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Ingreso 2015

Versión 2
Mar del Plata, Marzo 2015
Ediciones Universidad FASTA
2

Índice
La Universidad ................................................................................................................................5
1. Antecedentes y orígenes de la Universidad .............................................................................5
2. Definición por sus fines. Su aporte al bien común ....................................................................6
3. La comunidad universitaria: sus roles ......................................................................................7
II. La Universidad FASTA ................................................................................................................8
1. Historia, identidad y misión ......................................................................................................8
2. Estructura y organización.......................................................................................................16
La cultura en la Universidad y la realización de la persona ...........................................................17
I. La cultura ................................................................................................................................17
1. La centralidad de la cultura en la Universidad ....................................................................17
2. Las acepciones del término cultura y sus criterios de valoración ........................................19
3. El problema del relativismo cultural ....................................................................................21
4. La cultura como realización de valores ...............................................................................23
II. La cultura intelectual ..............................................................................................................25
1. El saber y sus modos .........................................................................................................25
2. El saber científico ...............................................................................................................25
II. La persona, sujeto y objeto de la cultura ................................................................................26
1. Definición de persona .........................................................................................................27
2. Facultades y propiedades de la persona humana ..............................................................28
3

Oración para el estudio de Santo Tomás de Aquino

Oh Dios, fuente de sabiduría,

Principio supremo de todas las cosas:

derrama tu luz en mi inteligencia

y aleja de ella las tinieblas de la


ignorancia.

Concédeme profundidad para entender,

memoria para retener,

método para aprender,

lucidez para interpretar

y valentía para expresarme.

Ayuda el comienzo de mi trabajo,

dirige su progreso,

corona su fin,

Por Cristo Nuestro Señor.

Amén
4
5

La Universidad
1. Antecedentes y orígenes de la Universidad
La Universidad es una institución cultural, fruto del espíritu humano. Sus orígenes se hallan en la
Edad Media en el denominado studium generale que constituía una “comunidad de maestros y
alumnos”. En el contexto del surgimiento de agremiaciones, de corporaciones producido en el siglo
XIII, se halla el origen de la Universitas.

Quizás podría pensarse en las primeras Escuelas filosóficas de la Antigüedad griega como
antecedentes remotos del surgimiento, muchos siglos después, de las primeras Universidades en
Occidente. En efecto, escuelas de la talla de la Academia platónica o el Liceo aristotélico1 configuran
una modalidad de comunidades centradas en la búsqueda de la verdad, tarea a la que se
consagraban de por vida quienes las conformaban. Pero, los antecedentes próximos y directos al
nacimiento de estas primeras corporaciones universitarias, se hallan en las Escuelas monásticas y
en especial en las Escuelas catedralicias2 surgidas en el Medioevo y desarrolladas con vigor a partir
del siglo XII dado el fenómeno creciente de urbanización. La Universidad nace en el corazón de la
Iglesia. Ella la crea y la mantiene3.

La Universidad surge, entonces, de la agrupación de dichas escuelas con sus maestros y alumnos
unidos con la finalidad de hacer prevalecer sus decisiones y derechos frente a la autoridad del
denominado “canciller” del Obispo. Fue desarrollándose entonces una corporación universitaria, que
debía hacer frente a problemas de índole académicos y políticos 4. Esta corporación finalmente
acepta la designación de “Universidad”: Universitas magistrorum et scholarium5.

“Nació primero el espíritu y luego el cuerpo. Porque en sus comienzos la Universidad no tenía
edificios propios. Comenzó siendo un conjunto de cátedras con sus maestros que enseñaban en sus
conventos o en las salas capitulares de las Catedrales. Allí se reunían maestros y discípulos, aquéllos
para enseñara, éstos para prender; para aprender, no tanto por recepción de conocimientos, cuanto
por creación de hábitos de estudio y de investigación. Se trasmitía más que una información, una

1
La Academia platónica fue, sin dudas, la escuela más importante de la Antigüedad en Occidente abierta durante 9 siglos.
Fue constituida legalmente como una asociación religiosa de carácter corporativo. Por sus tareas se asemejaba más bien a
un instituto de investigaciones. Pero también se dictaban en ella cursos que cada vez fueron siendo más sistemáticos. El
Liceo fundado por Aristóteles, de caracteres similares la escuela de su maestro Platón, pareció contar con mayor cantidad
de material de estudio: su colección de manuscritos constituyó la primer gran biblioteca occidental. Cfr. Armstrong, A.H.,
Introducción a la Filosofía antigua, Eudeba, Buenos Aires 1993, pp.64-65 y 117-118. Sin embargo, ha de marcarse que
estas escuelas filosóficas no enseñaban profesiones y en ese punto se muestran muy distintas a las modernas
universidades
2
La “cathedra” era el lugar donde el Obispo enseñaba. De allí su vinculación con la Catedral.
3
Recién en el siglo XIX se producirá una separación entre la Iglesia y la Universidad.
4
Cfr: Hubeñak, Fl., Formación de la cultura occidental. Ed. Ciudad Argentina, Buenos Aires 1999, pp. 351-361. Allí se hace
mención de algunos problemas que las escuelas catedralicias de Paris debieron hacer frente en el surgimiento de la
Universidad de Paris, por ejemplo “problemas inherentes a los nombramientos, control y privilegios de conceder licencia
docendi o permisos para enseñar”. Pero también entraban en pugna factores como el Rey, la Comuna, el Obispo (y su
representante). Los maestros y alumnos unidos bregaron, y finalmente, lograron, depender directamente del Papa. Fueron
los sucesivos Papas quienes mirando con agrado la existencia de estos centros superiores de estudios, le fueron dando
reconocimiento y legalidad a la Universidad.
5
La Bula Parens Scientiarum del Papa Gregorio IX, con fecha del 13 de Abril de 1231, constituye, al parecer de los
historiadores, la carta magna de las Universidades. Allí se refiere a los deberes y derechos de los que conforman la
comunidad universitaria de Paris.
6

formación, un modo de pensar, para abrirse el camino de acceso a la verdad. La unión en el esfuerzo y
en la participación de la misma verdad, vinculaba sus espíritus en la más pura amistad.”6

Las primeras Universidades, la de Bolonia, en el Norte de Italia, la de Paris, la de Oxford, etc.,


constituían verdaderos centros de estudios superiores con sus estatutos propios y organizaciones
académicas. Cada una se dividía en Facultades, centradas en sus inicios en el Derecho, la Teología,
el Derecho canónico y la Medicina.

2. Definición por sus fines. Su aporte al bien común


Como toda realidad, natural o artificial, la Universidad responde a una finalidad. Así lo expresa M.
Octavio N. Derisi:

“Ahora bien, el fin especificante de la Universidad es la investigación y trasmisión o docencia de la


verdad en un nivel superior de la ciencia o de-velación de sus causas en todas sus manifestaciones
particulares –ciencias estrictamente tales, en el sentido contemporáneo del término- y en su visión
sapiencial de la Filosofía, y de la Teología cristianas en la actual providencia del hombre –ciencia en el
sentido clásico- que las integra o unifica en un plano fundamental de sus últimas causas”.

Investigación y docencia son, pues, los fines primordiales de la Universidad. Buscar


desinteresadamente la verdad y comunicarla manifiestan el carácter esencialmente teorético de la
Universidad, ámbito privilegiado de libertad académica y de unidad del saber.

“La enseñanza universitaria se funda en la investigación; se ordena a penetrar más y más hondo y
de-velar nuevas facetas ocultas de la realidad; y ha de crear en sus alumnos este hábito de la
investigación. En su función docente no ha de limitarse a trasmitir las verdades conocidas, sino que ha
de enseñar y ayudar a los alumnos a re-descubrirlas con su propio esfuerzo, a reandar el camino de
quienes las des-cubrieron por vez primera. Tal formación de los hábitos de estudios e investigación en los
alumnos es misión fundamental propia de la Universidad; a ella incumbe más que trasmitir
conocimientos, enseñar los métodos y crear los hábitos para encontrarlo”.

En efecto, tanto la investigación como la educación se desarrollan como hábitos operativos, esto
es, como virtudes que perfeccionan a la inteligencia para que de modo fácil sea capaz de hallar la
verdad.

Pero esta búsqueda de la verdad en todos sus ámbitos debe llevar aparejada, como fruto natural,
un volcar el conocimiento para el bien de la comunidad:

“Con los fines primordiales de la Universidad: la investigación y trasmisión de la verdad, se vincula


íntimamente el tercero, de orientar tales fines al servicio de la comunidad en la que la propia Universidad
está ubicada y que la sustenta”.

A propósito de este deber de servicio al bien común, reflexiona el filósofo español A. Millán
Puelles7:

“La Universidad, es, por lo tanto, el más claro instrumento de renovación y perfección de la vida
social desde el punto de vista de los valores humanos naturales. No hay, en este sentido, un factor de
progreso más eficaz que la Universidad y cuyas consecuencias sean tan amplias en sus diversas
repercusiones e inflexiones para el hombre de nuestros días.

6
Los textos citados en este punto así como en el siguiente, corresponden a Mons. Octavio Nicolás Derisi quien fuera Rector
organizador, desde su misma creación, de la Universidad Católica Argentina. Naturaleza y vida de la Universidad. Ed. El
Derecho, Educa 1980, pp.19-29.
7
Millán Puelles, A., Universidad y sociedad. Rialp, Madrid 1976, pp. 34-36.
7

(…) Ante todo, y para empezar por lo primero, desde una perspectiva material –bien que no por ello,
sin embargo, de carácter materialista-, es evidente que de la Universidad han de salir los medios y
recursos tecnológicos del futuro próximo y lejano.

Esto es tan cierto y palmario que no vale la pena demorarse en hacerlo patente con una larga y
minuciosa prueba. La actual sociedad merece, indudablemente, bajo es aspecto que ahora nos ocupa,
el título que desde hace bastante tiempo se le ha dado: el de “sociedad científica”, en tanto que
realmente está basada, por lo que toca a sus dimensiones de índole instrumental, en la aplicación de
los conocimientos que el progreso de la ciencia nos depara.

Más esto con ser mucho, no lo es todo. Porque, sin duda, hay también un segundo aspecto y de
más elevado rango. En efecto, de la Universidad han de salir no solamente la tecnología para nuestra
propia vida material, sino también algo evidentemente mucho más importante y decisivo: los hombres
que dirigen el futuro.

La trascendencia que este segundo aspecto le confiere a la Universidad es una realidad indiscutible
para quien tenga los ojos bien abiertos y acierte a considerar el porvenir como algo que se prepara en
el presente. Y por si todo lo dicho fuera poco, bastaría fijarse en el tesón que en hacer inviable la vida
universitaria están poniendo en los países libres las fuerzas con las que éstos tienen que luchar en su
propio interior.

Pero la Universidad no es solamente lo que hasta aquí hemos venido considerando, sino también –
aunque esto se olvide con no poca frecuencia- un imprescindible órgano de conservación de los
valores permanentes del espíritu. Importa reflexionar sobre este punto, sobre todo a la vista del
acelerado dinamismo –que también suele ser un desenfrenado activismo- de la vida del hombre
contemporáneo.

(…) A la Universidad le corresponde, en medida muy importante y como una de sus funciones
principales, atender la tarea de conjugar el progreso en los aspectos materiales de la vida con la
defensa de los eternos valores del espíritu”.

3. La comunidad universitaria: sus roles


En vistas a constituirse como auténtica realización cultural humana, esto es, que atienda a la
consecución de perfeccionar a sus miembros y a la sociedad entera en la que se inserta, la
Universidad debe ser esencialmente un cuerpo, una unión, una comunidad. Esto significa mucho
más que un centro de enseñanza superior, un lugar, una organización. Así lo plantea Derisi8:

“La consecución de estos fines esenciales y constitutivos de la Universidad se logra


connaturalmente mediante la universitas o comunidad universitaria: la unión de maestros y discípulos en
el esfuerzo común por descubrir y formular la verdad. Ninguna formación más eficaz y profunda que la
que el alumno recibe del trato constante de un maestro, quien le enseña a estudiar, a leer críticamente y
a manejar los libros, lo orienta en sus lecturas y en sus trabajos científicos, sean de laboratorio o de
escritos monográficos, le hace ver sus desvíos o errores y lo anima en su ardua labor y esfuerzo de
investigación de cada día. De este amor común a la verdad y del trato íntimo en esta labor conjunta,
brota la amistad y se crea la célula de la universidad: la comunidad universitaria de una cátedra o curso, y
luego, más ampliamente, de un departamento o de una facultad y, finalmente, del Alma Mater que es la
universidad. Cuando se logra constituir esta comunidad de amistad fundada en el amor a la verdad,
cuando se vive con alegría y amor la tarea del estudio propio, la Universidad vive y realiza plenamente
sus fines, de un modo connatural y vivo, y ella misma es amada como el Alma Mater”.

