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LA MORAL DE LA SOCIEDAD ESCLAVISTA.

REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA:
Shiskhin, A. F. (1970). Teoría de la Moral. México: Colección 70. (pp. 79 - 83).

Sin embargo, la desintegración del régimen de la sociedad primitiva y la división de


la sociedad en clases separó al individuo de la tribu. El desarrollo del individuo se
convirtió cada vez más en desenvolvimiento de una minoría explotadora privilegiada
a expensas de la inmensa mayoría de la sociedad, de las masas trabajadoras. Pero el
desarrollo de la personalidad, el progreso de su auto- conciencia iban acompañados
de la aparición de unas taras desconocidas en la sociedad primitiva. “Los intereses
más viles -la baja codicia, la brutal avidez por los goces; la sórdida avaricia, el robo
egoísta de la propiedad común- inauguran la nueva sociedad civilizada, la sociedad
de clases; los medios más vergonzosos -el robo, la violencia, la perfidia, la traición-
minan la antigua sociedad de la gens, sociedad sin clases, y la conducen a su
perdición.”

Comparada con el régimen de la sociedad primitiva, la sociedad esclavista era, sin


embargo, progresiva. Hasta para los mismos esclavos, según hacía notar Engels, la
esclavitud era en cierto aspecto un progreso: los prisioneros, entre los que ahora se
reclutaba la masa de esclavos, ya no eran exterminados ni servían de festín, sino que
conservaban la vida. El triunfo de la propiedad privada sobre la social determinó el
paso a la monogamia.

La cara opuesta de este progreso fue la opresión de la enorme masa de la población,


que antes desconocía el yugo clasista y la explotación. “Allí donde la esclavitud -
escribía Engels- es la forma dominante de la producción, el trabajo se convierte en
la labor del esclavo, es decir, en algo que deshonra a los hombres libres.” En opinión
de los esclavistas, el esclavo es una cosa, “un instrumento parlante” (instrumentum
vocale). Comúnmente, carecía de nombre; su situación era peor que la de los
animales domésticos. El esclavista no sólo podía comprar y vender al esclavo, sino
que con frecuencia era dueño de la vida y la muerte de éste. A su arbitrio, unía a las
hembras y los varones, les quitaba los hijos, ignorando por completo los sentimientos
humanos del esclavo. El esclavo estaba obligado a obedecer incondicionalmente a
su señor.

Los esclavistas tendían a consolidar y perpetuar las condiciones de su dominio. De


ahí que su moral exigiese de todos los ciudadanos libres, fidelidad al Estado escla-
vista y a sus leyes, vigilar y despreciar a los esclavos, el valor y el heroísmo en la
guerra, etc. Como muestra, veamos cuál era el juramento que prestaban los jóvenes
atenienses al alcanzar su mayoría de edad civil: “No sumiré en el oprobio estas armas
sagradas ni abandonaré al compañero de lucha y defenderé en cambio los templos y
lugares sagrados, solo o en compañía de los demás. Cuando me alcance la muerte,
mi patria no sólo estará intacta, sino mayor y mejor que la heredé. Obedeceré en todo
a los poderes que siempre han existido y me someteré a' las leyes instituidas, así
como a las nuevas que se establezcan de acuerdo con el pueblo. Y si alguien tratase
de derogar las leyes o de no someterse a ellas, no sólo no lo consentiré, sino que las
he de defender, solo o en compañía de los demás. Y respetaré los sagrados emblemas
patrios…” (Aristóteles, La política.)

La defensa de la patria era monopolio de la clase dominante. Tucídides narra que los
jefes espartanos ordenaron el exterminio a traición de dos mil ilotas que habían
salvado con su coraje al Estado, basándose en que habían infringido la prohibición
de participar en la defensa de su patria y, por consiguiente, de ser valerosos. Paul
Lafargue escribe también que los patricios romanos “se reservaban el privilegio de
defender la patria...”. Los extranjeros, proletarios, artesanos, mercaderes, siervos y
esclavos estaban exentos del servicio militar v no tenían derecho a llevar armas y ni
siquiera a tener valor, lo que era privilegio de la clase de los patricios. En Esparta
existía la bárbara costumbre de la caza colectiva de esclavos. En esta caza, la
juventud espartana se entrenaba para la guerra. El sistema de educación de los
aristócratas en Esparta estaba subordinado a las tareas de la preparación de guerreros
valerosos y sufridos, capaces de soportar las dificultades y privaciones de las
campañas, los tormentos a que eran sometidos los prisioneros, etc.

