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“Por cierto, representaciones como las de libido yoica, energía pulsional yoica y otras
semejantes no son aprehensibles con facilidad, ni su contenido es suficientemente rico;
una teoría especulativa de las relaciones entre ellas pretendería obtener primero, en
calidad de fundamento, un concepto circunscrito con nitidez. Sólo que a mi juicio esa es,
precisamente, la diferencia entre una teoría especulativa y una ciencia construida sobre la
interpretación de la empiria”
En el primer apartado del texto el autor aborda la pregunta por la introducción de la noción
de narcisismo en la teoría de la libido; pues, como destaca inicialmente, desde el
surgimiento del término en las descripciones clínicas del psiquiatra y criminólogo alemán
Paul Näcke, este cobra el significado de una perversión, en la que un individuo da a su
propio cuerpo el trato que daría a un objeto sexual. Sin embargo, Freud conjetura, en razón
de su práctica clínica, que rasgos aislados del narcisismo podrían “entrar en cuenta en un
radio más vasto y reclamar su sitio dentro del desarrollo regular del hombre”; se trataría,
entonces, no de un rasgo patológico, sino de una cuestión estructural.
Ahora bien, ¿de dónde surgió la idea de un narcisismo primario y normal?, ¿cómo es que
llega Freud a concebir el narcisismo en tanto estructural? A lo largo del apartado dará
cuenta de los aportes desde los que argumenta la extensión de este concepto. En primer
lugar, destaca que fue conducido en esta vía por las dificultades que ofrecía el trabajo
analítico en los neuróticos, en el que se ponía en evidencia una conducta de carácter
narcisista que se constituía en barrera, chocando con el intento de “mejorar su estado”;
fenómeno en el que lee “el complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de
autoconservación”; cabe preguntarse, ¿de qué manera se escenifica el narcisismo en el
análisis? Interrogante que permite introducir la transferencia, en su vertiente especular,
desde la que se intenta sostener la ilusión de una relación intersubjetiva, ilusión que
funciona en razón del mecanismo de la identificación.
Por otro lado, Freud hace mención de las observaciones y concepciones sobre la vida
anímica de los niños y los pueblos primitivos como otro de los fenómenos a partir de los
que justifica su introducción del narcisismo en tanto concepto. En relación a los pueblos
primitivos, señala que la sobrestimación del poder de sus pensamientos y sus palabras,
materializada en una práctica como la magia, podría imputársele rasgos propios del delirio
de grandeza; de manera similar ocurre en el niño, en quien también se evidencia la
omnipotencia. En consecuencia, el autor plantea “una originaria investidura libidinal del yo”
que sería cedida con posterioridad a los objetos, investidura libidinal que persiste y es a la
investidura de objeto “como el cuerpo de una ameba a los seudópodos que emite”, metáfora
que le permite ilustrar la relación entre libido yoica y de objeto, considerando que esta última
puede ser emitida y retirada de nuevo. A manera de conclusión, Freud propone que,
inicialmente, ambas energías libidinales confluyen, son indiscernibles en el estado del
narcisismo, hasta la investidura de objeto, a partir de la cual se funda una relación de
oposición entre ambas: “cuanto más gasta una, tanto más se empobrece la otra”; oposición
que se pone de manifiesto en el estado de enamoramiento, en el que se resigna la
personalidad propia en favor del objeto.
A la luz de lo anterior, se introducen dos interrogantes: el primero de ellos tiene que ver con
la relación entre el narcisismo y el autoerotismo, descrito como un estado temprano de la
libido; el autor establece una distinción entre ambas nociones, aclarando que mientras las
pulsiones auto-eróticas son primordiales, el narcisismo se relaciona con la constitución de
la unidad del yo y, si “el yo tiene que ser desarrollado”, al autoerotismo de base se debe
agregar una nueva acción psíquica, ¿de qué orden es esta acción psíquica? Se trata de la
imagen especular que deviene del otro, imagen prematura y fundante de la ilusión de unidad
que constituye el yo. El segundo interrogante se relaciona con la admisión del yo en tanto
investidura primaria con libido, entonces, ¿por qué separar una libido sexual de una energía
no sexual de las pulsiones yoicas?, no sería mejor suponer una energía psíquica unitaria?
