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RENDIRSE, ESCAPAR Y CONTRAATACAR

Dr. Edgar Rodríguez V.

Las trampas vitales organizan activamente nuestra experiencia. Operan de


manera abierta y sutil influyendo en la forma en que pensamos, sentimos
y nos comportamos.

Cada persona se enfrenta a las trampas vitales de diferente forma. Esto


explica por qué los niños educados en un mismo entorno pueden llegar a
ser tan diferentes. Por ejemplo, dos niños con padres que abusan de ellos
responderán de manera muy distinta. Uno se convertirá en una victima
muy pasiva y miedosa durante toda su vida y el otro adoptará una actitud
rebelde y desafiante, que probablemente le conducirá de adolescente a
marcharse de su casa y a sobrevivir en las calles.

Esto se debe a que nacemos con diferentes temperamentos, que


fomentan determinadas conductas, de manera que podemos ser
miedosos, activos, extrovertidos. Tímidos, etc. El temperamento explica en
parte por qué elegimos a uno de nuestros padres para modelarnos a
nosotros mismos. Por ejemplo, si la persona que comete abusos se casa
con una persona pasiva, sus hijos tienen dos modelos para seguir: los
niños pueden copiar al padre que comete abusos o al padre que es
víctima.

Tres estilos para afrontar la trampa vital:


Rendirse, escapar y contraatacar

Vamos a analizar 3 comportamientos diferentes: el de Alex, Bruno y Max.


Todos tienen la trampa vital de la imperfección. Interiormente los 3 se
sienten imperfectos, avergonzados y poco queridos. Sin embargo, afrontan
sus sentimientos de imperfección de 3 formas completamente distintas.
Estos 3 estilos se denominan rendirse, escapar y contraatacar.

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ALEX: SE RINDE A SUS SENTIMIENTOS DE IMPERFECCIÓN.

Alex tenía 19 años y era estudiante de instituto. Cuando lo conocimos, no


te miraba a los ojos y bajaba la cabeza. Cuando hablaba, apenas podía
oírlo. Se ruborizaba, tartamudeaba, se minusvaloraba ante los demás y
siempre se disculpaba. Se sentía culpable por lo que iba mal, a pesar de
que no tuviera relación directa con él.

Alex siemp0re se sentía “por debajo”, en inferioridad y siempre se


comportaba desfavorablemente con los demás. Creía que las otras
personas, por una u otra razón, eran mejores y los actos sociales le
resultaban dolorosos. En su primer año de instituto fue a fiestas, pero
estaba demasiado nervioso para entablar una conversación con alguien:
“No podía pensar en nada de que hablar”. Por lo tanto, en el segundo año
no fue ni a una sola fiesta del instituto.

Alex había empezado a salir con una chica que vivía en su barrio que
siempre lo criticaba. Su mejor amigo también era muy crítico como él. Su
expectativa de que las personas fueran críticas se veía confirmada a
menudo.

TERAPEUTA: ¿Por qué te criticas tanto?


ALEX: Supongo que quiero hacerlo primero, antes de que otras personas lo
hagan por mí.

Alex sentía mucha vergüenza. Se ruborizaba y andaba con la cabeza baja


porque se sentía avergonzado de sí mismo. Interpretaba las situaciones de
su vida como pruebas de su imperfección, antipatía e inutilidad.

ALEX: Siento que me rechazan socialmente. Estoy en la mitad del semestre


y todavía no conozco a nadie de ninguna de mis clases. Las otras personas
se sientan alrededor y hablan, pero yo me siento como si chocara contra la
pared. Nadie me habla.

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TERAPEUTA: ¿Tú hablas alguna vez con alguien?
ALEX: ¡Nooo! ¿Quién querría hablar conmigo?
Alex, pensaba, sentía y se comportaba como su fuera imperfecto. La
trampa vital estaba arraigada en su vida y su forma de afrontarla era
rendirse.

Cuando nos rendimos, distorsionamos la perspectiva de las situaciones de


tal manera que nos confirman la trampa vital. Reaccionamos con
desmesurados sentimientos cada vez que ésta se activa y seleccionamos
parejas y situaciones que la refuerzan: mantenemos la trampa vital.