Para constituir entonces una Universidad y una “comunidad universitaria” deben darse ciertos
requisitos:

“Para ello es indispensable el reconocimiento de la verdad integral. Sin la aceptación de la Verdad


trascendente, sobre todo en el nivel absoluto sapiencial que integra y da sentido a toda otra verdad y

8
Derisi, O.N., Naturaleza y vida de la Universidad, op. cit., pp. 61-71.
8

confiere la visión y la comprensión del hombre y de los valores y bienes trascendentes, de los cuales
se deriva el valor de la vida temporal y eterna, la Universidad como tal se diluye en su esencia de
órgano de investigación y progresiva develación de esa verdad en los diferentes niveles y en su
instancia absoluta y divina”.

Pero sobre tal basamento insustituible, otras condiciones son también necesarias. Señalemos las
principales.

Es menester que cada profesor sea maestro: a) que conozca y tenga vocación y amor por la
disciplina que enseña y que, por eso mismo, esté consagrado a la investigación y al estudio: sin
vocación no hay docencia posible; b) que reconozca aquella verdad sapiencial, donde la verdad
particular que él enseña se integra y logra su exacta ubicación y sentido y que, para ello, se mantenga
en contacto y armonía con profesores de filosofía y teología; c) que sea maestro de verdad y más que
informar procure formar a sus discípulos, trasmitiéndoles no tanto conocimientos elaborados cuanto
ansía y hábitos de investigación y de estudio, y el contagio del amor por la verdad que él mismo
profesa, para que más tarde sean capaces de buscar y acrecentar sus conocimientos por sí mismos; y
d) que no sea maestro únicamente con la enseñanza, sino con su vida ejemplar, consagrada
austeramente al estudio y a la docencia y ajustada en todo a las exigencias de la verdad que enseña y
de la verdad integral que la Universidad reconoce y acepta, y tome como vocación divina su misión de
conducir a sus alumnos por los senderos de la verdad, que les enseña con amor a estudiar y a amar y
a someterse a las exigencia sobre su conducta.

Es menester, correlativamente, que los alumnos: a) no acudan a la Universidad con la única o


principal preocupación de obtener un título profesional para ganarse la vida y ocupar un puesto político,
sino con verdadera vocación científica y profesional y sobre todo con amor y deseo de dedicarse a la
búsqueda de la verdad específica de su carrera y de la verdad absoluta que la integra en una visión
humana y cristiana de la vida; b) que más que conocimientos anhelen y trabajen por adquirir los hábitos
de investigación y de consagración al estudio para prepararse a buscar por sí mismos la verdad
durante toda su vida y poder así estar siempre actualizados en sus conocimientos de acuerdo con el
perfeccionamiento constante y acelerado de las ciencias y técnicas de nuestra época; c) que sepan
que dichos fines, propios de la Universidad, sólo los alcanzarán integrándose en la Comunidad
Universitaria: en la inmediata de sus maestros y condiscípulos en torno a la cátedra y en la mediata e
integral de toda la Universidad, con sus autoridades, profesores y alumnos, en una poderosa voluntad
de servicio y entrega, de convivencia y comprensión amistosa, unidos en un mismo amor a la verdad; y
d) con la generosidad y fervor propio de la juventud que se esfuercen por vivir plenamente de esa
verdad en la Comunidad Universitaria, en los diversos aspectos de su vida de estudiante: religiosa,
social, artística, deportiva, etc”.

II. La Universidad FASTA


1. Historia, identidad y misión
"Una comunidad de personas distintas en la experiencia y en las funciones, iguales en la dignidad,
comprometidas en la formación científica y en la formación integral del hombre, para lo cual buscan
inspiración en la luz de la verdad revelada". S.S. Paulo VI

La Universidad FASTA (Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino), se constituye, de


acuerdo a la definición de S.S. Paulo VI, como una comunidad de profesores, alumnos y
colaboradores empeñados en la búsqueda de la verdad a través de: la formación humana integral,
tendiente a la elaboración de una cosmovisión en constante renovación y al desarrollo armónico de
las aptitudes necesarias para vivir conforme a ellas; la investigación, para acrecentar el patrimonio
cultural mediante el ejercicio de la profesiones y la enseñanza del saber teórico, práctico, artístico y
técnico, para el recto ejercicio de la profesión.

La Universidad FASTA es una institución Universitaria creada por la Fraternidad de Agrupaciones


Santo Tomás de Aquino, la cual actúa en el territorio nacional. Con fecha 16 agosto de 1991, el
Ministerio de Educación de la Nación, por Resolución Ministerial Nº 456/91, aprueba la creación de la
Universidad de la Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino (FASTA) y autoriza
provisoriamente su funcionamiento, con sede en la ciudad de Mar del Plata. La Universidad inicia
9

sus cursos académicos regulares el día 10 de Abril de 1992. También cuenta con una Subsede
universitaria en la ciudad de San Carlos de Bariloche, que inició sus actividades académicas en el
año 1995.

Luego de un período de reconocimiento provisorio, el 8 de agosto de 2005 obtuvo del Poder


Ejecutivo Nacional el reconocimiento definitivo mediante Decreto 927/05, en el marco de la LES
24521 adquiriendo así plena autonomía9.

¿Cuál es la misión, entonces, de nuestra Universidad FASTA?

Como institución universitaria desarrolla sus actividades en el territorio de la República Argentina


conforme a la legislación vigente, asumiendo los fines y objetivos que determina la LES10. Las
finalidades propias de la Universidad se encuentran sostenidas en los valores trascendentes de
11
nuestra raigambre cultural . Afirmando los valores fundacionales de la Argentina como un hecho
esencialmente cultural, la Universidad FASTA pretende integrar el pensamiento a la acción; la teoría
a la praxis; el contemplar al hacer; los bienes de provecho, utilidad y eficiencia al decoro y dignidad
de la comunidad nacional. Para ello intentará iluminar su tarea de investigación y docencia desde
una axiología creativa que dé primacía a lo espiritual sobre lo material, a lo trascendente sobre lo
inmanente, a lo moral sobre lo técnico, a lo político sobre lo económico, al derecho natural sobre los
racionalismos positivistas y autoritarios, al honor sobre la comodidad y el éxito, intentando de esta
12
manera orientar el desarrollo y progreso de la sociedad a la perfección del hombre .

A la luz de estos principios, la Universidad FASTA intentará alcanzar sus objetivos


comunitariamente. Pero la comunidad educativa entendida no como una simple yuxtaposición,
coexistencia o paralelismo de Facultades, Institutos, Escuelas, cuerpo docente o estudiantes, sino
como el logro de una existencia orgánica; de un organismo vivificado por la fuerza de una cultura
trascendente y universal, es decir, plenamente universitaria. Desde esta perspectiva la Universidad
FASTA aspira a tener una presencia comprometida en nuestra sociedad.

La inspiración católica de la Universidad hace esencialmente a su identidad: es un modo de


entender la universalidad, desde la catolicidad. El valor de la persona y su trascendencia religiosa,
social y política será el núcleo de su formación humanística, presentada públicamente como parte de
una identidad manifiesta y abierta a todos los hombres de buena voluntad que integran su quehacer
académico. Los alumnos, los profesores y los investigadores gozarán de la más amplia libertad para
expresar sus ideas, en el marco del respeto a la diversidad de teorías científicas y a la identidad
propia de la Universidad como modo natural de desarrollo de la vida académica. Es desde el
profundo respeto a la libertad desde donde la Universidad ejercerá su magisterio y su compromiso de
servicio con la ciudad que la alberga.

Dada esta inspiración, nuestra Universidad se ve configurada desde una perspectiva trascendente
atendiendo al ideal del perfeccionamiento humano integral. En efecto, la búsqueda de la verdad en
sus distintos ámbitos la lleva a indagar, por encima de todo saber natural, la Verdad última a la que
no se puede acceder con las solas fuerzas de la razón humana sino de modo último por la fe en la
Revelación. Así, más abierta a la totalidad de la verdad y a su causa última que cualquier otro
espacio de desarrollo intelectual humano, constituye un centro de diálogo por antonomasia. El
diálogo demandado no solo se debe dar entre las disciplinas científicas sino entre éstas y la
Teología, ciencia de la fe.

9
Nuestra página web: http://www.ufasta.edu.ar/acerca_fasta/acercade.asp?i=0&op=Historia
10
Ley de Educación Superior Nº 24521, Título II, Capítulo I, artículos 3 y 4.
11
Cfr. Art. 3º, Estatuto Universidad FASTA.
12
Cfr. Fósbery, A., La cultura católica. Ed. Tierra Media, Buenos Aires 1999, p. 288.
10

Constituye una gran riqueza para aquel creyente que ha de madurar su fe junto a su iniciación
científica y/o profesional, contar con este ámbito de reflexión e integración armónica propio. La fe
exige hacerse cultura13. La cultura constituye -como se verá a continuación- la misión principal de la
Universidad, buscando descubrir valores y cultivarlos. Por ello, justo en el encuentro de la cultura con
la fe puede cabalmente realizarse esta tarea al servicio del bien del hombre14.

La Constitución apostólica sobre las Universidades Católicas, Ex corde Ecclesiae, del papa Juan
Pablo II, expresa con claridad las principales características que debe cumplir nuestra Universidad
por su inspiración católica:

“Por su vocación, la Universitas magistrorum et scholarium se consagra a la investigación, a la


enseñanza y a la formación de los estudiantes, libremente reunidos con sus maestros animados todos
por el mismo amor al saber. Ella comparte con todas las demás Universidades aquel gaudium de
veritate, tan caro a San Agustín, esto es, el gozo de buscar la verdad, de descubrirla y de comunicarla
en todos los campos del conocimiento. Su tarea privilegiada es la de unificar existencialmente en el
trabajo intelectual dos órdenes de realidades que muy a menudo se tiende a oponer como si fuesen
antitéticas: la búsqueda de la verdad y la certeza de conocer ya la fuente de la verdad.

(…) Nuestra época, en efecto, tiene necesidad urgente de esta forma de servicio desinteresado que
es el de proclamar el sentido de la verdad, valor fundamental sin el cual desaparecen la libertad, la
justicia y la dignidad del hombre. Por una especie de humanismo universal la Universidad Católica se
dedica por entero a la búsqueda de todos los aspectos de la verdad en sus relaciones esenciales con
la Verdad suprema, que es Dios.

(…) Sus tareas asumen una importancia y una urgencia cada vez mayores. De hecho, los
descubrimientos científicos y tecnológicos, si por una parte conllevan un enorme crecimiento
económico e industrial, por otra imponen ineludiblemente la necesaria correspondiente búsqueda del
significado, con el fin de garantizar que los nuevos descubrimientos sean usados para el auténtico bien
de cada persona y del conjunto de la sociedad humana. Si es responsabilidad de toda Universidad
buscar este significado, la Universidad Católica está llamada de modo especial a responder a esta
exigencia; su inspiración cristiana le permite incluir en su búsqueda, la dimensión moral, espiritual y
religiosa, y valorar las conquistas de la ciencia y de la tecnología en la perspectiva total de la persona
humana.

(…) . En efecto, «está en juego el significado de la investigación científica y de la tecnología, de la


convivencia social, de la cultura, pero, más profundamente todavía, está en juego el significado mismo
del hombre».

Siguiendo estas líneas directrices, la misión de nuestra universidad es presentada con claridad y
profundidad en las palabras de sus máximas autoridades: las de su Fundador y las de su actual
Rector.

Homilía del Fundador y Presidente de FASTA y Gran Canciller de la Universidad FASTA, Fr. Dr.
Aníbal Ernesto Fósbery, O.P, pronunciada el 1 de abril de 2003 en la Misa de inicio del año
académico:

“A partir del hecho asombroso, del acontecimiento más importante de la historia de la humanidad
como fue “La Encarnación del Verbo de Dios y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, a partir
de ese momento ya no sería posible intentar buscar, acercarse, encontrar la Verdad y a la Vida.

