cósmico. La
constante renovación de estos esfuerzos y su constante fra­
caso en convencer amplia y totalmente a la humanidad reve­
lan qué arraigo poderoso estaba alcanzando en el espíritu hu­
mano la concepción que combatían y ahora, quizás más que
en cualquier generación precedente, hallamos filósofos que
desean ser intelectualmente honestos, por encima de todas las
cosas y están prontos a rendirse abandonando la lucha como
si ya estuviera decidida. Una filosofía que se parezca a la de
Russell en los puntos esenciales que hemos tratado, se llama
a sí misma “naturalista", con lo que implica la seguridad de
que, enfrentando los hechos con el espíritu normal, libre
de maliciosas distorsiones internas, llegaremos inevitable­
mente a estar de acuerdo con sus resultados.
CLAVE DEL PROBLEMA 23
¿Cuál es la razón del fracaso de estos intentos? Una res­
puesta posible a esta cuestión es, naturalmente, que esta­
ban condenados a ser ineficaces desde el principio, que la
moderna concepción de la relación que el hombre guarda
con su medio, aunque antes nunca habia sido expresada de
esa manera, es cierta, después de todo. La patética caracte-
rística de la naturaleza humana, que permite fácilmente que
el hombre piense de sí mismo con más elevación de lo que
debiera —que acepte crédulamente una idea lisonjera de su
propia importancia en el drama de la historia—podría expli­
car muy bien que en todas las corrientes de pensamiento
dominantes en casi todos los tiempos y lugares del pasado,
aun cuando el interés teorético hubiera alcanzado gran al­
tura, tendiera a imaginar que en la estructura eterna de las
cosas había algo que se parecía más a lo que él más estimaba
que a meras parricidas materiales en relaciones cambiantes.
MI hecho de que la filosofía científica de los griegos, con
toda su sublime pasión por la verdad misma de las cosas,
llegara a su vez a una exaltada filosofía del hombre, podría
deberse a la circunstancia, que los historiadores del pensa­
miento han observado con insistencia, de que se alcanzó el
cénit de la metafísica griega muy conscientemente por la
extensión al reino físico de conceptos y métodos que habían
demostrado ser útiles en el campo de las situaciones perso­
nales y sociales. Podría ser el resultado de una falsa aplica­
ción al universo en general de un punto de vista bastante
legítimo en cierto campo. El error de la aplicación consis­
tiría en última instancia en el supuesto gratuito de que por­
que el hombre, mientras está en la tierra, puede conocer y
usar ciertas partes de su mundo, con ello realiza una dis­
tinción última y permanente en el mundo.
Podría haber, sin embargo, otra posible respuesta a esta
cuestión. Resulta evidente al hacer algunas observaciones
sobre los métodos medievales y modernos de abordar las
dificultades de la metafísica, que se ha producido un cambio
24 INTRODUCCIÓN
radical en la terminología usada. En vez de tratar las cosas
en términos de sustancia, accidente, causalidad, esencia,
idea, materia, forma, potencia y acto, ahora nos referimos
a ellas denominándolas fuerzas, movimientos, leyes, cambios
de masa en el espacio y el tiempo, etc. Si se toma la obra
de cualquier filósofo moderno podrá apreciarse cuán com­
pleto ha sido el cambio. Sin duda el término “masa” no ha
de hallar gran aplicación en los tratados de filosofía gene­
ral, pero en cambio los otros términos nombrados se repeti­
rán con abundancia como categorías fundamentales de
explicación. El espíritu moderno, acostumbrado a pensar ge­
neralmente en términos de espacio y tiempo, tiene especial
dificultad en darse cuenta de cuán poca importancia tenían
estas entidades para la ciencia escolástica. Las relaciones es­
paciales y temporales eran características accidentales, no
esenciales. En vez de las conexiones espaciales de las cosas
los hombres buscaban sus conexiones lógicas; en vez de la
marcha del tiempo hacia el futuro se buscaba el eterno
tránsito de la potencia al acto. Pero en cambio los grandes
enigmas de los filósofos modernos se refieren todos al espa­
cio y al tiempo. Hume se pregunta cómo es posible conocer
el futuro, Kant resuelve por un coup de forcé las antinomias
del espacio y el tiempo, ílegel inventa una nueva lógica a
fin de que las aventuras del ser se conviertan en un románti­
co desarrollo, James proclama un empirismo del “fluir",
Bergson nos pide que nos sumerjamos intuitivamente en la
corriente de duración que es la esencia de la realidad, y
Alexander escribe un tratado metafísico sobre el espacio, el
tiempo y Dios. En otras palabras, es evidente que los filó­
sofos modernos han estado tratando de seguir la pesquisa
ontológica usando un fondo terminológico e ideológico rela­
tivamente nuevo. Pudiera ser que la razón del fracaso de la fi­
losofía para dar al hombre mayor seguridad del puesto del
universo que una vez creyó confiadamente ocupar, se deba a
la incapacidad de repensar una correcta filosofía del ser hu­
CLAVE DEL PROBLEMA 25
mano utilizando esta nueva terminología. Pudiera ser que a
cubierto de este cambio de ideas la filosofía moderna hubiera
aceptado sin crítica ciertas importantes presuposiciones, ya en
forma de significados contenidos en los nuevos términos, ya
de doctrinas sobre el hombre y su conocimiento, que se hu­
bieran deslizado con ellas, y que estos presupuestos por su na­
turaleza imposibilitaran un esfuerzo fructuoso de reanalizar
la relación del hombre con respecto a su mundo circundante.
Durante la última generación estas ideas de la ciencia han
sido objeto de un vigoroso ataque y crítica por parte de un
grupo de agudos pensadores que se han preguntado qué mo­
dificaciones habría que hacer a las concepciones tradiciona­
les si tratásemos de repararlas a la luz de una experiencia
más amplia y de más coherente interpretación. Actualmente
esta investigación crítica ha culminado en una transforma­
ción bastante amplia de los principales conceptos del pensa­
miento científico, proseguida por una parte por hipótesis fí­
sicas radicalmente nuevas —las teorías de talentosos físicos
como Einstein— y, por otra, por los intentos de dar nueva
forma a los métodos y puntos de vista científicos: las contri­
buciones de filósofos de la ciencia como Whitehead, Broad
y Cassirer.4 Éstos son ahora los acontecimientos más im­
portantes en el mundo de la filosofía científica. Obligan a
plantear cuestiones más fundamentales que las que se han
planteado por generaciones. Llevan a los hombres de ciencia
a un estado de escepticismo sumamente saludable en lo que
atañe a muchos fundamentos tradicionales de su pensamien­
4 Ver especialmente, A. N. Whitehead, The Principies of Natural
Knowledge, Cambridge, 1919; The Concent of Nature, Cambridge,
1920; The Principie of Relatioity, Cambridge, 1923; C. D. Broad,
Percéption, Physics, and Reality, London, 1914; Scientlfic Thought,
London, 1923; E. Cassirer, Das Erkenntniss-problem in der Philosophie
und Wissenschaft der neueren Zeit, 3 Vols., Berlín, 1906-20; Substan-
ce and Function and Einstein’s Theory of Pielatioity (trad. de W. C.
y M. C. Swabey), Chicago, 1923; ver también los primeros estudios
de K. Pearson, E. Mach, H. Poincaré, y para un mayor conocimiento
del tema las obras de Minkowski, Weyl, Robb, Eddington.
26 INTRODUCCIÓN
to. Pero el trabajo que estos pensadores de vanguardia quie­
ren ver realizado es sólo una parte de lo que realmente hay
que hacer. Y lo que hay que hacer, en su totalidad, no puede
realizarse limitando meramente el interés al establecimiento
de una concepción coherente de lo que es el método de la
ciencia física, ni con el cuidadoso análisis de las categorías
de la física tal como revelan su significado en la actual
época de hazañas científicas. Cassirer peca por lo primero;
Whitehead y Broad por ambas cosas. Si seguimos a este eru­
dito alemán de notable agudeza, obtendremos una magní­
fica perspectiva histórica; pero olvidaremos, por el mismo
esfuerzo, la penetrante influencia del movimiento estudiado
sobre el pensamiento cosmológico moderno en general. Si
seguimos a los críticos ingleses damos por supuesto, además,
muchas cosas del pasado que es necesario investigar tan
cuidadosamente como muchos problemas contemporáneos
que llaman nuestra atención.® Inevitablemente vemos nuestro
problema a través de nociones heredadas que, a su vez,
deberían formar parte de un problema mayor. Con unos
pocos ejemplos se verá qué es lo que queremos decir: estos
investigadores continuamente usan sin crítica ideas tradi­
cionales como la de "mundo exterior”, suponen una dico­
tomía entre el mundo del físico y el mundo de los sentidos,
y dan por buenos los postulados fisiológicos y psicológicos.
Nuestras preguntas deben penetrar más profundamente y
traer a un foco más claro un problema más fundamental
y de mayor significación para todos que los problemas vis­
lumbrados por estos investigadores. Y la única manera de
trabar contacto con el problema más amplio y alcanzar una
posición desde la cual podamos decidir entre alternativas
como la expresada es seguir críticamente el uso primitivo y
el desarrollo de estos términos científicos en la época mo­
derna, y analizarlos especialmente tal como se presentaban
E Esto no se aplica ya a Whitehead (Revised Edition).
CLAVE DEL PROBLEMA 27
en su primera formulación precisa y, por así decirlo, deter­
minante. Preguntemos entonces cómo ocurrió que los hom­
bres comenzaron a pensar el universo en términos de átomos
de materia en el espacio y el tiempo en vez de usar catego­
rías escolásticas; cuándo las explicaciones teleológicas —ex­
plicaciones basadas en el concepto de utilidad y del Bien—
se abandonan definitivamente en favor de la noción de que
las verdaderas explicaciones, del hombre y de su espíritu así
como de las demás cosas, deben ser en términos de sus partes
más simples; qué ocurrió entre 1500 y 1700 para que pudie­
ra cumplirse esta revolución; y, luego, qué implicaciones
metafísicas últimas llegaron a la filosofía general, al reali­
zarse la transformación; quiénes expresaron estas implica­
ciones en la forma que cobró validez y convicción; cómo im­
pulsaron a los hombres a emprender investigaciones como
las de la epistemología moderna; qué efectos tuvieron sobre
las ideas del hombre moderno acerca de su mundo.
Cuando comenzamos a dividir nuestro problema en cues­
tiones específicas como éstas nos damos cuenta de que esta­
mos proponiendo un tipo de investigación histórica que se ha
descuidado bastante, es decir, un análisis de la filosofía de
los comienzos de la ciencia moderna, y en particular de la
metafísica de Sir Isaac Newton. No es que todavía no se
haya escrito sobre este tema. En realidad, el mismo profe­
sor Cassirer es autor de una obra sobre epistemología mo­
derna que por mucho tiempo seguirá siendo una hazaña
monumental en su género. Pero es necesario realizar un aná­
lisis histórico mucho más radical. Debemos captar el esen­
cial contraste de toda la visión del mundo moderno y la
del pensamiento anterior, y utilizar este contraste claramen­
te concebido como una pista que nos sirva de guía para
elegir cada una de nuestras significativas presuposiciones
modernas, a fin de estimarlas y criticarlas a la luz de su
desarrollo histórico. En ninguna parte se ha publicado un
análisis de este alcance y propósitos. Estas consideraciones
28 INTRODUCCIÓN
también ponen de relieve por qué no puede evitarse esta
ardua labor, como lo esperan algunos pensadores actuales,
utilizando en nuestro filosofar categorfas tomadas de la bio­
logía evolucionista. En verdad, estas categorías han tendido
a suplir gran parte de la terminología de la física mecánica,
al menos en las disquisiciones sobre la materia viva. Pero la
totalidad del magnífico movimiento de la ciencia moderna es
esencialmente una; las ramas biológicas y sociológicas poste­
riores tomaron sus postulados básicos de la mecánica que
había obtenido tempranas victorias, especialmente el postu­
lado, de máxima importancia, de que todas las explicacio­
nes válidas siempre deben formularse en términos de pe­
queñas unidades elementales en relaciones regularmente
cambiantes. A esto se ha agregado igualmente, salvo en casos
muy raros, el postulado de que la causalidad última se halla­
rá en el movimiento de átomos físicos. En la medida en que
la biología tiene sus propios y peculiares supuestos metafí-
sicos, todavía se hallan cubiertos por la vaguedad de sus
conceptos fundamentales, como los de “medio ambiente",
“adaptación”, etc., y habrá que darles tiempo para que re­
velen su naturaleza específica. Por tanto debemos dirigirnos
al período creador de la ciencia moderna, al siglo xvn espe­
cialmente, para encontrar la principal respuesta a nuestro
problema. En lo que respecta a la ciencia anterior a Newton,
el movimiento se identifica con la filosofía, tanto en Ingla­
terra como en el continente; la ciencia era simplemente fi­
losofía natural, y las figuras influyentes de este período eran
tanto los grandes filósofos como los grandes hombres de
ciencia. En gran parte se debe a Newton el hedió de que se
produjera una distinción real entre ambas disciplinas. La
filosofía en general presupuso la cienda. Otra manera de
plantear nuestro tema central sería: ¿Los problemas que ocu­
paban a los filósofos sttrgían directamente por haber acep­
tado sin critica esta distinción? Un breve sumario de la obra
de Newton mostrará que es muy posible.
CLAVE DEL PROBLEMA 29
Desde su tiempo se ha concedido a Newton una doble
importancia. En lo que toca a su influencia popular, ha afec­
tado profundamente el pensamiento del hombre medio con
sus extraordinarias proezas científicas. La más notable de
éstas fue su conquista de los cielos en nombre de la ciencia
humana, al identificar la gravitación terrestre con los movi­
mientos centrípetos de los cuerpos celestes. Por grande que
hoy sea el nombre de Newton es difícil representarnos la
adoración que se le tenía en toda Europa en el siglo xvm.
Si hemos de confiar en la voluminosa literatura de la época,
parecía que hazañas como el descubrimiento de las leyes del
movimiento y la ley de la gravitación universal representa­
ban unu victoria incomparable, de importancia única, que
sólo podía ocurrir una vez n un solo hombre en todos los
tiempos. Newton había sido ese hombre. Ilenry Pemberton,
que cuidó la tercera edición de los Principia, y que escribió
uno de los numerosos comentarios de la obra, declaraba:
".. .mi admiración ante el sorprendente invento de este gran
hombre me lleva a concebirlo como una persona que no sólo
tiene que aumentar la gloria de su patria sino aun honrar la
humanidad entera al haber extendido la más grande y noble
de nuestras facultades, la razón, a temas que, hasta que él
lo intentó, parecían estar totalmente fuera del alcance de
nuestras limitadas capacidades.’’6 La admiración de otros
espíritus científicos se halla representada por Locke, que
se llama a sí mismo, al lado del “incomparable Mr. Newton,
un subalterno, empleado en limpiar el campo y quitar algo
de la muralla que obstruye el camino del conocimiento” 7;
o por el famoso tributo de Laplace, quien observó que
Newton no sólo era el mayor genio que jamás había existi­
do, sino también el más afortunado, pues como hay un solo
universo, sólo un hombre en la historia del mundo puede
• A View of Isaac Newton’s Fhilosophy, London, 1728, dedicado a
Sir Robert Walpole.
7 Essay Conccrning Human Understandlng, Epístola al lector.
30 INTRODUCCIÓN
ser intérprete de sus leyes. Hombres de letras como Pope
encontraban expresión de la veneración preponderante por
el gran hombre de ciencia en el famoso dístico:
Nature and Naturas laws lay hid in night;
God said, ‘Let Newton be?, and all toas light»
Entretanto, el nuevo autoritarismo que crecía bajo el nom­
bre de Newton, que Berkeley atacaba tan violentamente en
su Defence of Freethinking in Mathematics [Defensa del
librepensamiento en matemáticas], todavía despertaba la­
mentaciones veinte años después por parte de vehementes
averiguadores como George Home:
“El prejuicio en favor de Sir Isaac ha sido tan grande que ha echado
a perder la finalidad de su empresa, y sus libros han sido un medio
de impedir los conocimientos que intentaba promover. Todo niño apren­
de desde la cuna que Sir Isaac Newton ha llevado la filosofía hasta el
más alto grado que puede alcanzarse, y que ha establecido un sistema
de física sobre las solidas bases de la demostración matemática.” 0
Estas citas representativas revelan la creación de un nue­
vo ambiente en los espíritus europeos bajo la conducción
de Newton, de modo que todos los problemas debían estu­
diarse de nuevo porque se los veía en una nueva perspectiva.
El estudioso de la historia de la ciencia física asignará a
Newton una nueva importancia, que el hombre medio difí­
cilmente puede apreciar. Verá en el genio inglés una figura
sobresaliente en la invención de ciertos instrumentos cientí­
ficos necesarios para fructuosos progresos, como los del
cálculo infinitesimal. Se verá entonces en Newton la prime­
ra clara expresión de la combinación de los métodos mate­
máticos y experimentales que se ha repetido luego en todos
los descubrimientos de la ciencia exacta. Se observará en8
8 Epitafio para la tumba de Newton en la Abadía de Westminster,
Poetical Works, Glasgow, 1785, Vol. II, pág. 342.
0 A Fak, Candid and Impartía! State of tlte Case between Sir Isaac
Newton and Mr. Hutchinson, Oxford, 1753, pág. 72.
CLAVE DEL PROBLEMA 31
Newton la separación de las investigaciones científicas posi­
tivas de las cuestiones de causalidad última. Lo más impor­
tante, quizá, desde el punto de vista del hombre de ciencias
exactas, es que Newton tomó términos vagos como “fuerza”
y “masa” y les dio significados precisos como continuos cuan­
titativos, de modo que mediante su uso los principales fe­
nómenos de la física fueron susceptibles de tratamiento
matemático. Debido a estos notables logros científicos la
historia de las matemáticas y de la mecánica durante los
cien años que siguieron a Newton se presenta ante todo
como uii período dedicado a la asimilación de su obra y a
la aplicación de sus leyes a más variudos tipos de fenómenos.
En tanto los objetos fueran musas que se desplazan en el
espucio y el tiempo bajo el impulso de fuerzas tal como
Newton las habla definido, su comportamiento era ahora
totalmente explicable en términos de matemáticas exactas,
gracias a sus trabajos científicos.
Puede ser, sin embargo, que Newton sea una figura su­
mamente importante por una tercera razón. No sólo halló
una aplicación matemática precisa para conceptos como los
de fuerza, masa, inercia; dio nuevos significados a los viejos
términos de espacio, tiempo y movimiento, que hasta enton­
ces no tenían mucha importancia, pero que se estaban con­
virtiendo en las categorías fundamentales del pensamiento
humano. Al tratar estos conceptos últimos junto con su doc­
trina de las cualidades primarias y secundarias, su noción
de la naturaleza del universo físico y de su relación con el
conocimiento humano (en todo lo cual llevaba a posiciones
aun más influyentes un movimiento que ya había avanzado
bastante) — en una palabra, al representar decididamente
los postulados últimos de la nueva ciencia y su airoso mé­
todo tal como él los entendía, Newton se constituía en filó­
sofo más que en hombre de ciencia, en el sentido que hoy
damos a estas palabras. Newton presentaba los fundamen­
tos metafísicos del progreso matemático del espíritu, que en
32 INTRODUCCIÓN
él había logrado sus más notables victorias. Estas nociones
metafísicas, contenidas de la manera más directa y promi­
nente en su obra más ampliamente estudiada, los Principia,
llegaron a todos los rincones donde penetrara su influencia
científica, y cobraban certeza, posiblemente injustificada,
por las claras demostraciones de los teoremas de la gravi­
tación, a los que siguen como Escolios. Newton era un hom­
bre de ciencia sin rival; pero acaso no esté libre de críticas
como metafísico. En su obra experimental, por lo menos,
trató escrupulosamente de evitar la metafísica. Le disgusta­
ban las hipótesis, es decir, las proposiciones explicativas que
no se deducen inmediatamente de los fenómenos. Al mismo
tiempo, siguiendo a sus ilustres antecesores, da o supone
dadas respuestas definitivas a cuestiones fundamentales
como las que se refieren a la naturaleza del espacio, el tiem­
po y la materia; y las relaciones del hombre con respecto a
los objetos de su conocimiento. Precisamente estas respuestas
son las que constituyen la metafísica. El hecho de que su ma­
nera de tratar estos grandes temas —que pasó al mundo
culto bajo el peso de su prestigio científico— estuviera cu­
bierta por esta capa de positivismo, puede haber llegado a
ser un peligro. Quizá haya contribuido no poco a deslizar
un conjunto de ideas del mundo que fueron aceptadas sin
crítica en el ambiente intelectual corriente del hombre mo­
derno. Lo que Newton no distinguía, otros no estaban dis­
puestos a analizar cuidadosamente. Las hazañas reales de
la nueva ciencia eran innegables; además, el antiguo conjun­
to de categorías, que al parecer envolvían la física medieval
ahora desacreditada, no era ya una alternativa para ningún
pensador competente. En estas circunstancias es fácil com­
prender cómo la filosofía moderna pudo haberse encontrado
sumida en ciertos enigmas que se debían a la presencia in­
cuestionada de estas nuevas categorías y presupuestos.
Un penetrante estudio de los filósofos posteriores a New­
ton revela ahora que filosofaban sin duda a la luz de sus
CLAVE DEL PROBLEMA 33
hazañas, y teniendo en cuenta principalmente su metafísica.
En el momento de su muerte, Leibniz estaba trabado en fo­
goso debate sobre la naturaleza del espacio y el tiempo con
el defensor teológico de Newton, Samuel Clarke. El Com-
monplace Book [Cuaderno filosófico] y los Principios del
conocimiento humano de Berkeley, y más aun sus obras me­
nores, como The Analyst [El analista], A Defence of Free
Thinking in Mathematics y De Motu [Tratado del movi­
miento], muestran con bastante claridad quién era, para él,
su mortal enemigo.10 La Investigación sobre el entendimien­
to humano y la Investigación sobre los principios de la mo­
ral, de Hume, contienen frecuentes referencias a Newton.
Todos los enciclopedistas franceses y materialistas de media­
dos del siglo xviii se sentían más ncwtonianos que el mis­
mísimo Newton. En sus primeros años Kant fue un entu­
siasta estudioso de Newton, y sus primeras obras 11 apuntan
principalmente a dar una síntesis de la filosofía continental
y de la ciencia newtoniana. Hegel escribió 12 una extensa y
mordaz crítica de Newton. Naturalmente, ninguno de estos
hombres acepta a Newton como la verdad evangélica —todos
critican algunas de sus concepciones, especialmente las de
espacio y fuerza— pero ninguno de ellos somete a un aná­
lisis critico la totalidad del sistema de categorías que tenía
su más clara expresión en los magníficos Principia. Puede
ser que su fracaso en el intento de construir una filosofía
del hombre que fuera convincente y alentadora se deba en
gran medida a este residuo sin analizar. Puede ser que mu­
10 La edición m¿s completa de los Obras de Berkeley es la de Fra-
ser, Oxford, 1871, 4 Vols.
11 Ver especialmente sus Thoughts on the Trué Estimation of Ltoing
Totees, 1746; General Physiogony and Theory of the Heavens, 1755;
Monadologia Physica, 1756; e Inquiry into the Evidence of the Princi­
pies of Natural Theology and Moral, 1764; en cualquier edición de sus
obras.
12 Hegel, Phenomenology of Mind (trad. de Baillie, London, 1910,
Vol. I, págs. 124 y sig., 233 y sig.: Philosophy of Nature, passim; y
Ilistory of Philosophy (trad. de líaldane), Vol’. III, 322 y sig.
INTRODUCCIÓN
chos de los términos y supuestos de su pensamiento eran
esencialmente refractarios a cualquier hazaña brillante, preci­
samente porque no se los había criticado.
La única manera de traer esta cuestión ante el tribunal
de la verdad será sumergimos en la filosofía de los prime­
ros tiempos de la ciencia moderna, localizando sus supuestos
fundamentales a medida que aparecen y siguiéndolos hasta
su formulación clásica en los párrafos metafísicos de Sir
Isaac Newton. El lector tiene en sus manos un breve estu­
dio histórico que trata de responder a esta necesidad. Nues­
tro análisis será suficientemente detallado para que los per­
sonajes tengan amplia oportunidad de hablar por su cuenta,
y poner en descubierto de la manera más explícita posible
los métodos e intereses reales revelados en su obra. Al final
el lector comprenderá más claramente la naturaleza del pen­
samiento moderno y juzgará más exactamente la validez de
la imagen del mundo ofrecida por la ciencia contemporánea.
Comenzaremos nuestra investigación con ciertas cuestio­
nes sugeridas por la obra del primer gran astrónomo moder­
no y fundador de un nuevo sistema de las esferas celestes:
Nicolás Copémico.
C a p ít u l o II
COPÉRNICO Y KÉPLER

A. EL PROBLEMA DE LA NUEVA ASTRONOMIA


¿Por qué Copémico y Képler, antes de cualquier confir­
mación empírica de la nueva liipótesis de que la Tierra es
un planeta que gira sobre su eje y da vueltas alrededor del
Sol, mientras las estrellas fijas permanecen quietas, creyeron
que era una verdadera imagen del universo astronómico?
He aquí la cuestión más conveniente, desde el punto de
vista histórico, para comenzar nuestro ataque.
A fin de preparar la respuesta de esta cuestión, pregunte­
mos otra: ¿qué fundamento hubiera tenido un hombre de
ciencia representativo, cabal, contemporáneo de Copémico,
para rechazar esta nueva hipótesis como ejemplo de temera­
rio e injustificado apriorismo? Estamos tan acostumbrados
a pensar que la oposición al gran astrónomo se fundaba pri­
mariamente en consideraciones teológicas (lo que, natural­
mente, en esa época era en gran medida cierto) que tene­
mos tendencia a olvidar las sólidas objeciones científicas que
podrían haberse levantado y que efectivamente se presenta­
ron contra ella.
Ante todo, no se conocían fenómenos celestes que no se
explicasen según el método ptolomaico con una precisión tan
grande como podía esperarse sin instrumentos más moder­
nos. Se hacían predicciones de fenómenos astronómicos que
resultaban tan ciertas como las que hacían los copemicanos.
36 COPÉBNICO Y KÉPLER
Y en astronomía, como en todo lo demás, la posesión consti­
tuye nueve décimos de la ley. Ningún pensador sensato
habría abandonado una teoría del universo encanecida por
la prueba del tiempo en favor de un plan novedoso, a menos
que se pudieran obtener importantes ventajas, y en este
caso sin duda no se ganaba nada en precisión. Los movi­
mientos de los cuerpos celestes podían seguirse tan correc­
tamente de acuerdo con Ptoloineo como de acuerdo con Co-
pémico.
En segundo lugar, el testimonio de los sentidos parecía
ser completamente claro en este asunto. Todavía no habían
llegado los días en que se podría ver realmente, con la ayu­
da de un telescopio, las manchas del Sol, las fases de Venus,
la áspera superficie de la Luna, en una palabra, todavía no
podía descubrirse una prueba bastante convincente de que
estos cuerpos estaban constituidos esencialmente del mismo
material que la tierra, ni se podía determinar cuán grandes
eran en realidad sus distancias. A los sentidos debía pare­
cer incontestable que la Tierra era una sustancia sólida,
inamovible, en tanto que el éter liviano y los trocitos de
llama estrellada en su límite no muy distante flotaban fá­
cilmente a su alrededor todos los días. A los sentidos la
Tierra npurece como algo macizo, estable; en comparación,
los cielos son algo tenue, móvil, débil, como se revela en
la brisa y en el fuego.
En tercer lugar, sobre este supuesto inconmovible testimo­
nio de los sentidos se había erigido una filosofía natural del
universo que ofrecía una base bastante completa y satis­
factoria al pensamiento humano. Los cuatro elementos: tie­
rra, agua, aire y fuego, en escala ascendente no sólo por sus
relaciones espaciales sino también por su dignidad y valor,
eran las categorías que el hombre se había acostumbrado
a utilizar cuando pensaba en el reino de lo inanimado. En
esta manera de pensar se había incluido necesariamente el
supuesto de que los cuerpos celestes eran de más noble ca-
LA NUEVA ASTRONOMÍA 37
lidad y más móviles en realidad que la Tierra. Cuando estos
presupuestos se añadían a las otras proposiciones fundamen­
tales de la metafísica aristotélica, que armonizaba esta con­
cepción astronómica con la totalidad de la experiencia
humana hasta ese momento, la sugerencia de una teoría as­
tronómica muy diferente tenía que aparecer forzosamente
como una contradicción con respecto a todos los puntos im­
portantes del conocimiento que el hombre había alcanzado
sobre su mundo.
li'inalin<‘iito había ciertas objeciones específicas contra la
nueva teoría que, <lo acuerdo con el estado de las observa­
ciones astronómicas y de la ciencia mecánica en aquella
ópoea, no podiun contestarse satisfactoriamente. Algunas de
ellas, como la afirmación do que no cuerpo proyectado ver-
ticalmeute cu el aire debe caer a una considerable distan­
cia hacia el oeste de su punto de partida si la teoría coper-
nlcann era correcta, debía esperar hasta que Galileo pusiera
los cimientos de la dinámica moderna para ser refutada.
Otras, como la objeción de que según Copémico las estrellas
fijas debían revelar una paralaje anual debido a la diferen­
cia de ciento ochenta y seis millones de millas en la posición
de la Tierra cada seis meses, no obtuvieron respuesta hasta
el descubrimiento de esa paralaje por Bessel, en 1838. En la
época de Copémico, el hecho de que los sentidos no pudie­
ran divisar ninguna paralaje estelar implicaba, en caso de
que la teoría fuera correcta, la necesidad de atribuir a las
estrellas fijas una distancia tan inmensa que casi todos la
habrían descartado como ridiculamente increíble. Y estas
son sólo dos de las muchas deducciones legítimas que se ha­
cían de acuerdo con la nueva hipótesis, que carecían por
completo de confirmación empírica.
A la luz de estas consideraciones es correcto decir que
aunque no hubiera habido ningún escrúpulo religioso contra
la astronomía copemicana, los hombres sensatos de toda
Europa, especialmente los de tendencias empíricas, hubieran
38 copérnico t képler
visto gran extravagancia en la aceptación de los frutos pre­
maturos de una imaginación incontrolada, en vez de dar
preferencia a las sólidas inducciones construidas paulatina­
mente a través de los tiempos que confirmaban la experien­
cia sensible del hombre. Conviene recordar este hecho, ahora
que una de las caracteristicas de la filosofía contemporánea
es poner el acento sobre el empirismo. Los empiristas ac­
tuales hubieran sido los primeros en desechar la nueva fi­
losofía del universo si hubieran vivido en el siglo xvi.
Entonces ¿por qué frente a estos importantes hechos Co­
pérnico propuso la nueva teoría como la verdadera descrip­
ción de las relaciones entre la Tierra y los cuerpos celestes?
Fuertes razones deben de haberlo impulsado. Si podemos lo­
calizarlas con precisión habremos descubierto la piedra angu­
lar y la estructura básica de la filosofía de la ciencia física mo­
derna. Para oponerse a estas objeciones profundamente se­
rias, Copérnico sólo podía apelar al razonamiento de que su
concepción ponía los hechos de la astronomía en un orden
matemático más sencillo y armónico. Era más sencillo, pues­
to que en vez de los ochenta epiciclos, más o menos, del
sistema ptolomaico, Copérnico podia “salvar los fenómenos”
con sólo treinta y cuatro, que eran todos los que se necesi­
taban si se abandonaba la suposición de que la Tierra per­
manecía en reposo. Era más armonioso porque la mayor
parte de los fenómenos planetarios se podían representar
ahora bastante bien con una serie de círculos concéntricos
alrededor del sol, con nuestra Luna como único intruso.
Pero ¿qué significaba esta mayor armonía y sencillez contra
las sólidas objeciones filosóficas que se acaban de expresar?
Para responder a esta pregunta describamos brevemente
las circunstancias pertinentes del mundo intelectual de Co­
pérnico, y su influencia sobre nuestro astrónomo en esta oca­
sión decisiva. Descubriremos que la respuesta se halla prin­
cipalmente en los cuatro rasgos siguientes de su mundo es­
piritual.
LA NUEVA ASTRONOMÍA 39
Tanto los observadores antiguos como medievales habían
notado que en muchos sentidos la naturaleza parecía gober­
narse por el principio de la sencillez. Sus observaciones sobre
el particular se hallaban sintetizadas en forma de axiomas
proverbiales, corrientemente aceptados como ejemplos de la
concepción del mundo. El hecho de que los cuerpos caen
moviéndose perpendicularmente hada la tierra, que la luz
se propaga en línea recta, que los proyectiles, no varían la
dirección en que se los arroja e innumerables otros hechos
de experienda familiar habían originado proverbios corrien­
tes como “natura semper agit per mas breoissimaiT, “natura
ndiil fácil frustra”, “natura ñeque redundat in superfluis,
ñeque déficit in neccesariis” [la naturaleza obra siempre por
el camino más corto, la naturaleza no hace nada en vano,
la naturaleza no tiene abundancia de cosas superfluas ni
carece de lo necesario]. Esta noción de que la naturaleza
realiza sus tarcas de la manera más cómoda, sin trabajo
extra, habría tendido a disminuir en alguna medida la re­
pulsión que la mayor parte de los espíritus debían sentir
hacia Copérnico; los incómodos epiciclos ahora eran menos
y se habían eliminado varias irregularidades del sistema pto-
lomaico. Así tenía que ser si los proverbios mendonados se
aplicaban a la naturaleza. Cuando Copérnico, en nombre del
principio de sencillez, ataca dertas complicaciones de la
concepción anterior, como los ecuantes de Ptolomeo y su
incapacidad de atribuir velocidad uniforme a los movimien­
tos planetarios1 —lo mismo que cuando alaba su propio
sistema porque puede representarse por “paucioribus et mul­
to convenientioribus rebus” [un número menor de construc­
ciones, y mucho más convenientes]— con razón espera
disminuir los prejuicios que su revolucionaria concepdón
ciertamente habrá de despertar.
En segundo lugar la nueva astronomía implicaba la afir­
1 Nicolai Coppemici de hupothesibus motuum coelesltum a se cons-
títutis Commentartohu, Fol. Xa.
40 COPERNICO Y KÉPLER
mación de que el punto de referencia correcto en la astro­
nomía no era la Tierra —como lo habían dado por supuesto
hasta entonces todos menos un puñado de pensadores anti­
guos—, sino las estrellas fijas y el Sol. La gente que por una
educación de siglos se había acostumbrado a pensar según
una filosofía homocéntrica y una física geocéntrica, no podía
entender que fuera legítimo realizar tan tremendo cambio
en el punto de referencia. Nadie hubiera podido abrigar
noción semejante cien años antes de Copérnico, salvo algún
accidental astrónomo familiarizado con los detalles erudi­
tos de su ciencia y capaz de comprender que había alguna
recompensa, consistente en una mayor sencillez, si se con­
sideraba la posibilidad de un sistema heliocéntrico. Pero
habían ocurrido algunas cosas en estos cien años. No era ya
tan imposible persuadir a quienes pudieran apreciar las ven­
tajas de un nuevo punto de referencia. Había ocurrido el
Renacimiento, es decir, el cambio del centro del interés hu­
mano que pasaba del presente a una edad de oro en la An­
tigüedad. Había comenzado la Revolución comercial con
sus largos viajes y estimulantes descubrimientos de continen­
tes ignorados hasta entonces y de civilizaciones jamás estu­
diadas. Los adalides de los negocios europeos y los campeo­
nes de las aventuras coloniales apartaban su atención de las
pequeñas ferias locales para posar sus ojos en los grandes
centros de comercio aún sin explotar, en Asia y las Améri-
cas. El ámbito anteriormente conocido por el hombre pareció
de pronto mezquino y pequeño. Los pensamientos humanos
se iban acostumbrando a un horizonte cada vez más amplio.
Se había circunnavegado la Tierra, con lo que se probaba de
manera más popular su redondez. Se había hallado que las
antípodas se encuentran igualmente habitadas. Parecía co­
rolario posible que el centro de importancia del universo no
estuviera quizá ni siquiera en Europa. Además, el cataclismo
religioso sin precedentes de esta época había contribuido
poderosamente a liberar el pensamiento. Se había supuesto
LA NUEVA ASTRONOMÍA 41
durante más de mil años que Roma era el centro religioso
del mundo. Ahora aparecían varios centros distintos de vida
religiosa, además de Roma. El crecimiento de las literatu­
ras vernáculas y la aparición de tendencias claramente nacio­
nales en el arte contribuyeron también a la misma inestabi­
lidad. En todos estos sentidos el hombre renunciaba a sus
antiguos centros de interés y se fijaba en algo nuevo. En
medio de este fermento de ideas extrañas y radicalmente
distintas de las anteriores, ampliamente propagadas por la
reciente invención de la imprenta, Copérnico no halló di­
ficultad en considerar seriamente para su interior y sugerir
persuasivamente a los demás (|ue ahora había que realizar
un cambio mayor todavía que cualquiera de éstos: poner
el Sol en lugar de la Tierra como centro do referencia en
la astronomía. Esta suprema revolución había tenido sus pre­
cursores, como se advierte en las libres especulaciones de
pensadores como Nicolás de Cusa, quien se atrevió a ense­
ñar que no hay nada completamente quieto en el universo
—que a su vez es infinito en todas direcciones y que no
tiene centro— y que la Tierra se desplaza junto con otras
estrellas. El breve esbozo biográfico que el mismo Copérnico
presenta al comienzo de su De revoltitionibus, sugiere 2 efec­
tivamente que esta ampliación del horizonte intelectual de
la época, con la sugestión de los nuevos centros de interés,
fue un factor decisivo en su propia formación personal. El
argumento usado por Copérnico y otros defensores de la
nueva cosmografía, como Gilbert de Colchester, en respuesta
a la objeción de que los objetos que están sobre la super­
ficie de la Tierra serían arrojados lejos de ella como proyec­
tiles si realmente se encontrara en un movimiento tan rápi­
do —el argumento decía que más bien la supuesta inmensa
esfera de las estrellas fijas se desintegraría— implica que
2 Copemicus, De Revolutionibus Coelesthtm Orbium, Carta al Papa
Pablo n i. Autores descarriados como Anaxágoras en la Antigüedad y
De Vinel en la Baja Edad media lian considerado que las estrellas son
de naturaleza semejante a la de la tierra.
42 oopérnico y képlf.h
estos hombres ya se estaban aventurando a pensar que los
cuerpos celestes y la tierra eran homogéneos, y que a ambos
pueden aplicarse los mismos principios de fuerza y movi­
miento. Londres y París se habían convertido en algo igual a
Roma. A falta de prueba en sentido contrario, debe conce­
birse que los lejanos cuerpos celestes son iguales a la Tierra.
B. ASPECTOS METAFISICOS DEL PROGRESO DE LAS
MATEMATICAS ANTES DE COPÉRNICO
En tercer lugar, ciertos hechos que generalmente se re­
legan a las historias de las matemáticas cobran ahora vital
importancia. Tan significativos son para nuestro estudio que
debemos detenemos ante ellos durante un tiempo. Es un
lugar común para los matemáticos el hecho de que, salvo
en los dos últimos siglos, durante los cuales el álgebra supe­
rior ha liberado en gran medida el pensamiento matemático
de la dependencia de representaciones espaciales, la geome­
tría ha sido siempre la ciencia matemática por excelencia.
Como observa Képler *, en ella se une en cada paso la cer­
teza posible de los razonamientos matemáticos con imágenes
visibles extensas. Por ello muchos incapaces de realizar ope­
raciones de pensamiento abstracto dominan fácilmente el
método geométrico. En la Antigüedad, como lo revelan las
obras de la literatura y los tratados especializados que han
llegado hasta nosotros, la aritmética se desarrolló en estrecha
dependencia de la geometría. Cada vez que Platón busca en
las matemáticas un ejemplo para alguna pequeña discusión
—por ejemplo en el Menón—, como en el caso de la doctrina
de la reminiscencia, la proposición empleada siempre puede
presentarse geométricamente. La famosa doctrina pitagórica
de que el mundo está hecho de números puede parecer muy
ininteligible a los espíritus modernos si no se reconoce que lo
3 Joannis Keplerl Astronomi Opera Omnia, ed. Ch. Frisch, Frank-
furt y Erlangen, 1858, y sig., Vol. 8, pág. 148.
LAS MATEMÁTICAS ANTES DE COPERNICO 43
que se quiere decir es que consiste en unidades geométricas,
que es precisamente la especie de atomismo geométrico reto­
mada más tarde por Platón en su Timeo. Los pitagóricos que­
rían decir que los elementos últimos del cosmos eran porcio­
nes limitadas de espacio. En la medida en que los antiguos
trataban la óptica y la mecánica como ramas de las matemáti­
cas, también era costumbre pensar por medio de imágenes
espaciales en estas ciencias y representar geométricamente
lo que se supiera de ellas.
Cuando en la Baja Edad media hubo un gran renacimien­
to de los estudios matemáticos, se dieron por buenos los
mismos métodos y supuestos, y se expresaron entusiastas es­
peranzas sobre la posibilidad de una interpretación matemá­
tica más coinplctu de la naturaleza. Roger Hacon4 adoptó
en seguida estos supuestos y compartió plenamente este en­
tusiasmo. Dos siglos después de Bacon el grande y múltiple
Leonardo de Vinci se destaca como conductor de esta ten­
dencia. Expresa de manera categórica la importancia de las
matemáticas en la investigación científica: “quien no sea
matemático de acuerdo con mis principios no debe leerme" 6;
“[Oh estudiantes, estudiad matemáticas y no construyáis sin
fundamento!” Leonardo realizó cuantiosos experimentos en
mecánica, hidráulica y óptica; en todas estas ramas del saber
da por supuesto que las conclusiones válidas deben expresar­
se matemáticamente y representarse geométricamente. Du­
rante el siglo siguiente, caracterizado por la aparición del
trascendental libro de Copémico, todos los pensadores de im­
portancia dieron por supuesto este método geométrico en
la mecánica y las demás ciencias fisicomatemáticas. La
Nova Scienza de Tartaglia, publicada en 1537, aplica este
método a ciertos problemas de la caída de los cuerpos y del
4 W. W. R. Bal!, A Short Account of the Histortj af Mathematícs, 4th
cd., London, 1912, pág. 175. Cf. también Robert Steele, Roger Bacon
and the State of Science in the Thirteenth Century (En Singer, Studies
in the History and Method of Science, Vol. 2, London, 1921).
8 H. Hopstock, Leonardo as Anatomist (Singer, Vol. 2).
44 COPÉHNICO Y KKPI.F.R
alcance máximo de los proyectiles, en tanto que Stevinus
(1548-1620) usa un claro esquema de representación de
fuerzas, movimientos y tiempos por medio de líneas geomé­
tricas.
En vista de los hechos capitales que hemos sintetizado,
era natural que cuando en los siglos xv y xvi se hiciera un
uso mayor de los símbolos algebraicos, los matemáticos sólo
pudieran desligar lentamente su pensamiento de la conti­
nua dependencia de la representación geométrica. Estudie­
mos ahora con algún cuidado cómo tuvo lugar este desarro­
llo del álgebra. Los objetos de la investigación matemática
en estos siglos se referían generalmente a la teoría de las ecua­
ciones y particularmente a los métodos de reducción y solu­
ción de ecuaciones cuadráticas y cúbicas. Pacioli, por ejemplo
(muerto en 1510), se interesaba principalmente en aplicar
los crecientes conocimientos algebraicos a la investigación
de las propiedades de las figuras geométricas. Consideraba
problemas como el siguiente: F.I radio de un triángulo ins­
cripto mide cuatro centímetros. Los segmentos restdtantes
de la división de un lado por el punto de contacto miden seis
y ocho centímetros. Hallar los otros dos latios.0 Un estudian­
te actual resolverla el problema en seguida con la ayuda de
una simple ecuación algebraica. Pacioli encuentra que es
posible hacerlo sólo por medio de una complicada construc­
ción geométrica. Usa el álgebra sólo para encontrar las lon­
gitudes de las diferentes líneas necesarias. De igual modo
en el siglo xvx siempre se buscaba la solución de las ecuacio­
nes cuadráticas y cúbicas por el método geométrico. W. W.
R. Ball da un interesante ejemplo del incómodo procedi­
miento para alcanzar estos resultados en la solución que
da Cardán a la ecuación cúbica xs -|- qx = r.7 Fácilmente
podemos apreciar qué enorme progreso le estaba reservado
al álgebra moderna cuando al fin consiguió liberarse de su
0 Ball, Short Account, págs. 211 y sig.
7 Ibia., págs. 224 y sig.
LAS MATEMÁTICAS ANTES DE COPERNICO 45
vinculación a la cspacialidad. Mientras tanto, sin embargo,
se estaban revelando rápidamente las grandes posibilidades
ofrecidas por los signos algebraicos, y los matemáticos se fa­
miliarizaban con procesos más complicados, aunque todavía
dependientes de la ayuda de representaciones geométricas
en sus trabajos. En la época de Cardán había problemas su­
ficientemente complicados para motivar frecuentes transfor­
maciones, especialmente en lo que se refiere a la reducción
«le términos complejos a términos simples, sin ningún cam­
bio de valor. En el lenguaje de la representación geométri­
ca los prusudoivs lo concebían como una reducción de fi­
guras complejas a ligonis simples. Así, un simple triángulo
o chullo resiill.mles se conslderalum upiivalentes de la com-
biiiiuión ile lígulas unís complicadas «pie podían reemplazar.
A menudo <:,h> implicaba un proceso bastante complicado.
I'aia auxiliar los esliier/os de los pobres matemáticos se in­
ventaron ciertos artificios mecánicos. En 1597 Galileo pu­
blicó un compás geométrico consistente en un conjunto de­
tallado de reglas para reducir figuras irregulares a regulares,
y una combinación de figuras a una figura única, con aplica­
ciones a problemas particulares como la extracción de raíces
cuadradas, obtención de medios proporcionales, y similares.
Esta reducción geométrica, tan característica de las mate­
máticas del siglo xvi, es fundamental para nuestra compren­
sión de Copérnico. Es un factor esencial en su doctrina de
la relatividad del movimiento.
Finalmente, tanto en la Antigüedad como en la Edad me­
dia y hasta la época de Galileo, la astronomía se considera­
ba como una rama de las matemáticas, es decir, de la geo­
metría. Era la geometría de los cielos. Nuestra concepción
corriente de las matemáticas como ciencia ideal, y de la
geometría en particular como ciencia que trata del espacio
ideal y no del espacio real en que se encuentra el universo,
no se formuló hasta Hobbes y no se tomó en serio hasta
mediados del siglo xvm, aunque anduvieron cerca de ella
46 GOPÉKNIGO Y KÉPLEB
unos cuantos aristotélicos adversarios de Copémico. Para
todos los pensadores antiguos y medievales que han ex­
presado de una manera más o menos clara sus ideas al res­
pecto, parece que el espacio de la geometría era el espacio
del universo real. En el caso de los pitagóricos y platónicos,
la identidad de ambos era una importante doctrina metafí­
sica; en las otras escuelas parece haberse adoptado el mismo
supuesto, aunque no se desarrollaran sus implicaciones cos­
mológicas. Euclides da por aceptado que el espacio físico
(x«pío»>) es el reino de la geometría 8; los matemáticos pos­
teriores usan esta terminología y no hay indicación precisa
en ninguna obra que haya llegado a nosotros de que alguien
pensara de otro modo. Cuando algunos, como Aristóteles, de­
finían el espacio de una manera muy diferente9, puede no­
tarse que la definición responde todavía plenamente a las
necesidades de los geómetras. El gran problema de los astró­
nomos antiguos no giraba en tomo a esto punto fundamental
de la identidad del campo de la geometría y el espacio geo­
métrico, sino sobre la cuestión de si un conjunto adecuado
de figuras geométricas que “salvara los fenómenos astronó­
micos” podría usarse con propiedad en el caso de que impli­
cara el rechazo de una teoría especulativa de la estructura
física de los cielos.10 Es posible que en el caso de algunos
que daban respuesta afirmativa a esta cuestión una fuerte
dosis de positivismo les hiciera sospechar de todo supuesto
metafísico sobre la materia, de modo que para ellos la rela­
9 Euclides, Elementa, Libro I, Axiomas 8 y 10, también Prop. TV;
Libro XI, Prop. IH, VII; y en especial el Libro XII, Prop. II. Sir Ro-
bert Heath, en su edición en griego del primer libro, duda de la
autenticidad de los pasajes segundo V tercero. Sin embargo, si son
interpolaciones, datan de la Antigüedad, y que yo sepa no se ha susci­
tado ninguna cuestión sobre los otros usos de u palabra en Euclides.
9 El límite del cuerpo envolvente del lado incluido. Phys. IV, 4.
t 4xo; es la palabra de Aristóteles.
10 Consideraciones muy interesantes sobre el tema se hallan en P.
Duhem Essai sur la notion de théorie physique de Platón á Galilée, Pa­
rís, 1908.
LAS MATEMÁTICAS ANTES DE COPERNICO 47
ción nitro el mundo de la geometría y el de la astronomía
no (tu sino metodológica. Ptolomeo, por ejemplo, en el pri­
mor capítulo del Almagesto, rechaza los intentos de inter­
pretación física de los fenómenos astronómicos —interpreta­
ción física en este caso significa interpretadón metafísica—;
pero no se sabe si esto tenía como principal objeto apartar
a quienes hubieran trabado su libre procedimiento geomé­
trico con especulaciones acerca de las esferas homocéntricas
y similares, o si realmente implicaba la abstención de todo
supuesto sobre la naturaleza última del campo astronómico.
Ciertamente, pocos pensadores del mundo antiguo podían
alcanzar tan alto grado de positivismo como el que esta ac­
titud implica, especialmente pon pie los cielos parecen ex-
piesni' id campo de la geometría en su forma más pura. El
Sol y la l.uua parecen círculos periodos, y las estrellas pun­
tos luminosos en (*l espacio puro. En verdad se suponía que
eran cuerpos físicos de alguna clase y que por tanto poseían
algo más que características geométricas; pero, como no ha­
bía modo de investigarlas, debió ser fácil callar toda cues­
tión que implicara diferenda entre el reino de la geometría
y el espacio astronómico. Sabemos en realidad que muchos
consideraban la astronomía más próxima al ideal geométrico
de las matemáticas puras que la aritmética. En las listas tí­
picas de las ciencias matemáticas, preparadas por Alfarabi y
Roger Bacon, se halla este orden: geometría, astronomía,
aritmética, música. Naturalmente esto se debe en parte a la
dignidad superior otorgada a los cuerpos celestes y al hecho
de que la mayor aplicación de la aritmética se hallaba en el
comercio. En parte; pero no del todo. La astronomía se
aproximaba más a la geometría que la aritmética. No era
otra cosa, en esencia, que la geometría de los cielos. Por
tanto, los pensadores aceptaban con facilidad que lo que era
verdadero en geometría debía ser plena y necesariamen­
te verdadero en astronomía.
Ahora bien, si la astronomía no es más que una rama de
48 COPERNICO Y KÉPLER
la geometría y si se prosigue uniformemente la transforma­
ción y reducción de ecuaciones algebraicas con el método
geométrico aludido, indicando que se los sigue consideran­
do como problemas geométricos, no habrá que esperar mu­
cho para que aparezca un pensador que se pregunte por
qué no será posible esta reducción en la astronomía. Si la
astronomía es una rama de las matemáticas, debe participar
de la relatividad de los valores matemáticos; los valores re­
presentados en nuestra carta celeste deben ser puramente
relativos y no habrá diferencia en lo que toca a la verdad si
se toma uno u otro punto de referencia para todo el sistema
espacial.
En la Antigüedad el mismo Ptolomeo ya había adoptado
esta posición. Contra los defensores de las diferentes cosmo­
logías celestes se había atrevido a proclamar que es legitimo
interpretar los hechos de la astronomía según el esquema
geométrico más sencillo que “salve los fenómenos”, sin pre­
ocuparnos por los trastornos metafísicos que pudiera aca­
rrear.11 Su concepción de ln estructura física de la Tierra,
sin embargo, le impedía llevar seriamente este principio de
rdutividud hasta sus últimas consecuencias, como lo reve­
lan ampliamente sus objeciones a la hipótesis de que la Tie­
rra se mueve.12 Copérnico fue el primer astrónomo que lo
hizo, con plena conciencia de sus revolucionarias implica­
ciones.
Veamos brevemente qué significa este principio de relati­
vidad matemática en la astronomía. Lo que los astrónomos
observan es un conjunto de relaciones regularmente cam­
biantes entre el punto de observación y los cuerpos celestes»
A falta de un motivo poderoso en sentido contrario toman
como punto de referencia científico el mismo punto desde
donde hacen las observaciones, y al descubrir en los co-
En su MathenuUical Composition, Boolc 13, Ch. 2.
12 Por ejemplo, "si hubiese movimiento serta proporcional a la gran
masa de la Tierra y dejaría en pos de sí a los animales y a los objetos
lanzados en el aire”.
las matemáticas antes de copérnico 49
mienzos mismos de la astronomia que la Tierra debe ser un
globo, se convirtió en la térra firma desde donde se levanta
la cartografía de los movimientos celestes, y en el centro
inmóvil al que se refiere todo lo demás. Operando sobre este
supuesto y apoyados por todas las consideraciones mencio­
nadas anteriormente en este capitulo, los astrónomos tenian

que expresar geométricamente este sistema de relaciones


cambiantes tal como lo había hecho Ptolomeo. Su sistema de
deferentes, epiciclos, excéntricas, ecuantes y demás detalles
constituyen una representación de los hechos casi tan sim­
ple como pueda imaginarse si se parte de este supuesto. El
descubrimiento de Copérnico consistía en que se podían ob­
tener los mismos resultados por una reducción matemática
de la complicada geometría planetaria de Ptolomeo. Tome­
mos un ejemplo sumamente sencillo en lo que atañe a los
movimientos celestes, pero que nos servirá para ilustrar este
punto. Desde E como punto de referencia observamos el
movimiento de un cuerpo celeste D, de modo que cuando
se opone a otro cuerpo S, por ejemplo en G, parece mucho
mayor que cuando está del otro lado de su órbita, en F.
SO COPÉRNICO y képler
Podemos representar este movimiento por una combinación
de dos circuios ABC, con E como centro, y ABD, que tiene
su centro en la circunferencia del anterior. Supongamos
que cada uno de estos círculos gira en el sentido indicado
por las flechas, empleando igual tiempo de revolución. El
punto D en el circulo ABD recorrerá entonces un camino
DGCF que, si los radios y las velocidades están bien elegi­
dos, corresponderá bastante bien a los hechos observados.
Pero es patente que debe haber algán punto en la direc­
ción del cuerpo S, que es el centro del camino circular re­
sultante DGCF, y que si se toma como punto de referencia
se podrá representar los hechos con un solo circulo en vez
de dos. Supongamos que los hechos no impiden situar este
punto en el centro de S. Supongamos además que, estimu­
lados por esta simplificación de los movimientos representa­
dos, observamos que ciertas irregularidades del movimiento
del planeta D, que sólo habíamos podido representar con
otros nuevos circuios, se completan exactamente en el mis­
mo tiempo en que el cuerpo S completa una importante va­
riación anual en su movimiento aparente alrededor de E.
Consideramos que S está en reposo, con nuestro punto de
referencia E y él planeta D girando a su alrededor y de
repente observamos que las irregularidades del planeta y
la variación anual en el movimiento de S se cancelan entre
sí. De este modo, en lugar de un sistema alrededor de E
como punto de referencia, que ya se estaba complicando de­
masiado, tenemos un sistema sencillo de dos movimientos
circulares alrededor de S. Así fue precisamente como Co-
pémico ideó la nueva astronomía. Como resultado de su obra
todos los epiciclos requeridos por el supuesto de que hay que
mantener E como punto de referencia en vez de S quedaban
eliminados. Matemáticamente no hay problema de cuál de
ellos es el verdadero. En la medida en que la geometría es
matemática ambos son verdaderos, pues ambos representan
los hechos; pero uno es más sencillo y armonioso que el otro.
LAS MATEMÁTICAS ANTES DE COPÉENICO 51
El acontecimiento particular que llevó a Copérnico a con­
siderar un nuevo punto de referencia en la astronomía fue su
descubrimiento de que los antiguos no se habían puesto de
acuerdo sobre el asunto. El sistema de Ptolomeo no había
sido la única teoría propuesta.18
"Por tanto, después de considerar por mucho tiempo la incertidum-
l>ri* do la matemática tradicional, comencé a cansarme de que no hu-
lili'tii mui explicación más definida del movimiento de la máquina del
nmiulii liumiiludii paro nosotros por d mejor y el más sistemático de
|<* cuiittiiit-lnii'», cutre los filósofos que en otros aspectos habían estu­
diado mu lauta i-vniitnd lo* menores detalles de la esfera. Por
tanto ni*» i iilii-i'ii.'- ii la l.uc.i de releer los libros de torios los filósofos
i|ii<‘ pinlli i..........>■•■((1111. |Milu diM iilnir ti alguno iilguim vez hubia
iiplnoiln i(in* lim iiiiivliiili iitiii d e Iii» enfrias celestes fueran diferentes
de lo ijitn mi i| o hi Ion i|u liu rs 1’iiM'AiiI iiiii luiilem átieiis cu las escuelas. Y
|ii Iiim-iii i iii iiii I ii '* i|iie, ile tu iii'ido eoii Cicerón, N iccto Iwhiu pensado
11111* la T im a se m ueve. M ás lardo descubrí que, d e acuerdo con P iu­
lan o, olios linl>loii sostenido Iii m ism a o p in ió n ...
"Cor rooslgoii'iite, partiendo de esta circunstancia yo también co­
mencé a |M*nsar en la movilidad de la Tierra. Y aunque la opinión
parecí» absurda, como sabía que otros antes que yo habían gozado
de la lilicrtad de imaginar los círculos que quisieran para deducir de
ellos tos fenómenos astronómicos, pensé que con igual facilidad me
seriu permitido experimentar si, suponiendo que la Tierra tiene algún
movimiento, no se podrían encontrar más firmes demostraciones de las
revoluciones de las esferas celestes que las empleadas por los demás.
"Asi, suponiendo los movimientos que atribuyo a la Tierra más ade­
lante en esta obra, encontré al cabo de muchas y largas observaciones
que, si se transferían los movimientos de los otros planetas a la ro­
tación de la Tierra y si se tomaba por base a ésta en la revolución de
lux astros, no sólo los fenómenos de los otros astros se seguían de esto,
sino también el orden y las magnitudes de todos los astros y esferas
Ít el ciclo mismo resultaban conectados de tal modo que no era posi-
>le cambiar ninguna de sus partes sin producir una confusión en todo
el universo. Es por esta razón que en el curso de esta obra he seguido
tal o rd en ...”
Igualmente en el breve Commentariolus, escrito alrededor
de 1530, después de describir su insatisfacción con los astró-
l# Copemicus, De Revolutionibus, Carta al Papa Pablo III.
52 COPÉRNICO Y XEPLER
nomos antiguos por su falta de capacidad para alcanzar una
coherente geometría de los cielos que no violase los postu­
lados de la velocidad uniforme14, dice:
"De aquí que esta teoría no parezca bastante cierta ni bastante de
acuerdo con la razón. Asi cuando noté estas cosas, consideré a me­
nudo que acaso podría descubrirse un sistema más racional de círcu­
los, del que dependiera toda aparente diversidad, y de tal suerte que
cada uno de los planetas se moviera uniformemente, como lo exige
el principio del movimiento absoluto. Al encarar un problema muy di-
fícfl y casi inexplicable, di al fin con una solución que podría alcan­
zarse con un número menor de construcciones y mucho más conve­
nientes que las hasta ahora hechas si se me concedieran ciertos su­
puestos, que llamamos axiomas. . .
"De acuerdo con estas premisas, intentaré mostrar brevemente cómo
puede asegurarse sencillamente la uniformidad del m ovim iento..."14
Estos pasajes muestran claramente que para Copémico
la cuestión no se refería a la verdad o falsedad, ni se pre­
guntaba si la Tierra se mueve. Sencillamente, incluía a la
Tierra en la cuestión que Ptolomeo había planteado con
referencia a los cuerpos celestes solamente. ¿Qué movimien­
tos deberíamos atribuir a la Tierra a fin de obtener la más
sencilla y armoniosa geometría celaste que esté de acuerdo
con los hechos? El hecho de que Copémico fuera capaz de
plantear la cuestión en esta forma es amplia prueba de la
continuidad de su pensamiento con respecto a los progresos
de la matemática que se acaban de describir. Por esta razón
apelaba constantemente a los matemáticos como los únicos
capaces de juzgar imparcialmente sus teorías. Tenía plena
confianza de que ellos, por lo menos, apreciarían y aceptarían
su concepción.
“Ni dudo de que los hábiles y eruditos matemáticos convendrán con­
migo en lo que la filosofía exige desde el principio; examinarán y juz­
garán no casual sino profundamente lo que he recogido en este libro
14 Principio que en última instancia tiene una base religiosa. La
causa (Dios) es constante e inmutable, por eso el efecto debe ser uni­
forme (De Revoíutioníbus, Bk. I, Ch. 8).
16 Commentariolus, Fol. la, b, 2a.
RENACIM IENTO DEL PITAGORISMO 53
para probar estas cosas." "La matemática se escribe para los matemá­
ticos, a quienes parecerá, si no me equivoco, que mis trabajos contri­
buyen con algo..." "Lo q u e... puedo haber conseguido en esto, lo
dejo a la decisión de Vuestra Santidad en especial, y a la de todos
los doctos matemáticos. Si acaso hubiese insensatos que se pusieran
a hablar y junto con los que ignoran totalmente las matemáticas, se
sintieran llamados a decidir acerca de estas cosas, y a causa de algún
lugar de las Escrituras que han tergiversado inicuamente para sus
riñes, osaran atacar mi obra, yo no los tomaría en cuenta, porque des­
precio lu precipitación de sus juicios.” w
Nii rs sorprendente, pues, que durante los sesenta años
que piiMiroti untes de «pie la teoría de Copémico se confir­
mase de una nianerti mús empírica, prácticamente todos los
«pie oNiilum ponerse «lo sn parte fueran cumplidos mate­
máticos, cuyo pcosumh'oh» «’slalm totalmente al día en los
progicsoN de mi ciencia.
C. IMPLICACIONES ÚLTIMAS DE LA ACTITUD
COPE KNICANA. RENACIMIENTO DEL
PITAGORISMO
Por supuesto, la cuestión que Copémico ha contestado
con tanta facilidad entraña un tremendo supuesto metafísico,
que no tardó en ser descubierto y traído al primer plano de
la discusión. Se planteaba entonces el siguiente problema:
¿Es legítimo en astronomía tomar como punto de referencia
otra cosa que no sea la Tierra? Copémico esperaba que los
matemáticos que habían recibido las mismas influencias que
él contestaran afirmativamente. Pero, como es natural, toda
la filosofía empirista y aristotélica de la época se levantó
para negarlo. Porque la cuestión calaba bien hondo. No sólo
significaba que el campo astronómico fuera fundamental­
mente geométrico —lo que casi todos hubieran conce<lido—
sino que planteaba el problema de si él universo en su tota­
lidad, incluyendo la Tierra, posee una estructura fundamen-
u* Estas dtas son de su Carta al Papa Pablo III en De Revólutioni-
hus. Cf. también Book I, Chs. 7 y 10.
54 OOPÉRNICO y KÉFLEB
talmente matemática. ¿Acaso porque este cambio de punto
de referencia dé una expresión más sencilla de los hechos
será legitimo hacerlo? Admitir este punto es trastornar toda
la física y cosmología aristotélicas. Quizá muchos matemá­
ticos y astrónomos no estuvieran dispuestos a seguir las ten­
dencias de su ciencia hasta este extremo. La corriente gene­
ral de su pensamiento afluía por otro cauce. Seguir a Ptolo-
meo en la Antigüedad significaba simplemente rechazar las
incómodas esferas cristalinas. Pero seguir a Copémico im­
plicaba un paso más radical: significaba rechazar toda la
concepción del universo vigente. El hecho de que el mismo
Copérnico y otros pudieran responder a esta última cuestión
con una confiada afirmativa indica la presencia de un cuarto
rasgo de la época que contribuyó a este desarrollo. Sugiere
que al menos para muchos espíritus de su tiempo había
otras bases, además de las aristotélicas, sobre las que podía
marchar el pensamiento metafísico y que era más favorable
a este asombroso movimiento matemático.
Y en realidad las había. Todos los estudiantes de filosofía
saben que en la Alta Edad media la síntesis de la teología
cristiana y la filosofía griega se realizó dentro del marco pre­
dominantemente platónico, o neoplatónico, que había asu­
mido la filosofía. Ahora bien, el elemento pitagórico en el
neoplatonismo es poderoso. Todos los pensadores importan­
tes de la escuela gustaban expresar sus doctrinas favoritas de
la emanación y la evolución en términos de la teoría de
los números, siguiendo la sugerencia que hace Platón en el
Parménides, de que la pluralidad se desenvuelve a partir de
la unidad por un proceso matemático necesario.
Es significativo que durante este primitivo período de la
filosofía medieval la única obra original de Platón en manos
de los filósofos fuera el Timeo, que presenta a Platón más
a la luz del pitagorismo que cualquier otro diálogo. Se debe
en gran parte a esta curiosa circunstancia el que el primer
retorno serio al estudio de la naturaleza, bajo el papa Cir- .
RENACIM IENTO DEL PITAGORISMO 55
berto y su discípulo Fulberto alrededor del año 1000, se
emprendiera como aventura platónica. Platón aparecía como
el filósofo de la naturaleza; Aristóteles, conocido solamente
a través de su lógica, parecía estéril dialéctico. No era ac­
cidental que Girberto fuese un cumplido matemático y que
Guillermo de Conches, que más tarde fue miembro de la
escuela, acentuara un atomismo geométrico que había sa­
cado del Timeo.
Cuando Aristóteles capturó la atención del pensamiento
medieval en-el siglo xm, el platonismo de ningún modo que­
dó derrotado. Quedó como una doctrina metafísica algo su­
primida pero aún muy influyente, a la que solían apelar los
disidentes del peripatctismo ortodoxo. El interés en las ma­
temáticas que demostraban librepensadores como Roger Ba-
con, Leonardo, Nicolás de Cusa, Bruno y otros, lo mismo
que su insistencia en la importancia de esta ciencia, se halla­
ba apoyado en gran parte por la existencia y penetrante in­
fluencia de esta corriente pitagórica. Nicolás de Cusa halla­
ba en la teoría de los números el elemento esencial de la
filosofía de Platón. El mundo es una armonía infinita en la
que todas las cosas tienen sus proporciones matemáticas.17
De aquí que “conocimiento es siempre medición”, “el núme­
ro es el primer modelo de las cosas en el espíritu del Crea­
dor”; en una palabra, todo el conocimiento cierto que el
hombre puede alcanzar es el conocimiento matemático. La
misma tendencia aparece con fuerza en Bruno, aunque en
él, más aun que en el Cusano, el aspecto místico trascenden­
tal de la teoría numérica se convertía en lo más importante.
El poderoso renacimiento del platonismo en Europa me­
dieval resultaba, pues, un fenómeno histórico natural en los
siglos xv y xvi, cuando el espíritu humano se había vuelto
muy inquieto, pero no se había independizado suficiente­
mente para quebrar en forma más definitiva con las anti­
guas tradiciones. Bajo el patronato de la familia Médicis se
77 R. Euckcn, Nicholas von Kuss (Philosophische Monetshefte, 1882).
56 oopérnico y képleh
fundó en Florencia una Academia que ostentaba entre sus
eruditos los nombres de Plethón, Bessarión, Marsilio Ficino
y Patrizzi. También en este renacimiento platónico cobró
prominencia el elemento pitagórico, que tuvo notable ex­
ponente en la interpretación totalmente matemática del
mundo ofrecida por Pico de la Mirándola. La obra de estos
pensadores penetró en alguna medida en todos los centros
intelectuales de importancia al sur de los Alpes, inclusive
en la universidad de Bolonia, donde su representante de ma­
yor importancia era Dominicus Maria de Novara, profesor
de matemáticas y astronomía. Novara fue maestro y amigo
de Copémico durante los seis años de su residencia en Ita­
lia. Una de las cosas importantes que de él sabemos es que
criticaba libremente el sistema astronómico ptolomaico, en
parte porque algunas observaciones no coincidían suficien­
temente con las deducciones que se hacían partiendo del
sistema, pero más especialmente porque Novara había caído
totalmente en la corriente platónico-pitagórica y le parecía
que todo el complicado sistema violaba el postulado de que
el universo astronómico es una armonía matemáticamente
ordenada.18
Éste era en verdad el punto de máximo conflicto entre el
aristotelismo dominante en la Baja Edad media y este plato­
nismo algo subterráneo pero penetrante. Esta última tenden­
cia consideraba legítima una matemática universal de la na­
turaleza (aunque, claro está, aún no se había resuelto cómo
había de aplicarse). Suponía que el universo es fundamen­
talmente geométrico; sus ingredientes últimos no son sino
trozos limitados de espacio; en su totalidad presenta una ar­
monía geométrica, hermosa, sencilla. Por otra parte la es­
cuela aristotélica ortodoxa menospreciaba la importancia de
las matemáticas. La cantidad era sólo uno de los diez pre­
dicamentos y no el más importante. Se asignaba a las ma-
18 Dorothy Stixnson, The Gradual Acceptance of the Copemican
Theory of the Universe, New York, 1917, pág. 25.
RENACIM IENTO DEL PITAGORISMO 57
temáticas una dignidad intermedia entre la metafísica y la
física. La naturaleza era tan fundamentalmente cualitativa
como cuantitativa. La clave del conocimiento supremo debe
ser, por tanto, la lógica más bien que las matemáticas. Al
conceder este lugar subordinado a las ciencias matemáticas
en su filosofía, los aristotélicos tenían que considerar ridicu­
la cualquier sugerencia seria que pretendiera reemplazar
toda su concepción de la naturaleza por una astronomía
geométrica más sencilla y armoniosa. Para un platónico —es­
pecialmente como se entendía el platonismo en esa época-
este cambio tenía que parecer un paso muy natural, aunque
iba a la raíz de las cosas pues implicaba la homogeneidad
sustancial de todo el cosmos visible. Copérnico, sin embar­
go, podía hacerlo porque además de los motivos señalados
se había colocado personalmente en el movimiento platónico
disidente. Aun antes de ir a Italia en 1496 se había sen­
tido atraído por el platonismo y, cuando estuvo allí, sus atre­
vidas ideas hallaron amplios refuerzos en el activo ambien­
te neoplatónico existente al sur de los Alpes, particularmente
en su largo y fructuoso trato con el osado e imaginativo pi­
tagórico Novara. No por accidente se familiarizó con las
obras que quedaban de los primitivos pitagóricos, que habían
sido casi los únicos entre los antiguos que se habían aven­
turado a sugerir una astronomía no geocéntrica. Estudió
griego por primera vez mientras estudiaba con Novara, quizá
con el explícito propósito de leer por sí mismo las obras de
los astrónomos pitagóricos. Se había convencido de que todo
el universo estaba hecho de números; de aquí que todo lo
que fuera matemáticamente verdadero fuera real o astronó­
micamente verdadero. Nuestra Tierra no constituía excepción.
También ella era de naturaleza esencialmente geométrica.
Por tanto el principio de la relatividad de los valores mate­
máticos se aplicaba al dominio humano del mismo modo
que a cualquier otra parte del campo astronómico. Para
Copérnico, la transformación de la nueva concepción del
58 COPÉRNICO T KÉPLER
mundo no era sino una reducción matemática, alentada por
el renacimiento del platonismo, que de un complicado labe­
rinto geométrico pasaba a un sistema armónico de hermosa
sencillez.
“Aprendemos todo esto [el movimiento de la Tierra alre­
dedor de su eje y del sol] por el orden de la sucesión en el
cual se siguen sucesivamente los fenómenos (distintos fe­
nómenos planetarios), y por la armonía del mundo, con sólo
querer, como se dice vulgarmente, mirar la cosa con los ojos
abiertos.” 18 Nótese el mismo tono en las citas precedentes.