Alex distorsionaba o minusvaloraba constantemente las situaciones, lo que


reforzaba la trampa vital. Su visión era incorrecta: sentía que las personas
le atacaban y humillaban. Incluso cuando no lo hacían. Tenía una fuerte
predisposición a interpretar los acontecimientos como prueba de su
inutilidad, exagerando lo negativo y minimizando lo positivo. Cuando nos
rendimos, entendemos e interpretamos erróneamente a las personas y los
acontecimientos de forma que mantenemos nuestras trampas vitales.

Cuando crecemos nos acostumbramos a ciertos roles y maneras de ser


percibidos por los demás. Si nuestra familia nos maltrata, abandona, critica
o domina, éste será el entorno en el que nos sentiremos más cómodos. A
pesar de que pueda ser perjudicial, la mayoría de las personas buscan y
recrean entornos parecidos a los que conocieron en sus familias. Rendirse
significa que la persona organiza su vida de tal modo que continua
repitiendo los patrones de la infancia.

Alex creció en una familia que lo criticaba y lo minusvaloraba, un origen


típico de la trampa vital de la imperfección. De adulto, había adoptado un
comportamiento que le garantizaba que seguiría siendo criticado y
rebajado. Elegía parejas y amigos que eran muy críticos con él y siempre
estaba avergonzándose y disculpándose o se criticaba a sí mismo ante los
demás.

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Cuando las personas eran buenas con él, se distanciaba o impedía que la
relación funcionase para mantener el statu quo. Cuando empezaba a tener
demasiado apoyo, alteraba la situación para volver a la comodidad de la
vergüenza y el desánimo. Si él se sentía igual o superior en algún
momento, se las arreglaba de alguna manera para volver una situación de
inferioridad.

Rendirse incluye todos los patrones autodestructivos, que repetimos una y


otra vez. Son todas las formas en que reproducimos nuestra experiencia
vital de la infancia. Somos todavía como niños que cruzan por ese viejo
dolor. Rendirse extiende nuestra situación de la infancia a la vida adulta,
por lo que es frecuente sentir que es imposible cambiar. La trampa vital es
como un guión que se auto perpetúa.

BRUNO: ESCAPA DE SUS SENTIMIENTOS DE IMPERFECCIÓN.

Bruno tenía 40 años y nunca había tenido una relación íntima. Se pasaba la
mayor parte de su tiempo en un bar del barrio. Bruno se sentía más
cómodo en relaciones amistosas fortuitas donde no se trataban asuntos
muy personales.

Bruno estaba casado con una mujer de la que se había distanciado. Ella
estaba muy preocupada por mantener las apariencias y le interesaba más
el hecho de estas casada con é. quería un hombre que fuera como él, para
poder cumplir el papel convencional de esposa y basar su relación en los
roles tradicionales, no en la verdadera intimidad. Pocas veces confiaban el
uno en el otro.

Bruno había sido adicto al alcohol durante su vida adulta. Aunque amigos
y su familia le habían sugerido que fuera a Alcohólicos anónimos, no les
escuchaba. Insistía en que no era un adicto y afirmaba que solo bebía por
distracción y que lo controlaba. Además de tomar unas copas en el bar del
barrio, tendía a beber en las reuniones sociales si sentía que los allí
reunidos eran mejores que él.

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Bruno se deprimió u buscó ayuda en la terapia, pero, contrario que Alex,
no quería ser consciente de la trampa vital e intentaba rehuir de ella.
Cuando inició la terapia, sólo tenía una débil conciencia de la
imperfección. Le preguntamos cómo se sentía consigo mismo y negó tener
sentimientos de baja autoestima o de vergüenza.

Tuvimos que batallar contra sus continuos intentos de huir en todos los
frentes. Cuando le pedimos que anotara sus pensamientos negativos como
deberes para casa, no lo hizo, se quejaba: “¿Por qué pensar en las cosas?
Solo me hacen sentir peor”. Cuando le pedimos que cerrara los ojos y nos
diera una imagen de cuando era niño, dijo: “No puedo ver nada. Mi mente
está en blanco”. Cuando contempló una fotografía suya de niño, su
reacción estuvo desprovista de toda emoción. Cuando le preguntamos
cómo se sentía con su padre abusivo, insistía que no se sentía enojado:
“Mi padre fue un buen hombre”, afirmaba.

