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mFRANCISCANISIMO
Vol. XXXI M AYO - A GOSTO 2002 N .H 92
Publica:
Provincia Franciscana de Valencia, Aragón y Baleares
CESARE VAIANI, OFM
«Chiara nei suoi scritti», en Forma Sororum 2, 1999, 112-124; 3, 1999, 215-228; 4,
1999, 284-295.
1. EL TESTA M EN TO
Palabra clave en esta primera sección será la palabra vocación: entre otros
beneficios, nuestra vocación.
«El Hijo de Dios se hizo para nosotras camino, que, de palabra y con el
ejemplo, nos mostró nuestro bienaventurado padre Francisco, verdadero amante e
imitados suyo» (TestCl 5).
«En efecto, cuando el Santo no tenía aún hermanos ni compañeros...» (TestCl 9).
«Continuando con otros trabajadores la obra a que nos hemos referido lleno de
gozo espiritual y con voz bien puesta, clamaba dirigiéndose a los que vivían y
pasaban cerca de la iglesia, y les decía en francés: “Venid y prestadme ayuda en la
obra de la iglesia de San Damián, que ha de ser monasterio de señoras", con cuya
fama y vida será glorificado en la Iglesia universal nuestro Padre que está en el
cielo." ¡Es de admirar cómo, lleno de espíritu profético, predijo verdaderamente el
futuro! Porque éste es el lugar sagrado donde la gloriosa Religión y preclarísima
Orden de las señoras pobres y vírgenes santas tuvo su feliz comienzo por mediación
del bienaventurado Francisco, a los seis años apenas de su conversión» (TC 24).
¡Francisco cuando está lleno de alegría —de aquella alegría que es fruto del
Espíritu— habla en francés! Es un rasgo simpatiquísimo, típico y original de
Francisco, que conocemos también por otras fuentes (cf. 1 Cel 16; TC 10, EP 93)
y que aquí es referido por la misma Clara. Pequeñas alusiones como esta a
menudo vienen a confirmar la verdad de un testimonio, porque sería imposi
ble inventarlos.
«Venid y ayudadme en la obra del monasterio de San Damián, pues con el
tiempo morarán en él unas señoras, con cuya famosa y santa vida religiosa sera
glorificado nuestro Padre celestial en toda su santa iglesia» (TestCl 13-14).
«Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras
buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos», dice el
Evangelio (Mt 5,16). Aquí el dar gloria al Padre celestial es dicho de esta
«buena obra» que será la vida de Clara y de las hermanas.
Recordando este episodio, he aquí que Clara vuelve a contemplar la gran
deza de la bondad del Padre:
«Podemos ver aquí la copiosa benignidad de Dios en nosotras: por su abun
dante misericordia y caridad tuvo a bien decir estas cosas por medio de su Santo
sobre nuestra vocación y elección. Y nuestro beatísimo padre Francisco profetizó
de este modo no sólo acerca de nosotras, sino también de aquellas otras que
habrían de seguir la santa vocación, a la que nos llamó el Señor» (TestCl 15-17).
«¡Con cuánta solicitud y con cuánto empeño del alma y del cuerpo no debe
mos cumplir los mandamientos de Dios y de nuestro Padre, para devolver multi
plicado, con la ayuda del Señor, el talento recibido!» (TestCl 18).
«Pues el mismo Señor nos puso a nosotras como modelo para ejemplo y espejo
no sólo ante los extraños, sino también ante nuestras hermanas [de otros monaste
rios], las que fueron llamadas por el Señor a nuestra vocación, con el fin de que
ellas a su vez sean espejo y ejemplo para los que viven en el mundo.