13
Juan Pablo II: “Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no intensamente pensada ni fielmente
vivida”. Discorso ai partecipanti al Congresso nazionale del movimento ecclesiale di impegno culturale, 16 enero 1982, en
Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 5 (1982) I, 131.
14
Cfr. El discurso del Cardenal Zenon Grocholewski, Prefecto de la Congregación para la Educación Católica, en la
inauguración del año académico 2003 de la Universidad católica del Norte en Antofagasta, Chile.
http://www.ucn.cl/ofec/noticias/conferencia_cardenal.asp?desde=/dicoe/documentos.htm
11

La Universidad es un espacio privilegiado para este camino y este encuentro, las misiones propias
de la Universidad, Investigación y Docencia, ponen toda la vida universitaria en tensión y en dirección a
la Verdad. Esta tarea de Docencia y de Investigación ya supone un cierto intento por espiritualizar la
realidad de las cosas porque el conocimiento mismo de las cosas supone ya un primer camino de
espiritualización.

No habría posibilidad de conocimiento si el hombre no poseyera en su espíritu la fuerza de


espiritualizar la realidad material, particular y concreta de las cosas.

No habría ciencia si el hombre no poseyera en su espíritu la fuerza de universalizar a partir de la


relación causa - efecto las reglas que sostienen la armonía del cosmos.

La ciencia es ya un magnífico intento de espiritualización. La ciencia es ya un modo extraordinario


desde el cual el hombre puede universalizar el conocimiento.

Qué sorprendente que es esta capacidad que tenemos y que nos ha dado El Creador para asumir la
realidad de las cosas que están en nuestro entorno y nuestro contorno y a nosotros mismos asumirlas
y tener la capacidad de superarlas de sus connotaciones materiales, particulares y contingentes,
sobreelevarlas, limpiarlas, depurarlas, abstraerlas, dicen algunos, y así abstraídas, limpias de toda
connotación material y particular, poder incidir sobre lo íntimo y entrañable de nuestro espíritu para
generar ahí una verdad que nos permite decir “Eso es Esto y no otra cosa”.

Esta afirmación no se podría hacer si el hombre no tuviera en su espíritu, esta capacidad de


espiritualizar las cosas para hacerlas presentes adentro de él y hechas presentes dentro de él,
descubrirlas y descubrirlas como son y descubiertas como son nombrarlas, nombrarlas y decirlas y
afirmarlas ¡Qué maravilla que esta tarea y, todavía podemos decir, que esta capacidad de espiritualizar
el entorno se da además de darse con la ciencia, también se dá en el arte!. Esta suerte de capacidad
para percibir el esplendor de las formas y que ese esplendor de las formas me seduzca y me cautive
desde la belleza y me transmita una realidad que es más de lo que la cosa es en sí misma, que dice
más de lo que la cosa dice en sí misma, lo dice impactando desde el esplendor profundo de lo bello
que me cautiva y me seduce y así también se espiritualizan las cosas.

La Universidad, ámbito para el estudio y el cultivo de las ciencias y del arte, es por eso mismo un
espacio de espiritualización, un espacio donde las cosas cobran un sentido que va más allá de lo que
en sí mismas tienen.

Ciencia hace el hombre sobre la realidad, espiritualizando, universalizando, elevando, cualificando


la realidad misma de las cosas que Dios ha creado.

Sin embargo, esto en sí mismo es una enorme tarea, una magnífica y deslumbrante tarea que exige
empeño, esfuerzo, disciplina, generación de hábitos profundos para, desde esos hábitos, poder actuar
sobre la realidad con eficiencia, con gusto, con capacidad y, desde esa misma capacidad de eficiencia,
poder transformar la realidad poniéndola al servicio de los bienes deleitables útiles o decorosos del
hombre.

Esto que en sí mismo es ya suficiente para justificar la existencia de una Universidad como
comunidad de maestros y de jóvenes estudiantes al servicio de la verdad, sin embargo, no alcanza.

Los hombres de la Modernidad y del Iluminismo creyeron que alcanzaba, ellos pensaron que la
solución del hombre y la solución de la humanidad venía por vía de la educación y entendían por
educar: hacer a los hombres racionales. Y entonces, detrás de ese racionalismo, ellos vieron la
realización del hombre, no como un encuentro con la verdad, sino como un progresivo cambio que va
dándole al hombre en este progreso simultáneo su propia felicidad; y éste progreso simultáneo se
explica desde las fuerzas inmanentes de un progreso intra mundano, y ahí el hombre tiene que
encontrar la felicidad porque ahí con el ejercicio de las ciencias, con el cultivo de la técnica, él podría
actuar con eficiencia, con dominio, con poder sobre las cosas y transformarlas y ponerlas a su servicio.

Los hombres de la Modernidad vieron al mundo como un modelo, un modelo económico, un modelo
científico, un modelo tecnológico; tres grandes modelos que iban, de modo absoluto, a hacer posible la
felicidad del hombre.
12

El modelo del nacional-socialismo, el modelo del marxismo – leninismo, el modelo plutocrático


anglosajón, estos tres modelos como eran absolutos no podían convivir, confrontaron y cayeron; quedó
uno solo y éste modelo que hoy intenta arrastrarnos a la globalización más allá de los elementos
rescatables que esta globalización pueda tener, este modelo también es fruto de un crudo, tremendo
racionalismo intra mundano que cree en el hombre por el ejercicio de su desnuda razón y poniéndole a
la razón los instrumentos de la eficiencia, del poder y del dominio podrá alcanzar en este momento los
tres grandes objetivos de su felicidad: la democracia, la economía de mercado y los derechos
humanos. Y entonces hoy aquí el que tiene mayor poder de racionalización y de dominio se va
transformando en el juez del mundo. Y de esta manera se han quebrado todos los derechos de la
persona humana, y los fundamentos más profundos que sostenía el derecho internacional; este
racionalismo intra mundano del progresismo mundial, este racionalismo, iluminista del empirismo
inglés, éste racionalismo de los modelos laicos de la sociedad. Este racionalismo es el que está hoy
siendo juzgado por toda la humanidad ante el desvarío de una guerra innecesaria y perversa. Desde
que el Verbo se encarnó no hay otra forma de encontrarse con la verdad si no es con Cristo, porque Él
y solamente Él “Es el Camino, la Verdad y Él la Vida”.

Quiere decir que una Universidad está frente a estas tremendas experiencias que estamos viviendo,
hoy más agudas que nunca; pero que no pueden separarse de la experiencia de las dos grandes
guerras mundiales; que costaron cincuenta millones de muertos ni pueden separarse del perverso
intento del marxismo- leninismo por imponerse en media Europa, ni pueden separarse de los
vejámenes, de las torturas, de las muertes y de la falta de respeto a la dignidad de la persona en que
hemos todos visto y convivido en estos años de la humanidad.

Una Universidad es un espacio privilegiado para espiritualizar desde la ciencia, desde la técnica,
desde el arte, pero no alcanza.

Una Universidad como la nuestra tiene que abrir el espíritu a las otras verdades, que no son
irracionales, son supraintelectuales; es otra cosa, están más allá del esquema de la visión con el cual el
hombre apoyado en las capacidades de su inteligencia entiende, penetra y domina la realidad que le
circunda.

No se trata ya de un camino de visión intelectual, de método, de disciplina; se trata de abrir el


espíritu no a la visión, que no la tiene pero sí a la “comprensión” del misterio, de esas verdades que
forman parte de la revelación de Dios y que no son verdades que el hombre asume para dominar la
vida, sino para darle sentido a su vida. El sentido que surge del descubrimiento misterioso por la
revelación de Dios, de su origen y su destino. Por algo Juan Pablo II decía en su Encíclica Sobre la Fe
y la Razón, que la Fe y la Razón son las dos alas del espíritu para subir hasta la Verdad.

No podemos solo, necesitamos de Dios, no podemos solos por más que podamos tomar las fuerzas
de nuestro espíritu al máximo y ponerlas en el máximo punto posible de penetración; no podemos,
necesitamos de Dios, necesitamos que Dios hable, necesitamos que el Verbo de Dios se revele,
necesitamos que Dios nos diga cómo son las cosas para desde allí podamos después nombrar, tal
como Dios quiere que sea así, ¡Qué maravilloso descubrimiento! ¡Qué camino estupendo de
realización.

Nuestra Universidad tendrá que trabajar con toda la seriedad necesaria en las disciplinas que tiene
que enseñar e investigar, pero no podrá nunca perder de vista que este empeño, este esfuerzo, este
hábito científico se cultiva, se encuentra con el arte y la belleza de las cosas, que tendrán que ser
siempre puestas en tensión final para que se dispongan desde ahí a encontrarse con la Verdad de
Dios; y si Nuestra Universidad no alcanza a tensionar los espíritus para que las Verdades de cada día
se encuentren con la Verdad que les da sentido, pues su tarea a medio camino y no podrá responder a
la Misión Fundacional que la pensó y la creó como en hermoso desafío. En estos días volveremos a
ver los claustros con nuestros jóvenes alumnos, acá, en el edificio de la calle Avellaneda, en estos
días, en unos días más inauguraremos el edificio de Bariloche. ¡Qué alegría verlos repletos de
alumnos, de jóvenes, son los jóvenes que nos envía la sociedad para que nosotros los formemos! ¡Qué
responsabilidad! Claro, la Universidad no es una parroquia, no lo es porque la Universidad no puede
renunciar al desafío de poner a los estudiantes frente al Misterio. La Universidad no puede renunciar a
ser una suerte de trampolín para hacer posible el salto, para descubrir la otra verdad, la que da sentido,
la que ilumina, la que da respuesta a los grandes y profundos interrogantes del hombre que no se
descubren por vía de investigación o de visión, sino que se asumen por vía de revelación y de
comprensión.
13

Enorme y hermoso desafío, un año más en el empeño; y la tarea pidiéndole a Dios la gracia y la
fidelidad a esta misión con empeño, los tiempos urgen, los tiempos son difíciles.

Una Universidad que no clarifica, una Universidad que solamente transmite ciencia, pero no da al
mismo tiempo el sentido del destino final de los comportamientos, discúlpenme, no sirve.

Lo que el hombre de hoy está necesitando es que le clarifiquemos las conciencias; lo que el hombre
de hoy está necesitando es que le abramos los horizontes; lo que el hombre debe estar necesitando es
que le rescatemos de nuevo, inclusive, las Verdades cotidianas, para verlas y decir desde su realidad
esencial porqué todo ha sido profanado, corrompido por aquél que el Señor llama “El padre de la
mentira”.

Hoy no sabemos qué decimos, cuando decimos “mujer”, no sabemos lo que decimos cuando
decimos “varón”, no sabemos lo que decimos cuando decimos “familia”, no sabemos qué decimos
cuando decimos “amor”, no sabemos qué decimos cuando decimos “Patria”, no sabemos qué decimos
cuando decimos “Nación”, no sabemos qué decimos cuando decimos “Verdad, Bien, Belleza”.

Se nos ha corrompido la posibilidad misma de nombrar a las cosas, y esto es casi un hecho
demoníaco. Una comunidad universitaria tiene que ser un espacio donde de nuevo se rescate el Verbo,
la Palabra que diga lo que hay que decir y que se lo diga cómo se debe decir, que éste sea nuestro
modo de hablar. Si – si, no – no. Lo que sale de acá, dice el Señor, es el demonio, ¡Hermoso empeño,
magnífico desafío!.

¡Qué lindo va a ser en estas tardes recorrer la Universidad y sus claustros! ¡Ver a sus profesores y a
sus alumnos empeñados en esta tarea de descubrir la verdad!

¡Qué hermoso ver esta comunidad de jóvenes ilusionados y esperanzados, aguardando las
respuestas, la palabra, el gesto, el comportamiento que les marque por donde está el camino que lleva
a la verdad y la vida! Sin duda tendremos que dar cuenta de esta privilegiada vocación a la que El
Señor nos ha convocado, tendremos que dar cuenta de la fidelidad, de nuestro empeño, de nuestra
actitud de verdad, de nuestra búsqueda interior de la verdad, de nuestra adhesión al misterio de la
Revelación. En todo caso cuando estemos todos estos días empeñados en llevar adelante la tarea de
la docencia, de investigación, de enseñanza que siempre resuene en nuestro corazón y que esté
presente, casi invisible, pero que esté realmente presente en el espíritu de toda la comunidad
universitaria, las palabras que marcan el camino primero hacia el descubrimiento de la verdad.