D. KÉPLER Y SU PRECOZ ACEPTACIÓN DEL NUEVO


SISTEMA CÓSMICO
Durante los cincuenta años que siguieron a Copémico na­
die fue suficientemente osado para defender su teoría salvo
unos pocos matemáticos eminentes, como Rheticus, e incorre­
gibles radicales del pensamiento, como Bruno. Sin embargo,
alrededor de 1590 el joven Képlcr se apoderó de ciertos coro­
larios de la obra de Copémico. Képlcr era entonces un joven
estudiante y a través de estos corolarios establece una vincu­
lación entre el primer astrónomo moderno y su propia obra.
El mismo Copémico había notado la gran importancia y
dignidad que parecía atribuirse al Sol en el nuevo sistema
cósmico, y había buscado ansiosamente una justificación mís­
tica, además de científica, para su sistema. Vale la pena ci­
tar un pasaje a modo de ilustración. “El Sol se halla en el
medio de todo. Pues ¿quién, en nuestro templo más bello,
pondría esta luz en otro o mejor lugar que en aquel desde
el cual puede iluminar todo de una vez? No hablemos del
hecho de que algunos lo llaman no impropiamente luz del
mundo, otros alma y otros rector del mundo. Trismegisto lo
llama el Dios visible; la Electra de Sófocles, el que todo
18 De RevolutionÜms, Bk., I, Ch. 9.
EL NUEVO SISTEMA CÓSMICO 59
lo ve. Y en realidad, el sol, sentado en su trono real, guia a su
familia de planetas cuando giran en tomo a él." 20 También
Copémico había elaborado una concepción rudimentaria de
las hipótesis científicas, en relación con su nuevo método
astronómico. Una verdadera hipótesis es la que vincula ra­
cionalmente (esto es, matemáticamente para él) las cosas
que antes se consideraban distintas; revela la razón en tér­
minos de aquello que las une, por qué son como son. “En
esta ordenación encontramos una admirable armonía del
mundo, y una interconexión del movimiento y de la medi­
da de las trayectorias, segura y armoniosa, que de otro modo
no se puede descubrir. Pues aquí el observador agudo puede
notar por qué el movimiento adelantado y retrasado de Jú­
piter aparece mayor que el de Saturno, y más pequeño que
el de Marte, y por otra parte mayor en el caso de Venus
que en el de Mercurio; y por qué este retraso aparece más a
menudo en el caso de Saturno que en el de Júpiter, con menor
frecuencia en el de Marte y Venus que en el de Mercurio.
Además por qué Saturno, Júpiter y Marte, cuando salen por
la noche, aparecen más grandes que cuando desaparecen y
reaparecen [con el Sol]... Y todo esto tiene la misma causa:
el movimiento de la Tierra.” 21
El joven Képler se apoderó de estas ideas, que en gran
parte motivaron la obra de toda su vida. Las razones espe­
cíficas de su precoz adopción de la teoría copemicana son
en parte oscuras; pero es fácil mostrar con sus obras que es­
taba muy sometido a todas estas influencias de la época que
tanto habían atraído a Copémico. La unidad y sencillez de
la naturaleza son para él un lugar común.22 “Natura simpli-
citatem amat.” “Amat tila unitatem.” “Numquam in ipsa quic-
quam otiosum aut supcrfluum exstitit.” “Natura semper qtiod
potest per faciliora, non agit per ambages difficiles ” [La na­
20 De Revolutionibus, Bk. I, Ch. 10.
21 De Revolutionibus, Bk. I, Ch. 10.
22 Opero, I, 112 y sig.
60 COPÉRNIOO Y KEPLER
turaleza ama la sencillez; ama la unidad; nunca existe en
ella nada ocioso o superfluo; siempre que la naturaleza pue­
de realizar algo por las vías más fáciles no lo hace por vuel­
tas difíciles.] Desde este punto de vista puede percibirse en
seguida las ventajas del copernicanismo. La ampliación ge­
neral de las concepciones humanas, ahora reforzadas por la
teoría copernicana, se había convertido en un poderoso es­
tímulo de todo espíritu fértil e imaginativo. Las profundas
adquisiciones de Képler en las matemáticas no podían sino
impulsarlo a sentir con la mayor fuerza todas las considera­
ciones que habían influido el espíritu de su antecesor. Su
maestro de matemáticas y astronomía en Tubinga, Mástlin,
muy atraído por el mayor orden y armonía del sistema co-
pernicano, se había adherido cordialmente a la nueva astro­
nomía, si bien hasta entonces sólo se había expresado con la
mayor precaución. Las hazañas matemáticas de Képler hu­
bieran bastado para ganarle fama perdurable. Primero enun­
ció claramente el principio de continuidad en matemáticas,
tratando la parábola como caso límite simultáneo de la elipse
y la hipérbola, y mostrando que puede considerarse que las
paralelas se tocan en el infinito; introdujo la palabra “foco’'
en geometría, en tanto que en su Stereometria dolorum [Es­
tereométria de los dolores], publicada en 1615, aplicó sus
ideas a la solución de ciertos volúmenes y áreas usando in­
finitesimales, preparando así el camino a Desargues, Cava-
lien, Barrow y el cálculo desarrollado por Newton y Leibniz.
El fondo neoplatónico, que otorgaba justificación metafísica
a gran parte de este progreso matemático (por lo menos
en sus conexiones con la astronomía) despertaba en Képler
plena convicción y simpatía. Las satisfacciones estéticas ob­
tenidas por esta concepción del universo como una armonía
matemática sencilla atraía poderosamente su naturaleza ar­
tística. “Sé, ciertamente, que tengo con ella [la teoría co­
pernicana] este deber: como la he confirmado en lo más pro­
fundo de mi alma, y como contemplo su belleza con deleite
EX NUEVO SISTEMA CÓSMICO 61
increíble y embriagador, también debo defenderla pública­
mente ante mis lectores con toda la fuerza de que sea ca­
paz.” 23
Estos elementos se mezclaban en su pensamiento en grado
diverso; pero el factor más poderoso en su precoz entusias­
mo por la doctrina copernicana parece hallarse en su exal­
tación de la dignidad e importancia del Sol. Aunque Képler
era uno de los fundadores de la moderna ciencia exacta,
combinaba sus métodos exactos con ciertas supersticiones
desacreditadas desde hacia tiempo que, sin embargo, eran
las que motivaban aquellos métodos. Entre estas supersticio­
nes se hallaba lo que no sería injusto llamar "culto del Sol”.
En 1593, a la edad de veintidós años, Képler defendió la nue­
va astronomía en una disputación en Tubinga, en un tra­
bajo que parece haberse perdido o que por lo menos el doc­
tor Frisch no lo presenta en su edición completa de las obras
de Képler. Sin embargo, entre sus obras póstumas de carác­
ter diverso aparece un pequeño fragmento de una dispu­
tación sobre el movimiento de la Tierra, que por su esti­
lo muy altisonante y otras características internas podría
ser muy bien una parte de su esfuerzo de adolescencia. De
todos modos el fragmento es claramente producto de sus
años mozos. Lo notable de él es que la posición eminente
del Sol en el nuevo sistema aparece como la razón princi­
pal y suficiente de su adopción.24 Unas breves citas revela­
rán el tenor de esta curiosa muestra de exuberancia.
“En primer lugar —que por ventura no lo vaya a negar un ciego—
el cuerpo más excelente del universo es el Sol, cuya esencia toda no
es otra cosa que la luz más pura, a la que ninguna estrella puede
compararse. Sólo él y él solo es el productor, conservador y calen­
tador de todas las cosas; es fuente de luz, rica en fructuoso calor, la
más bella, límpida y hermosa a la vista, fuente de visión, pintora de
todos los colores, aunque en si misma libre de color. Se lo llama rey
de los planetas por su movimiento, corazón del universo por su poder,
23 Opera, VI, 116. Cf. también VIII, 693.
24 Opera, VIII, 266 y sig.
62 COPÉRNICO Y KÉPLER
ojo del mundo por su belleza. Sólo a él deberíamos juzgar digno del
Altísimo Dios, si Dios quisiera un domicilio material donde morar con
los santos ángeles... Porque si los alemanes lo eligieron como el
César que tiene más poder en todo el imperio, ¿quién dudaría en
otorgarle los votos de los movimientos celestes a quien ya ha estado
administrando todos los demás movimientos y cambios mediante el
beneficio de la luz que es enteramente suya?... Por tanto, puesto
que no corresponde al primer motor difundirse a través de una órbita,
sino más bien proceder desde un cierto principio, y, por asi decirlo,
desde un cierto punto, ninguna porte del mundo, y ninguna estrella
se considera digna de tan grande honor. Con el mayor derecho volve­
mos, pues, al Sol, que es el único que, en virtud de su dignidad y
poder, parece adecuado y debido para ser el hogar de Dios mismo,
por no decir el primer motor.”
En las razones que Képler da más tarde de su aceptación
de la doctrina copemicana siempre se incluye esta posición
central del Sol, generalmente en primer término.26 Esta ads­
cripción de divinidad al Sol se hallaba cubierta en Képler por
la alegoría mística necesaria para hacerse escuchar en el am­
biente teológico predominante, especialmente en lo que se
refiere a la doctrina de la Trinidad. El Sol, según Képler, es
el Dios padre; la esfera de las estrellas fijas es el Dios
hijo; el medio etéreo que se halla entre ambos y que comu­
nica el poder del Sol para impeler los planetas alrededor de
sus órbitas, es el Espíritu santo.20 El hocho de presentar
todos estos jaeces alegóricos no debe sugerir, en modo alguno,
que la teología de Képler sea insincera; más bien significa
que había descubierto una clara prueba natural y una inter­
pretación. Toda esta actitud, con su animismo y su corte
alegórico-naturalista, es muy típica de gran parte del pensa­
miento de su tiempo. Jacob Boehme, contemporáneo de Ké­
pler, es el representante más característico de este tipo de
filosofía.
Este aspecto de su pensamiento, sin embargo, hubiera es­
tado en desacuerdo con el método matemático exacto de la
EL NUEVO SISTEMA CÓSMICO 03
astronomía, que también Képler había sido uno de los pri­
meros en defender, como lo revela su descubrimiento de
las tres grandes leyes de los movimientos planetarios, logra­
das después de una búsqueda larga y fatigosa que hubiera
desanimado a espíritus menos entusiastas. Pero la conexión
entre Képler, el hombre que rinde culto al Sol, y el Képler
que busca un conocimiento matemático exacto de naturaleza
astronómica, es muy próxima. Consideraciones como la deifi­
cación del Sol y su correcta situación en el centro del uni­
verso son las que más influyeron para que en días de fer­
vor adolescente e inquieta imaginación aceptara el nuevo
sistema. Pero su espíritu de inmediato fue más allá, y aquí
entran en juego sus matemáticas y su neopitagorismo: si el
sistema es verdadero debe de haber muchas otras armonías
matemáticas en el orden celeste que pueden descubrirse me­
diante un estudio intenso de los datos de que disponemos, y
que podrán proclamarse como confirmación de la doctrina
copemicana. Era esta una tarea que debía resolverse me­
diante la aplicación de matemáticas exactas. Por fortuna para
Képler en momentos en que se lanzaba a estos profundos
trabajos, Tico Brahe —el gigante máximo de la observación
astronómica desde Hiparco— completaba la obra de toda
su vida donde había compilado un conjunto de datos mucho
más grande e incomparablemente más preciso que los que
estaban en poder de sus antecesores. Képler se había unido
a Tico Brahe el año anterior a la muerte de éste, y tuvo a su
disposición sus magníficos repertorios de datos. La pasión
de su vida llegó a ser la de penetrar y descubrir, para “más
pleno conocimiento de Dios a través de su naturaleza y glo­
ria de su profesión” 27, estas profundas armonías. Debemos a
este largo aprendizaje de matemáticas y astronomía, en gra­
do no menor a la influencia de Tico —el primer espíritu com­
petente de la astronomía moderna que sintiera ardiente pa­
sión por lo empírico— el hecho de que Képler no quedara
27 Opera, VIII, 088.
64 COPÉRNICO Y KÉFLER
satisfecho meramente con un místico manejo de números o
con la contemplación de fantasías geométricas.
Así Képler unía a sus supersticiones especulativas un gran
deseo de encontrar fórmulas precisas confirmadas por los
datos. Su filosofía giraba en tomo al mundo observado, por
tanto “sin experimentos adecuados no puedo sacar ninguna
conclusión”.28 De aquí también que se negara a despreciar
las diferencias entre sus deducciones y las observaciones,
aunque estas diferencias no hubieran incomodado a los an­
tiguos. Cierta vez tenía una espléndida teoría del planeta
Marte, lista para redactarla, pero una discrepancia de ocho
minutos entre algunas de sus conclusiones y los resultados de
Tico lo persuadieron a arrojar por la borda sus esfuerzos y
comenzar de nuevo. La diferencia entre Képler y los prime­
ros filósofos del Renacimiento, como Nicolás de Cusa —quien
enseñaba que todo el conocimiento en última instancia es ma­
temático y que todas las cosas se hallan unidas por la pro­
porción— reside en que Képler insiste en la exacta aplica­
ción de la teoría a los hechos observados. El pensamiento
de Képler era genuinamente empírico en el sentido moder­
no del término. La revolución copemicana y el catálogo es­
telar de Tico eran necesarios para que pudiera haber una
nueva teoría matemática confirmada por un conjunto más
completo de datos. Con este método y fin Képler alcanzó
sus famosos descubrimientos de las tres célebres leyes. Para
el mismo Képler estas leyes no tenían importancia especial:
eran sólo tres relaciones matemáticas interesantes entre do­
cenas de otras que, como él decía, podían establecerse entre
los movimientos observados, si la hipótesis copernicana era
verdadera. Entre las tres, la que más le deleitaba era la se­
gunda, que dice que el planeta-vector, en su revolución al­
rededor del Sol, barre áreas iguales en tiempos iguales. Con
esto se solucionaba el problema de la irregularidad de las
velocidades de los planetas, que era uno de los puntos pro-
28 Opera, V, 224. Cf. también I, 143.
EL NUEVO SISTEMA CÓSMICO 65
minantes señalados por. Copémico al atacar el sistema ptolo-
maico, pero que él mismo había dejado sin resolver. Tanto
Copérnico como Képler estaban firmemente convencidos
—por razones religiosas— de la uniformidad del movimiento,
es decir, de que en su revolución cada planeta es impelido
por una causa constante que nunca deja de actuar. De aqui
el gozo de Képler al poder “salvar” este principio en lo que
toca a las áreas, si bien hubo de desistir de ello en lo que
se refiere al camino recorrido por el planeta. Pero el descu­
brimiento que dio a Képler mayor deleite y al que durante
muchos años siguió considerando su más importante haza­
ña, fue el descubrimiento publicado en su primera obra, el
Mysterium cosmographicum [El misterio del cosmos] de
1597, donde dice que las distancias entre las órbitas de los
seis planetas entonces conocidos guardaban entre sí un cier­
to parecido con las distancias que pueden obtenerse si las
esferas hipotéticas de los planetas fueran inscriptas y cir­
cunscriptas alrededor de los cinco sólidos regulares adecua­
damente distribuidos entre ellas. Así, si se inscribe un cubo
en la esfera de Saturno, la esfera de Júpiter se ajustará apro­
ximadamente en él; luego entre Júpiter y Marte el tetrae­
dro, entre Marte y la Tierra el dodecaedro, etc. Naturalmente,
este trabajo fue totalmente infructuoso —la correspondencia
es aproximada, y el descubrimiento de nuevos planetas ha
trastornado completamente los supuestos que le servían de
base— pero Képler jamás olvidó el prístino entusiasmo que
le provocó esta hazaña. En una carta escrita poco después
del descubrimiento, decía:
“El intenso placer que me ha proporcionado este descubrimiento
jamás podrá expresarse en palabras. Ya no lamenté el tiempo perdido;
no me cansé de ningún esfuerzo; no trataba de esquivar la pesada
tarea de hacer cálculos, durante días y noches, hasta ver si mi hipóte­
sis estaba de acuerdo con las órbitas de Copémico o si mi gozo habría
de desvanecerse en el aire.” ®
® Oliver Lodge, Pionners of Science, Ch. III.
66 OOPÉRNICO Y KÉPLER
La enunciación de la tercera ley de Képler en las Harmo­
nices mundi de 1619, se halla en medio de un laborioso es­
fuerzo para determinar la música de las esferas de acuerdo
con leyes precisas, y expresarla en nuestra forma de notación
musical.30 Los historiadores de la astronomía se quedan per­
plejos ante estos rasgos de la obra de Képler, y los dejan de
lado como reliquias de medievalismo, lo cual es un procedi­
miento poco justo para la inteligencia de la Edad media y
demasiado favorable para Képler. Para nuestros propósitos,
empero, es esencial anotarlos. Forman un conjunto indisolu­
ble con su intención principal: establecer un número mayor
de armonías matemáticas en la astronomía copemicana sin
tomar en cuenta su utilidad respecto de las realizaciones que
constituyeron la meta de los esfuerzos científicos posteriores.
Surgen directamente del conjunto de sus ideas sobre el obje­
tivo y procedimientos de la ciencia, y de las nuevas doctrinas
metafísicas que, de una manera rudimentaria, Képler advir­
tió estaban implicadas en la aceptación de la doctrina coper-
nicana y en la adopción de tal objetivo.
E. PRIMERA FORMULACIÓN DE LA NUEVA METAFISICA.
CAUSALIDAD, CANTIDAD, CUALIDADES PRIMARIAS
Y SECUNDARIAS
¿Cuáles son los rasgos fundamentales de la filosofía de
la ciencia en Képler? Tratemos de alcanzarlo a través de una
comprensión más plena del punto que hemos subrayado.
Képler estaba convencido de que debe de haber muchas más
armonías matemáticas, que pueden descubrirse en el mundo,
y que con ellas se podrá confirmar ampliamente la verdad
del sistema copernicano. Ya hemos anotado la conexión que
30 Képler no suponía que las esferas emitiesen sonidos audibles; sin
embargo sus relaciones matemáticas cambiaban análogamente al des­
arrollo de una armonía musical, y se podían representar de un modo
semejante.
LA NUEVA METAFÍSICA 67
existe entre esta convicción y el fondo de matemática y me­
tafísica pitagóricas. Pero Képler a menudo habla de sus ha­
zañas diciendo que han mostrado el fundamento racional y
necesario de la nueva estructura del mundo, y que han pe­
netrado hasta la conexión matemática de hechos que antes
se consideraban distintos.31 Al expresar de este modo su ob­
jetivo y logro, Képler continuaba y exponía más explícita­
mente el pensamiento de Copémico, quien había declarado
que su nuevo sistema resolvía problemas como el de por qué
el movimiento retrógrado de Júpiter es menos frecuente
que el de Saturno, etc. Preguntémonos ahora qué quería
decir Képler al expresar su objetivo de esta manera.
En primer lugar, y primordialmente, significa que ha al­
canzado una nueva concepción de la causalidad, es decir,
piensa que la armonía matemática que puede descubrirse en
los hechos observados es causa de estos hechos, o la razón,
como suele llamarla, de que sean como son. En sustancia,
esta noción de la causalidad corresponde a la causa formal
de Aristóteles, que ahora se la vuelve a interpretar en térmi­
nos de matemática exacta. También posee patentes relacio­
nes de proximidad con las rudimentarias ideas de los primi­
tivos pitagóricos. La exactitud o rigor con que hay quel
verificar la armonía causal en los fenómenos constituye el
rasgo nuevo e importante de Képler. Tico había insistido
ante Képler en una carta para "que diera un fundamento
sólido a sus concepciones mediante la observación real, y
luego, partiendo de ésta, tratar de alcanzar la causa de las
cosas”.32 Képler, sin embargo, prefirió dejar que Tico jun­
tara las observaciones, porque ya estaba convencido de
antemano de que las verdaderas causas siempre deben resi­
dir en la naturaleza de las armonías matemáticas subyacen­
tes. Típico ejemplo de esta aplicación de la palabra causa
31 Opera, I, 239 y sig.
32 Sir Dflvid Brewster, Memoirs of Sir Isaac Newton, Vol. II,
pág. 401.
68 OOPÉRNICO Y KEPLER
se halla en el prefacio del Mysterium cosmographicum. Ké-
pler habla del sistema de los cinco sólidos regulares que
pueden insertarse entre las esferas de los seis planetas como
de la causa de que los planetas sean seis. “Habes rationem
numeri planetarum." 33 La posición central del Sol causa la
coincidencia de la excentricidad de los planetas dentro o cer­
ca del Sol, según los antiguos.34 Dios creó el mundo de
acuerdo con el principio de los números perfectos. De aquí
que las armonías matemáticas que se hallan en el espíritu del
creador proporcionan la causa “de por qué el número, el ta­
maño y los movimientos de las órbitas sean como son y no
de otra manera".35 La causalidad —repitámoslo otra vez-
vuelve a interpretarse en términos de armonía y sencillez
matemática.
Además, esta concepción de la causalidad implica una co­
rrespondiente transformación de la idea de hipótesis cientí­
fica Una hipótesis explicativa de efectos observados es para
Képler un intento de expresión, en forma sencilla, de sus
causas uniformes. Entonces una hipótesis verdadera debe ser,
dice, la expresión de la subyacente armonía matemática que
puede descubrirse en los efectos. Képler incluye una inte­
resante consideración de las hipótesis astronómicas en una
carta escrita parcialmente para refutar la posición de Rai-
marus Ursus ante el mismo problema.35 El pensamiento de
Képler sostiene que cuando hay diversas hipótesis diferentes
sobre los mismos hechos, la verdadera es aquella que mues­
tra por qué son como son los que en las demás hipótesis que­
dan sin relacionarse, es decir, es verdadera la hipótesis que
demuestra su conexión matemática racional y ordenada. O
dicho con las palabras de su propio sumario: “Por tanto, no
merece el nombre de hipótesis astronómica ni esta ni aque­
lla suposiciones, sino más bien la que está implicada en am-
33 Opera, I, 113 y sig. Cf. también I, 106 y sig.
34 Opera, III, 156; I, 118.
36 Opera, I, 10.
36 Opera, I, 238 y sig.
LA NUEVA METAFÍSICA 69
has.”97 Ilustremos esto con su ejemplo favorito. Muchas
teorías celestes se han tenido que conformar con la simple
declaración de que ciertos epiciclos planetarios coinciden en
su tiempo de realización con el tiempo de la revolución apa*
rente del Sol alrededor de la Tierra; pero la teoría copemi-
cana debe ser la verdadera, pues revela por qué estos pe*
nodos tienen que ser como son. En otras palabras, tales
hechos implican que en el esquema de las relaciones mutuas
regularmente cambiantes que constituyen nuestro sistema
solar, debe suponerse que el Sol está inmóvil y no la Tie­
rra." La hipótesis verdadera es siempre una concepción que
incluye más hechos, relacionando los que hasta entonces se
habían considerado como distintos; revela orden y armonía
donde antes había habido inexplicable diversidad. Y es im­
portante recordar que este orden matemático más compren­
sivo es algo que se descubre en los hechos mismos. Esto se
expresa con precisión en muchos pasajes de otro modo la
constante insistencia en la verificación exacta, partiendo de
las observaciones, no tendría sentido.
Esta concepción estético-matemática de la causalidad y de
la hipótesis ya implica una nueva imagen metafísica del
mundo; en realidad, eran estas ideas las que provocaban la
impaciencia de Képler cuando ciertos amigos aristotélicos,
muy bien intencionados, le aconsejaron que considerase sus
propios descubrimientos y los de Copémico como hipótesis
matemáticas, meramente, y no como necesariamente verda­
deras con respecto al mundo real. Képler mantenía que hi­
pótesis como éstas son precisamente las que nos dan la ver­
dadera imagen del mundo real, y que el mundo así revelado
es un reino más amplio y mucho más hermoso que cualquier
otro conocido hasta entonces por la razón humana. Por tanto
no debemos renunciar a este glorioso y revelador descubri-87*9
87 Opera, I, 241.
99 Opera, I, 113.
89 Como ejemplo^ Opera, V, 220 y sig. II, 687.
70 OOPÉRNICO Y KEPLER
miento de la verdadera naturaleza de la realidad. Dejemos
que los teólogos ponderen sus autoridades, según su método.
Pero para los filósofos el descubrimiento de causas (mate­
máticas) es el camino de la verdad. “En realidad, contesto
con una sola palabra a las opiniones de los santos sobre
estas cuestiones naturales. En teología habrá que pesar la
fuerza de las autoridades, a buen seguro; pero en filosofía
hay que pesar la fuerza de las causas. Por consiguiente,
santo es Lactancio, que negaba la redondez de la Tierra;
santo es Agustín, que si bien admitía la redondez negaba las
antípodas; dignos de santidad son las respetuosas declara­
ciones de los modernos que, admitiendo la pequeñez de la
Tierra, niegan todavía su movimiento. Pero más santa es
para mí la verdad; yo demuestro por medio de la filosofía,
y sin violar mi debido respeto a los doctores de la Iglesia,
que la Tierra es redonda y está habitada en las antípodas,
que su tamaño es superlativamente despreciable y, por úl­
timo, que se mueve entre las estrellas.”40
Ahora comenzamos a entrever la tremenda significación
de lo que estaban haciendo estos padres de la ciencia moder­
na; pero continuemos con nuestro interrogatorio y pregunte­
mos qué otras doctrinas metafísicas llegó a adoptar Képler
a consecuencia de esta noción de lo que constituye el mundo
real. En primer lugar, lo indujo a apropiarse a su manera de
la distinción entre cualidades primarias y secundarias, que
las escuelas atomistas y escépticas del mundo antiguo habían
observado, y que renacieron en el siglo xvi de modo diverso
a través de pensadores como Vives, Sánchez, Montaigne y
Campanella. El conocimiento, tal como se ofrece al espíritu
a través de los sentidos es oscuro, confuso, contradictorio
y, por tanto, indigno de confianza; sólo los rasgos del mun­
do que nos permiten obtener un conocimiento cierto y
coherente nos aproximan a lo que es permanente e indubita­
blemente real. Las otras cualidades no son cualidades reales
Opera, IH. 156.
LA NUEVA METAFÍSICA 71
de las cosas, sino sus signos. Para Képler, por supuesto, las
cualidades reales son aquellas que se hallan recogidas en la
armonía matemática que existe bajo el mundo de los sen­
tidos y que, por tanto, tienen una relación causal con éste.
El mundo real es un mundo de características cuantitativas
solamente; sus diferencias son diferencias numéricas tan sólo.
En sus escritos póstumos sobre temas matemáticos hay una
breve crítica de la consideración aristotélica de las ciencias,
en la que declara que la diferencia fundamental entre el fi­
lósofo griego y él mismo era que el primero llevaba las cosas
en última instancia a distinciones cualitativas, y por con­
siguiente irreductibles. Por esta misma razón se vio obliga­
do a otorgar a las matemáticas un puesto intermedio en dig­
nidad y realidad entre las cosas sensibles y las supremas
ideas metafísicas o teológicas, en tanto que él había hallado
medios para descubrir proporciones cuantitativas entre todas
las cosas, y por consiguiente daba preeminencia a las mate­
máticas. “Dondequiera que haya cualidades hay igualmente
cantidades; pero no siempre vice-versa.”41
Por otra parte, la posición de Képler conducía a una im­
portante teoría del conocimiento. No sólo es verdad que po­
demos descubrir relaciones matemáticas en todos los objetos
que se presentan a nuestros sentidos; todo conocimiento cier­
to debe ser conocimiento de sus características cuantitativas:
el conocimiento perfecto es siempre conocimiento matemáti­
co. “Hay, en verdad, como había comenzado a decir an­
tes, no pocos principios que son de propiedad especial
de las matemáticas: estos principios, que se descubren por
la común luz de la razón y que se refieren primariamente
a las cantidades, no necesitan demostración. Luego, se apli­
can a las demás cosas en la medida en que éstas tienen algo
de común con las cantidades. Ahora bien, de estos principios
hay mayor abundancia en las matemáticas que en las otras
ciencias teóricas debido precisamente a una característica
« Opera, VIII, 147 y sig.
72 COPÉRN1CO Y KÉPLER
del entendimiento humano que parece serle constitutiva
desde la creación, por esa característica resulta que no se
puede conocer completamente sino cantidades o lo que nos
es conocido por medio de ellas. Y así ocurre que las conclu­
siones de las matemáticas son las más ciertas e indubita­
bles."42 Képler presenta ciertos ejemplos prácticos de este
hecho en la óptica, la música y la mecánica que, naturalmen­
te, eran las disciplinas que mejor confirmaban su aserto. “Así
como el ojo ha sido hecho para ver los colores, y el oído
para oír sonidos, así también el espíritu humano ha sido
hedió para entender, no lo que se quiera, sino la canti­
dad."43 La cantidad, pues, es el rasgo fundamental de las
cosas, el “primarium accidens substantiae” 44 “anterior a las
demás categorías". Los rasgos cuantitativos de las cosas son
los únicos en lo que respecta al mundo del conodmiento.
Tenemos así en Képler una posición claramente expresada
de que el mundo real es la armonía matemática que puede
descubrirse en las cosas. Las cualidades superficiales y cam­
biantes que no se acomodan a la armonía subyacente ocupan
un nivel inferior de realidad; no existen tan verdaderamente.
Todo esto es de cuño pitagórico y platónico: es el reino de
las ideas platónicas que de pronto se identifica con el reino
de las relaciones geométricas. Aparentemente Képler no re­
cibió influencias directas del atomismo de Demócrito y Epi-
curo, cuyo renacimiento estaba destinado a desempeñar un
papel importante en la ciencia posterior a Képler. En lo que
su pensamiento se refiere a partículas elementales de la na­
turaleza, hereda el atomismo geométrico del Timeo y la an­
tigua doctrina de los cuatro elementos; pero su interés no
apunta hacia éstos, sino que se dirige hacia las relaciones
matemáticas que se revelan en el cosmos en general. Cuando
dice que Dios hizo el mundo de acuerdo con el número no
« Ojiara, VIII, 148.
4‘i Opera, I, 81.
« Opera, VIII, 150.
LA NUEVA METAFÍSICA 73
piensa en las diminutas porciones de espado que tiene cierta
figura, sino en armonías numéricas mayores.45
La razón de la existencia de este vasto y hermoso orden
matemático en el universo no halla ulterior explicación en
Képler, salvo a través del aspecto religioso de su neoplato­
nismo. Cita con aprobación el famoso dicho de Platón, de
que Dios siempre geometriza; Dios ha creado el mundo
de acuerdo con armonías numéricas 46 y por esto ha dado al
espíritu humano una estructura que sólo le permite conocer
a través de la cantidad.
Tenemos aquí, pues, en la obra de Képler, un segundo
gran acontecimiento en el desarrollo de la metafísica de la
ciencia moderna. El aristotclismo había triunfado en el lar-
45 Esto ha sido puesto claramente de manifiesto por las afiliaciones
astrológicas de su doctrina de las cualidades primarias y secundarias.
De ordinario se ha considerado que Képler era medio insincero en sus
trabajos astrológicos; el pasaje citado con este fin puede interpretarse
así, pero no necesariamente ni a la luz de muchos otros juicios se jus­
tifica hacerlo. Tal la afirmación de que “Dios da a todos los animales
los medios para salvar su vida”. ¿Por qué liacerlc objeciones si da la
astiologia al astrónomo? (Opera, VIII, 705). Como otros astrónomos
pobres de la época, Képler vio en la astrología una especie de ser­
vicio que él podía prestar y que la gente sin sentido astronómico estaba
dispuesta a pagar, situación que Képler consideraba muy providencial.
Esto de ningún modo significa que él no creyese totalmente en la astro-
logia. Los que sostienen esto sin duda no han letdo su ensayo De
Fundamente Astrologiae Cartioribus (Opera, I, 417 y sigs.) en el
cual propone a la crítica filosófica setenta y cinco proposiciones de
distinta generalidad, cuya validez está dispuesto a defender. Los que
están familiarizados con las corrientes científicas de la época de Képler
saben que en el siglo dieciséis hubo un poderoso renacimiento de los
intereses y creencias astrológicos. Képler, con su filosofía de la cien­
cia, estaba preparado para darles una amplia base filosófica. Cuando
ocurre que los planetas en sus revoluciones adoptan relaciones inusita­
das, se siguen consecuencias de mal agüero pora la vida humana; tal
vez arrojan poderosos vapores que penetran en los espíritus animales
de los hombres, excitan sus pasiones en un grado insólito y dan por
resultado guerras y revoluciones. (Cf. Opera, 1477 y sig.) Está fuera
de duda que la sugestión de tales posibilidades armoniza con su fi­
losofía general. Lo que interesa aquí es el hecho de que las entidades
matemáticas que le preocupan son esas grandes armonías astronómicas
más bien que los ¿tomos elementales.
48 Opera, I, 31.
74 c o p é r n ic o y k é p l e r
go período anterior del pensamiento humano porque pare­
cía hacer inteligible y racional el mundo de la experiencia
que el sentido común conoce. Képler se dio cuenta en segui­
da de que la admisión de la validez del esquema cósmico co-
pemicano implicaba una cosmología radicalmente diferente,
una cosmología que podía tener por fondo el renovado neo­
platonismo que habría de justificarse históricamente en los
notables progresos de las ciencias matemáticas y astronómi­
cas, y que podía poner en descubierto una maravillosa sig­
nificación y nueva belleza en los hechos observados del cos­
mos natural, si se los considera como ejemplos de sencillas
relaciones numéricas subyacentes. Esta tarea implicaba la
revisión de las ideas tradicionales de causalidad, hipótesis,
realidad y conocimiento, para adecuarlas luego al nuevo
propósito.
De aquí que Képler nos ofrezca los principios fundamen­
tales de una metafísica que en su esquema general se basa en
las especulaciones de los primitivos pitagóricos, aunque los
adapta cuidadosamente a los nuevos métodos e ideales. Por
fortuna para la importancia histórica de Képler, su empresa
alcanzó un éxito pragmático. La aportación de nuevos he­
chos astronómicos por parte de Caldeo y sus sucesores mos­
tró que el universo físico y astronómico era bastante parecido
al que Copérnico y Képler habían osado imaginar, y esto les
permitió convertirse en los padres de un destacado movi­
miento intelectual de la Edad moderna en vez de ser re­
legados al olvido como una pareja de extravagantes aprio-
ristas.
El método de Képler, particularmente, tenía bastantes co­
sas en común con los procedimientos que alcanzaron éxito en
la ciencia posterior, y así, de una enorme cantidad de verda­
des geométricas alcanzadas con mucho trabajo y fatiga, salie­
ron tres que luego fueron las fructuosas bases de las estupen­
das hazañas científicas de Newton. Pero sólo quienes fijan su
atención en estas tres y olvidan la ardua empresa de reunir
LA NUEVA METAFÍSICA 75
curiosidades numéricas completamente inútiles —que para
Képler resultaban de igual importancia— han podido con­
cederle los elogios sin restricción que le hacen Eucken y
Apelt, por ejemplo:
“Képler ha sido el primero que se aventuró a emprender
un tratamiento matemático exacto de los problemas [de la
ciencia astronómica], el primero que estableció leyes na­
turales en el sentido específico de la nueva ciencia.” 47 “Ké­
pler ha sido el primero en descubrir el arte de investigar
con éxito las leyes de la naturaleza, puesto que sus predece­
sores sólo construyeron conceptos explicativos que trataban
de aplicar al curso de la naturaleza.”48
Tales alabanzas, aunque no son totalmente falsas, oscu­
recen nuestra auténtica deuda con Képler. Su verdadera y
prospectiva hazaña como filósofo de la ciencia reside en su
insistencia en que las hipótesis matemáticas válidas deben
ser exactamente verificadas en el mundo de la observación.
Está enteramente convencido, por razones o priori, de que
el universo es fundamentalmente matemático y de que todo
conocimiento genuino debe ser matemático; pero aclara que
las leyes del pensamiento, innatas en nosotros como don di­
vino, no pueden llegar a ningún conocimiento por si solas:
deben estar presentes los movimientos percibidos que pro­
porcionan el material de su exacta ejemplificación.49 Por
este aspecto de su pensamiento debemos agradecer a su for­
mación matemática y, en particular, a su relación con el gi­
gante de la observación estelar cuidadosa: Tico Brahe. Esto,
junto con su nueva interpretación de nociones como las de
causalidad, hipótesis, realidad y similares, en términos pro­
porcionados por las circunstancias de su tiempo, constituye
47 Eucken, Kepler ah Philosoph (Philosophische Monatshefte, 1878,
págs. 42 y sig.).
48 E. F. Apelt, Epochen der Geschichte der Menscheit, Vol. I,
p&g. 243.
49 Opera, V, 229.
COPÉRNICO y k épler
la parte constructiva de su filosofía. Pero su concepción y
método estaban tan dominados por un interés estético como
por un interés puramente teórico, y la totalidad de su obra
fue anublada y confundida por groseras supersticiones here­
dadas que la gente más ilustrada de su tiempo ya había
descartado.
C a p ít u l o III
GALILEO

Galileo fue contemporáneo de Képler; nació antes y minió


después que el gran astrónomo alemán. Después que ambos
entraron en relación al aparecer el Mysterium cosmographi-
cum en 1597, siguieron siendo amigos constantes e inter­
cambiaron una larga e interesante correspondencia; pero no
puede decirse que uno haya influido sobre la filosofía del
otro en una medida importante. Cada uno de ellos, natural­
mente, utilizaba los fructuosos descubrimientos positivos del
otro, pero la metafísica de cada uno estaba condicionada

5>rimariamente ñor influencias generales de su medio y por


a intensa reflexión sobre las implicaciones últimas de los
propios hallazgos.
A. LA CIENCIA DEL “MOVIMIENTO LOCAL”
Galileo había sido destinado por su padre para los estudios
de medicina, pero a la temprana edad de diecisiete años Ga­
lileo sintió un ardiente deseo de estudiar matemáticas, y des­
pués de haber conseguido la desganada aprobación de su
padre, se dedicó durante los años inmediatamente siguientes
a dominar su materia. Si no fuera por sus hazañas más es­
tupendas, lo mismo que Képler, hubiera ganado brillante
fama como matemático. Inventó un cálculo geométrico para
la reducción de figuras complejas a figuras simples y escri­
bid un ensayo sobre la cantidad continua. Este último no
78 GAULEO
se publicó jamás; pero su renombre matemático era tan
grande que Cavalieri no publicó su propio tratado sobre el
Método de los indivisibles mientras esperó ver impreso el
ensayo de Galileo. A la edad de veinticinco años fue nom­
brado profesor de matemáticas en la Universidad de Pisa, en
gran parte debido a la fama que había obtenido con algunos
artículos sobre la balanza hidrostática, las propiedades de
la cicloide y el centro de gravedad de los sólidos. Estos tra­
bajos indican con suficiente claridad la dirección de sus pri­
meros estudios matemáticos. Desde los comienzos mismos le
atraía poderosamente la rama mecánica. El lamoso suceso de
íá catedral de Pisa —la observación de que las oscilaciones
de la gran lámpara eran aparentemente isócronas— había
precedido, y en parte inspirado, su primer interés en mate­
máticas; de aquí, pues, que el estudio matemático de los mo­
vimientos mecánicos se convirtiera naturalmente en el punto
central de su obra. Además, tan pronto como se hizo compe­
tente en este nuevo campo abrazó entusiastamente el siste­
ma copemicano (aunque durante muchos años siguió ense-
ñando en sus clases el sistema ptolomaico, en atención a la
opinión popular), y la atribución copemicana de movimien­
to a la Tierra le dio un poderoso impulso para que estudia­
se más de cerca, es decir, matemáticamente, los movimientos
de las pequeñas partes de la Tierra que ocurren en nuestra
experiencia cotidiana, como lo sabemos por la autoridad de
su gran discípulo inglés Hobbes.1 Nacía aquí una nueva
ciencia^ la dinámica terrestre, que se presentaba a Galileo
como una sencilla y natural extensión del método matemáti­
co exacto a un campo de relaciones algo más difíciles. Otros
antes que él se habían preguntado por qué caen los cuerpos
pesados; ahora la homogeneidad de la Tierra y de los cuer­
pos celestes bahía engerido que el movimiento terrestre es
objeto adecuado de estudio matemático, y se planteaba la
1 Carta dedicatoria en Elements of Philosophy Concernirte Bodt
Works Molesworth edition, London, 1839, Vol. I (Inglés), pag. VIÍI.
CIENCIA DEL “MOVIMIENTO” LOCAL 79
cuestión de cómo caen, con la esperanza de oue se tijera
la respuesta en términos matemáticos.
Corno Galileo observa en la introducción a su ciencia de
la dinámica o “movimiento local” 2, muchos filósofos habían
escrito sobre el movimiento; “sin embargo he descubierto por
medio de experimentos algunas de sus propiedades que creo
dignas de saber y que hasta ahora no se habían observado
ni demostrado”. Algunos, también, habían observado que el
movimiento de un cuerpo que cae era acelerado, “pero no
se había dicho en .qué medida ocurre esta acelerad^111. Isi
mismo pensamiento se expresa de nuevo con referencia al
movimiento de los proyectiles: otros habían observado que
un proyectil sigue un camino curvilíneo, pero nadie habla
demostrado que debe ser una parábola. Esta reducción"5e
los movimientos terrestres a términos 5e matemáticas exactas
y los importantes descubrimientos astronómicos que confir-
maron empíricamente la doctrina de Copérnico daban la
pauta de su valer ante aquellos de sus contemporáneos que
podían apreciar este estupendo progreso del conocimiento
humano. Su amigo y admirador Fra Paolo Sarpi reflejaba
la opinión de estos espíritus al escribir: “Para damos la cien*
cia del movimiento Dios y la Naturaleza se han dado la mano
y han creado el intelecto de Galileo.”3 Las útiles invenciones
mecánicas de Galileo son por sí mismas bastante notables.
En sus años mozos inventó un nulsímetro que funcionaba por
medio de un pequeño péndulo, y también un aparato par4.
medir el tiemno mediante la salida uniforme de agua. Mas
tarde inventó el primer termómetro, y en el último año de
su vida trazo los planos completos para un reloj de péndulo.
Todos los estudiantes de física conocen sus inventos rela­
cionados con los primeros telescopios.
Para comprender cuáles eran las principales conclusiones
2 Dialogues and Mathematical Demonstrations Conceming Two New
Sciences, de Galileo (traducción de Crew y De Salvio), New York,
1914, págs. 153 y sig.
3 Two New Sciences, Prefacio del Editor.
SO GALILEO
metafísicas que Calileo hallaba implicadas en su obra, consi*
deremos primero brevemente aquellas en las que su acuer­
do con Képlcr es más completo, para pasar luego a un es­
tudio más detallado de sus nuevas sugerencias. No nos
engañemos si pensamos que la reducción de los movimientos
de los cuerpos a matemáticas exactas tiene grandes proyec­
ciones metafísicas sobre el espíritu de Galileo.

rB .jL/i NATURALEZA COMO UN ORDEN MATEMATICO.


EL METODO DE GALILEO
Ante todo, la naturaleza se presenta a Galileo, aun más
que a Képler, como un sistema sencillo y ordenado, en el que
cada acción «¡"totalmente regular e inexorablemente ne-
cesaria. “La naturaleza... no hace por medio de muchas
cosas lo que puede hacer con pocas.” 4*Muestra el contraste
entre la ciencia natural v el derecho v las humanidades: las
conclusiones de la primera son absolutamente verdaderas y
necesarias; no dependen de ninguna manera del juicio hu­
mano.6 Lajjaturaleza es “inexorable”, sólo actúa “por leyes
inmutables que nunca infringe”, y no se preocupa "si sus
razones o métoáos de actuar son o no comprensibles por par­
te de los hombres”.6
Además, esta rigurosa necesidad de la naturaleza resulta
de su carácter fundamentalmente matemático: la naturaleza
es el dom inio las matemáticas. “La filosofía se halla es-
crita en el gran libro que está siempre abierto ante nuestros
ojos —quiero decir, el universo—; pero no podemos entender­
lo si antes no aprendemos la lengua y los signos en que está
escrito. Este libro está escrito en lenguaje matemático, y los
4 Dialogues Conccming the Two Great Systems of the World, trad.
de Salusbury, London, 1661, pág. 99.
6 Two Great Systems, pág. 40.
0 Letter to the Grana Duchess Christina, 1615. (Cf. Salusbury,
Vol. I). 1
EL MÉTODO DE GALILEO 81
símbolos son triángulos, círculos u otras figuras geométricas,
sin cuya ayuda es imposible comprender una sola palabra
de él y se anda perdido por un oscuro laberinto." 7 Galileo
se asombra continuamente de la maravillosa manera como
los sucesos naturales siguen los principios de la geometría 8,
y su respuesta favorita a la objeción de que las demostra-
ciones matemáticas son abstractas y no poseen necesaria apli­
cación al mundo físico es presentar nuevas demostraciones
feométricas, en la esperanza de que se conviertan en prúe-
as de si mismas ante los espíritus sin prejuicios.9
Por tanto, las demostraciones matemáticas, más que la
lógica escolástica, proveerán la llave que nos permitirá pene­
trar en los secretos del mundo. “Es claro que la lógica nos
enseña a conocer si Has conclusiones o demostraciones que
ya se han descubierto y que se posee son válidas; pero no
puede decirse que nos enseñe cómo hallar demostraciones y
conclusiones válidas.” 10 “No aprendemos a demostrar con
los manuales de lógica sino con los libros que están llenos de
demostraciones, que son los libros de matemáticas y no
de lógica.” 11 En otras palabras, la lógica es instrumento de
critica; las matemáticas, de descubrimiento. La principal crfc
tica que Galileo hacía a Gilbert era que el padre de la cien­
cia del magnetismo no tenía suficientes conocimientos ma­
temáticos, particularmente geométricos.
Este .método de la .demostración matemática, al basarse
en la estructura misma de la naturaleza, se presenta ocasio-
nalmente en Galileo como independiente, en gran parte, de
verificación sensible: se trata d e u n método exclusivamente
a priori de alcanzar la verdad. T. T. Fahie cita estas palabras
de Galileo: “La ignorancia ha sido el mejor maestro que
7 Opere Complete di Galileo Galilei, Firenze, 1842, sig., Vol. IV,
pág. Í71.
* Two Great Systems, págs. 178, 181 y sig.
9 Two Neto Sciences, pág. 52.
io Opere, XIII. 134.
« Opere, I, 42.
82 CALILEO
jamás había tenido, pues a fin de demostrar a los opositores
la verdad de las conclusiones, me fue necesario probarlas me­
diante gran número de experimentos, aunque para satisfacer
mi propio espíritu no sentía necesidad de realizar ningu­
no.” ui Si esto se decía en serio, ha sido muy importante para
el progreso de la ciencia el hedió de que Caldeo tuviera
fuertes opositores. En verdad hay otros pasajes en sus obras
que demuestran que su^ confiada creencia en la estructura
matemática del mundo lo emancipaba de la necesidad de
depender estrechamente del experimento.13 Insiste en que
a partir de unos po cos experimentos pueden extraerse con­
clusiones válidas que llegan mucho más allá de la experien­
cia porque J~el conocimiento ae un soto, hecho logrado mé-
diante ¿"descubrimiento de sus causas pregara al espíritu
a comprender y descubrirotrdsTiechos sin necesidad d ¿ re ­
currir ál experimento", i4 lia un ejemplo^de este principio en
su estudio de los proyectdes. Una vez que se sabe que su
trayectoria describe una parábola podemos demostrar por
pura matemática, sin necesidad de experimento, que su al­
cance máximo se logra con una inclinación de 45°. En reali­
dad, sólo se necesita la confirmación experimental en el caso
de conclusiones cuyo fundamento racional y necesario no
alcanzamos por medio de la intuición.16 Volveremos más
tarde a la aplicación que Galileo hace de esta importante
palabra.
Todos los intereses y logros de Caldeo ilustran con abun­
dancia, empero, que nunca abrazó seriamente el extremo
posible de este apriorismo matemático.16 La significación
de las expresiones anteriores se vuelve liastante clara cuan­
do estudiamos pasajes de tenor diferente. Después de todo,
“nuestras disputas se refieren al mundo sensible, no a un
12 The Scientific Works of GaÜleo (Singcr, Vol. II, pág. 251).
13 Ttoo Great Systems, pág. 82.
M Two New Sciences, pág. 276.
i® Opere, IV, 189.
i® Cr. Two New Sciences, pág. 97.
Kl. MÉTODO DE CALILEO 83
mundo de papel” >7; es inútil disputar sólo sobre principios
generales acerca de lo que es o no es adecuado en la na­
turaleza: debemos “llegar a las demostraciones, observacio­
nes y experimentos particulares”.18 Esto es tan verdadero
en astronomía como en física. La experiencia es “la verda­
dera señora de la astronomía”; “el propósito principal de los
astrónomos es sólo dar razón de los fenómenos de los cuerpos
celestes”.19 Los hechos sensibles están ante nosotros para
que los expliquemos; no es posible desconocerlos o dejarlos
de lado. No era sólo para triunfar en las controversias que
Galileo con frecuencia creía conveniente apelar a la confir­
mación de los sentí3ósrTu*empinsmo calaba bastante hondo.
"¡Oh, mi querido K¿pler, cuánto desearía poder reímos jun-
tosl Aquí en Padua está el principal profesor de filosofía a
quien he pedido repetidas veces que mirase la Luna y los
planetas a través de mi anteojo; pero se niega obstinadamen­
te a hacerlo. ¿Por qué no estás aquí? |Qué carcajadas nos
haríamos de esta suprema tontería! Y qué bueno oír al pro­
fesor de filosofía esforzándose ante el Gran Duque con ar­
gumentos lógicos, como si fueran sortilegios mágicos para
sacar del cielo los planetas por encantamiento.” 20 Difícil­
mente Galileo hubiera llegado a ser el jactancioso personaje
que derrocaba el aristotelismo, como aparecía a los ojos de
sus contemporáneos, si no hubiera sido por sus descubri­
mientos susceptibles de verificación popular, que mostra­
ban claramente a los sentidos humanos que algunas de las
afirmaciones de Aristóteles eran falsas. La autoridad del es-
tagirita fue profundamente conmovida cuando la gente se
vio empíricamente obligada a admitir que todos los cuerpos
caen con aceleración uniforme, que Venus muestra fases
como la Lima, que la cara del Sol presenta manchas, y simi­
lares. El mismo Galileo dice que Aristóteles cambiaría de
17 Two Great Systems, pág. 96.
18 Two Great Systems, pág. 31.
18 Two Great Systems, p&gs. 305, 308.
20 Carta a Képler, citada en Lodge, Pionncrs of Science, Ch. 4.
84 GALtLEO
opinión si viera las nuevas observaciones, pues su método
era esencialmente empírico. ‘Tengo por cierto que al prin­
cipio procuraba hacer los experimentos y observaciones que
podía, con la ayuda de los sentidos, para asegurarse de la
conclusión en la medida de lo posible, y que luego buscó
los medios de demostrarla; porque este es el procedimiento
usual de las ciencias demostrativas. La razón de ello es que,
cuando la conclusión es verdadera, el método resolutivo nos
puede conducir a alguna proposición antes demostrada o
nos permite llegar a algún principio conocido per se; pero si
la conclusión es falsa se puede proseguir hasta el infi­
nito y jamás se bailará ninguna verdad ya conocida.” 212
Este pasaje nos introduce a la concepción que Galileo
tenía de la manera adecuada de combinar los métodos*cTentí-
ficos matemáticos y experimentales. Teniendo en cuenta este
pasaje estudiaremos otras expresiones suyas sobre este punto.
Para empezar, es claro que lo que nuestra filosofía trata
de explicar no es otra cosa que el mundo revelado por nues­
tros sentidos. "En toda hipótesis de ia razón el error puede
ocultarse, inadvertido; pero un descubrimiento de los senti­
dos no puede discrepar con la verdad.” “¿Cómo podría ser
de otra manera? La naturaleza no hizo primero los cerebros
humanos y luego construyó las cosas de acuerdo con su capa­
cidad de comprensión; sino que primero hizo las cosas a su
manera y luego construyó el entendimiento humano de modo
que, al precio ae grandes esfuerzos, pudiera robarle algunos
de sus secretos. ** rero el mundo de los sentidos no consti­
tuye su propia explicación; tal como está es un jeroglificó fln
descifrar, un libro escrito en lengua extraña que debe inter­
pretarse o explicarse mediante las letras del alfabeto de la
lengua en que está escrito. Después de largo divagar por
falsas rutas, el hombre ha descubierto los rudimentos de este
alfabeto: los principios y unidades de las matemáticas, ues-
21 Ttoo Great Systems, pág. 37.
22 Opere, Vil, 341, I, 288.
E l. MÉTODO DE GALILEO 85
cubrimos que cada rama de las matemáticas se aplica siem­
pre al mundo material; los cuerpos físicos, por ejemplo, son
siempre figuras geométricas, si bien nunca revelan las formas
exactas que nos gusta ver en la geometría pura.22 De aquí
que cuando tratamos de descifrar una página desconocida de
la naturaleza, el método deberá ser averiguar en ella nues­
tro alfabeto, es decir, “resolverla^ en términos matemáticos.
Galileo señala que, aunque parezca extraño, este método
de explicar el mundo de los sentidos a menudo lleva a con­
clusiones que parecen estar en pugna con la experiencia sen­
sible inmediata. jLa astronomía copernicana proporciona el
mejor ejemplo de esto, pues se muestra aquí la victoria de
la razón matemática contra los sentidos. “No es posible ad­
mirar demasiado la eminencia de los talentos que la han
aceptado como verdadera, y que con la vivacidad de sus
juicios han hecho tanta oposición a sus sentidos que han
preferido lo que les dictaba su razón a aquello que los ex­
perimentos sensibles representaban manifiestamente en con­
trario ... No encuentra límites mi admiración al ver cómo
la razón de Aristarco y Copémico pudo hacer semejante vio­
lencia contra sus sentidos y, a pesar de ellos, hacerse dueña
de su credulidad.” 324
2 Y hasta en ocasiones la razón da a los
sentidos una oportunidad de corregir sus propios juicios equi­
vocados, por ejemplo mediante la invención de instrumentos
como el telescopio.
Fue en gran parte debido a la aceptación de la astrono­
mía copernicana, y a su confirmación mediante sus propias
observaciones telescópicas, que üalileo insistió sobre los he­
chos corrientes que revelan ilusiones de los sentidos. Por
cada Lecho que señalaba la infidelidad de los sentidlos pre­
sentaba muchos otros que tendían a establecer la vauefez
de sus soluciones matemáticas. Por una parte, no podemos
negar que son los sentidos los que nos ofrecen el mundo que
23 Ttoo Great Systems, págs. 224 y sig.
24 Two Great Systems, pág. 301,
86 CALILEO
debemos explicar; por otra, tenemos igual certeza de que no
nos dan el orden racional que es el único que ofrece la ex­
plicación deseada. Esta última es siempre matemática y
sólo puede lograrse por los métodos corrientes de la demos­
tración matemática. “Las propiedades pertenecientes al mo­
vimiento uniforme se han discutido en la sección precedente;
pero aún queda por considerar el movimiento acelerado.
Ante todo, parece deseable encontrar y explicar una defini­
ción que sea lo más adecuada a los fenómenos naturales, por­
que cualquiera puede inventar un tipo arbitrario de movi­
miento y discutir sus propiedades; así, por ejemplo, algunos
han imaginado hélices y concoides descriptas por ciertos mo­
vimientos que no se hallan en la naturaleza, y han estable­
cido de una manera muy acertada las propiedades que estas
curvas poseen en virtud de sus definiciones; pero hemos de­
cidido considerar el fenómeno de los cuerpos que caen con
una aceleración tal como ocurre realmente en la naturaleza
y hacer que esta definición del movimiento acelerado presen­
te todos los rasgos esenciales de los movimientos acelerados
que se han observado. Y esto, finalmente, creemos haberlo
conseguido después de repetidos esfuerzos. Nos hallamos
confirmados en esta creencia principalmente al considerar
que los resultados experimentales parecen estar de acuerdo v
corresponder exactamente con las propiedades que, una tras
otra, hemos demostrado. Finalmente, en la investigación del
movimiento naturalmente acelerado nos vimos conducidos
como de la mano a seguir el hábito y costumbre de la natu­
raleza misma en todos sus demás procesos, es decir, a em­
plear sólo los medios más comunes, sencillos y fáciles.” 26
La pretensión de haber aplicado con éxito demostraciones
matemáticas a movimientos físicos ocupa aquí un lugar pre­
ponderante.
Lo mismo que en Képler, también en Galileo f r i­
cación de la naturaleza debe tormularse en términos exactos:
26 Two Creat Sciences, p¿gs. 160 y síg.
EL MÉTODO DE GALILEO 87
el fundador de la dinámica no piensa en un vago pitagoris­
mo. Podríamos haberlo deducido de sus propios descubri­
mientos; pero además nos lo dice explícitamente: “Tampoco
basta con esto [con el conocimiento de que los cuerpos caen
con una velocidad acelerada] sino que es necesario saber en
qué proporción se cumple la aceleración; problema que no
creo haya entendido ningún filósofo o matemático hasta la
fecha, aunque los filósofos, y particularmente los peripaté­
ticos, han escrito grandes volúmenes acerca del movimien­
to.” 20
En conjunti^j pues, el método de Q§lileo puede agilizarse
en tres partey intuición o resoluctowwmo&rqcUn'W *expefP
mentó, según sus términos favoritos. Enfrentándonos al mun­
do de la experiencia sensible aislamos y examinamos tan
plenamente como se pueda un cierto fenómeno típico, a fin
de intuir primero los elementos sencillos y absolutos en base
a los cuales se les puede dar forma matemática de la manera
más fácil v completa. Dicho de otro modo, esto significa re­
solver el hecho percibido en elementos cuantitativamente
combinados. Si hemoTreaEzado adecuadamente este primar
paso no necesitamos más los hechos sensibles; los elementos
así alcanzados son sus ingredientes reales, y las demostra­
ciones deductivas que se hagan a partir de ellos por proce­
dimientos puramente matemáticos —he aquí el segundo
paso—siempre deben ser verdaderos en casos similares, aun­
que a veces sea imposible confirmarlos empíricamente. Esto
explica el tono atrevido de sus pasajes más apriorísticos. Sin
embargo, para tener resultados más seguros, y especialmente
para convencer con ejemplos sensibles a quienes no compar­
ten esta confianza en la posibilidad de una aplicación mate­
mática universal, es conveniente hacer en la medida de lo
posible demostraciones cuyas conclusiones sean susceptibles
de comprobarse con experimentos. Con los principios y ver-
dades así obtenidos, podemos pasar a fenómenos más com-
20 Two Great Systems, pág. 144.
88 CAULEO
piejos y descubrir las leyes matemáticas suplementarias im­
plicadas en ellos. Se puede determinar fácilmente por sus
confesiones biográficas, en especial las que figuran en Diá­
logos sobre las dos ciencias nuevas 27, que Galileo ha seguido
realmente estos tres pasos en sus importantes descubrimien­
tos en el campo de la dinámica.
Otra cuestión se suscita entonces: esta notable estructura
matemática del mundo que hizo posible las grandiosas con­
quistas científicas de la astronomía de Copémico y la diná­
mica de Galileo, ¿es algo último o se puede reducir a otra
cosa? Si una base religiosa fuera una explicación, la segunda
parecería ser la respuesta paqi Galileo v iépler. Kl rondo
neoplat¿nico de la matemática y astronomía dé la época pe­
netraron con fuerza en el espíritu del científico italiano,
como en tantos otros científicos menores. Al usar libremente
la palabra "naturaleza" no pretende negar una última inter-
pretación religiosa de las cosas. Gracias a su conocimiento de
la naturaleza, inmediato y creador, Dios introduce mental-
mente en el mundo una rigurosa necesidad matemática que
memos alcanzar trabajosamente por medii10
nosotros sólo podemos
de resoluciones y demostraciones. Uios es un geómetra en
sus creaciones y ha hecho que el mundo sea un sistema to­
talmente matemático. La diferencia entre su conocimiento
de las cosas y el nuestro es que el suyo es completo, el nues-
tro, parcial; el suyo inmediato, el nuestro discursivo. “La
verdad, que conocemos por medio de las demostraciones ma­
temáticas, es la misma que conoce la Divina Sabiduría;
pero... la manera como Dios conoce las proposiciones infi­
nitas, de las cuales sólo algunas entendemos, es muy supe­
rior a la nuestra, que procede discursivamente al pasar de
una conclusión a otra, mientras él la conoce por una intui­
ción o pensamiento simple." IPara Dios, la captación dé la
esencia de las cosas significa la comprensión inmediata, sfn
razonamiento temporalice sus infinitas implicaciones. "Ahora
27 Cf. especialmente pág. 178.
EL MÉTODO DE GALILEO 89
bien, estas inferencias que nuestro intelecto aprehende en el
tiempo y gradualmente, la Divina Sabiduría, como la luz,
las penetra en un instante, que es como decir que las tiene
siempre presentes.” 28 Dios conoce infinitamente más propo­
siciones que nosotros, pero en aquellos casos en que las com­
prendemos tan enteramente que percibimos su necesidad.
es decir, en las demostraciones de la matemática pura, nues­
tro entendimiento iguala al divino en certeza objetiva.
Debido a este fundamento religioso de su filosofía, Gali­
leo se atrevió a decir que los pasajes dudosos de la Escri­
tura tenían que interpretarse a la luz de los descubrimientos
científicos y no al revés. Dios ha hecho del mundo un inmu­
table sistema matemático, permitiendo que con el método
matemático logremos absoluta certeza en el conocimiento
científico. Las discrepancias de los te¿logos acerca del sig­
nificado de la Escritura constituyen amplio testimonio del
hecho de que aquí ninguna certeza es posible. ¿No es evi­
dente entonces cuál debe determinar el verdadero sentido
del otro? “Pienso que en la discusión de los problemas na­
turales, no debemos empezar con la autoridad de la Es­
critura, sino con los experimentos y las demostraciones ne­
cesarios, pues tanto la Sagrada Escritura como la Naturaleza
proceden del Verbo divino... La naturaleza es inexorable
e inmutable y nunca sobrepasa los límites de las leyes que se
le fian asignado... En cuanto a ios efectos naturales, pienso
que lo que la experiencia sensible pone ante nuestros ojos
o lo que nos prueban las demostraciones necesarias no debe
de ningún modo ponerse en tela de juicio, y mucho menos
debe ser condenado en base al testimonio de los textos de
la Escritura cuyas palabras puedan ocultar sentidos aparen­
temente contrarios... Y Dios no se nos aparece menos ad­
mirablemente en las acciones de la Naturaleza que en las sa­
cras palabras de la Escritura.” 29 Y trae a colación como
28 Two Great Systems, págs. 86 y sig.
20 Letter to the Grand Duchess, 10, 15.
9C CALILEO
argumento ortodoxo a su favor la sentencia de Tertuliano
según la cual conocemos a Dios primero por la naturaleza*y
después por la revelación.

C. LA SUBJETIVIDAD DE LAS CUALIDADES SECUNDARIAS


Las necesidades inherentes a esta metafísica de base ma­
temática arrastraron inevitablemente a Caldeo, como a Ké-
pler, a la doctrina de las cualidades primarias y secundarias.
Pero en el genio italiano la doctrina aparece en forma mucho
más notable y desarrollada. Galdeo distingue claramente en­
tre lo que en el mundo es absoluto. nhfetivo. inmutable v
matemático, de lo que es relativo, subjetivo, fluctuante y sen­
sible. Lo primero es el reino del conocimiento divino y h u -
mano; lo segundo, el reino de la ilusidn y la oninion. La as­
tronomía copemicana y ios descubrimientos de las dos nue­
vas ciencias deben acabar con nuestro supuesto natural de
que los objetos sensibles son los objetos reales o matemáti­
cos. Exhiben ciertas cualidades, que, tratadas Hú­
mente, nos llevan al conocimiento del objeto verdadero; estos
I sonjasjnialiclaclesjeales^ojmmariasconm
magnitud, posición y movimiento qiié^ue3éTTamEÍCTiex-
presarse en forma matemática, y que_Jiingún esfuerzo jje
nuestra parte puede separar de los cuerpos. La realidad del
universo es geométrica. Las determinaciones últimas de la
naturaleza son aquellas que hacen posibles ciertos conocí-
i mientos matemáticos. La^ restantes cualidades, a menudo
mucho más notables para los sentidos, son secundarias, efec­
tos subordinados qe las^cualidades primarias. j
La afirmación de Galileo de que las cualidades secunda­
rias son subjetivas es de la mayor importancia. Kénler no
había enunciado claramente esto posición. Aparentemente
para él las cualidades secundarias, como las primarias, se
hallan en el mundo astronómico; aunque las primeras no
CUALIDADES SECUNDARIAS 01
son tan fundamentales o reales. Caldeo se adhirió ple­
namente a la identificación platónica del reino de la opi­
nión cambiante con el reino de la experiencia sensible, he­
redando así todas las influencias derivadas de los atomistas
antiguos que acababan de renacer en la gnoseologia de pen­
sadores como Vives y Campanella. Los elementos confusos
e inciertos que aparecen en la imagen sensible Je ia natu­
raleza son, en parte, efecto de los sentidos mismos. La ima-

f en empírica posee estos rasgos confusos e ilusorios porque


a pasado a través de los sentidos. Se considera a las cua­
lidades secundarias como efectos producidos en los sentirlos
S or las cualidades primarias, que constituyen lo único real
e la naturaleza, fcn cuanto concierne al objeto mismo, no
son nada más que nombres. También esta doctrina se apo­
yaba en consideraciones tomadas de la astronomía copemi-
cana. Así como la apariencia engañosa de que la Tierra está
en reposo surge de la posición y el movimiento local del ob­
servador, así también estas engañosas cualidades secunda­
rias provienen del hecho de que nuestro conocimiento de
los objetos está mediatizado por los sentidos.
Caldeo presenta de manera notable esta doctrina impor­
tante y radical en un pasaje de II Saggiatore donde discute la
causa del calor. Después de afirmar que el movimiento es
la causa del calor, Caldeo explica largamente lo que él quie­
re decir.
“Pero quiero primero hacer un examen de lo que llamamos 'calor',
cuya idea corriente según mi opinión, dista mucho de la verdad, pues se
supone que es un accidente, afección y cualidad verdadera que se halla
realmente en la cosa que percibimos como caliente. Afirmo, sin em­
bargo, que me siento efectivamente constreñido a pensar que un pe­
dazo de materia o sustancia corpórea está por naturaleza limitado y
tiene una figura determinada, que con relación a otros es grande o
pequeño, que está en este o en aquel lugar, ahora o después, que está
en movimiento o en reposo, que está o no en contacto con otro cuerpo
que es simple o compuesto. En suma, la imaginación no puede separar
ai cuerpo de estas condiciones. Pero mi espíritu no se ve forzado a reco­
nocer que el cuerpo esté necesariamente acompañado por condiciones
92 R AT.TT.Ff>
tales como blanco o rojo, amargo o dulce, sonoro o mudo, agradable
o desagradable. Asi, si los sentidos no la acompañaran, tal vez la razón
o la imaginación por si misma nunca habrían llegado a ellas. Por eso
pienso que, por el lado del objeto en que parecen existir, estos sabo­
res, olores, colores, no son nada más que meros nombres. Estas cuali­
dades se encuentran únicamente en el cuerpo, de manera que si des­
apareciera el animal quedarían aniquiladas y abolidas. Sin embargo,
cuando les ponemos nombres particulares, diferentes de los que co­
rresponden a los accidentes reales y primarios, tenemos la propensión
a creer que existen tan real y verdaderamente como éstos. Un ejemplo
explicará más claramente lo que quiero decir. Paso la mano, primero
por una estatua de mármol, después por un hombre. Los efectos de
la mano, considerada en si misma, son los mismos, trátese de uno u
otro objeto —accidentes primarios, a saber: el movimiento y el tacto—,
poro el cuerpo animado que sufre esa operación experimenta varias
afecciones según las diferentes partes que se tocan; asi si se toca la
planta del pie, la rodilla o la axila, además de contacto, el cuerpo
siente lo que se llama 'cosquilleo*. Ahora bien, esta sensación es ente­
ramente nuestra; y no pertenece a la mano en absoluto. Y me parece
que mucho errarían quienes afirmasen que la mano posee en si misma,
además del movimiento y el tacto, una facultad diferente de ellas, la
facultad del cosquilleo. De este modo el cosquilleo sería un accidente
que existe en la mano. Si se frota con un pedazo de papel o una
pluma una parte cualquiera de nuestro cuerpo se tiene en ambos
casos la inisina operación, esto es movimiento y contacto; pero si el
contacto se produce entre los ojos, en la nariz o bajo sus ventanas
provena» un cosquilleo intolerable, aunque en otra parte sea difícil sen­
tirlo. Ahora bien, el cosquilleo está en nosotros y no en la pluma, de
forma que si desapareciera el cuerpo animado y sensitivo no seria
nada más que un mero nombre. Estas cualidades —sabor olor color.
etcétera.— atribuidas a los cuerpos naturales no poseen, en mi opi­
nión j otra existencia que é s ta .30
Al adoptar la teoría atómica de la materia. Galileo amplié
la doctrina con respecto a la forma como se presentaba en
Képler. Képler no tenia necesidad del atomismo porque las
armonías matemáticas del mundo astronómico, que él se es­
forzaba en descubrir, eran vastas relaciones matemáticas
entre los cuerpos celestes. Pero Galileo. al aplicar la mate­
mática a los movimientos terrestres, juzgó conveniente su-
80 Opere, IV, 333 y sig.
CUALIDADES SECUNDARIAS 93

S er cpie la materia se resuelve en “átomos indivisibles.


Hitamente pequeños** 31„ con lo cual podía explicar los
cambios de los sólidos en líquidos y gases, y resolver pro­
blemas como el de la cohesión, expansión y contracción, sin
necesidad de admitir lía existencia de espacios vacíos en
ios cuerpos sólidos o la penetrabilidad de la materia.32 fistos
átomos no poseen más que cualidades matemáticas, y sus
variados movimientos, al actuar sobre los sentidos, son los
que producen las perturbadoras experiencias secundarias^
Cali leo examina detalladamente c¿mo las diferencias en el
numero, peso, iofma*y"velocidad de Tos átomos es qausa de
las diferencias que se experimentan en las sensaciones del
pisto, olor v sonido. •
Es difícil resolver la cuestión tocante a las relaciones his­
tóricas del atomismo de Galileo. No da preeminencia a los
átomos y es evidente que el lugar que ellos ocupan en su
obra es más accesorio que fundamental. Sus observaciones,
sin embargo, parecen indicar que su pensamiento se ha adhe­
rido no sólo al atomismo geométrico del Timeo, que subyace
en las concepciones de Copémico y Képler, sino también a la
filosofía de Demócrito y Epicuro. Gableo no incluye siem­
pre el peso entre las cualidades primarias de los átomos.
Cuando lo hace, parece que fuera por haberse visto obliga­
do a incluirlo por consideraciones derivadas de sus propios
trabajos más que de una tradición antigua. “Antes de pasar
a otro tema, quiero llamar vuestra atención al hecho de que
estas fuerzasf resistencias, momentos, figuras, etc., pueden
considerarse en abstracto, disociadas delamateria, o en con­
creto asociadas a la materia. JJe adufeme las propiedades que
pertenecen a las figuras que son meramente geométricas y
no materiales deben modificarse cuando llenamos ele mate­
ria estas tormos y les imprimimos peso,*’34~ Ótiserva luego
31 Two New Sciences, pág. 40.
32 Two New Sciences, pág. 48.
33 Opere, IV, 335 y sig.
34 Two New Sciences, págs, 112 y sig.
94 GALILEO
que cuando una figura geométrica se llena de materia se
toma ipso fado una “fuerza” o “un momento”, términos no
filosóficos a los que Galileo trató de dar, antes que nadie,
un exacto significado matemático. No obstante, la metafísica
materialista de los antiguos atomistas revivía a la sazón bajo
auspiciosas influencias. La obra de Gassendi y Magnenus no
apareció hasta mediados del siglo xvn, pero Francisco Bacon
había vuelto ya a Demócrito como posible sustituto del aristo-
telianismo en algunas doctrinas cosmológicas; Lowcnheim 35
ha logrado descubrir algunas referencias a Demócrito en el
mismo Galileo.30 El pensador italiano no aplicó mayormen­
te las ideas más destacadas del pitagorismo, en especial la
ele figuras perfectas, señalando que la perfección en cual­
quier cosa depende por entero del uso que de ella se hace.
Acaso, el atomismo de Galileo y sus corolarios mecánicos se
deban en gran medida a la infiltración a través de las épo­
cas intermedias, de algunas ideas fragmentarias de los gran­
des materialistas griegos, en especial tal como las popula­
rizó su discípulo el poeta romano. En verdad, la doctrina de
las cualidades primarias y secundarias, con la causalidad
inherente a los átomos, según hemos señalado, exhibe los vi­
gorosos caracteres de una teoría democrítica puesta al día y
acomodada al nuevo programa matemático. El filósofo anti­
guo había enseñado una teoría similar sobre el subjetivismo
de las cualidades secundarias, y a este aspecto de la doctrina
vuelve Galileo con vehemencia.
“No creo que los cuerpos exteriores para provocar en nosotros estos
sabores, olores y sonidos deban tener otra cosa que tamaño, figura, nú­
mero, y movimiento rápido o lento; y juzgo que si desaparecieran el
oído, la lengua y la nariz, seguirían existiendo las figuras, los números,
los movimientos, pero no los olores, sabores y sonidos que, sin el ani­
mal vivo no son más que nombres, tal como el cosquilleo no es más
que un nombre si desaparecen la axila y la membrana nasal; .. .y 36
36 L. Lowenheim, Dcr Einjluss Demokrits attf Galilei (Archiv fiir
Geschichte der Philosophie, 1894).
30 Por ejemplo, Opere, XII, 88.
CUALIDADES SECUNDARIAS 95
volviendo a mi primera afirmación, después de haber comprobado que
muchas sensaciones que se reputan cualidades de los objetos exterio­
res no existen realmente más que en nosotros y que sin nosotros
son solamente nombres, digo que me siento muy inclinado a creer
que el calor pertenece a esta clase de afecciones y que la cosa que
produce en nosotros el calor y nos hace percibirlo, llamada comúnmen­
te fuego, es un conjunto de diminutos coipúsculos de esta o aquella
forma, animados de un movimiento de esta o aquella velocidad...
Pero no creo que además de figura, número, movimiento, penetrabili-
dad, haya en el fuego otra cualidad, el calor. Creo que las cosas
son como ya he indicado y esto de tal forma que si desapareciera
el cuerpo animado y sensitivo el calor no sería más que una mera
palabra." 37
Merece la pena que nos detengamos un momento en esta
forma de la doctrina de Galileo sobre las cualidades prima­
rias v secundarias porciué su influencia en el pensamiento
moderno ha sido incalculable. Es un paso fundamental en
el camino que lleva a desterrar el hombre del gran mundo
de la naturaleza y tratarlo como un efecto de lo que ocurre
en ella. Esto ha constituido un rasgo constante de la filoso­
fía ele la ciencia moderna, un procedimiento que significa
enormemente el campo de la ciencia, pero que ha traído en
su estela los grandes problemas metafísicos, y sobre todo
gnoseológicos, de la filosofía moderna. Hasta la época de Ga­
lileo se daba por sentado que el hombre y la naturaleza eran

« artes integrantes de un todo mayor, en el cual el puesto


el hombre era lo más importante. Cualesquiera que fueran
las distinciones que podían hacerse entre el ser y no ser,
entre lo primario y lo secundario, el hombre era considera­
do fundamentalmente como relacionado con lo positivo y
lo primario. Esto es bastante claro en Platón y en Áristóte-
les, y la misma observación cabe hacer de los materialistas
antiguos. El alma del hombre, para Demócrito, estaba com­
puesta de los átomos de fuego más sutiles y móviles, por
lo cual estaba aliada a los elementos activos y causales del
mundo exterior. Para todos los pensadores antiguos y medie­
37 Opere, IV, 336 y sig.
96 GAULEO
vales de importancia el hombre era un auténtico microcos-
nia En el hombre se representaba Ja unión de las cosas pri-
*marias y secundarias de tal modo que simbolizaba verdade­
ramente las relaciones de las cosas en el vasto macrocosmo,
ya se considere Jo real y primario como idea, ya como sus-
tancia material. Ahora bien, al traducir esta distancia entre lo
primario u lo secundario en términos acomodados a una nueva
interpretación mateirmtlca de la naturaleza. tenemos el pri­
mer jxiso de la interpretación que excluye al hombre de su
reino real u primario] Es claro que el hombre no es un tema
susceptible de estudio "matemático, bus realizaciones no pue­
den ser sometidas a un método cuantitativo, salvo superfi­
cialmente. Su vida está hecha ele colores y sonidos, de place-
res y dolores, de amores ardientes, de ambiciones y conatos.
De aquí que el mundo real sea el mundo exterior al hom­
bre: el mundo astronómico y el mundo de los objetos terres­
tres que están en reposo unos, y en movimiento otros. Lo
único común entre el hombre y este mundo real era su ca­
pacidad para descubrirlo. Este hecho, que se presuponía ne-
cesariuincntc, con facilidad era pasado por alto y no bastaba
de ningún modo para elevarlo al nivel de la realidad y la
eficacia causal que él podía conocer. Es muy natural que
junto con la exaltación del mundo exterior como lo más pri­
mario y real se le atribuya mayor dignidad y valor.38 Cali-
leo mismo se encargó de ello. La vista es el mejor de los
sentidos porque tiene relación con la luz, el mejor de los ob­
jetos. Pero comparada con ella, la vista es inferior como lo
finito lo es en comparación con lo infinito, lo temporal con
lo instantáneo, lo divisible con lo indivisible y hasta la oscu­
ridad con la luz. En relación con esto son también patentes
las conexiones con el mundo antiguo. Platón y Aristóteles
habían enseñado que lo que el hombre es capaz de conocer,
el reino de las Ideas o las formas, es superior al hombre mis­
mo. Pero en Galileo se observa una diferencia de mayor al-
38 Opere, IV, 336.
MOVIMIENTO, ESPACIO Y TIEM PO 97
cance. Los rasgos del mi
canee. mundo, considerados ahora como sc-
cúndanos, irreales, innoh BSCWsrnTsnrsfftHTTSHf*e Ta apariencia
engañosa de los sentidos son justamente los que tienen para
el nombre mayor intensidad, salvo en su actividad teórica,
y aun en ésta, cuando se limita estrictamente al método ma­
temático. Era mévitapie que en estas circunstancias apare-
<ciera el hombre fuera del mundo real noraue era concebido
como un haz de cualidades secundarias. De este modo se ha
preparado totalmente el escenario para que ha^a su apari­
ción el dualismo cytesiandjmor una parte, el remo primarlo
o matemático: f1U otra, el reino del hombre. La existencia
independiente todo cuanto tiene valor e importancia se
atribuyen al primero. Por primera vez en la historia del pen­
samiento el hombre aparece como espectador y efecto insig­
nificante del gran sistema matemático que constituye la sus-
tancia de la realidad.

D. EL MOVIMIENTO, EL ESPACIO Y EL TIEMPO


Hasta aquí hemos venido estudiando sobre todo el des­
arrollo de las posiciones filosóficas de Galileo, ya alcanzadas
por Képler. Pero el hecho de que Galileo se dedicara al es­
tudio de los cuerpos en movimiento, incluyendo los cuerpos
fisicos de la experiencia cotidiana en la superficie de la Tie­
rra, produjo en su filosofía notables añadidos que iban más
allá cLm lo sugerido por el astrónomo alemán. En primer
lugaysu abandono explícito de la causalidad final como
prinapio explicativo. Conviene recordar la manera como
Aristóteles v los escolásticos analizaban los movimientos te-
rrestres o “locales". Como los análisis se enderezaban a res­
ponder a la cuestión por qué se producen más bien que cómo
se producen, tenían en cuenta sobre todo las_sustancias im­
plicadas en un movimiento dado. De aquí el predominio de
palabras y expresiones como "acción”, “pasión”, “causa efi-
CALILEO
cíente”, “fin”, “lugar natural”. Casi nada se decía del movi­
miento mismo, con excepción de algunas distinciones ele­
mentales que se hicieron entre el movimiento natural y el
violento, el movimiento en línea recta y el circular, etc. El
porqué del movimiento constituía el objeto del estudio, y el
estudio se llevaba a cabo en términos ae. cualidad y j e sus­
tancia. ConJ^ajjleo. en cambio, el cómo del movimiento se
convierte_en_obieto del análisis y es estuUiadóToíTermétodo
de las ciencias matemáticas.
Es evidente que la terminología teleológica de los escolás­
ticos ya no servía, y el claro espíritu de Calileo advirtió la ne­
cesidad de desarrollar una nueva terminología quejradujese
el proceso del movimiento mismo, de modo eme los matemá­
ticos tuvieran un tirme punto de apoyo en los fenómenos. En
esto reside una narte esencial del primer naso de su método
científico: la percepción intuitiva de un ynino de hechos, de
elementos tales que, combinados cuantitativamente, produz­
can los hechos observados. Para esta gigantesca tarea poca
ayuda ¡jodian brindarle los trabajos de los matemáticos ante­
riores y contemporáneos. Sin duda, la astronomía siempre ha­
bía sido considerada como una rama de la geometría aplicada
y por eso se había reconocido que el movimiento era un con­
cepto geométrico. La obra de Copémico había intensificado
el estudio matemático del movimiento y de ello es un ejem­
plo notable el gran interés que se suscitó entre diversos geó­
metras de la época por varias figuras engendradas por movi­
mientos curiosos que se habían observado. Las propiedades
de la cicloide fueron estudiadas por casi todos los principales
geómetras de la época, tanto por los que se suponían intere­
sados en la matemática pura como por aquellos que, como
Calileo y Torricelli, se ocupaban especialmente de mecánica.
Pero el problema de Galileo era nada menos que la creación
de una nueva ciencia matemática para reemplazar la tísica
idealista de los escolásticos. Como es natural, el principio de
que se valió para desarrollar la nueva terminología consís^
MOVIMIENTO, ESPACIO Y TIEMPO 99
tía en tomar términos del habla corriente que hasta entonces
no tenían significado preciso, como "fuerza”, "resistencia”,
^movimiento , velocidad'', "aceleración", etc., y darles un
exacto sentido matemático; es decir, definiéndolos de tal
modo que pudieran agruparse con las definiciones familiares"
a los matemáticos: lineas, ángulos, curvas y figuras. Gameo
ño reconoció, por supuesto, esta exigencia ni la cumplió de
la manera completamente sistemática que quisiéramos; pero
el mismo Newton fue víctima de algunos errores y confu­
siones en este sentido. Galileo ofrece las nuevas definiciones
cuando le parece necesario hacerlo, y en muchos casos el
significado preciso debe inferirse de su uso más bien que de
su enunciado específico. Pero1de su nueva terminología sur-
gen ciertas consecuencias muy importantes para la metafísica
de la ciencia moderna.
Ante todo, el estudio matemático del cómo del movimiento
hace resaltar inevitablemente los conceptos^ de espacio y

S o. Cuando estudiamos matemáticamente un movimien-


resolvemos en ciertas unidades de espacio recorridas
en ciertas unidades de tiempo. Los antiguos lo habían re­
conocido rudimentariamente en la astronomía. Determinar
con métodos matemáticos cualquier movimiento planetario
significaba correlacionar las posiciones sucesivas del planeta
en la esfera celeste con ciertas posiciones en la sucesión evi­
dentemente regular de las estaciones, días y horas, que eran
las medidas aceptadas de la época. Pero todo esto siguió des­
vinculado de las ideas metafísicas de los antiguos, pues
como estas ideas estaban sobre todo determinadas por con­
sideraciones referentes a la vida y a los intereses humanos, se
expresaban según hemos visto, en una terminología comple­
tamente diferente. No se advertían las gandes consecuen­
cias de un posible análisis cuantitativo del movimiento en
liase a los conceptos de espacio y tiempo, y las cuestiones úl­
timas acerca de la naturaleza de éstos se planteaban en
otros contextos. Hay que recordar que el método cualitativo
100 CAULEO
al contrario del método cuantitativo que encontramos en la
física de Aristóteles y en la Escolástica, no sólo daba muy
poca importancia al espacio y al tiempo, sino que condujo,
al menos en el primero, a una definición que estaba funda­
mentalmente en desacuerdo con la dada por los platónicos y
pitagóricos y que se ajustaba más al método matemático.
Según Aristóteles el espacio no es algo subyacente a los ob-
jetos, algo ocupado por ellos, sino el límite entre un objeto
y los que lo rodean. El objeto mismo era una sustancia cua­
litativa más bien que una cosa geométrica. La nueva ciencia
silo lentamente podía superar los hábitos de pensar fomen­
tados por este aspecto de la física aristotélica. La gente no
podía acostumbrarse en seguida a la idea de que los obje­
tos y sus relaciones eran esencialmente matemáticos. A esto
contribuyó, sin embargo, el renacimiento del neoplatonismo
y los progresos matemáticos de la época que culminaron con
la astronomía de Copémico. Se identificaba el espacio físico
con el reino geométrico, y el movimiento físico adquiría el
carácter de un concepto puramente matemático. De aquí
Cjue en la metafísica de Ga ileo, el espacio (o distancia! v el
- tiempo se conviertan ch categorías fundamentales. El mun­
do real es el muiulo de los cuerpos en movimiento que puede
ser analizado matemáticamente, y esto significa que el mun­
do real es el mundo de los cuerpos que se mueven en el es-
Ipació y en el tiempo. En lugar de las categorías teleológicas
que la escolástica utilizaba para analizar el cambio y el mo­
vimiento, tenemos ahora que a estas dos entidades, antes in-
significantes, se les da nuevos sentidos como continuos mate­
máticos absolutos y se las eleva a la categoría de las nocio­
nes metafísicas ultimas. JPara decirlo nuevamente, el mundo
reaTes un mundo de movimientos que se traduce matemáti­
camente en relaciones de espacio y tiempo.
Con respecto al tiempo, hay en la obra de Caldeo aspec­
tos de especial significación para la metafísica moderna. Exa­
minar los hechos en términos de espacio o distancia signifi-
MOVIM IENTO, ESPACIO Y TIEM PO 101
calía conferir importancia y dignidad a un aspecto que los es­
colásticos consideraban meramente accidental, y dar de él una
definición distinta de la que ofrecían los que estaban influi­
dos en sus concepciones físicas por Aristóteles. Sin duda, esta
fue una transformación muy importante porque el mundo
de la naturaleza se convirtió de finito en infinito. Pero to­
cante al tiempo, la revolución intelectual caló más hondo,
lío es que se necesitara en especial una nueva definición
—la concepción del tiempo, como medida del movimiento,
aceptada por todas las filosofías anteriores, era aún bastan­
te aprovechable—, pero al sustituir las viejas categorías de
potencia y acto se ofrecía una nueva y radical concepción
ael universo, una concepción tal que la propia existencia
del hombre se tomaba sumamente enigmática.
Eri ja filosofía antigua anterior a Aristóteles, el cambio
(incluyendo por supuesto et movimiento^ no se explicaba
racionalmente: era negado, pasado por alto o admitido de
mala gana, o bien se lo deificaba. Aristóteles ofrecía sus
análisis de los hechos en términos de potencia y acto como
un medio para hacer inteligible el cambio. Este notable des­
cubrimiento pasó a ser desde entonces patrimonio común de
las más importantes corrientes de pensamiento, en especial
cuando el triunfo de los intereses religiosos puso en primer
plano las experiencias místicas del creyente. Este método
de análisis permite establecer de manera notable una con­
tinuidad lógica entre la transformación de la bellota en roble
o del roble en mesa y la unión con Dios en el éxtasis reli­
gioso en el cual el hombre, supremo en la jerarquía de la
materia informada, se pone en bienaventurado contacto con
la Forma Pura o Realidad Absoluta. Cuando los filósofos me­
dievales pensaban en lo que nosotros llamamos proceso tem­
poral tenían presente esta continua transformación de la po­
tencia en acto, transformación que culminaba en los extáticos
momentos en que se dispensaba a algún piadoso y trémulo
mortal la subyugante visio D el Dios era lo Uno que eterna-
102 GAULEO
mente existe y por su belleza perfecta pone siempre en mo­
vimiento todo cuanto es potencialmente portador de una exis­
tencia superior. Es la armonía divina de todos los bienes,
realizada en actividad ideal, eternamente presente, inmóvil,
^ero motor de todo cambio. Para decirlo en términos mo­
dernos, el presente es inmóvil pero continuamente absorbe
djuturo. oi di esto'nos parece abs
absurdo ello se debe a que
hemos seguido a Caldeo y liemos desterrado al hombre, con
su memoria y voluntad, del mundo real. En consecuencia, el
tiempo no se nos presenta más que como un continuo men­
surable; sólo el momento presente existe, v no como cantidad
temporal sino simplemente como una linea divisoria entre
una dilatación infinita de un pasado desvanecido v la ex­
tensión igualmente infinita de un futuro desconocido. Para
tai concepción es imposible considerar el movimiento tem­
poral como la absorción del futuro en lo actual o presente,
porque en realidad nada es actual. Todo cambia. Estam os
obligados a considerar el movimiento del tiempo como el
i la ir ^ 'T ii- i> |w i i, y «j i i i i ................... ..... ii f

(Je que ¿I hómbre puecla en eí presente pensar en el futuro,


es algo extraño y que requiere explicación, según los füósofos
modernos, y hasta Bergson, denodado adalid del tiempo vi­
vido, no hace sino presentarlo en términos de una bola de
nieve que crece constantemente. Esta idea es tan ajena a las
concepciones del hombre de ciencia moderno como a las del
escolástico del medioevo.39 Olvidamos que no formamos ya
parte del mundo real de la metafísica moderna y que el
tiempo como un continuo mensurable —línea divisoria del
presente que en silencio solemne y regular se mueve del pa­
sado muerto al futuro que aún no ha nacido— es una idea
80 Cf. el intento de Broad por introducir esta noción en física.
Scientific Thought, Part I, Ch. 2. Se insinúa un regreso al aristotelismo.
M OVIM IENTO, ESPACIO Y TIEM PO 103
cuya última validez metafísica depende de que nos exclu­
yamos para siempre del universo. Si somos una parte del
mundo, entonces la t de la física tiene que llegar a ser sólo
un componente parcial del tiempo re a ly unarDosoFíárnás
amplia, que así reconquistaríamos, podría considerar los he­
chos con vistas a atribuir el movimiento al futuro más bien
que al presente, mientras que la idea del pasado como algo
muerto y desvanecido quedara relegada en el olvido con
otros curiosos restos de una época ultramecánica.
Pero ahora asistimos al nacimiento de esa época. En lugar
de un proceso que actualiza lo potencial, tenemos el tiempo
como duración matemáticamente mensurable. Ha sido tam­
bién de capital importancia esta insistencia en afirmar que
la temporalidad del movimiento se reduce a exactos térmi­
nos matemáticos. Ello significa que el tiempo para la física
moderna no es nada más que una irreversible cuarta dimen­
sión. El tiempo, lo mismo que una dimensión espacial, puede
representarse con una línea recta y coordinarse con hechos
espaciales representados de manera similar.40 El estudio
exacto de las velocidades y aceleraciones obligó a Cableo a
inventar una técnica sencilla para la representación geomé­
trica del tiempo, muy adecuada como ilustración de sus teo­
rías. Con Galileo el mundo físico empieza a concebirse como
una máquina perfecta cuyos" ácSñFéaniieíiitórfüturos pueden
ser plenamente predichos y controlados por quien tenga
pleno conocimiento y dominio de lós movimientos presentes.
Eliminado~eT hombredél mundo réá% éstos aparecen some­
tidos por uña necesidad mecánica. Este pensamiento dio im­
pulso á la corriente que casi dos siglos después conduciría a
la famosa observación de Laplace, según la cual una inteli­
gencia sobrehumana que conociera la posición y el movi­
miento de los átomos en cualquier momento, podría predecir
el curso completo de los acontecimientos futuros. La supo­
sición de tal inteligencia en un mundo cuyo presente no es
40 Ttvo New Sciences, pág. 205.
104 GALILEO
más que el limite matemático y móvil entre el pasado y el
futuro —en realidad la existencia de cualquier inteligencia,
razón, conocimiento o ciencia en dicho mundo— da la im­
presión de algo anómalo. Sin embargo, los metafísicos mo­
dernos, en su desesperada lucha con las dificultades meno­
res de la nueva concepción del espacio, han tenido poco
tiempo o valor para abordar los escándalos más desconcer­
tantes que se presentaban en la nueva idea de tiempo. Des­
pués de todo, fue maravillosa la hazaña de Galileo al descu­
brir que en el tiempo hay algo que es susceptible de trata­
miento completamente matemático. Tras este asnecto de su
otra está la creciente exactitud desarrollada a través de siglos
de predicciones astronómicas y que acababa de dar un ma­
ravilloso salto con los trabajos de Tico Brahe. Los pensa­
dores estaban a la sazón bastante familiarizados con la idea
de que el movimiento es susceptible de medición exacta
para que un genio pudiera dar un paso más y descubrir el
tiempo matemático.
Ya nos hemos referido a los inventos de Galileo que tenían
por objeto determinar con mayor exactitud la medición tem­
poral tlcl movimiento,
liemos tenido más arriba ocasión de observar cómo las
investigaciones dinámicas enseñaron a Galileo que los cuer­
pos lisíeos poseen cualidades diferentes de las tradiciona­
les cualidades geo]fp^ripas y que son susceptibles de expre-
sión matemática. Sin duda, estas cualidades sólo se revelan
en diferencias de movimiento, ñero estas diferencias son es­
pecificas y de carácter matemático, cíe donde resulta que*es
ventajoso darles precisas definiciones cuantitativas. De esta
manera los conceptos tundamentales cíe la física moderna,
como fuerza, aceleración, momento, velocidad, etc., apare­
cen distintos de los conceptos geométricos. Los historiadores
de la ciencia han discutido con ardor en qué grado Galileo
anticipó la concepción newtoniana de la masa; pero nuestro
propósito es otro, y no tenemos por qué tomar parte en la
M OVIM IENTO, ESPACIO Y TIEM PO 105
disputa. La investigación de la caída de los cuerpos difícil­
mente habría obligado a llegar a dicha concepción, pues
todos los cuerpos caen con la misma aceleración. Es más
probable que sus experimentos con riostras horizontales de
distinto tamaño y proporción, en las cuales las diferencias
de peso producen notables variaciones en los resultados, fue­
ran la causa principal de su concepción do que los cuerpos
poseen una característica, relacionada con el peso y con la
resistencia, susceptible de tratamiento matemático.41 Faxa
oameo esta característica no se vinculaba íntimamente con
la primera ley del movimiento que —en la forma no siste­
mática en que la enunció—era un corolario general derivado
del hecho de que las fuerzas producen siempre aceleraciones
en los cuerpos y no simples velocrciades^ Galileo fue un des­
cubridor en muchas dé estas cuestiones y no es justo pedirle
grandes realizaciones o una coherencia inobjetable. Es im­
portante destacar, sin embargo, que Galileo se anticipó a
Descartes en la idea de que un matemático no puede satisfa­
cerse con el movimiento considerado como término general
de explicación, o con la posibilidad general de su expre­
sión matemática, ¿uerpos geométricamente iguales se mue­
ven de manera diferente cuancio csian cólócados en ía misma
posición con respecto a otros cuerpos iguales. El pensamien­
to de Galileo no era claro en este punto, pero percibió oscu-
ramente que no se lograría una completa física matem&tíca a
menos que estas diferencias pudieran expresarse de tal ma­
nera que todos ios movimientos tueran susceptibles ele un
exacto tratamiento cuantitativo.