CI.ARA EN SLS ESCRITOS (ti) 235
Así, pues, ya que el Señor nos ha llamado a cosas tan grandes que en nosotras
se puedan mirar aquellas que son ejemplo y espejo para los demás; estamos muy
obligadas a bendecirle y alabarle y a confortarnos más en Él para obrar el bien. Por
lo cual, si vivimos según la sobredicha forma, dejaremos a los demás un noble
ejemplo, y con poquísimo trabajo nos granjearemos el premio de la eterna bien
aventuranza» (TestCl 19-23).
sas que Clara hace de esta imagen (unas veces es Jesús, otras ella misma y las
hermanas) se pueden notar algunas características interesantes. El espejo del
que ella habla no es simplemente una superficie reflectante, donde puedo
mirar mi imagen; el espejo de Clara refleja al Señor en los misterios de su vida,
y si yo «me espejo» no es la imagen del espejo la que se conforma a mí, como
sucede normalmente, sino que es mi imagen la que se conforma con la del
Señor. ¡Es, sin duda, un espejo singular! Allí veo no mi rostro, sino el de Cristo,
pero no es un cuadro o un icono: es un espejo y, por tanto, me refleja también a
mí; dentro está Él, pero también yo. Este espejo expresa, pues, la referencia a
Cristo, pero también cierta referencia a nosotros; y está claro que ser espejo
para los demás significará reflejar el rostro del Señor. Se entiende entonces que
también Clara con sus hermanas pueda ser espejo, pero siempre espejo de
Cristo, porque es esta la imagen que ellas reflejan a quien sabe entender su
ejemplo de vida.
Aquí el texto retoma casi literalmente lo que llamamos la Forma vitae, dada
por Francisco a Clara y copiada en el capítulo 6.° de la Regla: «Ya que, por
divina inspiración, os habéis hecho hijas y siervas del altísimo sumo Rey Padre
celestial y os habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir según la
perfección del santo Evangelio, quiero y prometo dispensaros siempre, por mí
mismo y por medio de mis hermanos, y como a ellos, un amoroso cuidado y
una especial solicitud» (RC1 6, 3-4). A estas palabras Clara misma da el título
de «forma de vida», ¡pero es preciso admitir que se trata de un texto muy
singular! De hecho, a continuación de la primera parte, muy importante,
estructurada de forma trinitaria (ser hijas y siervas del Padre, esposas del
Espíritu Santo, seguir el santo Evangelio, que es Jesús), el sentido de la «forma
de vida» se resumiría sencillamente en decir de parte de Francisco: «me
ocuparé de vosotras». Para explicar esta aparente extrañeza, creo que es plau
sible plantear la hipótesis de que la forma de vida entera sería un texto más
amplio, del que Clara, en la Regla y aquí en el Testamento, recuerda sólo una
CLARA KN SUS KSCRITOS (ll) 239
«Y así, por voluntad del Señor y de nuestro beatísimo padre Francisco, fuimos
a morar junto a la iglesia de San Damián; y en este lugar, el Señor, por su
misericordia y gracia, nos hizo crecer en número en breve espacio de tiempo, para
que así se cumpliera lo que el Señor había predicho por su Santo» (TestCl 30-31).
«Pues antes habíamos permanecido en otro lugar, aunque por poco tiempo»
(TestCl 32).
«Luego nos escribió la forma de vida, [insistiendo] sobre todo en que perseve
rásemos siempre en la santa pobreza. Y no se contentó con exhortamos durante su
vida por medio de muchas pláticas y ejemplos al amor y a la observancia de la
santísima pobreza, sino que nos consignó algunos escritos, para que de ninguna
manera nos apartáramos de ella después de su muerte, como nunca quiso el Hijo
de Dios separarse de la misma santa pobreza mientras vivió en este mundo»
(TestCl 33-35).
Clara habla de «algunos escritos»: nosotros sentimos una cierta pena pues
no nos han llegado estos escritos de Francisco; muchos alimentan aún la
esperanza de que puedan ser hallados algún día. ¿Quién sabe dónde han
podido ir a parar? A este respecto, existe una hipótesis muy interesante: estas
enseñanzas de Francisco las poseemos ya, sin que lo sepamos, pues han sido
«escondidas» en la Regla de Clara. Según esta hipótesis, Clara no perdió
ninguna de las «muchas enseñanzas escritas»: de otra forma ¿cómo hubiese
podido decir el Papa, en la Bula de aprobación de la Regla: «la forma de vida
que os legó el bienaventurado Francisco y que vosotras aceptasteis de buen
grado», y el cardenal Rainaldo concretó con estas palabras: «la forma de
vida... que tanto de palabra como por escrito os enseñó a observar el bienaven
turado padre san Francisco» (RC1 prol. 5.16)?