Freud responde aludiendo a la relación entre teoría y práctica en el psicoanálisis, dado que
construir un concepto unitario, a manera de fundamento, incontrastable e incuestionable,
sería orientarse en la vía de la especulación y abandonar la apuesta por “una ciencia
construida sobre la interpretación de la empiria”, en la que se busca discernir con mayor
claridad algunos pensamientos básicos, susceptibles de ser cambiados por otros, en caso
de ser necesario; dice el autor que, considerando la inexistencia de una doctrina de las
pulsiones, se ha de “adoptar provisionalmente algún supuesto y someterlo a prueba de
manera consecuente” en razón de la práctica clínica. Para finalizar el apartado, Freud
referencia la ambivalencia que comporta la existencia del ser humano, es fin para sí mismo
y, a la vez, eslabón dentro de una cadena, “de la cual es tributario contra su voluntad”, sin
mediación alguna de esta, pues la dependencia al otro es de carácter estructural; siendo
este carácter ambivalente otro de los argumentos para conjeturar una distinción entre
pulsiones yoicas y pulsiones sexuales.
Acto seguido, se introduce la segunda vía de estudio propuesta por el autor, la hipocondría,
fenómeno clínico que se caracteriza por la exteriorización de sensaciones corporales
dolorosas que también tienen sus efectos sobre la distribución de la libido; no obstante, a
diferencia de la enfermedad, no es posible ubicar una alteración orgánica de base.
Entonces, ¿qué es lo que está alterado en la hipocondría? Freud toma como modelo el
órgano sexual, considerando que este se altera durante la excitación y, sin embargo, no
está enfermo; en relación a esto, plantea que la sintomatología hipocondríaca tiene que ver
con la erogeneidad en tanto “propiedad general de todos los órganos”, propiedad que
comporta un aumento de la investidura libidinal del órgano, un plus de satisfacción inscrito
en el cuerpo, una estasis, un estancamiento de la libido yoica, de manera similar a lo que
ocurre en la psicosis. Ahora bien, el autor introduce dos interrogantes: ¿por qué un
estancamiento de la libido en el interior del yo podría devenir en displacer? Fenómeno que
asocia al aumento de tensión, una cantidad excesiva de libido se traspone en displacer; por
otro lado, se pregunta, ¿en razón de qué se ve compelida la vida anímica a traspasar los
límites del narcisismo?, ¿por qué se pone la libido sobre los objetos? Freud plantea que
una investidura libidinal del yo que ha traspasado cierta medida hace emerger un “fuerte
egoísmo” que preserva de enfermar, protege; no obstante, hace la advertencia, también se
puede caer enfermo a consecuencia de no amar, de la frustración que esto pueda generar.
Para finalizar el apartado, Freud aborda su tercera vía de estudio, la vida amorosa del ser
humano, distinguiendo entre dos tipos de elección de objeto: la de apuntalamiento o
anaclítica y la narcisista. En relación a la elección de objeto anaclítica, esta se caracteriza
por estar condicionada a las primeras vivencias de satisfacción, vivencias que devienen del
apuntalamiento inicial entre las necesidades vitales y las primeras satisfacciones de
carácter sexual, satisfacciones que se independizarán de la lógica homeostática del
organismo para inscribirse en el plus de satisfacción propio de lo pulsional, en razón de los
cuidados de la madre o su sustituto, un otro que irá introduciendo miradas, palabras,
susurros, detalles que empezarán a hacer falta; en este orden de ideas, este otro que se
encarga de la nutrición, el cuidado y la protección del niño deviene en el primer objeto
sexual, cuya huella se pondrá en evidencia en las siguientes elecciones.
Ahora bien, en algunos casos no se elige el objeto de amor según el modelo de la madre o
su sustituto, sino según la propia persona, este es el tipo de elección de carácter narcisista.
