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TERCERAS JORNADAS DE APERTURA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA

23 Y 24 DE NOVIEMBRE 2012.

La diferencia conceptual entre representación y representante en la teoría del


significante de Lacan; su implicancia clínica.
Haydée Montesano.

Resumen: Cuando Lacan articula en su enseñanza la formalización lógico matemática


del discurso del psicoanálisis, no solamente argumenta desde su posición
epistemológica sobre el dispositivo clínico como instancia de discurso; también
desarrolla aspectos específicos de su teoría del significante. En el presente trabajo, se
abordará uno de esos aspectos: la distinción conceptual entre representación y
representante, junto con la formulación del campo clínico que pone en interrogación la
noción de real con la que se opera.

Introducción.

El inicio de la enseñanza pública de Jacques Lacan, establecida con “Función y


campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”, es contundente respecto
de la noción de símbolo con la que opera, afectando directamente la
concepción de palabra que, articulada a la función –tal como se la entiende en
matemática- queda definitivamente desarticulada de cualquier referencia ajena
al lenguaje. Sólo con recordar la noción de symbolón, que sitúa como punto de
partida para pensar el símbolo, surge con evidencia que la referencia es un
pacto, un elemento tercero de carácter abstracto, al punto de permitirnos
pensar que se trata de la partición misma del symbolón. Aunque todavía no
cuenta con una teoría desarrollada del significante, podemos reconocer allí la
lógica que abre el recorrido que luego adquiere toda su relevancia como uno de
los pilares de su enseñanza, a pesar de la afirmación del poslacanismo que
plantea “el adiós al significante”.
Tomaremos en esta ocasión, una indicación ajustada y precisa que Lacan
menciona en el Seminario 17, en el marco de la formalización lógico
matemática del discurso del psicoanálisis; aquella que alude a la distinción que
es necesario introducir entre representación y representante. Avanzar sobre
esta diferencia permite construir dos concepciones clínicas, en la medida que
acordemos que al psicoanálisis se lo puede considerar un dispositivo de
discurso. A lo que debemos agregar que esto ya nos introduce en el propósito
de este trabajo.

Discurso formalizado o mímesis creativa.