Pongamos un ejemplo de dónde pueden estar escondidos estos textos:
cuando Clara habla de cómo debe ser la madre abadesa (cf. RC14,9-13; 10,4-5),
nos parece oír la voz de Francisco cuando describe la figura del ministro
general (cf. 2 Cel 184-186). Se puede suponer entonces que Francisco trasmitió
su pensamiento a Clara, bajo la forma de «enseñanza escrita». Y como éste,
muchos otros, que sería interesante sacar a la luz...
Clara indica con mucha precisión el fin de las enseñanzas escritas de
Francisco, actuar de tal forma que, después de su muerte, ella y las hermanas
no se alejen nunca de la santa pobreza. Para Clara, observar la Regla significa
peimanecer en el amor y el observancia de la pobreza: la «forma de vida» es la
CLARA EN SUS ESCRITOS (ll) 241
pobreza, la pobreza del Hijo de Dios, puesto que «nunca quiso el Hijo de Dios
separarse de la misma santa pobreza mientras vivió en este mundo».
En sintonía con estas palabras de Clara y casi como síntesis de las enseñan
zas de Francisco es su Ultima voluntad, inserta también en el capítulo 6° de la
Regla: «Yo el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobre
za de nuestro altísimo Señor Jesucristo y de su santísima Madre y perseverar
en ella hasta el fin; y os ruego, mis señoras, y os aconsejo que viváis siempre en
esta santísima vida y pobreza. Y estad muy alerta para que de ninguna manera
os apartéis jamás de ella por la enseñanza o consejo de quien sea». Estas
palabras y el ejemplo de Francisco están esculpidas en la memoria de Clara,
que puede decir con seguridad:
Con estas palabras termina la segunda sección del Testamento, que pode
mos titular «la memoria de los comienzos». Cuando hablamos de «hacer
memoria», en el sentido que nos enseña la Biblia, entendemos algo más que el
simple recordar: es volver a las cosas del pasado para encontrar una fuerza y
una presencia que sea para hoy. Se trata de una actitud importante, que
manifiesta la fe característica del cristiano: si Dios se ha hecho hombre y ha
mezclado su historia con la del hombre, cuando quiero buscar a Dios y recono
cer sus signos, no debo mirar al cielo, sino a la tierra, a mi historia, y allí
reconocer la acción del Señor. Este es el significado de «hacer memoria», y esto
es lo que hace Clara: relata sus comienzos, su historia, para reconocer en ella
los inmensos beneficios de Dios.
«Así pues, yo, Clara, servidora, aunque indigna, de Cristo y de las hermanas
pobres del monasterio de San Damián, verdadera plantita de san Francisco, consi
derando con mis hermanas, nuestra altísima profesión y el mandato de tan gran
padre, como también la fragilidad de otras, como la que temimos en nosotras
mismas después de la muerte de nuestro santo padre Francisco, columna nuestra,
nuestro único consuelo después de Dios, y nuestra firmeza» (TestCl 37-38).
242 CESARE VAIANI, OI:M
val: es la de la relación del vasallo con el señor, relación que se caracteriza por
estar basada en una relación de estrecha confianza. De hecho, toda la trama de
la sociedad feudal del Medioevo, a diferencia de la nuestra, se construye sobre
relaciones personales de este tipo: no conoce un «derecho», sino el «privile
gio». Es decir, el particular no posee ningún derecho por sí mismo; sino que en
el momento en que se confía a un señor, éste le concede privilegios. Mientras
que a nosotros la palabra «privilegio» no nos gusta mucho, porque nos parece
que define una injusticia, es importante tener presente que en el mundo en el
que vivieron Clara y Francisco el privilegio es expresión de la relación perso
nal entre el vasallo y el señor, al que se confía y «se obliga», y que se convierte
en «su» señor; el acto del vasallaje era normalmente sellado con un juramento.