No matarás, no hurtarás, no fornicarás, no adulterarás, no mentirás, no levantarás falso testimonio,


no desearás los bienes ajenos, no quebrantarás el pudor del amor y del bien, porque no es ni la
biología, ni las matemáticas, ni la informática, ni la contabilidad lo que salva.

“No tendrás otro Dios más que a mí, Yo, El Señor, soy el único que salvo”.

“No podrás tener otro Dios más que a mí.” Una vez que yo descubro que Dios es el único que salva,
y en ese descubrimiento yo descubro que solamente me puedo salvar de los caminos de la humildad,
del amor, del perdón y del arrepentimiento, recién entonces he descubierto dónde está el camino que
lleva a la Verdad y a la Vida.

Que así sea!”

Con el mismo espíritu, nuestro Rector, Dr. Juan Carlos Mena, pronunciaba en el mismo año 2003,
a propósito del acto de colación de grados, el siguiente discurso:

“Estimados Graduados:

Cada colación de grados es para nosotros una fiesta en el más pleno sentido en que lo afirmara San
Juan Crisóstomo: ubi caritas gaudet, ibi est festivitas (donde se alegra el amor, allí está la fiesta). Al
realizar la entrega de títulos, los claustros se llenan de jolgorio, algarabía y felicidad compartida. Son
los ecos del triunfo que supone haber alcanzado una meta académica.
14

Debo aclarar que no se trata de triunfos personales o individuales: es la comunidad toda la que se
alegra porque es ella quien triunfa; es un logro de todos los que conformamos la corporación
universitaria. El triunfo de los alumnos, es el de los profesores y es en definitiva, el resultado de haber
comunicado los bienes del espíritu que, al contrario de los materiales que se agotan al repartirse,
tienen la feliz propiedad de multiplicarse cuanto más se los comunica.

Sin embargo, los títulos no son tan importantes como parecen. Y no quiero con esta afirmación,
devaluar el sentido de este acto, ni mucho menos la alegría que compartimos por las metas
alcanzadas, pero lo cierto es que el diploma que reciben no es más que papel o cartón (más o menos
bonito decorado y ribeteado) representativo de algo más valioso que se supone que han adquirido...
Suponer que obtener el título es el término de nuestra vida universitaria es un error. Es cierto que el
título puede representar, de algún modo, un fin alcanzado que (a poco de andar en la vida profesional,
se habrá transformado en un medio para otros fines más elevados). Pero bajo ningún punto de vista
puede transformarse en la clausura o cierre de nuestra vida universitaria o intelectual. Nadie puede
decirse legítimamente universitario si obtenido el título abandona la ciencia, la disciplina intelectual y la
vida académica. Si despojamos al título de su sentido lo destruimos.

Entonces... si el título no es lo importante, ¿lo serán los conocimientos particulares obtenidos para el
ejercicio de un arte, técnica o ciencia... los muchos datos relativos a las diversas disciplinas que se
cultivan en la universidad...? Tampoco...

Los conocimientos particulares son cambiantes y siguen la suerte del mismo devenir de la ciencia.
El software de hoy... será inútil en pocos años; ni siquiera sabemos si la computadora será el interfaz
natural entre el hombre y la información dentro de un par de décadas. Los conocimientos relativos a las
ciencias de la salud, las terapias, los procesos cambian a una velocidad vertiginosa. Los medios de
comunicación y las tecnologías de información se mueven a una velocidad incontenible. El mundo del
comercio ha cambiado y los modelos y problemas que se suscitan mutan permanentemente. El modelo
educativo con el que estudiaron no es el actual, y seguramente será cambiado en pocos años. Yo
mismo estudié con otros códigos, otras leyes y hasta otra constitución.

El conocimiento particular es cambiante... Entonces ¿qué es lo importante que justifique el festejo?

Lo importante es celebrar que “seamos universitarios” y, en todo caso, que en este primer tramo de
la vida académica o profesional ya se marquen las huellas de los verdaderos aprendizajes que nuestra
universidad intenta brindad.

En este contexto, tal vez el gran desafío de los graduados apunte a mantener viva la condición de
universitarios respondiendo más a una vocación que al paso ocasional por la Universidad.

La vocación universitaria supone un compromiso con la verdad. “Es propio de la vida universitaria la
ardiente búsqueda de la verdad y su transmisión desinteresada... a todos aquellos que aprenden a
razonar con rigor, para obrar con rectitud y para servir mejor a la sociedad. [Supone] compartir con
todos los demás universitarios aquel „gaudium de veritate‟, esto es, el gozo de buscar la verdad, de
descubrirla y de comunicarla en todos los campos del conocimiento”... movidos por la convicción de
que sólo la verdad los hará libres.

Procuren mantener siempre viva la llama de la vida intelectual, si es que quieren conservar la
dignidad que hoy reciben simbólicamente y que los hace herederos de una tradición de mil años
respondiendo más a una vocación que al paso ocasional por la Universidad.

Cómo resumir, entonces, los verdaderos aprendizajes que deben afirmarse en nuestra vida
universitaria:

En primer lugar... Saber saber, es decir adquirir los hábitos intelectuales necesarios para actualizar
permanentemente el conocimiento cambiante. Tener criterio profesional y científico con suficiente
apertura y creatividad como para interpretar la disciplina y campo propio, a la vez que interpretar los
“problemas” siempre complejos y cambiantes. Desarrollar la capacidad para inteligir la realidad
apoyándose en la vasta gama de fundamentos que van desde el hábito de los primeros principios,
hasta los particulares y específicos de cada área del conocimiento.
15

Saber hacer... es decir, disponer los hábitos de la técnica y el arte, conjuntamente con el
conocimiento de la tecnología y la capacidad para la adaptación e interacción con otras disciplinas sin
olvidar que “... no hay mejor práctica que una buena teoría”... En este ámbito se despliega el vasto
mundo de la actividad profesional, que jamás debe ser reducida al mero hacer y que debe remitir
permanentemente a la formación humana que han recibido.

Saber obrar... que nos posiciona en el ámbito de la ética y refiere nuestros actos profesionales y
personales al marco de los rectos fines señalados por la ley moral y controlados por nuestra
conciencia, en la convicción final de que no es mejor quien conoce más, sino quien obra bien. No existe
ámbito de actuación profesional que escape a esta perspectiva ética.

En el corto plazo muchos problemas de la vida social, estarán en vuestras manos y ese será el
momento en que podrán demostrar que ustedes son mejores, que los jóvenes que hoy se incorporan a
la vida activa del país pueden hacer “bien el bien” y destronar la mediocridad, la corrupción y el
egoísmo que se han instalado en la sociedad argentina.

Finalmente... saber SER. La mayor aspiración que nos procuramos como universidad y que apunta
a la verdadera conformación del hombre pensante en el marco de una cosmovisión que se sostiene
desde los fundamentos de la cultura católica dando soporte a todos los demás saberes para buscar la
integración definitiva de los datos particulares de las ciencias con el dato de la revelación. Queremos
festejar que SEAN y hayan aprendido a SER cada vez más y mejores personas, ciudadanos,
universitarios y profesionales, poniendo los pies en la tierra sobre la cual han de trabajar, y la mirada en
lo alto.

Un graduado de la Universidad FASTA debe llevar en el corazón las flechas del escudo que
apuntan hacia arriba, las que nos llevan a superarnos, a buscar mejores horizontes de realización para
nuestros semejantes, para nuestra comunidad y para nuestra Patria toda. Son flechas en permanente
tensión y ascenso, que no abandonan el sentido ni la mirada que en última instancia termina en Dios,
quien preside la universidad del cielo a cuyos claustros debemos aspirar a pertenecer, donde la verdad
no es ya buscada, sino contemplada en la persona del único maestro. En ello habremos logrado
finalmente realizar la misión de la Universidad, que es la misión de FASTA, y la de la Iglesia y que no
hace más que continuar la única gran misión, la del Hijo, enviado por el Padre para la redención del
mundo.

Pido a Dios Nuestro Señor, a María, Sede de la Sabiduría y a Santo Tomás de Aquino, bajo cuyo
amparo intelectual han cursado los estudios, los acompañen en la vida profesional y en la continuidad
de la vocación intelectual.

Dios los Bendiga...”


16

2. Estructura y organización
La Universidad adopta, como estructura propia de su organización académica y administrativa, el
sistema de Facultades y Escuelas. Integran la Universidad las siguientes Facultades:

 Facultad de Ingeniería;

 Facultad de Ciencias Económicas;

 Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales;

 Facultad de Ciencias Médicas;

 Facultad de Ciencias de la Educación;

 Escuela de Humanidades y

 Escuela de Comunicación Social

La estructura de gobierno de la Universidad está formada por el Consejo Ejecutivo integrado por el
Rector; los Vicerrectores y la Secretaría General y el Consejo Superior de la Universidad: Decanos
de Facultades y Secretarios.

A continuación se presentan las autoridades de la Universidad:

Gran Canciller: Fray Dr. Aníbal Fósbery, O.P.

Rector: Dr. Juan Carlos Mena.

Vicerrector Académico: Dr. Alejandro Gabriel Campos.

Vicerrector de Asuntos Económicos: CPN Pablo Federico Vittar Marteau.

Vicerrector de Formación: Pbro. Dr. Néstor Alejandro Ramos.

Secretaria General: Prof. Marcela Silvia Grela de Giaccaglia.

Secretario Académico: Ing. Martín Fernando Camusso

Secretaria de Investigación: Dra. Amelia Ramirez.

Secretario de Proyección Universitaria: Dr. Silvano Penna.

Secretario de Relaciones Institucionales: Dr. Fernando Mumare.


17

La cultura en la Universidad y la realización de la


persona
Definida la Universidad y perfilado el espíritu formativo de nuestra Universidad FASTA, abordamos
a continuación el concepto de cultura cuyo transmisión constituye la misión fundamental de la misma,
como eje central de la formación universitaria y como camino de realización humana.

Valoramos una concepción realista de la cultura hecha por el hombre y para el hombre,
consistente en un verdadero humanismo. Distinguimos los diversos ámbitos de desarrollo de la
misma, deteniéndonos en particular en la cultura intelectual dimensión propia de la Universidad.

Estando la cultura encaminada al perfeccionamiento de la persona humana, nos introducimos en


la noción de persona, su naturaleza y dignidad. Esto pretende ser el primer paso firme en un camino
que nos conducirá, a través de toda la carrera, a comprender cada vez más qué significa ser persona
y las implicancias teóricas y prácticas que conlleva.

I. La cultura
1. La centralidad de la cultura en la Universidad

La Universidad, comunidad de maestros y alumnos unificados en la búsqueda de la verdad, ha


tenido desde sus comienzos y debe seguir teniendo en nuestra época, como misión fundamental
formar no meros profesionales sino personas íntegras. Esta formación la da la cultura, entendida
como la realización hecha por los hombres para guiar sus vidas según valores verdaderos. De ahí, la
“centralidad de la enseñanza de la cultura” en la Universidad.

En 1930, el filósofo español José Ortega y Gasset escribió un luminoso ensayo sobre el tema15.
Presentamos a continuación el núcleo de sus reflexiones al preguntarse ¿cuál es la misión de la
Universidad? :

“Encontramos, por lo pronto, que la Universidad es la institución donde reciben la enseñanza


superior casi todos los que en cada país la reciben. (…)

¿En qué consiste esa enseñanza superior ofrecida en la Universidad a la legión inmensa de los
jóvenes? En dos cosas: A) La enseñanza de las profesiones intelectuales. B) La investigación científica
y la preparación de futuros investigadores.

La Universidad enseña a ser médico, farmacéutico, abogado, juez, notario, economista,


administrador público, profesor de ciencias y de letras en la segunda enseñanza, etc.