41 Two Neto Sciences, págs. 2 y sig., 89.


106 CALTLEO

E. NATURALEZA DE LA CAUSALIDAD. DIOS Y EL


MUNDO FÍSICO. EL POSITIVISMO
¿Con qué concepción positivista de la causalidad sustituyó
Galileo la repudiada teleología de los escolásticos? Aquí nos
encaramos de nuevo con una doctrina que tiene profunda
significación para el pensamiento moderno. En Képler he­
mos visto la causa formal de la escolástica traducida a tér­
minos matemáticos. La causa de los efectos observados es
la belleza matemática y la armonía que en ellos se descubre.
Pero esta idea de la causalidad no satisfacía a Galileo porque
su pensamiento se movía más bien en términos dinámicos que
formales; además, Képler había operado con movimientos
muy simples y uniformes, y en este caso era fácil contentarse
con una causa formal. Galileo. por el contrario, estaba inte­
resado fundamentalmente en los movimientos acelerados, y
éstos presuponen siempre Ide acuerdo con su terminología)
alguna fuerza o fuerzas como causa. De aquí que la causa
de todo movimiento simple y uniforme tenga que expresarse
en términos de fuerza. Pero ant ^ de ahondar esta concep-
ción es menester observar sus relaciones con la doctrina de
las cualidades primarias y secundarias, con la eliminación
del hombre del mundo real y con el cambio en la noción
científica de Dios, alentadas por esta completa revolución.
La filosofía medieval había tenido su adecuada concepción
de Dios cuando intentó resolver el último porqué de los he­
chos en lugar de su inmediato cómo; de este modo puso de
relieve el principio de la causalidad final, pues la respuesta
a tal cuestión sólo podría darse en términos de utilidad o pro­
pósito. Aquí nos encontramos con la jerarquía teleológica de
las formas aristotélicas que culmina en Dios o en la Forma
Pura, y el hombre ocupa, entre él y el mundo material, una
posición intermedia en cuanto a realidad e importancia.
DIOS Y EL MUNDO FÍSICO 107
rial podría explicarse principalmente en función de su utili­
dad para el hombre, y el parqué final de las actividades hu­
manas en tuncion de la eterna búsqueda de la unión con
Dios. Ahora bien, habiéndose desterrado del reino primordial
—que para Galileo se identifica con átomos materiales en
relaciones matemáticas—la superestructura que va del hom­
bre hacia arriba, y convertido el cómo de los hechos en único
objeto de ciencia exacta, no quedaba lugar alguno para~la
causalidad tina!. £1 mundo real es simplemente una sucesión
de movimientos atómicos en continuidad matemática, iüñl
estas circunstancias la causalidad sólo podría alojarse de una’
manera inteligible en los movimientos de los átomos mismos,
porque todo cuanto ocurre es considerado únicamente como
efecto de los cambios matemáticos de estos elementos mate­
riales. Hemos puntualizado ya la relación de esto con la doc­
trina de las cualidades primarias y secundarias, para lo cual
Galileo encontró algún apoyo en la obra de Képler y en las
concepciones atribuidas tradicionalmente a los atomistas an­
tiguos. Pero ; qué hacer con Dios? Habiéndose eliminado la
causalidad final, el Dios aristotélico parecía irremisiblemen­
te perdido. Negarlo por completo era, sin embargo, un paso
demasiado radical que ningún pensador importante podía
dar en tiempos de Galileo. La única forma de conservarlo en
el universo era invertir la metafísica aristotélica y considerar­
lo como Primera Causa Inficiente o Creador de los átomos.
Esta doctrina había sido ya conocida en algunos rincones de
Europa y tomada probablemente de algunos pensadores ára­
bes que intentaron reconciliar así el atomismo con el teísmo
mahometano.42 Se compaginaba también en muchos aspectos
con la imagen cristiana popular de Dios, construyendo el
mundo de la nada. Así Dios deja de ser, en cualquier sentido
importante, El Supremo Bien; es un enonne inventor mecá­
nico. a cuyo poder se acude meramente para dar cuenta de
42 Windelband, History of Philosophy (trad. de Tufts), New York,
1907, pág. 817.
108 GALILEO
las primeras apariencias de los átomos y a medida que pasa
el tiempo se hace cada vez más irresistible la tendencia* a
introducir todas las demás causas en los átomos. Galileo, sin
embargo, no lo hace claramente. Parecía existir alguna invi­
sible realidad presente que producía las aceleraciones que
pueden observarse en los cuerpos. Los movimientos atómicos
son considerados sjmpkmiante como, causas secundarias de

los hechos v las causas primeras o últimas se conciben siem­


pre en términos de fuerza.43
“No puede haber sino una sola causa primera y verdadera
de los efectos de la misma clase”, y entre esta causa primera
y sus diferentes efectos hay una relación firme y constante.
Galileo quiere decir que para diferentes clases de movimien­
tos matemáticamente expresables hay una causa primaria o
fuerza indestructible de la cual depende siempre para pro­
ducir sus efectos.44 Las principales señales o características
43 Two Greta Systems, pigs. 381, 407.
** Cf. Two New Sciences, págs. 95 y sig.
DIOS Y EL MUNDO FÍSICO 109
de estas causas últimas son la identidad, uniformidad y sim­
plicidad, aspectos que son esenciales^ sus electos han de
ser frutados cuantitativamente. La gravedad es un ejemplo
de estas fuerzas primarias más notables. Por el contrario, las
causas secundarias o inmediatas son siempre movimientos
específicos que sirven para hacer resaltar o poner en juego
las causas últimas. Los cuerpos en reposo, por ejemplo, no
adquieren por sí mismos movimiento, pues éste ha tenido
como causa un movimiento primero o una combinación de
movimientos. En este sentido secundario y más específico
de la causalidad “en su sentido propio debe llamarse causa,
a aquello cuya presencia acarrea siempre el efecto y cuya
ausencia lo nace desaparecer”.*15 Además cualquier altera­
ción en el efecto sólo puede obedecer a la presencia de al­
gún nuevo hecho en el movimiento o movimientos que cons­
tituyen la causa. Este aspecto de la doctrina galileana de la
causalidad estaba destinado a tener un desarrollo muy fruc­
tífero. En realidad, a veces Galileo se lamentó en su propia
obra que se confundiera el estudio de las propiedades de los
movimientos acelerados con las discusiones acerca de las
fuerzas que las producen.46 Y cuando el concepto de traba­
jo realizado se hizo fundamental en física, debido en gran
parte a los descubrimientos de Huyghens, estaba todo listo
para la doctrina final ya implícita en todo el movimiento de
que para la ciencia son movimientos tanto las causas como
los efectos, y que la causa es matemáticamente equivalente al
efecto en función del trabajo. Para decirlo en un lenguaje
más corriente, se trata aquí del postulado de la conservación
de la energía, porque la energía se revela siempre en forma
de movimiento. De este modo se hace inevitable la concep­
ción del mundo como una máquina perfecta, y no es casua­
lidad que encontremos esta posición inequívocamente pro­
clamada primera en Huyghens y (de un modo más filosófi-
« Opere, IV, 216.
** Two New Sciences, págs. 166 y sig.
110 GALILEO
co) en Leibniz. Esto estaba íntimamente vinculado a la nue­
va idea del tiempo como continuo matemático, y su contras­
te con los análisis escolásticos de la causalidad no pudo haber
sido mayor. En lugar de la explicación causal en términos
impropios de una metafísica que consideraba al hombre
como una parte determinante de la naturaleza y un eslabón
entre la materia y Dios, explicamos ahora la causalidad, ya
desterrado el hombre del mundo real, únicamente en térmi­
nos de fuerzas que se revelan en los movimientos expresa-
bles matemáticamente de la materia misma. —~
Pero ¿cuál es la naturaleza de estas últimas fuerzas que
se revelan en el vasto sistema de los movimientos que cons­
tituyen el mundo real? Si descubrimos que Galileo intenta re­
solver este problema, gran parte de la metafísica medieval
que había sido desterrada podrá retomar nuevamente. He
aquí la última prueba de la grandeza revolucionaria de Gali­
leo. En una época en que la irrefrenada especulación estaba
a la orden del día, encontramos un hombre con suficiente
contención para dejar sin resolver ciertas cuestiones últimas,
por estar más allá de la esfera de Ja ciencia positiva. Este as­
pecto agnóstico en Galileo sorprehde a quien está familiari­
zado con las corrientes de pensamiento de su generación
porque constituye un rasgo genial, superior incluso a sus ma­
ravillosas realizaciones constructivas. A buen seguro, su
agnosticismo no era tan cabal como llegó a ser más tarde
—Galileo nunca pensó negar la posibilidad de una última
respuesta religiosa a los problemas del universo—47, pero lo
bastante para asegurar a la ciencia la oportunidad para vic­
torias mas estupendas en lá interpretación matemática del
mundo. Impedía al hombre satisfacer sus inclinaciones ani-
místicas a expensas del carácter rigurosamente matemático
de la realidad y precipitó a la moderna metafísica en las per­
plejidades más curiosas. De acuerdo con GalileoT no cono-
cemos nada de la naturaleza íntima o esencia de la fuerza;
47 Two Creat Systems, págs. 385, 424.
DIOS Y EL MUNDO FÍSICO 11 1
sólo conocemos sus efectos cuantitativos en términos de mo-
vTmiciíloT
"Snlo. (Portavoz de Galileo). — Si él me asegura quién es el motor
de estos móviles (Marte y Júpiter), me comprometo a decirle quién
lineo mover al mundo. Mós aun, me comprometo a hacer lo mismo
si me dice quién mueve hacia abajo las partes del mundo.
"Simp. — La causa de esto es muy manifiesta, y todos saben que
es la gravedad.
"Salo. — .. .deberías decir que todos saben que se llama gravedad.
Pero no te pregunto por d nombre, sino por la esencia de la cosa...
no como si realmente entendiéramos más el principio o virtud que
mueve una piedra hacia abajo que el que la mueve hacia arriba,
cuando está separada de quien la arroja, o quién hace girar la luna,
sino el nombre, es decir, la gravedad, que la hemos atribuido más
particular y adecuadamente a todo movimiento descendente.” 48
En su estudio sobre las mareas critica severamente a Ké-
pler por haber explicado la influencia de la luna sobre las
mareas en términos que recuerdan las cualidades ocultas de
los escolásticos, juzgando que era mejor para las gentes "pro­
nunciar esa sentencia sabia, ingeniosa y modesta, ‘No lo sé’,
que tolerar que se escapen de sus bocas y de sus plumas todo
género de extravagancias” 49 Galileo no era de ningún modo
consecuente con este positivismo. En algunos casos dejó que
sus especulaciones tomaran demasiado vuelo. No dudó en
explicar las manchas del sol como el humo oscuro que des­
pide el alimento etéreo que el sol devora continuamente en
su constante abastecimiento para seguir difundiendo la luz
y el calor; ni dar razón del milagro de Josué 50, al suponer
con Képler, que las revoluciones de los planetas en torno a
sus ejes se producen por la revolución del sol, de donde la
detención temporaria del último explicaría la interrupción
de los primeros. Es difícil decir, sin embargo, si esta observa­
ción no estaba destinada a tranquilizar a los espíritus religio­
sos. Pero que esta tendencia positiva de su pensamiento era
,M Two Great Systems, págs. 210 y sig.
■ *" T uh» New Sciences, págs. 406 y sig.
u> l.rHw to the Grand Duchess.
112 CAULEO
algo vital está corroborado ampliamente por el hedió de que
a veces intentó relegar al reino de lo desconocido las cuestio­
nes fundamentales de la creación ■ aar universo y su causa
primera, por lo meóos hasta que poetamos aproximarnos a
su solución sobre la base de los descubrimientos positivos de
la mecánica. “Las consideraciones profundas de esta dase
pertenecen a una dencia más alta que la nuestra. Debemos
contentamos con pertenecer a esa dase menos meritoria de
trabajadores que extraen de la cantera el mármol con el cual
el talentoso escultor esculpe luego las obras maestras que
están ocultas en su exterior informe y basto." 61
Es realmente difícil abandonar a Galileo sin detenernos un
momento a reflexionar sobre las hazañas maravillosas del
hombre. El espacio de que disponemos no nos permite estas
disquisidones, que no entran en nuestro plan, pero quere­
mos llamar la atendón hada el hecho de que la historia del
pensamiento debe volver a este individuo único que, con
argumentaciones extraídas de la experiencia, echó por tierra
una ciencia envejedda, que confirmó con hechos sensibles
una nueva teoría del universo^ que hasta entonces sólo se
basaba,________,
,___ ______
en principios o _ _________ lamentos de
la más estupenda conquista intelectual de los tiempos mo­
dernos, ía cienciaTmatemática de la naturaleza física. Y si estas
realizaciones no bastaran debemos volver a él como al filóso­
fo que advirtió suficientemente las vastas implicaciones de sus
postulados y métoaos para presentar en bosquejo una nueva

Í
l metaíisica —una interpretación matemática dei universo-^- que
ofrezca la justificación final de ía marcha iütiira del conoci­
miento mecánico. Dejó a un lado la teología como prind-
Í C último
JLll! de e;xplicación, quitando
__ ' - i l _______________ fundamento a las con­
r : ’ l_____l
legones acerca de la reladOnreladon determinante que el hombre __
jarda con la naturaleza y que se basaba en consideraciones*51
sicológicas. Se representaba el mundo natural como una
Rancie y completa máauina matemática, aue constaba de
51 Two New Systems, pág. 194.
DIOS Y EL MUNDO FÍSICO 113
los movimientos de la materia, cumplidos en el espacio y en
el nempd. y*.W pUlll.1 apune al hombre como un espectador
sin importancia y como un electo semirreal del gran drama
matemático exterior. En atención a estas hazañas múltiples y
radicales, debe considerarse a Galileo como una de las
mentes más vigorosas de todos los tiempos. Acabó con mu­
chos principios importantes y preparó el camino para ios
dos únicos espíritus comparables a é'l en esta progresiva co­
rriente del pensamiento — Descartes y Sjr Isaac Newton.
C a p ít u l o IV

DESCARTES

Doble es la importancia de Descartes en este movimiento


matemático: elaboró detalladamente una hipótesis completa
de la estructura matemática y las operaciones del universo
material, y mostró las importantes implicaciones del nuevo
método con más clara conciencia que sus predecesores. Ade­
más, con su famoso dualismo metafísico, trató de justificar
el hecho de que ahora el hombre y los intereses humanos
quedaban expulsados de la naturaleza.
Siendo todavía muchacho, Descartes se sintió absorbido
por los estudios matemáticos, abandonando poco a poco otros
intereses, y a la edad de veintiún años estaba en posesión de
todo lo que a la sazón se conocía de esa disciplina. Uno o
dos años después lo encontramos realizando sencillos expe­
rimentos de mecánica, hidrostática y óptica, con el propó­
sito de extender a estos dominios el conocimiento matemá­
tico. Parece que siguió los descubrimientos más importantes
de Képler y Galileo, aunque ninguno de los detalles de su
filosofía científica influyó en él sensiblemente. En la noche
del 10 de noviembre de 1619 tuvo una extraordinaria expe­
riencia que confirmó la orientación de su pensamiento y dio
la inspiración y el principio rector al trabajo de toda su vida.1
Su experiencia sólo puede compararse a la iluminación extá-
1 En Milhaud, Descartes saoant, París, 1922, pág. 47 y sig., se halla
un admirable relato de esta experiencia a la luz de las fuentes dis­
ponibles con comentarios críticos sobre las concepciones de otras auto­
ridades cartesianas.
MATEMÁTICAS Y CONOCIMIENTO
tica do los místicos. El Ángel de la Verdad se le presentó y
pareció justificar, mediante un conocimiento sobrenatural,
la convicción de que ya había calado muy hondo en su alma:
que la matemática era la única clave necesaria de revelar los
secretos de la naturaleza. La visión fue tan intensa y domi­
nante que en años posteriores Descartes se refirió a esa fecha
exacta como el momento de la gran revelación que señaló
el punto decisivo en su carrera.

A. LAS MATEMATICAS COMO CLAVE DEL CONOCIMIENTO


Después de esta experiencia única, se sumió en profundos
estudios geométricos y a los pocos meses se vio recompensado
con el notable invento dé un nuevo y más fecundo instru­
mento matemático: la geometría analítica. Este gran des­
cubrimiento no sólo confirmó su visión y lo incitó a mayores
esfuerzos en la misma dirección, sino que fue de especial im­
portancia para su física. La existencia y el empleo fructuoso
de la geometría analítica como instrumento de investiga­
ción matemática supone una correspondencia unívoca entre
el reino de los números, esto es, la aritmética y el álgebra,
y el reino de la geometría, es decir, el espacio. Su relación
era, por supuesto, un principio común a toda ciencia mate­
mática, pero la intuición de Descartes descubrió que tenía
esa correspondencia explícita y absoluta. Descartes observó
que la naturaleza del espacio o extensión era tal que sus
relaciones, por complicadas que fueran, podían expresarse
siempre en fórmulas algebraicas, y viceversa, que las verda­
des aritméticas (dentro de los límites de ciertas potencias)
podían representarse espacialmente. Como resultado natu­
ral de su notable invento, Descartes acarició profundamente
la esperanza de reducir todo el ámbito de la física a cualida­
des geométricas. Sea lo que fuere, además, el mundo de la
natiirulcza, es evidente que es un mundo geométrico porque
116 DESCASTES
sus objetos son magnitudes extensas y numéricas en movi­
miento. Si nos liberamos de las otras cualidades o las redu­
cimos a éstas, es claro que la matemática tiene que ser la
clave única y adecuada para revelar las verdades de la na­
turaleza. Y no había que dar un salto muy violento para
pasar del deseo a la idea.
Durante los diez años subsiguientes y en sus múltiples via­
jes Descartes se dedicó a otros estudios matemáticos, que
redactó al final de ese período, y elaboró también una
serie de reglas específicas para la aplicación de su obsesio­
nante idea. En estas reglas encontramos expresada su con­
vicción de que todas las ciencias forman una unidad orgáni­
ca2, que deben estudiarse juntas con un método que se
aplica a todas.3 Este método debe ser el de las matemáticas
porque lo que conocemos en una ciencia cualquiera es el
orden y la medida que se revelan en sus fenómenos. Ahora
bien, la matemática es precisamente la ciencia universal que
trata del orden y de la medida en general.4 Por eso la arit­
mética y la geometría son ciencias en las cuales resulta po­
sible el conocimiento cierto e indubitable. “Se ocupan de un
objeto tan puro y simple que no necesitan hacer suposiciones
que la experiencia toma inciertas, sino que consisten total­
mente en la deducción racional de las consecuencias.”5 Esto
no significa que el objeto de la matemática sean entidades
imaginarias sin existencia en el mundo físico.6 Quien niegue
la existencia de los objetos de la matemática pura tiene
que negar la existencia de algo geométrico y le será difícil
mantener que nuestras ideas geométricas han sido abstraídas
de las cosas existentes. Por supuesto, no hay sustancias que
tengan longitud sin anchura o anchura sin espesor, porque
2 The PhUosophical Works of Descartes, trad. de Ilaldane y Ross,
Cambridge, 1911, Vol. I, pág. I y sig., pág. 9.
3 Vol. I, pág. 306.
* VoL I, pág, 13.
6 Vol. I, pág. 4 y sig.
8 Vol. II, pag. 227.
MATEMÁTICAS Y CONOCIMIENTO 117
las figuras geométricas no son sustancias sino limites de
ellos. Para que nuestras ideas geométricas hayan sido abs­
traídas del mundo —suponiendo que esta hipótesis sea sos-
tcnible—, el mundo tiene que ser de naturaleza geométrica,
y una de sus características fundamentales es la extensión en
el espacio. Y puede resultar que el mundo no tenga ninguna
característica que no se pueda deducir de este hecho.
Descartes se esfuerza por ilustrar cuidadosamente su tesis
de que el conocimiento exacto es siempre en cualquier cien­
cia conocimiento matemático. Para tratar con eficacia cual­
quier otra clase de magnitud hay que reducirla a términos
matemáticos; mucho mejor si puede reducirse a magnitud
extensa, porque la extensión puede tanto representarse en la
imaginación como tratarse por el intelecto. “Aunque puede
decirse que una cosa es más o menos blanca que otra, o un
sonido más agudo o grave, y así sucesivamente, es imposible
sin embargo determinar exactamente si lo mayor excede a
lo menor en la proporción de dos a uno, o de tres a uno, etc.,
a menos que consideremos la cantidad en cierto modo aná­
loga a la extensión de un cuerpo que posee figura.” 7 La fí­
sica, como algo diferente de la matemática, determina sim­
plemente si ciertas partes de la matemática se fundan en algo
real o no.8
Debemos preguntamos ahora qué es en detalle este método
matemático para Descartes, y cómo debe proceder el científi­
co al encararse con un grupo de fenómenos naturales. Descar­
tes responde al principio de las Regulae distinguiendo dos mo­
mentos en el proceso real, la intuición y la deducción. “Por
intuición entiendo... la concepción que un espíritu claro y
ntento nos da tan fácil y distintamente que no tenemos nin­
guna duda de lo que captamos." 9 Como ejemplo de intui­
ción cita ciertas proposiciones fundamentales como el hecho
7 Vol. I, 56.
" Vol. I. 62.
" Vol. I, 7.
118 DESCARTES
de que existamos y pensemos, que un triángulo sólo tiene
tres líneas, etc. Entiende por deducción una cadena de
inferencias necesarias a partir de los hechos conocidos intuiti­
vamente, siendo conocida la certidumbre de sus conclusio­
nes por las intuiciones y la memoria de su conexión necesa­
ria en el pensamiento.10 Sin embargo, a medida que avanza
en las Reglas advierte que el método de proposiciones sólo es
inadecuado para fundar una física matemática e introduce
la noción de naturalezas simples, descubrimientos de la in­
tuición que los añade a las proposiciones axiomáticas.11 En­
tiende por naturalezas simples las últimas características de
los objetos físicos como extensión, figura, movimiento, que
son los que producen los fenómenos por las combinaciones
cuantitativas de sus unidades. Observa que la figura, la mag­
nitud y la impenetrabilidad parecen estar incluidas necesa­
riamente en la extensión, por lo cual la extensión y el movi­
miento parecen ser las cualidades finales e irreductibles de
las cosas. Al avanzar a partir de estas conclusiones se apro­
xima a descubrimientos de muy largo alcance, pero como
no puedo evitar los extravíos de su pensamiento y es inca­
paz de llevar a cubo las sugestiones muy fecundas que se
lo ocurrían, fueron estériles tanto para sus éxitos posterio­
res como para los de la ciencia en general. Los cuerpos
son cosas extensas que se encuentran en movimiento de
varias clases. Si queremos tratarlos matemáticamente in­
tuimos las naturalezas simples en términos tales que pue­
dan operarse las deducciones matemáticas. ¿Podemos for­
mular más exactamente este proceso, con especial referencia
al hecho de que estas naturalezas simples hacen mate­
máticamente reducibles la extensión y el movimiento? Des­
cartes trata de hacerlo, pero su pensamiento se desvía en
el punto decisivo, y en consecuencia la física cartesiana tuvo
que ser suplantada por la inspirada en la tradición de Ga-
10 Vol. I, 8, 45.
11 Vol. I, 42 y sig.
MATEMÁTICAS Y CONOCIMIENTO 110
lilco-Newton. Descartes se pregunta cuáles son los rasgos de
la extensión que pueden ayudarnos a señalar las diferencias
matemáticas en los fenómenos, y apunta tres: dimensión, uni­
dad y figura. El desarrollo de este análisis no es claro12,
pero evidentemente una solución consecuente sería que la
unidad es el rasgo de las cosas que permite que la aritmética
o geometría haga pie en ellas; la figura, lo que concierne al
orden de sus partes, mientras la dimensión es cierto aspecto
que es necesario agregar a fin de que ninguna parte de las
cosas escape de la reducción matemática. “Entiendo por di­
mensión no precisamente el modo y el aspecto conforme al
cual un sujeto se considera mensurable. Así no sólo la longi­
tud, la anchura y la profundidad son dimensiones, sino tam­
bién el peso con relación al cual se estima la pesantez de
los objetos. Así también, la velocidad es una dimensión
del movimiento y hay un infinito número de ejemplos simi­
lares.” Esta concepción del peso, de la velocidad, etc., como
dimensiones matemáticas análogas a la longitud, anchura y
profundidad, de las cuales sólo se distinguen por ser dimen­
siones del movimiento más bien que de la extensión, prome­
tía enormes posibilidades que ni Descartes ni los científicos
posteriores advirtieron totalmente. Si hubiera logrado llevar
su pensamiento hasta el fin, hoy interpretaríamos la masa y
la fuerza como dimensiones matemáticas más bien que como
conceptos físicos, y nunca se hubiera hecho la distinción
corriente entre matemática y física. Podría darse por sentado
que toda ciencia exacta es matemática; que la ciencia como
un todo es simplemente una matemática más amplia, en
cuanto que de tiempo en tiempo se añaden conceptos nue­
vos merced a los cuales muchas cualidades de los fenómenos
se pueden reducir matemáticamente. En este sentido podía
haber transformado el mundo como convenía a su doctrina
del final del segundo libro de los Principios18 de que todos
'» Vol. I, 61 y sie.
,fl Principies of PhÜosophy, Part II, Principie 64.
120 DESCARTES
los fenómenos de la naturaleza pueden explicarse por los
principios de la matemática y darse de ellos demostraciones
ciertas. En sus obras ulteriores hay pasajes en los cuales pa­
rece todavía considerar el peso como una dimensión del mo­
vimiento. Critica la afirmación de Demócrito de que la gra­
vedad es una característica esencial de los cuerpos, “niego
su existencia en cualquier cuerpo en cuanto es considerada
en sí misma porque es una cualidad que depende de la re­
lación, tocante a la posición y al movimiento, que los cuer­
pos guardan entre sí".14 No obstante, propendió en general
a desatender esta importante sugestión, como se ve en que
llegó a negar que el peso fuera un componente de la esencia
de la materia, a causa de que se considera el fuego como
materia a pesar de que parece no tener peso alguno.15 Es
evidente que se le olvidó que una vez había concebido mate­
máticamente dichas diferencias.
Descartes fue tanto un especulador de vuelo como filósofo
matemático. En su espíritu prosperaba profundamente enton­
ces una amplia concepción del mundo astronómico físico,
en función de la cual había encontrado fácil hacer una or­
denación un poco brusca de las cualidades que Galileo pro­
curaba reducir a un exacto tratamiento matemático, pero
que no podían reducirse así en función de la extensión sola­
mente. Este esquema era en realidad para referir tales cuali­
dades a un éter inofensivo, o materia primera, como lo llama
habitualmente Descartes, haciendo de este modo posible la
concepción de que los cuerpos son transportados en este éter,
como si no tuvieran ninguna determinación deducible de la
extensión. La famosa teoría del torbellino fue el producto
final de esta amplia y vigorosa especulación de Descartes.
Veamos ahora cómo llegó a ella.

14 Principies, Part IV, Principie 202.


16 Principies, Part II, Principie II.
CONCEPCIÓN DEL UNIVERSO 121

B. LA CONCEPCIÓN GEOMÉTRICA DEL UNIVERSO FISICO


Hemos aludido a los motivos biográficos que explican el
propósito de Descartes de elaborar una física que logre sus
desarrollos últimos sin otra base que los principios de la ma­
temática pura; operaban también ciertos prejuicios lógicos
como el de que nada puede tener extensión sin que donde
haya extensión haya también sustancia.16 Además, Descartes
había explicado el movimiento de un modo que le satisfacía
bastante. Al principio Dios puso en movimiento las cosas
extensas y conservó la misma cantidad de movimiento en el
universo por medio de su “concurso general” 17 que, con­
firmado por las ideas distintas concebidas inmediatamente,
significaba que el movimiento era tan natural al cuerpo como
el reposo. Esta es la primera ley del movimiento. Por lo
tanto, desde la creación, el mundo de las cosas extensas no
ha sido otra cosa que una gran máquina. No hay esponta­
neidad alguna; todo continúa moviéndose en determinada
concordancia con los principios de la extensión y el movi­
miento. Esto significa que el universo debe ser concebido
como un fileno extenso, en el cual los movimientos de algu­
nas de sus partes se comunican entre si por un choque in­
mediato. No es menester recurrir a la fuerza o atracción de
Calileo, ni menos aun a los “poderes activos” de Képler, para
dar cuenta de estas específicas clases de movimiento; todo
ocurre inevitablemente de la manera regular, precisa e in­
evitable de una máquina que funciona sin dificultades.
Ahora bien, ¿cómo pueden expbcarse los hechos de la
astronomía y de la gravitación terrestre de una manera que
no arruine la belleza de esta hipótesis sencilla? Sólo conside­
rando que dichos objetos flotan solos en un infinito éter, o
16 Principies, Part II, Principies, 8, 10.
17 Principies, Part II, Principie 36.
122 DESCASTES
“materia primera” —como dice Descartes—, que concebida
vagamente y no de un modo matemático, Descartes podía
concebir como adoptando formas de movimiento que expli­
caban los fenómenos. Esta materia primera, a la cual Dios
ha conferido cierta cantidad de movimiento, cae en una serie
de vórtices o torbellinos, en los cuales los cuerpos visibles
tales como los planetas y los objetos terrestres experimentan
movimientos giratorios o son impulsados hacia ciertos puntos
centrales por las leyes del movimiento vortiginoso. De aquí
que los cuerpos así transportados puedan ser concebidos
como puramente matemáticos. Las únicas cualidades que
poseen son las que se deducen de la extensión, y la libre
movilidad en el medio circundante. A buen seguro, Descar­
tes postuló también la misma pretensión para la materia pri­
mera, pero su anhelo era explicar el mundo de los cuerpos
físicos y creyó que con su hipótesis había realizado la gran
ambición de su vida de llegar a una física enteramente geo­
métrica. Pero no advirtió que este éxito teórico se lograba a
costa de atribuir a este medio primario las características que
se expresan en la gravedad y en otras variaciones de la ve­
locidad, características de un mundo que Caldeo se esforza­
ba por expresar matemáticamente y que Descartes mismo en
su proceder matemático había concebido como dimensión.
Este procedimiento no las desterró en modo alguno del reino
de la extensión, sino simplemente ocultó con términos vagos
y generales el problema acerca de su estricto tratamiento ma­
temático. Para resolver este problema había que trastrocar la
obra de Descartes y acudir nuevamente a los conceptos gali-
leanos de fuerza, aceleración, momento, etc.
Lo desdichado de la situación entonces era que los pen­
sadores aceptaban la idea de movimiento como si fuera un
concepto matemático, objeto de estudio geométrico exclusi­
vo; pero si se exceptúa a Galileo, no habían llegado a con­
cebirlo de manera seria y firme como reducible exactamente
a fórmulas matemáticas. Galileo se había percatado de la
CONCEPCIÓN DEL UNIVERSO 123
notable idea de que no hay nada en el movimiento de un
cuerpo físico que no pueda expresarse en términos matemá­
ticos, pero descubrió que esto sólo puede conseguirse atri­
buyendo a los cuerpos ciertas cualidades últimas además de
las simplemente geométricas, gracias a lo cual los movi­
mientos son susceptibles de una exacta consideración mate­
mática. Descartes se dio bastante cuenta de los hechos sub­
yacentes a esta necesidad —que los cuerpos geométricamente
equivalentes se mueven de modo diferente cuando están co­
locados en la misma posición con respecto a los mismos cuer­
pos vecinos—, pero al considerar el movimiento como una
concepción matemática en general y al no alcanzar el ideal
completo de su reducción exacta de un modo que pudiera
compararse a su tratamiento de la extensión, no acertó a dar
una salida clara a sus primeras sugestiones de que el peso y
la velocidad son dimensiones. Retomó así la teoría, altamen­
te especulativa, del torbellino, que ocultaba las causas de
estas variaciones en el medio vago e invisible, y salvó con
ello el carácter puramente geométrico de los cuerpos visibles.
La teoría del torbellino fue, sin embargo, un acontecimien­
to de mucha importancia histórica. Fue el primer gran in­
tento de describir el mundo exterior de un modo esencial­
mente diferente de la concepción platónica, aristotélica y
cristiana que, como interpretación teleológica y espiritual de
los procesos de la naturaleza, había regido el pensamiento
humano durante mil quinientos años. Según ella, Dios había
creado el mundo con el objeto de que por el hombre, el su­
premo fin natural, el proceso entero retomara a Dios. Ahora
Dios es relegado a la posición de primera causa del movi­
miento y entonces los acontecimientos del universo continúan
in aetemum como episodios en las revoluciones regulares
de una gran máquina matemática. La osada concepción de
Galileo se realiza aquí con mayor detalle. Se concibe el
mundo como material y mecánico más bien que espiritual y
telcológico. El escenario está preparado para que Boyle,
124 DESCARTES
Locke y Leibniz comparen el universo con un gran reloj, al
que Dios dio una vez cuerda y desde entonces conserva sus
movimientos regulares merced únicamente a su “concurso
general”.
También para Descartes tuvo la teoría un gran valor prác­
tico. En 1633 estuvo a punto de publicar sus primeros ¿rata-
dos de mecánica, pero se amedrentó por la persecución
de que había sido víctima Galileo a causa de defender el
movimiento de la Tierra en los Diálogos sobre los dos gran­
des sistemas, que acababan de publicarse. Mientras en su
espíritu maduraba la teoría del torbellino y del movimiento
provocado por el choque advirtió, sin embargo, que el espa­
cio y el movimiento deben considerarse como conceptos en­
teramente relativos, teoría que también podía salvarlo de los
ataques de la Iglesia. En cuanto al lugar ya había llegado a
esta convicción, que aparece definida en las Reglas como
“cierta relación de la cosa, que se dice estar en un lugar, con
las partes del espacio exterior a ella”.18 Esta posición fue
reafirmada aun más vigorosamente en la Geometría Analítica
y en la Dióplrica, donde establece de manera categórica que
no hay espado absoluto, sino relativo; el espacio sólo está
determinado en tanto es definido por nuestro pensamiento
o expresado matemáticamente en función de un sistema de
coordenadas, elegidas de un modo arbitrario.10 Lo que esto
significa para una verdadera definitión del movimiento está
puesto de relieve en los Principios, donde después de señalar
la concepdón vulgar que ve en el movimiento “la acción
por la cual un cuerpo pasa de un lugar a otro” 20, acude a la
“verdad de la materia” según la cual el movimiento es “el
traslado de una parte de la materia o del cuerpo, desde la cer­
canía de los cuerpos que están en contacto inmediato con él
i* Pltilosophical Works, Vol. I, pág. 51.
19 Cf. Dioptrics, Discourse 6 ( Oeuvres, Cousin ed., Vol. V, pág.
54 y sig.).
29 Part II, Principie 24.
CONCEPCIÓN DEL UNIVERSO 125
y que se los considera en reposo, a la cercanía de otros”.21
El movimiento como el lugar se hacen completamente rela­
tivos en cuanto es posible considerar una parte cualquiera
de la materia en reposo. El valor práctico inmediato de esta
teoría consiste en que la Tierra, al estar en reposo en el éter
circundante, según esta definición podía considerarse como
algo inmóvil aunque, al par que todo el medio vertiginoso,
hay que decir que se mueve alrededor del Sol. Nos pregunta­
mos si este francés inteligente no tenía razón al decir: “Nie­
go el movimiento de la Tierra más cuidadosamente que Co-
pérnico y más verdaderamente que Tico”.22
Ahora bien, durante estos años en los cuales Descartes
desarrollaba los detalles de su teoría del torbellino y la idea
del universo extenso concebido como una máquina univer­
sal, estaba empeñado en la solución de problemas metafísicos
más radicales. La convicción de que su física matemática
tenía su entera contraparte en la estructura de la naturaleza
había sido una y otra vez confirmada pragmáticamente, pero
Descartes no se contentaba con tal probabilismo empírico.
Deseaba vivamente lograr una garantía absoluta de que sus
ideas matemáticas claras y distintas debían ser eternamente
verdaderas del mundo físico, y se percató de que para re­
solver esta última dificultad se necesitaba un nuevo método.
La autenticidad y el carácter fundamental de este problema
aparece definitivamente en su correspondencia de 1629, y
en una carta 23 a Mersenne del 15 de abril de 1630 nos en­
teramos de que ha resuelto satisfactoriamente (para él) dicho
problema concibiendo que las leyes matemáticas han sido es­
tablecidas por Dios en el cual la inmutabilidad eterna de su
voluntad se deduce de su perfección. Los detalles de su me­
tafísica se hallan en el Discurso, las Meditaciones y los Prin-
21 Part II, Principie 25.
22 Principies, Part III, Principies 19-31.
22 Oeuvres (Cousin ed.) VI, 108 y sig. Cf. una interesante consi­
deración sobre esto en la biografía de Descartes en Liard, Descartes,
Puris, 1911, pág. 93 y sig.
126 DESCARTES
dpios, donde con el método de la duda universal, se llega
al famoso cogito ergo sum y a las pruebas causales y ontoló-
gicas de la existencia y perfección de Dios. Por lo que toca
a la posibilidad de someter sus conocimientos a la onda uni­
versal, había decidido diez años antes, según dice en el Dis­
curso, llevar a cabo el intento tan pronto estuviera preparado
para ello, pero el motivo principal que lo impulsa a realizarlo
no es una desconfianza general en sus primeras creencias, sino
una imperiosa necesidad de dar solución a este específico
problema. No lo seguiremos en estas intrincadas disquisicio­
nes, sino que concentraremos nuestra atención en un famoso
aspecto de su metafísica, el dualismo de dos entidades últi­
mas y mutuamente independientes, la res extensa y la res
cogitara.
C. “RES EXTENSA” Y “RES COGITANS”
En Cableo la unión de la concepción matemática de la
naturaleza y el principio del expcrimentalismo sensible ha­
bían dejado a los sentidos en posición algo ambigua. Nuestra
filosofía intenta explicar el mundo sensible y nuestros re­
sultados tienen que ser comprobados por medio de los sen­
tidos. Al mismo tiempo, al completar nuestra filosofía nos
vemos obligados a concebir el mundo real como poseyendo
solamente características primarias o matemáticas, porque las
cualidades secundarías o irreales se deben al engaño de los
sentidos. Además, en ciertos casos (como el movimiento de la
Tierra) debe rechazarse por completamente falso el testimo­
nio inmediato de los sentidos, pues la respuesta correcta se al­
canza con demostraciones razonadas. ¿Cuál es entonces la po­
sición de los sentidos y cómo debemos ordenar específicamen­
te estas cuabdades secundarias que son dejadas de lado a
causa del carácter ilusorio de los sentidos? Descartes contesta
a estas cuestiones renunciando al empirismo como método,
refugiando las cuabdades secundarías en una entidad igual­
“ r es e x t e n sa ” y “ r es c o c it a n s ” 127
mente real, aunque menos importante: la sustancia pensante.
Para Descartes, seguramente, nuestro filosofar se refiere 24
al mundo sensible, pero el método correcto en filosofía no
debe basarse en la confianza que inspira la experiencia sen­
sible. “En verdad no percibimos un objeto tal cual es por los
sentidos únicamente (sino sólo por nuestra razón que se
ejerce sobre los objetos sensibles).25 Tocante a las cosas de
las cuales no hay revelación, no es de ningún modo compa­
tible con el carácter de un filósofo... confiar más en los
sentidos, con otras palabras, en los juicios irreflexivos de la
niñez, que en los dictados de la razón madura.” 26 Debemos
buscar “principios ciertos de las cosas materiales... no con
los prejuicios de los sentidos sino con la luz de la razón, la
cual posee así tanta evidencia que no podemos dudar de su
verdad”.27 Las sensaciones son llamadas “pensamientos con­
fusos” 2» y por eso los sentidos, como la memoria y las ima­
ginaciones que dependen de ellos sólo pueden servir de
ayuda para el entendimiento en cierto modo específico y
limitado. Los experimentos sensibles pueden juzgar entre
las deducciones alternativas a partir de los primeros princi­
pios claramente concebidos. La memoria y la imaginación
representan los cuerpos extensos ayudando al espíritu a tener
de ellos una idea clara.20 Ni siquiera es necesario, como
fundamento de una filosofía válida, que avancemos siempre
desde la experiencia sensible; el razonamiento no puede evi­
dentemente por sí solo dar a un ciego la verdadera idea de
los colores, pero si un hombre ha percibido una vez los co­
lores primarios sin los matices intermedios, le resulta posi­
ble construir las imágenes de éstos.90
24 Philosophical Works, Vol. I, pág. 15.
26 Principies, Part I, Principie 73.
28 Principies, Part I, Principie 76. Cf. también Part II, Principies
37, 20.
27 Principies, Part III, Principie 1.
28 Principies, Part IV, Principie 197.
29 Philosophical Works, Vol. I, págs. 35, 39 y sig. Discourse, Part V.
30 Vol. I, pág. 54.
128 DESCARTES
El método de la investigación filosófica es, en consecuen­
cia, racional y conceptual. El mundo sensible es algo vago y
confuso, a quo la filosofía procede a la realización de la ver­
dad. Ahora bien, ¿cómo podemos asegurar que las cualida­
des primarias o geométricas son, como es el caso, inherentes
a los objetos, mientras que las cualidades secundarias no lo
son? ¿Cómo es que “todas las otras cosas que concebimos
estén compuestas de figura, extensión, movimiento, las cuales
conocemos tan clara y distintamente que el espíritu no puede
analizarlas en otras más distintamente conocidas”? 31 Descar­
tes justifica esta exigencia afirmando que estas cualidades
son más p‘ ermanentes que las otras. En el caso del pedazo de
cera, de que se vale para ilustrar su pensamiento en la se­
gunda Meditación, ninguna cualidad permanece constante,
salvo la extensión, la flexibilidad y la movilidad, lo cual cons­
tituye, según él observa, un hecho percibido por el entendi­
miento y no por los sentidos o la imaginación. Como la
flexibilidad no es una propiedad de todos los cuerpos, la ex­
tensión y la movilidad quedan como las únicas cualidades
constantes de los cuerpos como tales; no pueden desaparecer
mientras el cuerpo subsista. Pero nos podríamos preguntar
si el color y la resistencia no son propiedades de los cuerpos
igualmente constantes. Es verdad que los objetos cambian
de color y que hay varios grados de resistencia, ¿pero hay
acaso cuerpos que carezcan totalmente de color o resisten­
cia? Este hecho es de capital importancia para nuestro es­
tudio: el criterio real de Descartes no es la permanencia sino
la posibilidad de tratamiento matemático. En él, como en
Galileo, el curso total de su pensamiento que arranca desde
sus estudios adolescentes, lo habia habituado a la idea de
que sólo conocemos los objetos en términos matemáticos.
La única clase de ideas claras y distintas eran, para él, las
matemáticas, a las cuales hay que añadir ciertas proposicio­
nes lógicas tales como "existimos”, “pensamos", etc., a que
81 Vol. I, pág. 41.
"res e x t e n sa ” y "R e s c o c it a n s ” 129
se vio conducido por la necesidad de hallar una base me­
tafísica más firme para sus descubrimientos. De aquí que
las cualidades secundarias, cuando se las considera pertene­
cientes a los objetos, lo mismo que las cualidades primarias,
se le aparecen inevitablemente oscuras y confusas32; no
constituyen un campo adecuado para las operaciones mate­
máticas. Este punto no puede ponerse demasiado de relie­
ve, pero ahora no nos detendremos en él.
Es muy importante el hecho de que añadiera a las defini­
ciones matemáticas y a los axiomas, como ejemplo de ideas
claras y distintas, proposiciones lógicas como las arriba apun­
tadas. Esto aparece en las Reglas y muestra ya los comienzos
de su dualismo metafísico. Ningún objeto matemático ofrece
conocimiento más convincente que el “cogito ergo surnT. Po­
demos volver hacia dentro nuestra atención, y substrayéndo­
nos del mundo extenso, notar con absoluta seguridad la exis­
tencia de una entidad totalmente diferente, la sustancia
pensante. Cualquiera que sea la verdad postrera acerca del
reino de los cuerpos geométricos, nosotros sabemos que du­
damos, concebimos, afirmamos, queremos, imaginamos, sen­
timos. De aquí que cuando Descartes orientó sus energías
hacia la construcción de una metafísica completa, este claro
dualismo resultó inevitable. Está, por una parte, el mundo
de los cuerpos, cuya esencia es la extensión; cada cuerpo es
una parte del espacio, una magnitud espacial limitada, y se
distingue de los otros cuerpos solamente por los diferentes
modos de extensión —un mundo geométrico— el único cono­
cible, y conocible plenamente en fundón de la matemática
pura. La teoría del torbellino brindaba un fácil arreglo a las
engorrosas cuestiones del peso, velocidad, etc. Todo el mundo
espacia] se torna una enorme máquina que comprende hasta
los movimientos de los cuerpos animales y los procesos de la
fisiología humana que son independientes de la atención
consciente. Este mundo no depende del pensamiento, su
32 rhllosophical Works, Vol. I, pág. 164 y sig.
130 DESCARTES
maquinaria entera continuaría existiendo y operando, aunque
no existieran seres humanos.33 Por otra parte, está la esfera
interior, cuya esencia es el pensamiento y cuyos modos son
procesos secundarios34* como percepción, voluntad, senti­
miento, imaginación, etc., un reino que no es extenso y que
a su vez es independiente del otro, por lo menos tocante al
conocimiento adecuado que tenemos de él. Pero Descartes
no está muy interesado en la res cogitans, sus descripciones
son breves y como si rechazara completamente la teología
del nuevo movimiento, ni siquiera acude a las causas finales
para explicar lo que ocurre en el reino del espiritu. Todo lo
que hay es un modo de la sustancia pensante.
¿En qué reino colocaremos entonces las cualidades secun­
darias? La respuesta dada es inevitable. Podemos pensar que
las cualidades primarias existen en los cuerpos como real­
mente es el caso, pero no podemos concebir asi a las cuali­
dades secundarias. "En realidad, no pueden representar nada
de lo que existe fuera de nuestro espíritu.'*36 Son causadas
por los variados efectos que producen en nuestros órganos
los movimientos de las partículas insensibles de los cuer­
pos.36 No podemos concebir cómo es posible que tales mo­
vimientos den lugar a las cualidades secundarias de los cuer­
pos,i podemos solamente atribuir a los cuerpos mismos una
disposición de los movimientos de manera tal que, puestos
en relación con los sentidos, produzcan las cualidades se­
cundarias. No debe hacemos vacilar el hecho de que los re­
sultados sean completamente diferentes de las causas.
33 Oeuvres, Cousin, ed., París, 1824, Vol. X, pág. 194.
En su Traité de Thomme había afirmado Descartes que el cuerpo
sin intervención del alma puede realizar estos procesos secundarios,
porque la única función del alma es pensar. Cf. Oeuvres, XI, págs.
201, 342: Discourse (Open Court ed.), pág. 59 y sig.; Kahn, Metha-
physics of The Supematural, pág. 10 y sigs. Su concepción madura,
sin embargo según se «presa en las Meditaciones y en los Principios,
está enunciada más arriba. Cf., por ejemplo, Meditation II.
36 Principies, Part I, Principies 70, 71.
30 Oeuvres (Cousin), Vol. IV, págs. 235 y sig.
"res e x t e n sa ” y "r e s c o g it a n s ” 131
”KI simple movimiento de una espada que corta una parte de la piel
nos produce dolor (pero no por esto nos dantos cuenta del movimiento
o la figura de la espada). Y es cierto que esta sensación de dolor no
es menos diferente del movimiento que lo produce o de la parte de
nuestro cuerpo que la espada corta, que las sensaciones que tenemos
del color, sonido, olor o sabor.” 37
De aquí que todas las cualidades con excepción de las
primarías puedan agruparse y atribuirse al segundo miembro
del maridaje metafísico. Tenemos un conocimiento claro y
distinto del dolor, color, y otras cosas de esta clase cuando
las consideramos simplemente como sensaciones o pensa­
mientos, pero
" .. .cuando se juzga que [el color, el dolor] son cosas que existen más
allá de nuestro pensamiento somos completamente incapaces de for­
mar un concepto de ellas. En efecto, cuando alguien nos dice que
ve el color de un cuerpo o experimenta dolor en uno de sus miem­
bros es exactamente lo mismo que si dijera que vio o sintió algo de
la naturaleza que ignoraba por completo, o que no conocía distinta­
mente lo que veía o sentía. *8
"Podemos fácilmente concebir que el movimiento de un cuerpo sea
producido 'por el de otro y diversificado por el tamaño, figura y po­
sición de sus partes, pero somos completamente incapaces de conce­
bir cómo pueden estas mismas cosas (tamaño, figura y movimiento)
producir naturalezas enteramente diferentes de las suyas, como, por
ejemplo, aquellas formas sustanciales y cualidades reales que la mayor
parte de los filósofos suponen que están en los cuerpos.. 39
‘Tero puesto que sabemos que la naturaleza de nuestra alma es
tal que los diversos movimientos de los cuerpos son suficientes para
producir en ella todas las sensaciones que tiene, y puesto que conoce­
mos por experiencia que algunas de sus sensaciones son producidas
en realidad por tales movimientos, mientras no descubramos que algo
además de estos movimientos pasa desde los órganos de los sentidos
exteriores al cerebro, tenemos razón para concluir que no comprende­
mos de ningún modo lo que en los objetos exteriores llamamos luz,
color, olor, sabor, sonido, calor o frío, y las otras cualidades táctiles
o lo que llamamos sus formas sustanciales, a no ser como las variadas
nT Principies, Part IV, Principie 197.
11* Principies, Part I, Principies 68 y sig.
«» flirt IV, Principies 198, 199.
132 DESCASTES
disposiciones de estos objetos que tienen el poder de mover nuestros
nervios en varios sentidos...”
Tal es, en suma, el famoso dualismo de Descartes: un
mundo que constituye una enorme máquina matemática, ex­
tendida en el espacio, y otro mundo que consta de espíritus
pensantes e inextensos. Y todo lo que no es matemático o
depende enteramente de la actividad de la sustancia pensan­
te, en especial las llamadas cualidades secundarias, concierne
a dicha sustancia.
D. EL PROBLEMA DEL ALMA Y DEL CUERPO
La respuesta cartesiana suscita el gran problema de expli­
car las relaciones recíprocas de estas entidades distintas. Si
cada una de las dos sustancias existe en absoluta indepen­
dencia respecto de la otra, ¿cómo producen sensaciones in­
extensas los movimientos de las cosas extensas y cómo son
válidos para la res extensa los conceptos claros o categorías
del alma inextensa? ¿Cómo es que lo inextenso puede cono­
cer y, conociendo, realizar fines en un universo inextenso?
La respuesta menos objetable de Descartes a estas dificulta­
des es la misma respuesta de Galileo a un problema similar,
aunque no tan claramente formulado: el apelar a Dios. Dios
hizo de tal manera el mundo material que siempre se apli­
can a él los conceptos puros y matemáticos, intuidos por la
mente. Esta era la respuesta que los cartesianos posteriores
intentaron desarrollar de manera satisfactoria y consecuente.
El recurrir a Dios ya comenzaba, sin embargo, a perder pres­
tigio entre los espíritus científicos; el positivismo del nuevo
movimiento era sobre todo una declaración de independen­
cia con respecto a la teología, concretamente, con respecto a
la causalidad final, que parecía ser una manera muy cómo­
da de responder de un modo muy general a las cuestiones
científicas que harían imposible la ciencia auténtica. Era una
respuesta al último porqué, no al cómo presente. Descartes
ALMA Y CUERPO 133
mismo fue un vigoroso representante de este aspecto del nue­
vo movimiento. Había afirmado categóricamente que nos es
imposible conocer los fines de Dios.40 De aquí que esta res­
puesta sólo tuviera algún peso entre sus secuaces metafísicos,
cuya influencia se halla fuera de las principales corrientes de
todos los tiempos. Unos de los pasajes más significativos son
aquellos en los cuales Descartes parece ofrecer una respues­
ta más inmediata y científica a estas abrumadoras dificulta­
des, sobre todo al ser capitalizadas por un pensador vigoroso
como Hobbes. En estos pasajes Descartes parece mostrar que
las relaciones evidentes entre las entidades del dualismo im­
plica, finalmente, la localización real del alma, pero tuvo
enorme importancia para tocio el desarrollo subsiguiente
de la ciencia y déla filosofía el hecho de que el lugar, de mal
grado asignado al alma, fuera muy pequeño, pues no excede
nunca una porción variable del cuerpo al cual está unida.
Descartes no rechazó los principales enfoques filosóficos que
le habían llevado a su franco dualismo. Hay que separar de
la res extensa todas las propiedades no geométricas y locali­
zarlas en el alma. Afirma explícitamente que ésta “no tiene
relación ni con la dimensión ni con la extensión” 41 y que no
podemos “concebir el espacio que ocupa”. Pero, y estos eran
los pasajes más decisivos, el alma “está realmente unida a
todo el cuerpo y no podemos decir que exista en una cual­
quiera de sus partes con exclusión de las otras”. Podemos
afirmar que “ejerce sus funciones” más particularmente en
la glándula pineal, “desde la cual irradia por todo el resto del
cuerpo, por medio de los espíritus animales, los nervios y
hasta la sangre". Si en el gran filósofo de la nueva época en­
contramos tales afirmaciones, ¿tiene algo de extraño que la
idea del alma como algo localizado y completamente ence-
40 Principies, Part III, Principie 2.
■ ri Passions of the Soul, Arricies 30,31 (Philosophical Works, Vol. I,
345 y sig.). Las bastardillas son nuestras. En sus últimos escritos Des­
curtes era más cauteloso en su lenguaje. Cf. Oeuvres (Cousin ed.),
X, Ofl y sig.
134 DESCASTES
rrado en el cuerpo fuera pensada por el común de la gente
inteligente que se estaba adhiriendo a la corriente científica,
que en el mejor de los casos era indiferente a las cuestiones
metafísicas, y totalmente incapaz de apreciar con simpatía
la noción de una entidad inespacial independiente del mun­
do extenso, en parte porque tal entidad es completamente
irrepresentable por la imaginación, en parte a causa de las
evidentes dificultades que ello implica, y en parte debido a
la poderosa influencia de Hobbes? Descartes había querido
decir que a través de una parte del cerebro una sustancia
completamente inextensa entra en relación efectiva con el
reino de la extensión. En este punto, el resultado de sus in­
tentos para la corriente positiva y científica del pensamiento
era que el alma existía en un ventrículo del cerebro. El uni­
verso material concebido como enteramente geométrico,
exceptuada la indeterminación de la materia primera, se ex­
tiende infinitamente a través de todo el espacio, sin que ne­
cesite nada para su existencia continua e independiente. El
universo de la mente, incluyendo todas las cualidades expe­
rimentadas que no son reductiblcs matemáticamente, se con­
sidera como oculto tras los confusos y engañosos medios de
los sentidos, lejos de este independiente reino inextenso, en
una pequeña e insignificante serie de situaciones interiores al
cuerpo humano. Esta es la posición que generalmente se ha
conferido al “alma” en los tiempos antiguos, pero no a toda
la “mente”, con excepción de los filósofos de las escuelas sen­
sualistas que no hicieron entre ambas distinciones esenciales.
Por supuesto, esta inteqiretación de la posición cartesia­
na no resolvió el problema del conocimiento, sino que lo
acentuó enormemente. ¿Cómo es posible que la mente co­
nozca algo acerca del mundo? Por ahora, pospondremos con­
sideraciones de esta clase. Todos los pensadores de los cuales
nos hemos ocupado o no lograron ver este enorme problema
o lo esquivaron con una sencilla respuesta teológica.
Notemos, sin embargo, el extraordinario contraste que hay
ALMA Y CUERPO 135
mire esta concepción del hombre y su puesto en el universo,
y la do la tradición medieval. El científico escolástico tenia
los ojos puestos en el mundo de la naturaleza que se le pre­
sentaba como un mundo humano muy sociable. Era finito
en extensión y estaba hecho para servir a sus necesidades.
Como tiene una presencia inmediata para las facultades ra­
cionales de su mente, resultaba clara y completamente inte­
ligible. Estaba fundamentalmente compuesto de las cualida­
des más vividas e intensas de su experiencia inmediata, gra­
cias a las cuales el mundo era inteligible: el color, el sonido,
la belleza, la alegría, el calor, el frío y su plasticidad con res­
pecto al fin e ideal. Ahora el mundo es una infinita y mo­
nótona máquina matemática. No sólo ha dejado de existir en
la teleologia cósmica, sino que todas estas cosas que consti­
tuían la sustancia propia del mundo físico para la escolástica
—las cosas que lo animan y lo hacen hermoso y espiritual—
se agrupan y apiñan en pequeñas y fluctuantes posiciones
temporarias de la extensión, que llamamos sistema nervioso
y circulatorio del hombre. Los aspectos metafísicamente cons­
tructivos del dualismo tendían a desaparecer. Era un cam­
bio realmente incalculable en la concepción del mundo soste­
nida por la opinión inteligente en Europa.
C a p ít u l o V

LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO XVII

La obra de Descartes tuvo enorme influencia por toda


Europa durante la última mitad del siglo xvn, en gran parte
porque era no sólo un gran matemático y anatomista, sino
también por su poderoso genio filosófico que trató de nuevo,
con alcance notablemente universal, todos los grandes pro­
blemas de la época unciéndolos de una manera u otra a la
carroza de la victoriosa ciencia matemática. Especialmente
en Inglaterra suscitó gran interés unido a una crítica consi­
derable y penetrante. Entre los pensadores que florecieron
en el tercer cuarto del siglo y expresaron su simpatía con la
gran tarca que Descartes trataba de cumplir, aunque en cier­
tos detalles importantes lo criticaron severamente, se cuentan
Thomas Hobbes y Henry More. Nos hemos ya referido bre­
vemente a la labor del primero; señalaremos ahora la signi­
ficación que tiene en la corriente matemática de la época si­
tuándolo en un contexto algo más amplio según lo indica el
título de este capítulo.
Durante el siglo anterior, el pensamiento se mostró rela­
tivamente más libre de las trabas teológicas en Inglaterra que
en cualquier otro lugar de Europa. En el primer cuarto del
siglo xvn el conocimiento secular se había incrementado po­
derosamente gracias a la defensa de un hombre que no tiene
par en los consejeros políticos del reino, el Canciller Lord
Bacon. Es imposible determinar cualquier influencia directa
de Bacon sobre la metafísica de Boyle o Newton, pero la con-
ATAQUES DE IIOBBES AL DUALISMO
copeión que el primero tuvo de la ciencia como una exultada
empresa de cooperación, el acento que puso sobre la necesi­
dad y la fuerza lógica de los experimentos sensibles, su des­
confianza en las hipótesis y el análisis general del procedi­
miento inductivo penetraron en el espíritu de los científicos
rectores de mediados de siglo, en especial Robert Boyle, a
través de quien ejercieron una notable influencia sobre New-
ton. En el capitulo siguiente estudiaremos a Boyle con algún
detalle.
A. ATAQUES DE HOBBES AL DUALISMO CARTESIANO
Thomas Hohbes era un fiel amigo de Bacon, pero su ca­
pacidad filosófica no se despertó seriamente hasta que se
hubo interesado en la geometría a la avanzada edad de los
cuarenta años. Bajo la presión de este interés se familiarizó
con los nuevos desarrollos que la revolución astronómica
habia impulsado vigorosamente. Profesaba, en especial, un
profundo respeto por Galileo a quien visitó largamente en su
tercer viaje al continente (1634-7) y de quien recibió una
valiosa confirmación de la noción que bullía en su mente, de
que la única y adecuada explicación del universo hay que
buscarla en función del cuerpo y del movimiento. Sin em­
bargo, no logró nunca dar a estos términos exacto sentido
matemático a la manera del ilustre italiano. Los cambios que
introdujo en la nueva terminología de espacio, tiempo, fuer­
za, momento, etc., fueron algo superficiales y en muchos as­
pectos importantes siguió siendo un escolástico.
En su siguiente viaje a Francia, Hobbes llegó a conocer las
Meditaciones de Descartes por mediación de su común ami­
go Mersenne, y escribió para beneficio de su autor el tercer
conjunto de objeciones a la obra propuesta. En estas obje­
ciones Hobbes aparece como un finne oponente al dualismo
de Descartes y a la concepción de las “ideas” que lo justifi­
caban. Según Hobbes toda actividad y cambio es movimien­
138 LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SICLO x v n
to. Ahora bien, el pensamiento es en todas sus formas acti­
vidad, por eso el pensamiento es una clase de movimiento.
La mente es simplemente un nombre para la suma de las
actividades individuales del pensamiento; así no es sino una
serie de movimientos en un organismo animal. “Si esto es así,
el razonamiento dependerá de los nombres, los nombres de la
imaginación, y la imaginación acaso, como yo pienso, de­
penda del movimiento de los órganos corporales. De esta ma­
nera, la mente no es nada más que los movimientos de ciertas
partes de un cuerpo orgánico.” 1 Establecer que la mente es
una sustancia separada, totalmente diferente de la sustancia
corpórea o de sus actividades le parecía a Hobbes un mero
vestigio de las ocultas cualidades escolásticas. “Si Descartes
muestra que son idénticos el que entiende y el entendimien­
to, recaeremos en el modo escolástico de hablar. El entendi­
miento entiende, la visión ve, la voluntad quiere, y siguiendo
exactamente la analogía, el caminar, o por lo menos la fa­
cultad de caminar, caminará.” 2 Esto, sostiene Hobbes, difí­
cilmente bastará para hacer una presentación filosófica de la
situación. Y rechaza este injustificado dualismo. Los proce­
sos mentales, incluyendo el razonamiento mismo, no son sino
especies de actividad, y la actividad es siempre movimiento.
Llevemos el nuevo método adelante en forma consecuente,
reduzcamos también estas cosas a movimiento y estudiémos­
las en función de los principios del movimiento, recientemen­
te establecidos. A causa de esta posición Hobbes considera a
la geometría ‘1a ciencia del simple movimiento” 8 y a la me­
cánica geométrica, que tomó de Galileo, como el indispensa­
ble requisito previo para todas las realizaciones científicas o
filosóficas.
Ahora bien, el movimiento implica algo que se mueve, y
que algo puede concebirse solamente de manera corporal;
1 The Philosophical Works of Descartes (Haldane y Ross), Vol. II,
pág. 65
2 Haldane y Ross, II, pág. 65.
3 Hobbes, Works, Vol. I (Inglés), págs. 71 y sig.
ATAQUES DE HOBBES AL DUALISMO 139
debemos pensarlo entonces como un cuerpo. “No podemos
concebir ninguna actividad aparte de su sujeto, esto es, no
podemos pensar el salto aparte del que salta, el conocer apar­
te del que conoce, el pensar aparte del que piensa. De aquí
parece seguirse que lo que piensa es algo corporal, pues el
sujeto de todas las actividades sólo puede concebirse corpo­
ralmente, o de manera material, como Descartes mismo lo
muestra después con el ejemplo de la cera.” 4 ¿Por qué de­
bemos concebirlo así? Hobbes responde que la idea es siem­
pre una imagen5, y una imagen es siempre, por supuesto,
imagen de algo que tiene características corporales. “De aquí
que no tengamos ninguna idea ni imagen de Dios; nos está
prohibido adorarlo en la forma de una imagen, por temor
a que nos creamos capaces de concebirlo a Él, que es in­
concebible. Por eso parece que no tenemos idea de Dios.” 6
Damos simplemente el nombre de Dios al objeto que alcan­
zamos por una indagación razonada para el primer princi­
pio de las cosas.7 En tanto las imágenes son siempre de ob­
jetos particulares, encontramos a Hobbes adherido a la fuer­
te tendencia nominalista de la Baja Edad media, vigorosa
sobre todo en Inglaterra, que consideraba a las cosas indi­
viduales como la única existencia real. Este aspecto nomi­
nalista de su filosofía lo llevó a negar la realidad de las
esencias o naturalezas universales. No son más que nombres.
Por ejemplo el triángulo: “Si el triángulo no existe en nin­
guna parte, no veo cómo puede tener naturaleza... El trián­
gulo que está en la mente proviene del triángulo que hemos
visto o de uno construido imaginativamente de los triángulos
que hemos contemplado. Ahora bien, una vez que hemos
llamado a la cosa con el nombre de triángulo, aunque el
triángulo perezca, el nombre permanece... Pero la natura­
leza del triángulo no será de duración eterna, si el triángulo
4 Haldane y Ross, Vol. n, pág. 62.
5 Haldane y Ross, Vol. II, pág. 65.
4 Haldane y Ross, Vol. H, pág. 67.
7 Haldane y Ross, Vol. II, pág. 71.
140 LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO XVH
llegara a perecer. De manera parecida, la proposición ‘El
hombre es una animal’ será eternamente verdadera porque
los nombres que utiliza son eternos, pero si la raza humana
pereciera no habría ya una naturaleza humana. De donde
se sigue con evidencia que hasta donde la esencia se distin­
gue de la existencia no es nada más que una unión de nom­
bres por medio del verbo es. De esta manera la esencia sin
la existencia es una ficción de nuestra mente.” 8
Por lo tanto, sólo existen objetos particulares en movimien­
to, a los cuales tenemos que pensarlos en función de imáge­
nes y, en consecuencia, concebirlos como corpóreos. Además,
el razonamiento no es sino un conjunto de imágenes o nom­
bres que les hemos asignado arbitrariamente.9 En movimien­
to, estas imágenes se suceden unas a otras de cierto modo.
Por eso Hobbes no encuentra ninguna justificación al dualis­
mo metafísico. Fuera de nosotros no existen más que cuerpos
en movimiento, dentro de nosotros sólo movimientos orgá­
nicos. En esta conclusión terminante no sólo determina el
estilo para los intérpretes populares del dualismo cartesiano,
al sostener que el alma es algo encerrado en una porción
del cerebro y del sistema circulatorio sino que, lo cual es
más decisivo aun, elimina la res cogitaos al considerarla como
una combinación de movimientos de la res extensa. En su
obra hallamos el primer intento importante de aplicar um­
versalmente los nuevos supuestos y el método de Galileo.
Hobbes reconoce que se vio obligado a dar una explica­
ción de estas imágenes en función del cuerpo y del movi­
miento, por cuanto ellas no se presentan patentemente como
cuerpos o como movimientos o localizadas en el cerebro.
Esta explicación, que aparece primero en el Tratado de la
naturaleza humana, tiene una significación profunda en el
desarrollo inicial de la nueva doctrina de la mente humana,
y representa la capital importancia de Hobbes en la corriente
8 Haldane y Ross, Vol. II, págs. 76 y sil.
• Hobbes, Leviathon, Bk. I, Chs. 3, 5. (Works, Vol. 3.)
CUALIDADES SECUNDARIAS Y CAUSALIDAD III
que conduce a la metafísica de Newton. Mucho de su na­
turalismo, especialmente en psicología y teoría política, era
demasiado desconcertante para influir en gran medida sobre
el pensamiento de su generación, salvo al provocar una
reacción opuesta, pero su contribución estaba tan de acuer­
do con la victoriosa marcha científica de la época que no
podía dejar de tener un efecto profundo. Encara el problema
a modo de un intento de mostrar cómo las cualidades secun­
darias, a pesar de no estar realmente en los cuerpos (“una
imagen o color no es sino una aparición para nosotros del
movimiento, agitación o alteración, que el objeto produce en
el cerebro o espíritu, o alguna sustancia interior a la ca­
beza” 10) nos parece, sin embargo, que están allí tanto como
las primarias.
B. LAS CUALIDADES SECUNDARIAS Y LA CAUSALIDAD
Según Hobbes las imágenes no son sino experiencias sensi­
bles que decaen gradualmente, o como él las llama “fantas­
mas” que nacen de un conflicto de los movimientos que se
producen en el organismo humano. El movimiento que viene
del objeto choca con ciertos movimientos vitales que proce­
den del corazón,
“que se esfuerza porque afuera parece ser sin materia. Y esta apa­
riencia o fantasía es lo que los hombres llaman 'sentido’ y consiste por
lo que toca a la vista en la luz o una figura coloreada; para el oido
en el sonido; para el olfato en el olor, para la lengua y el paladar en
el sabor; y para el resto del cuerpo en el calor, frío, dureza, blandura y
otras cualidades semejantes que distinguimos por medio de la sensa­
ción. Todas estas cualidades llamadas sensibles son, en el objeto que
las produce, nada más que movimientos de la materia por medio de
los cuales impresiona nuestros árganos de diversa manera.
Ni en nosotros, que recibimos la impresión, no hay nada más que
distintos movimientos, pues el movimiento sólo produce movimiento.
Pero su aparición para nosotros es la Fantasía, lo mismo en vigilia
10 Hobbes, Treatise of Human Nature (English Works, Vol. IV),
Ch. 2, Par. 4.
142 LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO XVH
que en el suefio. Y al oprimir, restregar o golpear el ojo, la fantasía
produce en nosotros una luz, y al oprimir el oído produce un ruido.
Así los cuerpos que vemos u oímos producen los mismos efectos por
medio de sus acciones fuertes, aunque inadvertidas. Pues si esos colo­
res o sonidos estuvieran en los cuerpos u objetos que los producen no
se los podría separar de ellos, como es posible hacerlo, por medio de
anteojos y por la reflexión del eco. Cuando conocemos la cosa la ve­
mos en un lugar y la apariencia en otro. Y aunque a cierta distancia el
objeto real parece investido de la fantasía que produce en nosotros,
el objeto es una cosa, y otra la imagen o fantasía. 11 De aquí se sigue
también que cualesquiera accidentes o cualidades que nuestros senti­
dos nos lucen pensar que existen en el mundo no existen en él sino
bajo la forma de apariencias. Las cosas que existen realmente en el
mundo exterior son los movimientos que producen estas apariencias.
Ésta es la gran ilusión de los sentidos que los sentidos deben corre­
gir, pues así como el sentido me dice, cuando veo directamente, que
el color parece estar en el objeto, así también me dice, cuando veo
reflexivamente, que el color no está en el objeto.” 12
Hobbes agrega así a su reducción materialista del dualis­
mo cartesiano y a su convicción de que el hombre tiene que
ser adecuadamente explicado en los mismos términos que han
tenido éxito para tratar la res extensa (lo cual era posible
para él porque no había llegado a apreciar el ideal de exacti­
tud matemática del nuevo movimiento que auspiciaban los
científicos contemporáneos), agrega, decimos, la explica­
ción que debía ocurrírsele naturalmente a quien se le hu­
biese enseñado de pronto que las cualidades secundarias no
están realmente en el objeto sino en uno mismo. Según
Hobbes, todas las cualidades sensibles parecen exteriores por­
que “hay en todo el órgano, a causa de su movimiento natu­
ral e interior, alguna resistencia o reacción contra el movi­
miento que se propaga del objeto a la parte más recóndita
del órgano. En el mismo órgano hay también un conato
opuesto al conato que procede del objeto. Por eso cuando ese
conato interior es la última acción en el acto del sentido,
nace un fantasma o idea de la reacción por pequeña que
11 Hobbes, Leviatíum, Bk. I, Ch. I.
12 Trealise of Human Nalure, Ch. 2, Par. 10.
CUALIDADES SECUNDARLAS Y CAUSALIDAD l'lfl
sea su duración, lo cual a causa de que el conato es ahora
exterior aparece siempre como algo situado fuera del órga­
no... Pues la luz y el color, el valor y el sonido y otras
cualidades llamadas comúnmente sensibles no son objetos,
sino fantasmas en el sujeto que siente”.13 No es más cierto
que el fuego calienta porque él mismo es caliente, que pro­
duce dolor porque él mismo es dolor.14
Ahora bien, cabe preguntar si estos razonamientos no se
aplican a las cualidades primarias tanto como a las secun­
darias, y si ellas no son también meros fantasmas de los su­
jetos que sienten. En este aspecto no hay evidentemente nin­
guna diferencia entre ellas. Hobbes responde a esta objeción
con una afirmación categórica y distingue entre el espacio y
la extensión geométrica, distinción que, como hemos visto,
habia sido intentada por algunos científicos antiguos y que
cobró importancia en el pensamiento moderno, pero sólo
después de Newton. El espacio, para Hobbes, es un fantas­
ma, “el fantasma de una cosa que existe simplemente fuera
de la mente; es decir, el fantasma en el cual no consideramos
ningún otro accidente, salvo que aparece fuera de nos­
otros”.16 La extensión, por el contrario, es una característica
esencial del cuerpo, como nos enseña el estudio geométrico
del movimiento. Hay siempre fuera de nosotros cuerpos ex­
tensos en movimientos, los cuales movimientos producen los
fantasmas interiores, incluyendo aquella “exterioridad” de los
fantasmas que constituye el espacio. El tiempo es igualmente
un fantasma, “del antes y del después en movimiento”. “Sólo
el presente existe en la Naturaleza; las cosas pasadas sólo
existen en la memoria, y las cosas futuras no tienen existen­
cia, porque el futuro no es más que una ficción de la mente
que aplica la secuela de las acciones pasadas a las acciones
13 Elemente of Philosophy (English Works, Vol. I), Bk. IV, Ch. 25,
Part. 2.
14 Elemente of Philosophy, Bk. IV, Ch. 27, Par. 3.
15 Elemente of Philosophy, Bk. II, Ch. 7, Par. 2 y sig. Cf. también
la cita II, págs. 122 y sig.
144 LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO XVH
presentes.” En la naturaleza hay movimiento, pero no
tiempo; el tiempo es un fantasma del antes y del después de
la memoria y de Ja anticipación. Así toda la imagen percibi­
da, aunque contraria a las apariencias, es interior al cuerpo.
La mente es un movimiento orgánico y el sentido es una apa­
riencia de lo exterior que se sitúa realmente dentro de los
órganos. Es evidente que Hobbes no advierte la mayor difi­
cultad gnoseológica de esta posición. Da por supuesto, sin
examen crítico, los puntos esenciales de la cosmología mecá­
nica de Galileo.
Esta combinación de materialismo y nominalismo tal como
se habían desarrollado hasta aquí permitió que Hobbes pro­
clamara la doctrina de la causalidad que ha llegado a ser
aceptada cada vez más completa y claramente oa los tiem­
pos modernos, sin las limitaciones y excepciones que esa doc­
trina tiene en Galileo y Descartes, y que por esta razón
merece ser contrapuesta al principio medieval de la causa­
lidad final representado por el Bien Supremo. Hobbes insiste
firmemente en interpretar siempre a la causalidad en fun­
ción de los movimientos particulares de los cuerpos particu­
lares. Las fuerzas grandes y ocultas que eran para Galileo
las causas primeras o últimas de los efectos desaparecen en
Hobbes, que había seguido a Descartes al negar la existen­
cia del vacío en la naturaleza. “No puede haber causa de mo­
vimiento, salvo en un cuerpo contiguo y en movimiento.” 1617
“Porque si los cuerpos contiguos a un cuerpo inmóvil no se
mueven, es inconcebible cómo puede empezar a moverse este
cuerpo; como se ha demostrado... con el objeto de que los
filósofos se abstengan, al fin, de usar tal conjunto inconcebi­
ble de palabras.” 18 El último pasaje aparece raí medio de
una crítica a Képler que veía causas del movimiento en los
poderes ocultos, como por ejemplo en la atracción magnéti­
16 Leviathan, Bk. I, Ch. 3.
17 Elements of Philosophy, Bk. TI, Ch. 9, Part. 7.
i» Elements, Bk. IV, Ch. 26, Part. 8, 7.
CUALIDADES SECUNDARIAS Y CAUSALIDAD I IT»
ca. IIoIiIh's sostiene, naturalmente, que la propiedad magné­
tica no es sino el movimiento de un cuerpo. Todo lo que
existe es un cuerpo particular; todo lo que acaece un movi­
miento particular.
Finalmente, el nominalismo de Hobbes junto a su expli­
cación mecánica de la génesis de los fantasmas engañosos,
se expresó en un aspecto de su filosofía que influyó mucho
posteriormente. Hobbes representa, en cierto respecto, una
tendencia contraria a la obra de Galileo y Descartes. Trata
de reconciliar las mitades separadas del dualismo cartesiano
y devolver al hombre al mundo de la naturaleza como una
parte de su dominio. Pero la lógica contraria del movimiento
era demasiado para él. Fue incapaz de introducir el método
de la exactitud matemática en su biología o psicología con el
resultado de que unidas la astronomía y la física se hicieron
inexactas e inciertas, y por esta razón no las utilizaron los
científicos posteriores.
Si se vincula esto con el radicalismo de su intento de
reducir el alma a los movimientos del cuerpo, su fracaso
de hacer de la ciencia un completo materialismo resulta muy
comprensible. Aún se conserva un resto de la res cogitans;
hasta los fantasmas de Hobbes tienen que ser más bien ex­
plicados que negados. Pero alguien podía haber trasladado
el método teológico de la explicación, desacreditado ahora en
física, al análisis moderno de la mente humana; podía ha­
berse abandonado la naturaleza al atomismo matemático,
mientras que el otro aspecto del dualismo podía explicarse
especialmente en términos de fin o uso. A Hobbes debemos
en gran medida el que esto no haya ocurrido en la corriente
dominante del pensamiento moderno. No se vio tentado a
volver a la teología en sus análisis psicológicos porque había
conducido la nueva concepción de la causalidad a un enun­
ciado decisivo, y porque en su doctrina de la relación de la
mente humana con la naturaleza requería con energía un
materialismo consecuente. No pudo desarrollar una psicolo­
146 LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO XVII
gía en función de los átomos matemáticos, pero con su mé­
todo no se extravió más de lo que era necesario. Describe la
mente como un compuesto de partes elementales o fantas­
mas —a que nos hemos referido ya— que se producen en los
órganos vitales por el choque de movimientos aferentes y
eferentes, los cuales se combinan de acuerdo con las simples
leyes de la asociación. El fin y el razonamiento se admiten,
pero no aparecen como últimos principios de explicación,
que era en lo que estribaba su significación para la psicolo­
gía escolástica. Representan simplemente un cierto tipo de
fantasma o grupo de fantasmas dentro del compuesto total.
Esta consideración, fortalecida por la decadencia de la no­
ción de Dios como Supremo Bien, determinó el estilo para
casi todo el desarrollo moderno de la psicología. Locke, el
gran psicólogo que le sigue, aplicó el método de Hobbes aun
más explícita y detalladamente, con el resultado de que des­
pués de él sólo un idealista ocasional se aventuró a escribir
una psicología en función de diferentes supuestos capitales.
En contraste con Hobbes es interesante mencionar a Espino­
sa, aunque su influencia se dejó sentir mucho más tarde. Sus
intereses principales habrían sido favorables a una teleología
última al explicar el atributo del pensamiento. Sólo siendo
capaz, según pensaba, de aplicar aquí también el método
matemático, lo concebía como el reino de la extensión, con
implicaciones matemáticas más bien que de fines y medios.
De ahora en adelante es un supuesto establecido para el
pensamiento moderno, prácticamente, en todos los campos,
que explicar algo es reducirlo a sus partes elementales, cuyas
relaciones, do carácter temporal, se conciben únicamente en
función de la causalidad eficiente.
IDEA DE MORE SOBRE LA EXTENSIÓN I 17

C. IDEA DE MORE SOBRE LA EXTENSIÓN COMO


CATEGORIA DEL ESPIRITU
Heniy More, el platónico de Cambridge, recibió también
una poderosa incitación de la filosofía de Descartes y desea­
ba superar el dualismo del pensador francés. Pero como era
un espíritu profundamente religioso, percibió serias dificul­
tades en la manera violenta como Hobbes planteaba el pro­
blema. Se apropió (muy significativamente) de la explicación
general de la relación cognoscitiva del hombre con la na­
turaleza, que se había desarrollado a la sazón, sin advertir las
serias dificultades que implicaba. “Afirmo en general que la
sensación se produce por la llegada del movimiento del ob­
jeto al órgano, donde es recibido en todas las circunstancias
que lo percibimos, y transportada por la presencia del alma,
ayudada por sus instrumentos inmediatos, los espíritus, que
por ser contiguos a los del sensorio común, la imagen o im­
presión de cada objeto es transmitida fielmente allí.” 19 Estas
expresiones “presencia del alma”, su instrumento inmediato,
los “espíritus”, requieren una explicación; destaquemos por
ahora que More acepta la estructura general de la doctrina
de los movimientos vitales. Para él era una sustancia tan real
en la línea galileo-cartesiana como en la de Hobbes. More no
admitía la posición de Hobbes que rechazaba el “alma” por­
que era simplemente un nombre para la causa inconcebible
de los movimientos vitales. Para él era un sustancia tan real
como la materia. Por lo demás es completamente ortodoxo.
“La variedad en el sentido o percepción proviene necesaria­
mente de la diferencia de magnitud, posición, figura, fuerza
y dirección del movimiento en las partes de la materia...
habiendo una variedad de percepciones, implican también
una diversidad de modificaciones de la reacción. Y como la
19 More, l-mmortalitu of the Souí (A Collection of Seoeral Philoso-
jihtcal Writings, 4th ed-, London 1712). Bk. II, Ch. II, Par. 2.
148 LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO XVII
reacción no es otra cosa que movimiento en la materia, sólo
puede variar por las variaciones que son compatibles con la
materia, a saber: la magnitud, la figura, posición, movimien­
to local, la dirección y la fuerza de ella. Estas son las prime­
ras variaciones concebibles de la materia, y por esto la va­
riedad en la percepción surge necesariamente de ellas.” 2®
Tocante a la estructura última de la materia, también las
nociones comunes de la época eran aceptadas sin crítica, con
excepción de algunas particularidades que se agregan, como
el argumento de que los átomos no tienen figura, a pesar de
ser extensos. La materia está compuesta Mde átomos homogé­
neos, impenetrables entre sí, sin figura, aunque extensos, que
llenan todo el espacio, y son por naturaleza inertes, aunque
el espíritu puede moverlos”.2' La razón de esta curiosa idea
aparece en el prefacio de la Inmortalidad del alma: “estas
partículas indestructibles de la materia carecen por completo
de figura. Así como la magnitud infinita no tiene figura, así
también la pequenez infinita carece de ella". Fue asimismo
aceptada la doctrina cartesiana de la conservación de la can­
tidad de movimiento. Dios imprimió originalmente a la mate­
ria la misma cantidad de movimiento que existe ahora.
Pero More se hallaba perplejo porque, lo mismo que a
Hobbes, le resultaría imposible concebir que algo pudiese
existir sin extensión: “la esencia propia de una cosa está en te­
ner partes o extensión en una u otra medida”. Eliminar la ex­
tensión es reducir una cosa a un punto matemático, que no es
sino pura negación o carencia de entidad, y como no hay tér­
mino medio entre lo extenso y lo no extenso como no lo hay
entre el ser y el no ser, es evidente que si una cosa existe debe
tener extensión.22 Fue precisamente esta consideración, sin
embargo, la que llevó a More a rehusar osadamente su adhe­
sión a Descartes y Hobbes, que atribuyen la extensión sola-
20 Immortality of the Soul, Bk. II, Ch. I, Axioma 22.
21 Enchiridion Metaphysicum, London, 1671, Ch. 9, Par. 21.
22 Immortality of the Soul, Preface. Cf. también Divine Dialogues,
2nd. edition, London, 1713, págs. 49 y sig.
IDEA DE MORE SOBRE LA EXTENSIÓN M í)
mente ¡i la materia como su cualidad esencial. Esto explica
también su enérgica protesta a ciertos supuestos de la nueva
mitología. Según él, el espíritu es también extenso, aunque sus
otras cualidades son completamente diferentes de las cualida­
des de la materia. El espíritu es libremente penetrable, y él
mismo es capaz de penetrar y producir movimiento en la ma­
teria23; tiene el poder absoluto de contraerse y dilatarse,
lo que significa que puede a voluntad ocupar mayor o menor
espacio. "El sitio principal del alma, donde percibe todos los
objetos, donde imagina, razona e inventa, y desde donde go­
bierna todas las partes del cuerpo, es el de los espíritus ani­
males más puros, en el cuarto ventrículo del cerebro” 24, pero
agrega que no está de ningún modo encerrada allí, sino que
puede en algunas ocasiones difundirse por todo el cuerpo,
y basta ligeramente más allá de los límites del cuerpo, como
una especie de efluvio espiritual.26 La concepción de estos
espíritus extensos que poseen un poder de contracción y di­
latación condujo a More a la curiosa doctrina de una cuarta
dimensión que él llama condensación esencial (esscntiál spis-
situdcs), una especie de densidad espiritual. “Entiendo por
condensación nada más que el aumento o contracción de la
sustancia en menos espacio del que ocupa a veces.”26 Cuan­
do el alma, por ejemplo, se contrae principalmente en el
cuarto ventrículo, el espacio ocupado posee no sólo las tres
dimensiones normales, sino también esta cuarta dimensión o
condensación. En ésta no hay, sin embargo, distinciones de
grado porque su dilatación en un espacio mayor la conserva
esencialmente la misma. Para apreciar íntegramente la es­
peculación de More, es necesario leer su descripción de la
vida del alma después de la muerte, donde ocupan un cuerpo
etéreo y no puede dominar completamente los movimientos
de sus partículas. El alma aumenta y disminuye el movi-
23 Enchiridton, Ch. 9, Par. 21.
24 Immortality of the Soul, Bk. II, Ch. 7, Par. 18.
28 Divine Dialogues, págs. 75 y sig.
20 Immortality of the Soul, Bk. I, Ch. 2, Par. 11.
150 LA FILOSOFÍA INCLUSA EN EL SIGLO XVII
miento, altera la «lisjwsición y la forma del cuerpo, todo de
acuerdo con su fantasía.27
Podemos preguntarnos si se trata de una imaginación irre­
frenada o es que More se siente seguro de apuntar a hechos
(pie sólo asi son explicables. En una carta a Boyle del 4 de
diciembre de 1665 escribe que la sustancia de su doctrina es
que "los fenómenos del mundo no pueden resolverse de una
manera simplemente mecánica, sino que se necesita la cola­
boración de una sustancia distinta de la materia, esto es el
espíritu o ser incorpóreo”.28 Expresa además su fundamen­
tal discrepancia con la filosofía de Descartes debido a “su
pretensión de resolver los fenómenos más fáciles y simples
de manera puramente mecánica; [cuya refutación] yo creo
haber hecho irrefutablemente; más aun: estoy de ello absolu­
tamente seguro; y además he demostrado a menudo con evi­
dencia la necesidad de los seres incorpóreos. Ningún propó­
sito más oportuno que éste para nuestra época, en la cual la
noción de un espíritu es proclamada por tantos como ab­
surda”.
¿Cuáles son estas demostraciones irrefutables de la existen­
cia de los seres incorpóreos, que para More quiere decir, por
supuesto, sustancias espirituales extensas? ¿Las nuevas doc­
trinas de la naturaleza del mundo se imponen sobre ciertos
hechos importantes? Evidentemente, la experiencia de la vo­
luntad, en la cual movemos, conforme a nuestros propósitos,
tanto los miembros como otros órganos del cuerpo, y asimis­
mo las partes del mundo material que nos rodea. “Considero
esta glándula [la pineal] conforme a vuestros principios
como el sitio del sentido común y como la fortaleza del alma.
Sin embargo, quisiera saber si el alma no ocupa todo el
cuerpo. De otro modo, os ruego me digáis cómo puede ocu­
rrir que el alma esté tan exactamente unida al cuerpo, carc-
27 Immortalih) of the Soul, Bk. III, Ch. I, Pars. 7, 8, 10, 11.
28 Boyle, Works (Birch edition), Vol. VI, págs. 513 y sig. Cf. Di­
vine Dialogues, p&gs. 16 y sig.
idea de more sobre la extensión 151
( ¡nulo do partes que se ramifiquen o se enganchen. Os pre­
gunto además si no hay efectos en la naturaleza de los
cuales no es posible ofrecer una razón mecánica. ¿De dónde
proviene este sentido natural que tenemos de nuestra propia
existencia y este imperio que tiene nuestra alma sobre los es­
píritus animales? ¿Cómo los hace brotar por todas las partes
del cuerpo?” 29 Tenemos el testimonio inmediato de este po­
der “cuando encontramos posible poner en movimiento o
detener nuestros espíritus animales, despedirlos o hacerlos
retroceder, según queramos. Por consiguiente, pregunto si
es indigno de un filósofo inquirir si no hay en la naturaleza
una sustancia incorpórea que, mientras puede imprimir a
un cuerpo todas las cualidades del cuerpo, o al menos la
mayor parte de ellas, como el movimiento, figura, posición
de las partes, etc__ sería capaz (puesto que es casi seguro
que esta sustancia mueve y detiene los cuerpos) de agregar
todo lo que está encerrado en dicho movimiento, esto es,
puede unir, dividir, dispersar, vincular, modelar las peque­
ñas partes, ordenar las formas, poner en movimiento circu­
lar a las que tienen disposición para ello o moverlas de otro
modo cualquiera, detener su movimiento circular y hacer con
ellas cosas similares como las necesarias para producir, de
acuerdo con vuestros principios, la luz, los colores y los otros
objetos de los sentidos... Finalmente, como la sustancia in­
corpórea tiene el maravilloso poder de unir y dispersar la
materia, de combinarla, dividirla, impulsarla adelante y al
mismo tiempo retenerla, por la simple aplicación de sí misma,
sin cadenas, sin garfios, sin lanzamientos u otros instrumen­
tos, ¿no es probable que pueda una vez más entrar en sí
misma puesto que no hay impenetrabilidad que la frustre,
y expandirse de nuevo y así sucesivamente?”
En este pasaje, More extiende su razonamiento a partir
29 Segunda carta a Descartes (Oeuvres de Descartes, Cousin ed.,
Vol. X, págs. 229 y sig.). Cf. también Immortalitu of the Senil, Bk. II,
Chs. 17, 18; Bk., I, Ch. 7.
152 LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO XVH
de la conclusión de una sustancia incorpórea en los seres hu­
manos al supuesto de una sustancia incorpórea similar y
mayor en la naturaleza, concebida como un todo, pues esta­
ba convencido de que los hechos de la ciencia muestran la
índole de una simple máquina no más que un ser humano.
Los hechos aducidos para esta relación son los hechos que
llegaron a ser el tema de los más apasionados estudios cien­
tíficos de la época, tal como la causa última del movimiento,
la cohesión, el magnetismo, gravedad, etc.30 More observa
que, aunque las causas inmediatas y suficientes pueden des­
cribirse en términos mecánicos, la razón última de por qué
las partes del universo están en movimiento más bien que en
reposo no puede explicarse mecánicamente. Además, muchas
de las cualidades particulares o movimientos que presentan
las partes de la materia no habían sido reducidas mecánica­
mente, tal como los fenómenos de la cohesión y el magnetis­
mo. ¿Por qué las partes de un cuerpo sólido se unen tan
poderosamente, y sin embargo cuando se separan una vez
la cohesión se pierde? ¿Cuál es la causa de los movimientos
curiosos que produce el imán? Finalmente, desafiando a los
adictos a una concepción universal y mecánica de la natu­
raleza, pregunta ¿cómo es posible reconciliar los hechos de
la gravitación con los principios del movimiento mecánico
como se revelan en las leyes del movimiento expresadas por
Descartes y Hobbes?
De acuerdo con los principios mecánicos, con lo cual se
refiere a la doctrina de que todo movimiento es un choque,
sostiene More que una piedra que se soltara sobre la su­
perficie de la tierra debería volar siguiendo la dirección de
la tangente, o a lo más, según la teoría cartesiana del tor­
bellino, el movimiento diurno de la tierra le haría describir
continuamente un movimiento en torno a ella conservando
la misma distancia.31 Según los principios mecánicos, no
3° Enchiridion, Chs. 9-15.
31 Enchiridion, Cli. II, Par. 14.
iíIj "espíritu de la naturaijsza” ir>;i
raería nunca en línea recta hacia la tierra. “De suerte que en
toda naturaleza no puede haber nada más cierto o bien pro­
bado que el fenómeno de la gravedad repugna a las leyes
mecánicas; y además que su explicación no puede resolverse
en causas puramente mecánicas y corpóreas; sino que es ne­
cesario admitir aquí ciertas causas adicionales, inmateriales e
incorpóreas.” 32 More encuentra estas causas en su concep­
ción de un “espíritu de la naturaleza”, que mantiene juntas
las diferentes partes del universo material en un sistema uni­
tario, que es claramente no mecánico.