El actual gesto de profesión, en la forma llamado profcssio in manibus, que
consiste en arrodillarse delante del superior o de la abadesa, y colocar las
propias manos juntas en sus manos, tiene aquí su origen: era el gesto del
vasallo delante de su señor, gesto que expresa una libre entrega de sí en manos
de otro. Este rito de origen feudal fue utilizado por las órdenes mendicantes en
lugar de los ritos de profesión que habían estado y todavía estaban en uso
entre los monjes: se adaptaba bien a expresar el confiarse la persona a una
comunidad, «obligándose» con este tipo de relación personal.
Las palabras de Clara evocan, pues, este tipo de lazo: la señora hacia la que
ella siente haber tomado un compromiso, y un compromiso de este género, es
la santísima pobreza. Y Clara desea que, como ella, también las hermanas que
le sucederán tengan siempre delante de los ojos la imagen de esta señora a la
que se han «obligado», para permanecer fieles a ella siempre, hasta el final.
Y prosigue:
«Más aún: para mayor cautela me preocupé de que el Señor papa Inocencio,
en cuyo pontificado comenzó nuestro género de vida, y otros sucesores suyos
reforzaran con sus privilegios nuestra profesión de santísima pobreza, que prome
timos al Señor y a nuestro bienaventurado padre, para que nunca y en modo
alguno nos apartáramos de ella» (TestCl 42-43).
Clara se refiere aquí al Privilegio de la pobreza, que para ella, durante toda su
vida, fue algo realmente importante, como única garantía de la aprobación por
parte de la Iglesia romana de su «forma de vida». Para comprender su impor
tancia, debemos recordar que desde 1218 se observaban en San Damián las
Constituciones de Hugolino: éstas insisten sobre todo en la reglamentación de
244 CESARi: VA1ANI, ÜFM
«Es cosa va patente que, anhelando vivir consagradas para sólo el Señor,
abdicasteis de todo deseo de bienes temporales; por esta razón, habiéndolo vendi
do todo y distribuido a los pobres, os aprestáis a no tener posesión alguna en
absoluto, siguiendo en todo las huellas de aquel que por nosotros se hizo pobre,
camino, verdad y vida.»
¡Cuántas veces debió Clara leer y releer estas palabras, y cuánto debían
estar grabadas en su interior!
Según una común interpretación alegórica del Cantar de los Cantares (2, 6),
CLARA EN SUS ESCRITOS (ll) 245
Cada santo, y diría que cada uno de los cristianos, tiene «su» Jesús, en el
sentido de que cada uno capta, ama y hace suyo un aspecto particular del
infinito misterio de Cristo. He aquí ahora el rostro de Jesús de Clara: es «aquel
Señor que fue pobre recostado en el pesebre, pobre vivió en el mundo y
desnudo permaneció en el patíbulo». Las Hermanas Pobres proponen de
nuevo en la Iglesia, viviéndolo en sí mismas, el rostro pobre y humilde del Hijo
de Dios. Del Hijo de Dios y, al mismo tiempo, «de la gloriosa Virgen María su
Madre». También en los escritos de Francisco dirigidos a Clara encontramos
siempre la referencia, explícita o implícita, a María, como modelo específico
para ellas. Y que Clara tuviese muy presente este modelo lo demuestra tam
bién el hecho de que en los capítulos de la Regla que citan textualmente la Regla
bulada de Francisco, ella añade para sí y para las hermanas el reclamo de María
(RC1 8, 6; 12, 12). Hoy más que nunca es precioso e insustituible este rasgo
típicamente femenino y mariano que las Hermanas están llamadas a vivir en el
seno de la Iglesia y de la Orden.
A partir de las palabras de Clara podemos entender que la pobreza de la
que ella habla siempre no se identifica sólo con una virtud —por más que sea
la más noble— o con el empeño ascético por conseguirla: debe ser algo más.