Además, en la Universidad se cultiva la ciencia misma, se investiga y se enseña a ello. (…) La


enseñanza superior consiste, pues, en profesionalismo e investigación. Sin afrontar ahora el tema,
anotemos de paso nuestra sorpresa al ver juntas y fundidas dos tareas tan dispares. Porque no hay
duda: ser abogado, juez, médico, boticario, profesor de latín o de historia en un Instituto de Segunda
Enseñanza, son cosas muy diferentes de ser jurista, fisiólogo, bioquímico, filólogo, etc. Aquéllos son
nombres de profesiones prácticas, éstos son nombres de ejercicios puramente científicos. Por otra
parte, la sociedad necesita muchos médicos, farmacéuticos, pedagogos; pero sólo necesita un número
reducido de científicos. Si necesitase verdaderamente muchos de éstos sería catastrófico, porque la
vocación para la ciencia es especialísima e infrecuente. Sorprende, pues, que aparezcan fundidas la
enseñanza profesional, que es para todos, y la investigación, que es para poquísimos. Pero quede la
cuestión quieta hasta dentro de unos minutos. ¿No es la enseñanza superior más que profesionalismo
e investigación? A simple vista no descubrimos otra cosa. No obstante, si tomamos la lupa y
escrutamos los planos de enseñanza nos encontramos con que casi siempre se exige al estudiante,

15
Selección de: Ortega y Gasset, J., Misión de la Universidad, 1930. Extraído de ww.um.es/letras/deletreos/ortega1/html
18

sobre su aprendizaje profesional y lo que trabaje en la investigación, la asistencia a un curso de


carácter general -Filosofía, Historia.

No hace falta aguzar mucho la pupila para reconocer en esta exigencia un último y triste residuo de
algo más grande e importante. El síntoma de que algo es residuo -en biología como en historia-
consiste en que no se comprende por qué está ahí. Tal y como aparece no sirve ya de nada, y es
preciso retroceder a otra época de la evolución en que se encuentra completo y eficiente lo que hoy es
sólo un muñón y un resto. La justificación que hoy se da a aquel precepto universitario es muy vaga:
conviene -se dice- que el estudiante reciba algo de "cultura general".

"Cultura general". Lo absurdo del término, su filisteísmo, revela su insinceridad. "Cultura", referida al
espíritu humano -y no al ganado o a los cereales-, no puede ser sino general. No se es "culto" en física
o en matemática. Eso es ser sabio en una materia. Al usar esa expresión de "cultura general" se
declara la intención de que el estudiante reciba algún conocimiento ornamental y vagamente educativo
de su carácter o de su inteligencia. Para tan vago propósito tanto da una disciplina como otra, dentro
de las que se consideran menos técnicas y más vagarosas: ¡vaya por la filosofía, o por la historia, o por
la sociología!”

Esta confusión contemporánea acerca del término cultura, con su consecuente pérdida del sentido
de para qué se hace y se enseña la cultura en el ámbito de los estudios superiores, lleva a convertir
en un accidente, en un adorno, en un barniz culturoso, lo que en los inicios de la Universidad
configuraba su corazón mismo. Ortega y Gasset intentará depurar su significado original:

“Pero el caso es que si brincamos a la época en que la Universidad fue creada -Edad Media-,
vemos que el residuo actual es la humilde supervivencia de lo que entonces constituía, entera y
propiamente, la enseñanza superior.

La Universidad medieval no investiga; se ocupa muy poco de profesión; todo es... "cultura general" -
teología, filosofía, "artes".

Pero eso que hoy llaman "cultura general" no lo era para la Edad Media; no era ornato de la mente o
disciplina del carácter; era, por el contrario, el sistema de ideas sobre el mundo y la humanidad que el
hombre de entonces poseía. Era, pues, el repertorio de convicciones que había de dirigir efectivamente
su existencia.

La vida es un caos, una selva salvaje, una confusión. El hombre se pierde en ella. Pero su mente
reacciona ante esa sensación de naufragio y perdimiento: trabaja por encontrar en la selva "vías",
"caminos"; es decir: ideas claras y firmes sobre el Universo, convicciones positivas sobre lo que son las
cosas y el mundo. El conjunto, el sistema de ellas, es la cultura en el sentido verdadero de la palabra;
todo lo contrario, pues, que ornamento. Cultura es lo que salva del naufragio vital, lo que permite al
hombre vivir sin que su vida sea tragedia sin sentido o radical envilecimiento.

No podemos vivir, humanamente, sin ideas. De ellas depende lo que hagamos, y vivir no es sino
hacer esto o lo otro. Así el viejísimo libro de la India: "Nuestros actos siguen a nuestros pensamientos
como la rueda del carro sigue a la pezuña del buey". En tal sentido -que por sí mismo no tiene nada de
intelectualista - somos nuestras ideas.

(…) Cultura es el sistema vital de las ideas en cada tiempo. Importa un comino que esas ideas o
convicciones no sean, en parte ni en todo, científicas. Cultura no es ciencia. Es característico de
nuestra cultura actual que gran porción de su contenido proceda de la ciencia; pero en otras culturas no
fue así, ni está dicho que en la nuestra lo sea siempre en la misma medida que ahora”.

La ciencia, sin lugar a dudas, es parte de la cultura. Pero sólo es eso: una parte. El cientificismo
contemporáneo –esto es, la pretensión de medir el valor de todo conocimiento según el parámetro de
19

los saberes científicos particulares con su método experimental y su certeza estadística- nos ha
llevado a semejante confusión y desajuste. Esto da lugar ya en el siglo XX al fenómeno que Ortega y
Gasset denomina el “nuevo bárbaro”: profesional universitario, erudito, en el mejor de los casos, en
su materia pero con una ignorancia supina con respecto a todo lo que no cae en su recortado estudio
de la realidad. Así lo explica el filósofo español:

“Comparada con la medieval, la Universidad contemporánea ha complicado enormemente la


enseñanza profesional que aquélla en germen proporcionaba, y ha añadido la investigación quitando
casi por completo la enseñanza o transmisión de la cultura.

Esto ha sido, evidentemente, una atrocidad. Funestas consecuencias de ello que ahora paga
Europa. El carácter catastrófico de la situación presente europea se debe a que el inglés medio, el
francés medio, el alemán medio son incultos, no poseen el sistema vital de ideas sobre el mundo y el
hombre correspondientes al tiempo. Ese personaje medio es el nuevo bárbaro, retrasado con respecto
a su época, arcaico y primitivo en comparación con la terrible actualidad y fecha de sus problemas.
Este nuevo bárbaro es principalmente el profesional, más sabio que nunca, pero más inculto también -
el ingeniero, el médico, el abogado, el científico.

De esa barbarie inesperada, de ese esencial y trágico anacronismo tienen la culpa, sobre todo, las
pretenciosas Universidades del siglo XIX, las de todos los países, y si aquélla, en el frenesí de una
revolución, las arrasase, les faltaría la última razón para quejarse. Si se medita bien la cuestión, se
acaba por reconocer que su culpa no queda compensada con el desarrollo, en verdad prodigioso,
genial, que ellas mismas han dado a la ciencia. No seamos paletos de la ciencia. La ciencia es el
mayor portento humano; pero por encima de ella está la vida humana misma, que la hace posible. De
aquí que un crimen contra las condiciones elementales de ésta no pueda ser compensado por aquélla.

El mal es tan hondo ya y tan grave, que difícilmente me entenderán las generaciones anteriores a la
vuestra, jóvenes.

En el libro de un pensador chino, que vivió por el siglo IV antes de Cristo, Chuang Tse, se hace
hablar a personajes simbólicos, y uno de ellos, a quien llama el Dios del Mar del Norte, dice: ¿Cómo
podré hablar del mar con la rana si no ha salido de su charca? ¿Cómo podré hablar del hielo con el
pájaro de estío si está retenido en su estación? ¿Cómo podré hablar con el sabio acerca de la Vida si
es prisionero de su doctrina?”

2. Las acepciones del término cultura y sus criterios de valoración

Cuando José Ortega y Gasset afirma que la misión principal de la Universidad es la enseñanza de
la cultura, define a ésta, como “el conjunto de ideas vivas desde las cuales un tiempo vive”,
rescatando, de este modo, no sólo su centralidad en la educación universitaria sino también su
urgencia existencial porque un hombre sin cultura es un hombre manco, fracasado, falso.

Allende la postura del filósofo español, podemos considerar que esas ideas vivas son algo más
que conceptos, representaciones mentales de las cosas, tal como las conocemos. Estas ideas hacen
referencia a ciertos valores que, descubiertos por la inteligencia humana, se presentan como
vigentes16, como motores de toda una serie de actos por parte de la persona. Así se conforma la
cultura en el sentido clásico, original del término.

Sin embargo, en el decurso histórico, la palabra cultura fue adquiriendo diferentes significaciones
y matices17.

El Diccionario de la Real Academia Española presenta las acepciones más usadas del vocablo:

16
Según la expresión del filósofo esloveno-argentino Emilio Komar, La verdad como dinamismo y vigencia.
17
Una introducción completa y detallada es presentada en la Gran Enciclopedia Rialp -
http://www.canalsocial.net/GER/ficha_GER.asp?id=5651&cat=filosofia -.
20

“Del latín cultura: f. cultivo; 2. f. Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su
juicio crítico; 3. f. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo
artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.; 4. f. ant. Culto religioso. Y también
observa que el sentido popular se refiere a: 1. f. Conjunto de las manifestaciones en que se
expresa la vida tradicional de un pueblo18.

Esta distinción entre su significado original y su uso más popular, manifiesta que es menester,
ante todo, intentar llegar a una definición común y precisa de este término a fin de evitar
equívocos. Indagar en su etimología nos lleva a su sentido primigenio y profundo.

El término cultura proviene del latín, del verbo colo, is, colere cuya significación es cultivar. De
modo que así como se cultiva la tierra para obtener frutos así también un hombre puede cultivarse a
sí mismo o cultivar la naturaleza para obtener determinados bienes. El hombre deja su impronta en
este hacer cultural, es por eso que desde la época romana se ha hablado de humanismo para
designar esta realización: el hombre humaniza la naturaleza con su intervención y, a su vez, se
humaniza a sí mismo.

En este sentido etimológico, se funda la acepción clásica o tradicional de la cultura.

La cultura está hecha por el hombre y para el hombre: el sujeto y el objeto de la cultura es el
hombre. Así lo enseña, el fundador de nuestra Universidad, Fray Aníbal Fósbery:

“La persona humana está en el centro del hecho cultural; solamente ella es el fundamento
19
ontológico primario sobre el que inhiere la forma perfectiva de lo cultura” .

El hombre es su agente por ser el único ser con inteligencia y voluntad, facultades de orden
espiritual capaces de trascender el plano de las determinaciones materiales para transformar la
naturaleza en vistas a la obtención de algún fin o bien. Pero, a la vez, solo se entiende la cultura en
vistas a la perfección de la persona.

La cultura solo se constituye como tal en la medida en que implica la realización de ciertos
valores. Entendemos por valores, a los mismos bienes reales y objetivos en cuanto que son
conocidos y se presentan como valiosos para un sujeto. Sin embargo, esa dependencia subjetiva -en
cuanto es percibido por un sujeto- no implica que el bien sea creado por el mismo sujeto: su bien es
objetivo, esto es, no condicionado por los deseos o intereses del hombre que los considera.

El criterio de valoración subyacente a esta concepción de la cultura debe hallarse en el realismo.


Esta posición filosófica afirma la existencia de lo real como algo consistente, con una verdad (o
sentido, inteligibilidad) y un bien (o perfección que lo hace amable) en sí mismo. Las cosas reales
existen como objetos, es decir, puestos enfrente, fuera, del sujeto.

La cultura es realización de ciertos valores que existen objetivamente en la realidad, esto es,
independientemente del pensamiento y del querer humanos. Esto implica que:

a) No todo es cultura ya que sólo es considerada tal la realización de un valor que perfeccione al
hombre y que respete el orden jerárquico de los valores. Por eso, aunque la guillotina, por ejemplo,
sea una factura técnica, sin embargo, puede no considerarse como ente cultural, en este sentido
pleno, por no subordinarse al bien honesto o humano.

b) No todo hombre o sociedad es culta por igual, o sea, cabe utilizar el adjetivo “culto”. Existiendo
un parámetro objetivo, pueden compararse individuos o grupos sociales ya sea en un mismo sector
cultural (una persona iletrada no está el mismo nivel de cultura intelectual que un universitario) ya

18
http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=cultura
19
Cfr. Fósbery, A., La cultura católica, op. cit., c. XIII, p. 307.
21

sea considerando la cultura en su ordenamiento total (y así puede suceder que siendo una tribu
aborigen técnicamente carente puede, sin embargo, ser más culta que una desarrollada sociedad
industrial porque en ella se respetan los valores auténticamente humanos, por ejemplo, la libertad, el
derecho a la vida, a la familia, etc. de un modo más cabal).

La esencia, entonces, de la cultura, es una: la adecuada a la verdadera imagen del hombre. Pero
esto no obsta a que de hecho se den múltiples formas de encarnar esta misma búsqueda de la
perfección y realización de la persona humana. Así la pluralidad y la diversidad de culturas es buena
e implica posibilidad de enriquecimiento, siempre que sean auténticas culturas y no falsas
realizaciones.