No obstante, se aclara que la diferenciación entre la elección de objeto anaclítica y
narcisista no tiene por objeto categorizar los seres humanos en dos grupos o patologizar
de entrada uno de los dos tipos; pues, “todo ser humano tiene abiertos frente a sí ambos
caminos”, se presupone un narcisismo primario de carácter estructural que puede o no
llegar a expresarse de manera dominante en las elecciones de objeto posteriores. Con el
fin de ilustrar lo anterior, se alude a la disimetría entre la dinámica del amante y el amado:
Freud referencia las “interesantes constelaciones psicológicas” que permiten entender el
encanto de algunas mujeres, el cual residiría en “la dimensión plena de su narcisismo”,
dimensión que daría lugar a una excesiva auto-complacencia y un semblante de
inaccesibilidad; entonces, más que amar, demandarían el ser amadas, prendándose de un
hombre que colme su necesidad, dispuesto a empobrecer su yo por la vía de la
sobrestimación del objeto, elección que tiene como consecuencias “la insatisfacción del
hombre enamorado”. No obstante, se hace énfasis en que también hay mujeres que aman
desde el modelo masculino, sobrestimando el objeto; aclaración que sitúa las
puntualizaciones freudianas más allá de cualquier caracterización del amor en términos del
género.
Finalizando el apartado se sintetizan los diferentes caminos que puede tomar la elección
de objeto: desde el narcisismo, se puede amar a lo que uno mismo es, lo que fue, lo que
querría ser y a la persona que fue parte del sí mismo; por el lado de la elección anaclítica,
se ama al otro, a quien se le ubica en la posición de la mujer nutricia o el hombre protector,
siguiendo el modelo del primer objeto sexual; así, las personas sustitutivas “se alienan
formando series en cada uno de esos caminos”. Adicionalmente, Freud retoma el camino
narcisista de amar a lo que uno querría ser tomando como ejemplo la actitud de los padres
hacia los hijos, el conmovedor amor parental es “un renacimiento y reproducción del
narcisismo propio”; así, His majesty the baby se le atribuyen toda clase e perfecciones, se
encubren sus defectos y se le traza el camino por el que habrá de cumplir los sueños que
los padres no pudieron alcanzar; esto último será abordado a profundidad en el último
apartado del texto.
En este apartado, el autor introduce la noción de ideal del yo, vinculándola con el narcisismo
primario y presenta una síntesis de lo trabajado a lo largo del texto. En primer lugar, señala
el conflicto entre las mociones pulsionales libidinosas y las representaciones culturales y
éticas del individuo, conflicto que sucumbe ante la represión; respecto a esta última, aclara
que no debe ser entendida como un conocimiento meramente intelectual de las
representaciones normativas, sino como un sometimiento a las exigencias que de ellas
derivan, puntualiza que parte del yo, del respeto del yo por sí mismo. Entonces, introduce
la pregunta, ¿por qué las mismas impresiones y vivencias, los mismos impulsos y deseos
que un hombre tolera o al menos procesa conscientemente, son desaprobados por otro o
incluso sofocados antes de que devengan conscientes? Freud propone que la diferencia
tiene que ver con la formación en el interior de sí de un ideal con el cual se mide el yo actual,
un ideal del yo que sería, de parte del yo, “la condición de la represión”.
Ahora bien, ¿de qué manera se relacionan el ideal del yo y el narcisismo? El amor de sí
mismo que durante la infancia gozó el yo real recae ahora sobre el ideal, ideal que
constituye “el sustituto del narcisismo perdido”, un modo de preservar la perfección valiosa
de His majesty the baby que no ha sido posible mantener debido a las admoniciones del
otro y la influencia posterior del juicio propio. Posteriormente, se establece una diferencia
entre sublimación y la formación del ideal, mientras esta última envuelve al objeto,
corresponde a la sobrestimación del objeto, la sublimación atañe a la pulsión misma, la cual
es desviada respecto de lo sexual; entonces, la formación del ideal aumenta las exigencias
del yo, favoreciendo la represión, y la sublimación es, más bien, la vía de escape que
permite el cumplimiento de las exigencias sin necesidad del proceso represivo.