Bruno intentaba huir de sus sentimientos de imperfección. Con el escape,


evitamos pensar en nuestra trampa vital. La apartamos de nuestro
pensamiento y rehuimos sentirla. Cuando se generan estos sentimientos,
se sofocan a través de las drogas, comiendo en exceso, limpiando
convulsivamente o volviéndose unos trabajadores infatigables. Así
evitamos esas situaciones que podrían poner en funcionamiento nuestra
trampa vital. De hecho nuestros pensamientos, sentimientos y conductas
funcionan como si ésta no existiera.

Muchas personas escapan de todas las áreas de la vida de la imperfección,


como Brandon, se eluden las relaciones íntimas en su conjunto y nunca se
permite que nadie esté demasiado cerca. Si se tiene la del fracaso, puede
evitarse el trabajo, las tareas escolares, los ascensos o la aceptación de
nuestros proyectos. Si se tiene la de la exclusión social, se rehúyen los
grupos, las fiestas, las reuniones o las conversaciones. Si se tiene la de la
dependencia, puede eludirse todas las situaciones que requieren
independencia y no se va solo a los sitios públicos.

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Es natural que escaparse llegue a ser una de las formas de afrontar las
trampas vitales. Cuando una trampa vital se pone en funcionamiento, nos
invaden sentimientos negativos tales como tristeza, vergüenza, ansiedad e
ira. Y nuestra tendencia es intentar escapar, ya que evitamos encarar lo
que en realidad sentimos porque es demasiado doloroso para nosotros.

La desventaja de escapar es que nunca superamos nuestra trampa vital,


puesto que nunca nos enfrentamos a la verdad y nos atascamos. No
podemos cambiar las cosas si no las admitimos como problema y
volvemos a caer en las mismas conductas adversas y negativas, en las
mismas relaciones autodestructivas. En el intento de pasar por la vida sin
sentir dolor, negamos la oportunidad de cambiar aquello que nos
perjudica.

Cuando escapamos, cerramos un trato con nosotros mismos. No sentimos


dolor a corto plazo, pero a la larga sufriremos las consecuencias de haber
evitado este tema año tras año. Mientras escapaba, Brandon no sabía lo
que quería realmente: amar o ser amado por un ser humano que lo
conociera verdaderamente. A Brandon le negaron el amor en la infancia.

Con la estrategia de escapar renunciamos a nuestra vida emocional. No


sentimos y somos incapaces de experimentar el placer y el dolor real.
Dado que evitamos hacer frente a los problemas, a menudo acabamos
haciendo daño a los que nos rodean. También somos propensos a las
terribles consecuencias de las adicciones como el alcohol y las drogas.

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MAX: CONTRAATACA PARA AFRONTAR SUS SENTIMIENTOS DE
IMPERFECCIÓN.

Max tenía 32 años y era corredor de bolsa. Aparentemente tenía confianza


en sí mismo y era una persona segura. De hecho era un poco engreído y
tenía cierto aire de superioridad. Era muy crítico con los demás, pero
pocas veces reconocía sus faltas.

Max vino a la terapia porque su mujer quería dejarle. Insistía en que todos
sus problemas eran por culpa de ella.

TERAPEUTA: ¿Así que tu mujer está un poco enfadada contigo?


MAX: Ya que me lo preguntas, ella es la que está causando todos los
problemas. Saca las cosas de quicio y me exige demasiado. Ella es la única
que necesita seguir una terapia.

Max eligió una mujer muy pasiva y sacrificada que le adoraba. A lo largo
de los años, llegó a ser tan verbalmente ofensivo y egoísta, que ella
finalmente insistió en que si no empezaba una terapia le dejaría.

Max creaba situaciones donde él estaba por encima de los demás. por ello
elige amigos y empleados que le adulan, antes de retarle o cuestionarle. Le
divertía sentirse superior y empleaba casi toda su energía en ganar
prestigio y posición. Manipulaba y utilizaba a las personas para conseguir
sus fines.