Pero no es ésta –la acepción clásica hasta aquí presentada esquemáticamente- la consideración
más difundida en nuestra época. La mayor parte de los autores provenientes de las ciencias sociales,
así como las opiniones del común de la gente, apuntan a caracterizar la cultura fuera de todo ámbito
valorativo. Esto constituye la segunda gran acepción del término: la acepción moderna o
antropologista.

Sir E. Tylor, antropólogo británico, en 1879 en su libro Cultura primitiva, definió al término cultura
en los siguientes términos: “todo lo que el hombre hace como miembro de una sociedad”20. La cultura
abarca todas las costumbres, usos, modos de un grupo incluyendo las realizaciones artísticas,
técnicas, científicas, pero a la vez las maneras de hablar, de comer; de cumplir o evadir la ley; las
creencias religiosas a la par que las supersticiones, etc. Puede hablarse así de la cultura de los
mayas, de los onas, de los orientales, pero también de la cultura del football, de la coima, de la
trampa…

De esta manera, alejándose del sentido etimológico, no da lugar al adjetivo culto ya que todos
somos espontánea e igualmente cultos. El criterio de valoración que lo funda no es sino el relativismo
cultural, para el cual no hay verdad ni bien objetivos, dependiendo todo del individuo, o más
generalmente, de la sociedad en que se desenvuelve. No hay parámetro universal desde el cual
medir las realizaciones culturales.

3. El problema del relativismo cultural

El término relativismo en su connotación filosófica, es definido por el Diccionario de la Real


Academia del siguiente modo: 1. m. Fil. Doctrina según la cual el conocimiento humano solo tiene por
objeto relaciones, sin llegar nunca al de lo absoluto; 2. m. Fil. Doctrina según la cual la realidad
carece de sustrato permanente y consiste en la relación de los fenómenos21. Quizás resulta más
sugerente la significación enmendada para la 23 edición del DRAE: 1. m. Fil. Teoría que niega el
carácter absoluto del conocimiento, al hacerlo depender del sujeto que conoce.

Sin embargo, aún en esta última definición, hay lugar para ciertos equívocos ya que nadie ha
pretendido afirmar el “carácter absoluto” del conocimiento, si bien es cierto que lo propio del
relativismo es esa dependencia del sujeto, dependencia que termina siendo la única fuente del
conocimiento.

20
Según E. Tylor, la cultura se define como: “aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la
moral, el derecho, las costumbres, y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre. La situación de la
cultura en las diversas sociedades de la especie humana, en la medida en que puede ser investigada según principios
generales, es un objeto apto para el estudio de las leyes del pensamiento y la acción del hombre”.
21
http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=relativismo. El DRAE tiene como última fecha de edición
impresa el 2001. Sin embargo, en su página electrónica se presentan las modificaciones y enmiendas realizadas en
algunos términos que figurarían en la 23ra. edición.
22

En efecto, el relativismo se presenta como un subjetivismo, es decir, una postura que absolutiza el
papel del sujeto en el conocimiento. Dicha postura puede ser resultado no solo de una determinada
concepción acerca del hombre y del fenómeno de su conocimiento, sino también de una toma de
posición voluntaria en la que el sujeto tendría el poder de determinar al objeto.

Las formulaciones más populares de esta postura rezan así: “la verdad es relativa”; “todo es
relativo”; “todo depende del cristal con que se lo mire”; “yo tengo mi verdad, vos tenés la tuya”, etc. Y,
bajo la primera apariencia, indicarían una postura tolerante y abierta propicia para la convivencia
social.

Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla como se muestra en estas expresiones superficiales y
poco meditadas. Si bien es cierto que la vida en sociedad se construye desde el respeto y la
tolerancia, no es cierto, empero, que éstos exijan el abandono de la búsqueda de la verdad objetiva.
Por el contrario, sólo en presencia de una verdad que es tal, en sí misma, puede haber verdadero
diálogo y respeto por el otro. Mientras que si la verdad se deshace en el argumento del más fuerte –
aquel que logra imponer su visión de las cosas, por buenos o malos medios-, entonces el derecho
del que piensa distinto, desde su pura subjetividad, se ve avasallado.

En el acto de conocer, interviene el sujeto con su estado determinado, sus ideas previas y
prejuicios, intereses y anhelos y un sinfín de elementos que en algunos casos ni siquiera son
conscientes. La posibilidad de errar está constantemente presente. Pero, aún así, el realismo ha
sostenido siempre con firmeza, y en concordancia con el sentido común, que la cosa conocida tiene
sus determinaciones propias y al ser conocida es aprehendida en cuanto tal por el sujeto. Éste se
adecúa lo más posible al objeto, sin pretender nunca un conocimiento absoluto, si por esto se
entiende conocerlo totalmente despojándose también de modo total de la propia subjetividad. El
conocimiento, como el amor, por ejemplo, es una relación. Pero la relación se da entre dos términos
igualmente necesarios: el objeto (que especifica al acto) y el sujeto. Absolutizar la relación o hacerla
depender “absolutamente” del sujeto, eso es relativismo.

Cuando esta postura es llevada al ámbito de la cultura, y en especial al ámbito de lo moral, las
connotaciones saltan a la vista. El relativismo cultural afirma, en concordancia con esta teoría del
conocimiento, que el sujeto humano -entendido ahora como el grupo humano que comparte unas
mismas costumbres, creencias y vivencias- determina todo sentido y valor. No hay por lo tanto más
que la construcción cultural. Lo natural ya no puede entenderse en este contexto como lo dado al
hombre, ya escrito en su modo de ser, disponiéndolo a actuar según su ser determinado. Todo pasa
a constituirse desde lo social, desde lo cultural.

Sin embargo, el relativismo cultural no es capaz de ver ciertas notas esenciales que trascienden
cualquier cultura, época y lugar. Afirmando con insistencias las diferencias, las particularidades,
dejan fuera lo universal y común a todo hombre. Véase, a modo de ejemplo, las palabras del
ensayista Juan José Sebreli22 quien, lejos de cualquier postura religiosa que afirme desde la creación
la existencia de unidad en el género humano, de su naturaleza y de sus leyes morales, afirma:

“Más allá de las razas, las culturas y las circunstancias históricas diversas, todos los hombres
consiguen comprenderse entre sí, y experimentan análogos estados emocionales, volitivos e
intelectuales ante las situaciones básicas de la vida; sienten del mismo modo hambre, enfermedad,
deseo sexual, dolor, alegría, tristeza, enojo, miedo, aburrimiento, necesidad de abrigo. Aun los medios
expresivos se repiten, risa, sonrisa, llanto, temblor. Los rituales, las reglas, los códigos, los tabúes, los
prejuicios, las ideologías de las distintas culturas no lograron disolver la identidad esencial de todos los
hombres”.23

22
Sebreli, J.J., El asedio a la modernidad – crítica del relativismo cultural. Ed. Sudamericana, Buenos Aires 1991. El
escritor, especialista en temas sociales, históricos y políticos, nacido en Buenos Aires en 1930, autodefinido como “marxista
proscripto”
23
Sebreli, J.J., op.cit., p. 19.
23

El relativismo cultural cree valorar y respetar la dignidad de cada hombre, pero cae,
inevitablemente en lo contrario que pretende defender. Así lo muestra el filósofo español Rafael
Gómez Pérez24:

“Lo que no admite justificación alguna es el relativismo cultural, si es que por eso se entiende la
negación tanto de la unidad del género humano como de la posibilidad de una verdad objetiva y
universal. Si "vale todo" también vale la razón del tirano, y la del torturador, y la del extorsionador, y la
del corrupto. Serían sólo "culturas diferentes y particulares". Ese relativismo cultural se ha hecho tópico
y corriente en uno de los sofismas más corrientes en las discusiones de hoy: "pues para mí, el aborto
es un derecho humano"; "pues, para mí, la droga aumenta la creatividad"; "para mí, la pornografía es
un signo de madurez", y así”.

En efecto, si cada cultura es dueña de su verdad, ¿sobre qué fundamento su puede esgrimir como
inaceptable el analfabetismo25, la violencia o el abuso? Si se es coherente con la afirmación de que
todo es relativo, no hay más allá de la propia sociedad ninguna instancia que legitime determinas
conductas como buenas o malas.

4. La cultura como realización de valores

Según qué tipo de valores y sobre qué se actúa para la obtención de los mismos, diversos
sectores o ámbitos son posibles considerar. Comenzando por el orden natural, distinguimos:

1.- La cultura técnica, en la que el hombre actúa sobre las cosas materiales en vistas a la
realización del valor de lo útil, aquello que sirve para otra cosa. La técnica es la reforma que el
hombre hace en la naturaleza en vistas a la obtención de la utilidad. “La reforma que el hombre
impone a la naturaleza en vista de la satisfacción de sus necesidades”26. Así una piedra
transformada en flecha es un ente técnico.

¿Cuáles son las ventajas que nos ofrece la técnica? Ortega y Gasset las enumera:

“1) Asegurar la satisfacción de las necesidades, por lo pronto, elementales; 2) lograr esa
satisfacción con el mínimo esfuerzo; 3) crearnos posibilidades completamente nuevas produciendo
objetos que no hay en la naturaleza del hombre”27.

Pero junto a sus ventajas, aparecen los límites:

“Al aparecer por un lado como capacidad, en principio ilimitada, hace que el hombre puesto a vivir
de fe en la técnica y sólo en ella, se le vacíe la vida. Porque ser técnico y sólo técnico es poder serlo
todo y consecuentemente no ser nada determinado. De puro llena de posibilidades, la técnica es mera
forma hueca –como la lógica más formalista-; es incapaz de determinar el contenido de la vida. Por eso
estos años en que vivimos, los más intensamente técnicos que ha habido en la historia humana, son de
28
los más vacíos” .

24
Rafael Gómez Pérez es profesor de Antropología de la Universidad Complutense de Madrid y jefe de Opinión del diario
Expansión. El filósofo español realiza una lúcida crítica al citado libro de Juan José Sebreli: aún cuando destaca como
acertadas las críticas a los particularismos relativistas que el ensayista argentino realiza, sin embargo ve cómo los
fundamentos que sostienen dicha crítica cultural no son acertados.
Ver: http://www.encuentra.com/articulos.php?id_art=3289&id_sec=174
25
Así en el citado libro de Sebreli, se hace una crítica a la incoherencia de la UNESCO con su postura relativista
(“institución dominada, según la expresión del autor, por el antropologismo culturalista”). La UNESCO define la cultura como
“el conjunto de conocimientos y de valores que no es objeto de ninguna enseñanza específica y que, no obstante, todo
miembro de una comunidad sabe. Esto quiere decir que las masas populares son espontánea y naturalmente cultas, pero
entonces para qué sirve la educación y aún la alfabetización que, por otra parte, también promueve la UNESCO.” P. 42.
26
Ortega y Gasset, J., Meditación de la técnica. Revista de Occidente, Madrid, 3ra. edición, 1957, p. 5.
27
Idem, p. 30.
28
Idem, p. 85.
24

Esto pone en evidencia el realismo de los valores que está en la base de una verdadera cultura.
La búsqueda de la utilidad como primera, urgente y vital tarea, no puede trascender por sí misma el
valor de lo que es un medio, de lo que “sirve para”, esto es, de lo útil. Por ello, por encima de la
técnica se dan los restantes sectores de la realización cultural.

2.- La cultura artística, en la que el hombre actúa también sobre las cosas materiales pero en
vistas a la realización del valor de lo bello, aquello que visto agrada. La belleza es una expresión de
la misma verdad y bien de las cosas, por lo tanto en su búsqueda y realización, la cultura humana se
presenta como auténtica vía de humanismo ya que sólo el hombre, entre todas las creaturas, tiene la
capacidad de recrear este esplendor, de admirarlo y gozarlo.

“La obra de arte perfecta es aquella en que el oficio mejora aprendido llega a no distinguirse de la
misma idea y a desaparecer en la expresión de testa idea o de esta forma. Así Bach en sus Cantatas,
Rafael en sus cuadros de las Loggias del Vaticano y Racine en su Atalia. La admiración se dirige en tal
29
caso al objetivo bello, y el artista, en cuanto obrero, se ha hecho olvidar en provecho de su obra”

3.- La cultura moral, en la que el hombre actúa sobre sí mismo, más específicamente sobre sus
apetitos, sensible y racional, para ordenarse a la realización del bien honesto o humano, aquello que
perfecciona a la persona en cuanto tal. De este modo, el desarrollo de virtudes a nivel individual y
social manifiesta el desarrollo de este ámbito.