Si bien resulta incuestionable que Freud introduce en la cultura un nuevo modo


de responder a una forma específica de malestar, no será hasta la enseñanza
de Lacan que esta novedad se sancione como un hecho de discurso, en
concordancia con su concepción del significante y su teoría del sujeto. Para
poner en valor la diferencia que intentamos abordar en esta ocasión entre
representante y representación, se tomará como punto de contraste la teoría
narrativa de Paul Riccouer. Esta elección se justifica por dos razones; una
responde al lugar que ocupa el psicoanálisis freudiano para este autor; la otra
es que se trata de una teoría que opera con una concepción del discurso, que
permitirá apreciar la subversión que produce la enseñanza de Lacan sobre ese
término y, a partir de esto, la posibilidad de “reanudar el proyecto freudiano al
revés”, tal como él lo plantea en el inicio del seminario 17, cuyo nombre
debemos rescatar del propio texto del seminario: “El psicoanálisis al revés”
De manera sintética, para ubicar la posición epistemológica y filosófica desde la
cual Riccouer construye su teoría, debemos localizar su objetivo: lograr la
identidad narrativa que permitiría responder la pregunta por el ser del yo. Esto
explica el lugar privilegiado que ocupa la narración biográfica, que sustentada
en su tesis sobre la metáfora viva, define a la referencia para dicha narración
por fuera de la experiencia ordinaria. Esto implica que la metáfora no trabaja
por sustitución, sino por re-descripción de la experiencia, lo que revelaría
categorías ontológicas no reductibles a la experiencia empírica; siguiendo en
parte a Heidegger, para Riccouer la experiencia humana por excelencia es la
temporalidad. Otro aspecto a tomar en cuenta es la distinción que él realiza
respecto de dos tipos de lenguaje, estableciendo un lenguaje descriptivo y otro
metafórico. El primero no alcanza a describir más allá de lo ordinario, en
cambio el metafórico accede a clarificar y precisar el carácter temporal de la
experiencia humana. Aunque se deba distinguir que la metáfora es un tropo del
discurso y la narración queda comprendida entre los géneros literarios, ambas
participan del campo semántico; será allí donde Riccouer radica la operatoria
de sus argumentos. Se trata en última instancia, de la re-descripción que
permite crear nuevos sentidos. Aunque son textos independientes “Tiempo y
narración” y “Metáfora viva”, para comprender su criterio narrativo hay que
referenciar el primero al segundo, dada su propuesta de la metáfora. Esto se
advierte en el valor que adquiere en la narración la ruptura con los sentidos
corrientes de las palabras, descomponer esos sentidos habituales refiere a la
condición creativa que reformula el sentido de un suceso, cambiando su valor
en la historia.
Con la metáfora viva de trasfondo, Riccouer articula la noción de temporalidad
de Agustín de la Distentio animi con la idea de trama, tomada de la Poética de
Aristóteles. El problema del tiempo, según Agustín, es que si no me lo
preguntan sé qué es, en cambio en cuanto tengo que explicarlo no lo sé. Por
esta razón, no será por la vía de la “atención” sino de la “distensión” del espíritu
que se puede hacer experiencia del tiempo, que por otra parte, como
experiencia viva, siempre se sitúa en el momento presente, en el que se vive
como recuerdo lo pasado y como expectación lo futuro. Generar la relación
entre tiempo y narración es el modo, según Riccouer, de lograr la concordancia
discordante de la temporalidad como experiencia humana. La concordancia y
discordancia describen una relación, aquella que se plantea entre el tiempo -
como categoría- y la experiencia que de él realiza el hombre. Recordemos que
el valor de la experiencia temporal es en función de la pregunta por el ser del
yo.
Al considerar ahora, la noción de trama en la Poética de Aristóteles, el primer
punto a señalar es que trama es la traducción que Riccouer realiza de mythos –
término con el que aborda Aristóteles la construcción de la mimesis creadora-.
El mythos o trama, pertenece al campo poético, en tanto que la acción o
suceso que la trama relata, que se corresponde con la ética –en tanto ethos- es
del campo real. Con esta distinción entre lo poético y lo real, se puede pensar
la mimesis creadora, ya que es una producción que no queda en la mera
transcripción de dicho suceso, sino que lo constituye con nuevos valores que le
agregan la condición mediadora entre la experiencia viva y el discurso,
constituyéndose en una representación de la acción. Un claro ejemplo de esto
es la tragedia griega, tal como la presenta Aristóteles en su Poética.
Si bien dejamos señalado que Riccouer distingue tres mimesis, a los fines de
esta presentación, omitimos esa distinción. Lo que nos interesa resaltar es el
lugar que ocupa la representación como mediación simbólica entre “lo real” y el
discurso, en este caso tenemos que aclarar que el discurso es el campo que
incluye lo narrativo y lo real es pre-narrativo.
Desde su perspectiva, el espacio psicoanalítico se despliega en el movimiento
de una mimesis o representación organizada en una trama o mytho. Por lo
tanto, el psicoanálisis en su condición narrativa, parece orientarse respecto de
una historia potencial del paciente, que perteneciéndole, es rechazada por
intolerable. El analizador –tal como designa Riccouer al analista- recibe las
hilachas o migajas de sueños, historias vividas y episodios conflictivos; será su
tarea convertir en una narración integral, que incluye condiciones insoportables
para el paciente, pero ahora inteligibles, la construcción de su historia de vida.
Esta concepción se ajustaría al paradigma freudiano, dado que en su teoría del
aparato psíquico, el inconsciente es el lugar de lo reprimido, considerado como
un conjunto de contenidos, bajo el estatuto de “representación cosa”, que se
corresponde con elementos simbólicos no equiparables a la categoría teórica
de significante. Para Freud, la palabra sólo se localiza en el pre-conciente.
La representación en juego para la mimesis se construye contando con el “yo”
como instancia necesaria para que aquello rechazado pueda ser
“representado” para hacerse inteligible, identificable, significativo o que
adquiera un nuevo sentido; el problema es que se termina constituyendo en
significado, dado que la condición del yo unificado, sostiene la ilusión de un
saber unificado. Lo que antes no formaba parte del yo, ahora es incluido.
Pasando ahora a la indicación de Lacan, respecto de la diferencia entre
representación y representante, diremos que no sólo permite distinguir al
significante del signo; sino que además, se abre la consideración sobre el
saber en juego para el psicoanálisis y, me permito proponer, el problema de la
temporalidad. Partimos de una cita de Lacan:

“Lo que descubrimos en la menor experiencia del psicoanálisis es


ciertamente del orden del saber y no del conocimiento o de la
representación. […] Se trata precisamente de algo que une a un
significante S1 con otro significante S2 en una relación de razón. Sin
embargo, la base donde se apoya lo que se sabe, lo que se articula
tranquilamente como un pequeño amo, como yo (moi), como quien sabe un
montón, está en esta relación, y precisamente en la medida que no se
sabe.

