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Cuaderno
06
Marzo de 2015
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La política nuestra de cada día
CUBA POSIBLE (No. 06-2015)
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miento, así como socializar el estudio y el debate sobre estos temas”.
A casi dos años de la publicación de ese documento, ¿cuál considera
que fue su trascendencia y el saldo de los debates públicos que suscitó?
Ese documento tuvo algo singular, que fue su propia concepción y elaboración
entre personas con ideologías manifiestamente distintas. Unos eran social-
católicos; otros, anarquistas; otros socialistas y republicanos democráticos.
Fue un ejercicio de diversidad, entendiendo que si predicas que la diversidad es
un valor fundamental de la vida política que debe afirmarse en la vida social,
también debes vivirlo como valor en tus interacciones concretas.
La vida política pasa por ahí, por la pluralidad de maneras de hacer política,
por la pluralidad de articulaciones políticas. Lejos de ver con sospecha la le-
gitimidad de un proyecto independiente —como fue Laboratorio Casa Cuba,
nacido fuera de cualquier tipo de institucionalidad—, se trata de construir esa
legitimidad a partir de la transparencia de los medios y los fines que se per-
siguen, del respeto, la honestidad y la seriedad con que se trabaja, de la calidad
cívica de lo que se propone.
Fue un aprendizaje constatar que hay mucha gente diversa que cree que esos
proyectos son valiosos, que apuesta por ellos, que los defiende. A veces uno
piensa que cosas así pueden quedarse en la soledad, pero te enseñan que no,
que hay muchas personas que pueden sumarse, participar y articularse para
generar proyectos de más aliento. Eso fue un aprendizaje. Como no se le da
visibilidad a ese tipo de propuestas, no sabes cuán compartida puede ser la
propuesta, pero los comentarios y el apoyo que recibimos ayudan a visualizar
que hay agendas compartidas dentro del país y varios consensos posibles.
Nosotros hemos vivido demasiadas polarizaciones; vivimos todavía en dema-
siadas polarizaciones y fracturas políticas. Como se decía en una época, entre
los que se fueron y los que se quedaron, los de izquierda y los de derecha, los
revolucionarios y los contrarrevolucionarios, que son imágenes atadas al con-
texto del que surgen, pero evolucionan en nuevos contextos. Creo que es nece-
sario mantener la diferencia como un valor, pero también hay que ser capaz de
reconocer, cuando las haya, comunidades, confluencias y consensos.
Una de las cosas en las que más insistía ese documento era en la despolari-
zación del campo político cubano. Y despolarizar no significa despolitizar. Es
lo contrario. Despolarizar es pensar la política más allá de las trincheras que
cada uno se construye para sobrevivir desde ellas, para conquistar un lugar
exclusivo desde ellas. Es pensar más en puentes que en trincheras.
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Los principios son comunes entre ambas experiencias porque estamos compro-
metidos con valores fundamentales, como los de república, libertad, justicia,
participación ciudadana, y con una visión expansiva de la democracia, que vin-
cula derechos individuales con derechos sociales, que no opone la democracia
formal a la democracia sustancial sino que piensa sus contenidos en interde-
pendencia, y que evalúa la democracia no solo por la capacidad de participar
políticamente sino también por la forma en que las decisiones políticas pueden
intervenir con éxito en el mejoramiento de las condiciones de vida de las per-
sonas.
Influir en lo que pasa en Cuba y, ojalá, en las decisiones que se toman. La as-
piración parece muy elemental: influir políticamente en el país. Eso sería lo
más normal cuando se vive con valores democráticos, pero es bastante singular
en el mundo en que vivimos debido a la oligarquización realmente existente
de la decisión política. El éxito reciente de Siriza, en Grecia, o el ascenso tre-
mendo de Podemos, en España, ha sido posible por la efectiva contestación que
produjeron contra el actor que garantiza y se beneficia en esos escenarios de
dicha oligarquización: “la casta”. Así militen sus miembros en España en la
“derecha” del PP o en “la izquierda” del PSOE, el resultado ha sido el mismo
para ese país: la política de austeridad europea, el desmontaje del Estado de
bienestar y la corrupción política.
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Aparte de la pertinencia histórica, ¿cómo se sitúa la discusión sobre
la soberanía en el contexto actual, considerando las transforma-
ciones que se están desarrollando?
Pienso que una transformación mucho más exitosa colocará al país en mejores
condiciones para negociar sus relaciones internacionales, regionales y cotidia-
nas con su entorno. Un país que construye mejor sus relaciones, que se hace
más diversificado en sus relaciones, que se construye desde adentro con más
fortalezas económicas, sociales, de participación política, que construye su so-
beranía desde abajo, queda en mejor posición para negociar su estar ante el
mundo.