Un hombre moralmente culto, es quien conociendo por donde pasa el verdadero bien que lo
perfecciona en su misma naturaleza, lo busca, lo realiza, lo convierte en disposiciones permanentes
para obrar conforme a él. Por eso las virtudes son el sello de la presencia de la cultura moral.

La cultura moral de un individuo se refleja principalmente en la adquisición de las llamadas


virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Estos hábitos operativos buenos son el
eje alrededor del cual gira toda la viuda ética. “Aseguran el cumplimiento de un acto bueno y hacen
bueno a quien las posee”30.

4.- La cultura intelectual o teorética, en la que el hombre cultiva su capacidad cognoscitiva, su


inteligencia en búsqueda del valor de lo verdadero, aquella adecuación o conformidad entre los
juicios del intelecto y la verdad de las cosas. Así hay lugar para el desenvolvimiento del saber
tanto en el orden sapiencial como en el correspondiente a las ciencias particulares, en todas sus
formas. Sobre esto, volveremos con mayor detalle.

Todos estos sectores se encuentran jerárquicamente organizados, respondiendo al orden objetivo


existente entre estos valores buscados. Así la técnica se subordina al arte, y ambos a la moral siendo
esta última una realización dependiente a su vez del conocimiento directivo de la realidad, de la
verdad de las cosas.

5.- Por encima de todas estas dimensiones en el orden natural, se halla la cultura trascendente
ordenada a realizar lo religioso, la tendencia natural del hombre a unirse con lo Absoluto. Es aquí
donde se da el verdadero humanismo cristiano o más específicamente la cultura católica. Siguiendo
el triple axioma de Santo Tomás hay que repetir que ésta no reemplaza la cultura natural sino que la
supone, la ordena y la eleva.

“El dato revelado se ha encontrado con los datos de la naturaleza para producir esa especial forma
de cultura que llamamos católica y que se constituye con el patrimonio de la fe, de la doctrina, de la
liturgia y la materia de la cual viven y se sirven los cristianos”31.

29
Jolivet, R., Curso de Filosofía. Club de Lectores, Buenos Aires 1985, 320-321.
30
Mazzoni, M.C., Introducción a la ética fundamental. Universidad FASTA, Mar del Plata 2003, p. 173.
31
Fósbery, A., La cultura católica, op. cit., c. XVI, p. 357.
25
32
Esta cultura trascendente católica ilumina desde su síntesis sapiencial todo quehacer humano,
no sólo intelectual, sino moral, social, político, profesional.

“La cultura católica, desde su universalidad y trascendencia, es la única capaz de hacer al hombre
plenamente culto, desplegando la totalidad perfectiva de su naturaleza en orden a su fin último
sobrenatural”33.

II. La cultura intelectual


1. El saber y sus modos

Hemos sostenido entonces, que el desarrollo de la cultura intelectual, constituye –en el ámbito
puramente natural en primera instancia- el sector más elevado porque su objeto es la verdad. Y sin
verdad no hay posible ordenación al bien.

Pero la cultura intelectual, en cuanto búsqueda de la verdad, no puede darse desde cualquier
forma de conocimiento.

En efecto, el conocer del hombre –tarea natural e inevitable del mismo- puede darse en distintos
niveles. Puede tratarse de un saber empírico, no científico, de carácter opinativo o, por el contrario,
de un saber elaborado, demostrativo, científico.

2. El saber científico

El conocimiento científico, en Occidente, tiene sus raíces en la Filosofía griega originada hacia
fines del siglo VII a.C. La distinción entre opinión y ciencia se encuentra ya claramente delineada, en
su teoría, en los grandes filósofos: Platón y Aristóteles. Ellos ven con claridad que el conocimiento
científico es cierto (frente a la improbabilidad de la opinión); necesario; universal; por causas;
transmisible (mientras que la opinión, aún estando en la verdad, no puede asegurarla ya que no
conoce el por qué; se queda en lo particular y en la experiencia).

Así Aristóteles define la ciencia como conocimiento cierto y evidente por las causas. Esta
consideración de la ciencia, tan rigurosa, solo permite, empero, que los saberes acerca de aspectos
esenciales y necesarios de las cosas reales, entren bajo su ámbito. Concretamente, ciencias eran los
saberes puramente teóricos, de acuerdo a su finalidad que consistía en el solo entender, mientras
que otros saberes, tales como la Medicina, caían bajo la denominación de saberes técnicos o
productivos.

En la Modernidad, tras el creciente interés y desarrollo de los saberes naturales, de amplía la


definición de ciencia: conjunto de conocimientos metódicamente adquiridos y sistemáticamente
organizados. Así se da lugar al nacimiento a nuevas ciencias que ya no tienen por objeto
necesariamente aspectos esenciales sino contingentes de las cosas. Lo propio de estas ciencias
será abarcar un sector determinado de la realidad:

“En efecto, no es difícil reconocer que el saber científico se caracteriza por la reconocida y explícita
parcialidad de sus perspectivas: cada ciencia indaga la realidad bajo un punto de vista limitado,
utilizando un número finito de conceptos específicos bien explicitados y formando criterios
estandarizados para el control intersubjetivo de las afirmaciones inmediatas y de las inferencias
realizadas.

32
Lograda de modo eminente por Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII. Cfr. Idem, c. XI.
33
Idem, c. XIII, p. 308.
26

En esta especialización (que lo es a la vez de métodos y objetos) se encuentra la naturaleza del


34
saber científico y también la garantía de su objetividad” .

Las ciencias particulares estudian su parte de la realidad con un método adecuado a su objeto
material. Este método, originalmente perteneciente a las ciencias de la naturaleza, es de carácter
experimental, necesitando verificar de este modo las hipótesis, las explicaciones postuladas como
posibles pero no necesarias de un fenómeno. Además, las ciencias modernas especializadas suelen
presentar una finalidad de tipo práctica en sus conocimientos. Así los productos tecnológicos
surgidos como frutos de estos saberes han cambiado la faz del siglo XX.

Sin embargo, junto a los prodigiosos efectos que el desarrollo de las nuevas ciencias ha causado
en los últimos dos siglos, se ha presentado de modo creciente el peligro de absolutizar el modelo
científico particular –con su método y fines propios- acortando la mirada de la investigación a su
ámbito, como señalábamos al referirnos a la distinción entre cultura y ciencia. Desde la perspectiva
cientificista se ha denominado con el nombre de “ciencia” a secas a esta forma concreta de saber
científico en perjuicio de la Filosofía y la Teología cuyos estatutos epistemológicos deben ser
recordados constantemente. Este reduccionismo restringe la capacidad cognoscitiva del hombre
haciéndole perder la posibilidad de considerar la totalidad de la realidad en conjunto del cual él
mismo con su actividad es parte.

“Un hombre de ciencia que sólo es hombre de ciencia, como un profesional que sólo conoce su
profesión, puede ser infinitamente útil en su disciplina; pero ¡cuidado con él! Si no tiene ideas más allá
de esa disciplina, se convertirá irremisiblemente en un monstruo de engreimiento y de susceptibilidad.
Creerá que su obra es el centro del universo y perderá el contacto generoso con la verdad ajena, y más
aún con el ajeno error, que es el que más enseña, si lo sabemos acoger con gesto de humanidad.
Como esas máquinas perforadoras que tienen que trabajar bajo un chorro de agua fría para no arder e
inutilizarse, el pensamiento humano, localizado en una actividad única, acaba, por noble que sea esa
actividad, abrasándose en vanidad y petulancia. Y ha menester, para que no ocurra así, del alivio de
una vena permanente y fresca de preocupaciones universales. He aquí porque, a la larga, la mente
humanista, aunque parece dispersa, tiene mucha mayor capacidad de penetración que la mente
radicalmente especializada.

Al fondo de la ciencia verdadera sólo se llega con el espíritu templado de humanismo.35”

El humanismo, esta cultura verdaderamente humana, trasciende, entonces, un saber científico


particular. Es más: el desarrollo de una ciencia especializada con exclusividad cerrándose a la
ponderación del conjunto de la realidad con su escala objetiva de valores, lleva a lo que Ortega y
Gasset denominaba la barbarie del profesional.

Para evitar esta mirada reduccionista del técnico o especialista, el desarrollo y transmisión de la
cultura tiene, como hemos señalado, un papel central en la enseñanza universitaria.

La cultura intelectual debe tener en la Universidad su ámbito por antonomasia. El desarrollo del
saber científico y la enseñanza de profesiones y técnicas constituyen el aporte específico a esta
cultura por parte de la comunidad universitaria. Pero todo este quehacer se ordena, como hemos
señalado, a la perfección de la persona: sin la presencia de esta finalidad humanística perdería todo
sentido.

II. La persona, sujeto y objeto de la cultura

34
Agazzi, E., Prólogo a Artigas, M., Ciencia, razón y fe. Libros mc, Madrid 1992, p. 10.
35
Marañón, G., Vocación y ética. Ed. Austral, p. 137.
27

1. Definición de persona

La naturaleza nos manifiesta una pluralidad de seres en un orden jerárquico. Sin lugar a dudas, la
más perfecta de estas creaturas es el hombre. Este hombre por su dimensión corporal pertenece al
mundo natural y está sometido a todas las leyes físico, químicas y biológicas propias de un ser vivo.
Pero admirablemente, el hombre trasciende este plano gracias a la presencia en él de una dimensión
no física sino espiritual. A raíz de ello, este ser recibe un nombre especial: persona.

Sólo la persona hace cultura, se transforma a sí misma y al mundo que la rodea; sólo ella es
capaz de abarcar al mundo con su intelecto y llegar hasta su Causa última; sólo ella es capaz de
amar desinteresadamente reflejando el Amor que la creó.

El universitario debe tener constantemente presente en su formación que lo que se busca en la


investigación, en el estudio y en la docencia no puede limitarse a un saber hacer sino a un saber ser.
Desde las profesiones y técnicas particulares a los que la vocación de cada uno le conduce, se
desarrolla un camino individual y de servicio a la sociedad, cuya finalidad última se reduce a la
perfección y felicidad de la persona.

Esbozaremos, a continuación, una teoría acerca de la persona humana para que atisbando su
compleja composición y profundidad, se descubra su dignidad y valor inalienable.

Comenzando por aquello que nos resulta lo más inmediatamente evidente a nuestra experiencia,
sin lugar a dudas el hombre se manifiesta como un ser físico con capacidades de actuar propias y
relevantes en medio de los seres naturales. Así se hace patente una distinción no sólo con respecto
a las realidades del mundo material sino incluso con respecto a otros seres vivos que como él
realizan actividades causadas por sí mismos. Esto parece conducir a la afirmación de la presencia de
un principio de orden ya no material que explique por qué un hombre es capaz de pensar, tomar
decisiones y realizar actos que desde el interés de lo meramente físico no serían comprensibles.
Este principio de orden inmaterial es denominado espíritu.

Pero además, este espíritu ha de estar íntimamente unido a la dimensión corporal, material a
través de la cual se manifiesta. En efecto, el hombre es una unidad de un cuerpo material y de un
alma –así llamaron los antiguos griegos al principio vital- de carácter subsistente inmaterial, es decir,
espiritual.

El pedagogo italiano Gesualdo Nosengo36 introduce de esta manera la realidad de la persona


humana:

“El hombre, cualquier hombre, se presenta a nuestra experiencia sensible, ante todo, como una
realidad material-corporal refrendada por algunos caracteres, movimientos y actividades que nos lo
permiten reconocer y distinguir de inmediato.

Llevando nuestra búsqueda y nuestra reflexión más allá de lo que aparece a los sentidos y, más aún
que sobre los otros hombres y sus operaciones, también en nosotros mismos y nuestras operaciones
interiores, llegamos a encontrarnos en presencia de otra actividad, la del pensamiento y de la voluntad,
netamente refrendada por valores y características muy superiores a las características que
refrendaban la vida y las actividades del cuerpo.

Subiendo ahora –como se asciende de los efectos a las causas proporcionadas-de la existencia y
de las características de estas actividades superiores a la existencia y a las características necesarias
de la realidad que es su causa, podemos inducir con certeza que existe una realidad inmaterial, distinta
de la corporal, superior a ésta, viva y activa, que entra como principio espiritual para componer aquella
unidad viviente que llamamos hombre.