Es entonces que se trata de un campo de saber que opera con un no saber,


pero este no saber es una posición estructural epistémica de esa instancia de
saber, no se trata de contenidos pre existentes que aguardan el momento de
salir a la luz.
Este criterio se corresponde con la fórmula que retoma Lacan en distintos
momentos, un significante es lo que representa a un sujeto ante otro
significante. Es en el desglose de esta fórmula que él presenta su distinción
entre representación y representante; el argumento se construye desde la
afirmación que establece que el significante representante nada sabe, por eso
es necesario el otro significante, pero:

“Dado que no se dice en ninguna parte que el otro significante sepa nada
del asunto, está claro que no se trata de representación, sino de
representante”.

Para darle a esta afirmación su alcance en relación al tema de este trabajo,


debemos remitirnos a otro momento en que se presenta el corolario de esta
fórmula. Es en el desarrollo de la introducción del seminario 16, donde se
afirma que el significante no se significa a sí mismo, por lo que no habrá lo
idéntico a sí mismo. Esto, que implica la determinación del significante sobre el
sujeto, inscribe la falta, la falta en ser que afecta al sujeto, que debemos insistir,
es producto del significante, podemos expresarlo diciendo que el sujeto apenas
surgir con el primer significante ya se extingue en el segundo.
Esto nos lleva a la conclusión que establece que antes del significante no hay
sujeto posible, por lo tanto la relación entre significante y sujeto no es del orden
de una representación sino de representante. A su vez, esto debe articularse
necesariamente al problema del saber, como fue señalado anteriormente, ya
que la representación sólo puede plantearse respecto de una instancia –que
sabe- para la que resulte identificable dicha representación.
Por otra parte, tal como se propone al inicio de este trabajo, el tema de la
temporalidad también participa de la distinción entre representante y
representación. Se puede considerar que la noción de tiempo correspondiente
a la representación pre supone un pasado que aloja lo representable que se
plantea en un presente que lo identifica. Mientras que la temporalidad para la
condición de representante, tal como la desarrollamos, es la del futuro anterior,
pensable en el bucle entre dos significantes que en el apres coup efectúan el
sujeto; ni antes ni después, fuera del ordenamiento del tiempo lineal del
pasado, presente y futuro.
En función de lo planteado, podemos ahora pensar dos criterios clínicos
diferentes, según se sostenga la hipótesis de la representación o del
representante. Para el caso de la primera, ya fue desarrollado en la primera
parte de este trabajo, lo que implica: la convicción de un yo que soportará la
unidad discursiva biográfica, que sabe lo que dice y lo que rechaza, apoyada
en la concepción de sucesos fehacientes pertenecientes al pasado que se
corresponden con la idea de real equiparada a lo acontecido y que funcionan
como la referencia de la narración. La dirección terapéutica será la re-
descripción metafórica que modifique el sentido previo de un pasado
inmodificable.
En cambio, si sostenemos la condición de representante, el espacio clínico es
discursivo, en tanto se soporta en un decir que engendra en la temporalidad del
futuro anterior su referencia narrativa, de tal modo que la noción de real en
juego es, como la define Lacan, lo imposible establecido desde la lógica
matemática que escribe la fórmula para el campo del parletre. Por lo tanto, no
se trata de sucesos traumáticos inefables que escapen al lenguaje por ser pre
narrativos o pre discursivos. Del mismo modo, no se corresponde con nociones
ontológicas que nos lleven a descubrir un supuesto verdadero ser.
Esto deriva en una concepción de la cura que se va construyendo en un texto
clínico que lejos de ser el producto de dos que hablan, será el espacio
topológico en la temporalidad del apres coup, en el que se efectúe un sujeto.
Quedan planteados, a partir de lo expuesto, un conjunto de temas a seguir
pensando y articulando, sea por ejemplo, el yo (moi) pequeño amo y el sujeto
del inconsciente en la relación saber – no saber; el objeto a en la condición de
pérdida y ganancia en la función plus-de-gozar; todo esto en el contexto de la
producción de los cuatro discursos.


​Bibliografía.

Bertorello, A. (2011): “La identidad narrativa” Curso de doctorado; Facultad de


Psicología UBA.
Eidelsztein, A. (2007): “Del psicoanálisis como discurso. De la experiencia a la
estructura”. Curso de doctorado; Facultad de Psicología UBA.
Lacan, J. (2008):“El seminario”. Libro 16 De un Otro al otro. Buenos Aires:
Paidós.
Lacan, J. (1992):“El seminario”. Libro 17 El reverso del psicoanálisis. Buenos
Aires: Paidós.
Riccouer, P. (2009):“Tiempo y narración”. Tomo 1. Buenos Aires: Siglo veinte.

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