Esta pobreza tan amada por Clara es Jesús mismo. Vivirla permite encontrarle,
vivir en comunión profunda con Él, entrar en su misterio, que es misterio de
abajamiento, de kenosis, o sea, de «vaciamiento» de sí, como dice el apóstol
Pablo en la Carta a los Filipenses: «Cristo Jesús, siendo de condición divina, no
retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo» (Flp 2,
6-7). Donde nuestras versiones dicen «despojó», «humilló», se debería traducir
más exactamente como «vació de sí mismo». Este aspecto del misterio de Jesús
es el que Clara capta especialmente como la propia «forma de vida». Clara lo
expresa en el Testamento: no quiere que nadie se equivoque sobre lo que es su
intención.
«\ ya que el Señor nos dio a nuestro beatísimo padre Francisco por fundador,
plantador y ayuda en el servicio de Cristo, y en [el cumplimiento de] cuanto
prometimos a Dios y a nuestro padre y él fue en vida solícito en cultivarnos y
alentarnos siempre, como a plantación suya, de palabra y obra, por lo cual,
encomiendo y confío mis hermanas, presentes y futuras, al sucesor del bienaven
turado padre Francisco y a toda la religión, [y les ruego] que nos ayuden a
CLARA EN SUS ESCRITOS (ll) 247
Así como la confianza en la Iglesia es para que «vele siempre para que esta
pequeña grey... observe la santa pobreza», de igual forma la confianza en los
sucesores de Francisco y a la Orden de los hermanos es para que «nos ayuden
a progresar de continuo en el servicio de Dios, y especialmente en una mejor
observancia de la santísima pobreza». Este vínculo tan fuerte con la Orden de
los hermanos está —lo queremos destacar una vez más— muy elaborado y
precisado, en la perspectiva de Clara. Su razón de ser no es «porque es bello».
Es importante, entonces, preguntarse si siempre la unión con la Orden y con la
Iglesia es para las Hermanas Pobres una ayuda para observar la pobreza: este
debe ser un motivo de reflexión, para vosotras clarisas, pero también para
nosotros hermanos. De hecho, cada vez que la relación entre la Orden de los
hermanos y las Hermanas Pobres, o entre la Iglesia y las Hermanas pobres, se
formula (o expresa) de forma diversa a éste, se tiene el peligro de caminar por
otros caminos, que pueden ser también interesantes, serios, buenos, útiles,
pero que no nos enfocan hacia lo que para Clara es el elemento fundamental.
Este tema complejo y delicado, que emerge a menudo en toda la historia de la
Orden, merecería nuestro estudio y atención: se trata de la integridad del
mismo carisma, tanto para los hermanos como para las hermanas, hoy como
entonces. ¡Clara ha confiado a la Orden también las hermanas «que vendrán».
«Pero si algún día ocurriere que las dichas hermanas abandonan el menciona
do lugar y se trasladan a otro, estén obligadas, también después de mi muerte y
dondequiera que se encuentren, a observar la antedicha forma de pobreza que
prometimos a Dios y a nuestro beatísimo padre Francisco. Y sean muy solícitas y
cuidadosas, tanto la que me sucediere en el oficio como las otras hermanas, en no
adquirir o recibir en torno al dicho lugar más terreno del estrictamente necesario
para un huerto en que se cultiven las hortalizas. Y si alguna vez se precisara más
terreno fuera del cerco de la huerta, para el decoro del monasterio y su aislamien
to, no se permita adquirir sino lo que una extrema necesidad exigiere. Y en modo
algún labren ni siembren esta tierra, sino déjenla siempre virgen y sin cultivar»
(TestCl 52-55).
Por medio de estas exhortaciones podemos intuir cómo, tal vez, también la
comunidad de San Damián no siempre estuvo en sintonía con la respectiva de
Clara, pues ella, sabiamente, ya prevé que después de su muerte las cosas
cambiarán. Por esto, sin hacerse falsas ilusiones, continúa apuntando hacia lo
esencial, que, como hemos visto extensamente, es la santa pobreza.