36
Gesulado Nosengo, Persona humana y educación. Publicaciones del Instituto de Promoción Social Argentina, Buenos
Aires 1978, cap. I, pp. 25-32.
28

Prosiguiendo, por vía filosófica-inductiva, el análisis y estudio –que no pretendemos hacer in


extenso- de este principio inmaterial llegamos a la certeza que tal principio es substancial, individuo, de
naturaleza racional, subsistente, libre, autónomo, incomunicable.

Cuando un principio inmaterial resulta constituido por tal esencia y dotado de tales notas y atributos
se lo define como “persona”.

Por el hecho de entrar él conjuntamente con el principio corpóreo en la composición de aquella


unidad substancial que se llama “hombre”, afirmamos que el hombre es persona. Y esta persona se
llama “humana” para distinguirla de otras personas como las angélicas y las divinas”.

Boecio, filósofo romano nacido a fines del siglo V, fue quien definió de un modo claro y esencial a
la persona: “sustancia individual de naturaleza racional”37. Esta definición, calificada de clásica,

En efecto, la persona es una unidad sustancial de cuerpo y alma espiritual, un único principio de
existencia y de acción; distinto, dividido con respecto a los demás aunque indiviso en sí mismo.
Unidad individual: único, irrepetible; así cada hombre es una totalidad con un centro unitario, el yo,
que no sólo se distingue de los seres de otras especies sino también de los de su misma especie.
Cada persona tiene su propio rostro irreproducible, sus particularidades que lo configuran en lo
concreto, su historia y biografía, su obrar libremente determinado…

Pero a diferencia de cualquier otro individuo, su naturaleza racional -esto es dotada de las
capacidades de entender y de querer libre- lo hace propiamente persona.

2. Facultades y propiedades de la persona humana

Compuesta de cuerpo y alma espiritual, la persona es un todo en su ser y en su actuar. Y aunque


su corporeidad, íntimamente dependiente de lo inmaterial, no puede ser considerada al mismo nivel
que el de los animales, sin embargo es en el plano de su espíritu en donde se halla la clave de
distinción esencial de la persona: en su inteligencia y su voluntad, facultades propias de la naturaleza
humana.

Por la primera facultad es capaz, trascendiendo los sentidos, de llegar, aunque sin agotar, a la
esencia misma de las cosas. El intelecto es capaz de leer adentro de las cosas captando lo que es
su principio determinante, lo que hace que esa cosa sea lo que es, lo que la define.

Y por su voluntad es capaz de querer el bien que la inteligencia le presenta y libremente


determinarse frente a él. A diferencia de los animales cuyas tendencias no sobrepasan el plano de lo
meramente sensible, un ser racional es capaz de amar un bien aún en contra de los deseos
sensibles inmediatos al percibir un valor superior.

Así lo presenta Nosengo:

“La persona es un compuesto corpóreo-espiritual (ni solamente corpóreo, ni solamente espiritual)


en unidad personal. El hombre se levanta al valor de persona en razón de su componente espiritual,
pero no es sólo su componente espiritual. El hombre es un compuesto, y sólo considerándolo –en toda
circunstancia e integralmente- como tal, se está en la verdad y se tiene la posibilidad de ordenar clara y
benéficamente la acción educativa que a él se dirige.

El compuesto corpóreo, de valor inferior en dignidad y en fin, sirve como instrumento necesario
unido al componente espiritual y puesto a su servicio, para que éste pueda tomar contacto con el
mundo exterior y comunicarse con los otros hombres. El componente corpóreo, estando sujeto a
rigurosas leyes biológicas, químicas y físicas, de desarrollo y de fortalecimiento, de regresión y de
decadencia, refleja sus situaciones sobre el componente espiritual al cual está estrechamente ligado,
condicionándolo, exaltando o limitando su actividad propia.

37
Boecio, Sobre la persona y las dos naturalezas, c.3. La persona es individua susbstantia rationalis naturae.
29

Una vez hecha esta aclaración que impide convertir el personalismo en un angelismo o en un puro
espiritualismo, podemos continuar considerando las características del compuesto humano que son
más propias del componente espiritual y colocan al hombre en un plano de altísima dignidad.

El valor y la dignidad del hombre no son notas aplicadas extrínsecamente a la persona, y como
consistentes de por sí. Son cualidades y prerrogativas conexas a la misma esencia personal, aquella
esencia por la cual tiene una subsistencia propia, un ser, en cierto sentido autónomo, y ocupa, en la
escala de los seres visibles, el grado más elevado.

El valor y la dignidad surgen de su ser y de su consiguiente necesaria colocación.

En la persona, además del aspecto por el cual ella es un individuo concreto en su materialidad,
viviente limitadamente en el espacio y en el tiempo, se nota, inductivamente, también el aspecto por el
cual es una forma espiritual subsistente que sobrepasa los límites del espacio y del tiempo, que accede
a lo universal y a lo absoluto y supera en valor a toda materialidad.

La dignidad del hombre, sus derechos, así como sus deberes, su interioridad … sólo se
comprenden desde su naturaleza racional. La persona es un fin, un bien en sí mismo, no una
realidad útil, instrumental. Cada individuo personal tiene un valor insustituible. Cada persona tiene un
nombre propio!

“No hay nada en la naturaleza, ni en las creaciones humanas, culturales, científicas, técnicas o
artísticas, que tenga valor e importancia como la persona. Todo se ordena como medio a fin a cada
38
una de las personas.”

Inútil intentar un fundamento serio de los derechos humanos si se le quita al hombre esta
dimensión trascendente al puro ámbito de la materia.

La estructura específica fundamental del hombre, su naturaleza, le es dada como a cualquier


realidad creada y es algo permanente. Pero esta naturaleza está orientada a la realización de sus
potencias y por esto el hombre brega a través de sus acciones. Esta realización es su perfección.
Pero a diferencia de otros seres, la persona tiende a ella no de un modo necesario sino de un modo
consciente y libre. Es la inteligencia la encargada de regular los actos humanos hacia su perfección y
la voluntad libre quien debe llevarlos a la ejecución.

Podemos resumir las principales características y prerrogativas de la persona humana en diez


puntos centrales siguiendo a Nosengo:

Dada la esencia de esta forma espiritual subsistente, se deducen por ella las siguientes
características respecto a la persona:

La persona humana –en su componente espiritual- es un ser de naturaleza intelectual, que tiene,
como tal, acceso al absoluto, a lo universal, a lo necesario. Santo Tomás lo define “infinito en potencia”,
saciable sólo por el Infinito.

La persona es un ser completo en sí mismo y distinto de cualquier otro, de modo que no puede ni
ser ni formar parte de ningún otro ente.

La persona humana, en razón de su espiritualidad, y bajo este aspecto, es libre y responsable de


sus acciones.

La persona humana, por ser espiritual y libre, tiene dominio de sus propios actos, y es capaz de
derechos y deberes. Ella tiene la posibilidad de crecer, de poseer, de amar, de ser enriquecida con la
elevación a un orden sobrenatural de amistad y de filiación divinas.

38
Forment, E., “La persona humana” en El pensamiento de Santo Tomás de Aquino para el hombre de hoy: I.-El hombre en
cuerpo y alma dirigido por Lobato, A. Edicep, Valencia 1994, p. 779.
30

La persona humana, por el valor de su espiritualidad –individual, substancial, subsistente- que en la


escala jerárquica de los seres visibles ocupa el grado más elevado, y está, por ello, ordenada y
destinada inmediatamente a Dios, es un fin en sí misma y tiene derechos inviolables. En todo lo
referente al fin último no está subordinada sino a Dios.

La persona humana, siendo un infinito en potencia, está en devenir, y por ello, le es connatural la
tendencia a crecer como persona y a dirigirse al Infinito, a Dios.

Sólo conociendo y amando la “totalidad” del ser se puede conseguir y consumar la perfección
humana. Esa totalidad del ser no se puede encontrar en ninguno de los seres creados, sino sólo en
Dios: es Dios mismo.

Dios es el fin en el cual ella busca su perfección y beatitud. La persona, si acepta su finalidad, y
obra en conformidad con ella, acoge a Dios en sí misma y se une a Él. Creada por Dios, capaz del
Infinito, la persona humana tiene como fin último a Dios mismo. La operación con la cual el hombre
trasciende los límites de lo creado sensible y se une inmediatamente a Dios es la operación culminante
del hombre, aquélla con la cual alcanza el fin último para el que ha sido creado.

El hombre no está ordenado pues a ningún fin temporal como a un fin último y no puede ser
considerado ni tratado como mero instrumento de ningún otro ser creado. Él tiene valor final y no
instrumental. Es “propter ser” y no “propter alium”.

La persona humana –compuesta de un principio biológico y de uno espiritual estrechamente unidos-


no se encuentra en el absoluto, sino en el devenir. Está por consiguiente llamada a realizar un
desarrollo separado, en la actuación y en el respeto de las leyes relativas a la vida y a su mismo
desarrollo. Por lo tanto, ella está comprometida en un conjunto de condiciones de las cuales debe
servirse y que debe dominar para dirigirlas hacia el fin de su perfeccionamiento. El fin último de la
persona constituye como el vértice de una escalera cuyos peldaños representan los fines intermedios.

El desarrollo y el perfeccionamiento de la persona se consiguen subiendo por los escalones de los


fines intermedios ordenados y subordinados inmediatamente a los fines superiores y mediatamente al
fin Supremo. Los fines intermedios se alcanzan mediante operaciones, inferiores y exteriores, que a su
vez son intermedias y subordinadas a la operación suprema consistente en la posesión de Dios
mediante el conocimiento y el amor. La disposición jerárquica de los seres-minerales, vegetales,
animales, hombre- y de las facultades humanas –fisiológicas, sensibles, espirituales, sobrenaturales-
es idéntica a la disposición jerárquica de los fines intermedios hacia el fin supremo. Los fines
fisiológicos sirven a los fines sensitivos, los fines sensitivos sirven a los fines psíquicos y espirituales;
los fines espirituales sirven a los sobrenaturales.

Los seres materiales y los bienes de la cultura, física y espiritual, son todos, bajo cualquier aspecto,
bienes intermedios que ayudan o disponen al hombre para conseguir el Bien Supremo. Todo aquello
que se encuentra en la línea trazada por el interés de cada hombre hacia su Bien supremo encuentra
en esta su colocación y en este su ordenamiento finalístico su valor intrínseco y su norma constrictiva.

Todo aquello que está fuera o, peor aún, contra esa línea, pierde valor, cesa de ser norma
constrictiva, puede llegar hasta el límite de tener que ser rechazado para no verse desviados del fin.

El desarrollo humano debe respetar, por lo tanto, una doble subordinación:

o de la sensibilidad a la razón;

o de la razón humana al pensamiento de Dios.

Siendo el hombre naturaleza y espíritu, necesidad y libertad –que se condicionan recíprocamente-su


desarrollo integral no podrá realizarse si no se promueven ordenada y conjuntamente todos los
desarrollos parciales concurrentes al desarrollo total: desarrollo de la vida corporal, psíquica,
intelectual, estética, volitiva, moral, social, religiosa.

La persona humana no está ordenada solamente a Dios. En cuanto es espiritual, está abierta a
cada una de las demás personas, y está ordenada a la especie a la cual pertenece y en la cual obra.
La persona es naturalmente social. Son concepciones erradas tanto el individualismo que aísla al
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hombre y niega su natural sociabilidad, como el colectivismo totalitario, que niega la personalidad y
quisiera subordinar todo el hombre al estado, al partido, a la raza o a cualquier comunidad material.

Debiendo la persona humana, por lo tanto, vivir –con las necesarias virtudes sociales- dentro de
sociedades bien definidas, su desarrollo exige la formación de aquellas virtudes en varios planos:
familiar, cívico, profesional, político, religioso, para que cada uno, buscando su bien personal, coopere
positivamente también al logro del bien común.

La persona humana, en razón de su apertura social hacia otras personas y de la fundamental


capacidad de comunicación intelectual y afectiva, está en condición de recibir y de ejercer influencia en
orden al propio desarrollo perfectivo y al ajeno. O sea, el hombre, conforme a todo cuanto se ha dicho
hasta ahora respecto a la esencia, a las prerrogativas y capacidades de la persona humana, tiene lo
que podemos llamar la “capacidad educativa”, ya sea en sentido activo como en sentido receptivo”39.

39
Nosengo, G., Persona humana y educación, idem.

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