En la sociedad esclavista, las guerras eran un fenómeno constante. Su carácter era


completamente distinto al de los enfrentamientos de las tribus primitivas. Tomemos
como ejemplo la famosa Guerra del Peloponeso, que se prolongó casi treinta años.
El historiador de la civilización griega Andrés Bonnard la denomina la primera gue-
rra mundial de la sociedad antigua. Era una guerra de conquista, no sólo por parte de
Atenas, sino también por parte de sus enemigos, que al luchar por la independencia
y la libertad de sus polis, imponían también su yugo a las ciudades vencidas. La
guerra se distinguía por su extrema crueldad. “En todas partes se contesta a la
matanza con la matanza. Se extermina con furor, sin el menor respeto a los derechos
del hombre y a los tratados, que sólo se recuerdan cuando se impugnaban o se
infringen. Parece como si ya no existieran, incluso entre los griegos, las leyes de la
guerra. En las ciudades tomadas por asalto, todos los varones capaces de empuñar
las armas son exterminados; las mujeres y los niños son vendidos en los mercados
de esclavos.” (A. Bonnard, La civilización griega.)

Junto con la aparición de las clases, pierden las mujeres la igualdad de derechos de
que gozaban hasta entonces. Así, si en las primitivas tribus griegas, la mujer ocupaba
una posición elevada y hasta gozaba de cierta ventaja sobre los hombres, en la Grecia
clásica, en cambio, su situación empeora bruscamente. En su infancia depende por
completo de los padres; después, del marido (que no elige y. frecuentemente, no
conoce hasta que se consuma el matrimonio), y si enviuda, de los hijos. Se le prohíbe
participar de modo alguno en la vida social y, comúnmente, su cultura es nula. Su
lugar es el gineceo, el departamento de la casa reservado a las mujeres, donde vivía
retirada, cuidando de los niños y vigilando a los esclavos que trabajaban en la casa.
En la antigua Grecia (Atenas), únicamente las mujeres públicas (heteras) estudiaban
canto y danza, conocían varios idiomas y no era raro que ejerciesen una gran
influencia en los asuntos públicos, como amigas de relevantes personalidades del
Estado. “El hecho de que para convertirse en mujer fuese preciso ser antes hetera, es
la condenación más severa de la familia ateniense”, escribía Engels. En realidad, la
monogamia sólo se aplicaba a las mujeres, no a los hombres. La infidelidad del
marido había sido convertida en ley por la costumbre. El adulterio se consideraba,
principalmente, un vicio en las mujeres, pero no en el hombre. De acuerdo con las
leyes de Solón, por la infracción de la fidelidad conyugal una mujer libre pagaba con
su vida o podía ser vendida como esclava. En Atenas, la mujer era un ser tan
despreciable e inferior como un esclavo. A través de toda la poesía griega,
comenzando por Hesíodo, el desprecio a la mujer es patente. Lo mismo sucede en la
filosofía. En ninguno de los filósofos más relevantes de la antigua Grecia aparece
claramente manifiesta la protesta contra la situación esclavizada de la mujer, como
tampoco contra la esclavitud. Platón agradecía a los dioses el que le hubieran
permitido nacer libre y no esclavo, hombre y no mujer. Aristóteles, el más grande
pensador del mundo antiguo, no admitía que el esclavo fuese hombre, y la mujer
libre miembro de la sociedad con igualdad de derechos.

En relación con lo que se acaba de decir puede plantearse la cuestión siguiente: ¿de
qué modo el mundo antiguo, que despreciaba el trabajo manual y no consideraba
hombre al esclavo, ni a la mujer miembro libre de la sociedad con plenitud de
derechos, pudo crear sistemas que contenían tan gran número de pensamientos en
los que se apoyaron los sistemas éticos posteriores?