Es interesante advertir también el hecho de que Clara, que ha gastado toda
su vida en la defensa de su ideal de pobreza, admite tranquilamente la pose
sión del monasterio: indicio, éste, de una concepción de la pobreza más realis
248 CESARE VAIANI, OEM
ta, tal vez por ser más femenina, respecto a la de Francisco. Ciertamente, ella
está muy vigilante para que de la propiedad del monasterio donde viven no se
pase a las propiedades inmobiliarias o a otras posesiones; y si Clara pone en
guardia explícitamente a las hermanas es porque este riesgo era real.
Acaba aquí esta sección dedicada a la ratificación de la pobreza, caracteri
zada como lo especifico de la «forma de vida» de la «pequeña grey» de las
Hermanas Pobres.
En la última sección (vv. 56-79) subsiste otro elemento que, junto con la
pobreza, parece ser lo que Clara siente más profundamente: se trata del amor
fraterno, con todo lo que hace referencia a las relaciones dentro de la comuni
dad. Pobreza y vida fraterna son los dos puntos clave que Clara quiere reafir
mar, puntualizar, transmitir sin ambigüedad a las hermanas, para que «conoz
can bien su vocación».
menos para despreciar a los demás, sino porque nuestro carisma es, usando la
expresión de Clara, un talento que nos ha sido dado por el Señor para el servicio
de toda la Iglesia. Empeñarse en conocer y vivir nuestra vocación con toda su
especificidad es, pues, una cuestión de fidelidad a Aquel que nos ha llamado.
En comparación con las grandes tradiciones monásticas contemplativas,
podéis reconocer en vosotras mismas lo que es común a todas y, al mismo
tiempo, redescubrir vuestra especificidad, vuestro «corte», que será distinto
del benedictino, carmelitano, etc. Es importante entonces recuperar este «ca
mino de la santa sencillez, humildad y pobreza» como la característica especí
fica vuestra: conscientes de que éste es el don que se os ha dado, es necesario
que lo hagáis vuestro «hábito», en la vida concreta, porque sólo si es verdade
ramente vivido este don será enriquecimiento para toda la Iglesia.
que cuente sólo nuestra libertad, porque todo procede de la grada de Dios. Se
toca aquí uno de los puntos de más difícil definición y comprensión de nuestra
misma fe: el equilibrio entre grada y libertad, en último término, es el equili
brio de la relación entre humanidad y divinidad, que con la Encarnación del
Señor han sido para siempre indisolublemente unidas, pero nunca confundi
das.
oficio; de modo que las hermanas, movidas por su ejemplo, la obedezcan, no sólo
en razón del oficio, sino más bien por amor» (TestCl 61-62).
Una primera llamada fuerte, pues, a aquella que gobierna a las hermanas:
la llamada a suscitar con el propio comportamiento la respuesta de la obedien
cia, para que sea una respuesta de amor. Una respuesta tal de amor nacerá
únicamente ante una propuesta de amor.
«Y sea también próvida y discreta para con sus hermanas como una madre con
sus hijas» (TestCl 63).
«... y sobre todo procure atenderlas con las limosnas que Dios les diere según
la necesidad de cada una» (TestCl 64).
«Sea además tan benigna y tan de todas, que tranquilamente puedan éstas
manifestarle sus necesidades y recurrir a ella en todo momento, con confianza,
como les pareciere conveniente, tanto en favor suyo como de sus hermanas»
(TestCla 65-66).
«Y, por su parte, las hermanas súbditas recuerden que por Dios renunciaron a
sus propios quereres» (TesCl 67).
«Y todo cuanto hace y dice, si sabe que no está contra la voluntad del prelado
y mientras sea bueno lo que hace, constituye verdadera obediencia. Y si alguna vez
el súbdito ve algo que es mejor y de más provecho para su alma que lo que le
manda el prelado, sacrifique lo suyo voluntariamente a Dios...» (Adm 3, 4-5).
«... y procure, en cambio, poner por obra lo que manda el prelado» (Adm 3, 5).