D. EL “ESPIRITU DE LA NATURALEZA"
Este “espíritu de la naturaleza”, según lo describe More,
tiene mucha semejanza con la idea antigua, especialmente
platónica, del anima mtmdi, un principio hilárquico vital que
penetra la materia y cuyos poderes activos se expresan en
los fenómenos físicos y astronómicos. En realidad More lo
llama a veces “el alma universal del mundo”. 33 Era una
idea muy común durante la Baja Edad media; a ella acudie­
ron frecuentemente los místicos, teósofos y filósofos de la
naturaleza. Para Képler, por ejemplo, cada planeta, incluyen­
do la Tierra, está dotado de un alma, cuyos poderes constan­
tes se muestran en la rotación planetaria. El propósito capi­
tal de More era interpretar de nuevo esta idea errante en
términos que le dieran una mejor posición en la nueva co­
rriente científica y, por supuesto, sin perjuicio de sus concep­
ciones religiosas. En el prefacio a la Inmortalidad del alma
llama al espíritu de la naturaleza “el poder vicario de Dios
sobre la materia”, que es el agente de Dios inmediato y for-
mativo, a través del cual su voluntad se cumple en el mundo
material. Corresponde íntegramente en el conjunto de la na­
32 hnmortality of the Soul, Bk. III, Ch. 13.
33 Como en Immortality, Bk. III, Ch. 13, Par. 7.
154 LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO XVH
turaleza a los espíritus animales que penetran en los siste­
mas nerviosos y circulatorios y transmiten los propósitos del
alma a los distintos órganos y miembros. Sus funciones son
vitales, vegetativas y directivas, pero ella misma no es cons­
ciente. More la define más cuidadosamente como “una sus­
tancia incorpórea, pero carente de sentido y animadversión,
que penetra la materia toda del universo y ejerce en ella un
poder formativo, según las diversas predisposiciones y oca­
siones de las partes sobre las cuales obra [observemos cómo
se contenta aquí con planteos vagos y generales] y dirigien­
do las partes de la materia y su movimiento produce fenó­
menos que no pueden reducirse a poderes simplemente me­
cánicos”.34 Agrega aun más específicamente en una nota que
el alma posee vida, pero no sentido, animadversión, razón
ni libre albedrío. Sin embargo, More está ansioso de preca­
verse contra la acusación de que al invocar como causas las
incorpóreas sustancias espirituales amengua la propensión
para el tratamiento científico y exacto de los fenómenos na­
turales y a la creciente fe en la posibilidad de su reducción
a principios regulares y metódicos. Este espíritu de la natu­
raleza, dice, debe considerarse como una auténtica causa y
es además seguro y uniforme en sus manifestaciones, por
lo cual no se sustituye ni se perjudica el cuidadoso estudio
científico del cómo de las cosas. “Afirmo con Descartes que
sólo afectan nuestros sentidos las variaciones de la materia,
las cuales están determinadas por las diferencias de movi­
miento, figura, posición de las partes, etc., pero discrepo con
él en cuanto sostengo que no es un simple y puro movi­
miento mecánico el que produce todas estas modificaciones
sensibles de la materia, sino que muchas veces su principio
inmediato y director es este espíritu de la naturaleza uno y
el mismo en todas partes, que actúa siempre de manera se­
mejante en circunstancias semejantes, como un hombre de
mente luminosa y de juicio sólido da siempre el mismo fallo
34 Immortality of the Soul, Bk., III, Ch. 12, Par. I.
ix "espíritu de la naturaleza” l US
en las mismas circunstancias.” 35 En este punto principalmen­
te desea More distinguir su concepción de la concepción an­
tigua y medieval del anima mundí (interés que revela por
sí mismo la amplia influencia del ideal de exactitud de la
nueva ciencia), y espera con esto salvar la objeción de los
que, como Descartes, se oponían a la introducción de un
principio semejante en la filosofía natural, mientras todavía
parecía posible explicar matemáticamente todos los fenóme­
nos. En realidad, su posición es que las causas mecánicas
producen tipos de movimientos que no agotan todos los
movimientos, sino que producen sólo la clase de movimientos
que obedecen a las leyes fundamentales del movimiento. Pero
existen también los fenómenos de la gravedad, cohesión,
magnetismo, etc., que revelan fuerzas y movimientos distin­
tos de los mecánicos sin los cuales, sin embargo, el universo
que conocemos y en el cual vivimos no podría existir. Si estas
fuerzas no son mecánicas tienen que ser espirituales (t>. g.
el dualismo cartesiano), y algo afín al espíritu de la na­
turaleza se ofrece como la entidad que da la explicación más
apropiada. More resume como sigue las conclusiones funda­
mentales sobre este tema: “Según los principios mecánicos,
concedidos en todos los aspectos y confirmados por la ex­
periencia, he demostrado que la caída... de una piedra o
de una bala, o de cualquier otro cuerpo pesado similar es
muy contraria a las leyes de la mecánica; y de acuerdo con
ellas, si se las dejara libres se alejarían de la tierra y serían
transportadas fuera de nuestra vista en las partes del aire
más alejadas, si algún otro poder más que mecánico no con­
tuviera ese movimiento y las obligara a dirigirse hacia la
tierra... N i... el reconocimiento de este principio debe des­
alentar nuestros esfuerzos en la búsqueda de las causas me­
cánicas de los fenómenos de la naturaleza, sino que más bien
debe hacernos más cautelosos para distinguir lo que es resul-
3B immortatíty of the Soul, Bk. III, Ch. 13, Par. 7. Las bastardillas
son nuestras.
156 LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO x v n
tado de los poderes simplemente mecánicos de la materia y
el movimiento, y lo que es producto de un principio superior.
Indiscutiblemente, esta firme suposición de cjue en el mundo
no hay más fine materia lia alentado a algunos a arriesgar
muy precipitadamente soluciones mecánicas donde no son
sostenibles.” :,,i
Finalmente, para More, este orden que todo lo penetra y
la armonía del mundo mismo implican la existencia de una
sustancia incorpórea superior al espíritu de la naturaleza,
una sustancia espiritual y racional, realizadora de fines, que
merece suprema obediencia y adoración. “Hemos descubier­
to fuera del simple fenómeno del movimiento (esto es, su
causa última) la necesidad de la existencia de alguna esencia
incorpórea distinta de la materia. La consideración del or­
den y el admirable efecto de este movimiento en el mundo
proporciona a esta verdad una mayor certeza. Supongamos
que la materia se moviera por si misma: ¿podría la materia
sola, con su movimiento propio, constituir ese plan admira­
ble y sabio de las cosas que vemos en el mundo? ¿Puede un
impulso ciego producir tamaños efectos con esa exactitud y
regularidad que, cuanto más sabio es un hombre tanto más
se percata de que no puede aumentar esa sabiduría ni quitar
ni alterar nada en las obras de la naturaleza con lo cual pu­
diera mejorarlas? ¿Cómo lo que no tiene tanto juicio puede
producir efectos que llevan el sello de una suprema razón o
intelecto?” 37 More está persuadido con estas pruebas teleo-
lógicas de que existe un creador infinitamente sabio y gober­
nador del universo, cuyo instrumento y medio subordinado
para la ejecución de sus propósitos es este ser incorpóreo
inferior, el espíritu de la naturaleza.38

38 Immortality of the Soul, Preface.


37 Immortaliúj of the Soul, Bk. I, Ch. 12. Cf. también Antidote to
Atheism (la misma colección), Bk II, Chs. I, 2; Divine Dialogues,
págs. 29 y sig., etc.
ESPACIO COMO PRESENCIA DIVINA 157

E. EL ESPACIO COMO PRESENCIA DIVINA


Ahora bien, como todo lo real es extenso, también Dios,
según More, debe ser un ser extenso. Negarle la extensión
sería reducirlo a un punto matemático y lanzarlo fuera del
universo. El interés religioso de More unido a su aguda apre­
ciación de la corriente científica de la época le llevó a per­
catarse instintivamente de que la única manera de asegurar
a Dios un lugar adecuado en la nueva terminología metafí­
sica de la época era declarar osadamente que Dios se extien­
de a través de todo el espacio y todo el tiempo. Este era uno
de los más importantes puntos en disputa entre More y Des­
cartes. En su primera carta a Descartes declaraba More:
“Definís la materia o cuerpo de manera muy amplia, pues
parece que no sólo Dios, sino hasta los ángeles y todo cuanto
existe por sí mismo es una cosa extensa; de donde la exten­
sión parece tener límites no más estrechos que la esencia
absoluta de las cosas, aunque pueda, sin embargo, diversifi­
carse de acuerdo con la variedad de la misma esencia. La
razón que me hace creer que Dios es extenso a su manera es
que es omnipresente y llena íntimamente todo el universo y
cada una de sus partes; pues ¿cómo podría comunicar el
movimiento a la materia como lo ha hecho y como lo está ha­
ciendo realmente de acuerdo con vos, si no tuviese contacto
inmediato con la materia?... Por eso Dios es extenso y está
difundido a su manera; de donde se sigue que Dios es un
ser extenso.” 33 Descartes replicó3839 que Dios es verdadera­
mente extenso en potencia, esto es, es capaz de mover la
materia en cualquier punto, pero que esto es esencialmente
diferente de la exacta extensión geométrica que se atribuye a
la materia. More no estaba, con todo, satisfecho. “Entendéis
38 Oeuvres de Descartes (Cousin), Vol. X, pág. 181.
39 Oeuvres, X, págs. 195 y sig.
158 LA FILOSOFÍA INGLESA F.N EL SIGLO XVII
por extensión jurllo que se acompaña de la facultad de
estar cu contacto y posee impenetrabilidad. Admito con vos
que este no es el caso de Dios, de los ángeles y del alma, que
están desprovistos de materia, pero sostengo que en los án­
geles, y <mi las almas hay una verdadera extensión aunque
poco reconocida por la corriente de las escuelas.” <o De aquí
que en el caso del vaso vacío de aire, ejemplo utilizado por
Descartes —quien afirmaba que algún otro material debe
entrar en el vaso o de otro modo sus lados se pondrían en
contacto— More estaba en condiciones para sostener con
energía que esta no es una conclusión necesaria, porque la
extensión divina podría llenar el vaso y mantener aparte sus
lados.4041 Al mismo tiempo More, no más que Descartes o
Hobbes acarició la idea de un vacío en la naturaleza. La
materia es sin duda infinita porque “la actividad divina y
creadora, que nunca huelga, ha creado la materia en todos
los lugares, sin dejar el más mínimo espacio vacío”.42
La sugestión del vaso, empero, lleno únicamente de ex­
tensión divina lleva a More a una concepción interesante e
importante del espacio y su relación con el ser divino. Para
Descartes, el espacio y la materia eran la misma cosa, porque
un cuerpo material no es sino una limitada porción de ex­
tensión. llobbcs, en sus disputas con la doctrina de las cua­
lidades primarias y secundarias, fue llevado a distinguir entre
espacio y extensión. Podemos suponer aniquilados todos los
cuerpos materiales pero no podemos aniquilar el espacio por
medio del pensamiento. Por esto el espacio es un fantasma,
una cosa imaginaria de la mente, mientras que la extensión
permanece como una cualidad esencial de los cuerpos que
existen, por supuesto, independientemente de los movimien­
tos del cerebro humano que forman el alma. More concuerda
con Hobbes en que la materia puede ser mentalmente ani-
40 Segunda Carta, Oeuvres, X, págs. 212 y sig.
41 Primera Carta, Oeuvres, X, pág. 184.
42 Segunda carta, Oetivres, X, pág. 223.
ESPACIO COMO PRESENCIA DIVINA 151)
quitada, sin que por esto el espacio quede realmente elimi­
nado, pero extrae del hecho una conclusión completamente
diferentes.43 Si el espacio no puede ser mentalmente elimi­
nado, debe tener una existencia real que subyace en todas
las sustancias extensas del universo y posee un conjunto de
las más notables cualidades. La materia puede ser infinita,
y no obstante esto es totalmente distinta de este substrato
inmóvil e ilimitado o espacio, en contraste con el cual sus
diversos movimientos se hacen mensurables. More atacó la
doctrina cartesiana de la relatividad del movimiento soste­
niendo que el movimiento y su mensurabilidad presuponen
un espacio absoluto, homogéneo e invariable. De otro modo,
dice, se incurriría en contradicción.44 Tomemos como ejem­
plo tres cuerpos AB, CD y EF
CD fCDl
AB M N | AB |
[ÉLl
en la posición M y cambiemos su relación de modo que apa­
rezcan como en N. AB se ha movido entonces a la derecha
con relación a EF y a la izquierda con relación a CD, esto
es, se ha movido en direcciones opuestas al mismo tiempo.
More sostiene que la única forma de superar esta contradic­
ción es afirmar un espacio absoluto en el cual AB se mantie­
ne en reposo. Este es, por supuesto, un frustrado intento para
apreciar acabadamente la doctrina de la relatividad, y la con­
tradicción resulta solamente porque ha cambiado el punto
de referencia de los cuerpos. Pero lo que a More le interesa
sostener es realmente algo más profundo, a saber que el
hecho y la mensurabilidad del movimiento implican el su-
43 Enchiridion, Ch. 8.
44 Enchiridion, Ch. 7, Part. 5. Cf. un argumento que supone pre­
misas similares en Divine Dialogues, págs. 52 y sig.
160 LA FILOSOFÍA INCLFSA EN EL SIGLO XVU
puesto de un infinito sistema geométrico como un funda­
mento realmente existente del mundo de la naturaleza, en
función del cual se hace la medición. Es completamente in­
diferente, por lo que atañe al principio del espacio absoluto,
cuál sea (‘1 cuerpo sensible en reposo que hayamos de tomar
en este sistema como centro de nuestras coordenadas. Ha­
biendo defendido así este espacio absoluto, More ve en él
un ser sumamente maravilloso. Debe tener una existencia
real porque es infinitamente extenso, aunque por distinguirse
de manera absoluta de la materia, no tiene características
corpóreas a excepción de la extensión.46 Por eso, de acuerdo
con sus premisas, debe ser una auténtica sustancia espiritual,
y cuanto más reflexiona More sobre él más notable le pa­
rece. Enumera no menos de veinte atributos que pueden apli­
carse tanto a Dios como al espacio: uno y otro es “uno, sim­
ple, inmóvil, eterno, perfecto, independiente, existente por
sí mismo, subsistente por sí mismo, incorruptible, necesario,
inmenso, increado, ilimitado, inabarcable, omnipresente, in­
corpóreo, penetra y abraza todas las cosas, ser esencial, ser
actual, pura actualidad”. La atribución de esta notable lista
de epítetos al espacio es un ejemplo ilustrativo de cómo los
espíritus religiosos que veían con simpatía el nuevo movi­
miento matemático encontraron en el espacio infinito el ver­
dadero sustituto para la Forma Pura o Absoluta Actualidad
de la filosofía de Aristóteles, en función de la concepción
geométrica del universo. Este corolario religioso del nuevo
orden halló en Europa su gran adalid en Malebranche, para
quien el espacio se convertía prácticamente en Dios.
More no llegó a tanto. En el Antídoto contra el ateísmo, es­
crito antes de 1662, sugiere tres posibles concepciones del
espacio, pero evidentemente no sabe cuál adoptar.4®Una es
« Enchiridion, Ch. 8, Par. 7.
40 Antidote aeainst Atheism, Appcndix, Ch. 7. “Si no hubiese ma­
teria, sino sólo la inmensidad de la esencia divina que ocupa todo por
su ubicuidad, entonces la reduplicación, por asi decirlo de su sustancia
invisible, por la cual se presenta en todas partes, sería el sujeto de esa
ESPACIO GOMO PRESENCIA DIVINA Mil
que el espacio es la inmensidad u omnipresencia de la esen­
cia divina; la segunda que es simplemente la posibilidad do
la materia, porque la distancia no es una propiedad real o
física sino meramente la negación de la unión táctil, etc. La
tercera concepción es que el espacio no es otra cosa que Dios
mismo. En su última e importante obra, el Enchiridion Me-
taphysicum, publicado en 1671, está en condiciones de comu­
nicarnos su elección entre estas posibilidades.47 Rechaza
como definitivamente insatisfactoria la concepción segunda,
la del espacio como potencialidad, pero no se aventura a
decir que el espacio es Dios mismo sin la considerable ca­
lificación de la posición primera. More expresa como sigue
su conclusión: “He mostrado con claridad que esta exten­
sión infinita, que comúnmente se la considera como simple
espacio, es en verdad cierta sustancia, y que es incorpórea
o espíritu... Este inmenso locus intemus o espacio realmen­
te distinto de la materia, que concebimos en nuestro enten­
dimiento, es cierto úxoypGttM, • • -algo rudo, una representación
algo vaga y confusa de la esencia divina o presencia esen­
cial, en la medida en que se distingue de su vida y de sus
actividades. Pues ninguno de los atributos que hemos apun­
tado [los veinte arriba enumerados] parecen referirse a la
difusión y mensurabilidad. Añado además que la constante observa­
ción de esa amplitud y mensurabilidad infinitas, que no dejamos de
imaginar en nuestra fantasía, puede ser una noción más tosca y
oscura que se nos ofrece de esa esencia y existente por si misma, que
la idea de Dios nos representa con mayor plenitud y distinción.
Hay también otro modo de responder a esta objeción, y es éste. No
podemos libramos de la idea de que esta imaginación del espacio no es
la imaginación de alguna cosa real, sino sólo de la grande e inmensa
capacidad de la potencialidad de la materia...
"Si, desaparecida del mundo la materia corpórea, hay aún espacio
y distancia, en los cuales se concebía situada a la materia, y si esta
distancia espacial es algo, aunque no corpóreo porque no es impene­
trable ni tangible, tiene que ser por necesidad una sustancia incorpó­
rea que existe necesaria y eternamente por si misma; la idea más
chira de un Ser absolutamente perfecto nos informa más plena y exac­
tamente que es Dios que subsiste por sí mismo.”
47 Enchiridion, Ch. 8, Par. 8 y sig.
162 LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO XVn
vida y actividad divina, sino a su simple esencia y existen­
cia.” 48 More presenta en otra parte el mismo pensamiento
de modo más venerable: “Ese objeto espiritual, que llama­
mos espacio, es sólo una sombra pasajera, que representa
para nosotros, en la débil luz de nuestro intelecto, la natu­
raleza verdadera y universal de la continua presencia divina,
hasta que podamos percibirla con los ojos abiertos y a una
distancia más próxima.” 49 En otras palabras, el espacio es
Dios sólo en cuanto es omnipresente, prescindiendo de
otras características que tocan a su vida y a su poder. Pero
su carácter espiritual es algo esencial. El espacio es divino.
Un mundo mecánico sólo estallaría en pedazos por la libre
operación de las leyes del movimiento. Toda continuidad en
el universo —este espacio inmóvil e incorpóreo así como las
fuerzas invisibles, tal la gravedad y la cohesión, que mantie­
nen juntas en un sistema las diferentes partes de la estruc­
tura cósmica— es fundamentalmente espiritual.50 “El apoyo
y el sostén de las cosas es la benevolencia de Dios.” 51
Ralph Cudworth, el segundo de entre los más influyentes
pensadores de Cambridge, no se arriesgó a adoptar la osada
hipótesis de la cspacialidad de Dios. Su gran familiaridad
cou los filósofos clásicos y su apasionado fervor de refutar
a los ateos le dispensó de desarrollar el interés científico en
el progreso detallado de la filosofía mecánica que había sido
también un motivo evidente en More. De aquí que su interés
religioso se exprese no en el intento de someter, a toda costa,
una metafísica teísta a las categorías de la nueva ciencia, sino
más bien por un regreso al pensamiento platónico y aristo­
télico. Pero es interesante observar cómo, incluso en un pen­
sador esencialmente conservador y que no llega a participar
de los intereses dominantes de la corriente principal de su
48 Enchiridion, Ch. 8, Par. 14 y sig.
49 Opera Omnia, London, 1675-9, Vol. I, págs. 171 y sig.
90 Compárese con la idea presocrátíca que concebía el mundo como
el producto de las fuerzas opuestas del Amor y el Odio.
51 A Platonic Song of the Soul, Part II, Canto 4, Estancia 14.
ESPACIO COMO PRESENCIA DIVINA KM
ópica, algunos de sus importantes resultados han arraigado
firmemente. Adopta la doctrina de la estructura mecánica
del universo material y la noción de las cualidades primarias
y secundarias. Observa al mismo tiempo que la verdadera
dificultad no reside en explicar las formas y las cualidades
en función de las magnitudes, figuras, movimientos, o algo
por el estilo, sino cómo explicar el alma y la mente sobre ta­
les bases. Está persuadido de que una búsqueda consecuente
de la filosofía mecánica conduciría inevitablemente a la acep­
tación de seres incorpóreos, en especial de una suprema Dei­
dad espiritual. Cudworth aduce cinco razones para esta con­
vicción.62 Primero, la hipótesis atómica, que sólo confiere al
cuerpo la extensión y sus modos, “no puede de ningún modo
hacer que la vida y el pensamiento sean cualidades del cuer­
po, puesto que no están contenidos en estas cosas, ni pueden
resultar de ninguna conjugación de ellas. Por esto debe darse
por sentado que la vida y el pensamiento son los atributos
de una sustancia distinta del cuerpo, esto es una sustancia
incorpórea. Además... como no hay cuerpo que pueda mo­
verse por sí mismo se sigue innegablemente que debe haber
en el mundo algo más que el cuerpo, si no nunca podría
haber habido movimiento en él. Por otra parte, según esta
filosofía, los fenómenos corpóreos no pueden resolverse por
el mecanismo solo, sin la fantasía (referencia a la teoría de
Hobbes). Ahora bien, la fantasía no es un modo del cuerpo
y debe ser, por tanto, un modo de alguna otra clase de ser
que está en nosotros, esto es un ser pensante e incorpóreo.
Además, ...e l sentido mismo no es una pasión meramente
corpórea que surja de los cuerpos, ... realmente no hay nada
en los cuerpos semejante a esas ideas fantásticas que tene­
mos de las cosas sensibles, como el calor y el frío, rojo, ver­
de, amargo, dulce, etc., las cuales por tanto tienen que deber
su existencia a alguna actividad del alma misma; y esto equi-
62 Cudworth, The True InteUectual System of tive VtUverse, Bk. I,
Ch. I, Pars. 27, 28, 38, 39.
164 LA FILOSOFÍA IKCLESA EN EL SIGLO XVH
vale a hacerlas incorpóreas. Por último ... el sentido no
es el Kpfnjptoy de la verdad tocante a los cuerpos mismos
...d e donde so sigue evidentemente que hay algo en nos­
otros superior al sentido que lo juzga, descubre su fantasía y
contiena su impostura y determina lo que realmente es y no
es en los cuerpos que están fuera de nosotros, que tiene que
ser una fuerza de la mente, más alta y dotada de actividad
propia, que evidentemente la muestre como incorpórea”.53
Al mismo tiempo, la filosofía mecánica ofrece una explica­
ción adecuada y satisfactoria del mundo material. De aquí
que para Cudworth sustituya definitivamente las formas y
cualidades escolásticas, una explicación que no consiste en
“nada más que decir que todo está concluido sin que sepa­
mos cómo; o, lo que es aun más absurdo, nos hace ignoran­
tes de la causa, oculta bajo los términos de formas y cuali­
dades, para ser ella misma la causa del efecto”.
Cudworth piensa así de acuerdo con las ideas principales
del dualismo cartesiano y para él, como para todos los pen­
sadores del siglo con excepción acaso de líobbcs, todas las
dificultades últimas, mctalísicas o epistemológicas, se resuel­
ven acudiendo a Dios.
I'. FILOSOFIA DEL MÉTODO, DEL ESPACIO
Y TIEMPO DE BARROW
A Isaac Barrow (1630-77), amigo íntimo de Newton, maes­
tro y predecesor en la cátedra de Matemáticas fundada por
Henry Lucas en Cambridge, se lo considera comúnmente
sólo como un importante matemático y teólogo en la historia
de su época. Sin embargo, en sus disertaciones matemáticas
y geométricas, ofrece observaciones sobre el método mate­
mático, el espacio y el tiempo, que tienen significativas im­
plicaciones metafísicas. También él, como More, influyó vi­
gorosamente en el pensamiento metafísico de Newton. Por
53 Sin embargo, habla del alma como si fuera extensa. Cf. Bk. III,
Cb. I, Sed. 3.
FILOSOFÍA DE BABBOW 105
eso resulta apropiado considerarlo en este capítulo. Newton
era estudiante de Cambridge durante todo el período en que
Barrow se interesó por las matemáticas, y es sabido que
Newton asistió a sus clases. Después de 1664 su amistad llegó
a ser muy íntima, y en 1669 Newton tuvo a su cargo la revi­
sión y edición de las disertaciones geométricas y él mismo
agregó la última, y tal vez intervino también en las otras. Es
difícil, no obstante, que el análisis del tiempo, en lo cual
estamos principalmente interesados, sea obra de Newton,
pues constituye prácticamente toda la primera disertación.
Si Newton hubiese sido el autor, de seguro que habríamos
tenido testimonio de ello.
Las concepciones de Barrow sobre el método matemático
y el espacio aparecen principalmente en sus Lecttones ma~
thematicae, pronunciadas en los años 1664-6. Tocante al pri­
mero concibe y expresa tan claramente como cualquier otro
filósofo de su siglo el método de los triunfantes físicos mate­
máticos. Es muy lamentable que no haya podido ver todos
los alcances del método ni proponer un programa firme y
coherente para la investigación científica, el estudio de las
unidades matemáticas, el papel de la hipótesis, del experi­
mento, etc.
Después de algunas observaciones preliminares, señala
Barrow que el objeto de la ciencia es la cantidad, que puede
considerarse o en su pura forma, como en la geometría y en
la aritmética, o en formas combinadas, unida con cualida­
des no matemáticas.64 Por ejemplo, una línea recta puede
considerarse en su forma pura y absoluta como en la geome­
tría, o como la distancia entre los centros de dos cuerpos, o
como la trayectoria del centro de un cuerpo, como en astro­
nomía, óptica o mecánica. El geómetra abstrae simplemente
la magnitud en general, que constituye su objeto, del mismo
modo que cualquier otro científico abstrae lo que parece de54
54 The Mathematical Works of Isaac Barrow D. D. (Whewell edi-
tion), Cambridge, 1860, Vol. I, págs. 30 y sig.
166 LA FILOSOFÍA INCLESA EN EL SIGLO x v n
naturaleza esencial de una porción cualquiera del fenómeno
que está estudiando. Es erróneo el intento de considerar que
el matemático trata con un reino ideal e inteligible opues­
to al reino de los objetos sensibles. El objeto de la ciencia es
el reino sensible, en la medida en que es inteligible y sobre
todo en la medida en que exhibe una continuidad cuantita-
tiva.r*5 Así la física, hasta donde es ciencia, es completamen­
te matemática, y como todo lo matemático se aplica en físi­
ca, podemos decir que las dos ciencias son coextensivas e
iguales.66 De igual modo en astronomía, una vez que se han
establecido los postulados, todo el razonamiento es pura­
mente geométrico. De hecho Barrow considera a la geome­
tría como la ciencia verdaderamente tipo de las matemáticas
(y en esto sigue a sus predecesores); el álgebra no es una
parte de las matemáticas, sino una clase de lógica que se
usa en ella; la aritmética, en cambio, se incluye en la geome­
tría porque los números sólo poseen significación matemáti­
ca cuando las unidades de que están compuestos son iguales,
esto es cuando son partes iguales de una cantidad continua
y homogénea.67 Ahora bien, una cantidad semejante es el
objeto de la geometría, y los números matemáticos no son
así más que índices o signos de las magnitudes geométri­
cas.66 Barrow aparece aquí como un verdadero nominalista
inglés y sostiene evidentemente (de acuerdo con Hobbes y
More) que todo existente auténtico debe concebirse como
extenso. Los pesos, las fuerzas, el tiempo son, según Barrow,
extensos en algún sentido, esto es en cuanto se los trata como
cantidades geométricas.6®
Después hace una descripción del método de investiga­
ción y demostración geométricas.60 Su exposición primera es89
88 Barrow, págs. 38 y sig.
88 Barrow, págs. 44 y sig.
87 Barrow, p&gs. 53 y sig.
88 Barrow, p&gs. 50 y sig.
89 Barrow, págs. 134 y sig.
80 Barrow, p&gs. 65 y sig.
FI1.050FÍA DE BAMIOW 1(17
muy vaga y generalct, pero el resumen que aparece ¡rocas
páginas después es algo mejor. Los matemáticos “contem­
plan los caracteres que en su mente se presentan como ideas
claras y distintas y les dan nombres apropiados, adecuados
e invariables. Para investigar sus propiedades y elaborar con­
clusiones verdaderas, aplican entonces a priori sólo ciertos
axiomas que son muy familiares, indubitables y pocos en
número. De manera semejante, las hipótesis que establecen
a priori son muy pocas, y en alto grado conforme a la razón
e irrebatibles por ninguna mente cuerda”. De este modo, la
ciencia matemática se hace única en su fuerza lógica.6162
Barrow, repitiéndose algo, enumera ocho razones específi­
cas para abonar la certeza de la geometría: la claridad de sus
conceptos, las definiciones inequívocas de los términos ma­
temáticos, la certidumbre intuitiva y la verdad universal de
sus axiomas, la posibilidad y facilidad con que podemos ima­
ginar sus postulados e hipótesis, el pequeño número de sus
axiomas, la claridad con que puede concebirse el modo como
se generan las magnitudes, el orden sencillo de las demos­
traciones, y finalmente el hecho de que los matemáticos pa­
sen por alto lo que no conocen o aquello de que no tienen
certidumbre, “prefiriendo reconocer su ignorancia que afir­
mar algo temerariamente”. Hasta el positivismo del nuevo
movimiento había alcanzado a Barrow.
Podemos preguntarnos ahora cómo estamos seguros de la
verdad de los principios basados en los cuales aplicamos con­
fiadamente la geometría al estudio de la naturaleza. Barrow
sostiene que estos principios derivan, en última instancia,
de la razón, y que los objetos sensibles son simplemente la
ocasión que las suscita.63 “¿Quién vio alguna vez o distin­
guió por los sentidos una línea recta exacta o un círculo per­
fecto?” Sin embargo, la razón percibe, estimulada por los
61 Barrow, págs. 75 y sig. Cf. también pégs. 89, 115 y sig.
#2 Barrow, págs. 66 y sig.
63 Barrow, págs. 82 y sig.
168 LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO XVH
sentidos, que las figuras geométricas existen realmente en el
mundo sensible, aunque no visible ni tangiblemente; son
como la estatua que existe en el bloque de mármol sobre el
cual trabaja el escultor. Al mismo tiempo —Barrow afirma—,
si preferimos creer con Aristóteles que todas las proposicio­
nes generales se derivan de la inducción, debemos admitir
la validez universal de los principios matemáticos porque
han sido confirmados constantemente por la experiencia, y
Dios es inmutable. La matemática es así la ciencia perfecta
y cierta.64 La vía para lograr el más acabado conocimiento
posible es siempre definir nuestro objeto en función de las
propiedades a partir de las cuales se obtienen las deducciones
matemáticas de la manera más simple. Barrow llega a esta
conclusión confusamente y sin advertir toda su importancia
para la física. En el curso de sus conferencias, sin embargo,
encara el problema desde otro ángulo y parece aproximarse
a una posición más clara.
Barrow observa que la matemática es fundamentalmente
una ciencia de la medida.66 Ahora bien, cualquier cosa puede
usarse como medida; podemos medir la distancia que nos se­
para del fuego por el grado de calor que experimentamos, de
una flor por su olor, del mismo modo que medimos una ma­
yor distancia por el tiempo que emplea un viajero o un
barco.66 Pero apenas si consideramos estas medidas como
matemáticas. Allí donde es posible, la medida matemática es
la manera más simple y fácil de tal determinación porque
mide en función de una unidad definida que es homogénea
con la cosa medida, y da así a la medida resultante una exac­
ta forma numérica.67 Se dice así que se conoce, en sentido
peculiar, lo que se expresa numéricamente en relación con
una cantidad definida y conocida que tomamos como uni-
04 Barrow, págs. 90 y sig.
86 Barrow, pág. 216.
88 Barrow, pág. 223.
87 Barrow, págs. 226 y sig.
FII.OSOFÍA DE BAnnOW llttl
(lacl.°f* Mientras tus cantidades no se reducen a tales expre­
siones numéricas se las estima desconocidas; en la medida
en que los juicios inmediatos de los sentidos acerca de su
mundo carecen de la claridad del número, la mente no puede
concebirlos tan fácilmente ni la memoria retenerlos bien a
causa de su carácter voluble y cambiable; sólo por los nú­
meros pueden reducirse las cantidades de todas las cosas a
unas pocas medidas conocidas y comúnmente adoptadas.
Lo único que se ha omitido en este análisis es determinar
la dirección que se ha de tomar para discernir entre las ca­
racterísticas de un objeto que hasta aquí no han sido redu­
cidas a las matemáticas, una unidad con la cual puedan
expresarse numéricamente. Acaso no debamos reprochar du­
ramente a Barrow por esta omisión, porque esta ciencia
todavía es un desiderátum.
El interés religioso de Barrow se hizo manifiesto en su
postulado de la constancia de la naturaleza y ahora afirma
que toda demostración presupone la existencia de Dios.
“Digo que toda demostración presupone la verdad de las hi­
pótesis [postulados, diríamos nosotros]; la verdad de una
hipótesis atribuye una existencia posible a la cosa supuesta;
esta posibilidad implica una causa eficiente de la cosa (de
otro modo sería imposible que existiera) y la causa eficiente
de todas las cosas es Dios.” 6869 Esta referencia religiosa apa­
rece aun con mayor energía en su análisis del espacio y del
tiempo.
Uno de los atributos importantes de las magnitudes geo­
métricas es que ocupan espacio.70 Ahora bien, ¿qué es el es­
pacio? Para Barrow resulta impío considerar que el espacio
tiene una existencia real e independiente de Dios, e igual­
mente es contrario a las Escrituras considerar que la mate­
ria es infinitamente extensa. Pero si descubrimos la relación
68 Barrow, págs. 239 y sig.
09 Barrow, pág. 111.
70 Barrow, 140 y sig.
170 LA FILOSOFÍA INCI.KSA EN EL SICLO XVH
apropiada que hay cutre el espacio y Dios, podemos atribuir
al primero una existencia real. Como Dios puede crear mun­
dos más allá de este mundo, debe extender la materia más
allá de él, y entendemos justamente por espacio esta super­
abundancia de la presencia y del poder divinos.71 Aparte de
esta referencia religiosa, no puede considerarse el espacio
como una cosa realmente existente72; “no es más que una
potencia pura y simple, una mera capacidad, posición o in­
terposición de alguna magnitud".
He aquí una interesante combinación de ideas sobre el
espacio que More también estaba considerando en esa mis­
ma época. Como ambos residían en Cambridge, es probable
que el pensamiento de cada uno de ellos haya influido di­
rectamente sobre el otro. More no tenía mucho interés en el
tiempo, al paso que Barrow estaba tan interesado en el tiem­
po como en el espacio porque había llegado a concebir que
las magnitudes geométricas son engendradas por el movi­
miento y porque estaba apasionadamente empeñado en el
esfuerzo de construir un cálculo geométrico sobre la base de
esta concepción. Y en sus concepciones del tiempo, que se
hallan en las Lcctioncs geomelricac, escritas probablemente
antes de las disertaciones arriba señaladas sobre el método y
el espacio, Barrow aparece algo más original.
Después de señalar algunos de los aspectos interesantes
del tiempo, especialmente su carácter cuantitativo, Barrow
se pregunta si no hubo tiempo antes de la creación del mun­
do, y si fluye ahora más allá de los límites del mundo, donde
nada persiste.73 Su respuesta es:
"Así como hubo espacio antes de la creación del mundo y aún ahora
hay un espacio infinito más allá del mundo (con el cual coexiste Dios),
asi también antes del mundo y a una con él (tal vez más allá del
mundo) el tiempo era y es. Como antes del mundo habia seres que
podían existir continuamente [Dios y los ángeles probablemente], asi
71 Barrow, pág. 154.
72 Barrow, pág$. 158 y sig.
78 Barrow, Vol. II, págs. 160 y sig.
filosofía de baiuww J71
iilmiii ItiM c'osíiN pueden existir más allá del mundo capaz de gozar de
ilii lm permanencia. . . El tiempo, por lo tanto, no denota una existen-
i tu ieid, sin» simplemente una capacidad o posibilidad de existencia
peí lilimente, del mismo modo que el espacio indica la capacidad de
lina magnitud intermedia... Pero ¿no implica movimiento el tiempo?
Itespondo que no, en cuanto toca a su naturaleza absoluta e intrínseca;
y no más que el reposo. La cantidad del tiempo no depende esencial­
mente ni del movimiento ni del reposo. Si las cosas se mueven o están
quietas, si estamos dormidos o despiertos, el tiempo fluye con ritmo
siempre igual. Imaginemos que todas las estrellas hubiesen permane­
cido fijas desde su nacimiento; nada se habría perdido para el tiempo
y ese reposo habría durado mientras continuara el fluir de ese movi­
miento. Antes, después, al mismo tiempo (hasta donde toca al origen
y desaparición de las cosas) incluso en ese tranquilo estado habrían
tenido su existencia propia y podían haber sido percibidas por una
inteligencia más perfecta. Pero aunque estas magnitudes son canti­
dades absolutamente independientes de toda referencia a la medida,
no podemos, sin embargo, percibir sus cantidades a menos que apli­
quemos las medidas. Así el tiempo es en si mismo una cantidad, aun­
que para distinguir la cantidad del tiempo tengamos que acudir al
movimiento, que sirve de medida para apreciar las cantidades tempo­
rales y compararlas entre si. El tiempo como algo mensurable implica,
pues, movimiento, puesto que si todas las cosas permanecieran inmó­
viles no podríamos distinguir de ningún modo el tiempo que ha pasado.
No podríamos distinguir la época que tienen las cosas ni descubrir su
desarrollo.” 74
“.. .Los que se despiertan de un sueño no saben a ciencia cierta
el tiempo transcurrido, pero de esto no se puede deducir legítimamente
que ‘es evidente que aparte del movimiento y del cambio no hay tiem­
po’. No lo percibimos claramente, entonces no existe —conclusión de
una inferencia errónea— y el sueño es engañoso, porque nos hace
relacionar dos momentos distantes del tiempo... Además, puesto que
74 La parte omitida de la cita muestra nuevamente cuánto influía
en las almas piadosas interesadas por la ciencia, la filosofía cartcsiano-
hobbesiana. ‘‘¿Digo que no percibimos el discurrir del tiempo? No,
ciertamente, ni percibimos otra cosa, pero absortos en un estupor cons­
tante, permanecemos como pilares o rocas. Pues no notamos nada sino
en la medida en que algún cambio que afecta nuestros sentidos nos
turba, o una operación interna del alma estimula y excita nuestra con­
ciencia. A partir de la extensión o intensidad del movimiento que
«'¡cree presión interior o provoca una perturbación juzgamos acerca
de los diferentes grados y cantidades de las cosas. Asi la cantidad
del movimiento, en la medida en cuanto podemos notarlo, depende
ile su extensión.”
172 LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO x v n
concebimos el tiempo como pasado que fluye siempre por un cauce
igual y no más lento ni más rápido alora que después (si se admitiese
efectivamente esta disparidad, el tiempo no seria de ningún modo
susceptible do cálculo o dimensión), no se estima todo movimiento
igualmente adecuado para determinar y distinguir la cantidad del
tiempo, sino principalmente el que, por ser simple y uniforme en el
más alto grado, avanza siempre con un ritmo igual. El móvil conserva
siempre la misma fuerza y se mueve en un medio uniforme. Por eso
para determinar el tiempo hay que escoger un móvil por lo menos
hasta donde, tocante a los períodos de su movimiento, conserva cons­
tantemente un impulso igual y cubre una distancia igual.”
Barrow observa que con este propósito se aceptan gene­
ralmente los movimientos de las estrellas y, en especial, del
Sol y la Luna, y se refiere al problema de si la medida del
tiempo depende del movimiento, el tiempo mismo puede ser,
en cuanto definido, la medida del movimiento.
“Pero se nos puede preguntar cómo sabemos que el Sol c$ movido
por un movimiento igual, y que un dia, por ejemplo, o un año es
exactamente igual a otro, o de duración igual. Respondo que esto lo
sabemos únicamente (con excepción <le lo «pie puede inferirse del tes­
timonio divino) comparando el movimiento del Sol con otros movi­
mientos iguales. Sin duda, si se comprobara que el movimiento del
Sol registrado en el reloj de sol concordara con los movimientos de un
instrumento para medir el tiempo que está construido con suficiente
exactitud.. .75 De este razonamiento parece seguirse, lo cual acaso pa­
rezca extraño a algunos, que en rigor los cuerpos celestes no son
realmente las medidas primeras y originales del tiempo, sino los movi­
mientos que por medio de los sentidos observamos como próximos a
nosotros y que están sujetos a nuestros experimentos, pues su re­
gularidad nos permite juzgar acerca de la regularidad de los movi­
mientos celestes. Ni siquiera el mismo Sol es un digno juez del tiempo,
ni es aceptado como testigo veraz, a menos que los instrumentos para
medir el tiempo den fe de su veracidad.”
Barrow agrega que no hay ningún medio de comparar los
períodos de las revoluciones celestes de hoy con las de hace
muchos siglos; de aquí que no sea posible tener por cierto
que Matusalén viviera realmente más tiempo que un hombre
75 La frase está incompleta en el original.
FILOSOFIA DE BARROW 17;»
iiMxIrnio que desaparece a los cien años. Responde luego a la
cuestión específica de la relación última del tiempo y el mo­
vimiento, como sus predecesores lo habían hecho tocante a
la relación última del espacio y la extensión.
“No se objete que el tiempo es considerado generalmente como la
medida del movimiento, y que, por tanto, las diferencias del movi­
miento (más rápido, más lento, acelerado, retardado) se definen su­
poniendo conocido el tiempo; y que, en consecuencia, el movimiento
no determina la cantidad del tiempo, sino que el tiempo determina
ln cantidad del movimiento. Nada impide que el tiempo y el movi­
miento se presten mutua ayuda al respecto. Evidentemente, así como
medimos el espacio primero por alguna magnitud y sabemos su valor
juzgando después por el espacio otras magnitudes congruentes, asi cal­
culamos primero el tiempo a partir del movimiento y después juzga­
mos con él otros movimientos. Esto no es en verdad nada más que
comparar algunos movimientos con otros por medio del tiempo, así
como por medio del espacio investigamos las relaciones de las mag­
nitudes entre sí. . . Además, como el tiempo, según se ha visto, es
una cantidad uniformemente extensa y todas sus portes corresponden
a las partes respectivas de un movimiento igual, o proporcionalmente a
las partes del espacio atravesadas por un movimiento igual, puede
representarse, esto es proponerse a nuestra mente o fantasía de una
manera mucho más satisfactoria por medio de una magnitud homo­
génea; en especial por la magnitud más simple como la línea recta
o circular, que guarda con el tiempo no pocas semejanzas y analo­
gías.” »
70 El resto del pasaje aclara este punto un poco más. “Pues además
del hecho de que el tiempo tiene partes que son muy semejantes, es
conforme con la razón considerarlo como una cantidad dotada de una
sola dimensión. Lo concebimos constituido por la simple adición de
momentos sucesivos o, por así decirlo, por el fluir continuo de un solo
momento; por eso acostumbramos a atribuirle sólo longitud y no deter­
minamos su cantidad de otra manera que por la longitud de la línea
que recorre. Como digo, se considera una linea como la trayectoria de
un punto móvil que posee, a partir del punto, una cierta indivisibili­
dad, pero a partir del movimiento posee una cierta divisibilidad que
concuerda con la longitud. De este modo se concibe el tiempo como la
trayectoria de un instante que fluye constantemente, que posee una
cierta indivisibilidad a partir del instante, pero que es divisible en la
medida en que es un sucesivo fluir. Y así como la cantidad de una
línea depende sólo de la longitud, resultado del movimiento, así la
cantidad del tiempo se sigue ae una simple sucesión, que se desplie­
ga, por así decirlo, en la longitud, que la longitud del espacio reco-
174 LA FJlX)SOFÍA INt.LKSA EN EL SICLO XVn
Hemos presentado casi completa esta larga disquisición
porque representa bellamente un paso natural y lógico en el
desarrollo de una filosofia del tiempo comparable a la filoso­
fía del espado, común en Inglaterra en la época de More y
Barrow, y porque conduce a la concepción del tiempo pre­
conizada por Newton. En ambas concepciones del tiempo y
del espacio, Barrow admite la validez del planteo religioso
de More. Considerados como existencias reales y absolutas,
el espacio y el tiempo no son sino la omnipresencia y la du-
ración eternas de Dios. Pero Barrow está asimismo interesado
en otro planteo, el de la ciencia matemática positiva. Desde
este punto de vista no son nada que exista realmente, sino
que expresan simplemente potencialidad de magnitud y du­
ración. ¿Por qué entonces al examinarlas desde un punto de
vista científico, no abandona Barrow la terminología absolu­
tista y trata el espacio y el tiempo como si estuvieran rela­
cionados meramente con la magnitud y el movimiento, en la
medida en que así se lo debe tratar siempre en la práctica?
En parte, sin duda, porque Barrow se ha formado evidente­
mente una concepción más clara y definida del significado
del tiempo como dimensión matemática distinta, pero prin­
cipalmente porque no descuida nunca la validez del otro
planteo. El tiempo no es una entidad metafísicamente inde­
pendiente. Barrow no olvidó nunca que habia un Dios infi­
nito y siempre vivo, cuya existencia más allá del mundo im­
plicaba el espacio, y cuya vida ininterrumpida antes de la
creación de las cosas implicaba el tiempo. Por estar precisa­
mente acogidos en la inmutable naturaleza divina, el tiempo
y el espacio poseen esa claridad y firmeza que determinó la
posibilidad de comparar con exactitud, por su mediación, las
magnitudes y los movimientos sensibles. Por eso, incluso
cuando él no advierte la referencia específicamente religiosa
está presaste de manera implícita. Puede hablar del tiempo
nido prueba y determina. Representaremos, pues, el tiempo con una
linea recta.. . ”
FILOSOFÍA DE BARROW 175
como algo “que fluye de manera siempre igual”, como “inde­
pendiente del movimiento hasta donde toca a su naturaleza
absoluta e intrínseca”, como “una cantidad absoluta, inde­
pendiente de toda referencia a la medida”, etc. Oportuna­
mente encontraremos que estas observaciones constituyen
una valiosa introducción a la idea del tiempo en la impor­
tante obra de su ilustre discípulo.
Entretanto no olvidemos los fundamentos más generales.
El análisis matemático del movimiento, realizado por Cali-
leo, había dirigido la atención de los pensadores hacia dos
nuevas y extrañas entidades, que había que explicar y que
en la marcha progresiva de los tiempos llegarían a utilizarse
como categorías básicas en reemplazo de las sustancias y
esencias escolásticas. El espacio y el tiempo adquirieron
nuevos significados y llegaron a tener capital importancia
en el pensamiento humano. ¿Cómo los iba a tratar la filoso­
fía? Descartes, como osado metafísico que era, tenía presta
la respuesta tocante al espacio; vio en él la sustancia propia
del universo material, y adjudicó al mundo inmaterial del
pensamiento todo cuanto no podía recibir un tratamiento
plenamente geométrico. Los pensadores devotos de Inglate­
rra, como More y Barrow, advirtieron el peligro religioso de
este sucinto dualismo e intentaron poner al día la idea de
Dios de modo que el espacio no aparecería ya como inde­
pendiente de la deidad. Asimismo, siguiendo a ílobbes, hi­
cieron una distinción más fundamental entre el espacio y la
materia. Había con todo que esperar más para que se des­
arrollara una filosofía del tiempo. Descartes no pudo hacerlo,
en parte porque el tiempo era para él tanto un modo de la
sustancia pensante como de la res extensa, pero sobre todo
porque consideraba al movimiento como un concepto mate­
mático, y no había llegado a apreciar el ideal de Galileo so­
bre su formulación cuantitativamente pormenorizada. Pero
cuando los hombres intentaron gradualmente hacer más pre­
cisas las nociones e interrelaciones de la fuerza, aceleración,
LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO XVH
momento, velocidad, era natural que se vieran obligados a
enunciar con exactitud lo que ellos entendían por tiempo.
A medida que se afirmaban en este punto, el tiempo empe­
zó a parecer un continuo tan natural y justificado en sí
mismo como el espacio, independiente por completo de la
percepción y del conocimiento humanos y basado en los mis­
mos principios metafísicos. Barrow fue el primero en llegar
a esta etapa en el desarrollo de la filosofía del tiempo. Así
como el espacio había dejado de aparecer como accidental
a los objetos y relativo a las magnitudes, y se convirtió en
una sustancia infinita que existe por sí misma (salvo en su
relación con Dios), así también el tiempo dejó de ser consi­
derado simplemente como la medida del movimiento y se
convirtió en algo misterioso, y, en su última instancia, algo
de importancia religiosa, pero independiente por completo
del movimiento, que no puede medirlo porque fluye de lo
eterno a lo eterno en su curso matemático siempre igual. El
mundo de la naturaleza ha dejado de ser un reino de sus­
tancias que tienen relaciones telcológicas y cualitativas y se
ha transformado definitivamente en un reino de cuerpos que
se mueven mecánicamente en el espacio y el tiempo.
C a p ít u l o V I

GILBERT Y BOYLE

Las obras clásicas de Hobbes aparecieron en las décadas


posteriores a 1640; Newton terminó sus Principia en 1687.
Durante la generación intermedia, el pensamiento inglés re­
cibió una gran influencia de los escritos de hombres como
More, Cudworth y Barrow, y más enérgicamente aun de los
descubrimientos y publicaciones del gran físico y químico
Roberto Boyle. El pensamiento de Newton sobre los proble­
mas últimos tiene sellos tan evidentes de su brillante y múl­
tiple personalidad como los tiene la metafísica religiosa del
pensador de Cambridge. Pues aunque Boyle no sea recono­
cido comúnmente como tal, es un pensador de auténtica ca­
pacidad filosófica.
Pero antes de intentar una presentación de los fundamen­
tos de la filosofía de Boyle, será útil atar algunos cabos que
debemos recordar cuando estudiemos en Newton la meta­
física del padre de la moderna química atómica.
La concepción de More de un “espíritu de la naturaleza”
como un agente activo, nutricio, generador y rector, a través
del cual la voluntad de Dios se expresa en el mundo de la
materia, puede parecer algo extraña a los estudiosos moder­
nos, aunque en esencia la idea es sencilla y llegó a desempe­
ñar un papel comprensible en la filosofía de la ciencia en
gestación. Ya se han señalado sus relaciones con la antigua
idea del “alma del mundo” y la semejanza de sus funciones
en el mundo con las que los “espíritus animales” cumplen
178 CII.BEBT Y BOYLÉ
en los sistemas nerviosos y circulatorios. Hay que recordar
que More había insistido en que este espíritu de la natura­
leza es un ser incorpóreo y espiritual, aunque sin fin ni in­
teligencia consciente, y que había acudido a él para explicar
fenómenos como la gravedad y el magnetismo que a él le
parecían ser con evidencia fuerzas no mecánicas que ac­
túan en la naturaleza. Boyle también está persuadido de que
el pensamiento claro debe admitir algo así, y es de impor­
tancia capital en Newton.
Pero se necesita para esta concepción un fundamento más
amplio aun.

A. LA CORRIENTE CIENTIFICA NO MATEMATICA


Ya en la época de Képler v Caldeo, además del movimien­
to científico cuyo ideal era la exactitud matemática, y a cuyo
desarrollo contribuyeron tan poderosamente los descubri­
mientos de ambos, trayendo como consecuencia una notable
revolución metafísica que parecía estar implicada en ello,
estaba en cierne otra corriente científica, que surgía a pasos
lentos, pero no menos científica en interés y fecundidad. Su
método ora totalmente empírico y experimental más que ma­
temático, y principalmente en relación con esta corriente
los intentos para dar a la ciencia un correcto fundamento
metafísico determinaron que se recurriera a este expediente
positivo y definido del "espíritu de la naturaleza” o, como
se lo llamaba más comúnmente “espíritu etéreo”.
William Gilbert, el padre del magnetismo científico, cuya
obra clásica Sobre el imán y los cuerpos magnéticos, apare­
ció en 1600, era uno de los representantes más esclarecidos
de esta corriente científica. No nos detendremos en un estu­
dio detallado de su obra, pero sí tiene interés e importancia
su convicción, a la cual fue llevado por el fenómeno del mag­
netismo, de que el mundo es fundamentalmente un enorme
LA CORRIENTE NO MATEMÁTICA 170
imán.1 Gilbert concibe el interior de la Tierra compuesto
de una sustancia magnética homogénea 2, así se explica la
cohesión de la Tierra e igualmente su revolución diurna al­
rededor de sus polos, puesto que “un imán esférico que flota
en el agua se mueve circularmente en tomo a su centro para
acomodarse a la Tierra en el plano del Ecuador”.8 Además,
como toda la superficie de la Tierra es de una estructura
homogénea, el centro geométrico de la Tierra es también el
centro de sus movimientos magnéticos.4 Gilbert fue uno de
los primeros adalides ingleses de la teoría copernicana por
lo que toca a los movimientos diurnos de la Tierra.6 No acep­
taba la afirmación más radical de que también la Tierra gira
alrededor del Sol, aunque sostenía que éste es el primer mo­
tor e incitador de los movimientos planetarios. Por otra par­
te, debemos a los experimentos de Gilbert sobre el magne­
tismo el uso y el concepto de la palabra “masa” tal como más
tarde la encontramos ya madura en Newton. Según Gilbert,
la fuerza y el alcance del magnetismo de una piedra imán
varía de acuerdo con su cantidad o masa ®, es decir si tu­
viese una pureza uniforme y procediese de una mina deter­
minada. En este sentido Galileo y Képler tomaron de Gil­
bert la noción de masa.
Ahora bien, Gilbert como otros fundadores de la ciencia
moderna no se contentó simplemente con señalar y formular
los resultados de sus experimentos, sino que buscó las explica­
ciones últiiuus de los fenómenos. Se preguntaba cómo un
imán puede atraer a un pedazo de hierro que está separado
de él en el espacio. Su respuesta era en esencia la que había
sido común en los tiempos antiguos: el magnetismo se inter­
preta desde un punto de vista animista. La fuerza magnética
1 William Gilbert of Colchester, On the Loadstone and Magnetic
Bodies, traducción de Mottelay, New York, 1893, págs. 64 y sig.
2 Gilbert, págs. 813 y sig.
3 Gilbert, pág. 331.
4 Gilbert, pág. 150.
6 Gilbert, pág. 344.
• Gilbert, págs. 152 y sig.
180 CLLBERT Y BOYLE
es algo “animado” 7, “imita al alma”, más aun “sobrepasa al
alma humana cuando está unida a un cuerpo orgánico”, por­
que aunque ésta “utiliza la razón, ve muchas cosas, investiga
muchas más; poro por muy bien dotada que esté, su luz y los
rudimentos del conocimiento proceden de los sentidos exte­
riores que están más allá de ella, como separados por una
barrera; de aquí las muchas ignorancias y locuras en que se
confunden nuestros juicios y nuestras acciones vitales, de tal
manera que pocos o ninguno ordena recta y debidamente sus
actos”.8 Pero el imán emite su energía “sin error... rápido,
definido, constante, directivo, motor, imperioso, armonio­
so”.9 Así el mundo, desde que es en sí mismo un gran imán,
tiene un alma que no es otra que su fuerza magnética, “En
cuanto a nosotros, juzgamos que todo el mundo está anima­
do y sostenemos que todos los globos, todas las estrellas, esta
gloriosa Tierra también, están regidos desde un principio por
el destino de sus propias almas, de las cuales reciben tam­
bién el impulso de su propia conservación. No faltan los ór­
ganos que se necesitan para la acción orgánica, ya estén im­
plantados en la naturaleza homogénea o desparramados en
el cuerpo homogcnico, si bien estos órganos no están cons­
tituidos de visceras como los órganos animales ni constan de
miembros definidos.” 10 Gilbcrt explicaba el poder de esta
alma magnética de actuar a distancia, cosa que le interesaba
muy especialmente, por medio de la concepción de un eflu­
vio magnético emitido por el imán. Según él este efluvio ro­
dea a todo el cuerpo, atraído como un brazo que lo ciñera
y lo atrajera a sí mismo.11 Pero este efluvio no es nada cor­
póreo; “tiene que ser una luz, algo espiritual como para que
pueda penetrar en el hierro”; es un hálito o vapor que pro­
voca en el cuerpo atraído un vapor correspondiente. Es así
7 Gilbert, págs. 308 y sig.
8 Gilbert, pág. 311.
9 Gilbert, páe. 349.
10 Gilbert, pag. 309.
11 Gilbert, págs. 106 y sig.
LA CORRIENTE NO MATEMÁTICA 181
evidente que aunque Gilbert considera a este efluvio magné­
tico como incorpóreo y espiritual, no quiere decir que sea in-
cxtcnso o absolutamente no material en el sentido cartesiano,
sino que es extremadamente sutil como una atmósfera rara.12
Difiere de la materia, pues es penetrable y goza de poder
motor. La Tierra y todos los otros cuerpos astronómicos lan­
zan estos efluvios magnéticos a ciertos límites espaciales y el
éter incorpóreo que los rodea, así compuesto, participa de la
rotación diurna del cuerpo.13 Más allá de este vapor etéreo
hay un espacio vacío, donde los soles y los planetas, que no
encuentran resistencia, se mueven por su propia fuerza mag­
nética. En su obra póstuma De mundo nostro sublunari Phi-
losophia Nom, Gilbert examina en términos magnéticos la
relación entre la Tierra y la Luna 14; la Tierra ejerce un efec­
to mayor por su masa mayor, pero Gilbert no puede aclarar
los principios que impiden que la Luna y el Sol choquen.
William Harvey, descubridor de la circulación de la san­
gre, a pesar de su enérgica insistencia en el empirismo admi­
tía la concepción de los espíritus etéreos para explicar el
paso del calor y la fuerza nutricia del Sol al corazón y a la
sangre de los seres vivos.16 Sabemos ya cómo Descartes, cuya
fisiología estaba muy influida por Harvey16 transfirió al éter
subrepticiamente aquellas cualidades que se presentan en
el peso y en las distintas velocidades de los cuerpos, a fin de
poder considerar a los cuerpos de modo puramente geomé­
trico. Al hacerlo así, Descartes dio pie para el armonioso
desarrollo de la teoría de un medio etéreo y de la interpre-
12 Gilbert, págs. 121 y sig.
13 Gilbert, pág. 326.
14 Book II, Cns. 18, 19, Amsterdam, 1651.
15 William Harvey, On the Motion of the Ileart and Blood in Ani­
máis (Everyman edition), pág. 57.
16 También Hobbes recibió de Harvey una profunda influencia. En
el Prefacio a los Elements of Philosophy se refiere a Harvey como al
fundador de la fisiología científica, ciertamente porque la desarrolló
basado en el movimiento. Señala con envidia que Harvey fue, entre
quienes conoció, el único capaz de vencer los prejuicios suficientes para
cumplir la completa revolución de una ciencia en el curso de su vida.
182 GILBRIIX Y BOYLE
tación matemático-mecánica del universo. Las cualidades se­
cundarias de las cosas quedan relegadas al reino humano.
Las cualidades que iban más allá de lo puramente geomé­
trico, pero cuyos efectos en el movimiento habian sido re­
ducidos por Cableo a fórmulas matemáticas, o que habian
sido estudiadas por Cilbert y Harvey con experimentos sen­
sibles, llegaron a ser concebidas como algo explicable me­
diante este medio etéreo que era considerado por la mayo­
ría como algo que penetra todo el espacio. Los cuerpos
visibles y tangibles se mueven en él y merced a sus fuerzas
determinadas. More hizo suya, al punto, esta distinción
entre los cuerpos sólidos y el éter. More expresó que no era
justificada la doctrina cartesiana que afirmaba la completa
suficiencia del movimiento simple para explicar todos los
hechos de la res extensa. Dígase lo que se quiera de los cuer­
pos tangibles, el medio etéreo no es una mera máquina. Si
lo fuera, el universo se disiparía rápidamente, por la primera
ley del movimiento. Se suponía que en él había cualidades
y potencias no mecánicas. Por eso debe ser espiritual, incor­
póreo, el ejecutor activo de la voluntad divina, el que mantie­
ne la estructura del mundo en el fenómeno de la cohesión,
del magnetismo y la gravedad. Al mismo tiempo, sus efectos
son regulares y ordenados, y reductibles, sin duda, a leyes
científicas exactas. Todo este complejo de ideas fue compar­
tido por Boyle y pasó de More y Boyle a Newton, en cuya
filosofía le está asignado un importante papel.

B. LA IMPORTANCIA DE BOYLE COMO CIENTÍFICO


Y FILÓSOFO
Roberto Boyle representa de la manera más interesante las
principales corrientes intelectuales de su época. Todo interés
y creencia de importancia ocupaba algún lugar en su pensa­
miento y el conjunto se armonizaba con apreciable éxito en
IMPORTANCIA DE BOYLE m
torno a los focos (le sus dos mayores entusiasmos predominan­
tes: la ciencia experimental y la religión. Boyle define la filo­
sofía como “un conjunto de verdades o doctrinas que la razón
natural del hombre —libre de prejuicios y parcialidades y vi­
gorizada por el aprendizaje, la atención, el ejercicio, los ex­
perimentos, etc.—puede manifiestamente descubrir o deducir
con necesidad partiendo de principios claros y seguros”.17
Su concepción de la nota dominante de la corriente cientí­
fica de la cual él formaba parte, aparece al final de un ata­
que al carácter altamente dogmático y metafísico de la fi­
losofía escolástica. “Nuestro gran Bacon intentó con más
habilidad y aplicación (y no sin alguna indignación) restau­
rar el método más modesto y más útil —practicado por los an­
tiguos—, que consistía en someter a los cuerpos particulares a
investigaciones sin la urgencia de elaborar sistemas, devol­
viéndole sus antiguas exigencias; en lo cual la admirable
aplicación de dos de nuestros físicos londinenses, Gilbert y
Harvey, no lo habían ayudado poco. Y no necesito deciros
que desde él, Descartes, Gassendi y otros aplicaron teore­
mas geométricos para explicarse los problemas físicos. Ellos
llevaron así, como otros restauradores de la filosofía natural,
la investigación experimental y matemática de la naturaleza,
por lo menos a un grado tan alto y que crecía en mérito
como el que tuvo cuando estaba muy en boga entre los físi­
cos que precedieron a Aristóteles.” 18 Boyle menciona a me­
nudo a Bacon, Descartes y Gassendi como a sus tres precur­
sores principales. Señala que no los leyó seriamente en su
juventud “a fin de no predisponerme con algunas teorías o
principios, hasta que no hubiese dedicado algún tiempo en
saber lo que las cosas mismas me inducían a pensar”.18 Pero
ahora que ha empezado a examinar con cuidado sus escritos,
advierte que sus ensayos se habrían enriquecido y algunas
17 The Works of the Honouráble Robert Boyle, Biich edition, 6 Vols.
London, 1672, Vol. IV, páe. 108.
18 Boyle, Vol. IV, páe. 59.
» Boyle, I, 302.
184 CILBICHT Y BOYLE
cosas se habrían explicado mejor si los hubiese leído antes.
En cuanto a Bacon, Boyle se vinculó pronto con un peque­
ño grupo «le investigadores prometidos al espíritu y a los
fines baconianos —un germen de la casa de Salomón— y
siempre compartió muchos aspectos de la filosofía del can­
ciller que estaban en armonía con los otros desarrollos im­
portantes de la época. Llevó particularmente adelante el in­
terés en el dominio práctico de la naturaleza mediante el
conocimiento de las causas, lo cual había sido un rasgo pro­
minente de Bacon, y que él considera estrechamente vincu­
lado al método empírico. “Si vuestro último fin es conocer
las deducciones a partir de los principios atómicos o carte­
sianos, son apropiados para daros una gran satisfacción; si
vuestro fin es dominar la naturaleza en vista de fines parti­
culares, podéis a menudo descubrir las relaciones necesarias
entre las cualidades inmediatamente experimentadas sin as­
cender a la cúspide en la serie de las causas.” 20 A Boyle le
parecía muy importante el renacimiento del atomismo epi­
cúreo a manos de Casscndi, aunque nunca hizo un uso muy
señalado de los puntos específicos que lo distinguen de la
cosmografía de Descartes, de tal manera que se puede sos­
pechar que el sentimiento del parentesco se debe más al em­
pirismo de Casscndi que a sus especulaciones atómicas. Ob­
serva Boyle que los cartesianos y los atomistas concuerdan
en explicar los fenómenos por medio de cuerpos pequeños
que se distinguen por su figura y movimiento; la diferencia
está más bien en puntos metafísicos que físicos, por lo cual
sus hipótesis podrían ser consideradas, por una persona que
tuviera una disposición reconciliadora como... una filosofía
que, por explicar las cosas mediante corpúsculos o cuerpos
pequeños puede llamarse (no muy impropiamente) cor­
puscular.21 A menudo, siguiendo a More aunque confirien­
do a la frase un sentido más amplio, la llama también filoso­
IMPORTANCIA DE BOYLE IH5
fía m(.-cárnea porque sus características aparecen en forma
patente y poderosa en las máquinas mecánicas. Los puntos
principales del desacuerdo de Boyle con Descartes se basa­
ban en el hecho al que Descartes había desterrado las cau­
sas finales basándose en que no podemos conocer los fines
de Dios, y sus postidados principales acerca del movimien­
to.22 El pensador inglés sostiene que es evidente que se pue­
den conocer algunos de los fines divinos, tal como la simetría
del mundo y la maravillosa adaptación de los seres vivos; por
eso resulta necio rechazar las pruebas teleológicas de la exis­
tencia de Dios. Tocante a las leyes del movimiento, no son
claramente evidentes ni para la razón ni para la experien­
cia.23 La doctrina de la conservación de la cantidad de mo­
vimiento en el mundo descansa en una prueba demasiado
a priori y especulativa: la de la inmutabilidad de Dios. Al­
gunos experimentos no parecen confirmarlo y como quiera
que sea no tenemos medios para investigar su verdad en las
remotas regiones del universo. Boyle era asimismo una figura
prominente en el derrumbamiento de la filosofía física de
Iiobbes y de su método. Después de su refutación experi­
mental de la teoría de Hobbes sobre la naturaleza del aire,
ningún pensador importante osó de nuevo promulgar una
física compuesta de deducciones partiendo de principios ge­
nerales sin atender a una cuidadosa y exacta comprobación
experimental. El elemento de exactitud en el método del
nuevo movimiento encontró en Boyle su más enérgico ada­
lid. Además de estas adhesiones al pasado reciente, Boyle
mantuvo una profusa correspondencia con varios científicos
y filósofos prominentes, entre los cuales se cuentan Locke,
Newton, More, Hobbes, Sydenham, Hooke, Glanvill; y hasta
Espinosa criticó algunas de sus conclusiones experimentales.
¿Cómo concibió Boyle su propia función en este movi­
miento progresivo? “Como los filósofos mecanicistas han pre­
186 CILBEHT Y BOYLE
sentado tan pocos experimentos para comprobar sus asercio­
nes, y se cree que los químicos han aportado tantos a favor de
las suyas, que la mayor parte de los que han abandonado la
insatisfactoria filosofía escolástica... han abrazado sus doc­
trinas ... y por estas razones espero poder ofrecer un servi­
cio no muy inoportuno a los filósofos atomistas ejemplificando
algunas de sus ideas con experimentos sensibles, y manifes­
tando que las cosas por mí tratadas pueden explicarse plausi­
blemente sin recurrir a formas inexplicables, a cualidades
reales, los cuatro elementos peripatéticos ni a los tres princi­
pios químicos”.24 En otras palabras, Boyle señala que las
nuevas suposiciones carecen de una amplia comprobación ex­
perimental, y que en particular el objeto de la química no ha
logrado todavía ser explicado atómicamente. El método que
predominaba era en gran medida místico y mágico; los tres
principios que se suponían ser los constitutivos últimos eran
las siguientes sustancias altamente complejas: la sal, el azufre
y el mercurio. La química no avanzó con la astronomía y la
mecánica, y Boyle desea verla elevada al nivel de éstas, y
trata para ello tío averiguar si los principios de atomismo no
pueden con éxito aplicarse en este otro campo. Los astróno­
mos y los geógrafos “nos han presentado hasta aquí, más que
una hipótesis física, una hipótesis matemática del universo y
han sido muy escrupulosos en mostrarnos las magnitudes, si­
tuaciones y movimiento de los grandes globos, pero no han
tenido el cuidado de decir de qué se componen los cuerpos
simples y compuestos y el globo terrestre en que vivimos”.26
Boyle está deseoso de hacer avanzar este análisis químico de
las cosas que se ofrecen a nuestros ojos y el método que él
preconiza, siguiendo más la práctica de Gilbert que la teoría
de Bacon, consiste en el análisis razonado de los hechos sen­
sibles, confirmados por los experimentos exactos. Observa
que la nueva filosofía está basada en dos fundamentos, la
CONCEPCIÓN MECÁNICA DEL MUNDO 187
razón y la experiencia, de las cuales la última sólo reciente­
mente ha sido considerada.26 ¿Subordina la filosofía indebi­
damente la razón a la experiencia? La respuesta de Boyle es
negativa. “Quienes proclaman a la razón abstracta como auto-
suficiente la exaltan con palabras; pero nosotros que dirigi­
mos la razón a la experiencia física y teológica y la dirigimos
para consultarlas y recibir noticias de ellas, la exaltamos en
realidad. La primera clase de hombres presta mucho menos
servicio a la razón que la segunda; aquéllos no hacen más
que ponderarla, éstos toman el camino apropiado para me­
jorarla.” 27 Además, en última instancia, nuestro criterio de
la verdad es racional. “La experiencia no es sino un auxiliar
de la razón, como que en efecto suministra conocimientos al
entendimiento, pero el entendimiento sigue siendo el juez, y
tiene el poder o el derecho de examinar y hacer uso de los
testimonios que se le presentan.” 28
C. ACEPTACIÓN Y DEFENSA DE LA CONCEPCIÓN
MECANICA DEL MUNDO
Boyle no era un matemático profundo, pero advirtió pronto
la importancia fundamental de las matemáticas en una in-
26 Boyle, V, 513 y sig. “Los virtuosos de que hablo ( . . .me refie­
ro a los que entienden y cultivan la filosofía experimental) hacen un
mayor y mejor uso de la experiencia en sus investigaciones filosóficas.
Pues recurren a la experiencia con tanta frecuencia como cuidado; y
no contentos con los fenómenos que la naturaleza les ofrece espontá­
neamente, están prestos, cuando estiman necesario, a ampliar sus ex­
periencias con experimentos ideados a propósito."
27 Boyle, V, 540.
28 Boyle, V, 539. Boyle observa además: "Los sentidos exteriores
no son más que los instrumentos del alm a... los sensorios pueden en­
gañamos. .. es la razón, no los sentidos, la que juzga si no falta ningu­
no de los requisitos sensoriales... y también es la razón la que juzga
qué conclusiones pueden, y cuáles no, fundarse con seguridad en la
información de los sentidos y en el testimonio de la experiencia. Por
eso cuando se dice que la experiencia corrige la razón es una manera
impropia de hablar; es la razón misma la que, con la información que
le proporciona la experiencia, corrige loa juicios que ha emitido antes."
1 88 on.nEnr y boyle
terpretación atomística del mundo químico, conforme al prin­
cipio que prevalecía entonces. “Es verdad que la materia o
el cuerpo es el objeto de las especulaciones del físico. Pero
si también fuese cierto que la mayor parte, si no todas las
operaciones de las porciones de esa materia... una sobre
otra, dependen de las modificaciones que su movimiento local
recibe de su magnitud y figura, como las principales afeccio­
nes mecánicas de las partes de la materia, apenas podría
negarse que el conocimiento de lo que son las figuras, por
ejemplo, más o menos espaciosas y con ventajas o desventa­
jas para el movimiento o el reposo, para penetrar o resistir la
penetración, para que una asegure a la otra, etc., debe ser de
uso constante al explicar muchos de los fenómenos de la na­
turaleza.1' 29 Esta es justamente la tarea de la geometría, que
es la ciencia de las magnitudes, de la figura y especialmente
del movimiento. La astronomía, por ejemplo, es una ciencia
acerca de cosas físicas, en la cual es fácil que un pensador se
pierda (como ocurrió a Epicuro y a Lucrecio) si no tiene
conocimiento adecuado de las matemáticas que guíe y juzgue
la formación de las hipótesis. En realidad es muy considera­
ble la ayuda que prestan a la imaginación los esquemas li­
neales y las figuras en un tema que trata de cosas que poseen
cualidades geométricas.30 Pero hay más, y Boyle expresa
aquí su completo acuerdo con la metafísica matemática de
Galileo y Descartes, el mundo entero parece ser de una es­
tructura fundamentalmente matemática; “la naturaleza repre­
senta el papel de un mecánico1131; los principios matemáticos
y mecánicos constituyen el “alfabeto, en el cual Dios escribió
el mundo”. Esta es una conclusión que para Boyle se justifica
en su mayor parte por el hecho indiscutible de que logran ex­
plicarse las cosas usando estos principios. Han demostrado
ser la verdadera clave del enigma. Si Boyle hubiese vivido an­
CONCEPCIÓN MECÁNICA DEL MUNDO 189
tes de Galileo, habria sido indudablemente, en lo esencial, un
aristotélico. Pero los notables descubrimientos, comprobables
experimentalmente, del gran físico matemático hicieron de
él (como ocurrió con otros empiristas) un converso post fac-
tum. Además, en la medida en que Dios desempeñó el papel
de un matemático al crear el mundo, los principios matemá­
ticos, como los axiomas de la lógica, deben ser verdades úl­
timas, superiores a Dios mismo e independientes de la reve­
lación.3132 En realidad, la revelación misma debe interpretarse
así para no contradecir esos principios, “pues no se puede su­
poner que Dios, que es el autor de nuestra razón y cuyo
conocimiento es infinito, nos obligue a creer en contradiccio­
nes”. “Considero que los principios metafísicos y matemáti­
cos... son verdades de una especie trascendente, que no
pertenece propiamente ni a la filosofía ni a la teología, pero
son los fundamentos universales y los instrumentos de todo
conocimiento que los mortales podemos adquirir.” 33
Esta concepción matemática de la naturaleza implica, por
supuesto, una concepción mecánica de sus operaciones. “Lo
que principalmente me propongo es mostrar con experimen­
tos que casi todas las clases de cualidades, la mayoría de las
cuales la escolástica dejó sin explicar o se referían general­
mente a no sé qué incomprensibles formas sustanciales,
pueden producirse mecánicamente. Me refiero a los agentes
corpóreos que no parecen obra más que por virtud del movi­
miento, el tamaño, la figura y la disposición de sus partes (a
cuyos atributos denomino las afecciones mecánicas de la ma­
teria).” 34 Estas partes se reducen en última instancia a áto­
mos, provistos sólo de cualidades primarias. A pesar de la res­
tauración epicúrea de Gassendi, Boyle los describe en tér­
minos esencialmente cartesianos.35 Boyle sigue la concepción
32 Boyle, III, 429.
33 Boyle, VI, 711 y sie.
*■31 Boyle, III, 13.
® Boyle, III, 292. “Y hay algunas... cualidades, a saber el tama-
fio, la forma, el movimiento y el reposo que suelen contarse entre las
190 CILBGRT Y BOYLE
cartesiana acerca del proceso por medio del cual la unifor­
me res extensa se diversificó originariamente en sus distintas
partes; por eso considera que el movimiento86 es la más
importante de dichas cualidades últimas o primarias. “Estoy
de acuerdo con la generalidad de los filósofos en cuanto ad­
miten que hay una materia católica o universal común a
todos los cuerpos, y que yo la concibo como una sustancia
extensa, divisible e impenetrable. Pero como esta materia es
una por naturaleza, la diversidad que percibimos en los cuer­
pos debe surgir necesariamente de algo más que de la mate­
ria de que están compuestos. Y como no podría haber cam­
bio alguno en la materia si todas sus partes estuvieran
constantemente en reposo entre sí, se sigue que para discernir
la materia católica en la variedad de los cuerpos es necesario
que haya movimiento en algunas o en todas sus partes dis­
tinguibles; y que el movimiento debe tener varias tenden­
cias, la que en esta parte de la materia tiende en una direc­
ción, y la que en aquella parte tiende a otra.” *37 Justamente
este intento de explicar la variedad y el cambio reduciéndolo
al movimiento, lleva inevitablemente a la teoría atómica.38
Ahora bien, aunque el mundo natural como lo vemos no
cualidades que pueden estimarse convenientemente como los modos
primarios de las partes de la materia, puesto que todas las cualidades
se derivan de estos atributos simples o afecciones primordiales.”
30 Siguiendo a Calilco, también Boyle llama absolutas a estas cua­
lidades; esto es, en ninguna circunstancia se las puede eliminar men­
talmente de los cuerpos.
37 Boyle, III, 15.
38 Boyle, III, 16: “Los dos atributos de la materia, su magnitud o
más bien tamaño, y su figura o forma, se siguen del hecho de que la
materia está realmente dividida en partes, de que es el auténtico efecto
del movimiento diversamente determinado, y de cada uno de sus frag­
mentos primitivos, u otras masas de materia enteras y distintas. Y como
la experiencia nos muestra que la materia se divide con frecuencia
en corpúsculos o partículas insensibles, podemos concluir que los frag­
mentos más pequeños, así como las masas más grandes de la materia
universal, están igualmente dotadas cada una con su tamaño y forma
peculiares. . . No me detendré a considerar si estos accidentes no pue­
den llamarse convenientemente modos o afecciones primarias de los
CONCEPCIÓN MECÁNICA DEL MUNDO 101
so podía producir sin esa instilación del movimiento que di­
solvió la materia primitiva y obligó a sus partes a combinar­
se en los múltiples medios que explican los fenómenos pre­
sentes, sin embargo (por razones que aparecerán más tarde)
Boyle insiste con energía que la materia como tal no necesi­
ta ser puesta en movimiento, esto es que el movimiento no es
una cualidad inherente a la materia. Le ayudaba en este
punto la concepción de More sobre el espacio absoluto. Se­
ñala que un cuerpo es tan cuerpo cuando está en reposo
como cuando está en movimiento, de donde concluye que el
movimiento no pertenece a la esencia de la materia 39, “que
parece principalmente constar de extensión”.*40 Boyle no está
muy seguro de si la impenetrabilidad puede deducirse sola­
mente de la extensión 41, de lo contrario se la debe incluir en­
tre las cualidades esenciales de la materia junto con el tamaño
y la figura que, así, pueden deducirse; pero su punto prin­
cipal está en insistir que la materia no puede de ningún modo
moverse por sí misma, y que en cuanto al movimiento depen­
de de algo que no es materia. Boyle critica a Descartes que
parecía haber hecho a la materia independiente de Dios;
según los principios cartesianos Dios no puede abolir la ex­
tensión o las leyes del movimiento.42 Fuera de la materia
tienen, pues, que explicarse sin excepción todos los fenóme­
nos de la naturaleza, en los distintos movimientos de sus par­
tes, tanto imperceptiblemente pequeños como grandes.43
Boyle, no más que Descartes o Hobbes, había alcanzado la
plena visión de Galileo, de que el movimiento tiene que ex­
presarse en términos matemáticos exactos. Cuando entra en
cuerpos, para distinguirlos de esas cualidades menos simples (como
los colores, sabores y olores) que pertenecen a los cuerpos.” Cf. tam­
bién 29-35.
3» Boyle, V, 242.
40 Boyle, II, 42.
44 Boyle, IV, 198 y sig.
42 Boyle, IV, 43 y sig.
48 Boyle, IV, 70, y sig., especialmente 77 y sig.
192 CILBERT Y BOYLE
los detalles de los problemas de la teoría su propósito es sim­
plemente mostrar cómo de acuerdo con el principio de las
permutaciones y combinaciones, un pequeño número de dife­
rencias primarias en volumen, figura y movimiento puede
dar lugar en sus varias combinaciones posibles a una casi in­
finita diversidad de fenómenos.44 Boyle ilustra de varios mo­
dos cómo bajo la influencia del movimiento local la materia
primitiva y homogénea se disuelve en fragmentos de magni­
tud y forma específica, que están unas en reposo, otras en mo­
vimiento. De estas consideraciones es posible deducir otras
siete categorías, tales como posición, orden, estructura, etc.,
que nos suministran un alfabeto adecuado con el cual puede
construirse el libro del universo. Por si esto resulta insuficien­
te, señala que el mismo movimiento local es un principio de
gran diversidad. “Asimismo el movimiento que parece un
principio tan simple, especialmente en los cuerpos simples,
aun en ellos puede diversificarse mucho; pues puede ser
más o menos rápido, y esto en una infinita diversidad de gra­
dos, puede ser simple o compuesto, uniforme o disforme, y
puede preceder o seguir una mayor celeridad. El cuerpo pue­
de moverse en linca recta o circular, o en alguna otra línea
curva... el cuerpo puede también moverse con movimiento
ondulante... o puede moverse con movimiento de rotación
alrededor de sus partes medias, etc.” 46 Boyle estaba seguro,
por supuesto, de que sus experimentos de aerostática e hi-
drostática confirmaban admirablemente esta concepción me­
cánica del origen de las formas y cualidades.
** Boyle, III, 297 y síes. “L a ... gran dificultad que se aduce con­
tra la doctrina [corpuscular] que propongo acerca del origen de las
cualidades... es__que es increíble que una variedad tan grande de
cualidades como las que encontramos realmente en los cuerpos pro­
venga del reducido número de dos principios tan simples como la ma­
teria y el movimiento local; el último no es sino una de las seis clases
de movimiento que señalaron Aristóteles y sus seguidores... y la pri­
mera que es de una naturaleza casi uniforme se aiversifica, según nos­
otros, por los efectos del movimiento local.”
48 Boyle, III, 299.
CONCEPCIÓN MECÁNICA DEL MUNDO 193
Ks interesante observar que en la época de Boyle la nueva
metafísica geométrica se había arraigado tanto entre los pen­
sadores más inteligentes, que comenzaron a hacerse intentos
rudimentarios para dar nuevos significados a algunos de los
términos metafísicos tradicionales, con el propósito de aco­
modarlos mejor al lenguaje de la época. Propone que se use
el término forma, por ejemplo, para significar (en lugar de
las escolásticas cualidades esenciales) “aquellas afecciones
mecánicas que son necesarias para constituir un cuerpo de
esa clase determinada”.46 Desea también librar al término
naturaleza de los usos vagos y distintos que se le habían dado
en las discusiones antiguas y medievales, y definirlo en tér­
minos del nuevo dualismo: no es una colección de sustandas
ni un misterioso manejo de fuerzas incalculables, sino un sis­
tema de leyes mecánicas, es decir, el mundo de la materia
y del movimiento es distinto del de las almas racionales y
espíritus inmateriales.47 Boyle se opone vigorosamente a la
doctrina de More de los ángeles y de un “espíritu de la na­
turaleza” o ser espiritual subordinado que tiende a ciertos
fines, y con lo cual da cuenta de fenómenos de la atracción
como la cohesión, la succión, la gravedad, etc.48 Boyle está
completamente persuadido de que éstos, como otros fenóme­
nos cualitativos, pueden explicarse sobre la base de principios
corpusculares o mecánicos, aunque no intenta dar solución
alguna a los problemas que ello entraña.