La soberanía es también un recurso estratégico. Es una necesidad para de-
sarrollar sectores económicos del país y para la construcción democrática. Nos
conviene ser soberanos para tener control de nuestros recursos, para determi-
nar la diversidad de sectores estratégicos y para no atar la economía ni con-
dicionar las necesidades nacionales de redistribución de recursos a decisiones
de acreedores con el poder para imponer sus condiciones. Nos conviene para
tomar buena parte en cualquier instrumento del que se trate —en un tratado
de integración, en un intercambio, en cualquier tipo de relaciones políticas que
haya que establecer—. Te protege saber que estás siendo parte de una comu-
nidad que es respetada y tratada como igual.
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porque se ha insistido mucho en la necesidad de que la gente par-
ticipe, pero al mismo tiempo encuentras que no hay esa respuesta au-
téntica de participación. Entonces, ¿en qué medida la participación
puede funcionar como algo que se ordene?
Lo que dices tiene que ver con el diseño de distribución de poder real que existe
en Cuba, que es muy poco redistributivo, que concentra mucho en un lugar y
genera un vaciamiento de poder efectivo en el otro polo. No puedes concentrar
poder en el partido, en una estructura vertical de dirección, que toma deci-
siones y controla el tiempo y el espacio en que toma las decisiones, asegurando
así su continuidad, sin que por otro lado quede un público muy débil, en el
sentido de debilitado, que sí puede opinar y es consultado, pero tiene escasas
posibilidades de decidir o de codecidir.
Lo que podemos estar viendo con las personas que supuestamente no quieren
participar, es que están viviendo procesos de mucho desgaste, en los que sí
pueden ser consultadas, pero son muy poco decisoras de la materia sobre la
que se les consulta. Entonces en lugar de exigir más desde una retórica hacia
el individuo apático habría que repensar el diseño de la participación para
construir la capacidad de tomar parte en los procesos de toma de decisiones.
Si la gente se apropiara de la política como la forma para defender sus derechos
y utilizara la política para condicionar el precio del pan, del aceite, del puré
de tomate o del jabón en Cuba (y así hasta las relaciones internacionales del
país) habría mucha más participación. Porque la política se trata de eso, no de
decidir sobre espacios acotados sino de ser capaces de modificar las condiciones
sobre las cuales se decide.
El incentivo de la participación no viene solo del discurso, viene de la capaci-
dad real de ejercer la participación. Una vez que la gente participa, ya se hace
una cultura que se incentiva por sí misma cuando se empieza a ver los frutos
de lo que se está haciendo.
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cuando se separó el Estado del gobierno en esas dos provincias, y el catálogo
de derechos y deberes de la ciudadanía, que también se está modificando, por
ejemplo, con el tema del desarrollo del sector no estatal y los derechos labo-
rales y sindicales.
Sin embargo, si la Asamblea decide que no han sido modificados ninguno de
estos dos contenidos que he mencionado, decide por sí misma la reforma. Lo
que no podría hacer ningún ciudadano cubano, así fueran cinco millones, es
decir que como ciudadanos van a llevar el texto a referéndum. La ANPP puede
hacerlo según juzgue esos requisitos legales —como ocurrió en 1992, que es-
timó como no necesario el referendo popular— pero desde nuestro lugar como
ciudadanos no tenemos esa posibilidad. Y esto demuestra que estamos en una
relación distinta a la que debería ser, en la que seríamos nosotros los primeros
en generar política y el Estado el que debería convertirse en instrumento de
esa política.
Otra cosa que va en esta dirección es que la ley electoral define como parte de
las actividades del diputado explicarle la política del Estado a sus electores.
“Los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular tienen el deber de
desarrollar sus labores en beneficio de los intereses del pueblo, mantener con-
tacto con sus electores, oír sus planteamientos, sugerencias y críticas, y expli-
carles la política del Estado”. En ningún momento habla de elaborar la política
estatal con sus electores y defender esa política frente a otras instancias es-
tatales. Lo que ocurre es que el Estado hace la política y sus representantes se
la explican a los ciudadanos.
La revocación, otro ejemplo, que es un valor fundamental de una relación
política democrática entre el elector y el representante; está diseñada de un
modo en que es muy difícil, casi imposible, revocar a un delegado municipal en
el término de un mandato. Primero tiene que pasar un año antes de presentar
el recurso, pero no se puede revocar en los últimos seis meses del mandato, y
si en ese año la asamblea municipal se reúne solo dos veces, y son dos veces
las que tiene que pasar el proyecto de revocación por la asamblea municipal, al
final resulta muy difícil lograrlo.
Entonces, está diseñada la revocación, pero el propio diseño la obstaculiza.
Además, el funcionamiento desestimula la revocación, porque el represen-
tante es alguien con tan poco poder de decisión que no tiene mucho sentido
plantearse que si se revoca va a mejorar algo, porque la condición que no va a
cambiar es la condición en la cual él se desenvuelve. El que venga atrás va a
tener la misma capacidad de decisión y tendrías que revocarlo de nuevo y así
sucesivamente.