También en las sesiones de terapia se sentía superior. Ponía en duda


nuestras credenciales, el enfoque, nuestra competencia, el nivel de éxito y
nuestra edad. Cuando le dijimos que pensábamos que estaba maltratando
a su mujer, se enfureció mucho. Insistía en que no entendía sus
sentimientos y en que nosotros debíamos darle las citas cuando él quisiera
porque era una persona importante.

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Cuando rechazábamos darle esas citas, se enfadaba otra vez, ya que no le
dábamos el trato especial que se merecía.

Max no sentía su trampa vital porque estaba demasiado pendiente de sí


mismo. Se sentía superior para experimentar lo contrario de lo que sintió
de niño. Él procuraba ser lo opuesto de aquel niño que sus padres
infravaloraban. Podríamos decir que se pasó toda su vida intentando
mantener a raya ese niño y rechazando los ataques de aquellos que él
esperaba que le criticasen y maltratasen.

Cuando contraatacamos, intentamos compensar la trampa vital


convenciéndonos a nosotros y a los demás de que lo contrario es verdad.
Nos sentimos, nos comportamos y pensamos como si fuéramos
especiales, superiores, perfectos e infalibles. Nos aferramos a esa imagen
con desespero.

El contraataque se desarrolla como alternativa a ser devaluado, criticado y


humillado. Es una forma de salir de la vulnerabilidad y nos ayuda a
afrontar, pero si es demasiado extremo, con frecuencia sale mal y acaba
perjudicándonos.

Los que utilizan el contraataque pueden parecer saludables. De hecho,


algunas de las personas que más admiramos, como las estrellas de cine, de
rock o líderes políticos, pueden ser las de las que contraatacan y aunque
se adapten bien a la sociedad y tengan éxito a los ojos de los demás, no
suelen estar en paz y frecuentemente se sienten inútiles. Compensan sus
sentimientos más profundos de inutilidad poniéndose en situaciones
donde obtendrán el aplauso de la audiencia o contraatacan maquillando
sus defectos antes de ser descubiertos y humillados.

Los contraataques aíslan. Invierten tanto en aparentar la perfección que


no se preocupan por las personas que perjudican durante el proceso.

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No les importa las consecuencias negativas ni las repercusiones que
pueden tener sus acciones. Finalmente, las personas próximas los dejan o
de alguna manera toman represalias contra ellos.

Estos contraataques también van en la dirección contraria de la verdad


íntima. Se pierde la habilidad de confiar en los demás, de mostrarse
vulnerable y de relacionarnos a un nivel más profundo. Hemos observado
que algunos de nuestros pacientes lo perdieron todo, incluyendo su
matrimonio, una relación con alguien a quien amaban, sólo por el riesgo
de mostrarse vulnerables.

No importa los perfectos que intentemos ser: en algo fallaremos. Las


personas que contraatacan no aprenden a enfrentarse a las derrotas, ya
que no asumen la responsabilidad de sus fracasos ni reconocen sus
limitaciones. Sin embargo, cuando hay un contratiempo importante, el
contraataque se hunde y se sienten muy deprimidos.

Interiormente los que contraatacan son muy frágiles y su superioridad se


desinfla con facilidad. Con el tiempo, hay una grieta en la armadura y
siente como si todo su mundo se estuviera derrumbando. En estas
ocasiones, la trampa vital se afirma a sí misma con gran fuerza y los
sentimientos originales de imperfección, privación, exclusión o abuso
vuelven.

Los 3 casos –Alex, Max y Bruno- presentan la imperfección como la


trampa vital más importante. En su profundo interior, los 3 se sentían
inútiles, no queridos y defectuosos. En cambio, afrontaban sus
sentimientos de imperfección de maneras completamente distintas.

Alex, Bruno y Max tenían estilos para afrontar relativamente puros. De


hecho, es raro que se den los estilos puros, ya que la mayoría de las
personas utiliza una combinación de rendirse escaparse y contraatacar.
Deberíamos aprender a cambiar estos estilos para afrontar y de esta forma
superar nuestras trampas vitales y volver a sentirnos sanos.

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