« Boyle, III, 28.


47 Boyle, V, 177. “La idea que ofrezco de la naturaleza universal es
aproximadamente como sigue: la naturaleza es el agregado de cuer­
pos que constituyen el mundo; estructurado como lo está, considera­
do como un principio en virtud del cual actúan y padecen conforme
a las leyes del movimiento que el Autor de las cosas ha prescripto...
Lo que llamo naturaleza general la expresaré con el mecanismo cós­
mico, esto es, con la inclusión de todas las afecciones mecánicas (fi­
gura, tamaño, movimiento) que pertenecen a la materia del gran sis­
tema universal.”
48 Boyle, V, 192 y sig.
194 CII.BERT V BOYLE

D. VALOR DE LAS EXPLICACIONES CUALITATIVAS


Y TELEOLÓGICAS
Para Boyle no es una auténtica explicación la que recurre
a una entidad misteriosa; explicar un fenómeno es deducirlo
de algo que se halla en la naturaleza y que es más conocido
que lo que se quiere explicar.49 Las formas sustanciales y
las otras que ocultan nuestra ignorancia como “naturaleza”
no son, pues, explicaciones; son únicas como lo son las cosas
que hay que explicar.60 Al mismo tiempo las explicaciones
cualitativas no carecen de valor allí donde no se puede dis­
poner de nada mejor, pues Boyle cree como More que la
nueva filosofía ha llegado a extremos injustificables en Des­
cartes y en Hobbes. A buen seguro, las explicaciones más
satisfactorias son las que se hacen en términos de volumen,
forma y movimiento, “sin embargo, no hay que despreciar
las explicaciones en las cuales los efectos particulares se de­
ducen de las cualidades más patentes y comunes o estados
de los cuerpos, tal como el calor, el frío, el peso, la fluidez,
la dureza, fermentación, etc., aunque es probable que ellas
mismas dependan de las tres cualidades universales nombra­
das en primer término”. La gravedad ofrece un buen ejem­
plo. “Digo que se le puede permitir que dé razón de una
cosa propuesta y refiera así los fenómenos a esa conocida
propiedad de casi todos los cuerpos de aquí abajo que lla­
mamos gravedad, aunque él no deduce los fenómenos a par­
tir de los átomos, ni nos hace conocer la causa de la grave­
dad. Y en realidad hasta ahora ningún filósofo nos ha dado
una explicación satisfactoria de ella.” Por las mismas razones
y con el mismo espíritu, criticó Boyle las explicaciones ideo­
lógicas. A diferencia de Descartes y Hobbes, no pone en
duda la validez de la causalidad final, pero observa que una
49 Boyle, III, 46.
EXPLICACIONES CUALITATIVAS Y TELEOLÓGICAS 195
respuesta al último porqué de algo no puede sustituir a una
respuesta del cómo inmediato. “Pues para explicar un fenó­
meno no basta con atribuirlo a una causa eficiente general,
sino que debemos mostrar en forma inteligible y de modo
particular cómo esa causa produce el efecto propuesto. Muy
torpe ha de ser el investigador que al requerir una expli­
cación del fenómeno de un reloj queda satisfecho con que
le digan que es una máquina hecha por un relojero. Pues con
esto no se dice nada de la estructura y el ajuste del muelle,
de las ruedas y del volante del reloj, y de las otras partes de
la máquina y de la manera como unas actúan sobre otras,
cooperando de tal modo que hacen que la aguja marque la
hora del dia.61 El objeto de la ciencia experimental no es
la explicación total de las cosas; tiene que ir efectivamente
más allá del mecanismo; hay una admirable concurrencia de
las distintas partes del universo para producir efectos parti­
culares. De todas estas cosas será difícil dar una explicación
satisfactoria si no se reconoce un Autor inteligente u Ordena­
dor de las cosas.” 62 Pero Boyle reitera en su réplica a la
crítica de More sobre sus conclusiones experimentales, “.. .su­
poniendo que el mundo haya sido creado y que es continua-
'mente conservado por el poder y la sabiduría de Dios; y su­
poniendo el concurso general de Dios para mantener las
leyes que ha establecido, los fenómenos que me esfuerzo en
explicar pueden resolverse mecánicamente, esto es, por las
propiedades mecánicas de la materia sin recurrir al odio que
la naturaleza tiene por el vacío, a las formas sustanciales o
a otras criaturas incorpóreas. Y por esto, si he mostrado que
los fenómenos que he tratado de explicar se explican por el
movimiento, tamaño, gravedad, forma [repárese en la inclu­
sión de la gravedad en esta lista], y otras propiedades me­
cánicas..., he hecho lo que pretendía hacer”.63 Era real­
61 Boyle, V, 245.
62 Boyle, II, 76 y sig.
M Boyle, III, 608 y sig.
196 GILBERT Y BOYLE
mente importante para la marcha progresiva de la nueva
filosofía de la ciencia que la aceptación de Boyle de la teleo­
logía como un principio metafísico válido no la aplicara en
física/'4 En esto sigue a sus precursores al sostener que la
causa secundaría e inmediata de cualquier efecto es siempre
un movimiento previo de alguna clase. “Constituido el mun­
do tal como ahora está por el gran Autor de las cosas, con­
sidero que los fenómenos de la naturaleza son producidos por
el movimiento local de una parte de la materia que choca
con la otra.” 65 “El movimiento local parece ser, en efecto, la
principal de las causas segundas y el gran agente de todo
cuanto ocurre en la naturaleza; pues aunque el volumen, la
figura, el reposo, la situación y la estructura concurren en
los fenómenos de la naturaleza, sin embargo en comparación
con el movimiento parecen ser efectos en muchos casos, y
en muchos otros algo más que condiciones o requisitos, o
causas sirte qtta non” 66, pero todos siguen siendo ineficaces
hasta que se produzca un movimiento real. Boyle anhela
afirmar constantemente, sin embargo, refutando a Hob-
bes, que esto se aplica sólo a las causas secundarias; afirmar
absolutamente que el movimiento sólo es posible para un
cuerpo contiguo y móvil es complicarse en un regreso infini­
to y negar la causalidad última de una deidad espiritual.67
64 Boyle, IV, 459. Las ideas de Boyle sobre el tiempo y el espacio
no son muy claras. El interés principal que tenia por el segundo era
armonizarlo con la concepción religiosa de la eternidad; en cuanto al
espacio no logra ver ninguna relación entre él y el movimiento; de
aqui que mientras niega de palabra la idea del espacio absoluto de
More lo admite implícitamente. Parece seguir la posición de Descartes
sobre la relatividad del movimiento. El universo en su conjunto no es
capaz de movimiento local, pues no hay cuerpo al cual no pueda aban­
donar o aproximarse, pero “si los cielos mas extemos fueran impeli­
dos por el irresistible poder de Dios, en una dirección u otra manera,
se seguirla un movimiento sin cambio de lugar”. Parece haber aquí
una confusión de ideas, pero Boyle no ofrece en ninguna parte un aná­
lisis más claro.
66 Boyle, III, 42; Cf. también IV, 60, 72 y sig.; 70 y sig.
66 Boyle, III, 15.
CONCEPCIÓN DEL HOMBRE 197

H. INSISTENCIA EN LA REALIDAD DE LAS CUALIDADES


SECUNDARIAS. CONCEPCIÓN DEL HOMBRE
En las citas que hemos hecho han aparecido con frecuen­
cia muchos puntos de acuerdo que Boyle tiene con Descar­
tes, como cuando trata el puesto del hombre en el mundo y el
mecanismo de la sensación es, como era de esperar, el dualis­
mo cartesiano el que ofrece a su pensamiento el principal
fundamento, pero con una gran diferencia para la cual
estamos preparados por su tratamiento notablemente mode­
rado de las explicaciones cualitativas y teleológicas. Galileo
y Descartes habían anhelado desterrar al hombre del mundo
matemático de la naturaleza y hacerlo ingresar en un reino
secundario e irreal —a buen seguro Descartes mantuvo la in­
dependencia de la sustancia pensante—, pero el efecto total
de su obra, como la de Galileo, fue el de hacer que el pues­
to e importancia del hombre parecieran muy escasos, secun­
darios, dependientes. El mundo real era el reino matemático y
mecánico de la extensión y el movimiento, y el hombre no es
sino un diminuto apéndice y un ajeno espectador. Esta con­
cepción había penetrado el espíritu de la época; el frustrado
materialismo de Hobbes había colaborado poderosamente.
Afanados en la conquista de la naturaleza por medio de prin­
cipios matemáticos, olvidaban los pensadores que el ser que
logra este conocimiento y esta victoria debe ser, en razón de
esas mismas hazañas, una criatura notable. Ante esta tenden­
cia aparentemente irresistible que expulsa al hombre de la
naturaleza y rebaja su importancia, Boyle desea ratificar po­
sitivamente la posición real del hombre en el cosmos y su
única dignidad como hijo de Dios. Por eso las cualidades
primarias no son más reales que las secundarias; puesto que
el hombre con sus sentidos es una parte del universo, todas
las cualidades son igualmente reales. De seguro que “si con­
cibiéramos todo el universo aniquilado salvo un cuerpo —su-
198 CI1JBEFT Y BOYLE
pongamos un metal o una piedra—, sería difícil mostrar que
hay físicamente en él algo más que materia, y los accidentes
que ya hemos citado [las cualidades primarias]... Pero
ahora tenemos que considerar que hay de fado en el mundo
ciertos seres sensibles y racionales que llamamos hombres.
Y como el cuerpo del hombre tiene varias partes exteriores,
como el ojo, el oído, etc., cada una de estructura distinta y
peculiar, puede recibir impresiones de los cuerpos que lo
rodean, en mérito a lo cual se llaman aquéllas órganos de los
sentidos. Debemos considerar, digo, que sobre estos sensorios
pueden obrar la figura, la forma, el movimiento y la estruc­
tura de los cuerpos de distintos modos, pues, algunos de los
cuerpos son apropiados para afectar el ojo, otros el oído,
otros el olfato, etc. Y a estas acciones que los objetos ejercen
sobre los sensorios, el espíritu del hombre que los percibe en
razón de su unión con el cuerpo, les da distintos nombres,
llamando a una luz o color, a otro sonido, a otro olor, etc.” 58
Era muy fácil para el espíritu humano concebir que dichas
cualidades sensibles existen realmente en las cosas, “puesto
que en el cuerpo al cual se atribuyen estas cualidades sensi­
bles no hay nada real y físico sino el tamaño, la forma, y el
movimiento o el reposo de sus partículas componentes, jun­
to con la estructura del todo, que resulta de la organización
de sus partes”. A veces Boyle se muestra algo confundido
acerca cíe la materia; en un pasaje está dispuesto a convenir
con los aristotélicos en que “ellas [las cualidades sensibles]
tienen un ser absoluto, independiente de nosotros; pues, la
nieve, por ejemplo, sería blanca y un carbón ardiendo sería
caliente aunque no hubiese ningún hombre u otros anima­
les en el mundo... el carbón no sólo calentará o quemará la
mano del hombre que lo toque, sino que calentará asimismo
a la cera... y el hielo se derretirá en el agua, aunque des­
aparecieran todos los hombres y todos los seres sensibles del
mundo”. Esto difícilmente probaría, por supuesto, que el car-
38 Boyle, III, 22 y sig., 35.
CONCEPCIÓN DEL HOMBRE |<K)
lióii es caliente, pero su solución general ante el problema <*s
bastante conservadora. Es que en los objetos mismos existen
estas cualidades secundarias como “una disposición de sus
corpúsculos constitutivos, que en el caso de que se aplicara
verdaderamente al sensorio de un animal produciría dicha
cualidad sensible que un cuerpo de otra estructura no pro­
duciría, como no habría tal cosa como el dolor si no existie­
ran animales, pero un alfiler puede, en razón de su figura,
ser apropiado para producir dolor en caso de que se moviera
contra el dedo de un hombre...” Pero en cuanto hay hom­
bres y animales en el mundo, tal “disposición” o “adecuación”
de las cosas es tan real como las cualidades que posee en sí
mismo. ‘Tara abreviar, si suponemos que dos cuerpos cua­
lesquiera de los que nos rodean, una piedra o un metal, etc.,
nada tienen que ver con otro cuerpo cualquiera del univer­
so, no es fácil concebir cómo uno de ellos puede obrar sobre
el otro si no es por movimiento local... o cómo por el mo­
vimiento no puede hacer otra cosa que poner también en
movimiento las partes del otro cuerpo y producir así en ellos
un cambio en la estructura y en la posición o en alguna otra
de sus propiedades mecánicas; aunque como este cuerpo pa­
sivo está colocado entre otros cuerpos de un mundo consti­
tuido como el nuestro y como obra sobre los sensorios curio­
samente organizados de los animales, puede mostrar, en base
a estas razones, muchos fenómenos sensibles diferentes. Por
más que los consideremos como cualidades distintas, no son,
en consecuencia, más que los efectos de las muy mentadas
propiedades universales de la materia.”
Es un comentario altamente significativo sobre el espíritu
científico de la época el hecho de que Boyle juzgase necesa­
rio señalar tan enérgicamente “que en el mundo hay de jacto
ciertos seres sensibles y racionales que llamamos hombres”.69
En Boyle mismo este énfasis obedece no tanto a la convicción
de que los asombrosos logros de la ciencia mecánica impli­
w Boyle, III, 30.
200 GIL13EHT Y BOYLE
caban necesariamente que su inventor debía ocupar un lugar
importante en el múñelo, sino más bien a sus intereses reli­
giosos eo, pues la afirmación del valor humano se favorecía
más uniformemente con lo último que con lo primero. ‘Xa
materia, por muy extensa que sea y por curiosas que sean las
formas que tenga, no es sino una cosa bruta que es sólo
capaz del movimiento local, y sus efectos y consecuencias ac­
túan sobre otros cuerpos, o sobre el cerebro del hombre, sin
ser capaz de una percepción verdadera o por lo menos inte­
lectual, de amor u odio verdaderos. Y cuando considero el
alma racional como un ser inmaterial e inmortal, que lleva la
imagen de su divino hacedor, dotada de un intelecto capaz
y de una voluntad que ninguna criatura puede someter, me
siento dispuesto a pensar que el alma del hombre es un ser
más noble y más valioso que todo el mundo corpóreo.” 01
Boyle reafirma así, contra la corriente dominante, algunos
rasgos de la jerarquía teleológica medieval.
Ahora bien, ¿qué es el hombre, este extraño ser que per­
cibe las cualidades sensibles, que ama y odia y tiene un
alma racional? La concepción de Boyle al respecto es estric­
tamente cartesiana. El cuerpo del hombre, en cuanto cuerpo,
es mecánico como el resto de la naturaleza; los hombres son
“máquinas dotadas de voluntad”.62 En otra parte caracteri­
za lo no corpóreo como una “forma inmaterial” 63 o, muy a
menudo, como un “alma racional”, según vimos. Rechaza en­
teramente la teoría de More acerca de la extensión del espíri­
tu; el alma es no sólo indivisible sino también inextensa 64
y por eso sostiene Boyle que tiene que ser inmaterial e in­
mortal. Además, deja a un lado definitivamente como térmi­
nos confusos, la idea dominante del espíritu como un vapor
o hálito sutil. “Cuando digo que el espíritu es una sustancia
Cf. IV, 171; V, 517.
CONCEPCIÓN DEL HOMBRE 201
incorpórea... si él contestara que cuando oye las palabras
'sustancia incorpórea’ se imagina algún cuerpo aéreo, muy
delgado, sutil o transparente, yo respondería que esto pro­
viene de una viciosa costumbre, a la que él mismo se ha pre­
cipitado, de imaginar algo siempre que quiere concebir algo,
aunque tenga una naturaleza que ninguna imagen de la fan­
tasía puede verdaderamente representar... Como la cos­
tumbre de imaginar cosas cada vez que queremos concebir­
las es un obstáculo tan porfiado para las operaciones libres
del alma, es muy útil, si no necesario, acostumbramos, en
los casos que requieren pura intelección, a no sentimos
sobrecogidos o alarmados con las cosas que excedan o con­
fundan la imaginación, sino adiestrar paulatinamente el alma
para que considere las nociones que sobrepasan la imagina­
ción y son con todo demostrables por la razón.” 65
Todo esto suena bastante a cartesiano, y cuando Boyle en­
tra a describir con detalles el proceso de la sensación es se­
cuaz totalmente ortodoxo de la ambigua psicología cartesiana
como ha llegado a ser interpretada popularmente. Basta ob­
servar con cuidado la descripción que hace de los hechos.
El alma es algo inextenso ®6; al mismo tiempo reside en la
glándula pineal, a la cual las impresiones de los cuerpos ex­
ternos sobre los sensorios son conducidas como los movi­
mientos de las fibras nerviosas, “donde estos diferentes mo­
vimientos que el alma allí residente percibe se transforman en
sensaciones a causa de la íntima unión... del alma con el
cuerpo”. Boyle da también por sentado que nuestras ideas
se almacenan en una pequeña parte del cerebro para un uso
futuro.67 No se le pasaron por alto las modificaciones que
Hobbes introdujo en la filosofía de Descartes. Señala, sin
embargo, algunas de las dificultades que acarrea la unión de
una sustancia incorpórea con una corpórea, pues está espe-
66 Boyle, VI, 688 y sig.
00 Boyle, IV, 44.
67 Boyle, IV, 454.
202 GILBKKT Y BOYLE
cialmente interesado en el hecho de que esa teoría no explica
realmente las sensaciones particulares. “Pues yo pregunto,
por qué, por ejemplo, cuando miro una campana que suena,
dicho movimiento o impresión de la glándula pineal produ­
ce en la mente esa clase peculiar de percepción, la visión y
no la audición; y otro movimiento, aunque viniendo de la
misma campana, produzca al mismo tiempo esa especie com­
pletamente diferente de percepción que llamamos sonido,
pero no visión. Sólo puede contestarse que así plugo hacerlo
al autor de la naturaleza humana.” 68 Observa que en tales
puntos no estamos en mejores condiciones que los escolásti­
cos con las cualidades ocultas.

F. CONCEPCIÓN PESIMISTA DEL CONOCIMIENTO


HUMANO. EL POSITIVISMO
Nos hemos topado aquí con uno de los rasgos más intere­
santes e históricamente más significativos de lloyic, su episte­
mología. Boyle echó de ver algunas de las dificultades que
aparejaba esta posición para una teoría del conocimiento.
Es verdad que recurre a la religión a fin de superar las últi­
mas dificultades (y en esto sigue el ejemplo de los paladi­
nes de la nueva ciencia), pero su posición está tan íntima­
mente unida a la de Newton que merece una cuidadosa
atención. Al examinar la metafísica de la época, con su con­
cepción dominante del alma localizada en el cuerpo, donde
es afectada por los movimientos primarios que llegan a los
distintos sentidos y se transmiten a su sitio en el cerebro, se
impone la cuestión siguiente: ¿cómo es posible el conoci­
miento del mundo real y material, si el alma nunca entra en
contacto con él? ¿Cómo es posible que el alma construya un
sistema ordenado de ideas que representen un mundo in­
accesible para ella? ¿Cómo sabemos que existe un mundo
68 Boyle, IV, 43 y sig.
EL POSITIVISMO 20.»
tul? Pero tardó mucho tiempo para que los hombres pcrei
hieran esta dificultad en toda su fuerza abrumadora. Hasta
Locke, que en el Ensayo se muestra firmemente atrapado por
ella, no logra ver la consecuencia inevitablemente escéptica
de su posición. Cableo y Gilbert habían sospechado oscura­
mente que la nueva metafísica significaba una esfera bas­
tante pobre del conocimiento humano, y los antiguos no
ignoraban las dificultades últimas del conocimiento que en­
trañaban ciertas doctrinas de la sensación. Pero Boyle hace
ahora surgir la duda, de una manera aun ingenua e inocente,
basado en la nueva psicología. Es vital para nuestro propó­
sito señalar que Boyle abandona pronto la forma más conse­
cuente del dualismo cartesiano a favor de elementos impor­
tantes tomados de Hobbes; se representa al alma enteramente
encerrada en el cerebro. “Y si el hecho de que mientras per­
manecemos en esta condición mortal, es una imperfección
necesaria de la naturaleza humana, el alma, encerrada en
la oscura prisión del cuerpo no sea capaz... sino de un co­
nocimiento confuso, tanto más debemos valorar la religión
cristiana, pues por sus medios... nuestras facultades se ele­
van y se ensanchan." 00 Esta oscuridad del conocimiento y
su reducido alcance es lo que era dable esperar en un
mundo constituido como el nuestro: “No veo ninguna nece­
sidad en que la inteligibilidad con respecto a un entendi­
miento humano sea necesaria para la verdad o existencia de
una cosa, no más que la visibilidad con respecto a un ojo
humano es necesaria para la existencia de un átomo, de un
corpúsculo de aire, de los efluvios de un imán, etc." 70 ¡Cuán
natural parecen estas afirmaciones si las vemos a la luz de su
desenvolvimiento totall La mente humana había entrado en
contacto con una vasta esfera del ser que le parecía extra­
ordinariamente real, mas en la cual, en vista de la situación
00 Boyle, IV, 45, Cf. Essay de Locke, II, 11, 17. Locke conocía
bien a Boyle y a Newton.
70 Boyle, Iv, 450; cf. también VI, 694 y sig.
204 GULBERT Y BOYLE
metafísica de la época, su conocimiento y existencia parecían
muy restringidos e insignificantes, y completamente extraños.
Los demás comentarios de Boyle al respecto son bastante
simples. Observa que conocemos muy poco acerca de los
globos celestes y de las partes de la tierra, profundamente
subterráneas; nuestras experiencias e investigaciones se limi­
tan a la “superficie o corteza de la tierra” 71, que es una
“pequeña (por no decir despreciable) porción” Nuestro co­
nocimiento está “limitado a una pequeña parte de un sector
superficial de un punto físico”.
La enseñanza de todo esto para Boyle es que no debemos
rechazar las cosas porque trasciendan nuestra inteligencia,
sino considerar si ello no se debe a que nuestras capacidades
son demasiado limitadas para comprenderlas. Esto se apli­
ca tanto a la ciencia como a la religión, pero sobre todo a la
última.
En general, este es el tono que matiza el pensamiento de
Boyle con la concepción de la ciencia que ya notamos en
Galileo y que más tarde vino a designársela con el nombre
de Positivismo. En Ilurvey 72 se encuentran rasgos importan­
tes del espíritu positivo, y Boyle lo pone ahora en relación
con la situación filosófica total. Como el alcance del cono­
cimiento humano es tan pequeño en comparación con la to­
talidad del ser es ridículo el intento de crear grandes siste­
mas. Mejor que construir amplias hipótesis especulativas
sobre el universo es tener un conocimiento pequeño que es
seguro porque se basa en el experimento y que aumenta,
aunque siempre sea incompleto y fragmentario.73 En mu­
chas partes de su obra Boyle evita conscientemente las teo­
rías inflexibles, y se contenta con recoger hechos y ofrecer
sugestiones que puedan preparar el camino para una hipó­
tesis futura “amplia y firme”.74 Critica severamente la avidez
74 Boyle, IV, 50.
72 Harvey (Everyman edition), págs. 18 y sig.
72 Boyle, I, 299 y sig.
74 Boyle, I, 695; cf. también I, 662 y sig.
EL POSITIVISMO 2<r>
de la mente humana por conocer muchas cosas antes de cer­
ciorarse, por medio de la observación y del experimento cui­
dadoso, que es auténtico su conocimiento.78 “No es que yo
condene la práctica de esos investigadores que se esfuerzan
por explicarme los fenómenos más abstrusos de la natura­
leza. .. Yo lo admiro cuando sus esfuerzos se coronan con el
éxito, y los aplaudo incluso cuando no hacen más que buenos
esfuerzos... pero hasta aquí me he dado cuenta, si no siem­
pre, sí con alguna frecuencia, que lo que me agradó por un
tiempo, mientras convenía bastante con las observaciones
sobre las cuales dichas nociones se fundaban, a menudo era
arruinado después por algún experimento nuevo.” 70 Por esto
si bien no refutaba tales opiniones salvo cuando las juzgaba
“obstáculos para el progreso del conocimiento experimen­
tal” 77, y ni aun entonces a menos que creyera “poder adu­
cir en su contra objeciones experimentales”, Boyle deseaba
sobre todo asegurar de parte de sus contemporáneos el pleno
reconocimiento de que en la nueva ciencia regía una norma
definitivamente experimental. “Pues no entra en mis desig­
nios el comprometerme a favor o en contra de una secta
cualquiera de naturalistas, sino simplemente invitaros a acep­
tar o refutar opiniones, cuando están conforme a los experi­
mentos o las razones claras que de ellas se deducen o que por
lo menos se le asemejan.” No se puede intentar resolver pro­
blemas difíciles como la composición del continuo antes que
la ciencia avance; “porque hay mucho que descubrir o hacer
en la naturaleza antes de que podamos siquiera pensar en
considerar esta controversia”.7®
No sólo es verdad que la ciencia puede avanzar hacia un
importante conjunto de hechos y de hipótesis considerables
sin sostener un sistema firme de convicciones acerca de los
fenómenos en cuestión; también es cierto que a veces se su-
78 Boyle, IV, 460.
76 Boyle, I, 307; cf. también IV, 235 y sig.
77 Boyle, I, 311 y sig.
7® Boyle, IV, 43.
206 CELBEBT Y BOYLE
gieren hipótesis alternativas, alguna de las cuales puede re­
velar en conformidad con nuestros criterios y métodos ge­
nerales (esto es, atomismo, empirismo, etc.) la causa de los
hechos observados. En tales casos puede ser positivamente
imposible afirmar que una de estas hipótesis es, con exclusión
de las otras, absolutamente verdadera.79 Por ello la ciencia
debe contentarse en sus explicaciones con el probabilismo.
Desde el punto de vista de la razón humana, las hipótesis di­
fieren de la verdad en valor y jyrobabilidad, pero no se las
puede juzgar absolutamente. “Pues emplear una hipótesis es
dar una explicación inteligible de las causas de los efectos,
o de los fenómenos en cuestión, sin oponerse a las leyes de la
naturaleza o de los otros fenómenos. Cuanto más numerosas
y más distintas son las partículas, algunas de las cuales se
explican por la hipótesis que se ha fijado y otras están de
acuerdo con ella, o por lo menos no discrepan, tanto más va­
liosa es la hipótesis y tanto más parece ser verdadera.” 80
Una tercera razón que para Boyle explica esta actitud es que
el tiempo misino linee imposible la construcción de un sis­
tema completo de ventad en un momento dado. Muchas
cosas ocurren constantemente, y no hay nunca garantía de
([uc coiicncrden con nuestras hipótesis presentes, por muy
cuidadosa que sea la manera como se han formado y com­
probado.81
Boyle resume su posición sobre estas cuestiones en un pá­
rrafo que se lo puede citar casi in toto.82
79 Boyle, II, 45.
«° Boyle, IV, 234.
81 Boyle, IV, 796.
82 Boyle, I, 302 y sig. “Y verdaderamente... si los hombres se de­
cidieran a cuidar más de los progresos de la filosofia natural que de
sus propias reputaciones no seria difícil, me parece, persuadirlos de que
uno de los servicios más considerables que pueden prestar a la hu­
manidad sería que se pusieran a hacer con diligencia y aplicación ex­
perimentos, y recoger observaciones, sin ser demasiado precipitados
para establecer principios y axiomas, juzgando difícil formular las teo­
rías que expliquen todos los fenómenos de la naturaleza, antes de
que hayan conocido la décima parte de los fenómenos que hay que ex-
FILOSOFÍA DEL ÉTER DE BOYLE 207

G. LA FILOSOFIA DEL ÉTER DE BOYLE


Desde este punto de vista crítico Boyle considera la idea
predominante acerca de la existencia de un medio etéreo que
penetra el espacio. En general es una hipótesis probable,
pero se la estimaría dudosa y como un simple intento, debido
a la falta de experimentos adecuados sobre el tema. “.. .Los
que afirman la existencia de dicha sustancia en el universo,
aducirán probablemente como pruebas algunos de los fenó­
menos que voy a referir. Pero no discutiré aquí si hay o no
hay en el mundo una materia que responda exactamente a
las descripciones que ellos hacen de sus elementos primarios
y secundarios, aun cuando diversos experimentos parecen
testimoniar la existencia de una sustancia etérea muy sutil y
no poco difusa.” 83 El siguiente pasaje ilustra la manera como
él concibe esta sustancia. “Yo consideraba diáfana la parte
plicar. No es que yo rechace el uso de la razón en los experimentos, o
el esfuerzo por discernir, tan pronto como sea posible, los conjuntos,
diferencias y tendencias de las cosas; pues sería muy penoso si no im­
posible la absoluta suspensión del ejercicio de la razón... en fisio­
logía conduce a veces al descubrimiento de la verdad, y permite al
entendimiento la elaboración de una hipótesis para explicar alguna di­
ficultad. Se puede instruir al entendimiento, hasta por sus propios
errores, para que examine en qué medida los fenómenos son o no son
susceptibles de resolver por esa hipótesis. Como un gran filósofo ha
observado, la verdad brota más fácilmente del error que de la con­
fusión. Lo que yo deseo en cuanto a los sistemas es que los hombres se
abstengan, en primer lugar, de postular una teoría antes de que hayan
examinado un número considerable de experimentos, en proporción a
la amplitud de la teoría que van a formular, aunque no sea un número
tal de experimentos que presenten todos los fenómenos que hay que
explicar por esa teoría. Y en segundo lugar, considero como precarias
esas superestructuras que, aunque se las prefiera a otras por ser las
menos imperfectas, o si se quiere las mejores que hasta anora pode­
mos obtener en su clase, sin embargo, no hay que prestarles entera
adhesión pues no son absolutamente perfectas ni incapaces de sufrir
alteraciones que las mejoren."
83 Boyle, III, 309.
208 cn.iiEirr y boyle
intersideral del universo que se compone de aire y éter, o
de finidos análogos a uno de ellos, y que el éter es, por
decirlo así, un gran océano en el cual los globos luminosos,
que aquí y allá nadan como peces con movimiento propio,
o que como los cuerpos de un torbellino el medio los lleva
de un lado a otro, están poco dispersos, y en consecuencia
es muy pequeña y escasamente considerable la proporción
que las estrellas fijas y los cuerpos planetarios guardan con
la parte diáfana del universo.” 84
Es muy importante señalar, en relación con la teoría del
éter, que en la época de Boyle se había recurrido con fre­
cuencia a un fluido etéreo para el desempeño de dos distin­
tas funciones del mundo material. Una era la comunicación
del movimiento por el choque continuo, que llegó a ser de
importancia capital en el sistema mecánico que Descartes
había bosquejado, y que ofrecía una explicación de todos
aquellos experimentos que hablaban en contra de la exis­
tencia de un vacío en la naturaleza. Esta concepción, según
la cual el movimiento proviene siempre del choque de los
cuerpos materiales, estaba tan de acuerdo con los postula­
dos y métodos de la nueva ciencia, que era apenas posible
para un pensador de importancia esquivar la convicción de
que algo semejante debía ser verdadero. Esto explica la ener­
gía con que los filósofos de todos los grupos atacaron la
idea de que pudiese haber una cosa como la acción a dis­
tancia. Hasta More había tenido que concebir extenso a
Dios a fin de mostrar la manera como ejerce su poder en el
punto del espacio que le place. El éter se concebía natural­
mente, de acuerdo con esta teoría, como un fluido homo­
géneo y flemático que llena todo el espacio no ocupado por
otros cuerpos, y cuyas características se deducen de la ex­
tensión. Su otra función consiste en dar cuenta de fenóme­
nos curiosos como el magnetismo, en el cual las fuerzas te­
nían evidentemente una actividad única, de tal forma que
« Boyle, III, 706.
FILOSOFÍA DEL ETER DE BOYLE 209
no podía reducirse a esos movimientos universales, ordena­
dos y mecánicos, para la propagación de los cuales se reque­
ría el éter en su fundón primera. Los pensadores como More,
cuyo motivo principal era religioso, se contentaban en este
punto con las concepciones tradicionales de un “espíritu de
la naturaleza”, es dedr un ser extenso dotado de facultades
vegetativas, nutrición, regulación y guía y carece de con­
ciencia, razón o fin. Los espíritus más científicos dejaron que
sus imaginaciones erraran libremente por estos senderos tradi­
cionales, pero poco a poco se intentaron hipótesis más pro­
misorias. Las ideas de Gilbert sobre el éter eran, como hemos
señalado, altamente especulativas, y seguían en gran medida
el antiguo sistema de ideas. En Boyle aparece la sugestión de
que se puede encarar el problema del éter con más espíritu
científico si se supone en él dos clases de materia, una ho­
mogénea y apropiada para realizar la primera función, la otra
que tiene potencias tales como para explicar los fenómenos
de la segunda función. “Por eso no ha de ser inoportuno
confesaros que he tenido una leve sospecha de que además
de estas clases numerosas y uniformes de diminutas par­
tículas de que, a juicio de algunos de los nuevos filósofos, se
compone el éter de que acabamos de hablar, debe de haber
otra clase de corpúsculos adaptados para tener operaciones
considerables cuando actúan sobre cuerpos apropiados. Pero
aunque es posible y tal vez probable que el éter, como se
comprende, explique plausiblemente los efectos que esta­
mos considerando, sospecho sin embargo que esos efec­
tos no se deben solamente a las causas a las cuulc > ;e los
atribuye, sino que puede haber, como decía ñus clases
peculiares de corpúsculos que no tienen todavía nombres
distintos. Estos pueden descubrir facultades y modos de ac­
ción peculiares, cuando se encuentran con cuerpos de una
estructura tal como para disponerlos a admitir o contribuir a
la eficacia de estos agentes desconocidos. Esta sospecha apa­
recerá muy improbable si se considera que aunque en el
210 oii.m:ivr y boyle
éter de los antiguos no se veía nada más que una sustancia
difusa y muy sutil, ahora nos contentamos, sin embargo, con
admitir que haya en el aire un montón de vapores que se
mueven entre el polo norte y el sur con un curso determi­
nado." 86
Esta distinción entre las dos clases de materia etérea,
hecha para que el éter pueda dar una explicación adecuada
de estos dos tipos de fenómenos, la encontraremos de nuevo
en Newton, que en una carta a Boyle escribió acerca de sus
posibilidades, diez años después que Boyle había escrito el
párrafo citado (1679). Entretanto, los científicos estaban muy
perplejos acerca de la posición que en esto correspondía a
la gravedad. Había que aclarar si los fenómenos de la gra­
vedad se explican mecánicamente, o si son por naturaleza
esencialmente magnéticos o eléctricos. Ya hemos señalado
cómo Gilbert defendió la segunda concepción: la Tierra es
una enorme piedra imán, y hasta la relación de la Tierra y de
la luna ha de entenderse magnéticamente. En general su
concepción era la que dominaba entre los científicos ingle­
ses y ejerció una influencia considerable sobre lumbreras del
continente como Galileo y Képler. Descartes era el gran
defensor do la concepción primera. Al suponer que el medio
etéreo que todo lo penetra se precipita en torbellinos de
distintas formas, juzgó posible explicar los fenómenos de la
gravedad de modo enteramente mecánico, esto es, sin atri­
buir ni a la materia etérea ni a los otros cuerpos ninguna cua­
lidad que no se deduzca de la extensión. Como hemos obser­
vado, el simple hecho de que el éter asuma y mantenga la
forma del torbellino, implica que posee cualidades que no
se derivan de la extensión; pero la importancia del nombre
y de los descubrimientos de Descartes defendió a esta con­
cepción, considerada muy seductora sobre todo por quienes
veían en la mecánica matemática la posible clave para todos
los secretos de la naturaleza. Para emplear los términos de
8® Boyle, III, 316.
FILOSOFÍA DEL ÉTER DE BOYLE -’ l I
la principal corriente de la época, parecía una hipótesis miís
científica que la otra. En lo esencial, Boyle se sentía indi­
nado a convenir en este punto con Descartes, aunque con
una interpretación más libre de la palabra “mecánico”. Como
veremos, Newton defendió la segunda concepción, si bien
sugería también la posibilidad de conciliar las dos.
Robert Hook escribió a Boyle una carta fechada el 21 de
marzo de 1666, en la cual describe varios experimentos que
hizo sobre la gravedad, en parte para determinar si la fuerza
de gravedad aumenta o disminuye de acuerdo con alguna ley
regular, y en parte para establecer si es una fuerza magnéti­
ca, eléctrica o de alguna otra naturaleza.86 Ilook observaba
que los resultados obtenidos eran indecisos. Poco después,
en el mismo año (el 13 de julio), Boyle recibió una carta
de John Bcale ®7, en la cual instaba a Boyle a ofrecer una
explicación de la gravedad, al tiempo que observaba que
parecía tener importantes relaciones con la mecánica y el
magnetismo. Poco después de 1670, Boyle no se siente toda­
vía dispuesto a dar una hipótesis definitiva sobre la grave­
dad, pero no tiene dificultad en considerarla mecánica por
naturaleza, “puesto que se han demostrado matemática o
mecánicamente muchas proposiciones de Arquímedes, de Ste-
vinus y de otros autores que han escrito sobre estática, aun­
que estos autores no se sirvan de ellas para fijar la verda­
dera causa de la gravedad, sino que dan por sentado, como
cosa universalmente reconocida, que existe dicha cualidad
en los cuerpos que ellos consideran... Puesto que dichas
explicaciones han sido llamadas últimamente y de ordinario
mecánicas, a causa de que se fundan generalmente en las
leyes de la mecánica, yo, que no acostumbro a entrar en
disputas de palabras, consiento tranquilamente en ello”.88
Este extracto procede de la réplica de Boyle a las objeciones
212 cu.nr.ivr y boyle
de More a sn pública afirmación de que sus experimentos
sobre el peso y la elasticidad del aire mostraban que dichos
fenómenos son susceptibles de explicarse con principios me­
cánicos. Y mientras no hubo significado definido y reconoci­
do del término “mecánico”, es difícil imaginarse cómo podían
evitarse o establecerse dichos debates. More y Boyle esta­
ban muy de acuerdo en sus intereses religiosos para no
estar en profunda discrepancia sobre ningún tema. Diez años
después Boyle puso mucho cuidado en hablar de la grave­
dad en un lenguaje que hubiera sido enteramente del agrado
de More.89
H. DIOS Y EL MUNDO MECANICO
Muchas de las citas que hemos hecho han puesto clara­
mente de relieve el carácter profundamente religioso de
More. Es tiempo que fijemos más directamente nuestra aten­
ción en este aspecto de su filosofía y que señalemos las rela­
ciones últimas que guarda con la ciencia experimental en el
pensamiento del mismo More. Múltiples fueron sus activida­
des religiosas. Entre otras cosas contribuyó en gran medida
al sostenimiento de misioneros en los más apartados rincones
del mundo, y mantuvo una abundante correspondencia con
algunos de ellos, incluyendo al famoso John Eliot de Nueva
Inglaterra. Fundó la famosa serie Boyle de conferencias, en
las cuales esperaba que se respondiera a las nuevas objecio­
nes y dificultades procedentes de los desarrollos científicos
y filosóficos de la época, y que impedían la aceptación de
la religión cristiana. Un importante corresponsal de Newton,
el doctor Bentley, fue el primero en disertar en la fundación
89 Bovle, V, 204. “Es evidente para los espíritus observadores que
lo que nace caer las masas de tierra o materia terrestre a la tierra,
a través del aire, es algún agente general, cualquiera que sea, el cual,
de acuerdo con la sabia disposición del Autor del universo, determina
el movimiento de los cuerpos llamados pesados, por los caminos más
cortos que les están permitidos, hacia la parte central del globo te­
rráqueo."
DIOS Y EL MUNDO MECANICO 2 1 ’)
Boyle. Birch nos dice en su Vida de boyle, que “tenía una ve­
neración tan profunda por la Divinidad que nunca pronunció
el nombre de Dios sin hacer una pausa y una visible inte­
rrupción en su discurso; y Sir Peter Pett, que lo trató duran­
te casi cuarenta años, afirma que era tan exacto que no re­
cordaba que hubiese dejado de hacer eso ni una sola vez”.09
La ciencia experimental era para Boyle como para Bacon
una tarea religiosa. " ... La obra tan admirable que Dios ha
desplegado en el universo nunca fue para los ojos que se
cierran voluntariamente y la ultrajan no juzgándola digna
de especulación. Los animales viven en el mundo y lo dis­
frutan; el hombre, si quiere hacer algo más que eso, debe
estudiarlo y espiritualizarlo.” 91 Boyle deseaba con fervor
que los otros emprendiesen la obra de la ciencia dentro del
venerable espíritu religioso, y suplicaba en su testamento
que la Sociedad Real atribuyera todos sus descubrimientos a
la gloria de Dios.
¿Cuáles son para Boyle los hechos fundamentales de la
experiencia que muestran claramente la existencia de Dios?
Ofrece con profusión para este fin dos clases de hechos: el
hecho de la razón y la inteligencia humana, y el hecho del
orden, de la belleza y de la adaptación en el universo. ‘Ten­
go mis dudas; acaso existan en la naturaleza fenómenos que
los atomistas no puedan explicar satisfactoriamente por nin­
guna figura, movimiento, o unión de cualesquiera partículas
materiales; pues algunas facultades y operaciones del alma
racional del hombre son tan peculiares y excelentes que así
como no las he encontrado sólidamente explicadas por prin­
cipios materiales, no espero que las puedan descubrir de
prisa.” 92 Qué clase de Dios implica este hecho y el detalle
de sus relaciones con el mundo inteligible de la naturaleza
es una cuestión a la que Boyle contesta, como veremos, en
214 GHJIKRT Y BOYLE
términos (le la doctrina tradicional más bien que con el pro­
pósito de obtener una comprensión nueva del problema. Por
lo que toca a su segundo argumento, más claramente teleoló-
gico, repártanos en la siguiente afirmación elegida de entre
muchas disponibles. “La consideración sobre la inmensidad,
la belleza y los movimientos de los cuerpos celestes; sobre la
maravillosa estructura de los animales y las plantas, y una
multitud de otros fenómenos naturales, y la utilidad de mu­
chos de ellos que puede inducir al hombre, como ser ra­
cional, a concluir que este inmenso, bello, ordenado y (en
una palabra) admirable sistema de cosas, que llamamos
mundo, fue creado por un autor infinitamente poderoso, sa­
bio y bueno, raramente puede negarse por quien considere
las cosas inteligente y desprejuiciadamente.” 93
Una vez que ha demostrado la existencia de Dios, Boyle
se contenta con interpretar el puesto de Dios en el mundo y
su relación con el hombre en términos de la doctrina cris­
tiana. Dios nos ha dado de sí mismo y de nuestros deberes
para con él un conocimiento directo y extraordinario en las
Sagradas Escrituras, (pie constituyen un objeto de estudio
más valioso que cualquier otro conocimiento que podemos
adquirir con un estudio de la naturaleza.94 “No es mostrarse
agradecido recibir de Dios el entendimiento y la esperanza de
una felicidad eterna y no estudiar lo que podamos acerca
de su naturaleza y fines por medio de su revelación ... [o]
disputar con impaciencia sobre las propiedades de un átomo
y descuidar las investigaciones sobre las propiedades del gran
Dios que creó todas las cosas.” 95 La ciencia y la teología son
así partes de un todo mayor que las trasciende en alcance y
valor. “El Evangelio contiene y revela realmente todo el mis­
terio de la redención humana hasta donde es necesario que
lo conozcamos para nuestra salvación. Y la filosofía corpuscu­
DIOS Y EL MUNDO MECÁNICO 215
lar o mecánica se esfuerza por deducir todos los fenómenos
naturales de la materia indiferente y del movimiento local.
Pero ni la doctrina fundamental de la Cristiandad ni la de
los poderes y efectos de la materia y el movimiento parecen
ser nada más que un epiciclo... del sistema grande y uni­
versal de los planes de Dios, y constituye sólo una parte de
la teoría más general de las cosas, que se conocen por las
leyes de la naturaleza y es mejorada por el conocimiento de
las escrituras. Así, estas dos doctrinas parecen ser ele­
mentos de la hipótesis universal, cuyos objetos están repre­
sentados por la naturaleza, los designios y las obras de Dios
hasta donde podemos descubrirlos en esta vida.” 96 Boyle
pinta el estado futuro como la continuación de nuestra bús­
queda del conocimiento de este inmenso reino de la activi­
dad divina. La principal diferencia será que nuestro obstácu­
lo desaparecerá cuando Dios "ensanche nuestras facultades
como para que podamos contemplar, sin deslumbrarnos, las
sublimes y radiantes verdades, cuya armonía y esplendor
nos toca a nosotros descubrir y admirar con embeleso”.97
Esta fe religiosa en el origen y gobierno divino del uni­
verso unida a su idea acerca de las limitaciones del conoci­
miento humano, lleva a Boyle a rechazar definitivamente el
supuesto de Descartes de que las leyes mecánicas del uni­
verso, descubiertas y comprobadas en la esfera de nuestra
experiencia, deben aplicarse sin alteración a toda la res ex­
tensa. Ahora bien, si convenimos, con algunos filósofos mo­
dernos, que Dios ha hecho otros mundos además del nuestro,
es muy probable que haya desplegado en ellos su múltiple
sabiduría en creaciones muy diferentes de las que aquí admi­
ramos... Podemos suponer que en estos otros mundos la
obra o estructura en la cual al principio el arquitecto omnis­
ciente planeó las partes de su materia era muy diferente de
la estructura de nuestro sistema. Por otra parte, por lo que
216 CU.UKKT y BOYLE
ocurre regularmente en nuestro sistema podemos concebir
que hay una gran diferencia entre los fenómenos y produc­
ciones que se observan en uno de esos sistemas, aunque su­
pongamos que no más de dos leyes del movimiento difieren
en esos mundos desconocidos de las leyes que se aplican en
el nuestro... Dios puede haber creado algunas partes de la
materia como algo inmóvil en sí, y sin embargo, puede haber
dotado a las otras partes de la materia de un poder como el
que los atomistas atribuyen a sus principios [segunda fun­
ción del éter] de moverse por sí mismas sin perder ese poder
del movimiento que provocan en los cuerpos inmóviles. Y las
leyes de esta propagación del movimiento no pueden ser las
mismas que las que están establecidas en nuestro mundo.»8
Como era de esperar de estos argumentos sobre la exis­
tencia y potencia de Dios, la primera función de la Deidad
en la economía del universo era ponerlo en movimiento de
manera que se hiciera más notable el sistema ordenado y
armonioso que ahora advertimos en él."
El uso frecuente de la expresión “concurso general" indi­
ca luego a juicio de Iioyle que Dios es algo que se nece­
sita constantemente para evitar «pie el universo sucumba al
desorden. A esto lo llevó principalmente su interés religioso,
«« Boyle, V, 139.
w Boyle, V, 413 y sigs. “El sapientísimo y poderosísimo Autor de
la Naturaleza, cuya mirada aguda penetra el universo todo y exa­
mina a una todas sus partes, al comienzo de las cosas reunió
los cuerpos en un sistema y estableció las leyes de movimiento que
juzgó conveniente a los fines que se propuso al crear el mundo. En
virtud de su intelecto inmenso e infinito, que empleó al principio, pudo
no sólo ver el estado presente de las cosas que nabia hecho, sino pre­
ver todos los efectos que los cuerpos ejercen unos sobre otros en de­
terminadas circunstancias, los cuales cuerpos tienen tales y tales cua­
lidades y actúan conforme a las leyes que él ha establecido. Asi con
el mismo omnisciente poder pudo planear la estructura entera y todas
sus partes, de tal modo que, al paso que su concurso general conser­
vaba el orden de la naturaleza, cada parte de su gran máquina, el
mundo, obraría regular y constantemente sin propósito o conocimien­
to, hacia el logro de sus respectivos fines que él le señalara, como si
entendieran realmente esos fines y los persiguieran con aplicación."
DIOS Y EL MUNDO MECÁNICO 217
aunque también fue impulsado por las mismas consideracio­
nes que influyeron en More. También Boyle opina que uti
universo mecánico inevitablemente se desintegraría, pues las
fuerzas que mantienen sus diferentes partes en un todo orde­
nado son de naturaleza esencialmente espiritual. “Este po­
tentísimo Autor y Artífice del universo no ha abandonado
una obra maestra tan digna de él, sino que aún la mantiene
y la conserva, regulando los rapidísimos movimientos de las
grandes esferas y otras grandes masas de materia mundana
de tal modo que no se percibe ninguna irregularidad que
desordene el gran sistema del universo reduciéndolo a una
especie de caos o confuso estado de cosas degradadas y de­
pravadas.” 100 Los alcances de esta concepción del "concurso
general” de Dios que mantiene el sistema del universo, son
difíciles de descubrir y de armonizar con el resto de la fi­
losofía de Boyle, especialmente cuando notamos que hace
hincapié en que las causas secundarias o físicas actúan de
manera completamente mecánica, una vez que se ha esta­
blecido el movimiento regular.101
La clave para resolver esta dificultad, tal como se la halla
en Boyle, parece encontrarse en su respuesta a los deístas,
que negaban la necesidad de semejante concurso general,
sosteniendo que “desde que se formó el universo todas las
cosas ocurren por las leyes establecidas de la naturaleza. Pues
aunque así se lo pretenda de buena fe y no bajo falsos pre­
textos, considero que una ley es algo ideal, de acuerdo con
la cual el agente inteligente y libre está obligado a regular
sus acciones. Pero los cuerpos inanimados son totalmente in­
capaces de entender qué es una ley... y por tanto los actos
de los seres inanimados, que no pueden incitar o moderar
ion Boyle; V, 519 ; cf. también 198 y sig.
roí Boyle, IV, 68 y sigs. "Establecidas las leyes del movimiento y
conservadas por su concurso y providencia general, los fenómenos del
mundo así constituidos son producidos físicamente por las afecciones
mecánicas de las partes de la materia, las cuales obran unas sobre
otras conforme a leyes mecánicas.”
218 m i.nE I\T Y BOYLE
sus propias acciones, son producidos por un poder real, no
por leyes”.102 Pista idea de que en la medida en que el mun­
do no sabe lo que está haciendo su comportamiento orde­
nado y legal debe ser explicado mediante la intervención de
un poder real, constante e inteligente, se halla en otros pasa­
jes de Boylc.108 En ninguna parte se ve un intento claro de re­
conciliar esto con la posición de que las leyes del movimiento
y los fenómenos de la gravedad representan operaciones me­
cánicas autosuficientes.
Dios es concebido asi, no sólo como la primera causa de
las cosas, sino también como un ser activo, inteligente, siem­
pre alerta para conservar el armonioso sistema del mundo y
realizar en él fines deseables.104 Su “conocimiento se extien­
de a todo lo que puede conocer; de una sola mirada sus ojos
penetrantes atraviesan la creación entera. Dios contempla
de una vez todo lo que cualquiera de sus criaturas hace o
piensa en el inmenso universo. Además el conocimiento de
Dios no es progresivo o discursivo como el de nuestros ra­
ciocinios, sino intuitivo... Dios... para conocer una cosa
no necesita de la ayuda de otra, sino que la conoce por sí
misma (pues es su Autor) y él conoce todas las cosas por
igual, mirándose a si misino, si asi puede decirse, puede ver
como en un espejo divino y universal, todo lo que se puede
conocer con distinción y al mismo tiempo”.105 Este elogio de
la inteligencia divina nos recuerda a Galileo y Descartes y
también se asemeja a la Divinidad extensa de More, que
Boyle previamente había rechazado. En un pasaje intere­
sante, Boyle olvida por completo su antagonismo con esta
doctrina del teólogo de Cambridge. Las cosas ocurren “como
si estuviese difundido por todo el universo un ser inteligente,
atento al bien general de aquél y celoso en administrar sa­
biamente todas las cosas para el bien de las partes singulares
102 Boyle, V, 520.
OIOS Y EL MUNDO MECANICO 219
de él —hasta donde es compatible con el bien de todo— y
la conservación de las leyes primitivas y universales que la
causa suprema ha establecido”.106
En un pasaje como éste es claro que Boyle va más allá
de la concepción de Dios que se requiere para conservar el
sistema del mundo por medio de su “concurso general”. Aña­
de la doctrina de una providencia particular e intenta re­
conciliarla con la ley universal a la manera estoica. Los in­
dividuos particulares o las partes del universo están “dispues­
tas sólo hasta donde su bien se aviene a las leyes generales
que Dios ha establecido en el universo, y él se propone fi­
nes que son más considerables que la felicidad de las criatu­
ras particulares”.107 Pero no hay que recalcar este acuerdo
con las leyes generales porque “esta doctrina [no es] incom­
patible con la creencia en un milagro verdadero, pues supo­
ne que se conserva el concurso ordenado y establecido de la
naturaleza, sin negar, de ningún modo, que el muy libre y po­
deroso Autor de la naturaleza puede, todas las veces que lo
juzgue conveniente, suspender, alterar o contrariar las leyes
del movimiento que él solo estableció al principio y que para
conservarse necesitan de su concurso continuo”.108 Dios po­
dría así en cualquier momento “invalidar la mayoría, si no
todos, de los axiomas de la filosofía natural al rehusar su con­
curso o al cambiar estas leyes del movimiento que dependen
enteramente de su voluntad”.109
De allí que aunque Dios limite de ordinario los movimien­
tos de la materia a las leyes regulares que ha establecido ori­
ginalmente, no haya renunciado de ningún modo al derecho
de cambiar sus operaciones a favor de algún fin nuevo o es­
pecial. Ahora bien, ¿qué clases de acontecimientos incluye
Boyle bajo el título de milagro, en este sentido? En primer
término, naturalmente, los milagros de la revelación. No se
100 Boyle, II, 39. Las bastardillas son nuestras.
107 Boyle, V, 251.
220 c ii .hkht y bo yle

sigue de la existencia de las leyes regulares de la naturaleza,


“que el fuego deha necesariamente quemar a los tres com­
pañeros de Daniel, o a sus ropas, que fueron lanzados... a
un horno ardiendo, si el autor de la naturaleza se hubiese
complacido en privar su concurso a la operación de las lla­
mas o defender contra ellas de modo sobrenatural los cuer­
pos que estaban expuestos a las llamas”.110 En segundo tér­
mino, Boyle reputa milagro la unión, en el nacimiento, de
un alma racional e inmortal con un cuerpo físico 111; terce­
ro, ante los ruegos que imploran salud en ocasión de alguna
enfermedad, piensa que no es propio de un filósofo cristia­
no considerarse sin esperanzas 112; y cuarto, piensa que hay
muchas mayores irregularidades en el cosmos de las que es­
tamos tentados a admitir. “Cuando considero la naturaleza
de la materia bruta y la inmensidad de los cuerpos que
componen el mundo, la extraña variedad de cuerpos que com­
prende la tierra y otros que sin absurdo alguno puede conte­
ner; y cuando considero asimismo la fluidez de esa enorme
parte intersideral del mundo donde nadan esos globos, no
puedo menos que suponer que en la estructura del universo
hay monos exactitud y regularidad constante de lo que nos­
otros creíamos.” 113 Cita como ejemplos las manchas del Sol,
que interpreta como exhalaciones irregulares de una materia
opaca, y los cometas que eran materia de asombro y misterio
para todos los científicos de la época. Boyle juzga más satis­
factorio atribuir estos acontecimientos a la interposición in­
mediata del autor divino de las cosas que explicarlos por una
tercera entidad, o ser subordinado tal como la naturaleza. Es
indudable que Dios tiene fines que trascienden en mucho los
fines que se revelan en el sistema armonioso que la ciencia
ha descubierto.
Es digno de atención, sin embargo, el hecho de que Boyle
»» Boyle, IV, 162.
DIOS Y EL MUNDO MECÁNICO 221
no exagere la importancia de los milagros; el principal argu­
mento a favor de Dios y de la providencia es la delicada es­
tructura y simetría del mundo —la regularidad, no la irre­
gularidad—y a veces cuando predomina su pasión científica
niega casi todo lo que había sostenido para afirmar la inter­
posición directa de la divinidad. Con tal que Dios “continúe
prestando su concurso ordinario y general, no habrá necesi­
dad de interposiciones extraordinarias, que lo presentarían
como si estuviera jugando; se han previsto y dispuesto en la
primera fábrica del mundo todas estas exigencias sobre cuya
explicación los filósofos y los físicos han ideado lo que ellos
llaman naturaleza; de tal manera que la simple materia así
ordenada... hará todo... conforme a las leyes universales
del movimiento”.114 El universo no es un títere de cuyas
cuerdas se tira de vez en cuando, sino es “como un reloj raro,
tal los de Estrasburgo, donde todas las cosas se planean tan
hábilmente, en el cual una vez que se ha puesto en movi­
miento la máquina, todas las cosas obran de acuerdo con el
primer plan del artífice, y los movimientos... no necesitan
la interposición peculiar del artífice, o de cualquier otro
agente inteligente empleado por él, sino realizar sus fun­
ciones en ocasiones particulares en virtud del plan general y
primitivo de toda la máquina”.
Esta nueva interpretación del teísmo que encontramos en
Boyle con el fin de relacionarlo definitivamente a la nueva
concepción científica del mundo, la hallaremos repetida en
Newton casi punto por punto, salvo la anulación de sus am­
bigüedades más extremas. En este aspecto de la filosofía de
Newton, las únicas influencias comparables a ésta son las
de More y la del teósofo Jacob Boehme. El primero era cole­
ga de Newton en Cambridge, y el segundo, a quien leyó
mucho, debe haber fortalecido su convicción de que el uni­
verso como un todo no puede explicarse mecánica sino reli­
giosamente.
Boyle, V, 163.
222 CILBF.HT Y BOYLE
Estamos ahora en condiciones de considerar con más de­
talle del que liemos dedicado a cualquier otro pensador, la
metafísica del hombre cuyos descubrimientos, que forman
época para la ciencia, le hicieron cambiar sus convicciones
logradas hasta entonces de supuestos aún dudosos en axio­
mas casi consagrados por el curso subsiguiente del pensa­
miento moderno. Pero antes de hacerlo, resumiremos los pa­
sos capitales del notable movimiento que hemos delineado.

I. SÍNTESIS DEL DESARROLLO ANTERIOR A NEWTON


Copémico se había atrevido a atribuir a la Tierra un mo­
vimiento diurno alrededor de su eje y un movimiento anual
alrededor del Sol debido a la gran simplicidad matemática
del sistema astronómico así logrado, hedió cuyas implica­
ciones metafísicas podía aceptar porque en su época se vol­
vía a difundir ampliamente la concepción platónico-pitagó­
rica del universo, y que le había sido sugerida por los des­
arrollos precedentes de las matemáticas. Képler, movido por
la belleza y armonía de este ordenado sistema del universo
y por la satisfacción que le deparaba el encontrarlo conforme
con la deificación del Sol que profesaba siendo joven, trató
de descubrir otras armonías geométricas entre los hechos
compilados por Tico Brahe. Las relaciones armoniosas asi
descubiertas las concebía como la causa de los fenómenos
visibles y asimismo como las últimas características reales y
primarias de las cosas. La idea del movimiento de la Tierra
y de su tratamiento matemático llevó a Galileo a plantearse
la cuestión de si los movimientos de las pequeñas partes de
su superficie no podrían ser susceptibles de reducción mate­
mática. El éxito de este intento lo consagró como fundador
de una nueva ciencia y sus esfuerzos por ver más plenamente
las implicaciones de lo que él había realizado lo llevaron a
otras inferencias metafísicas. Las sustancias y causas esco­
DESARROLLO ANTERIOR A NEWTON 223
lásticas, que habían servido para explicar ideológicamente
el hecho del movimiento y su último porqué, fueron barri­
das para dar entrada a la idea de que los cuerpos están com­
puestos de átomos indestructibles, equipados tan sólo de
cualidades matemáticas, y se mueven en un espacio y tiempo
homogéneos e infinitos, que podrían utilizarse para formu­
lar matemáticamente el proceso real del movimiento. Em­
briagado por su éxito y apoyado por la pujante marea pitagó­
rica, Galileo concibió todo el universo físico como un mundo
de extensión, figura, movimiento y peso; todas las demás
cualidades que suponemos existentes in rerum natura, aquí
no tienen cabida y se deben a la confusión y carácter enga­
ñoso de nuestros sentidos. El mundo real es matemático, y
surge una apropiada concepción positiva de la causalidad.
Toda la causalidad inmediata se aloja en los movimientos re-
ductibles a la cantidad, de sus elementos atómicos; de aquí
que sólo por medio de las matemáticas podamos llegar a
un verdadero conocimiento de ese mundo. En realidad, en la
medida en que no podemos lograr conocimiento matemático
es mejor confesar nuestra ignorancia y avanzar con paso cau­
teloso hacia una ciencia futura más completa y no proponer
especulaciones apresuradas como si fueran verdades bien
fundadas. En Descartes, la temprana convicción de que las
matemáticas constituyen la llave que abre los secretos de la
naturaleza fue poderosamente reforzada por una experien­
cia mística y dirigida por la prístina invención de la geome­
tría analítica. ¿No podría reducirse toda la naturaleza a un
sistema exclusivamente geométrico? Con esta hipótesis Des­
cartes construyó la primera cosmología mecánica moderna.
Pero, ¿qué decir de las cualidades no geométricas? Algunas,
a las que se aplicó Galileo, las oculta Descartes en la va­
guedad del éter; a otras, alentado por el ejemplo de Galileo
y llevado por sus propensiones metafísicas, las desterró del
reino del espacio y las convirtió en modos del pensamiento,
sustancia totalmente distinta de la extensión y que existe
224 Í’.H.HKHT Y BOYLE
con independencia de «‘lia. “Cuando alguien nos dice que
ve el color en un cuerpo o siente dolor en uno de sus miem­
bros, es exactamente como si dijera que vio o sintió algo,
cuya naturaleza le era enteramente desconocida o que no
sabia lo que vio o sintió.” Pero estas sustancias totalmente
diferentes guardan entre sí claras e importantes relaciones
¿Cómo hay que explicar esto? Descartes se consideró inca­
paz de responder a esta abrumadora dificultad sin hablar de
la res cogitans como si estuviera, después de todo, limitada
a un reducido espacio dentro del cuerpo. Hobbes dio, en
forma definitiva, esta triste posición al espíritu. Este pensa­
dor ya había intentado reducir todo, inclusive el pensamiento,
a cuerpos y movimientos, y desarrollar una explicación plau­
sible de las cualidades secundarias que las reduciría a la
irrealidad de los fantasmas, y mostrar por qué aparecen fuera
de nosotros siendo así que las produce el choque de movi­
mientos interiores. Además, este intento de Hobbes unido a
su completo nominalismo le permitió proclamar abiertamente
por vez primera en el movimiento moderno la doctrina de
que la causalidad se encuentra siempre en los movimientos
particulares y que las explicaciones válidas en un campo
cualquiera deben ser explicaciones en función de las partes
elementales cuyas relaciones tienen que concebirse sólo a
modo de la causalidad eficiente. More, que siguió trabajosa­
mente los desarrollos de la nueva filosofía científica, aproba­
ba todo lo hasta aquí afirmado (con excepción de la reduc­
ción hohbcsiana del alma a movimientos vitales) siempre
que se concediera que Dios se extiende infinitamente por el
espacio y por el tiempo y tiene a su disposición un ser es­
piritual subordinado, el espíritu de la naturaleza, con el cual
puede mantener unido en un sistema ordenado y teleológico
un mundo que, librado a sus fuerzas mecánicas, estallaría
inevitablemente. Según More, esta concepción tendría la ven­
taja adicional de disponer propiamente del espacio —nuestros
métodos científicos implican su existencia real y absoluta, y
DESARROLLO ANTERIOR A NEWTON 225
revela un elevado conjunto de atributos—, y por eso tiene que
ser considerada como la omnipresencia de Dios y distin­
guida de sus otras facultades. Barrow presenta un trata­
miento similar del tiempo, pero con una gran diferencia.
Aparte de la referencia religiosa, el espacio y el tiempo no
son más que potencialidades, pero el lenguaje que los expre­
sa y que es apropiado solamente a esa referencia se usa li­
bremente en las exposiciones científicas. De este modo sus­
cita entre los que se interesan más por la ciencia que por la
religión la concepción del espacio y del tiempo como entida­
des infinitas, homogéneas y absolutas, independientes de los
cuerpos, de los movimientos y del conocimiento humano.
Mientras tanto, estaba en gestación un movimiento cientí­
fico de mayor cuño empírico que era capitaneado en Ingla­
terra por investigadores como Gilbert y Harvey y que ope­
raban con el método de las hipótesis y de los experimentos
más que con reducciones geométricas. Roberto Boyle, que
había sido poderosamente incitado por la restauración del
atomismo epicúreo, por obra de Gassendi, aplicó este mé­
todo a la solución de difíciles problemas de física y a la
revolución de la química. Fue altamente significativo el
hecho de que Boyle, sin ser un matemático importante, hi­
ciera suya in foto la concepción de Galileo y Descartes sobre
la naturaleza y la relación del hombre con ella, salvo que,
sobre todo por motivos religiosos, Boyle reafirmó la impor­
tancia ideológica del hombre en el esquema cósmico y sos­
tuvo, en consecuencia, la pareja realidad de las cualida­
des secundarias y primarias. Observamos al mismo tiempo
que Boyle, al reflexionar sobre la concepción popular de que
el alma se aloja en el cerebro, considera que el conoci­
miento humano es esencialmente incompleto e insuficiente.
Esto explica su firme tendencia a acentuar lo que hay de posi­
tivista y de provisional en el conocimiento. En su época, asi­
mismo, la idea de un éter que todo lo penetra cumplió dos
funciones distintas y definidas; explicar la propagación del
CtLBEnT Y BOYLE
movimiento a distancia y los fenómenos como la cohesión y el
magnetismo, que no habían sido hasta entonces reducidos
matemáticamente. Finalmente, su gran celo religioso lo llevó,
no sin contradicción, a combinar la idea de una providencia
divina con la concepción del mundo como un enorme reloj
que el Creador puso en movimiento al principio y que desde
entonces se mueve sólo merced a sus propias causas secun­
darias.
Si nos hubiéramos propuesto dar un cuadro completo de
la filosofía de la ciencia en los siglos xvi y xvn, habríamos te­
nido que añadir otros investigadores tales como, para tomar
sólo los más sobresalientes, Huyghens, Malebranche, Leibniz,
Pascal y Espinosa. Pero no puede mostrarse que la filosofía
de éstos influyera en Newton o desempeñara un papel im­
portante en la relación del hombre con la naturaleza, influen­
cia que, desarrollada y sostenida por su obra, llegara a for­
mar parte de los principios intelectuales de los pensadores
que siguieron. Desde este punto de vista, Leibniz aparece
como el primer gran protestante contra la nueva ortodoxia
metafísica.
Capítulo V II
LA METAFISICA DE NEWTON

Sección 1 . E l M étodo de N ew ton


Se ha señalado con frecuencia que la historia se hace con
rapidez cuando aparecen al mismo tiempo el gran hombre y
su oportunidad. En el caso de Newton es indiscutible la
realidad y la importancia de esta coincidencia. La historia
de casi un siglo de las matemáticas, de la mecánica y de la
astronomía —y en gran parte de la óptica—, que se presentó
en primer lugar como una gran valoración y aplicación de
los descubrimientos de Newton, y este siglo tachonado de es­
trellas de primera magnitud en todas las esferas, apenas pue­
de explicarse si no es suponiendo que un poderoso genio ha
preparado el campo y que el genio está cerca para recoger la
cosecha. Newton mismo observó en una ocasión: “Si yo he
visto más [cjiic otros hombres] es porque estaba de pie en
hombros de filiantes." Es verdad que sus precursores, en es-
pccial Calileo, Descartes y Boyle, eran gigantes —habían,
en electo, preparado el camino para la hazaña más estupen­
da del espíritu humano—, pero la amplitud de la visión de
Newton no se debió meramente a su posición excepcional.
Porque para inventar el instrumento que se necesitaba, y
con su ayuda reducir a una sencilla lev matemática la ma­
yoría de los fenómenos del universo material, debía Newton
estar dótiUló de un grado ral de cualidades esenciales del
espíritu científico —sobre todo de imaginación matemática—
228 I.A METAFÍSICA d e n e w t o n
que probablemente minea ha sido igualado. Newton tiene el
gran mérito «le haber llegado a ser una autoridad sólo com­
parable a la de Aristóteles en una época que se caracterizó
enteramente por su rebelión contra la autoridad. No nos de­
tendremos en estas alabanzas, pero queremos sentar como
hecho indiscutible que la supremacía de Newton en la cien­
cia moderna constituye el movimiento más fecundo que re­
gistra la historia.
|Cuán interesante sería que en las obras de un científico
como Newton halláramos un enunciado claro del método
que utilizó su poderoso espíritu en la realización de sus ma­
ravillosas hazañas para servir acaso de guía a los menos do­
tados, o que nos ofreciera un análisis lógico, sólido y exacto
de los fundamentos últimos de la revolución intelectual sin
precedentes que él llevó a cabo con tan decisivos resultadosl
Pero |qué desengaño al recorrer las páginas de sus librosl
Sólo encontramos un conjunto de enunciados vagos y gene­
rales sobre elmétodo, que hay7j[üe interpretar laboriosamen­
te y completar con un estudio cuidadoso de su biografía: a
este respecto apenas si resiste la comparación con sus más
ilustres predecesores, tales como Descartes y Barrow. Uno
de los rasgos más curiosos y exasperantes de este magnífico
movimiento es que ninguno de sus grandes representantes
parecía conocer con suficiente cIaridadn^que~Newton nada
o cómo lo hacía. Y tocante a la filosofía última del universo
que suponían estas conquistas científicas, Newton hizo algo
más que apropiarse de las ideas que le habían preparado sus
precursores; las modernizaba en ocasiones cuando no le im-
rortaban sus descubrimientos personales, o bien las trans-
ormaba ligeramente conforme a algunos de sus intereses
extracientíficos. Newton fue en el descubrimiento y en la
formulación científica un genio extraordinario, pero como
filósofo era de segunda categoría, contradictorio, fragmen­
tario y carente de espíritu crítico.
No obstante, sus párrafos sobre el método son superiores a
MÉTODO DE NEWTON 229
sus otras formulaciones metafísicas, hecho muy natural si se
tiene en cuenta la importancia científica más inmediata de
los primeros y el hecho de que Newton recogiera la valiosa
tradición de la discusión y de la práctica de sus grandes pre­
decesores. Veamos cómo describe su método, en la medida en
que es necesario para apreciar su influencia metafísica.
Newton observa en su Prefacio a los Principia, que “toda
la dificultad de la filosofía parece consistir en esto: a partir
de los fenómenos ele movimiento investigar las fuerzas de la
naturaleza, y luego, desde estas fuerzas, demostrarToiT otros
fenómenos”. Esta afirmación es muy interesante, pues revela
en seguida el campo preciso al que Newton limitaba su la-
borf ti.1 objeto de su estudiofeerá los fenómenos de los mo­
vimientos, y este estudio deke avanzar por medio del descu­
brimiento de fuerzas (que se definen, naturalmente, como
la causa de todos los cambios de movimiento), desde los
cuales a su vez deben sacarse demostraciones que seTiplican
a otros movimientos y 500 confirmados por ellos. En reali­
dad, en su concepción del método Newtori nunca se elevó a
ningún grado de generalidad mayor del revelado por su
propia práctica: siempre habla de su método. Quizá esto
era lo que debía esperarse, pero desde el punto de vista
filosófico es algo que nos deja insatisfechos.

A. EL ASPECTO MATEMATICO
La frase “demostrar los otros fenómenos” en seguida su­
giere el puesto fundamental de las matemáticas en el método
de Newton, sobre el cual hace hincapié al aclarar el senti­
do del título que escogió para su obra: Principios matemáti­
cos de filosofía natural, título que adecuadamente expresa
con brevedad el supuesto fundamental del nuevo movimien­
to. “Ofrecemos esta oKra comó pnncipíos matemáticos de fi-
Tosotla.... para las' proposiciones matemátiramente* ciemos-
230 LA M ETAFISICA DE NEWTON
tradasen."12p rm ? Q»~ JMPgp rl<»rivnm ng dp. lo e fq p ¿ n )g pn g
celestes las fu erzas dp gravedad con que los cuerpos tienden
f al Sol y a varios planetas. Luego deducimos de estas fuerzas,
con otras proposiciones también matemáticas, los movimien­
tos de los planetas, los cometas, la luna y el mar. Ojalá pu­
diésemos derivar de los principios mecánicos y con el mismo
razonamiento el resto de los fenómenos de la naturaleza;
pues hay muchas razones que me inducen a suponer que esos
fenómenos dependen de ciertas fuerzas que hacen que las
partículas de los cuerpos, por causas hasta hoy desconocidas,
se sientan atraídas y se unan en figuras regulares, o bien re­
pelidas y alejadas las unas de las otras. Los filósofos han tra­
tado hasta ahora en vano de investigar la naturaleza de esas
fuerzas desconocidas; pero espero que los principios formu­
lados arrojen alguna luz sobre ese método de la filosofía o
sobre otro más verdadero."1
Este pasaje nos advierte al pronto del papel que según
Newton desempeña la matemática en la filosofía natural y de
su constante esperanza de que todos los fenómenos de la
naturaleza puedan al fin explicarse en los términos de la me­
cánica matemática. A juzgar por las citas,que hemos hecho,
doble es el procedimiento, de la cienciq^^l deducción de las
fuerzas a partir de ciertos movimientos, y la demostración ~3e
los otros movimientos a partir de esas fuerzas ya conodcíasT
'"‘"Podríamos esperar encontramos con una formulación ter­
minante sobre la posición de las matemáticas en el método
filosófico en su Aritmética Universal, que contiene lo esen­
cial de sus conferencias pronunciadas en Cambridge en los
años 1673-83. Pero no encontramos tal cosa, porque la tra­
ducción de los problemas a lenguaje matemático sólo se apli­
ca a cuestiones que implican ya patentemente relaciones
cuantitativas.^ Desde "un punto de vista filosófico el rasgo
más importante del libro está representado por la idea de
1 Preface, traducción de Motte.
2 Tiaduc. de Ralphson y Cinm, London, 1769, págs. 174, 177.
MÉTODO DE NEWTON 2.'U
poner la aritmética y el álgebra como las ciencias matemá­
ticas lbn3áflleflT&16§ en oposición a lá “géómetna ViiiTvcir-
sal” deT5escartes. Hobbes v Bárrów.^acTá uña (Jé.ellás tiene
que usarse, sin embargo, n)lf dnndi» proporciona fíl métrvln
qe demostración más fácil y sencillo.4 Newton recurrió a este
expediente sobre todo por consideraciones metodológicas,
puesto que su invención del cálculo de las fluxiones le pro­
porcionó un instrumento cuyas operaciones no podía repre­
sentarse geométricamente por entero. Por otra parte, son
muy sugestivas las observaciones metodológicas que apare­
cen en estas conferencias. En la medida en que tratamos
algebraicamente la mecánica y la óptica, introducimos sím­
bolos para representar en su reducción matemática las pro­
piedades que nos interesan, tales como la dirección del movi­
miento y de la fuerza, y la posición, claridad y distinción de
las imágenes ópticas.6 Newton no elaboró posteriormente
este pensamiento y cuando entra en detalles no nos dice
la manera como escoge dichas cualidades, pero da por supues­
to que ya las ha analizado claramente fuera de los fenó­
menos.
“Por lo tanto, cuando hay que resolver un problema es me­
nester comparar las cantidades qúelmpHca sin que'importe
distinguir entre las dadas y "las que TéTñiscan. y considerar
cómo una depencíe~3é la otra a füT3e que podamos conocer
quó cantidades supuestas completarán el resto, por un proce-
dimiento sintético. .." 6 ^é~p5eden~Süponer cantidades con
cuya ayuda cabe llegar a las ecuaciones; sólo atendiendo a
esto se obtienen de estas cantidades tantas ecuaciones como
cantidades que se suponen realmente desconocidas.” 7
Si volvemos a la Óptica, publicada en 1704, pero elaborada
en su mayor parte treinta o cuarenta años antes, encontrare-
3 Arithmetic, págs. 1 y sig.
4 Arithmetic, págs. 465 y sig. Cf. pág. 357.
6 Arithmetic, p&g. 10.
6 Arithmetic, pág. 202.
7 Arithmetic, pág. 209.
232 l.A METAFÍSICA DE NEWTON
mos breves indicaciones tic una concepción más general del
método matemático, que nos hubiera gustado verla desarrolla­
da con mayor amplitud. “Siendo estos teoremas admitidos en
óptica [con respecto a la refracción y composición de la luz]
se podría muy bien tratar intensamente esa ciencia de una
manera nueva, no sólo enseñando las cosas que tienden a
hacer más perfecta la visión, sino también determinando
matemáticamente todas las clases de fenómenos de colores
que se pueden producir por las refracciones. Pues para hacer
esto no se requiere nada más que descubrir las separaciones
de los rayos heterogéneos y sus distintas composiciones y
proporciones en todas las mezclas. Argumentando de este
modo he inventado casi todos los fenómenos descriptos en
estos libros, aparte de algunos menos necesarios que pudie­
sen abonar mi argumento; y por el éxito logrado en los en­
sayos, me atrevo a afirmar que quien argumente bien y
ensaye todas las cosas con buenos cristales y suficiente caute­
la, no dejará de hallar el hecho esperado. Pero deberá saber
primero qué colores han de surgir de otros mezclados en
ciertas proporciones.” * Ncwlon cOttsklcra así haber extendido
los límites de la óplica~natemática al aplicar el método rqa-
femalico a los fenómenos de los colores. Consiguió esto des­
cubriendo las Reparaciones de los rayos heterogéneos y sus
distintas composiciones y proporciones en todas las mezclas”.
Al fin del libro primero resume sus conclusiones sobre este
punto, afirmando que como resultado de su exacta determi­
nación experimental de las cualidades de refrangibilidad y
reflexión, ‘3a ciencia de los colores se convierte en una espe­
culación tan realmente matemática como otra parte cualquie­
ra de la óptica”.0 El anhelo de Newton de reducir otro grupo
de fenómenos a fórmulas matemáticas ilustra asimismo la
posición esencial que las matemáticas ocupan en su obra.
Pero tocante al método que siguió en esta reducción, sus8
8 Opticks, 3rd edition, London, 1721, págs. 114 y sig.
• Opticks, pág. 218.
MÉTODO DE NEWTON
enunciados son demasiado breves como para formarnos de él
una idea cabal. Nos ocuparemos ahora de otro aspecto de
su método, igualmente importante, el experimental.