Los escritores de la Antigüedad ensalzaban las virtudes ciudadanas de sus


compatriotas, mientras que, por otra parte, fustigaban vicios como la hipocresía,
adulación, servilismo, codicia, orgullo, maledicencia, etc. La compleja vida social,
saturada de luchas políticas internas y de choques exteriores, planteó ante la filosofía
y la ética un gran número de problemas morales que exigían estudio. Sobre la base
de la sociedad esclavista, lo primero en plantearse fue la relación entre el individuo
y la colectividad no tribal, y su polis, hacia sus aliados y enemigos, y, en conexión
con ello, acerca de las virtudes civiles y de su educación, acerca de la lucha contra
los vicios. Por vez primera se plantea la actitud a adoptar frente a la riqueza, el poder
político, el ansia de hacer carrera y el crimen. Todo ello exigía un estudio de las
categorías de justicia e injusticia, del mal y del bien, de la virtud y del vicio, de la
necesidad (destino) y de la libertad.

ÉTICA EN LA ANTIGÜEDAD: DOCTRINAS MORALES DEL ORIENTE.


REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA:
Best Ramos, L. (1989). Teoría de los Valores y Ética. Lima – Perú: San Marcos. (pp.
140 – 147).

LA MORAL HINDUISTA (EN LA INDIA)


El hinduismo desde el punto de vista religioso esta afectado por varios factores cuyo
esclarecimiento se torna difícil. En primer lugar no existe ninguna definición de una
serie de practicas y convicciones religiosas; luego, las religiones en la india pueden
clasificarse en ortodoxas (el brahmanismo), y heterodoxas (el budismo) según
reconozcan o no, la autoridad de las vedas y su traducción sagrada; tercero, la
mayoría de las doctrinas son sincréticas en lo que respecta a sus ideas y practicas.

El hinduismo enumera como elementos esenciales de la religión: la fe, el devoto, lo


adorable y el maestro. La elección de un dios favorito no excluye a los demás dioses.
Si bien el hinduismo se caracteriza por su severidad, no es lo menos por su
conservatismo en las capaz sociales que comprende. En ninguna parte es mayor la
distancia entre ricos y los pobres; en ninguna parte se han estabilizado tan
firmemente las actividades ocupacionales. Basadas en el concepto hindú del dharma
en la ley cósmica y ritual, las diferencias categoría social, honor y prestigio, revisten
un significado no solo histórico sino también filosófico. Las diferencias económicas
y sociales, en el hinduismo no dejaron de producir efectos en la conducta moral.
Aquí reside, precisamente, la diferencia entre el brahmanismo y el budismo en
cuanto se refiere a la ocupación, la propiedad, la categoría social y, por cierto el
comportamiento moral.

No obstante el aparente débil interés demostrado por la filosofía oriental por la


ciencia, fueron sin embargo ellos quienes suministraron los primeros elementos del
fervor moral. Entre la mayoría de los pueblos orientales la moral se reduce a la
religión en las relaciones habituales entre los hombres. Es una creación colectiva en
donde se pone tanta intensidad en el culto como en la moral. El brahmanismo
constituye una de las expresiones más antiguas expresiones de la moral indostana.
Es a la vez un dogma y un ritual, pero además una gran concepción moral. En los
“Upanishads” que es en sanscrito significa conferencia, sesión, dialogo, se
transcriben enseñanzas filosóficas y teológicas con profundo contenido ético. En la
versión del Upanishad llamada de “Los tres Dan” se lee:
“Los dioses, los hombres y los genios acudieron cierta vez al padre y le dijeron:
-Señor, explícanos cual es nuestro deber. El padre contesto con esta sola palabra:
“Da y añadió: ¿me habéis comprendido?”

- Cierto, contestaron los dioses. Habéis querido decir “Damyata” esto es, “dominad
vuestros apetitos”.

Así es, replicó el padre. -a continuación los hombres preguntaron:


- ¡Y nuestro deber! ¿Cual es? El padre contesto asimismo: “Da” y añadió ¿me habéis
comprendido?

Cierto contestaron, los hombres. Habéis querido decir “Datta” es esto, “se
generoso”.
Así es, replico el padre. Los genios formularon la misma pregunta.
El padre contesto asimismo: “Da” y añadió: ¿me habéis comprendido?