Esto significa que puedes continuar pensando con tu cabeza, hasta incluso
ver cosas mejores; lo que se te pide es renunciar a tu voluntad, no a tu
inteligencia, y a cumplir con los hechos lo que se te pide.
CLARA EN SUS ESCRITOS (ll) 253
Es bellísimo este trazo final: mandar es molesto y amargo para Clara, pero
puede convertirse en dulzura, como Francisco relataba que le sucedió al besar
al leproso. Ejercer la autoridad, lo más «repugnante» para Clara, se convierte
en dulzura si existe una determinada respuesta por parte de las hermanas: la
respuesta de la caridad, humildad y unión que reina entre ellas.
254 CESARE VAIANI, OEM
L a perseverancia
«Culpa, negligencia e ignorancia»: los tres términos están muy bien pensa
dos. La «culpa» indica que consciente y voluntariamente se comete algo equi
vocado: la «negligencia» entra por el contrario en el orden de la pereza, de la
superficialidad, del descuido; la «ignorancia» remite a otro discurso, pues si es
verdad que cuando hay ignorancia no hay culpa (este es un principio de la
moral católica), es también verdad que cierta ignorancia, como la ignorancia
de lo que es necesario en mi opción de vida, no es aceptable, y ésa es una culpa
mucho más grave. Culpa, negligencia e ignorancia son las formas en que,
según Clara, se puede abandonar este camino.
«No sea que hagamos injuria a tan gran Señor y a su Madre la Virgen, y a
nuestro bienaventurado padre Francisco, y a la Iglesia triunfante y militante»
(TestCl 75).
«Pues escrito está: Malditos los que se apartan de tus mandamientos» (TestCl
76).
También Francisco preveía, pues, que el consejo de alguno (hasta del Papa
mismo) pudiera de alguna forma alejar a las hermanas de esta vida y pobreza;
de ahí la invitación a vivir y a perseverar en ella. Cuando los ardores de los
256 CESARE VA1ANI, OEM
«Por eso, doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo y me
acojo a los méritos de la gloriosa Virgen santa María, su Madre, y de nuestro
beatísimo padre Francisco y de todos los santos, para que el mismo Señor que nos
concedió un buen comienzo, conceda asimismo el incremento y también la perse
verancia final. Amén» (TestCl 77-78).
Al final del Testamento, como queriendo dar una última síntesis, la mirada
de Clara nos lleva una vez más a los comienzos, cuya memoria acaba de
entregar a las hermanas («el mismo Señor que nos concedió un buen comien-
zo»), para proyectarse confiadamente hacia el futuro (nos «conceda así mismo
el incremento y también la perseverancia final»).
«Comenzar bien, crecer, perseverar». La oración de Clara revela su con
ciencia de que no sólo la vocación, sino también el camino de crecimiento y la
perseverancia final son una gracia. Podemos dar todas las exhortaciones a
nuestra buena voluntad, y es necesario hacerlo, pero hemos de saber que todo
es gracia, algo que no se puede «comprar», y menos aún con nuestros méritos,
porque es don gratuito de Dios, y como tal es pedido.
«Para que mejor pueda ser observado este escrito, os lo confío, mis carísimas y
amadísimas hermanas, presentes y futuras, en prenda de la bendición del Señor y
de la de nuestro beatísimo padre Francisco y de mi propia bendición, vuestra
madre y servidora» (TestCl 79).
CLARA EN SUS ESCRITOS (il) 257
«Escribe cómo bendigo a todos mis hermanos, a los que están en la Religión y
a los que han de venir hasta la consumación del siglo. Como, a causa de la
debilidad y el dolor de la enfermedad, no me encuentro con fuerzas para hablar,
declaro brevemente a mis hermanos mi voluntad en estas tres palabras: Que, en
señal del recuerdo de mi bendición y de mi testamento, se amen siempre mutua
mente, que amen siempre a nuestra señora la santa pobreza y la guarden, y que
vivan siempre fieles y sumisos a los prelados y a todos los clérigos de la santa
madre Iglesia» (TestS 1-5).