B. EL ASPECTO EMPÍRICO
Aun el más inadvertido estudioso de Newton percibe cla­
ramente que hay en su obra aspectos tan completamente em­
píricos como consumadamente matem^ticosT No sólo sostiene
Hítih Képlér,* Ualileo y Hobbes que '“nuestra tarea consiste
en buscar las causas de los efectos sensibles” 10, y recalca, en
toda afirmación sobré su método, que ío que tenemos que es­
forzamos por explicar son los fenómenos que se observan
en la naturaleza, y también que la gufa~empfrica y la com­
probación deben acompañar todos los pasos de este proceso
explicativo Ci fraraT Ñewton~*no habla en absoluto ninguna
certeza a priori tal como para Képler, Gaííieo y, sobretodo
Descartes, que creíán que el mundo es enteramente matemáti­
co. Tampoco compartía Newton la opinión de ellos, según la
cual con un método matemático perfeccionado se podían
develar todos los secretos de la naturaleza. Es obvio que este
es el espíritu del parágrafo ya citado del prefacio de los Prtn-
cipios: “Ojalá pudiésemos derivar de los principios mecánicos
y con el mismo razonamiento el resto de los fenómenos de la
naturaleza... pero espero que los principios formulados
arrojen alguna luz sobre esc método de la filosofía o sobre
otro más verdadero.” El tono provisional del empirismo aquí
salta a la vista y por eso para Newton. en señalado contraste
con Galileo y Descartes, nay una notable diferencia entre las
verdades matemáticas v las verda3es“físicas. “Es más uiiá
hipótesis matemática que unai hipótesis física el hecho de que
10 System of the World, traducción de Motte, 3rd. Vol., de Mothe-
matlcaí Principies of Natural Philosophy de Newton, London, 1803,
p&g. 10.
u Opticks, págs. 351, 377; Principies, Preface, I, 174; II, 162, 314.
234 LA METAFÍSICA DE NEW TON
la resistencia de los cuerpos dependa de su velocidad” 12;
un pasaje similar aparece en relación con su investigación de
los fluidos.13 Por supuesto, ni Caldeo ni Descartes habrían
osado determinar a priori problemas como los señalados,
pero esto porque es imposible deducir las respuestas a estos
problemas partiendo de los principios matemáticos funda­
mentales que son aceptados como la estructura de la natu­
raleza. El experimento tiene que decidir precisamente cuán­
do las deducciones que parten de dichos principios conducen
a posibilidades distintas. Para Newton las matemáticas deben
modelarse continuamente sobre la experiencia. Y siempre que
sé permitió hacer largas deducciones valiéndose de princi­
pios destacó escrupulosamente el carácter puramente abs­
tracto de los resultados hasta que no se los hubiese compro­
bado físicamente.
Newton fue asi el heredero de dos movimientos fecundos
e importantes en el precedente desarrollo cíe la cienciapfel
movimiento empírico V experimental, yrel deductivo v mate­
mático. El l'ue continuador de Batfon, Gilbert, Harvey y
Uoyle, y el sucesor de Copérnico, Képler, Galileo y Descar­
tes. Y si fuera posible separar los dos aspectos de su método
habría que decir que el criterio último de Newton fue más
empírico que matemático. A pesar del titulo de su obra
mayor tenía mucho menos confianza en el razonamiento de­
ductivo aplicado a los problemas físicos que el término me­
dio de los científicos modernos. Recurrió constantemente a
12 Principies, II, 9.
12 Principies, II, 62. “Si de esta manera algunas partículas rechazan
a otras de su misma clase que se hallan junto a ellas, pero no a las
más alejadas, las partículas de esta clase compondrán los fluidos de
que se trata en esta proposición. Si la virtud de una partícula cual­
quiera se difunde por toaos lados in infinitum, se requerirá una fuerza
mayor para producir una condensación igual de una mayor cantidad
de fluido. Pero es un problema físico el saber si los fluidos elásticos
constan realmente de particulas que se rechazan entre si. Hemos de­
mostrado matemáticamente la propiedad de los fluidos que constan de
partículas de esta clase, para que, desde ahora, los filósofos tengan
ocasión de discutir este problema.”
MÉTODO DE NEW TON 235
la comprobación experimental, incluso para la solución de
las cuestiones que parecerían estar implicadas en la propia
significación de sus términos, tal como la relación de la re­
sistencia con la densidad.14 Habiendo definido la masa en
función de la densidad y de la resistencia, tal relación pare­
cía estar implicada en la propia significación de las palabras.
En la Aritmética uninersnl ll«.ga a foyinnar lo que para Gali-
leo y Descartes era una terrible herejía, que algunos proble­
mas no pueden expresarse adecuadamente en lenguaje mate­
mático. No es mucho decir que para Newton la matemática
era solamente un métotTo para la solución de problemas
que planteaba la experiencia sensible. Tema ñoco interés en
los razonamientos matemáticos que" no eran aplicables a los
problemas tísicos; constituían esencialmente un instrumento
útil para la reducción de los fenómenos físicos. Esto lo dice
claramente en el prefacio a los Principios: “Puesto que los
antiguos... dieron gran cuenta de la mecánica en la in­
vestigación de las cosas naturales, y los modernos, dejando
de lado las formas sustanciales y las cualidades ocultas se
han esforzado por someter los fenómenos de la naturaleza
a las leyes de la matemática, en este tratado vo estudio la
matemática en ln medida en que tiene que ver con la filo­
sofía. Los antiguos consideraban la mecánica desde un doble
punto de vista; como racional, cuyo procedimiento exacto es
la demostración, y práctica.” Newton observa que todo lo
que es cabalmente exacto tiene que llamarse geométrico;
lo que lo es menos, mecánico. Esta distinción, empero, no
debe hacemos olvidar que originalmente ambas aparecieron
como una ciencia única de la mecánica práctica.15 Por ejem­
plo, “describir líneas rectas y círculos son problemas, pero no
problemas geométricos. Se necesita la mecánica para la solu­
ción de estos problemas; y una vez demostrados la geometría
aclara su uso. Y es una gloria para la geometría que con estos
14 Opticks, págs. 340 y sig.
15 Todo «1 prefacio hay que interpretarlo en relación con esto.
236 LA M ETAFÍSICA DE NEW TON
pocos principios, traídos desde afuera, pueda hacer tantas
cosas. Por tanto la geometría se funda en la práctica de la
mecánica, u no es nada más aue una ■ parte ae la mecánica
universal, attc se provone u demuestra exactamente el arte
de medir. Pero como las artes manuales se refieren sobre
todo al movimiento de los cuerpos, sucede que la geometría
se refiere comúnmente a las magnitudes y la mecánica a los
movimientos. En este sentido, la mecánica racional será la
ciencia de los movimientos que resultan de fuerzas cuales­
quiera, y la ciencia de las fuerzas que se necesitan para pro­
ducir un movimiento propuesto y demostrado con exacti­
tud”. Es capital el énfasis que se pone aquí sobre lo
empírico y práctico; la geometría es una parte de la mecá­
nica universal, y junto con las otras ramas de la mecánica
forman una ciencia única de los movimientos de los cuerpos,
la cual se desarrolló originalmente en respuesta a necesida­
des prácticas.
C. ATAQUE A LAS “HIPÓTESIS”
gn Ncwton hallamos, pues, una enérgica insistencia sobre
la necesidad tlci experimento v una escasa paciencia por las
ideas acerca del mundo oue no son deducciones obtenidas
de los experimentos, de los fenómenos sensibles o que no son
susceptibles díTuna exacta comprobación empírica. Sus obras
rebosan de una polémica constante contra las “hipótesis”,
que él entiende como ideas de esta clase. En los días de sus
primeros experimentos de óptica, esta polémica asume la
moderada forma de una declaración que reclama la poster­
gación de las hipótesis hasta que un estudio de los hechos
disponibles establezca las leyes experimentales exactas.16 En
16 Isaaci Newtoni Opera quae exstant Omnia, ed. Samuel Horsley,
5 Vols., London, 1779 y sig. Vol. IV, págs. 314 y si». “Si alguien
hace suposiciones sobre la verdad de las cosas a partir ae la mera po­
sibilidad de las hipótesis, no veo cómo puede determinarse algo cierto
en una ciencia cualquiera... por eso estimo que uno debiera abste-
METODO DE NEW TON 237
realidad, después que se han establecido asi experimental­
mente las propiedades y las leyes, hay que rechazar todas
las hipótesis propuestas que no se ajusten a ellas, y a menu­
do encontraremos varias hipótesis distintas que concordarán
con esos hechos si se las interpreta debidamente.17 Pero el
interés mayor de Newton está en las propiedades y en' las
leyes experimentales que se demuestran inmediatamente a
partir de los heckosL_e_insistia en que hay que distinguirlas
complejamente de las hipótesis. Nada! le incomodaba tanto
como saber que se consideraba una hipótesis su doctrina
de la refracción de la luz. Respondiendo a esta acusación
afirma con energía que su teoría “sólo parecía contener cier­
tas propiedades de la luz que yo he descubierto y que no
considero difícil de comprobar; y si no las hubiese encon­
trado verdaderas habría preferido rechazarlas como especu­
lación fútil y vana antes que reconocerlas como hipótesis
mía”.18 Refuerza esta afirmación con otras enérgicas asercio­
nes acerca de la superioridad del método experimental so­
bre el método de la ¿reducción que parte de supuestos a vrio-
ri. "entre tanto dadme licencia para insinuar que no la juzgo
"eficaz para determinar la verdad y examinar las diferentes
vías que pueden servir de explicación a los fenómenos, salvo
donde haya una perfecta enumeración de todas estas vías.
Sabéis que el método adecuado para investigar las propieda­
des de las cosas consiste en deducirlas de los experimen­
tos. .. Por eso quisiera que se omitiesen todas las objecio­
nes que provienen de las hipótesis o de cualquier otra
premisa que no sean estas dos: demostrar la insuficiencia de
nerse, como de un argumento falaz, de considerar las hipótesis.” “Pues
el método mejor y mas seguro de filosofar parece ser, primero, inves­
tigar con diligencia las propiedades de las cosas y establecerlas por
medio de experimentos, y segundo, buscar hipótesis para explicarlas.”
“Pues las hipótesis debieran ser introducidas meramente para explicar
las propiedades dadas de las cosas, y no intentar predeterminarlos, salvo
hasta donde puedan constituir una ayuda para los experimentos.”
17 Opera, IV, 318 y sig.
18 Opera, IV, 310. Cf. también págs. 318 y sig.
238 LA m e t a f ís ic a d e n e w t o n
los experimentos para la determinación de estas cuestiones
o poner a prueba otras partes cualesquiera de mi teoría seña­
lando las imperfecciones y defectos en mis conclusiones ex­
traídas de dios; o bien realizando si es posible otros experi­
mentos que me contradigan directamente.” 19 Newton no se
abstiene completamente de las especulaciones mpotéticas al
considerar la naturaleza de la luz, pero intenta mantener
clara la qisnnción entre dichas sugestiones y sus resultados
experimentales exactos. Le lastmio, sobre todo, el abuso de
Hook que, partiendo de su sugestión, consideró los rayos de
luz como corpóreos. “Mr. Hook parece que toma esto por
hipótesis mía. Es verdad que con mi teoría sostengo la na­
turaleza corpórea de la luz, pero lo hago sin certidumbre
absoluta, según lo insinúa la palabra “quizás”, y de la doc­
trina a lo sumo extraigo una consecuencia muy plausible, y
no veo una suposición fundamental... Si hubiese forjado una
hipótesis semejante, la habría explicado en alguna parte. Pero
yo sabia que las propiedades de la luz, señaladas por mí, se
podían explicar, en cierta medida, no sólo por esa sino por
otras hipótesis mecánicas; y por eso opté por rechazarlas a
todas, y hablar de la luz en términos generales considerán­
dola abstractamente como algo que se propaga de todos
lados en línea recta a partir de los cuerpos luminosos, sin
determinar lo que tal cosa sea.”20 Newton aclara esta posi­
ción con afirmaciones ulteriores. “Pienso que para explicar
mi doctrina nn <tp. r>»™>Cita Af. n in g u n a h ip ó te s is ” ai “Veis,
por tanto, cuánto hay que discutir sobre las hipótesis en
comparación a la tarea que tenemos entre manos."22 “Pero
si hay alguna duda íde mis conclusiones], es preferible so-
meter experiméntale! que acep-
er el hecho a otras condiciones experimentales
tar lo posibilidad de una explicación hipotética.” 23
i» Opera, IV, 320.
20 Opera, IV, 324 y sig.
a Opera, IV, 328.
22 Opera, IV, 329.
23 Opera, IV, 335.
MÉTODO DE NEW TON 239
Fue, sin embargo, una empresa desesperada el hecho de
que los científicos de su época llegaran a apreciar la distin­
ción fundamental que hay entre la hipótesis y la ley experi­
mental, pues Newton se vio envuelto en muchas rencillas
acerca de la naturaleza y validez de sus doctrinas. Como
resultado, con el correr de los años Newton se sintió cons­
treñido a adherirse a la convicción de que el único método
seguro consistía en desterrar por completo la hipótesis de la
filosofía experimental; Newton se limitó de este modo rigu­
roso a las propiedadgs_^Jeygs_descubiertas y susceptiblesde
uña||^m j^M c^^^^tarAsum ?^str^osicii5ñde^iiññéra
decisiva en los Principios y en todas sus obras siguientes. En
la rtptf/Tfl nn piifjo evitar ajgnnas largas especulaciones. per<¡)
las excluyó ^escrupulosamente del cuerpo principal de la obra
Í
^las iropone simplemente como cuestiones quedan ele guiar
as u tenores investigaciones experimentales. El enunciado
clásico sobre el rechazo de la Hipótesis aparece al final de
los Principios. “Hay que llamar hipótesis cuanto no se de­
duce de los fenómenos; y las hipótesis, sean metafísicas o
físicas, de las cualidades ocultas o mecánicas, no tienen ca­
bida en la filosofía experimental. En la filosofía experimental
las proposiciones particulares se infieren de los fenómenos y
después se hacen generales por la inducción. Así se descu­
brieron la impenetrabilidad, la movilidad y la fuerza impul­
siva de los cuerpos como también las leyes del movimiento
y la gravedad."24
Teniendo en cuenta estas ilustrativas afirmaciones pode­
mos destacar como muy importante la cuarta Regla del ra­
zonamiento la cual, si se la comprende bien, absuelve a New­
ton del cargo que se le ha hecho de haber aceptado en su
filosofía ciertos principios a priori que, al parecer, están su­
puestos en sus otras tres reglas. Sin embargo, su lenguaje
cuidadoso, sobre todo en la tercejg regla, debiera disuadimos
de hacer una protesta semeianterTa primera reírla es el prin-
24 Principies, II, 314. Cf. también Opticks, pág. 380.
240 LA METAFÍSICA DE NEW TON

ar
tipio de la sencillez. "No tenemos aue admitir más causas
las cosas naturales que las que son a un tiempo verda­
deras y suficientes para explicar sus apariencias. A este pro­
pósito, los filósofos dicen que la naturaleza no hace nada
en vano, y es tanto más en vano cuanto menos sirve; pues
la naturaleza se complace con la se^pillez y desprecia la
fastuosidad de las causas superfluas.”*5 La segunda regla es
qne"a los mismos efectos naturales debemos asignar, en la
medida de lo posible^las mismas causas”. La expresión más
matemática de este principio es que cuando hechos diferen­
tes se expresan en las mismas ecuaciones, hay ^^conside­
rar que están producidos por las mismas fuerz¿r*La terce­
ra re^la afirma de una manera aun más radical que las otras
lanecesidad desuperar los principios empíricos estrictos. "Las
cualidades de los cuerpos que no admiten aumento ni dis­
minución de grados y que pertenecen a todos los cuerpos
que están al alcance de nuestra experimentación, tienen que
estimarse como las cualidades universales de todos los cuer­
pos, cualesquiera que sean." ¿No es acaso un supuesto alta­
mente especulativo, a la manera cartesiana, el afirmar que es
legitima la generalización ad infinitum de las cualidades des­
cubiertas en la estrecha esfera de nuestra experiencia, o es,
quizá, un supuesto puramente metodológico? La explicación
de Newton es que considera esta regla nada más que como
una combinación del método experimental con el primer
principio de la regularidad de la naturaleza. "Pues como s¿lo
por los experimentos conocemos las cualidades de los cuer­
pos, tenemos que considerar cualidades universales las que
están universalmente de acuerdo con los experimentos; y
las que no están sujetas a la disminución no pueden nunca
separarse por completo. No hemos de abandonar segura­
mente la evidencia de los experimentos por amor a los sueños
y a las ficciones vanas de nuestra fantasía; ni vamos a re­
nunciar de la analogía de la naturaleza que se muestra sen-
26 Principies, n , 160 y sig.
MÉTODO DE NEW TON 241
cilla y en armonía consigo misma.” Tenemos que volver así
a los dos primeros principios, el de la sencillez y regularidad
de la naturaleza y el de la identidad de la causa cuando los
efectos son los mismos. ¿Eran estos supuestos especulativos
a priori acerca de la estructura del universo los que hacen
posible siempre la reducción de sus fenómenos a leyes, en
especial las leyes matemáticas; o eran para Newton una sim­
ple cuestión de método que había que usar, a manera de
ensayo, como principio de ulteriores investigaciones? Es casi
imposible responder con absoluta certeza a esta cuestión.
En la época en que primaba en Newton el fundamento teo­
lógico de su ciencia es probable que su respuesta hubiera
sido en esencia igual a la de Galileo y Descartes. Pero en
sus párrafos estrictamente científicos predomina de manera
abrumadora el aspecto positivo y provisional; por eso hay
que considerar la cuarta regla del razonamiento en filoso­
fía que citamos a continuación, como la que impone los justos
Jigüites a las otras tres.
^"A unque nuena imaginar hipótesis contrarias, la filosofía
natural tiene que considerar como exactas o con muchos vi­
sos de verdad a las proposiciones recogidas por la inducción
general de los fenómenos, a pesar de los casos contrarios que
pueden imaginarse hasta que se produzcan otros fenómenos
que las bagan más exactas o sujetas a excepciones. Debemos
seguir esta regla para que las hipótesis no sustituyan el ar­
gumento de la inducción... En otras palabras, no tenemos
ninguna garantía metafísica contra las excepciones que apare­
cen incluso a nuestros principios más sólidamente adopta­
dos; el empirismo es la última prueba de toque. Esto se
aplica al principio fundamental de la sencillez y la regulari­
dad como se ve en un interesante pasaje de la óptica: “Que
esto sea así es muy razonable [esto es, que el teorema de la
proporción uniforme de los senos se aplique a todos los
rayos de luz] porque la naturaleza está siempre de acuerdo
consipo misma; pero lo que se requiere es una prueba ex­
242 LA METAFÍSICA DE NEW TON
perimental.” 20 Ninguna deducción a partir de un principio
aceptado, por general que sea o claramente derivado de fe­
nómenos pasados, puede tenerse por absoluta o físicamente
cierta sí no media una escrupulosa v continua comprobación
experimental. ***"
D. LA UNIÓN DE LA MATEMATICA Y EL EXPERIMENTO
EN NEWTON
Podemos preguntamos ahora cómo se propuso unir New-
ton el método experimental y el matemático. Un enunciado
cabal sobre su posición en este punto sólo puede darse des­
pués de un cuidadoso examen de su práctica del méto­
do, pues sus palabras son muy insuficientes. El mejor pasaje
se halla en su carta a Oldenburg en respuesta al ataque de
Hook que hemos citado ya. “Finalmente, he observado una
expresión casual, que insinúa una mayor certeza en estas
cosas de la que yo he prometido, a saber la certeza de
la demostración matemática. He sostenido, en efecto, que la
ciencia de los colores era matemática, y tan segura como
cualquier parte de la óptica; pero ¿quién ignora que la ópti­
ca y muchas otras ciencias matemáticas dependen tanto de
las ciencias físicas como de las demostraciones matemáticas?
Y la absoluta certeza de una ciencia no puede ser mayor
que la certeza dé sus principios. L a evidencia con que he
afirmado las proposiciones de los colores, procede de los ex­
perimentos físicos, y, por tanto, no son más que físicas. En
consecuencia, las proposiciones mismas no pueden ser esti­
madas más que los principios físicos de una ciencia. Y si
esos principios fuesen tales que en base a ellos un matemá-
tico pudiese determinar todos los fenómenos cromáticos que
las refracciones pueden producir y se demostrase de qué ma­
nera y en qué medida esas refracciones separan o mezclan
los rayos, a los cuales son inherentes originalmente varios co-28
28 Pág. 68.
MÉTODO DE NEW TON 243
lores, yo supongo que la ciencia de los colores ha de ser
matemática, y tan exacta como cualquier parte de la óptica.
Tengo buenas razones para pensar que esto puede llevarse
a cabo porque después de habar conocido esos principios
he hecho, con este propósito, uso constante de ellos con
constante éxito.” 27 Es evidente que aquí nos defrauda de
nuevo Newton al fracasar en su intento de elevarse a un
grado mayor de generalidad que la característica de su ex­
periencia. Pero al mismo tiempo dice cosas importantes e
instructivas. Hay ciertas proposiciones sobre los colores, de­
rivadas de los experimentos, que se vuelven principios de la
ciencia, y son tales que las demostraciones matemáticas pue­
den extraer de ellos los fenómenos de la refracción de los
colores. Un estudio cuidadoso de su biografía científica ge­
neralizará e iluminará en detalle esta forma algo dara de la
concepción de Newton sobre su modus operandi.
A la luz de este estudio complementario pydrfo di<¡™>rpír-
se en la totalidad daiu método matemático-experimental tres
momentos capitaltjy Primero, la simplificación de los fenó­
menos por los experimentos, de manera que puedan com­
prenderse y definirse con exactitud sus cualidades que va-
rían cuantitativamente, según el modo de variación. Los
lógicos posteriores han descuidado prácticamente este primer
momento, pero sin duda constituye la manera como Newton
fijó con exactitud conceptos fundamentales como la refran­
gibilidad en óptica y el de masa en física, y descubrió pro­
posiciones más sencillas sobre la refracción, movimiento y
fuerzy Segundo, la elaboradón matemática de dichas pro­
posiciones. por lo general con ayuda del cálculo, de tal modo
que expresen matemáticamente la operación cjpjestos prin-
cipios en las cantidades o relaciones que seanó^Tercero, los
experimentos exactos deben hacerse^ 1))para'comprobar la
¿plicabilidad de esfas deducciones a ^ ín campo nuevo y re-
aucirlas a su forma más general^ ) en el caso de los fenó-
37 Opera, IV, 342. Oldenburg fue Secretario de la Sociedad Real.
244 LA M ETAFÍSICA DE NFW TON
menos más complejos para descubrir la presencia y deter­
minar el valor dé las causas adicionales (las fuerzas, en me­
cánica] (|"<‘ pueden someterse a un tratamiento cuantitativo;
y (3 / sugerir —en caso de que permanezca oscura la na-
turalcza tle dichas causas adicionales— un acrecentamiento
de nuestros instrumentos matemáticos, para tratarlas con, más
eficacia. Asi, para Newton. la experimentación cuidadosa
debe estar al principio y al fin de todo importante paso cien­
tífico, porque lo que buscamos comprender^ son siempre
los hechos sensibles; pero la comprensión, en tanto es exacta.
debe expresarse en lenguaje matemático. Por medio de los
experimentos debemos, pues, descubrir los aspectos que pue­
den expresarse en ese lenguaje, y nuestras conclusiones de­
ben comprobarse también por medio de los experimentos.
“Nuestro propósito es sólo investigar la cantidad y las pro­
piedades de esta fuerza [atracción] partiendo de los fenóme­
nos y aplicar como principios lo que descubrimos en los
casos sencillos, y con estos principios y de un modo mate­
mático podemos estimar sus efectos en casos más compli­
cados. Pues, sería una tarea interminable e imposible someter
todos los hechos a la observación directa e inmediata. Hemos
dicho, de un modo matemático, para evitar discusiones sobre
la naturaleza o cualidad de esta fuerza (atracción), para cuya
determinación no cuenta hipótesis alguna.” 29 Estamos ahora
en condiciones de considerar las afirmaciones más generales
de su método, conforme aparecen en las últimas páginas de
la óptica, donde se destaca en especial las consecuencias po­
sitivas de su experimentalismo y el rechazo de las hipótesis.
“No considero estos principios (masa, gravedad, cohesión) como
cualidades ocultas, los cuales se supone que resultan de las formas es­
pecíficas de las cosas, sino como leyes generales de la naturaleza, que
rigen la formación de las cosas; su verdad se nos aparece a través
de los fenómenos, aunque no se hayan descubierto sus causas todavía,
pues éstos son cualidades patentes y sólo sus causas son ocultas. Y los
28 Cf. Opticks, p&gs. 864 y sig.
28 System of the World ( Principies, Vol. III), póg. 3.
MÉTODO DE NEW TON 245
aristotélicos dieron el nombre de cualidades ocultas no a las cualida­
des patentes, sino a las que se suponían escondidas en los cuerpos
y tenidas por las causas desconocidas de los efectos patentes. Así se­
rian las causas de la gravedad, de las atracciones magnética y eléc­
trica y de las fermentaciones, si supusiéramos que estas fuerzas o
acciones provienen de cualidades desconocidas para nosotros, y que
no pueden descubrirse ni tomarse manifiestas. Estas cualidades ocul­
tas constituyen una valla para el progreso de la filosofía natural, y por
eso se las ha rechazado en los últimos años. Decir que todas las clases
de cosas poseen una específica cualidad oculta, merced a la cual
actúa y produce efectos patentes, es como no decir nada: En cambio,
derioar de ¡os fenómenos dos o tres principios del movimiento, y ex­
plicar después la manera como se deducen de estos principios mani­
fiestos las propiedades y acciones de todas las cosas materiales, sería
dar un gran paso en filosofía aunque no se hubiesen descubierto toda­
vía las causas de esos principios. Por eso no tengo reparos en propo­
ner los principios del movimiento arriba mencionados, por ser muy ge­
nerales, y dejar las causas que hay que descubrir.” 30
Volveremos después sobre este contraste fundamental que
según Newton existe entre su método, seguro, y el de los
sistemas aristotélico y cartesiano. Queda por plantear una
interesante cuestión sobre su método. Los experimentos y
observaciones iniciales, gracias a los cuales se define el com­
portamiento matemático de los fenómenos, ¿no presupone
algo que sólo como hipótesis puede considerarse, la cual
conduce esos experimentos a resultados satisfactorios? En la
época de sus primeros trabajos ópticos, Newton no las re­
chazaba por entero; hay a veces hipótesis que "pueden ser”
ciertamente “una ayuda para los experimentos”.81 Pero en
sus obras clásicas no se asigna función alguna a estas ideas
directrices. Es evidente que necesitamos una hipótesis en el
sentido muy general de que en cuanto la naturaleza se ha
revelado hasta ahora, en gran medida, como un orden mate­
mático sencillo y uniforme, esperamos que haya aspectos y
leyes cuantitativamente exactos en cualquier grupo de fenó­
menos que nos hacen descubrir los experimentos sencillos, y
30 Opticks, pág- 377. Las bastardillas son nuestras,
31 Cf. pág. 211, nota a pie de página.
246 i .a m k t a f ís ic a d e n e w t o n
que los más complejos los reducen a su forma más general.
Newton puedo decir así de su método que deduce de los fe­
nómenos*- los principios del movimiento, porque estos prin­
cipios son afirmaciones exactas y completas de los fenómenos
Hasta donde toca a sus movimientos. Y cuando la inducción
se aplica a estos principios, no se pierde su exactitud e inte­
gridad como reducción de los fenómenos. Newton quiere de­
cir simplemente con esto que se los concibe del modo más
general como aplicados a una esfera más amplia. De acuerdo
con la concepción final de Newton no hay cabida paralas
hipótesis en la tiloso! ¡a natural; analizamos los fenómenos
para deducir sus leyes matemáticas, y la inducción hace ge­
nerales a las que tienen una gran esfera de aplicación. La
palabra “inducción" no amengua la certeza matemática de
los resultados y no debe desorientarnos cuando Newton lo
pone de relieve en la afirmación final de su método en la
Optica. Esta afirmación subraya meramente su fundamental
empirismo.
"Lo mismo que en las matemáticas, también en la filosofía natural
la investigación de los cosas difíciles debe hacerse siempre antes por
el método del análisis que por el método de la composición. El aná­
lisis consiste en hacer experimentos y observaciones y en extraer de
ellos por la inducción conclusiones generales, y en no admitir objecio­
nes contra las conclusiones, salvo las que provienen de los experimen­
tos o de otras verdades seguras. Las hipótesis no tienen que ser con­
sideradas en la filosofía natural. Y aunque el razonamiento que se
obtiene inductivamente de los experimentos y observaciones no fuese
la demostración de las conclusiones generales, constituye sin embargo la
mejor manera de saber lo que contiene la naturaleza de las cosas y
se lo considera tanto más cierto cuanto más general es la inducción.
Y si no hay ninguna excepción en los fenómenos, puede expresarse la
conclusión con carácter general. Pero si después aparece en los ex­
perimentos alguna excepción, hay que enunciarla con las excepciones
ocurridas. Con este método del análisis vamos de los compuestos a
los elementos, y de los movimientos a las fuerzas que los producen; y
en general, de los efectos a sus causas, y de las causas particulares
a las más generales, hasta que el argumento logre su máxima generab­
as Principies, H, 314.
MÉTODO DE NEW TON 247
dad. Tal es el método del análisis. La síntesis, por el contrario, consiste
en suponer descubiertas las causas y establecidos los principios y en
explicar con ellos los fenómenos que de ellos provienen, y en demostrar
finalmente estas explicaciones. En los dos primeros libros de esta óptica,
procediendo con arreglo a este análisis, he descubierto y demostrado las
diferencias originales de los rayos de luz por lo que toca a la refrac­
ción, reflexión y color y a los periodos alternados de fácil reflexión y
fácil transmisión, y las propiedades de los cuerpos, tanto opacos como
diáfanos, de los cuales dependen sus reflexiones y colores. Y vez
demostrados estos descubrimientos, pueden darse por supuestos en el
método de la composición para explicar los fenómenos que provienen
de ellos; de esto he dado un ejemplo al final del primer libro.” 39
Resulta muy claro de estas importantes afirmaciones que
el mismo Newton consideró notable su descubrimiento me­
todológico, a pesar de que no pudo enunciar su método en
su absoluta generalidad. Galileo había puesto a un lado la
explicación en función del último porqué de los hechos fí­
sicos a favor de la explicación en función de su inmediato
cómo, es decir, se había limitado a las fórmulas matemáticas
que expresan sus procesos y movimientos. Pero Galileo con­
servó aún muchos prejuicios metafísicos de sus precursores,
mientras que por lo demás elevó a metafísica su método ma­
temático, y no pudo (con excepción de algunos pasajes)
obtener en sus obras una distinción clara entre el estudio
científico de los movimientos percibidos y estas ideas más
fundamentales. En Descartes la metafísica de las matemáti­
cas era más esencial y decisiva porque estaba menos aban­
donado el anhelo de un sistema completo del universo. Boyle,
por su parte, estaba persuadido de que el mundo, en última
instancia, tiene que interpretarse religiosamente, pero por lo
que se refiere a la ciencia experimental se aprestó a subrayar
la escasez del conocimiento humano y su progreso tentativo
y gradual. Pero Boyle, en la medida en que no era matemá­
tico, no advirtió método alguno para lograr la certidumbre en
la ciencia. La ciencia se compone de hipótesis que hay que
33 Opticks, págs. 380 y sig. Compárese con las consideraciones sobre
el método en Kepler, VU, 212.
248 l a m e t a f ís ic a d e n e w t o n
probar y comprobar con experimentos hasta donde es posi­
ble, pero si en cualquier momento aparece un experimento
contrarío debemos contentarnos con el probabilismo. New­
ton, según vimos, concedía la posibilidad de que hubiese ex­
cepciones, pero <le ningún modo que la ciencia se compusiera
de hipótesis. Cuanto no se deduce de los fenómenos debe
llamarse hipótesis. Éstas, que no tienen cabida en la ciencia,
constituyen intentos porexplicar la naturaleza ele las /uéraás
y las causas que se revelan en los fenómenos del movimien­
to t*or su propia naturaleza, estas explicaciones no son sus­
ceptibles de comprobación experimental. Sabemos, por ejem-
plo, que en la naturaleza se producen ciertos movimientos
que podemos reducir a una ley matemática, y al considerar
esos movimientos como los efectos de una cierta clase de
fuerza, llamamos a esa fuerza gravedad. ‘Tero hasta ahora
no he podido descubrir a partir de los fenómenos la causa
de estas propiedades de la gravedad, y yo no hago hipóte­
sis.” 34 La naturaleza última de la gravedad es desconocida,
pero no es necesario que la ciencia la conozca, porque ésta
quiere súber cómo actúa y no lo que dicha fuerza es. Para
Newton, mes, la ciencia se compone de leyes aue expresan
sólo el comportamiento matemático de la naturaleza —leyes
S secondeducen claramente de los fenómenos y se comprue-
exactitud en los fenómenos—, y tnrin in W t h/¡,j
que desterrarlo de la ciencia, que se presenta así como un
cuerpo de verdades absolutamente ciertas sobre los hechos (¿el
!mundo Hisico. Con esta íntima conexión de los métodos ma­
temático y experimental, Newton creyó haber unido indiso­
lublemente la exactitud ideal de uno con la constante refe­
rencia empírica del otro. La ciencia es la exacta formulación
matemática del proceso del mundo natural. La especulación
es despreciada, pero el movimiento ha cedido incondicional­
mente al espíritu conquistador del hombre.
3* Principies, II, 314.
LA DOCTRINA DEL POSITIVISMO 240

Sección 2. L a doctrina del positivismo

Acaso alguien diga que si es correcta esta descripción del


método de Newton hay una flagrante contradicción en una
expresión como “la metafísica de Newton”. ¿No fue este re­
chazo de las hipótesis su más notable logro, y no consiguió,
por lo menos en el cuerpo principal de sus obras, desterrar
las ideas sobre la naturaleza del universo? No se justifica
plenamente su pretensión de haber descubierto y utilizado
un método con el cual se puede hacer accesible un reino de
verdades y que se ensancha gradualmente con completa in­
dependencia de las supuestas soluciones de los problemas úl­
timos? Se nos ha dicho que Newton es el primer gran posi­
tivista.38 Siguiendo a Galileo y Boyle, pero con mayor firme­
za, Newton volvió la espalda a la metafísica a favor de un
pequeño pero creciente conjunto de conocimientos exactos.
Con su obra termina la era de los grandes sistemas especu­
lativos y apunta un nuevo día de exactitud y promesa para
la conquista intelectual de la naturaleza. ¿Cómo se puede en­
tonces hablar de Newton como de un metafísico? El perfil
esencial de la respuesta a esta cuestión surgirá con eviden­
cia del curso total de nuestra discusión. Y al contestarla con
algún detalle ofrecerá una provechosa introducción y bos­
quejo a nuestro análisis de la metafísica de Newton.
En primer lugar, no hay modo de eludir la metafísica, esto
es las implicaciones últimas de cualquier proposición o con­
junto de proposiciones. La única manera de no ser metafísico
es no decir nada; y esto podemos ilustrarlo analizando cual­
quier proposición. Tomemos, por ejemplo, la posición cen­
tral del positivismo. Podemos tal vez enunciarla claramente
en una forma como la que sigue: es posible descubrir verda-36*
36 Brewster, Memoirs of the Life, Wrtíines, and Discoveries of Sir
Isaac Newton, Edinburgh, 1855, VoL II, pág. 532.
250 LA M ETAFÍSICA DE NEW TON
des sobre las casas sin presuponer ninguna teoría acerca de
su naturaleza última; o más sencillamente, es posible tener
un conocimiento correcto de la parte sin conocer la natura­
leza del todo. Consideremos de cerca esta posición. Lo que
en algún sentido es exacto parece confirmado por el éxito
actual de la ciencia, en especial de la ciencia matemática.
Podemos descubrir relaciones regulares entre ciertas partes
de la materia sin conocer nada más acerca de ellas. El pro­
blema no está en saber su verdad o falsedad sino si implica
o no una metafísica. Si la sometemos a un análisis minucioso,
la veremos rebosar de supuestos metafísicos. En primer lugar
abunda en expresiones que carecen de una definición pre­
cisa, tal como “naturaleza última”, “conocimiento correcto”,
“naturaleza del todo”, y en las expresiones que se usan así
con descuido se esconden siempre supuestos de importancia.
En segundo lugar, defínase como se quiera estas expresiones,
el enunciado revela implicaciones sumamente importantes
acerca del universo. Tomándolo en un sentido que pueda
aceptarse en general, ¿no implica, por ejemplo, que el uni­
verso es esencialmente plural (con excepción, por supuesto,
para el pensamiento y el lenguaje), esto es, que algunas cosas
ocurren sin ninguna dependencia auténtica ele otros aconteci­
mientos y pueden, por tanto, describirse en términos univer­
sales sin referencia a ninguna otra cosa? Los positivistas cien­
tíficos atestiguan de varios modos esa metafísica pluralista,
como cuando insisten que bay en la naturaleza sistemas ais-
lables, cuya conducta, por lo menos en los aspectos más pro­
minentes, puede reducirse a leyes sin temer que la investiga­
ción de los otros acontecimientos no haga más que colocar
ese conocimiento sobre una base más amplia. Hablando es­
trictamente, no hay duda de que no podríamos conocer lo que
ocurriría a nuestro sistema solar si desaparecieran de súbito
las estrellas fijas, pero sabemos que es posible reducir la
mayor parte de los fenómenos de nuestro sistema solar a
leyes matemáticas en base a principios que no dependen de
LA DOCTRINA DEL POSITIVISMO 251
la presencia de las estrellas fijas; por eso no hay razón para
suponer que su desaparición altere bajo ningún concepto
nuestras formulaciones. Es ciertamente una suposición muy
importante sobre la naturaleza del universo, que sugiere mu­
chas otras consideraciones. Nos abstendremos, sin embargo,
de mayores desarrollos en este punto. La lección que reco­
gemos es que no bien formulamos el intento de esquivar la
metafísica ya quedan implicados importantes postulados rae-
tafisicos.
Por esta razón en el positivismo hay un peligro solapado y
muy sutil. Si no se puede evitar la metafísica, ¿qué clase de
metafísica se ha de tener cuando uno mismo se cree libre
de esa calamidad? Ni qué decir tiene que en este caso esta
metafísica se sustenta sin critica porque es inconsciente; ade­
más la comunicaremos a los otros, con mayor facilidad, pues
la propagación se hará por insinuaciones y no por razona­
mientos directos. Que un estudioso serio de Newton deje de
ver que su maestro tenía una metafísica muy importante es
un testimonio sumamente interesante de la difundida in­
fluencia que su filosofía primera tuvo en el pensamiento mo­
derno.
Ahora bien, la historia de la cultura revela con bastante
claridad que el pensador que desacredita a la metafísica sus­
tenta realmente tres clases principales de nociones metafísi­
cas. Entre otras cosas, comparte las ideas de su época sobre
las cuestiones últimas, en la medida que dichas ideas no se
oponen a sus intereses o suscitan su crítica. No ha habido
nadie todavía en la historia, ni siquiera el pensador más
profundamente crítico, en quien no pueda descubrirse al­
guna clase de Uloli theatri, pero el metafísico es por lo me­
nos superior a sus opositores en que está constantemente en
guardia contra el ingreso subrepticio y la indiscutible in­
fluencia de esas nociones. En segundo lugar, si está dedica­
do a una investigación importante tiene que seguir un mé­
todo, y tendrá la tentación vigorosa y constante de hacer de
252 LA METAFÍSICA DE NEW TON
su método una metafísica, esto es, suponer que el universo
en última instancia es de tal suerte que su método debe ser
apropiado y asegurar resultados satisfactorios. Al estudiar
las obras de Képlcr, Caldeo y Descartes hemos mostrado con
sobrada evidencia algunas (le las consecuencias que surgen
cuando se sucumbe a dicha tentación. Finalmente, como la
naturaleza humana exige la metafísica para su plena satis­
facción intelectual, ningún espíritu superior puede soslayar
las cuestiones últimas, en especial cuando aparecen vigo­
rosamente en consideraciones que surgen de sus investigacio­
nes positivas o en poderosos intereses extracientíficos, tal
como la religión. Pero en la medida en que el espíritu po­
sitivo carece de una cuidadosa formación metafísica, sus in­
tentos en estos puntos son deplorables, inadecuados y hasta
fantásticos. En Ñewton se hallan estas tres clases de nociones
metafísicas. Su concepción general del mundo físico y la re­
lación del hombre con él, incluyendo la doctrina revolucio­
naría de la causalidad y el dualismo cartesiano en su resul­
tado ambiguo (que eran los dos rasgos capitales de la nueva
ontología) con sus corolarios menos importantes sobre la na­
turaleza y el proceso de la sensación, las cualidades prima­
rias y secundarías, la encarcelada sede y los insignificantes
poderes del alma, fue acogida sin examen como un resulta­
do seguro del victorioso movimiento cuyo mayor represen­
tante él estaba destinado a ser. Sus concepciones sobre el
espacio y el tiempo pertenecen en parte a la misma catego­
ría, pero algo se transformaron por las convicciones de la
tercera clase. A la segunda clase pertenece su manera de
considerar la masa, que alcanza importancia metafísica por
su tendencia a extender las implicaciones de su método. A la
tercera clase pertenecen principalmente sus ideas sobre la
naturaleza y función del éter, y sobre la existencia de Dios
y su relación con el mundo descubierto por la ciencia. El aná­
lisis de estas tres clases de ideas metafísicas no hace más que
darnos un bosquejo de las secciones subsiguientes.
CONCEPCIÓN DEL MUNDO Y EL HOMBRE 253
En la generación posterior la teología de Newton recibió
un fuerte golpe por parte de Hume y de los radicales fran­
ceses, y, un poco más tarde, de los agudo análisis de Kant.
También las razones científicas que dio para la existencia de
Dios no parecían ya evidentes después de los brillantes des­
cubrimientos de los investigadores subsiguientes como La-
place. Se dio por sentado, sin embargo, el resto de la nueva
metafísica tal como se desarrolló en sus manos, y pasó con
sus conquistas científicas a la corriente general de la opinión
inteligente de Europa, porque no aducía ningún argumento
en su defensa y, derivando una incuestionable certeza de la
claridad con que pueden demostrarse los teoremas mecáni­
cos u ópticos, llegó a ser fundamento para los ulteriores
desarrollos de importancia en la ciencia y en la filosofía.
Los descubrimientos magníficos e irrefutables dieron a New­
ton autoridad sobre el mundo moderno, el cual sintiéndose
libre de la metafísica gracias al Newton positivista, llegó a
quedar encadenado y regido por ima metafísica debida al
Newton metafisico.
Sección 3. C oncepción general de newtonacerca del
MUNDO Y LA RELACIÓN DEL HOMBRE CON ÉL

Resumiremos primero de manera sucinta los puntos que


Newton adoptó simplemente de sus precursores, e indicare­
mos la forma exacta en que Newton los transmitió al pensa­
miento moderno. Como Boyle, aunque no era un hábil ma­
temático, había aceptado sin hacer cuestión lo principal de
la estructura del universo según la describieron Caldeo, Des­
cartes y Hobbes, también Newton aunque su matemática era
en última instancia un instrumento al servicio de la filosofía
experimental, se apoderó sin crítica de la concepción gene­
ral del mundo físico y de la posición del hombre en él, que
sus dustres predecesores habían desarrollado. También para
Newton el mundo material es un mundo que tiene funda-
254 LA M ETAFÍSICA DE NEW TON
mentalmente características materiales. Está compuesto esen­
cialmente de partículas duras c indestructibles, provistas de
las mismas características que suelen denominarse las “cua­
lidades primarías”, con la excepción de que su descubrimien­
to y la definición exacta de una nueva cualidad de los cuer­
pos que tiene exactitud matemática, la vis inertiae aparece
incorporada a la lista. Todos los cambios que se producen
en la naturaleza tienen que considerarse como separaciones,
asociaciones y movimientos de estos átomos permanentes.36
Hay que reconocer al mismo tiempo que el vigoroso em­
pirismo de Newton tendía de continuo a suavizarse y a li­
mitar su interpretación matemática de la teoría atómica. Los
átomos son principalmente matemáticos, pero no son nada
más que elementos más pequeños de los objetos que se per­
ciben sensiblemente. Esto surge con evidencia de su afirma­
ción muy sistemática que aparece en los Principios:
“Sólo conocemos la extensión de los cuerpos por medio de los sen­
tidos, y éstos no siempre lo logran en todos los cuerpos; mas como
percibimos la extensión en todos los cuerpos sensibles, la atribuimos
también a los otros univcrsalmentc. Sabemos por experiencia que mu­
chos curraos son duros, y como la dureza del todo proviene de la du­
reza de las partes deducimos con razón la dureza de las partículas
indivisas no sólo de los cuerpos que percibimos sino de todos los otros.
Inferimos no por la razón sino por la sensación que todos los cuerpos
son impenetrables. Encontramos que son impenetrables los cuerpos
que manejamos, y de aqui concluimos que la impenetrabilidad es
una propiedad universal de todos los cuerpos. Que los cuerpos son
móviles y están provistos de ciertos poderes (lo que llamamos las vires
inertiae) de perseverar en su movimiento o en su reposo, los inferimos
únicamente de las propiedades semejantes observadas en los cuerpos
que hemos visto. La extensión, dureza, impenetrabilidad, movilidad y
la vis inertiae del todo resultan de la extensión, dureza, impenetra­
bilidad, movilidad y vires inertiae de las partes, y de aqui concluimos
que las partículas últimas de todos los cuerpos también son extensas,
duras, impenetrables, móviles y dotadas de sus propias vires iner­
tiae.” si
36 Opticks, póg. 376.
” Principies, U, 161.
CONCEPCIÓN DEL MUNDO Y EL HOMBRE 255
Newton hasta llega a sugerir que con la invención de mi­
croscopios más poderosos podríamos llegar a ver las mayo­
res de estas partículas.38 En esta afirmación el carácter de­
cisivo del empirismo y la referencia experimental son segu­
ramente tan evidentes como el hecho de que se consideran
como fundamentales en la naturaleza las cualidades que en
la época de Newton era posible manejar con el método de
exactitud matemática. El mundo de la física es el mundo
sensible, pero tiene caracteres únicos debido a las cualidades
acentuadas por la reducción a la ley matemática. “Conside­
rando todas estas cosas, me parece probable que Dios al
comienzo formó la materia en partículas sólidas, masivas,
duras, impenetrables, móviles, de tamaños y figuras tales y
con tales otras propiedades en relación al espacio, que fueran
lo más favorable para el fin para el cual las había formado.
Y que estas partículas primitivas, por ser sólidas, son incom­
parablemente más duras que cualquier cuerpo poroso com­
puesto de ellas; y tan duras son que nunca se gastan ni se
rompen. Ninguna potencia ordinaria puede dividir lo que
Dios mismo hizo en di comienzo de la Creación.”39 “Y sin
embargo bastaría con que un solo experimento nos probara
que cualquier partícula indivisa al romper un cuerpo duro
y sólido sufre una división, para que, en virtud de esta regla,
pudiéramos concluir que tanto las partículas divididas como
las indivisas pueden en realidad dividirse y separarse al in­
finito.” 4o “Mientras las partículas continúan enteras pueden
componer cuerpos de una y misma naturaleza y estructura
en todos los tiempos; pero si se gastaran o se rompieran cam­
biaría la naturaleza de los cuerpos que de ellas dependen...
y por tanto, para que la Naturaleza sea perdurable, hay que
poner los cambios de las cosas corpóreas en las distintas se­
paraciones y en las nuevas asociaciones y movimientos de
98 Optícks, pégs. 326 y sig.
30 Optícks, p&gs. 375 y sig. Cf. también pács. 364 y sie.
«» Principies, U, 161.
256 LA m e t a f ís ic a d e n e w t o n
estas partículas permanentes, pues los cuerpos compuestos
se rompen fácilmente no en medio de las partículas sólidas
sino allí donde esas partículas se encuentran juntas y se to­
can en unos puntos solamente.”41
Siendo así la estructura básica del mundo físico, ¿cómo
concibe Newton al hombre y su relación con él? Aquí tam­
bién el genial inglés aceptó sin más los principales aspectos
de la fisiología y metafísica de Cableo y Descartes, y en
este caso le faltó su habitual y cuidadosa comprobación em­
píricas de las ideas. En el pasaje ya citado de los Principios
y doquiera olvida su empirismo, Newton habla del hombre
como un ser que está en inmediato contacto perceptivo y
cognoscitivo con las cosas físicas; son cosas lo que vemos,
oímos, olemos y tocamos.42 Sin embargo descubrimos nues­
tro error cuando trata, de modo más directo particularmente
en la Óptica, la relación del hombre con la naturaleza. Se
adhiere plenamente a la concepción ortodoxa. El alma del
hombre (que como Boyle la identifica con su espíritu) está
encerrada en el cuerpo y no tiene ningún contacto con el
mundo exterior. Se halla en una parte especial del cerebro
que se llama por eso el sensorium al cual, por medio de los
nervios, Ucgnn los movimientos de los objetos exteriores, y
del cual los espíritus animales trasmiten los movimientos a
los músculos. En relación con la vista, la investigación fisio­
lógica se había vinculado en la época de Newton con la
metafísica de Demócrito, Descartes y Hobbes para señalar
un conjunto muy complicado de obstáculos que se interpo­
nen entre la experiencia de la visión y el objeto que supo­
nemos ver. No sólo está el alma encerrada en el cerebro, al
cual deben llegar los movimientos de las cosas exteriores
inaccesibles, sino que hasta los movimientos finalmente
transmitidos no provienen de los objetos exteriores sino de su
imagen en la retina. “Cuando se ve un objeto, la luz que pro-
41 Opticks, pág. 376.
42 Principies, H, 312.
CONCEPCIÓN DEL MUNDO Y EL HOMBRE 257
viene de los diversos puntos del objeto se refracta tanto en
los tegumentos transparentes y en los humores del ojo...
que convergen y se unen en muchos puntos en el fondo del
ojo, y pintan allí la imagen del objeto en ese tegumento (lla­
mado la túnica retina) que cubre el fondo del ojo... Y esas
imágenes que el movimiento transmite al cerebro por las fi­
bras del nervio óptico constituyen la causa de la, visión.” 42
Sólo Dios puede ver los objetos en sí mismo 4344*; en el hombre
“las imágenes transportadas por los órganos del sentido a
nuestros pequeños sensorios, son vistas y contempladas allí
por lo que en nosotros percibe y piensa” En las cuestiones
vigésimo tercera y cuarta de la Óptica referentes al hipotéti­
co medio etéreo, pregunta Newton: “¿No se realiza la visión
principalmente por las vibraciones de este medio, que los
rayos de luz excitan en el fondo del ojo y llegan al lugar de
la sensación por medio de los filamentos sólidos, diáfanos y
uniformes del nervio óptico? Y la acción de oír ¿no se pro­
duce por las vibraciones de este u otro medio, que en los
nervios auditivos excitan las vibraciones del aire y se propa­
gan al lugar de la sensación por medio de los filamentos só­
lidos, diáfanos y uniformes de esos nervios? Y lo mismo para
los otros sentidos. ¿No se produce el movimiento por las vi­
braciones de este medio, que el poder de la voluntad excita
en el cerebro, y se propaga de allí por medio de los fila­
mentos sólidos, diáfanos y uniformes de los nervios a los
músculos para contraerlos y dilatarlos?” 46
Cuando pasamos de estas citas a sus enunciados más cla­
ros sobre la doctrina de las cualidades primarias y secunda­
rias, advertimos que no difieren apreciablemente de la doc­
trina que le transmitieron sus precursores metafísicos. A
causa de sus trabajos en óptica era de esperar que estos enun­
ciados se refiriesen particularmente a los colores.
43 Opticks, pie. 12.
44 Opticks, pág. 345. Cf. pág. 379.
43 Opticks, pág. 328. Cf. págs. 319 y sig.
258 LA METAFÍSICA DE NEW TON
Newton pensó que sus experimentos sobre la refracción y
la reflexión echaban por tierra definitivamente la teoría de
que los colores son cualidades de los objetos. “Siendo asi, ya
no cabe discutir acerca de si bay colores en la oscuridad o
si los colores son cualidades de los objetos que vemos, ni
tampoco quizá si la luz es un cuerpo. Pues como los colores
son las cualidades de la luz, cuyo sustentáculo íntegro e in­
mediato son los rayos, ¿cómo podemos pensar estas cualida­
des de los rayos a menos que una cualidad pueda ser
el sujeto y el sostén de otra? Lo que, en realidad, significa
llamarla sustancia... Además, ¿quién ha pensado nunca que
una cualidad es un agregado heterogéneo, tal como se ha
descubierto que es la luz? Pero determinar más estrictamen­
te lo que es la luz, de qué manera se refracta y según qué
modos o acciones produce en nuestra mente el fantasma de
los colores, no es cosa fácil, y yo no mezclaré las conjeturas
con las certidumbres.”48 Aparentemente, la primera razón
por la cual Newton rechaza la teoría que considera a los co­
lores como cualidades de los objetos es que los colores son
cualidades de lu luz que tiene a sus rayos como sustentácu­
lo. Pero al final de la cita descubrimos que debe de haber sido
un desliz del lenguaje. Newton en ese pasaje declara que no
tiene ninguna intención de mezclar las conjeturas con las cer­
tezas. Esta observación implica que el supuesto anterior no
es una conjetura, a saber que los colores no tienen existencia
ni siquiera en la luz, sino que son fantasmas que los modos o
acciones de la luz producen en nuestra mente; lo único que
de conjetura hay es el proceso de la producción de la luz.
En la óptica afirma esta posición con mayor abundamiento:
“Si digo a veces que la luz y los rayos son coloreados o están
dotados de color ha de entenderse que no hablo filosófica­
mente y con propiedad, sino de manera burda y de acuerdo
con las concepciones que la gente vulgar puede hacerse al
ver todos estos experimentos. Pues, hablando con propiedad,
46 Opera, IV, 305. Obsérvense los términos y supuestos escolásticos.
CONCEPCIÓN DEL MUNDO Y EL HOMBRE 259
los rayos no tienen color. En ellos no hay nada más que un
cierto poder y disposición para excitar una sensación de este
o aquel color. Pues así como el sonido de una campana o de
una cuerda musical o de otro cuerpo sonoro no es más que
un movimiento vibratorio, y en el aire no hay nada más que
el movimiento que se transmite del objeto, y en el sensorio
una sensación de ese movimiento bajo la forma de sonido,
así también los colores de los objetos no son nada más que
una disposición para reflejar esta o aquella clase de rayos
con más profusión que el resto. En los rayos los colores no
son más que disposiciones para transmitir al sensorio este o
aquel movimiento, y en el sensorio son sensaciones de esos
movimientos bajo la forma de colores.” 47
Aquí se proclama con bastante claridad la doctrina co­
rriente de las cualidades secundarias. No tienen existencia
real fuera del cerebro, salvo como una disposición de los
cuerpos o de los rayos para reflejar o propagar ciertos mo­
vimientos. Afuera sólo hay partículas de la materia que se
mueven en ciertas direcciones y que están dotadas de cua­
lidades que han sido tratadas matemáticamente. Ahora bien,
¿cómo excitan estos movimientos las distintas sensaciones de
color? Newton manifestó al principio (ver anteriormente) que
no tenía respuesta a este problema. Pero en vista de sus
experimentos sobre la refracción y de su aceptación de la
teoría atómica no pudo dejar de sugerir en la óptica una ex­
plicación general. ¿No producen lus distintas clases de rayos
vibraciones de distintas magnitudes que, de acuerdo con di­
chas magnitudes, excitan sensaciones de diversos colores se­
gún la manera en que las vibraciones del aire, de acuerdo
con sus distintas magnitudes, provocan distintas sensaciones
de sonido? Y particularmente los rayos que más se refractan
¿no provocan las vibraciones más pequeñas que producen
una sensación de violeta intenso, los rayos que menos se re­
fractan vibraciones más grandes que producen la sensación
47 Optícks, págs. 108 y sig.
260 LA METAFÍSICA DF. NEW TON
de rojo intenso, y las diversas clases de rayos intermedios vi­
braciones de diversas magnitudes intermedias que producen
sensaciones de los diversos colores intermedios? La armonía
y la disonancia do los colores ¿no pueden provenir de la pro­
porción de las vibraciones que las fibras del nervio óptico
transmiten al cerebro, como la armonía y disonancia de los
sonidos proviene de la proporción de las vibraciones del
aire? Pues hay colmes, que si se los ve juntos concuerdan
entre sí, como el áureo y el índigo, y hay, en cambio, otros que
no convienen entre sí.*8 Esta teoría matemática de la armo­
nía del color recuerda el intento de Képler por reducir la
música de las esferas a la forma de la notación musical.
Newton se adhiere a él con la hipótesis de que las imágenes
de un objeto visto con ambos ojos se unen donde los nervios
ópticos se encuentran antes de que lleguen al cerebro, “de
tal manera que sus fibras forman una especie íntegra o ima­
gen, de la cual una mitad en el lado derecho del sensorio
pasa del lado derecho de ambos ojos a través del lado de­
recho de los dos nervios ópticos al lugar donde los nervios
se encuentran, y de aquí en el lado derecho de la cabeza
llega al cerebro, y la otra mitad en el lado izquierdo del sen­
sorio proviene de manera semejante del ludo izquierdo de
ambos ojos". Esta notable idea se impuso a Newton y a sus
contemporáneos al tratar de explicar por qué vemos un solo
objeto en lugar de dos. Creyendo como ellos creían que no
vemos los objetos mismos sino sus imágenes proyectadas
en las dos retinas y transportadas al sensorio, era ésta una
verdadera dificultad que había que encarar.
Newton no proclamó nunca su convicción en la discusión
fundamental que se produjo entre More y Descartes sobre la
extensión del espíritu, pero el simple hecho de que no de­
fendiera el intento de Descartes de atribuir al espíritu un
estado último distinto fue suficiente para inclinar a sus con­
temporáneos y continuadores a favor de la interpretación
48 Opticki, págs. 320 y sig.
CONCEPCIÓN DEL MUNDO T EL HOMBRE 261
popular del gran pensador francés. La convicción de que el
espíritu humano es una sustancia singular pero pequeña, en­
cerrada en el cerebro, justificada ampliamente, como hemos
visto, por las ambigüedades de la concepción de Descartes y
fomentada con energía en los escritos de Hobbes y Boyle,
se estaba difundiendo entre los entusiastas partidarios de la
nueva época. Ahora bien, a ellos les parecía que los impor­
tantes pasajes de Newton de que nos hemos ocupado impli­
caban exactamente esta posición. More no se había procu­
rado continuadores entre la gente inteligente para su inten­
to de señalar una posible extensión del alma más allá de los
límites del cuerpo humano. Esto era completamente irrecon­
ciliable con el genio de la ciencia y no ofrecía compensacio­
nes para la solución de los problemas últimos, ya fuesen
epistemológicos o de otra dase. Por eso es seguro que en la
época de Newton prácticamente toda la gente educada, y en
especial aquellos para quienes las ideas significaban imáge­
nes, concebían que el afana ocupaba un sitio, o una pequeña
extensión dentro del cerebro, lugar que llegó a conocerse con
el nombre de sensorio. Nada había en Newton que trastor­
nase esta idea; todo en él abogaba por ella. Además, si
Newton se hubiese expresado definidamente sobre este punto
es muy probable que habría aprobado justamente esta con­
cepción común. Convenía con More acerca de la extensión
de Dios, según veremos después, y creía firmemente en los
espíritus etéreos y extensos. ¿Por qué no hubo de creer, en­
tonces, en la espacialidad del alma —aunque de las citas
hechas más arriba se desprende con claridad que no está
presente el esplritualismo especulativo de More—, puesto que
el lugar del alma está todo él encerrado en el cerebro?
Por eso, a pesar del serio intento de Newton de ser comple­
tamente empírico y de su ardiente deseo de no abandonar el
método matemático, la descripción general del universo y
el puesto del hombre en él, que pasa por suya, la había cons­
truido ya y elaborado poderosamente el gran metafísico ma­
262 I.A MKTAFÍSICA DE NEWTON
temático que lo precedió, y esto de la forma más ambigua y
menos realizable. Como sus predecesores, Newton tampoco
apreció los graves problemas que esta descripción acarrea,
pues en sustancia adoptó su método, en especial el de More,
de esquivar los problemas recurriendo a Dios. Pero era de
la mayor importancia para el pensamiento ulterior que la
gran autoridad de Newton respaldase firmemente esa con*
cepción del cosmos que veia en el hombre un pequeño y
extraño espectador (hasta donde puede llamarse espectador
a un ser encerrado en una pieza oscura) del enorme sistema
matemático cuyos movimientos regulares, de acuerdo con
los principios mecánicos, constituyeron el mundo de la na­
turaleza. Quedaba así aniquilado el universo gloriosamente
romántico de Dante y Milton que no ponía límites a la ima­
ginación del hombre, que se lanzaba allende el tiempo y el
espacio. Se identificaba el espacio con el reino de la geome­
tría, el tiempo con la continuidad del número. El mundo en
que la gente creía vivir —un mundo rico en colores y sonidos,
saturado de fragancias, henchido de alegría, de amor y de
belleza, que habla por doquiera de armonías intencionales
y de ideales creadores— aparece ahora apiñado en los dimi­
nutos rincones cerebrales de los seres orgánicos dispersos.
El mundo realmente importante era un mundo duro, frío,
muerto, sin colores, sin sonidos; un mundo de la cantidad,
un mundo de movimientos calculables matemáticamente en
su regularidad mecánica. El mundo de las cualidades que el
hombre percibe inmediatamente se convirtió en un efecto
ínfimo y curioso de esa infinita máquina que está tras él.
En Newton, la metafísica cartesiana, interpretada ambigua­
mente y despojada de sus pretensiones de ser seriamente
considerada en filosofía, echó por tierra finalmente el aristo-
telismo y llegó a ser la concepción del mundo que primó en
la época moderna.
ESPACIO, TIEM PO Y MASA 263

Sección 4. E spacio, tiempo y masa

Pero Newton no se contentó con aceptar y defender la


concepción dominante del hombre y del mundo que sus pre­
cursores habian desarrollado. El mismo realizó notables des­
cubrimientos sobre el mundo que contribuyeron al presti-
bio de la ciencia moderna, y es natural que en relación con
estos descubrimientos tuviese ocasión de expresar de modo
más explícito y propagable que el de ellos, la manera como
había que concebir el mundo de la naturaleza que está más
allá del hombre. A partir de Newton el espíritu moderno
concibe esencialmente la naturaleza como un reino de masas
que, bajo la influencia de fuerzas definidas y seguras/se
mueven de acuerdo con las leyes matemáticas del tiempo y
del espacio. jCuál es la descripción detallada que da Newton
de estas entidades, en especial el tiempo y el espacio, y
cómo resume en el término “masa” las características irre­
ductibles de los cuerpos? Es digno de señalar que en este
aspecto de su obra, Newton revela en alguna medida cada
una de las clases de creencias metafísicas que hemos apunta­
do en la Sección 2. Adopta, en parte, las concepciones últimas
que tenia a la mano; en parte extiende las implicaciones de
su método matemático y en parte también se apoya en la
validez de ciertas convicciones muy extracientíficas. Impor­
ta señalar que aquí también está ausente por completo su ex-
perimentalismo. En el cuerpo principal de su obra clásica
propone concepciones que están más allá del alcance de lo
sensible y de la comprobación experimental.
A. MASA
Empero, en el caso de la masa, no proclama con energía
este apriorismo. La definición de los cuerpos físicos como
masas consHhiyA el hecho notable que se necesitaba en la
264 I.A METAFÍSICA DE NEW TON
mecánica moderna después que Hablen y n¿cnai+ec li,.Ala­
ron descubierto la naturaleza del espacio, v Barrow formula­
do In del tiempo. Para Galileo como para Huyghens. el gran
contemporáneo de Newton, la masa era equivalente al peso.
Y Descartes, que concebía el movimiento como un concepto
matemático en general, no consideró seriamente la posibili­
dad de reducir todas las clases de movimientos a fórmulas
exactas. El hecho fundamental de la naturaleza física que
tomó inadecuada la mecánica cartesiana fue el hecho de que
dos cuerpos geométricamente equivalentes pueden moverse
de manera diferente cuando están colocados en relaciones
idénticas con otros cuerpos iguales. Descartes, naturalmente,
conocía este hecho pero en lugar de tratar de reducirlo ma­
temáticamente prefirió ocultarlo bajo el hechizo especula­
tivo de la teoría de los torbellinos.
Newton se percató de este hecho, y en el caso de las dife­
rencias más notables de movimientos de esta clase, los fenó­
menos de la gravedad, logró reducirlos matemáticamente.
Además, proporcionó las definiciones de todos los conceptos
fundamentales necesarios para la completa reducción del
movimiento a leyes matemáticas. En el caso de ciertos fenó­
menos importantes que él no pudo incluir dentro del alcan­
ce de sus principios, el progreso se operó más tarde merced
a la ulterior aplicación de sus conceptos, tal como Causs in­
cluyó el magnetismo en la mecánica de Newton. En el caso
de Newton el descubrimiento estaba en intima relación con
la famosa primera ley del movimiento que Cableo había
descubierto ya y que Descartes y Hobbes expresaron de una
manera bastante satisfactoria. Todo cuerpo tiende a conser­
var su estado de reposo o de movimiento uniforme y recti­
líneo, pero esta tendencia varía de grado. Newton vio que
esta variación era susceptible de una exacta formulación
cuantitativa. Aplicando la misma fuerza (aquí están supues­
tas la segunda y tercera ley del movimiento) los diferentes
cuerpos abandonan de manera diferente su estado de re­
ESPACIO, TIEM PO T MASA 265
poso o movimiento uniforme, esto es, reciben distintas ace­
leraciones. En cuanto estas diferencias son, y pueden ser,
solamente diferencias de aceleración, cabe compararlas exac­
tamente en términos matemáticos. Así podemos considerar
que todos los cuerpos tienen una vis inertiae, o inercia, que
constituye una exacta característica matemática en la medida
en que puede medirse por la aceleración que una fuerza
exterior dada imprime a los cuerpos. Cuando hablamos de
los cuerpos como masas damos a entender que, aparte de sus
características geométricas, poseen esta cualidad mecánica
de la vis inertiae. Resulta claro de lo que precede que la
fuerza y la masa son términos totalmente correlativos, pero
una vez que se descubrió la masa se hizo más fácil definir
la fuerza en términos de la masa que está en términos de
aquélla, y esto en la medida que la fuerza es invisible mien­
tras la masa tipo es un objeto físico que podemos percibir y
utilizar. Lo mismo cabe decir de los conceptos de densidad y
presión que al ser definidos por la masa y el volumen pasan
a ocupar un importante lugar en la mecánica. Es probable
que los experimentos de Boyle sobre la compresión de los
gases haya influido en el descubrimiento de Newton de la
masa. Boyle había encontrado que en los gases el producto
de la presión por el volumen es siempre una constante, y
esta constante, en relación proporcional a la vis inertiae de
otras sustancias, se convierte en la masa del gas. Esta rela­
ción con Boyle la sugiere el hecho de que Newton en el
primer parágrafo de los Principios define la masa por la den­
sidad y el volumen. Puesto que prefirió definirla en términos
muy familiares entonces y no presentarla como la cualidad
última de los cuerpos, en realidad no podía haberlo hecho
mejor.
El descubrimiento de que la misma masa tiene diferente
peso a diferentes distancias del centro de la Tierra junto a
la elaboración matemática de las leyes de Képler sobre el
movimiento, condujo gradualmente, a través de la obra de
266 LA M ETAFÍSICA DE NEW TON
Borelli, Huyghens, Wren, Halley y Hooke, a la magnifica
fonnulación de Newton de la ley de gravedad, que unía la
astronomía y la mecánica en una sola ciencia matemática
de la materia en movimiento. El punto de partida de los
movimientos uniformes y rectilíneos de las masas celestes
puede expresarse en la misma ecuación que la de la caída
de los cuerpos terrestres a la Tierra. Todo cuerpo en el siste­
ma de nuestro mundo tiende a otro cuerpo en proporción
directa al producto de sus masas y en proporción inversa al
cuadrado ae sus distancias entre los dos centros. En efecto,
con los conceptos de masa, fuerza y aceleración tai como los
formuló Newton, y sobre todo con su cálculo como instru­
mento para tratar con eficacia y rapidez los problemas con­
cernientes al movimiento, es difícil concebir un cambio en el
movimiento que no se redúzca matemáticamente en sus tér­
minos. fero. naturalmente, sólo las aceleraciones producidas
por fuerzas regulares y constantes merecen que el investi­
gador dedique su tiemno v energía al intento de operar ia
reducción.
fes común que los problemas queden sin resolverse cuan­
do los cambios del movimiento son irregulares o únicos,
y esto no porque no se tenga a disposición los instrumentos,
sino porque no vale la pena llevar a cabo la reducción.
Y ¿qué decir de los fundamentos metafísicos del concepto
newtoniano de la masa? Concebía Newton los cuerpos físi­
cos simplemente como masas, esto es que no poseían nada
más que cualidades geom¿tricas v vis ínertiae. Es probable
^ue no. Perolos_rfgctOTdesu_obra incitaron a algunos a con-
ceWrlos_así. fin esto hay una paradoja que requiere expli­
cación. Resulta claro de los escritos de Newton, particular­
mente los Principios y la Óptica, que su pensamiento tendía
a despojar a los cuerpos de todas las cualidades cuyo aban­
dono le imponía su propia metodología matemática. Esto
era en parte un corolario de su enérgico empirismo. Hay que
recordar que en los capítulos anteriores hemos visto qüe las
ESPACIO, TIEM PO Y MASA 267
características que Newton enumeraba como las cualidades
primarias de las partículas elementales de los cuerpos tienen
en última instancia una justificación empírica. A buen se­
guro, Newton no les atribuía todas las cualidades sensibles
en razón de que había aceptado los principales aspectos de
la metafísica matemática de sus antecesores científicos, en
especial la doctrina de las cualidades primarias y secunda­
rias. Sin embargo, Newton se oponía a todo intento que ten­
diera a reducirlas al mínimo requerido por su método científi­
co. Si su pensamiento se hubiera movido por estos caminos
de seguro que habría deducido la movilidad de la vis inertiae
y la impenetrabilidad de la extensión. Ni con esto se reducía
la dureza a las dos cualidades que hacen de un cuerpo una
masa. Es indudable que Newton la incluía, en parte porque
era necesaria para su teoría atómica de los fluidos y los ga­
ses 49, pero en suma no hay razón para dudar que se apoye
en una base experimental mediante la cual se la defendía.
No tenemos experiencia sensible de los cuernos sin algún
grado de dureza (solidez era a la sazón el término más popu-
TarTr*y"*de aquí generalizando la atribuimos a todos los
cuerpos.
' Sí hasta en su atomismo se desliza su vigoroso énfasis em­
pírico, ¿por qué Newton llegó a ser considerado histórica­
mente el adalid de la más rígida concepción mecánica del
mundo físico? En el capítulo anterior hemos bosquejado lo
esencial de la respuesta. Pero ahora plantearemos la cues­
tión de un modo más específico. Es comprensible, por su­
puesto, que la mayoría de sus continuadores científicos que
no se adherían al empirismo extremo de Newton y no com­
partían mucho de sus limitaciones teológicas, estuviesen dis­
puestos a hacer por él lo que Galileo y Descartes hicieron
por sí mismos, esto es, transformar el método en metafísica.
Pero ¿cómo podían ignorar tan ciegamente las palabras del
maestro? El hecho era, sin embargo, que Newton les había
49 Opticks, págs. 364 y sig.
208 LA METAFÍSICA DE NEW TON
proporcionado más que la oportunidad que ellos necesitaban.
Asi como Descartes había logrado una teoría elaborada de
un medio etéreo para explicar todo lo referente a los movi­
mientos de los cuerpos que no parecen deducirse de la ex­
tensión, asi también Newton se valió de una hipótesis del_éter
guejserviría para mecanizar todos los _iaovimientQS__gue_no
S 1 ^deducirse de la idea de masa. En el próximo capitulo
araremos esta hipótesis más detalladamente. Además,
en su magnum optts hay una subordinación definida de las
causas hipotéticas de estos fenómenos refractarios a la vis
inertiae de los cuerpos.60 La gravedad, por ejemplo, no se
debe atribuir universalmente a todos los cuerpos, porque dis­
minuye por grados (cf. la tercera regla), y no estamos segu­
ros de su existencia más allá de nuestro sistema solar. El
hecho de que sea una masa, sin embargo, es una cualidad
esencia] de los cuerpos como tales, y los principios del mo­
vimiento que explican o provienen de la idea de masa tienen
que ser considerados como axiomas universal y necesaria­
mente verdaderos de ln filosofia natural.61 Apoyados por las
especulaciones del éter y por las sugestiones de Newton de
que la extensión y la vis inertiae son las más esenciales cua­
lidades de los cuerpos, sus continuadores encontraron fácil
olvidar su empirismo arrollador. Con su asombrosa reduc­
ción de los movimientos de la materia a exactas fórmulas ma­
temáticas en función de la masa que provocaba en aquéllos
un constante asombro y con el descubrimiento de que las
unidades fundamentales de la mecánica podían definirse en
unidades de masa, de espacio y tiempo, fue muy fácil dar el
paso metafísico, hoy muy familiar, que consiste en pasar de
la afirmación de que los cuerpos son masas al supuesto de
que los cuerpos no son nada más que masas, y de que todos
los fenómenos restantes pueden explicarse por factores exte­
riores a los cuerpos mismos. Así Newton, en completa opo-
60 Principies, II, 162 y sig.
01 Principies, I, 1 y sig., 14 y sig.
ESPACIO, TIEM PO Y MASA 269
sición a algunos supuestos fundamentales de su pensamiento,
apareció a las generaciones siguientes como el vigoroso sos­
tenedor de toda la concepción mecánica de la naturaleza fí­
sica. La idea de masa se incorporó a la máquina cartesiana
geométrica; y al reemplazar a la fantástica teoría del torbe­
llino hizo aparecer más rígidamente mecánico el sistema del
mundo.
B. ESPACIO Y TIEMPO
Cuando tomamos a las observaciones de Newton sobre el
espacio y el tiempo, advertimos que hace abandono de su
empirismo y presenta, en el cuerpo principal de su obra
capital, una posición tomada en parte de otros, en parte
exigida por su método matemático y en parte también con
iunaameillUl> LBülÓUlL'üi.. Néwtón mismo afirma que en las
disquisiciones filosóficas” (lo cual aparentemente aquí se re­
fiere a sus caracterizaciones últimas del espacio, del tiempo
y del movimiento) “tenemos que abstraer de nuestros sen­
tidos y considerar las cosas mismas, distintas de lo que son
sólo sus medidas sensibles”.62 Esta es, sin duda, una obser­
vación propia de un filósofo de la experiencia sensible. Al
hacer el balance de este capítulo nos impondremos la tarea
de comprender esta posición de Newton y explicar este ale­
jamiento de sus principios experimentales. Newton comenta
estas cuestiones señalando que su propósito esencial es aca­
bar con algunos prejuicios empíricos y vulgares. “Hasta
ahora he establecido las definiciones de las palabras menos
conocidas y he explicado el sentido en que hay que enten­
derlas en el pasaje que sigue. Yo no defino el tiempo, el es­
pacio. el lugar y el movimiento como si fuesen conocidos por
rodos. Señalo solamente que el vulgo no concibe estas canti­
dades sino en relación con los objetos sensibles. De aquí
brotan algunos prejuicios y, para eliminarlos, conviene distin-
02 Principies, I, 9.
270 LA M ETAFÍSICA DE NEWTON
guir los absolutos y los relativos, los verdaderos y los apa­
rentes, los matemáticos y los comunes.” 63 Después de esta
polémica introductoria contra los relativistas de su época,
Newton pasa a definir estas distinciones:
“I. El tiempo absoluto, verdadero y matemático fluye por sí mismo,
por su propia naturaleza, siempre igual, y sin relación a algo exterior
que so llama con otro nombre duracién. IgLJiemBpj-elatiyo, aparente
y común es una medida sensible y externa de la duración (exacta o
inexacta) que se hace por medio del movimiento, y qué se usa de
ordinario en lugar
ligar del tiempo verdadero: como una hora, un día, un
mes, un ano,
TL El e¡ sacio absoluto, sin relación a algo exterior, permanece
por su propíanátúraleza siempre igual e inmévü. til espacio relativo es
una djmM^jpn móvil o mediaa de los espacios absolutos' que nuestros
sentidos determinan por su posición respecto ele los cuerpos, y que vul­
garmente se toma por espacio inmóvil. Asi la dimensión de un espacio
subterráneo, aéreo o celeste está determinada por su posición respecto
de la tierra. El espacio absoluto y el relativo son iguales en valor y mag­
nitud, pero siempre son numéricamente iguales. Pues si la tierra se
mueve, por ejemplo, un espacio de nuestro aire, que en relación a la
tierra es siempre el mismo, llegará un momento en que sea una parte
del espacio absoluto por el cual pasa el aire; en otro momento será
otra parte del mismo y asi, entendido absolutamente, cambiará cons­
tantemente.
"111. El lugar es la parte del espacio que ocupa un cuerpo, y es en
lA ciónalcspnclo. absoluto o relativo.
"IV. E lm w im icn to jib so lu to M jatraslag ió n jk u n cu M p o d em
lugar absoluto á otro; v movimiento relativo la trasladóñ**3euñ"lugar
retativq a otro. Asi en un barco a la vela, el lugar relativo ¿e un cuerpo
es la partí:e del barco que el cuerpo ocupa, o la parte de su cavidad
quei el cu<icrpo ocupa, por lo cual se mueve junto con el barco. Reposo
relativo es la persistencia del cuerpo en la misma parte o cavidad del
barco. Pero el reposo real, absoluto, es la persistencia del cuerpo en
la misma parte de ese espacio inmóvil en el cual se mueve el barco
mismo, su cavidad y todo lo que contiene. Por esto, si la Tierra está
realmente en reposo, el cuerpo que está con reposo relativo en el
barco se moverá real y absolutamente con la misma velocidad que
el barco tiene en la Tierra. Pero si la Tierra también se mueve, el mo­
vimiento verdadero y absoluto del cuerpo provendrá en parte del movi­
miento verdadero de la T iara en el espacio inmóvil, en parte del mo-
63 Principies, I, 6 y sig.
ESPACIO, TIEM PO Y MASA 2 71
vimicnto relativo del barco sobre la Tierra. Y si el cuerpo se mueve
también en el barco con movimiento relativo, su verdadero movimien­
to provendré, en parte, del movimiento verdadero de la Tierra en el
espacio inmóvil, y, en parte, de los movimientos relativos tanto del
barco en la Tierra como del cuerpo en el barco; y de estos movi­
mientos relativos provendrá el movimiento relativo del cuerpo en la
Tierra. . .
'*En_agtionomia_ej tiempo absoluto se distingue del relativo por la
ecuación o rectificación del tiempo vulgar, rúes los dias naturales
son en verdaa desiguales, aunque de ordinario se los considera igua­
les y se los emplea para medir el tiempo; los astrónomos corrigen esta
desigualdad deduciéndolos con exactitud de los movimientos celestes.
Puede que no haya un movimiento igual con el cual se mida exacta­
mente el tiempo. Todpslos movmiigntos pieden ser acelerados o retar­
dados, pero el desancUcTvercfactero o igual del tiempo absoluto no
depenae qe ningún cambio. La duración o persistencia de la existen­
cia de las cosas sigue siendo igual, sean rápidos o lentos los movi­
mientos, o no haya movimiento. Y por tanto hay que distinguirlos de
los que son sólo sus cualidades sensibles; y en base a las cuales las
deducimos por medio de la ecuación astronómica. La necesidad de
dicha ecuación para determinar los tiempos de un fenómeno se revela
tanto por los experimentos con el reloj de péndulo como por los
eclipses de los satélites de Júpiter.
"Asi como el orden de las partes del tiempo es inmutable, también
lo es el orden de las partes del espacio, üi suponemos que hay partes
que se salen de su lugar, se saldrán (si se me permite la expresión)
de sí mismas. Pues los tiempos y los espacio son, por asi decirlo, tanto
los lugares de si mismos como de las otras cosas. Todas las cosas
están colocadas en eLtiempa-Según el orden de la sucesión; y en el
ésgacio^segúnjeljirden de la posición. !>on por su esencia o naturaleza
tugares, y 'es absurdo que puedan moverse los lugares nrimnrins de
las cosas. Estos son, por ende^ los espacios absolutos y las tr¡^]pr»Vm«»
a partir de estos lugares, los únicos movimientos absolutos. Pero como
por los sentidas no podemos ver ni distinguir una de otra las partes
del espacio, usamos en su lugar sus medidas sensibles. Pues definimos
todos los lugares por las posiciones y distancias de las cosas con res­
pecto a un cuerpo cualquiera considerado inmóvil; y luego con rela­
ción a tales lugares calculamos todos los movimientos, considerando
que los cuerpos se trasladan de algunos de estos lugares a otros. Y asi
en lugar d e lu p ires y movimientos absolutos utilizamos lugares y mo­
vimientos relativos ycstosin m npin inconveniente para_nusslias_tareas
corrientes. Pero en las dis<|uisicionesTlIra6ycas tcnem osjiueabstraer
de nuestros sentidos y considerar las cosas mismas, distiútasHcigTo que
272 LA m e t a f ís ic a d e n e w t o n
son sólo sus medjdag_sci]gil)lgs. Pues puede que no haya ningún cuer-
po realmente en reposo al cual puedan referirse los lugares y movi­
mientos de los otros."
Antes (le proseguir con el argumento de Newton haremos
un breve análisis de la posición formulada hasta ahora. El
espacio y el tiempo se consideran de ordinario completamen­
te relativos, esto es como distancias entre los objetos o hechos
sensibles. En realidad, a taire espacios y tiempos relativos se
añade ef espacio y el tiempo absolutos, verdaderos y mate­
máticos. Estas son entidades infamias, homogéneas y conti­
nuas^ completamente independientes de cualquier objeto o
movimiento sensible, por medio ele los cuales tratamos de
medidos. El tiempo fluye de manera igual de eternidad a
eternidad, el espacio existe de una vez en la inmovilidad in­
finita. El movimiento absoluto es la traslación de un cuerpo
de una parte ¿el espacio absoluto a otra; el movimiento re­
lativo, el cambio de su distancia con respecto a cualquier
otro cuerpo sensible; reposo absoluto in persistencia de un
cuerpo en la misma parte del espacio absoluto; reposo rela­
tivo, la persistencia en la misma distancia Ton relación a
cualquier otro cuerpo. Él movimiento absoluto se calcula, en
un cuerpo cualquiera, añadiendo matemáticamente sus mo­
vimientos relativos en la Tierra al movimiento de la Tie­
rra en el espacio absoluto. Así, en el caso de un cuerpo que
se mueve en un barco, su movimiento absoluto será deter­
minado por una combinación matemática de su movimiento
en el barco, y el del barco con respecto a la Tierra, y el de
la Tierra, en el espacio absoluto. Podemos determinar apro­
ximadamente el tiempo absoluto igualando o corrigiendo
nuestro tiempo vulgar por medio de un estudio más exacto
de los movimientos celestes. Puede ocurrir, sin embargo, que
no hallemos en ninguna parte un movimiento auténticamente
igual por medio del cual pueda medirse exactamente el tiem­
po. Todos los movimientos, incluso los que a la mejor obser­
vación parecen muy uniformes, son en realidad algo acele­
ESPACIO, TIEM PO Y MASA 273
rados o retardados, al paso que el progreso verdadero o igual
del tiempo absoluto no está sujeto a ningún cambio. De igual
modo, el espacio es por su esencia o naturaleza inmóvil, esto
es, el orden de sus partes es invariable. Si caminaran se mo­
verían fuera de sí mismas. Es absurdo pues, considerar como
móviles los lugares primarios de las cosas o las partes del
espacio absoluto. Pero las partes del espacio absoluto no
son visibles ni se las puede distinguir con los sentidos. De
aquí que para medir o definir'las distancias tengamos que
considerar inmóvil algún cuerpo, y luego estimar los movi­
mientos y medir las distancias de los otros cuerpos en rela­
ción con él. Asi en lugar del espacio y del movimiento abso­
luto usamos el espacio y el movimiento relativo, que es
bastante adecuado para la práctica, pero considerando el
asunto desde un punto de vista filosófico, bay que convenir
que no puede haber en el espacio absoluto un cuerpo que esté
realmente en reposo, pues es posible que esté en movimiento
el punto de referencia que hemos adoptado. De aquí que con
la observación y el experimento no hagamos sino aproximar­
nos a estas dos entidades absolutas, verdaderas y matemati-
cas^sonerL esencia inaccesibles para nosotros, ’fcis posible
que en las remotas regiones dé las estrellas fijas o acaso
más allá de ellas, haya algún cuerpo que esté en reposo ab­
soluto. Pero como es imposible conocer, por la posición que
entre sí tienen los cuerpos en nuestras regiones, si éstos con­
servan la misma posición respecto de ese cuerpo remoto, se
sigue que el reposo absoluto no puede determinarse por la
posición de iosJcuerpos en nuestras regiones." 64
Una cuestión se nos impone en este punto: ¿cómo sabe­
mos entonces que hay cosas tales como espacio, tiempo y mo­
vimiento absolutos? Si se ha admitido que son inaccesibles
para la observación y el experimento, y que todas nuestras
medidas y fórmulas son completamente relativas a los cuer­
pos sensibles, ¿qué lugar ocupan en la mecánica, qué uso tie-
64 Principies, I, 9.
274 LA METAFÍSICA DE NEWTON
nen, y cómo Ncwton, el experimentador y enemigo de las
hipótesis, se atreve a introducirlos junto con sus definiciones
de la masa y de la fuerza y sus axiomas del movimiento? Hay
más, ¿cómo puede decir que este hipotético cuerpo celeste
está realmente en reposo en el espacio absoluto, aunque ca­
yera bajo nuestra observación, puesto que el espacio es por
su propia naturaleza infinito y homogéneo y sus partes no
se distinguen unas de otras?
En realidad, la respuesta de Newton es que podemos co­
nocer el movimiento absoluto por alguna de sus propiedades,
y que el movimiento absoluto Implica el espacio v el tiempo
absolutos.
“Pero podemos distinguir uno de otro el reposo y el movimiento,
absoluto y relativo, por sus propiedades, causas y efectos. Es una pro­
piedad del reposo que los cuerpos realmente en reposo [esto es en el
e^áició,,á lS S lu S !r^ ^ ^ ^ ^ 2 ^ ^ ^ m o ^ r^ E ^ ^ a lo b tp .
"Es una propiedad del movimiento que las partes que conservan las
posiciones que se han dado a sus todos, participan de los movimientos
de esos todos. Pues todas las partes de los cuerpos que giran tratan
de apartarse del eje del movimiento; y el impulso de los cuerpos que
se mueven adelante proviene de los impulsos unidos de todas las
partes. Sin embargo, si se mueven los cuerpos circundantes, los que
están dentro de él en reposo relativo, participarán de su movimiento.
Según esta explicadún, el movimiento verdadero y absoluto de un
cuerpo no puede determinarse por su traslación con relación a los
que sólo están aparentemente en reposo; pues los cuerpos exteriores
no sólo deben estar en reposo aparente, sino estar realmente en
reposo...
"Una propiedad muy semejante a la anterior es que si un_ lugfli_ae
mueve, lo que hay en su Interior se mueve con eL Por eso los movi­
mientos completos y absolutos no pueden determinarse más que por
los lugares Inmóviles. Por esta razón lie relerido primero estos movi­
mientos absolutos a los lugares inmóviles, y los movimientos relativos
a los lugares móviles. Ahora bien, no hay otros lugares inmóviles más
que aquellos que, de infinito a infinito, conservan las mismas posi­
ciones uno respecto de otro; y según esta explicación deben perma­
necer siempre inmóviles y constituyen asi lo que llamo espacio in­
móvil." 0»
06 Principies, I, 9 y sig.
ESPACIO, TIEM PO Y MASA 275
Esta sección comienza muy prometedora, pero hasta aqui
apenas si se han resuelto las dificultades. Tenemos gun dis­
tinguir por sus propiedades, causas y efectos, el movimien­
to y el reposo relativos v absolutos. Una propiedad cid movi-
miento es que las partes, que conservan las posiciones dadas
de un sistema, participen de cualquier movimiento o reposo
que es verdadero dei sistema: por eso el movimiento absoluto
ae uña parte o del resto del sistema no puede determinarse
por jas relaciones que guardan entre sí, sino únicamente por
su referencia a un espacio inmóvil. Pero el espacio inmóvil
es completamente inaccesible para la observación o el expe­
rimento. Nuestro problema subsiste: ¿cómo podemos decir
si un cuerpo dado está en reposo o se mueve en él? Sin em­
bargo, Newton encara seguidamente el examen de las causas
y los efectos del movimiento. Acaso hallemos aquí un indi­
cio más seguro.
“Las causas, con las cuales distinguimos los movimientos vcnlnA»!»»
de los relativos, son las fuerzas que se imprimen a los cuerpos para
Ielgenerar el movimiento. El verdadero movimiento no es generado ni al­
orado sino por alguna fuerza que se imprime al cuerpo que se mueve;
molimiento relativo puede ser engendrado o alterado sin ninguna
fuerza que se imprima al cuerpo. Pues es suficiente para imprimir
alguna fuerza en otros cuerpos, con la cual el primero se compara,
que al ceder aquéllos, cambie esa relación en que consiste el reposo
o movimiento relativo de ese otro cuerpo. Por otra parte, el movimien­
to verdadero experimenta siempre algún cambio por la fuerza impresa
al cuerpo que se muovc. Pero estas fuerzas no imprimen necesaria­
mente un cambio en el movimiento relativo. Pues si los mismas fuer­
zas se imprimen asimismo en los otros cuerpos, con los cuales se hace
la comparación, a fin de que se conserve la posición relativa, se con­
servará entonces la condición en que consiste el movimiento relativo.
Y, no obstante, puede cambiar cualquier movimiento relativo mientras
el verdadero movimiento permanece inalterado, y puede conservarse el
relativo mientras el verdadero experimenta algún cambio. Según estas
explicaciones, el movimiento verdadero no consiste de ningún modo en
dichas relaciones.
"Los efectos que distinguen el movimiento absoluto relativo son
las tuerzas -Que apartan del eie qel movimiento circular. Pues no hay
tales fuerzas en un movimiento circular puramente relativo, pero en un
276 LA METAFÍSICA DE NEWTON
movimiento circular verdadero y absoluto, son mayores o menores,
según la cantidad de movimientos. Si una vasija que pende de una
cuerda largu gira con tanta frecuencia que la cuerda se retuerce mu­
cho, y se la llena luego con agua, manteniéndola en reposo, y después
por la acción súbita de otra fuerza da vueltas en sentido contrario, la
cuerda se destuerce y la vasija sigue por algún tiempo moviéndose con
este movimiento; la superficie del agua será al principio llana, como
antes que la vasija empezara a moverse, pero ésta, comunicando gra­
dualmente su movimiento al agua, hará que empiece a girar sensible­
mente y se aparte poco a poco del medio y suba por las paredes de la
vasija formando una figura cóncava —como lo he comprobado—; cuan­
to más rápido sea el movimiento tanto más alto subirá el agua, hasta
que al final, dando vueltas al mismo tiempo que la vasija adquirirá
en ella un reposo relativo. El ascenso del agua muestra su tendencia
a apartarse del eje de su movimiento; y el verdadero y absoluto mo­
vimiento circular del agua, que es aquí contrario al relativo, se mues­
tra y puede medirse por esa tendencia. Al principio, cuando era mayor
el movimiento relativo del agua en la vasija, no mostraba tendencia
alguna a apartarse del eje; no tendía a adquirir la forma de la circun­
ferencia ni a elevarse por las paredes de la vasija, sino que conserva­
ba plana su superficie, y por eso no habia comenzado aún su verda­
dero movimiento circular. Pero después que el movimiento relativo
del agua hubo decrecido, su ascenso por las paredes de la vasija mos­
traba su tendencia a separarse del eje; y esta tendencia mostró que el
movimiento real y circular del agua aumentaba constantemente, hasta
adquirir el máximo cuando el agua llegaba al reposo relativo en la
vasija...
"Es, en efecto, muy difícil descubrir y distinguir, de hecho, de los
aparentes los movimientos verdaderos de los cuerpos particulares, pues
las partes de ese espacio inmóvil en las cuales se realizan los movi­
mientos no caen de ningún modo bajo la observación de nuestros
sentidos. Pero la cosa no es del todo desesperada, pues hay argumen­
tos que nos orientan, en parte por los movimientos aparentes, que cons­
tituyen las diferencias de los verdaderos movimientos; y en parte por
las fuerzas, que son las causas y los efectos de los verdaderos movi­
mientos. Por ejemplo, si dos globos que se mantienen a cierta dis­
tancia por medio ae una cuerda que los une giraran alrededor de su
centro común de gravedad, podríamos descubrir, por la tensión de la
cuerda, el esfuerzo de los globos para desviarse del eje de su movi­
miento y calcular de allí la cantidad de sus movimientos circulares...
Y así podríamos encontrar la cantidad y la determinación de este mo­
vimiento circular, incluso en un vacío inmenso donde no hubiese nada
exterior o sensible con que los globos pudiesen compararse. Pero si en
ESPACIO, TIEMPO Y MASA 277
ese espacio se colocaran extraños cuerpos que guardaran siempre entre
sí una posición dada, tal como las estrellas fijas en nuestras regiones,
no podríamos determinar por la traslación relativa de los globos entre
estos cuerpos, si el movimiento pertenece a los globos o a los cuerpos.
Pero si observamos la cuerda y encontramos que su tensión es la ten­
sión que necesitan los movimientos de los globos, podemos concluir
que el movimiento pertenece a los globos, y que los cuerpos están en
reposo. Finalmente, por la traslación de los globos entre los cuerpos
encontraremos la determinación de sus movimientos.” 68
Una vez más, sometamos el razonamiento a un cuidadoso
análisis. El mismo Newton. al sintetizar esta cuestión, dice
que hay* dos moáos de demostrar y medir los movimientos
absolutos (y por tanto el espado y el tiempo absolutos): en
S>arte, por los movimientos aparentes, que constituyen las di-
erencias de los verdaderos movimientos; y en parte, por las
fuerzas, que son las causas y los efectos de los verdaderos
movimientos. Examinaremos primero la segunda vía.
El movimiento relativo se produce, en el caso de un cuer­
po cualquiera, sin que se le aplique fuerza alguna, pues los
otros cuerpos con los cuales se compara tienen el impulso a
cambiar sus relaciones con él. El movimiento verdadero no
puede producirse sin la aplicación de la fuerza, y viceversa,
dondequiera se aplique la fuerza, debe producirse el movi­
miento absoluto. De aquí concluimos que dondequiera la
fuerza es operativa, existe allí el movimiento absoluto.
A la luz de los progresos científicos cumplidos desde New­
ton, es difícil advertir alguna fuerza en esta parte del argu­
mento. Pues sólo por los cambios del movimiento podemos
descubrir la presencia de la fuerza. En efecto, para la mayor
parte de los científicos modernos la fuerza no tiene sentido
más allá de la causa desconocida de las aceleraciones-masas.
En consecuencia, al paso que las aceleraciones suponen siem­
pre fuerzas, no es lícito proceder en la dirección contraria
y afirmar que la operación de la fuerza significa siempre mo­
vimiento absoluto. Podemos inferir del efecto la causa, pero
68 Principies, I, 10 y sig.
278 l a m e t a f ís ic a d e n e w t o n
no de la cansa ni efecto- ln causa es totalmente desconocida
e'iiipotéticn liasta que aparece el efecto. Es notable cómo
Ja ciencia moderna fia logrado gradualmente liberar su con­
cepción del poder o de la fuerza de ropajes animistas. En
verdad puede decirse que esta purificación comenzó deci­
didamente cuando se descubrió que nuestro sentimiento in­
mediato del esfuerzo (que constituye, sin duda, la base del
animismo que primitivamente se hallaba en la noción cien­
tífica de fuerza), debido a alguna causa patológica, puede
presentarse sin la realización de adecuados movimientos mus­
culares. Cuando un hecho semejante afecta a alguien, está
preparado para ver en la fuerza nada más que un nombre
para la causa desconocida de los cambios del movimiento.
Pero por supuesto, Newton vivió antes que esta purificación
fuera muy lejos. Como compartía la tosca psicología de su
época, creyó posible conocer la existencia de la fuerza aparte
de los movimientos efectuados y con anterioridad a ellos.
De aquí que dondequiera que haya una fuerza que actúa
debe haber aceleración de la masa afectada, esto es movi­
miento absoluto. Pero para nosotros este argumento es ile­
gítimo y la dificultad subsiste.
Pero Newton nisa terreno firme cuando pasa de la fuerza
como causa del movimiento a la fuerza como su efecto. Los
ejemplos de la vasija de agua y de los dos globos demuestran
realmente algo importante. Expresemos la situación en len­
guaje corriente: la vasija que gira comunica su movimiento
al agua en ella contenida, cuyo movimiento viene a ser una
fuerza centrífuga, que puede medirse por el grado de con­
cavidad que asume el agua, o en el caso de los globos por
la tensión de la cuerda. Tenemos aquí ciertos movimientos
que son la causa de ciertas fuerzas, las cuales se expresan en
fenómenos adicionales susceptibles de medirse. Estos fenó­
menos no se presentan cuando son relativos los movimientos
precedentes (esto es, cuando el agua estaba en reposo en la
vasija que giraba, cada uno se movía más rápidamente reía-
ESPACIO, TIEM PO T MASA 279
tivamente al otro); en consecuencia cuando se presentan nos
encontramos no con movimientos relativos sino con movi­
mientos que pueden apropiadamente llamarse absolutos. La
razón es sencilla. Consideremos otra vez el agua que da
vueltas rápidamente con referencia a la Tierra y a las estre­
llas fijas que la rodean, y las fuerzas centrífugas que se re­
velan en el grado de concavidad de su superficie. ¿Podemos,
si queremos, considerar que el agua está en reposo y atribuir
el movimiento a las estrellas fijas? Detengamos súbitamente
la vasija haciéndola girar en dirección contraria. Pronto el
agua se retardará con relación a las estrellas fijas, adquirirá
una superficie plana y luego se moverá gradualmente en la
actual dirección de la vasija y se mostrará en concavidad una
vez más. ¿Qué sería de nuestras leyes del movimiento y de
nuestros conceptos de fuerza, masa y causalidad si creyéra­
mos que con un simple movimiento de la mano podríamos
detener una revolución angular rápida del universo entero,
con excepción de un recipiente de agua, y lanzarla a una re­
volución igualmente rápida en la dirección opuesta? Es evi­
dente que no podríamos lograr de esta manera una explica­
ción coherente de los fenómenos físicos más importantes y
nuestras generalizaciones más fundamentales y seguras se
habrían frustado. En otras palabras, no yodemos sino supo­
ner que las estrellas fijas están en reposo y atribuir al
agua el movimiento. La libertad ele elegir que el relati-
vista supone resulta ser completamente ilusoria; en interés
del pensamiento claro acerca de los hechos más evidentes del
mundo físico tenemos que hacer simplemente lo que hace­
mos. Cada vez que, en cualquier cambio de las relaciones es­
paciales*, en uno ae los cuerpos y no en otro se engendran
tuerzas que se miden por otros fenómenos, atribuimos el
movimiento al primero; en el lenguaje de la mecánica tra­
dicional decimos que su movimiento es absoluto, y el "mo­
vimiento del otro relativo. Si no fuera asi nuestro mundo
parecería un caos en lugar de un sistema ordenado. Somos
280 LA m e t a f ís ic a d e n e w t o n
libres de elegir sólo cuando consideramos un movimiento
dado enteramente por sí mismo. En efecto, que en algún sen­
tido fundamental los fenómenos de revolución alrededor de
un eje son independientes de la Tierra y de las estrellas fijas,
surge con evidencia del hecho que señala Newton, que si no
hubiera otro cuerpo en el universo la distinción entre la su­
perficie plana y la cóncava del agua sería igualmente real
y determinada, aunque en ese caso los términos "reposo*’ y
“movimiento” carecerían de sentido.
Además, Newton sostiene, aunque este pensamiento no
está totalmente desarrollado como el otro, que donde hay mo­
vimientos relativos o aparentes debe haber por lo menos tanfo
movimiento absoluto como la diferencia de los movimientos
relativos. Así, en el caso de la vasija, del agua y del uni-
verso circundante, cuando, como en la primera parte del ex­
perimento, los dos últimos están en reposo uno con respecto
al otro, debe haber un movimiento absoluto circular de una
cierta velocidad angular, sea que esté en movimiento la va­
sija o el agua y el medio circundante. Lo mismo ocurre en
caso de dos masas iguales que cambian relativamente entre
sí de posición a cierta velocidad. Cualquiera que sea el
punto de referencia que tomemos, a esa velocidad se halla
un movimiento y si ambos se alejan al mismo tiempo de un
tercer cuerpo, aumenta la cantidad del movimiento abso­
luto. Esto se aplica a un sistema cualquiera de cuerpos; es
imposible tomar un punto de referencia sin descubrir por lo
menos tanto movimiento en el sistema como cantidades en
las diferencias de sus movimientos relativos. En consecuen­
cia debe haber por lo menos tanto movimiento absoluto. Re­
paremos que en estas afirmaciones de Newton la doctrina
del movimiento absoluto no se opone a ja concepción del
movimiento relativo: afirma simplemente que los cuerpos
cambian sus relaciones espaciales de taJestf cuales modos
exactos. y <¡u** nuestro sistema de referencia no es arbitrario.
ESPACIO, TIEMPO T MASA 281