Ciertos contestaron los genios. Habéis querido decir: “Davaydan” esto es “sed
benévolos”.
Así es contesto el padre “Dominio es si mismo, generosidad y benevolencia son las
tres virtudes que deben pregonarse”.

Según los filósofos si el hombre logra abandonar por completo sus preocupaciones
cotidianas su alma dejará de estar atada a este mundo y llegará entonces el momento
de su identificación con el espíritu universal o sea la liberación que representa el
sentido supremo de la vida humana.

LA MORAL BUDISTA.
El budismo en sus fases primitivas adopta una actitud ascética y pesimista. Sus
doctrinas implican una indiferencia con respecto a la sociedad. Con el concepto de
“charma”, ley universal cósmica y moral, se da la “danda” que es la sanción contra
el caos social. Mediante ella se salvaguardan el régimen de la propiedad y el orden
de las clases. El individuo determina sus deberes y derechos según la posición y
etapas de la vida. La historia del budismo constituye una lucha contra el poder y la
influencia de los brahmanes. Es característico del budismo el que no quede
satisfecho con ningún ideal que no sea la consecución del fin más elevado a la
liberación mediante el renunciamiento. Esa renunciación comprende a todas las
relaciones y tratos sociales. Tan elevado ideal no puede ser aceptado por todos y por
esto, hay dos tipos de preceptos: unos para los que luchan por la suma perfección y
otros, para los que habrán de contestarse con un grado menor de perfección. En
tiempos del rey Asoka, converso el budismo, la conducta de sus súbditos debió
regularse de conformidad con los ideales éticos prescritos, entre otros, la regla
“ahimisa” que prohibía matar a ninguna criatura viviente. En otros lugares como el
Tibet, los pobladores budistas bajo un régimen teocrático daban ejemplo de
ascetismo y celibato, dedicándose a la vida espiritual con la meditación y la
enseñanza de conocimientos sagrados.

La moral budista, no debe pensarse que el budismo fuese la creación de un hombre


o una innovación en el campo filosófico hindú; si bien es un producto típico de la
India es tan revolucionario que después de haber agitado algunos siglos de
brahmanismo fue rechazado en la India por la fuerza de la tradición ortodoxa y
emigro para renacer con mas fuerza en la China y el Japón. La moral budista vertida
en las escrituras “pali” enseña: “El odio no puede nunca detener el odio; solo el amor
puede detener el odio “

“No hay fuego comparable a la pasión; no hay mal comparable al odio; no hay dolor
como esta vida carnal; no hay dicha superior a la paz”

“Un insensato oyó que el Buddha predicaba que debemos devolver el bien por el
mal y fue y lo insulto. El Buddha guardó silencio. Cuando el otro acabo de insultarlo,
le pregunto: “Hijo mío, si un hombre rechaza un regalo”; ¿de quien será el regalo? -
El otro respondió: “de quien quiso ofrecerlo”. -Hijo mío replico el Buddha, me has
insultado, pero yo rechazo tu insulto y este queda contigo. ¿No será acaso un
manantial de desventura para ti? -El insensato se alejo avergonzado pero volvió para
refugiarse en el Buddha”.

Si como es cierto, el hombre de Oriente fue más que ningún otro “homo religio sus”
no fue menos “homo eticus” en el que se fue elaborando la conciencia moral de la
humanidad como la demuestra el pensamiento y sentimiento moral y religioso del
brahmanismo, confucianismo y budismo.

LA MORAL CONFUCIANA.
El concepto de Confucio es el hombre latinizado del filosofo Chino Kung-Fu-Tse.
Su obra comprende la interpretación de los libros de la sabiduría china en (hombría
de bien) es fundamental en esta ética. Yen es el principio moral que determina las
relaciones humanas en la sociedad y en la familia e inculca el respeto a los que son
superiores a vosotros por la edad, bien por la posición social, dice Confucio.

El confucianismo exigía que cada hombre se comportara en rigurosa consecuencia


con su posición social. Los hombres, deben ser mutuamente generosos y observar
como un santo deber el culto a los antepasados.