Creo que se trata de modificar la estructura de la participación del Estado cu-
bano y de independizarlo del partido para que efectivamente pertenezca a sus
ciudadanos. Hasta el momento, la Constitución regula que el Estado pertenece
al partido, en tanto el partido dirige al Estado, pero la soberanía tiene que
radicar en los ciudadanos, para hacer verdad el artículo tres del texto constitu-
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judicialmente a la administración, que significa poder pleitear o someter a
juicio por mala gestión a los órganos administrativos. Por ahí hay un campo de
alternativas que se puede desarrollar, además de otros vinculados a la autoor-
ganización de la ciudadanía para contestar y crear decisiones estatales.
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Y esa sabiduría, esa experiencia acu- Hay que pensar mucho hoy, también,
mulada, hay que escucharla, porque en los derechos a la propiedad, para
la política se trata de responder a usar de la propiedad que se tiene y
necesidades de la vida cotidiana, no no ser arbitrariamente despojado de
a enormes proyectos de futuro, que ella, para que si alguien emprende un
solo serán más fuertes en la medida pequeño negocio mañana no pueda
en que respondan a proyectos coti- ser despojado de la capacidad de ejer-
dianos. Si una Constitución logra in- cerlo porque se desautorice. Hablo
cluir el mundo de valores de la gente, de la propiedad no solo sobre bienes
se hace mucho más poderosa como físicos sino como capacidad de control
documento de regulación de la vida sobre las dinámicas de los procesos
nacional. económicos y sociales en los cuales se
participa. Pero también, y esto es par-
Como ciudadano, y también te de un mismo problema, necesita-
como jurista que ha estudiado la mos derechos ante la propiedad, que
Constitución y sus artículos con significa controlar el uso capita-lista
minuciosidad, ¿qué tres cambios de la propiedad, de aquella que se
esenciales le harías si pudieras? usa para acumular ganancia ilimita-
damente excluyendo a otros del ejer-
Creo que habría que admitir la entra- cicio de ella y burlando compromisos
da a cualquier forma de organización sociales y ambientales.
de la sociedad, en tanto expresión de No hay que tenerle miedo a la propie-
la soberanía popular, o sea, que exista dad per se. Necesitamos propiedades
un marco legal para que cualquier para vivir. Necesitamos una casa que
organización que cumpla este marco sea nuestra, en la que no pueda me-
quede habilitada por ley. Es lo que terse alguien —una persona o un ban-
hace, por ejemplo, la Constitución de co— y desahuciarnos. Pero también,
Ecuador, que contiene enormes va- necesitamos evitar que la propiedad
lores y, como todas, muchos proble- pueda concentrarse de un modo que
mas. desposea a otros de la posibilidad de
Otra cosa que haría, relacionada con tener propiedades. Son los derechos
la primera, sería habilitar la estricta ante la propiedad. El discurso institu-
autonomía de las organizaciones so- cional cubano lo está diciendo hoy en
ciales y evitar toda subordinación a términos de evitar la concentración
cualquier organización política, para de la propiedad, pero creo necesario
que respondan solo a sus bases. Si también habilitar mecanismos políti-
son sindicatos, que respondan solo a cos, sociales, institucionales, jurídi-
los obreros, si son estudiantiles, que cos, que lo eviten cotidianamente,
respondan solo a los estudiantes. protejan a los desposeídos y favorez-
Pero que ningún tipo de organización can el acceso a la propiedad.
política superior las subordine. Eso También habría que eliminar cual-
supondría una sociedad civil más plu- quier referencia a una doctrina de
ralizada y legitimada. Estado, que existe en tanto la Cons-
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titución conserva la apelación al marxismo (-leninismo) como contenido de
la política educativa y cultural del Estado y el deber de cada ciudadano de
“observar las normas de la convivencia socialista”. Yo soy un socialista conven-
cido, pero yo no quiero que la moral socialista sea la moral del Estado, ni que
el “marxismo-leninismo” sea la ideología oficial, porque el Estado tiene que
pertenecer a todos sus ciudadanos, y no puede tener una moral o una ideología
impuesta por ley a todos los miembros de la sociedad. Tienen que existir mo-
rales e ideologías distintas y posibilidades de elegir entre ellas. El Estado tiene
que ser capaz de habilitar condiciones públicas para el ejercicio distribuido de
la libertad, pero no determinar cuál es la moral o la ideología a seguir por sus
ciudadanos. Esto último debe ser una elección individual, si es que defendemos
tanto la libertad social como la individual.
Para terminar, ¿qué cree que pueda aprender Cuba del nuevo cons-
titucionalismo latinoamericano, en particular de las experiencias de
Venezuela, Bolivia y Ecuador?
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cuba
cubaposible@gmail.com
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