C. CRITICA A LA FILOSOFIA DE NEWTON DEL


ESPACIO Y DEL TIEMPO
Ahora bien, la existencia del movimiento absoluto en este
sentido, esto es el hecho de que ios cuerpos cambien sus
relaciones de distancia en cualquier dirección y con cual­
quier velocidad, implica que liay un espacio infinito en el
cual pueden moverse; y la mensurabilidad exacta de ese mo­
vimiento implica que este espacio es un sistema geométrico
perfecto y un tiempo matemático puro; en otras palabras, el
movimiento absoluto supone la duración absoluta ti el espa­
cio absoluto. Hasta aoui el método matemático de Newton
tal como se aplica en los Principios adopta y perfecciona las
nociones del espacio y del tiempo que habían empezado a
ser sometidas a tratamientos filosóficos, y con consideraciones
semejantes, en la obra de More y Barrow. Si el espacio y el
tiempo absolutos, como Newton los proclamó, significaran
simplemente esto, las concepciones serían lógicamente inata­
cables y merecerían que se las incluyera entre las definiciones
y axiomas que procuran el fundamento a su mecánica, a
pesar de que son inaccesibles experimentalmente. Los pre­
supone el movimiento que se puede descubrir y medir expe­
rimentalmente. En esa medida justifica Newton sus concep­
tos, y el hecho tan a menudo observado por él mismo de que
el espacio y el tiempo “no caen bajo la observación de nues­
tros sentidos” no lo aflige como empirista inteligente que es.
Pero sólo hasta aquí podemos seguir a Newton, no más allá.
Pues el espacio y el tiempo absolutos así entendidos niegan
por su propia naturaleza la posibilidad de que los cuerpos
sensibléS se muevan con referencia a ellos: tales cuerpos sólo
pueden moverse en ellos, con referencia a otros cuernos. ¿Por
qué es así esto? Simplemente porque son entidades infinitas
y homogéneas; una parte de ellas no se distingue de cual­
quier otra parte igual; cualquier posición en ellas es idénti­
282 LA METAFÍSICA DE NEWTON
ca a otra posición cualquiera; pues dondequiera esté esa par­
te o posición, está rodeada por una extensión infinita de un
espacio semejante en todas direcciones. Tomando un cuerpo
o sistema de cuerpos en si mismo es imposible, por tanto,
decir inteligiblemente que está en movimiento o en reposo
en el espacio absoluto o en el tiempo absoluto; tal afirma­
ción sólo cobra sentido cuando se añade esta frase: con refe­
rencia a tal o cual otro cuerpo. Las cosas se mueven en el es­
pacio y el tiempo absolutos pero con referencÍQ_a_Qtvas cosas,
üehnida o tácitamente debe estar siempre implícito un cen-
tro sensible de referencia.
Es claro que Newton no advirtió esta implicación del sen­
tido del espacio y del tiempo ni observó la distinción. Habla
de la posibilidad de combinar el movimiento de un objeto
en un barco y el del barco en la Tierra con el movimiento de
la Tierra en el espacio absoluto; además en muchos pasajes,
tanto en los Principios como en el tratado más breve, Sistema
del Mundo, analiza la cuestión de si el centro de gravedad
del sistema solar está en reposo o se mueve con movimiento
uniformo en el espacio absoluto.57 Puesto que en su época
no había modo de lograr entre las estrellas fijas un punto
de referencia definido, dicha cuestión es patentemente ininte­
ligible; la naturaleza misma del espacio absoluto niega la po­
sibilidad de que se le atribuya un significado. ¿Cómo pudo
Newton caer en el error e incluir dichas afirmaciones en el
cuerpo principal de su obra clásica?
La respuesta a esta cuestión hay que buscarla en la teolo­
gía de Newton. Para él, como nara More v Barrow. el espa­
cio y el tiempo no eran simplemente entidades que implica­
ba el método matemático-e*27
trata; tenian en su esenci
que para él era muy impori
67 Principies, I, 27 y sigs.j II, 182; System of the World (Vol. III),
27. Compárese este examen de la doctrina de Newton del espacio y del
tiempo con los de Mach, Science of Mechantes; Broad, Scientific
Thought, y Cassirer, Substanz-und Funktionsbegriff.
ESPACIO, TIEM PO Y MASA 283
cia y la existencia continua de lo eterno a lo eterno de Dios
Toclopotleroso. Las funciones exactas de Dios en la metafísi­
ca de Newton las trataremos en un capitulo posterior; aquí
sólo señalaremos cómo el concepto de la Deidad procura la
clave de esta contradicción que hallamos en Newton.
Algunas gentes piadosas se inquietaron mucho por el
hecho de que en la primera edición de los Principia, y de
acuerdo con el positivismo de Newton y su prudencia en
desterrar del cuerpo principal de sus obras científicas las hi­
pótesis y las explicaciones últimas, se describieran el espa­
cio y el tiempo infinitos y absolutos como entidades vastas
e independientes en las cuales las masas se movían mecáni­
camente. El mundo exterior al hombre no aparecía sino como
una enorme máquina; Dios estaba eliminado de la existen­
cia, y sólo estos seres matemáticos infinitos podían ocupar
su lugar. Los temores religiosos que se despertaron están
expresados en una obra como la de Berkeley: Principios del
reconocimiento humano (1710), donde se ataca el espacio
absoluto como concepción atea. Que esta no era la inten­
ción de Newton se desprende con evidencia de sus primeras
cartas, en especial las dirigidas al doctor Bcntley 68 en 1692.
Hemos señalado ya su íntimo conocimiento de las concep­
ciones de Barrow y su simpatía para con ellas, y es lógico
suponer que se mantuvo en contacto con la filosofía de su
colega More desde los años de su niñez en que vivió en la
escuela de Grantham, bajo el mismo techo con uno de los
más vivos admiradores de los grandes platónicos.8®Pues las
semejanzas entre ambos son demasiado notables para que
sean accidentales.
Por eso en la segunda edición de los Principios aparecida
en 1713, Newton agregó su famoso Escolio general, donde se
expresa sin reserva alguna.
08 Sección 6, págs. 285 y sig.
6® Collections for the History of the Toum and Soke of Grantham,
London, 1806, pág. 176.
284 LA METAFÍSICA DE NEW TON
“De su verdadero dominio se sigue que el verdadero Dios es Ser
viviente, inteligente y poderoso; y de sus otras perfecciones, que es
supremo o pcrfcctisimo. Es eterno e infinito, omnipotente y omnis­
ciente; esto es, su duración va de la eternidad a la eternidad; su
presencia de lo infinito a lo infinito; dirige todas las cosas y conoce las
cosas que son o pueden hacerse. No es la eternidad o lo infinito, sino
que es eterno e infinito; no es duración o espacio, sino que dura y
está presente. Dura por siempre v est¿_presente en todas partes^ y al
exislit^tiempre y m todas partes, constituue ia duración y el espacio. ..
Es omnipresente, no sólo virtualmenteTsmoTkmbi¿n suslanctalmente.
pues _ja vllTUd^irTñíS8eTHB8BHr*sin la sustancia. E«P3Tro5aslas
cosas están contenidas y se mueven; pero ninguna afecta a la otra:
Dios no padece nada por el movimiento de los cuerpos; los cuerpos no
encuentran resistencia con la omnipresencia de Dios. Todos admiten
que el Supremo Dios existe necesariamente, y por la misma necesidad
existe siempre y en todas partes. De donde El es todo semejante, todo
ojo, todo oido, todo cerebro, todo brazo, todo poder para percibir, para
entender, para actuar, pero de un modo no humano, de un modo no
corpóreo, sino de un modo totalmente desconocido para nosotros."00
En otra parte Newton dice de Dios que “contiene en_sí
mismo todas las cosas como su principio y lugar" entre
sus manuscritos leemos en un credo que "el íJadre es inmó­
vil, pues ningún lugar puede tornarse más vacio o lleno de
Él que lo que es por la necesidad eterna de la naturaleza.
Todos los otros seres se mueven de un lugar a otro”.02
A la luz de estas declaraciones resulta muy evidente que
cuando Newton hablaba de los cuerpos o del centro de gra­
vedad del sistema solar que se mueve en el espacio absoluto,
su mente no se limitaba a los fundamentos matemáticos y me­
cánicos manifiestos superficialmente —quería decir también
que se movían en Dios— en la presencia eterna y omnisciente
del Creador de todas las cosas. Relacionemos esta idea con
el problema tal como finalmente lo enunciamos; esto es, el he­
cho de que Newton no percibiese que el espacio y el tiempo,
según se describen en el cuerpo principal de los Principios,
00 Principies, II, 311 y sig. Las bastardillas son nuestras.
01 Brewster, Memoirs, II, 154.
62 Brewster, II, 349.
ESPACIO, TIEM PO Y MASA 285
niegan que se pueda decir de una manera inteligible que las
cosas se mueven con referencia a ellos, sino sólo en ellos con
referencia a las otras cosas. Recordemos los argumentos de
More sobre el espacio, y el curioso pasaje de Boyle en el cual
dice de Dios que con su voluntad impulsa al mundo entero en
alguna dirección, resultando de ello el movimiento, pero sin
que se produzca cambio (le lugar. Newton, por supuesto,
concibe a Dios principalmente como More, al combinar los
atributos que hacian referencia al orden matemático y a la
armonía del mundo con los atributos tradicionales de su
dominio absoluto y el gobierno voluntario de las cosas. Todo
esto enriquece nuestra perspectiva para situar a los dos enun­
ciados aun más determinados que aparecen en las Cuestiones
de la óptica de Newton, donde el espacio se considera el
sensorio divino; en él el intelecto y la voluntad de Dios con­
ciben y guían los hechos del mundo físico. Para Newton el es­
pacio absoluto no es sflo la omnipresencia dé Dios; también
es el escenario infinito del conocimiento v el gobierno divino.
“Siendo así que la tarea principal de la filosofía natural esJyeeL
inferenciasapagor de US féHOtnenois sin Inventar hipótesis, y deducir
]¿s cansas a partir de los efectos, hasta llegarala verdadera causa pri­
mera, que no es ciertamente mecánica; y no sólo revelar el mecanismo
del mundo, sino principalmente resolver estas y parecidas cuestiones...
¿No es el sensorio de los animales el lugar en que está presente la
sustancia sensitiva y al cual los nervios y el cerebro transportan las
especies sensibles de las cosas, para que se las perciba por su inme­
diata presencia a esa sustancia? Y si es as!, ¿no muestran los fenóme­
nos que hay un ser incorpóreo, viviente, inteligente, omnipresente, que
en el espacio infinito, en su sensorio por asi decirlo, ve las cosas inti­
mamente en si mismas, y las percibe por completo, y las concibe total­
mente porque le son inmediatamente presentes? De estas cosas sólo las
imágenes (esto es, en la retina) que son transportadas a través de los
órganos de los sentidos a nuestros pequeños sensorios, son vistas y con­
templadas allí por aquello que en nosotros percibe y piensa. Y aun­
que cada paso verdadero de esta filosofía no nos conduce_faüfl£dia-
t amen te al conocimiento Je la primera causa, nos aproxima^—Sin
embargo, a ella, v a causa de eso debe ser altamente estimada" 63
63 Opticks, págs. 344 y sig. Las bastardillas son nuestras.
286 LA M ETAFÍSICA DE NEWTON
En el segundo pasaje Newton insiste específicamente en
el activo gobierno divino del mundo que se suma al goce del
conocimiento perfecto. "Estando en todos lugares [Dios] es
más capaz de mover con su voluntad los cuerpos dentro de
su sensorio uniforme e infinito, y con ello formar y reformar
las partes del universo, que nosotros para mover con nuestra
voluntad las partes de nuestros propios cuerpos. Pero no tene­
mos que considerar el mundo como el cuerpo de Dios, o sus
diversas partes como las partes ctebios. Dios es un ser unifor­
me. desprovisto de órganos, de miembros o partes, v ellos
son sus criaturas subordinadas a él v sometidas a su volun-
táchv no es el alma de ellos así como tampoco el alma de
un hombre es el alma de las especies de las cosas, transporta­
das por los órganos de los sentidos al lugar de su sensación,
donde las percibe por medio de su presencia inmediata, sin
intervención de una tercera cosa. Los órganos de los senti­
dos no canacitan al alma para percibir las especies de las
cosas en su sensorio, sino sólo para transportarlas alll-y^
Dios no tiene necesidad de tales órganos porque en todas
martes est Trsmrwm as cosas mismas
¿No tenemos aquí la explicación misma de lo que investi­
gábamos? El espacio absoluto es el sensorio divino. Cuanto
ocurre en él debe ser percibido inmediatamente e intima­
mente comprendido, pues está presente al conocimiento
divino. Ciertamente, por lo menos Dios debe saber si un movi­
miento dado es absoluto o relativo. La conciencia divina su­
ministra el último centro de referencia del movimiento abso­
luto. Además, el animismo en la concepción de Newton de la
fuerza representa acaso un papel en las premisas de esta po­
sición. Dios es no sólo conocimiento infinito, sino también
Voluntad Omnipotente. Es el último productor del movi­
miento y puede en cualquier momento añadir movimiento a
los cuerpos que están dentro de su sensorio infinito. Asi
todo movimiento real o absoluto es en última instancia la
64 Opticks, págs. 377 y sig. Las bastardillas son nuestras.
ESPACIO, TIEM PO Y MASA 287
resultante de un gasto de la energía divina, y siempre que
la divina inteligencia es sabedora de este dispendio, debe
ser absoluto el movimiento que así se añade al sistema del
mundo. Es difícil, por supuesto, encontrar fuerza lógica en
este razonamiento. La referencia a la energía creadora de
Dios implica el mismo tránsito de la fuerza al movimiento,
que al comienzo del capítulo se reveló ilegítimo. Y hasta la
atribución del conocimiento perfecto a Dios es engañosa si
se incluye la exacta distinción entre el movimiento absolu­
to y el relativo. Pues acaso objetemos ¿cómo podría estable­
cer la diferencia entre ellos? En cuanto se supone que está
igualmente presente en todas partes, no hay ningún foco de
la atención divina en un punto dado al cual puedan refe­
rirse los movimientos. Como es presente a todo movimiento,
todo estaría en reposo; como no está limitado a ninguno, todo
movimiento sería absoluto. Pero, por supuesto, no se exami­
nan críticamente las explicaciones que se basan en la reve­
rencia piadosa. Para Newton la omnisciencia de Dios y su
trascendencia con respecto al conocimiento humano eran
postulados tradicionalmente aceptados, sin examen crítico.66
Si se concibe que el universo existe en el sensorio de Dios,
¿no resulta fácil suponer sin disquisiciones lógicas que es po­
sible hablar inteligiblemente de los cuerpos que se mueven
con referencia al espacio y al tiempo absolutos? En este punto
se insinuó en la ciencia matemática de Newton una idea im­
portante que fue, en última instancia, el producto de sus
convicciones teológicas.
Como quiera que sea, cuando en el siglo xvm la concep­
ción del mundo de Newton se desligó paulatinamente de
sus relaciones religiosas, desapareció la justificación última
del espacio y el tiempo absolutos, tal como los había descrito,
y estas entidades quedaron vacías, pero seguían siendo ab­
solutas de acuerdo con su descripción sólo parcialmente jus­
tificada; por lo demás se las despojó de excusas tanto lógicas
65 Principies, II, 312 y sig.
288 LA m e t a f ís ic a d e n e w t o n
como teológicas, pero sin disputa se suponía que eran un in­
finito teatro en el cual una entidad invariable —la máquina
del mundo— continuaba sus movimientos de reloj. Habiendo
vibrantes accidentes de Dios, llegaron a ser meras medidas
geométricas y fijas para los movimientos de las masas. Y
esta pérdida de su divinidad completó la desespiritualización
de la naturaleza. Con Dios difundido por todo espacio y
tiempo, aun quedaba algo espiritual en el mundo exterior
al hombre —las almas piadosas que de otro modo habrían
contemplado con alarma la forma final del dualismo carte­
siano y se avenían a la doctrina corriente de las cualidades
primarias y secundarias—; desterrado Dios de la existencia,
toda la espiritualidad que quedaba en el mundo estaba
encerrada en los sensorios de los dispersos seres humanos.
El vasto reino exterior era simplemente una máquina mate­
mática; era un sistema de masas que se mueven en el espa­
cio y en el tiempo absolutos. No era necesario postular algo
más. En función de estas tres entidades todos sus cambios
múltiples parecían susceptibles de una formulación exacta
y decisiva.
Por lo que hace al espacio, en el capítulo sobre Descartes
hemos hecho referencia a las dificultades metafísicas que
esta conclusión apareja. Tal como las presenta Newton, las
anomalías en la concepción del tiempo de la ciencia moder­
na están disimuladas por el uso ingenioso del lenguaje. New­
ton dice del tiempo absoluto que “fluye siempre igual con
relación a algo exterior”. Pero, ¿en qué sentido podemos’
decir' que el tiempo fluye? Más bien, las cosas fluyen en el
tiempo. ¿Por qué entonces apela a esta expresión para des­
cribir el tiempo? El hecho es que la idea de tiempo impues­
ta al mundo por la ciencia moderna es una mezcla de dos
concepciones peculiares. Por una parte, se concibe el tiempo
como un continuo matemático homogéneo, que se extiende
del pasado infinito al infinito futuro. Como es uno e integro,
toda su extensión está en cierto modo presente al mismo
ESPACIO, TIEM PO Y MASA 289
tiempo; está necesariamente limitado y sometido al conoci­
miento. Las leyes del movimiento, junto con la doctrina de
la constancia de la energía, viene a parar inevitablemente
en esta descripción de todo el alcance del tiempo como un
reino matemáticamente determinado en función de un ade­
cuado conocimiento actual. Pero si llevamos esta concepción
a sus últimas consecuencias, ¿no desaparece el tiempo como
algo esencialmente diferente del espacio? Una vez se des­
cubrió el año platónico, todo lo que puede ocurrir es un
hecho presente. Por consiguiente, hay otro elemento en la
concepción del tiempo que se aviene más naturalmente con
las predilecciones nominalistas de algunos de los últimos es­
tudiosos de la Edad media y la mayor parte de los primeros
científicos ingleses. El tiempo es la sucesión de partes dis­
cretas o momentos; no se presentan simultáneamente dos
partes discretas o momentos; no se presentan simultáneamen­
te dos partes; por eso nada existe o está presente salvo el
momento ahora. Pero el momento ahora está pasando cons­
tantemente al pasado, y un momento futuro se hace ahora.
De aquí que desde este punto de vista, el tiempo bulla hasta
que se contraiga en un límite matemático entre el pasado y el
futuro. Es evidente que se puede describir este límite como
si fluyera en el tiempo de un modo igual, pero apenas si
es el tiempo mismo. El movimiento es inexplicable con una
concepción semejante; cualquier movimiento empleará más
tiempo que el límite puro entre lo que ha pasado y lo que
va a venir. ¿Cómo reunir estos dos elementos en una sola
idea que se pueda utilizar matemáticamente y que encuen­
tre, además, alguna justificación en la experiencia real? New­
ton lo hace ingeniosamente aplicando £Ü tiempo, concebido
como un continuo infinito, el lenguaje que sólo se aplica
con propiedad a este límite móvil; de aquí la "corriente
igual” en cuya descripción apenas si hace algo más que se­
guir a su predecesor Barrow. La dificultad fundamental que
encontramos aquí, como lo señalamos en el capítulo sobre
290 LA m e t a f ís ic a d e n e w t o n
Galileo, es que la noción científica de tiempo perdido
contacto casi totalmente con la nnraeíAn que se experimen­
ta inmediatamente. Hasta que no se recobre su estrecha re-
lación, es probable que la ciencia no logre nunca una des­
cripción satisfactoria del tiempo. El empírico Newton podía
habernos procurado una descripción semejante si su educa­
ción matemática y los supuestos metafísicos no lo hubieran
llevado a contentarse con una fórmula ambigua. Los inten­
tos de los epistemólogos contemporáneos para resolver este
problema habrían sido más fructíferos si se hubiesen dedi­
cado a un estudio más completo de la historia de este con­
cepto.
S ección 5 . L a concepción new toniana del éter

La presencia de supuestos teológicos en la doctrina new­


toniana del tiempo y el espacio insinúa un aspecto muy con­
servador de su filosofía. En este capítulo y en el que sigue
nuestra tarea consistirá en presentar aquellas concepciones
en las cuales su conservadurismo influyó defínidamente en
su posición metafísica. En el pensamiento de Newton no se
halla la tendencia radical en cosmología que tanto se ad­
vierte en Galileo, Descartes y sobre todo en Hobbes. Más
bien, sobre cualquier punto con relación al cual disputaban
aquéllos con celosos religionarios como More y Boyle, New­
ton tomaba partido por éstos. Lo hizo, sin embargo, de tal
modo, según veremos, que estos elementos de su metafísica
perdieron rápidamente su influencia y no bastaron para sal­
var a la mayor parte de aquellos cuyo pensamiento fue afec­
tado por sus hazañas a causa de las dificultades que arras­
traban consigo las doctrinas más revolucionarias.
En el último capítulo hemos señalado que Newton inten­
tó dar razón de todas las cualidades de los cuerpos sensi­
bles que no caen bajo la concepción que ve en ellos masas,
como Descartes, y postula un medio etéreo que penetra el es-
CONCEPCIÓN DEL ÉTER 291
pació todo y con su presión u otras operaciones sobre el
cuerpo produce dichos fenómenos restantes. Pero Newton fue
más consecuente que Descartes al reconocer claras distin­
ciones entre el éter y los cuerpos sensibles. Es evidente que
para Newton el mundo no se explica plenamente con las ca­
tegorías apuntadas. La res cogitaos, dispersa en los cerebros
humanos, suministraba un refugio para muchas cosas so­
brantes, que de otro modo son inexplicables. Hasta donde
era matemáticamente reducible, el mundo exterior se inter­
pretaba con las nociones de espacio, tiempo y masa; pero
había otros rasgos no estipulados todavía metafísicamente.
Se necesitaban para explicarlos dos categorías más: el éter
y Dios.
En cuanto a la idea del éter, hemos señalado ciertos hechos
salientes de su historia y hemos observado cómo Gilbert,
More, Boyle y otros acudieron a él cuando se toparon con
dificultades metafísicas debido a que persistieron en ciertos
supuestos del pensamiento anterior, o al reconocimiento de
hechos recalcitrantes de la extrema concepción mecánica.
Era realmente difícil que los pensadores apoyaran la osada
sugestión de Descartes de que todo cuanto hay de no ma­
temático en el mundo había que encajarlo en la mente del
hombre como modos del pensamiento, pues había muchos
problemas que apenas podían tratarse sólo en esos términos.
Descartes mismo había acudido en tales circunstancias a una
materia etérea, aunque pretendía de palabra que, lo mismo
que los cuerpos visibles, carecía de cualidades que no se
podían deducir de la extensión. Newton siguió aquí la co­
rriente general. En casi todos sus primeros escritos se ad­
vierten intentos por llegar a una solución especulativa del
universo con ayuda del éter, y a i las cuestiones de la óptica
se muestran ampliamente acerca de él sus fantasías finales.
¿Cuáles son los hechos que exigen esta explicación?
292 LA METAFÍSICA DE NEWTON

A. FUNCIÓN DEL ÉTER


En Newton hallamos un desarrollo mayor y más explícito
de la posición que asumiera Boyle. Según vimos, en la épo­
ca de Boyle se asignaban al medio etéreo dos funciones dis­
tintas: propagaba el movimiento a través de las distancias, y
poseía cualidades que daban cuenta de fenómenos extra­
mecánicos como la electricidad, el magnetismo y la cohesión.
Newton empezó donde Boyle dejó. También para él, por lo
menos en su primera obra, es inconcebible la acción a dis­
tancia. Sobre todo, sus estudios ópticos lo llevaron a pensar
que tal medio era necesario para explicar la propagación de
la luz. En todas sus disputas con Hook, Pardies y otros acer­
ca de la naturaleza de la luz y la validez de sus conclusiones
experimentales, acompañadas de su violenta acusación a las
hipótesis y de su esfuerzo serio por librar a sus afirmaciones
de todo tinte imaginario, no se le ocurrió nunca dudar de
la existencia de un medio que por lo menos cumplía la fun­
ción de transmitir la luz. En medio de todas sus discrepan­
cias, Newton convenía con Hook al punto de admitir que
el éter existía y que era un medio susceptible de vibracio­
nes.08 Habiéndose apropiado de esa idea, que era corriente
en esa época, y encontrándola bien fundada, fácil le resultó
a Newton extender su uso a los fenómenos que suponían
la acción a distancia, tal como la gravedad, el magnetismo, la
atracción eléctrica, etc., y que los otros explicaban del mismo
modo. Un pasaje interesante, que une esta convicción de la
imposibilidad de la acción a distancia con otras adverten­
cias de la filosofía de More, aparece en la tercera carta de
Newton a Bentley: “Es inconcebible que la materia bruta o
inanimada, sin la mediación de algo no material, opere sobre
la materia y la afecte sin contacto mutuo: como haría si la06
06 Opera, IV, 380.
CONCEPCIÓN DEL ÉTER 293
gravedad, en el sentido de Epicuro, fuese esencial e inheren­
te a ella. Y esta es una razón por la cual deseo que no me
atribuyáis la idea de la gravedad innata. Creo que quien
tenga para las cuestiones filosóficas una auténtica capaci­
dad de pensar no ha de caer nunca en el gran absurdo de
considerar que la gravedad es innata, inherente y esencial a
la materia, de tal modo que un cuerpo obre a distancia sobre
otro a través del vacío, sin la mediación de algo que trans­
mita del uno al otro su acción y su fuerza. La gravedad es
producida siempre por un agente que actúa constantemente
de acuerdo con ciertas leyes; pero he dejado a la considera­
ción de mis lectores el precisar si este agente es material o
inmaterial.” 67
En segundo lugar, Newton vivió antes que los científicos
juzgaran posible postular la conservación de la energía sin
acudir, para mantener su constancia, nada más que a los
principios mecánicos aceptados. Cuando dos cuerpos chocan
en el espacio, y en razón de su elasticidad imperfecta, de
su roce, o de otras cosas, no se separan con la misma veloci­
dad con que se aproximaron, el científico contemporáneo
puede localizar en otras formas la energía aparentemente
perdida, tal como el movimiento molecular de los cuerpos
que crece y se expresa en el calor. En la época de Newton,
ya Leibniz había defendido esta doctrina, pero no tuvo in­
fluencia alguna sobre Newton, y puede que ni siquiera la
haya conocido. De aquí que en su opinión el mundo de
la materia parecía ser una máquina muy imperfecta; el movi­
miento estaba por doquier en decadencia.
"Y asi la naturaleza será muy conforme consigo misma y muy sim­
ple, al realizar todos los grandes movimientos de los cuerpos celestes
por la atracción de la gravedad que intercede a esos cuerpos, y casi
todos los pequeños movimientos de sus partículas por otras potencias
de atracción o repulsión que interceden a las partículas. La vis inertiae
es un principio pasivo en virtud del cual los cuerpos persisten en su
movimiento o reposo, reciben movimiento en proporción a la fuerza
si Opera, IV, 438,
294 LA METAFISICA DE NEW TON
que se les imprime, y repelen tanto cuanto son repelidos. Con este prin­
cipio solamente nunca podria haber habido movimiento en el mundo.
Se necesitaban oíros principios para poner en movimiento estos cuer­
pos; y estando en movimiento, se necesita otro principio que conserve
el movimiento. Pues de las distintas composiciones de dos movimientos
surge con certeza que no hay siempre la misma cantidad de movi­
miento en el mundo. Pues si dos globos unidos por una barra delga­
da giran con movimiento uniforme alrededor de su centro común de
gravedad, mientras el centro se mueve uniformemente en una linea
recta trazada en el plano de su movimiento circular, la suma de los
movimientos de los dos globos, siempre que los globos estén en la
linea recta que describe su centro común de gravedad, será mayor
que la suma de sus movimientos, cuando están en la perpendicular
de esa linea Teda. Este ejemplo muestra que el movimiento puede
lograrse o perderse. Pero a causa de la tenacidad de los fluidos, del
roce de sus partes y de la escasa elasticidad de los sólidos, el movi­
miento puede perderse mucho más que ganarse, y está declinando
siempre. Pues los cuerpos que no son absolutamente duros ni tan
blandos como para carecer de elasticidad no se rechazarán entre si.
La impenetrabilidad los hace detener solamente. Si dos cuerpos igua­
les chocan en el vacio, se detendrán, por las leyes del movimiento, alli
donde se encuentren, y perderán todo su movimiento quedando en
reposo, a menos que sean clásticos, y reciban nuevo movimiento de
su elasticidad. Si tienen tanta elasticidad que basta para hacerlos
rebotnr un cuarto, la mitad o tres cuartos do la fuerza con que se en­
contraron, perderán tres cuartos, la mitad o un cuarto de su movi­
miento.” 08
Después de dar otros ejemplos continúa Newton:
“Siendo así que la variedad de movimiento que encontramos en el
mundo está disminuyendo siempre, es necesario conservarla y resta­
blecerla con principios activos, tal como la causa de la gravedad, por
la cual los planetas y cometas conservan el movimiento de sus órbitas,
y los cuerpos adquieren al caer un movimiento grande; y la causa de
la fermentación, por la cual el corazón y la sangre de los animales
se conservan en movimiento y calor constantes; las partes interiores
de la Tierra están siempre calientes, y en algunos lugares se vuelven
muy ardientes; los cuerpos arden y brillan, se encienden las mon­
tañas, estallan las cavernas de la Tierra y el Sol continúa violen­
tamente fogoso y brillante calentando las cosas con su luz. Pues en­
contramos muy poco movimiento en el mundo, además de lo que se
88 Opticks, págs. 372 y sig.
CONCEPCIÓN DEL ETER 295
debe a estos principios activos. Y si no fuera por estos principios los
cuerpos de la Tierra, los planetas, los cometas, el Sol y bis cosas que
hay en ellos se enfriarían y se congelarían, y se convertirían en masas
inactivas; cesaría toda putrefacción, generación, vegetación y vida, y
los planetas no permanecerían en sus órbitas.”
Newton se propone satisfacer estas dos exigencias con la
adopción y una formulación más explícita de la doble con­
cepción de Boyle sobre el éter, en relación con lo cual anti­
cipa varias especulaciones sugestivas o fantásticas. Sus ideas
acerca de este problema parecen haber sido fuertemente es­
timuladas por Boyle, con quien mantuvo pláticas íntimas
sobre dichas cuestiones, como lo prueba su carta de 1678
dirigida al famoso químico.69 No obstante, ninguna de las
maneras de presentar su concepción es satisfactoriamente
precisa o decisiva; sus opiniones sobre el éter oscilaron, y él
mismo reconoció que no eran más que hipótesis metafísicas,
cuya posición no era la que ocupaba una ley experimental.
En la época en que empezaron a tomar importante forma en
su mente, estaba ya comprometido en desalentadoras dispu­
tas acerca de las implicaciones de sus descubrimientos ópti­
cos, y había hecho una distinción clara entre las hipótesis y
la ley experimental, proscribiendo de la primera los enun­
ciados positivos de la ciencia.

B. LAS PRIMERAS ESPECULACIONES DE NEWTON


Es importante observar que desde el principio Newton
rechazó totalmente la concepción cartesiana del medio eté­
reo como un fluido denso y compacto que, con su movimien­
to de torbellino, haría girar a los planetas alrededor de su
órbita —concepción que en su época prevalecía entre los
científicos ingleses y demás europeos—, y desarrolló partien­
do de las premisas de Boyle una especulación más original.70
69 Citada más ampliamente luego, p&gs. 301 y sigs.
70 Opticks, 330 y sigs. “¿No son erróneas todas las hipótesis que
296 LA METAFÍSICA DE NEWTON
En su argumentación en contra de esta concepción del éter,
Newton presupone la refutación que aparece en los Princi­
pios de toda la teoría del torbellino sobre el movimiento pla­
netario. Es evidente que st ese fluido denso estuviera en
reposo y no se moviera en rotaciones vortiginosas, su resis­
tencia haría imposible los movimientos celestes, regulares y
continuos. Ahora bien, ¿qué proponía Newton como sustitu­
ción de este fluido, con la esperanza de que cumpliera las
dos funciones que se necesitaban? Su primera y algo elabo­
rada concepción del éter aparece tarde en una carta de
1675 a Oldenburg, que comienza con una afirmación que
suponen que la luz consiste en la impresión o el movimiento propaga­
dos a través de un medio fluido? Pues todas estas hipótesis explican
los fenómenos de la luz suponiendo que surgen de nuevas modifi­
caciones de los rayos; esta es una suposición errónea.” Newton cita
varios hechos observados o descubiertos experimentalmente, que tien­
den a invalidar esta hipótesis, y luego continúa: “Y con estas hipótesis
es difícil explicar cómo los rayos de luz pueden adaptarse alternativa­
mente a la reflexión fácil y a la fácil transmisión, a menos tal vez que
se suponga que en todo espacio hay dos medios etéreas que vibran,
y que las vibraciones de uno constituyen la luz, y las vibraciones
clel otro son más veloces, y tan pronto como alcanzan las vibraciones del
{¡rimero, les produce aquellos movimientos altemos. Pero es mconce-
>ible cómo pueden estar dos éteres difundidos a través de todo el es­
pacio, uno de los cuales actúa sobre el otro, y por consecuencia, sufre
reacciones, sin retardar, detener, dispersar y confundir sus movimien­
tos. Los movimientos regulares y muy perdurables que los planetas y
cometas describen por los cielos en toda suerte de órbitas, constituyen
una objeción contra los que quieren llenar el cielo con medios fluidos,
a menos que sean sumamente raros. Es manifiesto, pues, que los
cielos carecen de toda resistencia sensible, y en consecuencia de toda
materia sensible.
'Tues la resistencia de los medios fluidos proviene, por un lado,
del roce de las partes o del medio, y por otro de la vis inertiae de la
materia...
"Ahora bien, esa parte de la capacidad de resistencia de un medio
cualquiera que surge de la tenacidad, fricción o roce de las partes
del medio puede disminuirse dividiendo la materia en partes más pe­
queñas, y naciendo las partes más lisas y resbaladizas; pero la parte
de la resistencia que surge de la vis inertiae es proporcional a la den­
sidad de la materia, y no puede ser disminuida dividiendo la materia
en partes más pequeñas, ni por ningún otro expediente que disminu­
yendo la densidad del medio. Por estas razones la densidad de los
CONCEPCIÓN DEL ÉTER 297
arroja luz sobre la concepción que en esa época tenia acerca
de la posición y función de las hipótesis.71 Hay que sefialar
que la convicción sobre la existencia y naturaleza general
del éter no es una parte de lo que aqui se presenta como
hipótesis; tan sin restricción la suponia Newton. “Si tuviese
que tomar una hipótesis seria ésta, presentada en forma más
general, de modo que no determine lo que la luz es, limi­
tándose a establecer que es algo capaz de excitar vibracio­
nes en el éter; pues así se haría más general y comprendería
a las otras hipótesis, y dejaría así poco lugar para que se
inventaran otras. Y como he observado que muchos talentos
medios fluidos es aproximadamente proporcional a su resistencia... y,
en consecuencia, si los cielos fueran tan densos como el agua, no ten­
drían mucha menos resistencia que el agua; y si fuesen tan densos
como el mercurio, no tendrían mucha menos resistencia que él; y
si fueran absolutamente densos o llenos de materia sin dejar vacio,
y la materia no fuera tan sutil y densa, tendrían una resistencia ma­
yor que el mercurio. En dicho medio un globo sólido perdería más
de la mitad de su movimiento al moverse tres veces a lo largo de
su diámetro y un globo no sólido (como los planetas) se retrasaría
más pronto. Por esto para abrir paso a los movimientos regulares
y constantes de los planetas y cometas es necesario vaciar los cielos
de toda materia, con excepción acaso de algunos vapores, vahos o
efluvios muy sutiles que provienen de la atmósfera de la Tierra, de
los planetas y cometas, y de un medio etéreo muy raro como el
que hemos descripto. No puede recurrirse a un fluido denso para
explicar los fenómenos de la naturaleza, pues los movimientos de
los planetas y cometas se explican mejor sin él. Sólo sirve para per­
turbar y retrasar los movimientos de esos cuerpos grandes, y para
agotar la estructura de la naturaleza; y en los poros de los cuerpos
sólo sirve para detener los movimientos oscilantes de sus partes, en
lo cual consiste su calor y actividad. Y como no es de utilidad e impi­
de las operaciones de la naturaleza y la agota, no hay prueba de que
exista y debe, por lo tanto, rechazarse. Y si se lo rechaza hay que
rechazar también la hipótesis de que la luz consiste en la presión o
el movimiento propagado a través de un medio semejante.
“Y para rechazar tal medio, tenemos un apoyo en la Autoridad de
los mas antiguos y célebres filósofos de Grecia y Fenicia que hicieron
del vacio, de los ¿tomos y de la gravedad de los átomos los primeros
principios de su filosofía, y atribuían tácitamente la gravedad a una
causa que no era la materia densa."
71 Brewster, I, 390 y sig. Oldenburg era Secretario de la Sociedad
Real.
298 LA METAFÍSICA DE NEWTON
se referían a las hipótesis, como si mi disertación necesitara
de hipótesis, y lie encontrado que algunos, que no enten­
dían mi pensamiento cuando hablaba abstractamente de la
naturaleza de la luz y los colores, lo comprendían pronto
cuando ilustraba mi disertación con una hipótesis; he juzga­
do por esta razón conveniente enviaros una descripción de
las circunstancias de esta hipótesis, que tiende a ilustrar las
disertaciones que os envío con ésta.” Newton agrega que
no toma por verdadera esta ni ninguna otra hipótesis, aun­
que por conveniencia escribe como si las tomara por tales,
por lo cual no se debe medir por éste la certeza de sus otros
escritos ni juzgarlo obligado a responder a las objeciones
que se le hacen; “pues no quiero que se me considere com­
prometido en enfadosas e insignificantes disputas”. Es evi­
dente, sin embargo, que a la vez pensaba Newton claramen­
te que eran muy probables las siguientes suposiciones acer­
ca del éter.
“Pero, pasando a ios hipótesis: I. Se supone que hay un medio
etéreo, cuyn constitución es en mucho la del aire, pero más raro, más
sutil y más fuertemente clástico. No es argumento despreciable a favor
de la existencia de esto medio el hecho de que el movimiento de un
péndulo en una vasija da cristal, do la cual se ha extraído el aire, sea
casi tan rápido como al aire libre. Pero no lia de suponerse que este
medio es una materia uniforme, sino que está compuesta, en parte, del
principal cuerpo flemático del éter, en parte de otros varios espíritus
etéreos, de manera muy semejante a como el aire está compuesto de
su cuerpo flemático entremezclado con varios vapores y exhalaciones.
Pues los efluvios eléctricos y magnéticos, y el principio de la gravita­
ción parecen corroborar esta variedad. Acaso la estructura total de la
naturaleza no esté representada más que por las distintas contexturas
de ciertos espíritus o vapores etéreos, condensados por asi decirlo por
precipitación, al modo como los vapores se condensan en el agua o
las exhalaciones en sustancias más densas, aunque no tan fácilmente
condensables; y después que la condensación se produjo en varias for­
mas, primero por la inmcalnta intervención del Creador y después por
el poder de la naturaleza que, en virtud del mandamiento 'Creced y
multiplicaos’, llegó a ser una completa imitación de la copia que le
señaló la Primera Creación. Acaso asi se originen del éter todas las
cosas.”
CONCEPCIÓN DEL ÉTER 299
En relación con esta interesante reflexión se plantea la
cuestión de si al hablar del “principal cuerpo flemático del
éter” no está pensando Newton en el fluido cartesiano, ya
que sólo más tarde lo rechaza. Mas hay que negar esta po­
sibilidad por la semejanza que hay entre el lenguaje descrip­
tivo que usa aqui y el que emplea en su ataque posterior al
cartesianismo; el medio etéreo se describe en ambos lugares
como muy raro, sutil, elástico. Además del “principal cuer­
po flemático del éter” que, por el método de diferencia, es
considerado sin duda como un simple medio de transmisión,
hay “varios espíritus etéreos” difundidos en él, los cuales
procuran la explicación para los fenómenos que suponen
otros principios aparte de la propagación del movimiento 72,
tales como la electricidad, el magnetismo y la gravedad. Hay
que agregar la idea fantástica de que toda la estructura de la
naturaleza material se compone de esos espíritus en una
forma muy condensada. Newton explica en detalle cómo
con ayuda de esta hipótesis se pueden explicar varias clases
de fenómenos; la electricidad, la gravedad, la cohesión, la
sensación y el movimiento animal, la refracción, la reflexión
y los colores de la luz ofrecen los más importantes temas de
discusión. Como ejemplo de la orientación de su pensamiento
en esa época, escogeremos, como ejemplo sintético, la expli­
cación de la gravedad basada en el éter.
Después de señalar que la atracción y la repulsión eléc­
trica se pueden explicar por la condensación y refracción de
uno de los hipotéticos espíritus etéreos, prosigue Newton:
"Así la atracción gravitatoria ele la Tienra puede producirse por una
condensación continua de uno u otro espíritu etéreo, no del cuerpo
flemático principal del éter, sino de algo muy tenue y sutilmente di­
fundido en él, tal vez de una naturaleza untuosa, o gomosa, pegajosa
y elástica; y guarda con el éter la misma relación que guarda con el
aire el vital espíritu aéreo requerido para la conservación de la llama
y de los movimientos vitales. Pues si un semejante espíritu etéreo se
condensa en cuerpos que fermentan o arden, o de otro modo se coa-
72 También nota, p&g. 400.
300 LA m e t a f ís ic a d e n e w t o n
guian en los poros de ln Tierra y del agua en alguna clase de mate­
ria húmeda para uso continuo de la naturaleza (que se adhiere a los
lados de esos poros al modo como los vapores se condensan en las pa­
redes de la vasija), el enorme cuerpo de la Tierra, que puede estar
siempre en el propio centro en constante actividad, puede condensar
continuamente tanto de este espíritu que la haga descender a gran
velocidad; y en este descenso puede llevar con él todos los cuerpos
a los cuales penetra, con una fuerza proporcional a la superficie de
todas las partes sobre que actúa, porque la naturaleza circula en un
lento ascenso en forma de aire que se origina en las materias de las
entrañas de la Tierra, y que por un tiempo constituye la atmósfera,
pero como está continuamente sostenida por el nuevo aire, las exhala­
ciones y los vapores se elevan por debajo, y finalmente (con excep­
ción de los vapores que vuelven con la lluvia) desaparece de nuevo
en los espacios etéreos, y acaso allí cede a tiempo y se agota en su
primer principio. Pues la naturaleza es un obrero que está en circu­
lación perpetua, y engendra de los sólidos los fluidos y de los fluidos
los sólidos, las cosas compuestas de las volátiles y las volátiles de las
compuestas, las sutiles de las pesadas y las pesadas de las sutiles;
varias cosas ascienden y forman las sustancias superiores de la tierra,
los ríos y la atmósfera y en consecuencia descienden otras como com­
pensación de las primeras. Y como la Tierra, acaso también el Sol se
sature copiosamente de este espíritu para conservar su brillo e impe­
dir que los plnnctas so aparten más de él; y se puede suponer tam­
bién (pie este espíritu proporciona o lleva allí el alimento solar y el
principio matcrinl de la luz, y que los enormes espacios etéreos que
hay entre nosotros y las estrellas constituyen un depósito suficiente
del pábulo del Sol y los planetas.” 73
Newton acudió a esta explicación de la gravedad basada
en la circulación continua del espíritu etéreo bajo la conden­
sación de la Tierra, del Sol y de otros cuerpos que atraen,
en parte debido a que sus condiciones matemáticas concor­
daban con sus deducciones obtenidas de las leyes de Képler
sobre los planetas. £1 señala este acuerdo en la correspon­
dencia que mantuvo con Halley antes de publicarse los Prin­
cipios, cuando aún parece acoger favorablemente esta idea.74
73 Págs. 393 y sig.
i* W. W. R. Ball, An Essau on Newton s Principia, London, 1893,
págs. 166 y sigs. "Supongo allí {esto es, en la hipótesis arriba apun­
tada] que el espíritu descendente actúa sobre los cuerpos en la su­
perficie de la Tierra con fuerza proporcional a las superficies de sus
CONCEPCIÓN DEL ÉTER 301
Algo más de tres años después, Newton escribió una carta
a Boyle en la cual trata muchos de los mismos temas. Es un
hecho notable, sin embargo, que en esta carta se modere con­
siderablemente la extravagancia de sus primeras especula­
ciones. Hacia el final dé la carta recurre a una nueva expli­
cación de la gravedad que, aunque basada aun en el éter,
es al mismo tiempo una explicación mecánica de los hechos
más sencilla y menos fantástica. La distinción entre el cuer­
po principal del éter flemático y los distintos espíritus eté­
reos difundidos en él, y la realización de las funciones indi­
viduales parece haber casi desaparecido, a favor de un medio
uniforme, que tiene distintos grados de densidad. Es patente
que Newton se esfuerza por liberar a su pensamiento de todo
elemento mágico y fantástico. Transcribimos también la in­
troducción de esta carta como testimonio de las relaciones
íntimas que Newton tenía en esa época con Boyle:
“Honorable Señor: He aplazado tanto tiempo el enviaros mis ideas
sobre las cualidades físicas de que hablamos, que si no fuera que me
siento obligado por mi promesa, me avergonzaría de enviároslas. La
verdad es que mis ideas sobre estas cosas son tan confusas, que yo
mismo no estoy satisfecho de ellas; y apenas si juzgo apropiado co­
municar a los demás aquello de que no estoy satisfecho; sobre todo en
filosofía natural donde la fantasía no tiene limites. Pero como estoy
en deuda con vos, y ayer encontré a un amigo, Mr. Maulyverer, quien
me dijo que se marchaba a Londres y tenia la intención de importu­
naros con una visita, no quise dejar pasar la oportunidad de enviaros
ésta por su conducto.
"Como lo que deseáis de mí es sólo una explicación de las cualida-
partes; lo cual no puede ser compensado por el aumento de su densi­
dad que surge de su retraso, a no ser por la disminución de su velo­
cidad al actuar sobre las primeras partes del cuerpo con que se en­
cuentra. No importa que esto no sea verdad, basta con que sea una
hipótesis. Ahora, si este espíritu desciende con velocidad uniforme,
su densidad, y en consecuencia, su fuerza, será recíprocamente pro­
porcional al cuadrado de su distancia al centro. Pero si desciende con
movimiento acelerado, su densidad disminuirá en todas partes tanto
como su velocidad aumenta; así su fuerza, de acuerdo con la hipótesis,
será la misma que antes, esto es, recíproca al cuadrado de su distancia
al centro.”
302 LA METAFÍSICA DE NEW TON
des, enunciaré mis ideas como sigue, en la forma de suposiciones. Y
primero, supongo que hay una sustancia etérea difundida por todos
los espacios, capaz de contracción y dilatación, muy elástica, y, en una
palabra, muy semejante al aire en todos los aspectos, pero mucho más
sutil.
”2. Supongo que este éter penetra a todos los cuerpos densos, pero
que está más enrarecido en sus poros que en sus espacios libres, y es
tanto más raro cuanto menos son sus poros; y supongo (con otros) que
esta es la causa por la cual la luz que incide sobre los cuerpos se re­
fracta hacia la perpendicular; de que dos metales bien pulidos se
«man en un recipiente del que se ha extraído el aire; de que 9 per­
manezca a veces en el tope de un tubo de cristal, aunque a una altura
mayor de treinta pulgadas; y una de las principales causas por la cual
se unen las partes de todos los cuerpos; también la causa de la filtra­
ción, y del ascenso del agua que está en pequeños tubos de vidrio
sobre la superficie de las aguas estancadas en las cuales ha sido sumer­
gido; pues sospecho que el éter está más enrarecido no sólo en los
poros insensibles de los cuerpos, sino hasta en las propias cavidades
sensibles de esos tubos; y el mismo principio puede hacer que los
solventes penetren con violencia los poros de los cuerpos a los cuales
disuelven, pues el éter circundante, asi como la atmósfera, los compri­
me a todos.
"3. Supongo que el éter más rato que está dentro de los cuerpos
y el más denso que está fuera de ellos no terminan en superficies ma­
temáticas, sino que aumentan gradualmente; pues el éter exterior se
hace más raro y el interior más denso a cierta distancia de la superfi­
cie del cuerpo, y atraviesa en los espacios intermedios todos los grados
intermedios de densidad.” 78
Newton propone entonces, basado en esta concepción del
éter, una elaborada explicación de la refracción de la luz,
de la cohesión y de la acción de los ácidos sobre varias sus­
tancias. Casi al finalizar la carta, la idea de que el éter
tiene distintos grados de densidad de acuerdo con la distan­
cia que hay a los poros centrales de los cuerpos sólidos, le
ha sugerido evidentemente la explicación sencilla de la gra­
vedad a que se refiere en ella.
"Enunciaré una conjetura más que se me ocurrió ahora al escribir
esta carta, y que se refiere a la causa de la gravedad. Con este fin be
de suponer que el éter consta de partes que difieren entre si por
78 Brewster, I, 409 y sig.
CONCEPCIÓN DEL ÉTER 303
indefinidos grados de sutilidad; que en los poros de los cuerpos hay
menos del éter denso, en proporción al sutil, que en las regiones del
aire; y que además el éter más denso del aire afecta las regiones supe­
riores de la Tierra, y el éter más sutil de la Tierra las regiones inferiores
del aire, de modo tal que desde la parte superior del aire a la superficie
de la Tierra, y desde la superficie de la Tierra a su centro, el éter se
hace insensiblemente cada vez más sutil. Imaginemos ahora un cuerpo
suspendido en el aire o que descansa en la Tierra; como el éter es por
hipótesis más denso en los poros que están en las partes superiores
del cuerpo que en los que están en sus partes inferiores, y como el
éter denso es menos capaz de alojarse en esos poros que el éter sutil
que está abajo, tratará de salir y ceder su puesto a éste, lo cual no
puede ocurrir si los cuerpos no descienden a fin de dejar arriba un
lugar por donde salga.
"Se puede todavía ejemplificar más y hacer más inteligible esta su-
r sición acerca de la sutilidad gradual de las partes del éter, pero por
que he dicho advertiréis fácilmente si en estas conjeturas hay algún
grado de probabilidad, que es todo a lo que aspiro. Por mi parte,
tengo tan poca imaginación para cosas de esta naturaleza que de no
haberme incitado a ello vuestro estimulo, pienso qpe nunca me hu­
biese puesto en el trabajo de escribirlas." 70
Newton reflexionó mucho acerca de esta imperfecta hipó­
tesis sobre la gravedad, que asumió una forma más comple­
ta en la cuestión vigésimo primera de su óptica, que más
adelante citamos. Las citas que hemos hecho de la primera co­
rrespondencia de Newton indican claramente que mientras
que oscilaban sus opiniones en cuanto al método detallado
de aplicar la teoría del éter a dichos fenómenos, por lo cual
y a causa de su reconocido experimentalismo presentaba di­
chas opiniones como tanteos y con alguna desconfianza, no
tenía en cambio duda alguna acerca de la existencia de tal
medio y de la legitimidad de acudir a él para solucionar
ciertas dificultades. Para More, el mundo estallaría en peda­
zos sin el espíritu etéreo; para Newton se debilitaría y per­
dería su movimiento si no fuera porque los principios acti­
vos del éter acumulan constantemente el movimiento en
varias formas. Y nunca perdió las esperanzas de que la evi-
n P. 418 y síg.
304 LA m e t a f ís ic a d e n e w t o n
dencia experimental se afianzara con el tiempo, la cual esta­
blecería o echaría por tierra definitivamente algunas de estas
conjeturas específicas.?? Con este espíritu y propósito pre­
senta muchas de las treinta y una cuestiones agregadas a la
óptica.
Este juicio de Newton sobre la hipótesis del éter recibe
en el último parágrafo de los Principios una interesante con­
firmación.
"Y ahora podemos agregar algo a cierto espíritu más sutil que pe­
netra todos los cuerpos densos y se halla oculto en ellos. Merced a la
fuerza y a la acción de este espíritu las partículas de los cuerpos se
atraen mutuamente si están a distancias próximas, y se unen si son
contiguas; y los cuerpos eléctricos operan a distancias mayores, recha­
zando y atrayendo los corpúsculos vecinos; y la luz es emitida, refle­
jada, refractada, desviada, y calienta los cuerpos; y toda sensación se
produce, y los miembros de los animales se mueven al mandato de
ia voluntad, por medio de las vibraciones de este espíritu, propagán­
dose mutuamente a lo largo de los filamentos sólidos de los nervios,
desde los órganos exteriores del sentido al cerebro, y del cerebro a los
músculos. Pero no son cosas que puedan explicarse en pocas palabras,
ni disponemos de esa eficacia de los experimentos que se requiere para
una determinación y demostración exacta de los leyes según la cual
actúa este espíritu eléctrico y elástico." 78
En otras palabras, Newton considera incuestionable la
existencia de este espíritu y su relación causal con dichos
fenómenos. La única incertidumbre, y de aquí la razón por
la cual no se pueden tratar adecuadamente estas cuestiones
en los Principios, es que hasta ahora no hemos podido obte­
ner leyes experimentales exactas que expresen las operacio­
nes de este medio penetrante. Es digno de observar que
tampoco hay aquí alusiones a las múltiples distinciones acer­
ca del éter que se hallan en su carta de 1675; ahora es con­
cebido como un simple medio.

?? Opticks, pág. 369.


?8 Principies, II, 314.
CONCEPCIÓN DEL ÉTER 305

C. DESARROLLO DE UNA TEORIA MEJOR ESTABLECIDA


En la Óptica, y sobre todo en una de las cuestiones agre­
gadas a la obra, aparecen las afirmaciones finales de Newton
acerca de la naturaleza y funciones del éter. Aquí hallamos
aclaradas y desarrolladas en mayor detalle sus primeras su­
posiciones; presenta también de un modo más depurado y
sencillo la explicación de la gravedad que se encuentra en su
carta a Boyle.
El pasaje se inicia con la afirmación de un hecho interesante
que hay que explicar79: Un termómetro encerrado en el
vacío y transportado de un lugar frío a un lugar caliente “se
calentará tanto y casi tan pronto como el termómetro que no
está en el vacío... ¿No es transportado el calor del lugar
caliente a través del vacío por medio de las vibraciones de
un medio mucho más sutil que el aire, el cual permanece
en el vacío, después que se ha sacado el aire?... ¿Y no es
este medio mucho más raro y sutil que el aire, y mucho más
elástico y activo? ¿Y no penetra todos los cuerpos fácilmente?
¿Y no se difunde por todos los cielos merced a su fuerza
elástica?
“¿No es este medio mucho más raro en los cuerpos densos
del Sol, de las estrellas, de los planetas y cometas que en el
espacio celeste vacío que hay entre ellos? ¿Y si se pasa de
ellos a las distancias mayores, no se hace siempre más denso,
y produce por ello la gravedad de esos cuerpos grandes que
se atraen entre sí, y la de sus partes que los cuerpos atraen,
ya que todo cuerpo trata de ir de las partes más densas del
medio a las más raras? Pues si este medio es más raro dentro
del cuerpo del Sol que en su superficie, y más raro allí que
a una centésima parte de una pulgada del cuerpo, y más raro
allí que a la quincuagésima parte de una pulgada de su cuer­
79 Opticks, págs. 323 y sig.
306 LA METAFÍSICA DE NEWTON
po, y más raro allí que en la órbita de Saturno, no veo razón
alguna para que se detenga en alguna parte el aumento de la
densidad, y no continúe más bien a través de todas las dis­
tancias que hay del Sol a Saturno, y más allá. Y aunque a
grandes distancias sen muy lento este incremento de la den-
sidud, si es muy grande la fuerza elástica de este medio,
puede bastar, con ese poder que llamamos gravedad, para
impeler a los cuerpos desde las partes más densas del medio
a las más raras. Y de la velocidad de sus vibraciones puede
colegirse que la fuerza elástica de este medio es muy gran­
de.” Newton cita aquí a modo de ejemplo la velocidad del
sonido y de la luz y hace una disquisición en la que repite
algunas de sus reflexiones primeras sobre la posibilidad de
explicar con ayuda del éter la refracción, la sensación, el mo­
vimiento animal, el magnetismo y otros fenómenos semejan­
tes. Luego se lanza a una descripción más amplia del medio
etéreo. “Y si alguien supone que el éter (como nuestro aire)
puede contener partículas que tratan de apartarse unas de
otras (pues yo no sé qué es este éter), y que sus partículas
son mucho más pequeñas que las del aire, o hasta más pe­
queñas que las de la luz: la excesiva pequeñez de sus par­
tículas puede contribuir a la magnitud de la fuerza, y con
ello hacer ese medio mucho más raro y elástico que el aire,
y, en consecuencia, mucho menos capaz de resistir los movi­
mientos de los proyectiles y mucho más capaz de ejercer
presión sobre los cuerpos densos, tratando él mismo de ex­
pandirse.
“¿No pueden los planetas y los cometas, y todos los cuer­
pos densos realizar más libremente sus movimientos y con
menor resistencia en este espacio etéreo que en un fluido
cualquiera que llena adecuadamente todo el espacio sin dejar
poros y que por consecuencia es mucho más denso que el
azogue o el oro? ¿Y no es su resistencia tan pequeña que
resulta despreciable? Por ejemplo: si supusiéramos que este
éter (lo llamaré así) es 700.000 veces más elástico que núes-
CONCEPCIÓN DEL ÉTER 307
tro aire y más de 700.000 veces más raro, su resistencia sería
más de 600.000 veces menor que la del agua. Y una resisten­
cia tan pequeña apenas si produciría alteraciones aprecia­
bles en los movimientos de los planetas al cabo de diez mil
años.”
Así el éter, tal como lo concibe finalmente Newton, es un
medio que tiene esencialmente la misma naturaleza que el
aire, y sólo se distingue de él porque es más raro. Sus par­
tículas son muy pequeñas y se presentan en mayor cantidad
cuanto más distantes están de los poros interiores de los
cuerpos sólidos. Son elásticas, es decir, tienen el poder de
rechazarse mutuamente, pues tratan siempre de apartarse
unas de otras, y este conato es la causa de los fenómenos
de la gravedad. Se atribuyen a las potencias activas del
éter otros fenómenos como los ya mencionados, y a veces
se habla de ellos como si provinieran asimismo de las ope­
raciones de estas fuerzas repulsivas. Pero es evidente que no
se puede omitir las potencias activas hasta donde desmejora
la máquina universal y el éter tiene la responsabilidad de
infundir constantemente vigor y movimiento al cosmos por
medio del ejercicio de estos principios activos. Desde el
punto de vista biográfico es interesante señalar que en los
últimos escritos de Newton el número de elementos inexpli­
cables o cualidades que se invocan para dar cuenta de la
variedad de los fenómenos extramecánicos, se ha reducido
grandemente en comparación con los primeros intentos. De
hecho, en una sección instructiva de la Óptica repite en
forma de una gran hipótesis cósmica la sugestión que apa­
rece en el prefacio de los Principios de que todos los fenó­
menos de la naturaleza pueden resolverse en términos del
atomismo y de determinadas fuerzas de atracción y repul­
sión. Prepararon el terreno para esto sus primeras reflexio­
nes acerca de la posibilidad de derivar en última instancia
los cuerpos sólidos de las sustancias etéreas y su fe constan­
temente expresada en todas las clases de transmutaciones
308 LA METAFÍSICA DE NEWTON
naturales. La hipótesis, en suma, es que todo el mundo físico
consta de partículas que se atraen entre sí en proporción a
su tamaño, pues la atracción pasa de un punto cero a la re­
pulsión cuando descendemos a las diminutas partículas que
componen lo que llamamos el éter.80 Así, de un solo golpe,
se hace muy plausible la formación de los cuerpos sólidos
a partir de las atracciones mutuas de las partículas más
grandes, y el medio etéreo que todo lo penetra con sus
fuerzas de repulsión y sus variaciones de densidad. Es la­
mentable que Newton no haya dejado que su imaginación
disciplinada prosiguiera dichas sugestiones hasta que hu­
biese desarrollado la más sencilla y precisa teoría que conci­
be como un todo el universo físico.
¿Pensaba Newton que el éter era una sustancia material
o inmaterial? ¿La influencia que recogió de More, ya seña­
lada en tantos puntos, fue suficiente para inducirlo a seguir
al gran platónico y a su predecesor Gilbert al concebir que
el medio etéreo es más bien algo espiritual que material?
El lector habrá observado que en las citas que hemos hecho
Newton usa el término “espíritu’' casi con la misma frecuen­
cia que “medio”, salvo cuando se refiere al “cuerpo principal
del éter flemático’’, y en la tercera carta a Bentley. Asimismo
en los Principios 81 se plantea y se deja sin resolver la cues­
tión de si es corpóreo o incorpóreo el medio interplaneta-
rio. ¿Usa Newton estos términos en el mismo sentido que sus
precursores ingleses? Así planteada resulta imposible resol­
ver la cuestión. En realidad, si concentráramos nuestra aten­
ción en esta teoría cósmica tendríamos que negar que exis­
ten diferencias sustanciales entre el éter y los cuerpos sólidos,
lo cual haría al primero necesariamente corpóreo. Sin em­
bargo, en su primera carta sugiere que los cuerpos sólidos
provienen de las concreciones de varios espíritus etéreos, lo
que parece hacer a los cuerpos esencialmente espirituales.
DIOS, CREADOR DEL MUNDO 309
El hecho es que el positivismo de Newton era bastante po­
deroso para evitar que sus especulaciones se alejaran en esta
dirección. Niega consecuentemente el conocimiento de la na­
turaleza última de las cosas, y por eso nuestra curiosidad
sobre estos puntos queda insatisfecha. Los cuerpos existen,
despliegan ciertas cualidades y obran de modo matemático;
estaba convencido de que el éter también existe y que, cuan­
do es necesario, procura la propagación y el aumento del
movimiento retardado. Lo denomina espíritu y cree entera­
mente en la posibilidad de las transmutaciones universales
en la naturaleza. Pero considera que las cuestiones tocantes
a su sustancia intima o a sus relaciones finales escapa del
alcance de la ciencia fecunda y por tanto no merece una
cuidadosa atención. Además, para él, la espiritualidad del
cosmos estaba ampliamente garantizada por el hecho de que
originalmente un espíritu Creador dio a todas las cosas y a
sus fuerzas existencia y dirección. La cuestión propuesta
tampoco es, pues, importante desde el punto de vista reli­
gioso. Veamos ahora el teísmo de Newton y su relación con
la ciencia.
Sección 6. Dios, C reador y conservador del
ORDEN DEL MUNDO

Hasta aquí las ideas metafísicas de Newton que hemos


venido examinando son ejemplos de la primera y segunda
clase de ideas de las tres que hemos distinguido en la Sec­
ción 2 de este capitulo. O son apropiadas inexactamente por
la corriente científica de la época o su justificación final se
basa en algún rasgo de su método. Su manera de tratar el
espacio y el tiempo, sin embargo, nos anticipó la importan­
cia de su última interpretación teística del universo, y ahora
al encararnos más directamente con la última será útil seña­
lar que sus concepciones teológicas representan de manera
notable un elemento metafísico de la tercera dase. Para
310 LA METAFÍSICA DE NEW TON
Newton la religión tenía un interés fundamental. Trataba
de un reino que en su mayor parte difiere del objeto de la
ciencia; su método era completamente diferente porque sus
conclusiones no podían ser comprobadas o refutadas con cri­
terio científico. Sin duda, Newton tenía la seguridad de que
ciertos hechos empíricos expuestos a la observación de todos
implicaban incondicionalmente la existencia de un Dios de
naturaleza y función definidas. Dios no estaba separado del
mundo que la ciencia trata de conocer; en efecto, cada paso
verdadero de la filosofía natural nos aproxima a un conoci­
miento de la causa primera 82, y por esta razón tiene que ser
altamente valorada; ensanchará también los límites de la
filosofía moral porque "hasta donde podemos saber por la
filosofía natural lo que es la primera causa, qué poder tiene
sobre nosotros, y qué beneficios recibimos de él, la natura­
leza nos revelará nuestro deber para con él y para con
nuestros semejantes.83 Así, aunque la religión y la ciencia
son interpretaciones del universo fundamentalmente diferen­
tes, cada una es válida a su modo, pero para Newton en
última instancia el reino de la ciencia depende del Dios
de la religión y conduce al alma reverente a la plena certi­
dumbre de su realidad y a una más fácil obediencia de sus
mandamientos. Así, a pesar de su carácter inconmensurable y
de su considerable éxito al desterrar de sus teoremas cien­
tíficos positivos los prejuicios religiosos, el hecho de que la
existencia y gobierno de Dios nunca hayan sido puestos en
tela de juicio por quien escribió casi tantas disertaciones teo­
lógicas como clásicas de la ciencia, provocó vigorosas e im­
portantes reacciones en posiciones que él habría llamado pu­
ramente científicas.

82 Opticks, pág. 845.


83 Opticks, pág. 881.
DIOS, CREADOR DEL MUNDO 311

A. NEWTON COMO TEOLOGO


El lugar de Newton en la incertidumbre religiosa de su
época es un tema interesante que merece se le consagre un
estudio. Los ultraortodoxos lo acusaban, con amplios fun­
damentos, de ser arriano. Entre otras sugestiones heréticas,
escribió un breve ensayo titulado Las dos corrupciones no­
tables de la Escritura 84; su tesis quiere arrojar dudas acerca
del supuesto tradicional de que en el Nuevo Testamento se
enseña la doctrina de la Trinidad. La mayor parte de sus
esfuerzos teológicos rebosan de un fuerte sabor arriano; ha­
remos una o dos citas con el propósito de mostrar que la
religión era algo fundamental para él, y de ningún modo
un simple apéndice de su ciencia o una adición accidental de
su metafísica. Newton creía que el hecho científico suponía
el teísmo, pero él hubiera sido teísta si sus facultades cien­
tíficas hubiesen permanecido latentes para siempre. Es evi­
dente que Newton estimaba una dase de experienda reli­
giosa ampliamente alimentada por la tradición y que se
separaba del teísmo postulado como corolario de la cienda.
Este hecho tiene sus apropiados fundamentos en su dara y
prolongada convicción de que el mundo de la dencia no
constituye de modo alguno el mundo entero.
"Por eso debemos reconocer la existencia de un Dios infinito, eterno,
omnipresente, omnisciente, omnipotente, creador de todas las cosas,
sapientísimo, justísimo, óptimo, santísimo. Debemos amarlo, temerlo,
honrarlo, confiar en él, rogarle, agradecerle, alabarlo, santificar su
nombre, obedecer sus mandamientos, y consagrar horas a su servicio,
según nos mandan el tercer y cuarto Mandamientos, pues por amor
de Dios guardamos sus mandamientos, y sus mandamientos no son pe­
nosos. I Juan v. 3. Y estas cosas debemos hacerlas no para los me­
diadores que hay entre él y nosotros, sino sólo para Él a fin de que
sus ángeles nos custodien y siendo como nosotros siervos se solaceo
en la adoración que tributamos a Dios. Y esta es la parte primera y
** Opera, Vol. V.
312 LA METAFÍSICA DE NEWTON
principal de la religión. Esta fue y será siempre la religión del pueblo
de Dios, desde el principio al fin del mundo.” 86
Los tratados teológicos más largos, tal como las Observa­
ciones sobre ¡as Profecías 88, sólo confirman estas indicacio­
nes de que Newton era a la par que un genial científico, un
cristiano piadoso que crefa en cuanto implicaba entonces ese
término.87 Su arrianismo era radical para la época, pero no
86 Brewster, II, 348 y sig.
86 Opera, Vol. V.
87 Son ilustrativos los siguientes extractos tomados de un manus­
crito titulado On our Religión to God, to Christ and the Church,
Brewster, II, 349 y sigs. “Hay un solo Dios, el Padre, siempre vivo,
omnipresente, omnisciente, todopoderoso, creador del cielo y de la
tierra, y un Mediador entre Dios y el hombre, el hombre Jesucristo...
“El Padre es omnisciente, y tiene originalmente todo conocimiento
en su seno, y comunica a Jesucristo el conocimiento de las cosas futu­
ras, y nada ni en el cielo ni en la tierra ni bajo la tierra, salvo el
Cordero, es digno de recibir inmediatamente del Padre el conoci­
miento de las cosas futuras. Por eso el testimonio de Jesús es el es­
píritu de la profecía, y Jesús es el Verbo o Profeta de Dios.
'Tenemos que agradecer sólo al Padre porque nos ha creado, nos
da alimento y vestido, y otras bendiciones de esta vida, y cuanto le
agradecemos o deseamos que haga por nosotros debemos suplicarle
en el nombre de Cristo. . . “Para nosotros no hay más que un Dios,
el Padre, de quien son todas las cosas y un Señor Jesucristo por quien
son todas las cosas, y nosotros por él. Esto es, tenemos que adorar al
Padre sólo como Dios Todopoderoso, y a Jesús como el Señor, el Me­
sías, el Gran Rey, el Cordero de Dios que fue muerto y nos redimió
con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes."
En un opúsculo muy interesante sobre la unión de la iglesia, Brews­
ter, II, 526 y sigs., Newton agrega a su propaganda, como un adelantado
en este campo, algunas proposiciones sobre el gobierno de la iglesia:
“Por esto es deber de los obispos y presbíteros gobernar al pueblo de
acuerdo con las leyes de Dios y las leyes del rey, y castigar en sus
consejos a los transgresores de acuerdo con esas leyes y enseñarlas a
los que no conocen las leyes de Dios, pero no nacer nuevas leyes
en el nombre de Dios o del rey.
"Las leyes de Dios, que son inmutables, constituyen la Iglesia y
definen su extensión, y los limites de la comunión.
"Las leyes del rey se extienden sólo a las cosas que las leyes de
Dios dejan indiferentes e indeterminadas, y se aplican particularmente
a las rentas públicas y a la tranquilidad de la iglesia, a sus cortes de
justicia, y al recato y orden de su culto; y hay que reservar al gobier­
no civil todas las leyes sobre las cosas que las leyes de Dios dejan
indiferentes...
DIOS, CREADOR DEL MUNDO 313
le impidió aproximarse al mundo de la ciencia urgido por la
necesidad de verla cubierta de la divina gloria y henchida
de la significación religiosa que surgía de la convicción de
que había sido creada y ordenada por Dios, a quien adoró
desde niño como Padre del Salvador Cristiano y Autor infa­
lible de las Escrituras Cristianas.
Determinados, en parte, por su filiación en esta experiencia
religiosa tradicional, y en parte por imposición por las prue­
bas indudables de que en el orden cósmico hay fines inteli­
gentes, los argumentos, ahora familiares, acerca del origen
divino del mundo están desarrollados ampliamente en las
páginas de sus obras clásicas.
“La principa] tarea de la filosofía natural es extraer conclusiones de
los fenómenos sin hacer hipótesis, y deducir las causas a partir de los
efectos, hasta llegar a la causa primera, que por cierto no es mecánica;
y no sólo revelar el mecanismo del mundo, sino sobre todo resolver
estas y parecidas cuestiones. ¿Qué hay en los lugares casi vacios de ma­
teria, y cómo es que el Sol y los planetas se atraen entre si, sin que
haya ninguna materia entre ellos? ¿Cómo es que la naturaleza nada
hace en vano, y de dónde proviene todo ese orden y belleza que vemos
en el mundo? ¿Cuál es el fin de los cometas, y cómo es que todos los
planetas se mueven del mismo modo en órbitas concéntricas, al paso
que los cometas se mueven de modos distintos en órbitas muy excén­
tricas, y qué es lo que impide que las estrellas fijas se precipiten unas
sobre otras? ¿Cómo es que los cuerpos de los animales están ideados
“Imponer cualquier articulo de comunión no impuesto desde el prin­
cipio es un crimen de la misma naturaleza que el de aquellos cristia­
nos que se esforzaban por imponer la circuncisión y la observación de
las leyes a los gentiles conversos. Pues la ley era buena si un hombre
podia observarla, pero habíamos de ser salvados no por las obras de
la ley, sino por ía fe en Jesucristo, e imponer esas obras como artícu­
los de la comunión era hacerlas necesarias para la salvación, y hacer
con esto vana la fe en Jesucristo. Y existe la misma razón contra la
imposición de cualquier articulo de la comunión que no se impuso
desde el principio. Todas estas imposiciones enseñan otro evangelio...
"Después del bautismo tenemos que vivir de acuerdo con la ley de
Dios y del rey, y crecer en la gracia y en el conocimiento de nuestro
Señor Jesucristo, practicando lo que prometimos antes del bautismo,
estudiando las Escrituras y educándonos en la humildad y en la ca­
ridad sin imponer opiniones privadas o disputar por ellas."
314 LA METAFÍSICA DE NEW TON
con tanto arte, y cuáles eran los fines de sus distintas partes?88 ¿El
ojo fue ideado sin conocimientos ópticos o el oído sin conocimientos
del sonido? ¿Cómo siguen a la voluntad los movimientos del cuerpo
y de dónde proviene el instinto de los animales? ¿No es el sensorio
de los animales el lugar en que la sustancia sensitiva está presente y al
cual los nervios y el cerebro transportan las especies de las cosas, para
que sean percibidas al estar inmediatamente presentes ante esa sus­
tancia? Y siendo asi ¿no revelan los fenómenos que hay un ser incor­
póreo, vivo, inteligente, omnipresente que en el espacio infinito, en
su sensorio por asi decirlo, ve íntimamente las cosas y las percibe por
completo; y las comprende totalmente porque están inmediatamente
presentes ante él?” 89
Los hechos cuya causa última solía atribuir Newton al éter
parecen ser considerados aquí como la operación directa
de Dios, tal como la gravedad y los movimientos del cuer­
po que produce la voluntad. Es asimismo notable el funda­
mento teológico del postulado de la simplicidad de la natu­
raleza, y en este respecto Newton se pone al lado de sus
grandes precursores científicos. De todos estos argumentos
teleológicos, el más evidente para el mismo Newton y el
que nunca dejó de subrayar refleja su pleno conocimiento
de los fenómenos del sistema solar; esto es, el hecho de que
los “planetas se mueven del mismo modo en órbitas concén­
tricas y los cometas de modos distintos en órbitas muy excén­
tricas”.90 En su primera carta al doctor Bentley, con oca­
sión de las conferencias de este último en la cátedra Boyle
en 1692, se desarrolla con algún detalle este argumento. Ben­
tley había escrito a Newton —bosquejando una gran hipóte­
sis cósmica de la creación del mundo a partir de la materia,
igualmente dispersa por todo el espacio— y sobre algunos
puntos solicitaba consejo porque había deducido la hipótesis,
según creía, de los principios newtonianos. En su respuesta
Newton aprobaba los rasgos principales del esquema, pero la
dedicó especialmente al argumento antes señalado.
88 Cf. también Principies, II, 318; Opticks, págs. 378 y sig.
89 Opticks, págs. 344 y sig.
90 Cf. Opticks, pég. 378; Principies, D, 310.
DIOS, CREADOR DEL MUNDO 315
“Señor: Cuando escribí mi tratado sobre nuestro sistema tuve en
vista los principios que para las personas reflexivas pudieran constituir
un argumento en favor de la creencia en la Divinidad; y nada puede
solazarme tanto como encontrarlo útil para este fin. Pero si he pres­
tado algún servicio al público de esta forma, no se debe sino a la apli­
cación y a la paciente reflexión.,.
'Xa misma potencia, natural o sobrenatural, que colocó el Sol en
el centro de los seis planetas primarios colocó a Saturno en el centro
de las órbitas de sus cinco planetas secundarios, y a Júpiter en el cen­
tro de sus cuatro planetas secundarios; y la Tierra en el centro de la
órbita de la luna; y por esto, si esta causa hubiese sido ciega, sin plan
y designio, el Sol habría sido un cuerpo de la misma clase que Sa­
turno, Júpiter y la Tierra; esto es sin luz ni calor. La única razón que
encuentro de que en nuestro sistema haya un cuerpo capaz de dar
luz y calor a los demás es que el autor del sistema lo juzgó convenien­
te; y la única razón que encuentro de que no haya más que un cuer­
po de esta clase es que basta uno para calentar y alumbrar a todos
los demás. Pues no cabe en mi sistema y es francamente errónea la
hipótesis cartesiana de que los soles pierdan su luz, y de que se con­
vierten en cometas y los cometas en planetas; porque es cierto que
siempre que se nos aparecen descienden al sistema de nuestros pla­
netas, máis bajo que la órbita de Júpiter, y a veces más bajo que las
órbitas de Venus y Mercurio; y sin embargo nunca permanecen allí,
sino que siempre se alejan del Sol con los mismos grados de movi­
miento con que se le aproximaron.
”A vuestra segunda pregunta respondo que los movimientos que
ahora tienen los planetas no podían provenir solamente de una causa
natural, sino que los imprimió un agente inteligente. Pues como los
cometas descienden a la región de nuestros planetas y se mueven aquí
de distintos modos, siguiendo a veces la misma dirección que los pla­
netas, a veces la dirección contraria y a veces cruzando su curso, es­
tando sus planos inclinados con respecto al plano de la eclíptica y en
toda clase de ángulos, es evidente que no hay una causa natural que
pueda determinar a todos los planetas, los primarios y los secundarios,
a moverse en la misma dirección y en el mismo plano, sin variación
considerable: esto tiene que ser el resultado de un plan. Ni hay causa
natural alguna que haya podido dar a los planetas y a otros cuerpos
centrales justamente los grados de velocidad, en proporción, a las
distancias que los separan del Sol y otros cuerpos centrales, que se re­
querían para hacerlos mover en órbitas concéntricas alrededor de esos
cuerpos. Si los planetas fueran tan veloces como los com etas... o si
fuesen mayores o menores las distancias a sus centros en tomo al
316 LA METAFISICA DE NEW TON
cual giran. . . o si fuese más grande o más pequeña de lo que es la
cantidad de material d d Sol, de Saturno, Júpiter y la Tierra, y, en
consecuencia, mayor o menor su poder gravitatorio, los planetas pri­
marios no girarían alrededor del Sol, ni los secundarios alrededor de
Soturno, Júpiter y la Tierra, en círculos concéntricos como lo hacen,
sino que se moverían en hipérbolas o parábolas o en elipsis muy
excéntricas. Para hacer este sistema se requería una causa que com­
prendiese y comparase las cantidades de la materia en los distintos
cuerpos del Sol y los planetas, y las potencias gravitatorias que resultan
de allí; las varias distancias de los planetas primarios al Sol y de los
secundarios a Saturno, Júpiter y la Tierra; y las velocidades con que
esos planetas giran en tomo a esas cantidades de materias de los cuer­
pos centrales; y comparar y adaptar entre si todas estas cosas en una
variedad tan grande de cuerpos, abona la afirmación de que esa causa
no es ciega ni fortuita sino muy versada en mecánica y geometría." 01
Los párrafos finales de este interesante argumento sobre
la creación del sistema solar por un experto matemático
muestran con evidencia que Newton no dejó que su teolo­
gía se extraviara. El doctor Bentley en su entusiasta bús­
queda de pruebas teístas había aducido como una prueba
más la inclinación del eje de la Tierra. Newton pensaba que
este argumento era una exageración, a menos que se hicie­
ra un cauteloso razonamiento.
"Por último, no veo nada extraordinario en la inclinación del eje de
la Tierra como para que demuestre la existencia de una Divinidad; a
menos que la presentéis para explicar el verano y el invierno, y para
hacer habitable la tierra alrededor de los polos; y que las rotaciones
diurnas del Sol y los planetas, que no pueden surgir de una causa pu­
ramente mecánica y están determinados del mismo modo con movi­
mientos anuales y mensuales, parecen componer la armonía del siste­
ma que, como he explicado anteriormente, es el efecto de la elección y
no del acaso.
"Hay aun otro argumento a favor de la Deidad que yo considero
de mucho peso, pero juzgo prudente dejarlo de lado hasta que los
principios en que se funda sean mejor acogidos.”
No hay nada en los escritos posteriores de Newton que
indique si alguno de los argumentos allí expresados es el que
aquí él trataba de apartar del celo apologético de Bentley.
91 Opera, IV, 429 y sig.
DIOS, CREADOR DEL MUNDO 317
Varias veces en sus cartas a Bentley tuvo ocasión de hacer
objeciones a la suposición de que la gravedad es una cuali­
dad esencial de los cuerpos. Como señalamos en la Sección
4, lo llevaron a rechazarla sus propios principios experimen­
tales.92*94Al mismo tiempo el prestigio de su ley de gravedad
y su evidente universalidad en el mundo físico, había pro­
vocado una impresión general de que la gravedad era innata
a la materia de acuerdo con los principios newtonianos; en
su prefacio a la segunda edición de los Principios, Cotes en­
careció esta impresión con su explícita defensa de esta doc­
trina. “A veces habláis de la gravedad como esencial e inhe­
rente a la materia. Os ruego que no me atribuyáis esta idea,
pues no pretendo conocer la causa de la gravedad que lle­
varía más tiempo considerarla.” 63 Sin embargo, Newton es­
timaba que estos fenómenos eran tales que con la gravedad
innata solamente la materia del sistema solar no podría tomar
su forma actual; “la gravedad puede poner en movimiento a
los planetas, pero sin la potencia divina no podría ponerlos
en tal movimiento circular como lo hacen alrededor del
Sol” 9i; además, si es innata la gravedad es imposible ahora
que la materia de la Tierra de todos los planetas y estrellas
se aparten de ellas y se difundan igualmente por el cielo sin
un poder sobrenatural; y ciertamente lo que no puede ha­
cerse hasta ahora sin un poder sobrenatural no podría ha­
berse hecho antes sin el mismo poder." Por lo tanto, sea o
no esencial la gravedad a los cuerpos, implica una creación
divina.