Uno de los grandes libros contiene esta hipótesis de la moral confuciana, la


observancia de las tres leyes fundamentales de relación entre los soberanos y los
súbditos; entre los padres y los hijos; entre la esposa y el esposo, y la practica exacta
de los cursos vitales capitales: la honorabilidad o sea el amor universal entre todos
los seres de nuestra especie, la justicia queda a cada individuo lo que le es debido; la
conformidad con las presentes y los usos establecidos la moraliza o sea aquella
rectitud de espíritu y corazón que nos induce a buscar en todo la verdad y la
sinceridad o buena fe, aquella preferencia de corazón mesclada de confianza .

“El perfecto es por si mismo perfecto. La ley del deber es para él, la ley del deber.
El perfecto es el principio y el fin de todos los seres; sin la perfección los seres no
existirían. Por eso el sabio estima esta perfección por encima de todo. El hombre
perfecto no se dedica a perfeccionarse a sí mismo para detenerse después, por eso en
su constancia se dedica a perfeccionar a los demás seres. Perfeccionarse a sí propio
es una gran virtud; perfeccionar a los otros es una gran sabiduría. Son virtudes de la
facultad racional pura y sin mezcla. Reunir la perfección interior y exterior
constituye la regla del deber. Así se debe obrar según lo exige las circunstancias”.
El hombre perfecto no cesa jamás de hablar bien.

MORAL MAZDEISTA.
El mazdeísmo clásico se constituyó en el primer milenio de nuestra era en la antigua
Persia, hoy Irán. Los arios de Irán, tenían en común con los de la India la veneración
al cielo en su doble claridad diurna y nocturna y el uso del fuego como vehículo de
la tierra al firmamento. Sobre la base de estos cultos del mazdeísmo, ergio su
doctrina Zoroastro. Doctrina reformada de los cultos de muy antiguo y diverso
origen.

¿En qué consiste la reforma de Zoroastro? En considerar la sabiduría como la


oposición de pares antagónicos una intención perfecta y una intención maléfica. La
expresión de la sabiduría son seis perfecciones: el buen pensamiento; el mejor orden;
la autoridad deseable; la sumisión; la salud y la no-muerte. Perfecciones
comparables a las ideas platónicas. Todo puede y todo debe pensarse en función de
lo perfecto. Aún el mal solo por un tiempo se opone al orden satisfactorio. A la
perfección no solo se le opone nada insuperable. Solo es preciso adorar al bien
mismo y excluir al mal. Una reforma que exalta lo esencial y suprime lo superfluo.
Zoroastro no fue un profeta decidor de suertes ni vituperador de la actual, sino
hombre de Dios, y salvador de las criaturas. Pero, la perfección suprema no podría
por sí propia ser omnipotente, a su causa deben concurrir todas las buenas
voluntades.

El zoroastrismo habría de ejercer profunda influencia en todo el mazdeísmo -culto


de la luz y la energía- divisados como “señor Sabiduría” en el protector oficial de
una dinastía, Ahura-Mazda. A este poder sereno se opone un dios del mal, de la
oscuridad, del mal pensamiento. Angao Manyu o Aharman que al cabo de los tres
mil años de la creación por el buen genio, genera una confusión de los elementos y
alteración de todos los valores, que se inaugura con la muerte. Al final de un nuevo
periodo de otros tres mil años el mal debe ser vencido para siempre.

En el orden moral esta doctrina se traduce en un drama cósmico que resume la lucha
entre espíritus de bien y espíritus de mal, en tres actos, a saber uno de creación; otro
de experiencia y el último, de disolución y retorno que asisten al destino de la vida
individual y del mundo en general. Nada de acontecimientos imprevisibles y
conmociones catastróficas, anunciadas por los profetas; nada de sucesos
imprevisibles, fortuitos, insolubles al término de los cuales cada individuo debe
someter sus actos a un juicio final. Una sola verdad: el triunfo de la justicia; las
exigencias de la conciencia marchan de mano con los principios de la razón e
imponen el reino del derecho. Esta es la fuente de nuestras creencias y de nuestras
concicciones más imperativas en la conducta moral y el comportamiento humano.

El Zoroastro autentico como el Zaratrusta de Nietzsche no desconoció menos el


carácter desmoralizador de dos pares de contrarios, el bien y el mal esos opuestos,
que denuncio el budismo como extraños al retorno a la primitiva ingenuidad.

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