92 Cf. Principies, II, 161 y sie.,


99 Opera, IV, 437.
94 Opera, IV, 436 y sig; 439.
318 LA METAFÍSICA DE NEW TON

B. LOS DEBERES ACTUALES DE DIOS EN LA


ECONOMIA COSMICA
Así Newton, a causa de su vigorosa herencia religiosa y
con agudo sentido para todos los hechos tocantes al orden
y adaptación del mundo, sostiene con todo el vigor de su
pluma autorizada la concepción corriente respecto de la gé­
nesis religiosa del universo. Dios creó originalmente las ma­
sas y las puso en movimiento, y según vimos, constituye con
su presencia y existencia continua el espacio y el tiempo en
que se mueven. Es responsable de ese orden inteligente y
de la armonía regular de la estructura de las cosas que las
convierten en objetos del conocimiento exacto y de la con­
templación reverente. Cuando examinos la relación de Dios
con su obra desembocamos en los elementos de la teología
de Newton que llegaron a ser de la más profunda significa­
ción histórica. No hay que olvidar que ninguno de sus pre­
cursores que se cuentan entre los intérpretes mecánicos de la
naturaleza tuvo una concepción plenamente coherente del
mundo como una máquina matemática. Parecía impío o pe­
ligroso separar a Dios de la relación continua con el objeto
de su pasada actividad creadora. Así Descartes, a pesar de
su entusiasmo mecánico, afirmaba que Dios mantenía la gran
máquina del universo por medio de su “concurso general",
y que lo recreaba constantemente a causa de la supuesta dis­
continuidad de los momentos temporales. More limitaba
prácticamente el término “mecánico” al principio de la iner­
cia, pues Dios es directa o indirectamente responsable de
los demás principios en virtud de los cuales las cosas se
mantienen juntas en un sistema de movimiento. Boyle, a
pesar de comparar frecuentemente el mundo con el reloj de
Estrasburgo, reiteraba piadosamente el “concurso general”
de Descartes aunque sin indicar qué sentido encerraba esa
expresión, y trató de hacer un análisis de las distintas for-
DIOS, CREADOR DEL MUNDO 319
mas en que Dios puede ejercer una providencia actual sobre
el fruto de sus esfuerzos. Huyghens y Leibniz tuvieron la
gran osadía de limitar la actividad divina a la primera crea­
ción; y el segundo criticó desdeñosamente a sus contempo­
ráneos ingleses que insultaban a Dios al insinuar que había
sido incapaz de hacer al principio una máquina perfecta y
que requería una reparación constante a fin de mantenerla
en condiciones adecuadas. "Conforme a su doctrina él Dios
Todopoderoso necesita, de vez en cuando, dar cuerda a su
reloj, pues de otro modo dejaría de moverse. No tuvo, parece,
suficiente predicción para ponerlo en movimiento constante.
Más aun, según ello la máquina de Dios es tan imperfecta
que se siente de vez en cuando obligado a perfeccionarla por
un concurso extraordinario y hasta repararla como un relo­
jero repara un reloj; y tiene que ser, en consecuencia, un
obrero muy imperfecto en cuanto muy a menudo debe re­
parar su obra y ponerla en condiciones adecuadas. En mi
opinión, en el mundo se conserva siempre la misma fuerza y
energía, que sólo pasa de una a otra parte de la materia,
según las leyes de la naturaleza y el hermoso orden preesta­
blecido. Sostengo que cuando Dios obra milagros no lo hace
para satisfacer las necesidades de la naturaleza sino las de
la gracia. Quien piense de otro modo ha de tener una idea
muy mezquina de la sabiduría y del poder de Dios.” 06
Ahora bien, de los escritos de Newton y de Boyle pueden
tomarse muchos pasajes en los cuales parece suponerse que
después de haber sido construido el mundo de la natura­
leza, merced a su existencia y movimiento continuo, se ha
hecho completamente independiente de Dios. El mundo no
pudo surgir del caos siguiendo las simples leyes de la na­
turaleza, aunque una vez formado puede, por esas leyes,
continuar durante mucho tiempo97; la estructura de la na­
turaleza puede ser una condensación de varios espíritus eté-
06 Brewster, II, 285.
97 Opticks, pág. 378.
320 LA METAFÍSICA DE NEWTON
reos, “y después que la condensación se produjo en varias
formas, primero por la inmediata intervención del Creador
y después por el poder de la naturaleza, que en virtud del
mandamiento creced y multiplicaos, llegó a ser una completa
imitación de la copia que le señaló el protoplástico fl3; en él
todas las cosas están contenidas y se mueven pero ninguna
afecta a la otra. Dios no padece nada por el movimiento de
los cuerpos; los cuerpos no encuentran resistencia en la
omnipresencia de Dios”. 9899 Pero cuando hacemos una inves­
tigación más completa encontramos que, así como Boylc no
tenía ninguna intención de separar a Dios del actual gobier­
no del universo y de una ocasional interferencia con respecto
a su gran máquina universal, encontramos que Newton tam­
poco la tenía. No bastan los milagros de la escritura y las rea­
lizaciones de la gracia para sentar con evidencia el continuo
contacto divino con el dominio de las cosas humanas. Tam­
bién ahora debe tener Dios una función en el cosmos; no
debe abandonar sus tareas después de sus días de esfuerzos
constructivos y dejar librado a sus propios recursos el mundo
material. Los prejuicios religiosos de Newton, así como sus
supuestos estéticos-científicos, se rebelaron contra esa anu­
lación indeterminada de la Divinidad. Es un hecho notable
que Newton, conforme a toda la tradición inglesa voluntaris-
ta de la filosofía moderna y medieval, tendía a subordinar el
entendimiento de Dios a su voluntad; hay que subrayar
el poder y el dominio de Dios por encima de su sabiduría y
conocimiento. En algunos pasajes no se advierte este énfasis,
pero de ordinario son inequívocas las proporciones entre
ambas facultades. El ejemplo más notable es el famoso pá­
rrafo sobre la naturaleza de Dios, que se halla en la segunda
edición de los Principios:
“Este Ser gobierna a todas las cosas no como el alma del mundo,
sino como el señor de todo, y a causa de su dominio hay que llamar-
98 Bresvster, I, 892.
*» Principies, II, 311.
DIOS, CREADOR DEL MUNDO 321
k> Dios el Señor «svtokpítup o Señor Universal... El Dios Supre­
mo es un Ser eterno, infinito, absolutamente perfecto; pero un ser,
aunque perfecto, sin dominio no se puede llamar Dios el Señor... Es
el dominio de un ser espiritual lo que constituye a Dios; un dominio
verdadero, supremo o imaginario hace que Dios sea verdadero, su­
premo o imaginario. Y de su verdadero dominio surge que el Dios
verdadero es un Ser vivo, inteligente y poderoso; y de sus otras per­
fecciones se deduce que es supremo o perfectísimo... Lo conocemos
sólo por los planes sapientísimos y excelentes de las cosas, asi como por
las causas finales; lo admiramos por sus perfecciones, pero lo reveren­
ciamos y adoramos a causa de su dominio, pues lo adoramos como
sus siervos; y un Dios sin dominio, sin providencia y sin causas fina­
les no es nada más que Hado y Naturaleza. . . y esto por lo que toca
a Dios; el discurrir sobre él a partir de las apariencias pertenece cier­
tamente a la filosofía natural."100
Absurdo sería, en efecto, despojar a un ser concebido así
del gobierno que ejerce actualmente en su creación; y en re­
lación con esto encontramos que Newton atribuye a Dios dos
■deberes muy importantes y específicos en la diaria economía
cósmica. Entre otras cosas, impide activamente que las estre­
llas fijas choquen en medio del espacio. Esto no se enseña
en los Principios-, Newton se limita allí a observar que a fin
de impedir tal derrumbe Dios ha puesto estas estrellas a dis­
tancias inmensas.]01 Por supuesto, este expediente difícil­
mente bastaría para todas las épocas, por lo cual el lector
de Newton se sorprende de que en ninguna parte apunte
esta dificultad como una razón para no atribuir la gravedad
a la materia, más allá del alcance de nuestras observaciones
experimentales; es patente que no hay problema si las es­
trellas no poseen gravitación. Descubrimos, sin embargo, que
Newton piensa implícitamente que las estrellas fijas tienen
gravedad, pues en la Óptica y en la tercera carta a Bentley
la atribuye a ellas como una de las funciones divinas que
las mantienen constantemente en sus adecuados interva­
los.102 En la primera adviértase la cuestión: "¿qué es lo que
100 Principies, II, 311 y sig. Cf. también Opticks, pág. 381.
101 Principies, II, 310 y sig.
102 Opticks, pág. 344; Opera, IV, 439 y sig.
322 l a m e t a f ís ic a d e n e w t o n
impide que las estrellas fijas se precipiten unas sobre otras?"
En la tercera, después de aprobar en sustancia la hipótesis
de Bentley acerca de la creación añade: “Y aunque la mate­
ria se hubiese dividido al principio en varios sistemas y cada
sistema estuviese constituido como el nuestro por un poder
divino, los sistemas exteriores descenderían hacia los que
están más en el medio, de tal suerte que esta estructura de
las cosas no podría existir siempre si un poder divino no lo
conserva..."
En la cuestión final de la óptica encontramos, sin embar­
go, que Dios es responsable de una complicadísima tarea
de la mecánica aplicada: se le asigna el deber de reformar
providencialmente el sistema del mundo cuando el mecanis­
mo se ha desarreglado de tal modo que requiere esa refor­
ma. Los principios activos del éter conservan el movimiento,
pero no lo suficiente para superar las irregularidades apun­
tadas en el movimiento de los planetas y en especial de los
cometas. Debido a la desintegración gradual de los cometas
bajo la influencia del calor solar103 y al retraso en sus afelios
a causa de sus atracciones mutuas y de las atracciones entre
ellos y los planetas; y debido asimismo al aumento gradual
en el tamaño de los planetas, que obedece principalmente
a las mismas causas, aumentan las irregularidades de la
naturaleza, y vendrá un tiempo en que las cosas recuperen
su orden.
"Por algún tiempo los planetas se mueven en órbitas muy
excéntricas en sus distintas posiciones, y el destino ciego
nunca pudo hacer que todos los planetas se muevan del
mismo modo en órbitas concéntricas, salvo algunas irregu­
laridades despreciables, que pueden haber surgido de las
acciones mutuas de los cometas y los planetas y que pueden
aumentar hasta que se imponga la necesidad de una refor­
ma del sistema." 104 Newton sostiene que Dios constituye
ira Principies, II, 293-8.
1<H Opticks, págs. 378 y sig.
DIOS, CREADOR DEL MUNDO 323
una exigencia científica para satisfacer esta necesidad, pues
es un "Agente poderoso y siemprevivo que estando en todas
partes es más capaz de mover con su voluntad los cuerpos
que están dentro de su sensorio uniforme ilimitado y así
formar y reformar las partes del universo, que nosotros de
mover con nuestra voluntad las partes de nuestros propios
cuerpos. Pero no tenemos que considerar el mundo como el
cuerpo de Dios, o sus distintas partes como las partes de
Dios. Es un ser uniforme, desprovisto de órganos, miembros
o partes, y ellos son sus criaturas que le están subordinadas
y sirven a su voluntad... Y como el espacio es divisible in
infinitum, y la materia no está necesariamente en todos los
lugares, puede concederse también que Dios puede crear
partículas materiales de distintos tamaños y figuras, y en
diversas proporciones al espacio, y acaso de diferentes den­
sidades y fuerzas, y así variar las leyes de la naturaleza, y
hacer mundos de distintas clases en las distintas partes del
universo. Al menos, no veo nada de contradictorio en todo
esto."106
Newton da por sentado así un postulado de gran impor­
tancia; supone con muchos otros que introdujeron un inte­
rés estético en la ciencia, que el incomparable orden, la be­
lleza y la armonía que caracterizan el reino celeste en gran
escala tienen que ser eternamente conservados. El espacio,
el tiempo, la masa y el éter solos no pueden conservarlo;
su conservación requiere el ejercicio continuo de esa volun­
tad divina que escogió este orden y armonía como los fines
de su primera tarea creadora. Desde el protoplástico univer­
sa), Dios ha descendido a ser una categoría entre otras ca­
tegorías; sin él no se explican el continuo orden, el sistema
y la uniformidad que se observan en el mundo.

m® Opttch, pig. 379.


324 LA M ETAFÍSICA DE NEW TON

C. LAS RELACIONES HISTORICAS DEL TEISMO DE NEWTON


Si contrastamos la teleología de Newton con la del sistema
escolástico advertimos que para este último, Dios es la causa
final de todas las cosas, al tiempo que más verdadera e im­
portante que el plasmador original de ellas. Los fines de la
naturaleza no interceptaban la armonía astronómica; esa ar­
monía era un medio para fines más amplios, tales como el
conocimiento y la felicidad, y la aplicación por parte de
seres vivos de un orden superior, los que a su vez estaban
hechos para un fin aun más noble que completaban el círcu­
lo divino para conocer a Dios y gozarlo para siempre. Dios
no tenia fines; era el objeto último de los fines. En el mundo
newtoniano y siguiendo la primera sugestión de Galileo, se
abandona llanamente esta amplia teleología. El orden cós­
mico de las masas que se mueven conforme a leyes es el
bien final mismo. El hombre existe para conocerlo y cele­
brarlo; Dios existe para cuidarlo y conservarlo. Se niega im­
plícitamente fin y cumplimiento a los fervores y esperanzas
divergentes de los hombres; si no pueden someterse al fin de
la mecánica teorética, sus portadores quedan sin Dios, y no
tienen entrada en el reino de los cielos. Tenemos que ser
devotos de la ciencia matemática; Dios, el principal mecáni­
co del universo, ha llegado a ser el conservador cósmico. Su
fin es mantener el status quo. Las innovaciones pertenecen
al pasado; no hay ya progresos en el tiempo. La Divinidad
está limitada ahora a cuidar de las reformas periódicas cuan­
do se hacen necesarias, añadiendo las masas en los puntos
convenientes del espacio, pero no hay ya ninguna actividad
creadora.
El intento newtoniano de mantener a Dios en su deber es
históricamente de la más alta importancia. Demostró ser un
verdadero bumerang para su acariciada filosofía de la reli-
DIOS, CBEADOR DEL MUNDO 325
gión, que como resultado de sus exploraciones piadosas, con­
sideraba que la principal función providencial de Dios era
este oficio cósmico, esta escrupulosa defensa de sus leyes
mecánicas arbitrariamente impuestas contra las temibles
usurpaciones de la irregularidad. Realmente, la idea del ojo
divino que deambula constantemente por el universo en
busca de averías que reparar o engranajes que cambiar, hu­
biera sido muy ridicula si su piedad no resultase evidente.
Pues asentar la presente existencia y actividad de Dios en
las imperfecciones de la máquina cósmico era incitar a un
rápido desastre de la teología. Para muchos contemporáneos
la liberación del mundo de las cualidades secundarias y el
énfasis puesto en la maravillosa regularidad de sus rotacio­
nes ponía racionalmente de relieve al Creador divino y la
Voluntad rectora.
“¿Qué importa que en el silencio solemne
todo se mueva en torno al oscuro globo de la Tierra?
¿Qué importa que en sus órbitas radiantes
no se advierta ni voz ni sonido real?
Solazan los oídos de la razón
y revelan una voz gloriosa
que, mientras brillan, canta siempre
‘Es divina la mano que nos hizo’.” !06
Pero la ciencia avanzaba, y guiados por la menos piadosa,
aunque más fructífera hipótesis de que cabría extender la
idea mecánica a una esfera mucho más amplia, los sucesores
de Newton dieron cuenta una por una de las irregularida­
des que Ies parecían esenciales, y que aumentaban si se
abandonaba la máquina a sus propios recursos. Este pro­
ceso de eliminación de los elementos providenciales del orden
del mundo alcanzó su culminación en la obra del gran La-
place, quien creía haber demostrado la estabilidad inherente
im The Spacious Firmament on High, himno escrito por Joseph
Addison para el coro de La Creación de Haydn, tercera estrofa.
326 LA METAFÍSICA DE NEWTON
al universo mostrando que todas sus irregularidades son pe­
riódicas y sujetas a una ley eterna que les impide sobrepasar
una proporción establecida.
Mientras se despojaba asi a Dios de sus deberes, debido
a los amplios progresos de la mecánica y mientras los hom­
bres empezaban a preguntarse si esta máquina que se con­
servaba sola, y abandonada a si misma, tenía realmente ne­
cesidad de su comienzo sobrenatural, la nueva y demoledora
disposición que Hume dio a las ideas de potencia y causa
turbaban al mundo docto con la presunción de que la Causa
Primera no era una idea de razón tan necesaria como habia
parecido, y Kant preparaba su penetrante análisis que im­
plicaba abiertamente la separación de Dios de la esfera del
conocimiento. En suma, los talentos que lo atacaron deslus­
traron la acariciada teología de Newton, y el resto de sus en­
tidades y supuestos metafísicos, extirpadas sus raices religio­
sas, deambulaban desvalidos y sin tino en las premisas de
las concepciones siguientes, indiscutidos por la critica cabal,
que los suponía fundados eternamente como las positivas
conquistas científicas del hombre que fue el primero en
anexar el firmamento ilimitado al dominio de la mecánica
matemática. El espacio, el tiempo y la masa llegaron a ser
considerados constitutivos permanentes e indestructibles del
orden infinito del mundo, al paso que el éter seguía osten­
tando formas indefinidas y se conserva en el mundo cien­
tífico de hoy como un vestigio del antiguo animismo y hace
estragos hasta en el hombre corriente que busca una idea
clara acerca de su mundo. El único lugar que se reservó a
Dios era el simple hecho irreductible del orden inteligible de
las cosas que, por lo que hace al cosmos como un todo no
se le escapó a Hume el escéptico, y tocante al reino de las
relaciones morales fue casi hipostasiado por Kant, el despia­
dado destructor de las pruebas teístas tanto tiempo propug­
nadas. La doctrina de Newton es una etapa de transición
históricamente importante entre el providencialismo milagro­
DIOS, CREADOR DEL MUNDO 327
so de la anterior filosofía religiosa y la tendencia ulterior de
identificar a la Divinidad con el claro hecho del orden y ar­
monía racionales. Dios es aún providencia, pero el ejercicio
principal de su poder milagroso finca en mantener la exacta
regularidad matemática en el sistema del mundo, sin la cual
desaparecerían su inteligibilidad y belleza. Además, el sub­
siguiente intento de fundirlo con esa belleza y armonía tenía
que luchar con una existencia muy desalentadora y precaria.
La mayoría de los pensadores, siempre e inevitablemente
antropomórficos en su teología, apenas si podían percibir la
validez religiosa de tales sucedáneos teísticos. Para ellos, en
la medida en que estaban muy penetrados de la ciencia o de
la filosofía, Dios había sido eliminado de la escena, y sólo
restaba por dar un paso sencillo y final eu la mecanización
de la existencia. Este resto eran las almas de los hombres,
irregularmente esparcidas entre los átomos de las masas que
flotan mecánicamente entre los vapores etéreos en el tiempo
y el espacio, y que aún conservan los vestigios de la res co­
gitaos de Descartes. También a ellas hay que reducirlas a los
productos y a las partes mecánicas del reloj cósmico que se
regula solo. La materia prima para esto la habían suminis­
trado los contemporáneos de Newton, Hobbes y Locke, que
aplicaron en este campo el método de la explicación basado
en las partes más simples y abandonaron las exigencias mate­
máticas; había que liberarlas de todo extraño fundamento
teológico a fin de que encajaran en una última hipótesis me-
canomórfica sobre el universo entero. Esta universalización
del naturalismo mecánico alcanzó su culminación en algunos
de los brillantes pensadores ingleses de la tardía Ilustración,
en especial La Mattrie y el Barón de Holbach, y en forma
algo diferente en el evolucionismo del siglo x k .
El seguir estos desarrollos escapa a los límites de un aná­
lisis de la metafísica de la ciencia moderna. No obstante, la
rápida eliminación de Dios de las categorías tomó irreversi­
ble la proyección sobre la filosofía moderna del notable pro­
328 LA METAFÍSICA DE NEWTON
blema a que nos hemos referido en la introducción, que aún
atormenta el cerebro de los pensadores, los cuales no pueden
pasar por alto las relaciones esenciales que guardan con el
esquema metafísico de Newton. Me refiero al problema del
conocimiento. Mientras la existencia de Dios, al cual le es
presente y conoce intimamente todo el reino material, logró
mantener como una convicción incuestionable el problema de
cómo el alma del hombre encerrada en el espacio oscuro
de un ventrículo del cerebro podía obtener un conocimiento
seguro de las masas exteriores que vagan ciegamente en el
tiempo y el espacio, no llegó a ser naturalmente un enigma
aterrador; Dios procura una continuidad espiritual que co­
necta todos los eslabones en el proceso infinito. Por esta
razón eran muy -débiles los comentarios gnoseológicos de
Boyle. Pero eliminado Dios, las dificultades gnoseológicas
de la situación no podían dejar de plantear un enorme pro­
blema. ¿Cómo podría la inteligencia comprender un mundo
inaccesible que no tiene inteligencia responsable ni rectora?
No es de ningún modo accidental el hecho de que Hume y
Kant, los dos primeros en desterrar realmente a Dios de la
metafísica, destruyesen asimismo, por una crítica escéptica,
la arrogante creencia en las posibilidades metafísicas de la
razón. Advirtieron que el mundo newtoniano sin Dios es
un mundo en el cual el alcance y la certeza del conocimiento
está decidida y estrechamente limitado, si es que en reali­
dad es posible la existencia del conocimiento. Esta conclu­
sión aparece ya indicada en el cuarto libro del Ensayo de
Locke, donde sólo un piadoso teísmo salvó a su inconsecuen­
te autor de caer en el Averno del escepticismo. Ninguno de
estos espíritus penetrantes y críticos —y esta es la lección
más instructiva para los estudiosos de la filosofía en el si­
glo xx— lanzó sus ataques a la obra de quien quedó en el
centro de toda esa importante transformación. Nadie en
el mundo del saber podría salvar las brillantes victorias ma­
temáticas que sometieron el campo del movimiento físico,
DIOS, CREADOR DEL MUNDO 329
y al mismo tiempo poner al descubierto los grandes proble­
mas implícitos en la nueva doctrina de la causalidad, y las
ambigüedades inherentes a la forma precaria, compromete­
dora y racionalmente incompatible del dualismo cartesiano,
que había sido conducida como la deidad de una tribu en
el curso de la campaña. Pues la exigencia de una demostra­
ción absoluta e irrefutable que había propugnado Newton
se difundió por Europa, y casi no hubo quien no sucumbie­
ra al imperio de su autoridad. Dondequiera se enseñaba
como verdadera la fórmula universal de la gravedad se insi­
nuaba también la aureolada creencia de que el hombre es
espectador insignificante y limitado, más aun, el extraño pro­
ducto de una máquina infinita que se mueve por sí misma,
que existía eternamente antes de él y existirá eternamente
después de él y que guarda como reliquia el rigor de las rela­
ciones matemáticas mientras condena a la impotencia todas
las imaginaciones ideales; una máquina que consta de masas
crudas que vagan sin fin en un espacio y tiempo indescubri-
ble y está en general desprovista de todas las cualidades que
pudiesen deparar satisfacciones a los mayores intereses del
hombre, con la única excepción del fin esencial del físico
matemático. En verdad, que este fin tenga su recompensa es
algo contradictorio e imposible cuando se lo somete a la luz
de un claro análisis gnoseológico.
Pero si hubiesen dirigido en este sentido su inteligente
crítica, ¿qué conclusiones radicales habrían sido capaces de
obtener?
C a p ít u l o VIII
CONCLUSIÓN

NECESIDAD FILOSÓFICA DE UN ANALISIS CRITICO


DE LA METAFISICA DE LA CIENCIA
Hemos señalado que el núcleo de la nueva metafísica cien­
tífica se halla en la atribución de la última realidad y de la
eficacia causal al mundo de las matemáticas, el cual se iden­
tifica con la esfera de los cuerpos materiales que se mueven
en el espacio y en el tiempo. Más cabalmente expresado, hay
que distinguir tres puntos esenciales en la transformación
que terminó con la victoria de esta concepción metafísica;
hay un cambio en la concepción dominante: 1) de la reali­
dad, 2) de la causalidad, y 3) del espíritu humano. Primero,
el mundo real en el cual vive el hombre no es ya considera­
do como un mundo de sustancias que posee tantas cualida­
des últimas como se puede experimentar en ellas, sino como
un mundo de átomos (ahora electrones), provisto única­
mente de características matemáticas y que se mueve con­
forme a leyes formulables matemáticamente. Segundo, las
explicaciones basadas en las formas y causas finales de los
acontecimientos, tanto en este mundo como en la esfera
menos independiente de la mente, fueron ciertamente de­
jadas de lado a favor de las explicaciones basadas en sus ele­
mentos más simples; el último se relaciona temporalmente
como las causas eficientes y es posible tratar mecánicamente
los movimientos de los cuerpos. En relación con este cambio
experimentado, Dios dejó de ser considerado la Suprema
UN ANÁLISIS CRÍTICO
Causa Final, y, donde aún se creía en él, llegó a ser la Pri­
mera Causa Eficiente del mundo. También el hombre perdió
el alto puesto que tenía frente a la naturaleza que había sido
como una parte de su primera jerarquía teleológica, y se
llegó a considerar su mente como una combinación de sen­
saciones (ahora reacciones) en lugar de las facultades esco­
lásticas. Tercero, el intento de los epistemólogos de reconsi­
derar; a la luz de estos dos cambios, la relación del alma
humana con la naturaleza se expresaba en la forma popu­
lar del dualismo cartesiano, con su doctrina de las cualidades
primarias y secundarias, la localización del alma en un lugar
del cerebro y la explicación mecánica del origen de las sen­
saciones y de las ideas.
Estos cambios han condicionado prácticamente todo el
pensamiento moderno, cuyo ideal es la exactitud. Hoy se
están elaborando teorías sobre cada una de estas cuestiones,
teorías que prometen más que los primeros intentos moder­
nos de refutar la metafísica de la ciencia porque surgen en
una época en la cual la física se vio obligada a zafarse de
las amarras newtonianas y a considerar de nuevo sus funda­
mentos. Con el tiempo, del antagonismo de estas teorías sur­
girá una nueva concepción científica del mundo que puede
durar tanto y dominar al pensamiento humano tan profun­
damente como la gran concepción del medioevo. En vista
de las rápidas transformaciones que hoy experimentan las
ideas fundamentales de la ciencia, no cabe anticipar con cer­
teza y en detalle la formación de esta nueva imagen del
mundo. Debe pasar algún tiempo para ello. Pero la primera
lección de este estudio histórico es que han de ser inade­
cuados en cualquier caso los intentos que se hagan para
formular esta nueva concepción por la mera síntesis de los
datos científicos o la crítica lógica de sus supuestos. Es de
importancia capital que se los complemente con un profun­
do conocimiento de los principales hechos que han condicio­
nado el nacimiento de la metafísica medieval y la concepción
332 CONCLUSIÓN
mecánico-matemática que le siguió; así lo exigen los pen­
sadores de una crítica cabal. Sin este conocimiento, la nueva
metafísica, cuando llegue, será la objetivación del genio de
una época, acaso incierta y transitoria, más bien que la ex­
presión razonada del conocimiento intelectual de todas las
épocas. A menos que nos aproximemos más estrechamente
que hasta ahora a esta interpretación general, difícilmente
merecerá la nueva cosmología el esfuerzo que su construc­
ción exige. El panorama que se exige para este esfuerzo sólo
puede procurarlo un amplio análisis histórico como el nues­
tro, que representa una humilde contribución.
Rebasa los alcances de una conclusión el desarrollar con
extensión este aspecto moralizador, pero vale la pena consi­
derar sucintamente las tres fases ya mencionadas de la trans­
formación en la concepción mecánica y ver qué planteo his­
tórico ha de contribuir a la aclaración de sus principios.
Hasta donde toca al problema de la naturaleza esencial de
la realidad, es evidente que, después de las hazañas de la
física moderna, el mundo que nos rodea es, entre otras cosas,
un mundo de masas que se mueven conforme a leyes ma­
temáticamente formulables en el tiempo y en el espacio. La­
mentarlo sería negar los resultados aprovechables de la mo­
derna investigación científica sobre la naturaleza de nues­
tro medio físico. Pero, cuando con el objeto de desbrozar el
campo para el análisis matemático exacto, se eliminan del
reino temporal y espacial todas las características no mate­
máticas, y se las concentra en un lóbulo del cerebro y se las
proclama como efectos semirreales de los movimientos ató­
micos exteriores, se ha realizado más bien una operación ra­
dical de cirugía cósmica que merece ser examinada cuidado­
samente. Si estamos en lo cierto al afirmar que el pensamiento
ávido de salvación religiosa desempeñó una parte importan­
te en la construcción de la jerarquía medieval de la realidad,
¿no es una hipótesis igualmente plausible suponer que este
pensamiento ávido de otra cosa subyace en esta extrema doc-
UN ANÁLISIS CRÍTICO 333
trina de la física moderna, y que a causa de que resultaba
más fácil proseguir con la reducción de la naturaleza a un
sistema de ecuaciones matemáticas suponiendo que nada
existe fuera del alma humana que no sea susceptible de
esta reducción, los físicos se pusieron en seguida a forjar
los supuestos convenientes? En esto late una lógica dogmá­
tica. ¿Cómo puede reducir el mundo físico a fórmulas ma­
temáticas exactas quien distrae su atención geométrica con
la suposición de que la naturaleza física está llena de colo­
res, de sonidos, de sentimientos y de causas finales así como
de unidades y relaciones matemáticas? Sería fácil juzgar con
rigor excesivo a estos gigantes de la historia. Debiéramos re­
cordar que los hombres no pueden empeñarse en una tarea
intelectual ardua y profunda cuando topan con distraccio­
nes constantes y atractivas. Hay que rechazar o eliminar
todos los motivos de distracción. Para continuar con paso
firme sus hazañas revolucionarias, tuvieron que atribuir reali­
dad e independencia absoluta a esas entidades en base a las
cuales intentaban reducir el mundo. Hecho esto, todos los
otros aspectos de su cosmología siguieron naturalmente. Sin
duda, la posesión de la ciencia moderna vale el barbarismo
de unos cuantos siglos con respecto a la metafísica. ¿Por qué
ninguno de ellos vio las enormes dificultades? ¿Puede, a la luz
de nuestro estudio, haber duda acerca de su razón funda­
mental? Estos fundadores de la filosofía de la ciencia esta­
ban absorbidos por el estudio matemático de la naturaleza.
Tendían, hasta donde les era posible, a evitar cada vez nuís
la metafísica; si no lo conseguían se convertían en un instru­
mento para sus amplias conquistas matemáticas del mundo.
Todas las soluciones de las cuestiones últimas que seguían
proclamando, aunque superficiales y contradictorias, las cua­
les servían para aquietar la situación y dar una respuesta pa­
sadera a sus problemas con las categorías que ya les resul­
taban familiares, y sobre todo para brindarles un campo libre
para sus investigaciones matemáticas, tendían a ser fácil-
334 CONCLUSIÓN
mente aceptadas y recogidas por ellos con una confianza
ciega. Esto no es totalmente válido para quienes como Hob-
bes y More eran filósofos más bien que físicos matemáticos,
y Descartes es tal vez una excepción, aunque apenas puede
uno asegurar cuánto condicionó a su filosofía primera su
desesperada exigencia de una ciencia matemática pura de
la naturaleza. *
Ahora bien, la posición rectora que en el pensamiento mo­
derno han llegado a ocupar la química, la biología y las cien­
cias sociales ha creado dificultades a este esquema simple,
que hasta los más temibles mecanicistas habrían tenido que
encarar si la física mecánica no hubiera anticipado, en la
medida que lo hizo, el desarrollo exacto de estas ciencias.
Desde el punto de vista de las ciencias no mecánicas, hay
que considerar que las entidades pertenecen al mundo real
que está más allá del alma, el cual no tiene cabida en la
simple metafísica newtoniana. Hay que convenir, por lo
menos, que las cualidades secundarias y terciarias incor­
poradas a las instituciones humanas tienen una posición muy
diferente de la que tenían en la primera filosofía mecánica.
Estos desarrollos sugieren con energía que la realidad sólo
puede considerarse consecuentemente como una tarea más
compleja, que las cualidades primarias caracterizan a la natu­
raleza en cuanto está sometida a tratamiento matemático,
pero en cuanto conserva las cualidades secundarias y tercia­
rias es una mezcla de cualidades ordenadas pero irreducti­
bles. La gran dificultad de la cosmología contemporánea es­
triba en interpretar una estructura racional a partir de estos
varios aspectos de la naturaleza; que aún no la hemos resuelto
satisfactoriamente es evidente si se consideran las insuficien­
cias lógicas de la teoría de la evolución repentina, que es
ahora el esquema más popular para tratar este problema. En
esta teoría, o tenemos que suponer discontinuidades fun­
damentales en la naturaleza que no pueden deducirse de las
cualidades que existían antes, o bien tenemos que conside­
UN ANÁLISIS CRÍTICO 335
rar que las cualidades más complejas existen antes de que
se les haya observado empíricamente, y que cooperan para
que se produzca su incorporación en la materia. La segunda
de estas alternativas nos remite a la lógica precientífica, al
paso que la primera admite demasiadas irracionalidades en
el orden de la naturaleza. En realidad, renuncia a la tarea
de construir un orden coherente en las fases de la realidad.
Estas dificultades sugieren que acaso necesitamos ser mucho
más radicales en la hipótesis explicativa de lo que hasta
aquí hemos sido. Es posible que el mundo de los hechos ex­
teriores sea mucho más fértil y plástico de lo que hemos
osado suponer; puede que todas estas cosmologías y mu­
chos otros análisis y clasificaciones sean modos auténticos de
ordenar lo que la naturaleza ofrece a nuestro entendimiento,
y que la condición principal que determina la selección que
operamos entre ellas sea algo que está en nosotros más bien
que en el mundo extemo. Esta posibilidad podría aclararse
mucho con estudios históricos que averigüen los motivos fun­
damentales y los otros factores humanos que están implí­
citos en cada uno de estos análisis característicos, y tratar
de avaluarlos en lo posible y descubrir cuáles poseen más
significación perdurable.
Esto se toma aun más evidente cuando encaramos la se­
gunda fase de la transformación newtoniana: el problema de
la causalidad. Distintos pensadores y épocas han hecho su­
posiciones muy diferentes acerca de qué es lo que consti­
tuye la explicación causal correcta de todos los hechos; sólo
un estudio histórico puede revelar los factores que determi­
nan la aparición de cada uno de los tipos y procuramos al­
guna base para decidir cuál de ellos es el más plausible, o
por lo menos cuál señala la dirección que debemos seguir
para lograr la explicación más satisfactoria.
Si se considera su aparición histórica en la filosofía cien­
tífica occidental, hay que apuntar sobre este tema tres con­
vicciones fundamentalmente distintas. Una es la posición
336 CONCLUSIÓN
teleológica de la filosofía platónica y aristotélica que se ex­
presa con escrupulosa exactitud en la expresión escolástica de
que la causa debe ser adecuada al efecto “formal o eminen­
temente”. En lenguaje corriente podemos formularla asi: la
causa debe ser, por lo menos, tan perfecta como el efecto.
Cuando se la determina con detalle se ve que expresa una
imagen esencialmente religiosa del mundo, y que postula
como la causa última y omnímoda de los hechos un ser no
diferente de la divinidad escolástica (un ern realtssimum et
perfectissimum). La segunda es la posición mecánica cuya
importancia hemos estudiado en las páginas anteriores. Sus su­
puestos fundamentales son que todas las causas y efectos son
reducibles a los movimientos de los cuerpos en el tiempo
y en el espacio, y que son matemáticamente equivalentes en
cuanto a las fuerzas expresadas. Desde este punto de vista,
la idea de perfección desaparece por completo; la tarea de la
explicación consiste en descomponer los hechos en los mo­
vimientos de las unidades de masa elementales de que están
compuestos, y en establecer en forma de ecuación el com­
portamiento de grupos correlativos de acontecimientos. No
hay ya explicaciones últimas salvo en la forma de una ley
muy general manifestada en explicaciones determinadas.
Aparte del esfuerzo por unificar el conocimiento científico
hasta donde es posible por medio de dichas leyes generales,
se considera que una explicación es adecuada si descubre
algún otro hecho matemáticamente equivalente que haga
posible la exacta predicción del primero o la producción del
segundo. Con respecto a la naturaleza de la explicación, la
concepción newtoniana del mundo es un corolario medible
en términos lógicos y metafísicos de este supuesto, que fue
acogido sin atenuante salvo el que surgía de la posición anó­
mala del alma. La tercera posición es la evolucionista, im­
puesta en los últimos tiempos por la creciente convicción
de que los fenómenos del crecimiento, orgánico e inorgánico,
exigen un tipo de explicación causal esencialmente diferente
VS ANÁLISIS CRÍTICO 337
de las anteriores. El supuesto fundamental de esta posición
es que la causa debe ser más simple que el efecto, aunque a
ella se deba su origen. Común a los dos últimos supuestos
causales es el método que consiste en analizar un hecho para
explicarlo por sus componentes más simples (y a menudo
preexistentes), y también la predicción y control de la causa
por medio de la causa; estas dos características no son nece­
sarias y de ordinario están ausentes en las explicaciones que
se hacen desde el punto de vista teleológico. El segundo pre­
tende agregar a la relación, la exactitud matemática.
Ahora bien, es una hipótesis posible por lo menos que,
hasta donde toca a los datos de la ciencia, no sabemos cuál
de estos supuestos constituye una explicación causal ade­
cuada, y que los factores que determinan la selección de
ellos hay que buscarlos principalmente en nosotros que pen­
samos acerca del mundo más que en el mundo acerca del
cual pensamos. Acaso explique nuestras modernas preferen­
cias en esta cuestión el hecho de que la necesidad humana
de controlar los procesos de la naturaleza del modo más
exacto posible se haya convertido en una ambición domi­
nante. Sería ciertamente necesario en este caso un análisis
histórico del desarrollo de esta necesidad, una investigación
de los correspondientes motivos que laten en los supuestos
del pensamiento anterior, y una averiguación sistemática de
los factores que han condicionado el ascenso y la caída
de estos intereses, si es que queremos un conocimiento com­
pleto sobre su promesa de permanencia, sobre la posibilidad
de su reconciliación y el carácter relativamente plausible de
las construcciones cosmológicas que subrayan uno u otro de
estos enfoques. Los prejuicios de los intelectuales han venido
arraigándose con vigor creciente en la época moderna en
oposición a la explicación teológica. Los capítulos anterio­
res han puesto en evidencia algunos, por lo menos, de los
motivos y causas de este sentimiento. Hoy, sin embargo, hay
indicios de que este prejuicio ha sido excesivo. Si se admite
338 CONCLUSIÓN
que en el universo existe el valor, se hace difícil interpre­
tarlo sin dar cabida a la teleología. £1 analizar un valor y
revelar sus elementos, o el estudiar su historia y modos de
aparición dará respuesta a algunas cuestiones acerca de él,
pero no explicará la naturaleza del valor en cuanto tal. Así
ocurre, en verdad, si sostenemos como algunos pensadores
modernos que un ideal puede ser algo para lo cual vale la
pena vivir, esto es, que se justifica a si mismo como ideal,
aun cuando su origen sea humilde y su destino empírico muy
incierto. Esto implica que las cuestiones referentes al análi­
sis y al origen son extrañas a la índole del valor en cuanto
tal; ¿y qué método hemos encontrado para interpretar racio­
nalmente los valores salvo el que consiste en organizados
en un sistema en el cual el valor que bajo ciertas circuns­
tancias se considera el supremo, determina el valor de lo
demás? Bien puede ser que la ciencia, a despecho de su
rechazo de las causas finales, revela la presencia y función
de los valores en las categorías fundamentales que escoge y
el método que les aplica. Si es así, una metafísica científica
adecuada no podrá prescindir en alguna forma de la teleo­
logía y es una cuestión de capital importancia determinar
cuál ha de ser esta forma.1 De seguro que un estudio compa­
rativo de las diferentes etapas del desarrollo del pensamiento
científico arrojará luz sobre esta cuestión y sugerirá hipó­
tesis que podrán abrigarse con mayor confianza que cual­
quiera de las logradas sólo por medio de un estudio estruc­
tural de los procedimientos de la ciencia contemporánea.
Vale la pena examinar con mayor extensión la tercera fase
de la metafísica de Newton; esto es, su doctrina del alma,
pues en este punto la critica filosófica ya ha mostrado su
superioridad para encarar los problemas metafísicos que
brotan de la ciencia moderna, y puede que su contribución
característica en el futuro esté en esta línea. Los idealistas
1 En un pequeño libro titulado Religión in an Age of Science he
tratado de un modo elemental un aspecto de esta cuestión.
UN ANÁLISIS CRÍTICO 339
y realistas ingleses a partir de Berkeley han estado empe­
ñados en señalar que la forma popular del dualismo carte­
siano, con su concepción de que el alma es sustancialmente
diferente de la materia física y sin embargo hay que locali­
zarla en el cerebro, es una idea suicida para la ciencia misma
—toma imposible y contradictorio todo conocimiento cientí­
fico—; los idealistas alemanes y sus epígonos, en cambio, se
han esforzado por mostrar que la propia existencia de la
ciencia, así como del arte, de la filosofía y, en general, de
la civilización humana, supone la atribución al alma de una
realidad y naturaleza que difiere ampliamente de la que
aceptaba el dualismo tradicional.
Vamos a resumir críticamente la situación con referencia
a cada uno de estos puntos, comenzando por el primero. Un
texto apropiado para esta cuestión particular se halla en esa
afirmación muy interesante de Descartes que hemos citado
ya dos veces. “Cuando alguien dice que ve el color en un
cuerpo o siente dolor en uno de sus miembros, es exacta­
mente lo mismo que si dijera que vio o sintió algo, cuya na­
turaleza ignoraba por completo, o que no conocía lo que
veía o sentía." En el curso de nuestro análisis histórico hemos
encontrado razones suficientes para creer que esta posición,
en sus comienzos con Galileo y Descartes, se escudaba sola­
mente en un apriorismo matemático, pero por supuesto rara
vez o nunca se ha basado declaradamente en él. A medi­
da que se desarrollan la fisiología y la óptica, los pensadores
que se habían hecho cargo del dualismo propuesto por los
gigantes de la ciencia, creían haber recogido argumentos
empíricos suficientes para sostener su posición. El profesor
Huxley en su Helps to the Study of Berkeley 2, ofrece en
tiempos relativamente recientes una típica defensa de la si­
tuación aceptada por la mayoría de los científicos modernos.
“Supongamos que me pincho accidentalmente el dedo con un alfi­
ler; inmediatamente me percato de una condición de mi conciencia,
8 En su Hume, New York. 1896, págs. 251 y sig.
340 CONCLUSIÓN
de una sensación que denomino dolor. No me caben dudas de que la
sensación está sólo en mi; y si alguien dijera que el dolor que siento
es inherente a la aguja, como una de las cualidades de su sustancia,
deberíamos mofamos de lo absurdo de la expresión. En realidad, es
absolutamente imposible concebir el dolor si no es como un estado de
conciencia.
"Por eso, por lo que toca al dolor, es muy claro que la expresión
de Berkeley es estrictamente aplicable a nuestra capacidad de concebir
su existencia; su ser tiene que ser percibido o conocido y mientras
no es realmente percibido por mi, o no existe en mi mente o en la de
otro espiritu creado, tiene que carecer por completo de existencia o
bien subsistir en la mente de algún espíritu eterno.
"Esto por lo que toca al dolor. Consideremos ahora una sensación
corriente. Si toco suavemente la piel con la punta del alfiler, me per­
cato de una sensación o condición de la conciencia, muy diferente de
la primera, sensación que llamo ‘tacto’. Sin embargo, es evidente que
el tacto está en mi como estaba el dolor. No puedo concebir por un
momento que esto que llamo tacto exista aparte de mí mismo, o que
sea capaz de las mismas sensaciones que yo. El mismo razonamiento
se aplica a todas las otras sensaciones simples. Basta un momento de
reflexión para convencemos que el olor, el sabor y la amarillez, de
que nos percatamos cuando olemos, gustamos o vemos una naranja
son tan cabalmente estados de conciencia como la sensación desagra­
dable que provoca una naranja demasiado agria. Ni es menos evidente
que todo sonido es un estado de conciencia de quien lo oye. Si en el
universo no hubiese más que seres ciegos y sordos no podríamos imagi-
nur otra cosa que esa oscuridad y silencio reinando por doquier.
”Por tanto, es indudablemente cierto respecto de todas las sensaciones
simples que, como Berkeléy dice, su esse es percipi, es decir que su
ser consiste en ser percibido o conocido. Pero lo que percibe o conoce
se llama mente o espiritu; y por lo tanto el conocimiento que los sen­
tidos dan es, después de todo, un conocimiento de fenómenos espi­
rituales.
"Los contemporáneos de Berkeley admitían explícita o implícitamen­
te todo esto y hasta insistian en ello... con respecto a las cualidades
secundarias..
Huxley procede a discutir la idea de las cualidades pri­
marías tal como se la concebía en la época de Berkeley, y
luego vuelve a su experiencia del alfiler.
"Se ha visto que cuando nos pinchamos el dedo con un alfiler se
produce un estado de conciencia que llamamos dolor, y se admite que
UN ANÁLISIS CRÍTICO 341
este dolor no es algo inherente al alfiler, sino algo que sólo existe en
la mente, y que no hay en otra parte nada semejante.
"Pero una atención somera muestra que este estado de conciencia
se acompaña, de otro, del cual con ningún esfuerzo podemos despren­
demos. No sólo tengo Ja sensación, sino que la sensación está loca­
lizada. Estoy tan seguro de que el dolor está localizado en el dedo
como de que lo tengo. Y ningún esfuerzo de la imaginación podrá per­
suadirme de que el dolor no está localizado en el dedo.
"Sin embargo, nada es más cierto de que no está y no puede estar
en el lugar en que lo siento, ni a dos pies de ese lugar. Pues la piel del
dedo está en conexión con un haz de fibras nerviosas finas, que reco­
rren toda la longitud del brazo hasta la médula espinal, la cual las
pone en comunicación con el cerebro, y sabemos que la sensación de
dolor producida por el pinchazo del alfiler depende totalmente de
esas fibras. Si se las corta junto a la médula espinal no se siente dolor,
cualquiera sea el daño que se haga al dedo; y si se pinchan las ter­
minaciones que siguen estando en conexión con el cordón espinal, el
dolor que se produzca parecerá estar localizado en el dedo, tan cla­
ramente como antes. Aun más, si se corta el brazo, el dolor produ­
cido por el pinchazo en el muñón nervioso parecerá estar localizado
en los dedos, tal como si estuvieran aún en conexión con el cuerpo.
"Es muy evidente, por tanto, que la localización del dolor en la
superficie del cuerpo es un acto de la mente. Es una extradición de
esa conciencia, que está localizada en el cerebro, con respecto a un
punto definido del cuerpo; esto se produce sin nuestra voluntad y
puede dar lugar a ideas contrarias al hecho... Así como el dolor no
está en el alfiler, tampoco lo está la sensación de lugar; es verdad
tanto del primero como del segundo que ‘su ser es ser percibido’, y que
su existencia no es concebible aparte de una mente pensante.
"El razonamiento anterior no se invalida de ningún modo, si en
lugar de pinchar el dedo hacemos descansar en él suavemente la punta
del alfiler, como para dar lugar solamente a una sensación táctil. La
sensación táctil es referida a la punta del alfiler, y parece existir ahí.
Pero es cierto que no está ni puede estar allí realmente, porque el ce­
rebro es el único sitio de la conciencia; y además porque pueden pre­
sentarse pruebas, tan fuertes como las que se dan en favor de que
la sensación está en el dedo, en apoyo de proposiciones que son ma­
nifiestamente absurdas. Por ejemplo, los pelos y las uñas, como todos
sabemos, están totalmente desprovistos de sensibilidad. Sin embargo, si
tocamos, aunque sea muy ligeramente, la punta de las uñas o de los
pelos, sentimos que los han tocado, y la sensación parece estar situada
en las uñas o en los pelos. Aun más, si se toma firmemente un bastón
de un metro de largo por el mango y se toca el otro extremo, la
342 CONCLUSIÓN
Sensación táctil, que es un estado de nuestra conciencia, será referida
indudablemente al extremo del bastón, pero nadie dirá que se en­
cuentra allí.”
No necesitamos citar más. El profesor Huxley está tan in­
fluido por el argumento de Berkeley, que al fin admite con
él que las cualidades primarias y las secundarias deben ser
consideradas estados de conciencia, y de aquí que si tuviera
que escoger entre el materialismo absoluto y el idealismo
absoluto, adoptaría sin duda el segundo. El corolario parece
ser que prefiere permanecer en el dualismo newtoniano.
Pero Huxley nos ha ofrecido aquí el argumento científico
más plausible que hasta la fecha se haya anticipado a favor
de ese dualismo, por lo que toca al lugar que le atribuye
al alma. Descartes había insistido en la necesidad de despo­
jar a la materia extensa de todas las cualidades secundarias
y hasta de eliminar el dolor de los miembros, y sólo cualida­
des matemáticas asignaba al alma, la cual obra desde su sitio
en la glándula pineal del cerebro. Veamos qué puede sacarse
de la defensa que hace Huxley de esta posición.
Un alfiler me pincha el dedo, y siento dolor en él. Pero el
profesor Huxley me asegura que el dolor no puede estar en
el dedo. ¿Por qué? Porque no siento más el pinchazo si se
cortan las fibras nerviosas que van del dedo al cordón espi­
nal; por esto la sensación de dolor debe estar en el otro
extremo de esas fibras, a saber en el cerebro. A primera
vista, este argumento parece ser bastante curioso; es como
si alguien dijera que, si se corta el acueducto de Crotón de­
jará de entrar agua a la ciudad de Nueva York entonces el
depósito que creíamos que existía en la parte baja de Cats-
kills tiene que estar realmente en la ciudad. Además, es muy
difícil sostener que las fibras nerviosas terminen en el cere­
bro. En tal situación, hay un paso continuo del nervio desde
la médula espinal o el cerebro y a través del brazo a un
músculo que hace retirar violentamente el dedo del alfiler.
Por eso, de acuerdo con este modo de argumentar, la sensa­
UN ANÁLISIS CRÍTICO 343
ción del dolor debe estar en ese músculo. Pero aún nadie
ha sostenido esto. ¿No sugieren estas consideraciones que
si los pensadores no estuvieran convencidos de antemano
que las sensaciones se producen en el cerebro, nunca habrían
supuesto que dichos argumentos confirmaban esa idea?
Pero el profesor Huxley llama nuestra atención a hechos
más amplios. Si amputamos el brazo y pinchamos el extremo
de la misma fibra nerviosa, el dolor se siente en el mismo
lugar, esto es, allí donde habría estado el dedo. Pero allí no
hay ahora más que espacio vacío, y esto le hace exclamar
triunfalmente al profesor Huxley que el dolor debe existir
realmente en el cerebro. ¿Pero cómo es posible llegar a esta
conclusión? Para no repetir la observación anterior, que aquí
también sería válida y exigiría que el argumento aplicado
consecuentemente acabara por fijar el dolor en algún múscu­
lo del brazo, diremos que los hechos se apartan mucho de
la conclusión. En esta situación resulta muy claro que no
se producen en el mismo lugar el dolor que siento y el pin­
chazo del alfiler. ¿Pero qué nos ha llevado a suponer que
el problema queda resuelto con fijar al dolor un tercer lugar,
esto es el cerebro? Yo, en verdad, no lo siento ahí. Otras
cosas, que los fisiólogos descubren ocurren allí, mas no la
sensación. Si tenemos que admitir, forzados por simples
hechos, que el dolor y el pinchazo están en diferentes luga­
res ¿no se resuelve la dificultad de modo mucho más simple
y consecuente sosteniendo que el dolor está exactamente
donde lo siento, aun cuando el ojo no vea allí más que vacío?
Seguramente no se lo habría localizado en el cerebro si uno
no se hubiera persuadido de antemano por algún prejuicio
metafísico que debe estar allí.
Pero aun falta lo peor. Adoptemos y completemos la pre­
misa evidente de Huxley. Nuestras sensaciones deben locali­
zarse en el lugar del cerebro en que terminan las fibras ner­
viosas que recorren las diversas partes del cuerpo afectado.
Huxley señala, y correctamente, que, en la medida en que
344 CONCLUSIÓN
la estructura del nervio y las percepciones inmediatas son
análogas en el caso de todos los sentidos, están, en este pun­
to, sometidas al mismo razonamiento; de aquí que así como
el dolor sentido debe estar en el cerebro, asi también el so­
nido oído debe estar en el cerebro. Por nuestra parte agre­
garemos que la cosa coloreada y extensa debe verse igual­
mente en el cerebro. Esto no es seguramente más que un
desarrollo consecuente de los principios y métodos de Hux-
ley. Los objetos o contenidos de todos los sentidos están del
mismo modo reunidos en la parte del cerebro en que termi­
nan los nervios. Pero después de haber seguido nuestras pre­
misas hasta este resultado, nos preguntamos qué ha sido del
universo que percibimos y en el cual suponemos vivir. Todo
está compendiado en el cerebro en una serie de puntos di­
minutos, si no matemáticos. Pero aun más; en un hecho tal,
¿qué entendemos por cerebro? ¿Dónde están él y las fibras
nerviosas que lo trajeron a la existencia? También ellos son
sólo conocidos por medio de nuestros diversos sentidos;
¿también ellos no son más que diminutos puntos en el mis­
mo cerebro? No, esto sería un sin sentido; ¿dónde enton­
ces? Aguardemos un momento. Después de todo, nunca per­
cibo mi propio cerebro. En cuanto es directamente conocido
y no meramente inferido, es algo percibido por otras perso­
nas que pueden interesarse por investigarlo. Por ello todo
mi universo percibido más el cerebro en el cual existe tiene
que localizarse en el cerebro de otro. ¿Y dónde existe ese
cerebro? En un tercer cerebro, naturalmente. ¿Y dónde exis­
ten esos últimos cerebros de los hombres que perciben los
otros cerebros, pero que no tienen la fortuna de ser percibi­
dos por otros?
De seguro que en alguna parte nos hemos apartado de la
sana reflexión. ¿Se debe acaso a que no hemos logrado dis­
tinguir entre las cualidades percibidas —que existen en el
cerebro del que percibe— y los caracteres de los objetos
reales —que existen en el mundo exterior— a los cuales co­
UN ANÁLISIS CRÍTICO 345
rresponden? ¿Pero qué se puede entender por caracteres de
objetos reales si son algo existencialmente muy distinto de
las cualidades percibidas? ¿Qué puede entenderse por co­
rrespondencia entre ambos? ¿Cómo puede comprobarse esa
correspondencia si sólo uno de los términos de la relación
cae en la esfera de la percepción? En la práctica corregimos
las percepciones dudosas acudiendo a otras percepciones;
nunca las corregimos comparándolas con algo no percibido.
Y exigiendo más aun, ¿cuál puede ser la relación entre el
espacio de los objetos reales y el espacio de la percepción?
Ambos parecen ser infinitos y contener todo el espacio que
existe; inclusive el espacio de la percepción parece contener
mi cuerpo como un objeto muy pequeño. Pero de acuerdo
con esta teoría el universo debe estar encerrado totalmente
dentro de mi cerebro real. [Cuán grande tiene que ser éste!
La mayor distancia que puedo medir con materiales sensi­
bles o instrumentos abraza sólo una pequeña fracción de mi
cerebro, pues todas esas medidas están en el mundo espacial
de mi percepción. Cosa aun más extraña, los cerebros de los
demás parecen ser muy pequeños comparados con el mío;
no son sino porciones pequeñísimas del espacio percibido
que existe en mi cerebro. Y con los mismos supuestos hacen
comparaciones igualmente corteses de mi cerebro con el
suyo. Aquí también parece haber un extravío. El cerebro que
percibo en la cabeza de otro, ¿es sólo un punto insignifican­
te que está en su cerebro real? Es un punto que está en mi
cerebro, y el mío es el mismo que está en el suyo. ¿Cuál es
entonces la relación espacial que hay entre su cerebro real
y el mío? ¿Cuál incluye al otro, y por qué?
Los que combinan el realismo con el dualismo newtonia-
no se ven muy perplejos en su intento de dar respuestas con­
secuentes a las preguntas apuntadas. Tarde o temprano tie­
nen que abandonar prácticamente los supuestos implícitos;
el espacio de la percepción es demasiado semejante al espa­
cio de los objetos reales para que revele diferencias esen-
346 c o n c l u s ió n
dales. Lo que necesita es librarse de ilusiones, de imágenes
personales y de otras experiencias que carecen de objetivi­
dad social a fin de que pueda funcionar aceptablemente
como espado real. Y una vez que se ha alcanzado este punto,
no hay ya excusas para mantener la distindón entre cualida­
des percibidas y los caracteres reales que le corresponden.
En la percepción verdadera están localizadas en la misma
superficie del espacio, y en realidad nunca intentamos des­
cubrir qué cosas no percibidas corresponden a aquellas que
percibimos. Pero esta es la renuncia del dualismo en cual­
quier cosa que se parezca a su forma newtoniana. Se requie­
re una teoría del alma muy distinta para elaborar de este
modo esa situadón a fin de que la estructura fundamental
del conocimiento dentífico no resulte un sin sentido.
El hecho es que sólo entendemos dos cosas por objetos
reales. O son una X trascendente e incognoscible, y nada
puede decirse de ellos sino simplemente mendonarlos; o
bien son constantes de la reladón que hay entre los grupos
de las cualidades percibidas. En el último caso son objetos de
la experiencia, y el espacio en el cual existen es esendal-
mente idéntico al espacio de la percepción. En la vida co­
rriente todos suponemos esto, y damos por sentado la vali­
dez de los juidos que se refieren a la localizadón, los cuales
se basan en nuestra propia percepción espacial.
No hay ciencia posible de los fenómenos sensibles a me­
nos que demos por supuesto que nuestra percepción inme­
diata de las direcciones y relaciones espaciales es fidedigna.
Creemos que es justo asignar el dolor al cerebro porque
vemos lo que ocurre cuando se cortan las fibras nerviosas,
y se supone con razón que la visión da una imagen correcta
de lo que acontece en la porción del espacio que esas fibras
ocupan. Y se está más seguro que nunca cuando otros obser­
vadores lo confirman. Esto supone que el mundo espacial
que se ve es el mundo espacial real, y no otra cosa. ¿Por qué
entonces volverse y acusarme de error cuando digo que el
UN ANÁLISIS CRÍTICO 347
dolor está en mi dedo? No hay imposibilidad lógica de que
esté allí, ni de que esté en otro espacio vacio después que se
me ha cortado el brazo. Los únicos para quienes esto es im­
posible son aquellos que dan por supuesto que la sensación
está en el cerebro, y si fueran consecuentes reconocerían que
la visión está también en el cerebro; hemos señalado ya a
dónde conduce este razonamiento. ¿Por qué se supone que
mi sensación es mendaz y la visión de los demás siempre
veraz? ¿Por qué no admitir que la sensación está donde la
siento, puesto que no puede dejarse de suponer que la visión
está donde se la ve? En realidad, mientras me adhiero a un
criterio empírico de verdad no puede convencérseme de que
lo que inmediatamente siento está localizado en un lugar di­
ferente de donde lo siento. No hay empíricamente al res­
pecto diferencia alguna entre los sentidos. Por medio de
ellos, percibimos las cosas inmediatamente en distintas rela­
ciones, localizaciones o direcciones espaciales. Hay, sin duda,
problemas importantes que nos plantean las experiencias que
cita Huxley, tales como el pinchazo en el muñón de un ner­
vio y el referente al bastón y otros similares; pero dichos
problemas, como asimismo los tocantes a las ilusiones visua­
les, no pueden resolverse rehusando confianza a los sentidos,
sino por medio de un análisis cuidadoso de los juicios que
formulamos, en base a nuestras experiencias sensibles. Cuan­
do siento dolor en algún lugar, y concediendo que en este
punto es evidente el testimonio de la sensación, ¿cómo puedo
negar empíricamente que lo siento allí, aun cuando para el
ojo ese lugar esté a alguna distancia del cuerpo? En este caso
debo afirmar simplemente que no existe la correlación espa­
cial corriente entre los distintos sentidos. De un modo aná­
logo, si veo un fantasma donde los demás me dicen que no
ven nada, o si digo que son verdes los objetos que ellos dicen
que son rojos, no puedo negar que veo lo que veo, y que está
en cierta relación espacial con los otros objetos de mi visión.3
3 £1 testimonio inmediato de la vista sólo da la dirección y las re-
348 CONCLUSIÓN
En cuanto ser social necesito también llegar a un mundo es­
pacial común, que todos pueden comprobar; asimismo para
vivir satisfactoriamente debo llegar a un mundo ordenado y
seguro, y aprender a distinguir con claridad mis experiencias
espaciales puramente individuales e inciertas de las que com­
ponen ese común mundo seguro. Pero sustituir este proceso
totalmente empírico del mejoramiento y corrección social
de los sentidos, por un apriorismo especulativo que contra­
diga llanamente el testimonio inmediato de los sentidos y
coloque sus objetos en relaciones espaciales totalmente dife­
rentes de aquellas en que se los percibe, sólo puede llevar,
extremando su conclusión lógica, a la completa confusión
y mistificación de la ciencia.
Desde los días de Newton los filósofos se han dado cuenta
paulatinamente de estas consideraciones. Pero cuando se
llega a la cuestión de reemplazar esta doctrina imposible con
una teoría positiva del alma, se presentan opiniones encon­
tradas; aún está por hacerse una filosofía que haga justicia
a todos los datos y responda a las exigencias básicas que
quieren guiar su interpretación. En general, se puede decir
que hubo dos direcciones. Por una parte, la de quienes que­
rían hacer del alma —sujeto cognoscente de la naturaleza
fisica— un objeto de investigación científica. Hacerlo con
exactitud y objetividad ha significado destruir el dualismo
incorporando de alguna manera la mente al mundo de los
movimientos corpóreos. Por otra parte, ha habido quienes
han estado ansiosos de justificar, con bases más aceptables
en la época moderna, la concepción medieval que confería
al alma un puesto y destino altos en la organización del cos­
mos. En general, estas dos tendencias entraron en violento
conflicto.
Si nos ponemos en el punto de vista del primer grupo ad-
laciones espaciales de los cosas vistas, no su distancia con respecto al
que ve, ni sus magnitudes relativas, tal como se las ve desde la misma
distancia. Cada uno de los otros sentidos tiene también sus limitaciones.
UN ANÁLISIS CRÍTICO 349
vertimos la extraña contumacia de esos científicos newtonia-
nos que para promover sus conquistas del mundo exterior
atribuían al alma todo cuanto no era susceptible de trata­
miento matemático, y de este modo hicieron que la segunda
ofreciera mayores dificultades que antes para estudiarla cien­
tíficamente. ¿No pensaron nunca que tarde o temprano ha­
bría quienes anhelaran conocimientos comprobables acerca
del alma, del mismo modo que ellos los anhelaban acerca del
mundo físico, y que acusarían a sus colegas científicos por
haber conseguido éxitos fáciles en sus menesteres poniendo
estorbos en el camino do sus sucesores de las ciencias so­
ciales? Evidentemente no; el alma era para ellos un conve­
niente receptáculo para la basura, las virutas y despojos de
la ciencia más bien que un posible objeto de conocimiento
científico.
A buen seguro, en esa época algunos pensadores hicieron
intentos, que sabia y proféticamente desarrollados, se ha­
brían orientado en la dirección de una ciencia objetiva del
alma. Fuera de la germinal anticipación de Hobbes sobre
el conductismo, es interesante investigar desde este punto de
vista la doctrina de Henry More acerca de la espacialidad
del alma. More concedía a los materialistas que todo lo que
existe realmente ocupa espacio. También el alma, por tanto,
ocupa espacio y tiene su geometría propia, que hay que es­
tudiar con técnicas comparables a aquellas con las cuales
se determina la geometría del movimiento de los cuerpos.
Así se podría, aparentemente, establecer una ciencia del
alma. Vaguemos imaginariamente a lo largo del camino que
esta especulación señala. Un representante de esta concep­
ción diría: “¿No ocupo lugar en el espacio cuando me duele
la mano, cuando advierto la resistencia de la tierra a mis
pies, y cuando —todo al mismo tiempo— contemplo una
magnífica puesta de sol tras de los cerros? ¿No estoy tam­
bién extendido en el tiempo cuando a estas experiencias se
añade el recuerdo de una puesta de sol anterior y más her-
350 CONCLUSIÓN
inosa junto a la anticipación del crepúsculo pronto a extin­
guirse? Es claro que hay importantes diferencias entre mi
extensión espacio-temporal y la de los cuerpos materiales.
Estas son regulares, seguras, divisibles en partes, y ordena­
das, por lo menos, en lo que hace a sus cualidades y compor­
tamiento matemáticos; el espacio y el tiempo que yo ocupo
es una unidad irregular e irreductible, que oscila rápida y
bruscamente de tamaño, forma y centro de atención. Pero la
experiencia inmediata que tengo a través de los sentidos nie­
ga la idea de que la diferencia entre ellos y yo estribe en el
hecho de que son extensos y yo no. La ciencia depende ente­
ramente de la validez de mis percepciones de dirección y
relación espaciales. ¿Cómo pueden ser espaciales o válidos
si no ocupo un lugar en el espacio? ¿Puede acusarse al pen­
samiento moderno de haberse apartado de la forma lógica­
mente consecuente del dualismo cartesiano, que alcanzó su
máxima expresión en Espinosa, a favor de una concepción
que, por lo menos, reservaba al alma un lugar, y ofrecía un
modo práctico, aunque absurdo, de interpretar sus relaciones
con la materia extensa? Porque las relaciones existen. Cono­
cemos nuestro mundo espacial, vivimos en él, lo disfruta­
mos, lo utilizamos. ¿Cómo sería posible esto si nosotros
mismos fuéramos absolutamente inespaciales? ¿Podemos con­
cebir con claridad la existencia de algo que no esté en el
tiempo y el espacio, a excepción del punto matemático?
"Ahora bien —continuaría— si se exigiera así la extensión
del alma, ¿dónde poner límites a esa extensión? Tenemos
sensaciones en todas las partes del cuerpo, más aun: quizá
más allá del cuerpo en ciertas condiciones que debieran ana­
lizarse y determinarse. ¿Pero nos limitaremos a la doctrina
de la extensión de More, que limita esa extensión a un te­
nue efluvio que rodea al cuerpo? ¿Las cosas oídas o vistas
no están más alejadas del cuerpo que el límite de la orla de
un fantasma? ¿Y por lo que hace a la memoria y a los pro­
pósitos? ¿Hay alguna razón valedera para suponer que los
UN ANÁLISIS CRÍTICO 351
ideales y las imágenes del recuerdo están ahora en el cuerpo?
Las dificultades psicológicas y fisiológicas que han promo­
vido, ¿no se debe en gran medida a nuestra propensión a
fijarlas en el cerebro? No hay otra alternativa, debemos de­
clarar sin reservas que un empirismo consecuente no puede
dejar de sostener que el alma está extendida en el tiempo y
el espacio por todo el mundo real, el cual se mide por su
conocimiento y contemplación. ¿De qué otro modo pueden
expresarse los hechos?”
Pero este resultado muestra, por supuesto, cuán imposible
será elaborar con estas concepciones una ciencia exacta del
alma. Así estudiada el alma es aún un objeto de la intros­
pección, y no de análisis en equipo: el espacio que ocupa
es una unidad muy oscilante, y no se la puede determinar
con ninguna de las técnicas de medición exacta que aplica­
mos a los objetos de las otras ciencias. Este motivo apunta
claramente hacia la identificación del alma con las activida­
des del cuerpo orgánico, que procuran algo que se puede tra­
tar objetivamente con los métodos científicos acreditados, y
que están en correlación con los hechos mentales en el senti­
do tradicional; de esta suerte la transformación está algo disi­
mulada y disminuida la novedad radical de la doctrina.
Cuando se hace esto sin atenuante o reserva, y la psicología
no detenta una posición de privilegio sino que se convierte
en una rama de la fisiología objetiva, el resultado es el con-
ductismo; cuando prevalecen los mismos motivos, pero se
concede a cada ciencia la singularidad cualitativa de los
términos y las relaciones, lo que resulta es una concepción
funcional del alma menos extremada. El alma se hace así un
objeto empírico de procedimientos verificables por el trabajo
en colaboración y se transfiere a la filosofía el problema de
la subjetividad como tal, después de haber sido invalidado
por una psicología que ha cruzado de este modo el Rubicón.
Concedamos que sean legítimos los motivos que quiero)
tomar material al alma para hacer posible la predicción y
352 CONCLUSIÓN
su dirección exactas al modo de los objetos de las otras cien­
cias; ¿los pensadores antiguos y medievales estaban entera­
mente descarriados en sil doctrina de que el alma es, en algún
sentido, una entidad privilegiada y superior frente a la inmen­
sidad de la naturaleza física? ¿Hay algo en la situación cientí­
fica que suponga dicho estado para quien conoce el mundo
de la ciencia? Muchos filósofos han reaccionado contra la
concepción de Newton contestando afirmativamente a estas
cuestiones. Podemos someter a consideración sus reflexiones
recordando el hecho sugestivo de que todas las escuelas del
pensamiento griego, aun las atomistas, convenían en atribuir
al alma prerrogativas y poderes únicos. Puede que ahora
nuestra vacilación en hacerlo obedezca principalmente al
abuso de tales especulaciones por los pensadores religiosos
que desean probar la inmaterialidad e inmortalidad del alma.
A buen seguro, puesto que cuando pensamos y hablamos
obramos como almas, conviene ser modestos sobre nuestro
puesto cósmico, y si al destacar ciertas verdades sobre él
el misterio del alma puede incitar a las almas sensibles a su­
mergirse en dulces sueños acerca de su importancia en el
universo, acaso no haya que destacar esas verdades. Sin
embargo, en cierto sentido el espíritu es la perspectiva viva
de la totalidad de la experiencia humana, la organización
activa y focal de la corriente de los acontecimientos y de sus
significados, que nosotros, seres humanos, llegamos a conocer.
El ancho campo de la ciencia encuentra su orden y senti­
do racional en la actividad cognoscente del alma. Lejos de
ser una curiosa sustancia sensitiva localizada en un pequeño
rincón del cerebro, o una actividad del sistema nervioso, el
alma parece ser algo único al cual es o puede ser presente,
el mundo espacio-temporal, incluyendo el cerebro y el cuer­
po. Si los realistas objetan que la estructura del sentido es
tan exterior al alma como la naturaleza física, hay que admi­
tir por lo menos que el alma es de las cosas que existen en
el mundo la más capaz de participar activamente en esta es-
u n a n á l is is ad n co 353
fera del sentido. El señalar esta circunstancia y cuánto entra­
ña no es sólo motivo de necia autocomplacencia. Lo que se
llama facultades mentales superiores del ser humano parecen
ser las perspectivas más completas de la realidad hasta donde
nuestra experiencia lo revela; como Aristóteles señalaba con
insistencia, incluyen todo lo que hacen los otros órdenes del
ser, y aun más. En sus mayores logros, la razón, el senti­
miento y la voluntad constituyen una maravillosa unidad de
funciones. Cuando las vemos obrar en la sonrisa y en la con­
versación cordial de un amigo, damos rienda suelta a nues­
tra admiración y gozo, por más escrúpulos conscientes que
se exijan cuando entramos a filosofar. Casi introduje aquí la
palabra “espíritu”, olvidando por un momento que ante esta
palabra los pensadores modernos sofisticados me achacarían
al pronto un desesperado anacronismo. Acaso convenga dejar
el viejo término alma a merced de los conductistas, si en
su lugar pudiéramos rescatar el término espíritu de la niebla
de la mitología oscurantista, y si por medio de él pudié­
ramos expresar hechos como los anteriores. Por vasto y absor­
bente que sea el orden de la naturaleza es el objeto de un
alma que lo concibe racionalmente. Y en cuanto a la finali­
dad, ¿no advertimos empíricamente que cada objeto del
alma es asimismo un medio para la realización de fines más
amplios? Entre las relaciones irreductibles de una cosa cono­
cida, ¿no se halla su relación a un fin más valioso al que
sirve? Si este fuera el caso, la voluntad seria una función
más fundamental que el conocimiento y el sentimiento, y el
alma, al abarcar con este término la actividad cognoscitiva,
valorativa y volitiva, encuentra su explicación más allá del
mundo material. El alma parece ser algo irreductible que
conoce el mundo de la materia extensa, que ama con fervor
su orden y belleza, y lo transforma continuamente a la luz de
un bien aun más atractivo y rector. El alma tiene el poder
de sentir, de idealizar, de re-crear su mundo en algo mucho
mejor, y también de conocerlo.
CONCLUSIÓN
Extraño es hoy el dualismo entre la teoría y la práctica;
los electrones son las únicas cosas reales, pero la ciencia apli­
cada de los electrones los ha convertido como nunca en
medios para realizar fines ideales. El mundo natural, en re­
sumen, es más la morada y el teatro del alma que su invi­
sible tirano, y el hombre al exteriorizar las funciones racio­
nales y espirituales se recoge más en el seno de una actividad
fecunda del universo que en el mundo espacio-temporal que
constituye el objeto de su vehemente contemplación.
Acaso tengamos que aguardar la completa extinción de la
superstición teológica antes que quepa decir sin equivoco
estas cosas. Tal es el infortunio del pensamiento moderno
comparado con el de Grecia. Pero en estas consideraciones
con sus dos facetas se descubre la terrible dificultad de la
metafísica actual. Sólo empezará a escribirse una cosmología
apropiada, cuando aparezca una apropiada filosofía del alma,
y dicha filosofía tendrá que satisfacer los motivos de los con-
ductistas que quieren hacer del alma un material suscepti­
ble de manejo experimental y de medición exacta, como asi­
mismo los motivos de los idealistas que desean ver en el
alma, adecuadamente explicada, la diferencia que existe
entre un universo sin alma y un universo organizado por me­
dio del alma en una unidad viva y sensitiva. Espero que al­
gunos de mis lectores atisben la manera de llevar a cabo esta
reconciliación aparentemente imposible. En cuanto a mí,
debo admitir que aún está fuera de mi alcance; pero hay
que reconocer que cualquiera sea la solución, una parte pre­
cisa de sus fundamentos ha de apoyarse en un claro cono­
cimiento histórico de los antecedentes de nuestras concep­
ciones actuales. Si el presente volumen ha contribuido en
algo a su aclaración, ha cumplido sus modestas pretensiones.
BIBLIOGRAFIA
Es tan extensa la literatura complementaria sobre los pensadores es­
tudiados que esta bibliografía no pretende ser completa. Su único
propósito es incluir las obras que se juzgan útiles para proseguir este
estudio y procurar asi una guia de la literatura complementaria para
quienes se interesan en el aspecto metafísico de sus obras.
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esta obra es la edición más accesible del año 1842 y sig.)
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don y New York, 1910.
INDICE
Prefacio ............................................................................ 7
Prefacio a la edición inglesa.......................................... 9
C apítulo I: INTRODUCCIÓN ................................... 11
A. El problema histórico sugerido por la natu­
raleza del pensamiento m oderno.............. 11
B. Los fundamentos metafísicos de la ciencia mo­
derna como clave de este problem a........ 22
C apítulo II: COPÉRNICO Y KÉPLER..................... 35
A. El problema de la nueva astronomía.............. 35
B. Aspectos metafísicos del progreso de las ma­
temáticas antes de Copérnico................... 42
C. Implicaciones últimas de la actitud copernica-
na. Renacimiento del pitagorismo.............. 53
D. Képler y su precoz aceptación del nuevo siste­
ma cósmico .................................................. 58
E. Primera formulación de la nueva metafísica.
Causalidad, cantidad, cualidades primarias
y secundarias................................................ 66
C apítulo III: GALILEO .............................................. 77
A. La ciencia del "movimiento local” .................. 77
B. La naturaleza como un orden matemático. El
método de Galileo ........................................ 80
C. La subjetividad de las cualidades secundarias 90
366 INDICE
D. El movimiento, el espacio y el tiem po.......... 90
E. Naturaleza de la causalidad. Dios y el mun­
do físico. El positivismo............................. 106
C apítulo IV: DESCARTES.......................................... 114
A. Las matemáticas como clave del conocimiento 115
B. La concepción geométrica del universo físico . 121
C. “Res extensa" y “res cogitaos"......................... 126
D. El problema del alma y del cuerpo .............. 132
C apítulo V: LA FILOSOFIA INGLESA EN EL SI­
GLO X V II................................................. 136
A. Ataques de Hobbes al dualismo cartesiano . 137
B. Las cualidades secundarias y la causalidad .. 141
C. Idea de More sobre la extensión como catego­
ría del espíritu............................................ 147
D. El "espíritu de la naturaleza"........................ 153
E. El espado como presenda divina.................. 157
F. Filosofía del método, del espado y del tiempo
de Barrow .................................................... 164
C apítulo VI: GILBERT Y BOYLE............................. 177
A. La corriente científica no m atem ática.......... 178
B. La importancia de Boyle como científico y fi­
lósofo ............................................................ 182
C. Aceptación y defensa de la concepción me­
cánica del mundo ....................................... 187
D. Valor de las explicaciones cualitativas y te-
leológicas ...................................................... 194
E. Insistencia en la realidad de las cualidades se­
cundarias. Concepción del hom bre.......... 197
F. Concepción pesimista del conocimiento huma­
no. El positivismo............................................ 202
INDICE 367
G. La filosofía del éter de B oyle......................... 207
H. Dios y el mundo mecánico............................. 212
I. Síntesis del desarrollo anterior a N ew ton------ 222
Capítulo VII: LA METAFÍSICA DE NEWTON . . .. 227
Sección 1: El método de 'Newton............................. 227
A. Aspecto matemático ........................................ 229
B. Aspecto em pírico.............................................. 233
C. Ataque a las "hipótesis” ................................... 236
D. La unión de la matemática y del experimento
en N ew ton.................................................... 242
Sección 2: La doctrina del positioismo..................... 249
Sección 3: Concepción general de Newton acerca
del mundo y la relación del hombre con él 253
Sección 4: Espacio, tiempo y m asa......................... 263
A. M asa................................................................... 263
B. Espacio y tiem po.............................................. 269
C. Critica a la filosofía de Newton del espacio
y el tiempo .................................................. 281
Sección 5: La concepción newtoniana del éter . . .. 290
A. Función del é te r................................................ 292
B. Las primeras especulaciones deNewton . . .. 295
C. Desarrollo de una teoría mejor establecida ... 305
Sección 6: Dios, Creador y conservador del orden
del mundo ................................................ 309
A. Newton como teólogo....................................... 311
B. Deberes actuales de Dios en la economía cós­
mica ............................................................... 818
C. Las relaciones históricas del teísmo deNewton 324
INDICE

C apítulo VIII: CONCLUSIÓN .................................. 330


Necesidad filosófica de un análisis crítico de la meta­
física de la ciencia.................................................. 330
, orce;
B i b l i o g r a f í a ....................................................................................................
SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EL d !a
T R E S DE J U N I O DE M I L N O ­
VECIENTOS SESENTA EN LOS TALLE­
RES CftA FIOOS DE LA COMPAÑÍA
IMPRESORA ARGENTINA, S. A ., CA­
LLE ALSINA 2049 - BUENOS AIRES.

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