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Berkhofer, Robert F. Jr.

“Chapter 2: Narratives and Historization” en Beyond the Great


Story: History as a Text and Discourse. (Harvard University Press: 1995).
Traducción al español de Ilze Veinberga y Manuel Adrián Lee.

Capítulo 2: Narrativas e Historización

[26] Érase una vez, y hasta hace cincuenta años, de acuerdo con el relato de la escritura de la
historia proporcionado por Lawrence Stone en su artículo “The Revival of Narrative” (“La
resurrección de la narrativa”), que todas las historias eran historias narrativas. 1 Los
historiadores y sus lectores entendían con claridad cuáles eran las relaciones entre historia,
relato, narrativa, trama, voz y punto de vista. Una historia era un relato verdadero sobre el
pasado. Los historiadores organizaban su evidencia empírica y hechos en un relato modelado
sobre la base de las convenciones narrativas de la novela realista del siglo XIX. Una trama era
la organización por parte del autor de acciones en el relato, de acuerdo a las convenciones
cronológicas del “contar la historia”. La voz y el punto de vista le daban a los historiadores no
sólo una mirada sinóptica sobre los sujetos, sino también omnisciente.
El consejo de Savoie Lottinville al historiador principiante en The Rhetoric of History (La
Retórica de la Historia) transmite una buena idea de lo que significó la narrativa alguna vez en
la profesión:

Todas las construcciones históricas exitosas de tipo narrativo exhiben estas características:
Desarrollan el escenario y el tiempo de acción histórica necesarios…
Desarrollan las acciones de forma fluida y económica a través de una atención
consciente y constante a los actores de la acción histórica.
Utilizan convenciones narrativas bien establecidas tales como el punto de vista, el
entorno, la caracterización, todos los dispositivos de continuidad y mantenimiento
del suspenso implicados en el dictum de A.J.P. Taylor de que los personajes
históricos no saben qué es lo que les depara el destino.
Tratan la cronología (el tiempo) como algo en desarrollo, en vez de algo pasado.
Hacen uso del discurso indirecto, cuando legítimamente podría haber sido extraído
de documentos, como una convención admisible, en lugar del diálogo del novelista.
Su intención es recrear lo que de hecho tuvo lugar en el tiempo de los hechos. Su
preocupación es el ahora de la historia, no el fue. 2

[27] En décadas recientes, de acuerdo con la narrativa de Stone, varias escuelas


históricas habían repudiado las narraciones, junto con los sujetos tradicionales de las
exposiciones históricas. La escuela de los Annales de la historiografía francesa enfatizaba las
tendencias de larga duración, y los factores demográficos y ambientales, a costas de individuos
y eventos específicos. Al final, algunos teóricos de la escuela llegaron a negar el cambio y la
cronología como el objeto principal de los estudios históricos en su búsqueda de la longue
dureé [en francés, “larga duración”], en oposición a la historia de meros eventos. 3 La historia de

1 Lawrence Stone, “The Revival of Narrative”, Past and Present, no. 85, pp.77-96. William Palmer, “Lawrence Stone
and the Revival of Narrative”, South Atlantic Quarterly, 85 (Primavera 1986), 176-182, ofrece enmiendas importantes
a las declaraciones y el relato de Stone. Compara Mark Phillips, “The Revival of Narrative: Thoughts on a Current
Historiographical Debate”, University of Toronto Quarterly, 53 (Invierno 1983-84), 149-165. Ver también el ensayo
concluyente de Peter Burke, “History of Events and the Revival of Narrative”, en New Perspectives on Historical
Writing, ed. Peter Burke (University Park: Pennsylvania State University Press, 1991), pp. 233-248.
2 Savoie Lottinville, The Rhetoric of History (Norman: University of Oklahoma Press, 1967), pp. 49-50.
3 Ver Paul Ricoeur, Time and Narrative, traducción al inglés de Kathleen McLauglin Blamey y David Pellauer, 3 vols.
(Chicago: University of Chicago Press, 1984.88), vol. 1, pp. 99-111, para comentarios en la escuela de los Annales y
“el eclipse del evento en la historiografía francesa”. Comparar junto con otros: Traian Stoianovich, French Historical
Method: The Annales Paradigm (Ithaca: Cornell University Press, 1976); Georg Iggers, New Directions in European
Historiography, ed. revisada. (Middletown, Conn.: Wesleyan University Press, 1984), pp.43-79; Peter Burke, The
French Historical Revolution: The Annales School, 1929-1989 (London: Polity Press, 1990); Lynn Hunt, “French
History in the Last Twenty Years: The Rise and Fall of the Annales Paradigm”, Journal of Contemporary History, 21
(Abril 1986), 209.224. Philippe Carrard, Poetics of the New History: French Historical Discourse from Braudel to

1
las ciencias sociales, particularmente en los Estados Unidos, buscaba explicaciones
nomológicas o generalizadas a través de la explícita puesta a prueba de teorías de las ciencias
sociales y reemplazó al relato habitual por un modelo supuestamente analítico. Sus
practicantes condenaban la historia narrativa porque no lograba explicar el fenómeno
investigado a través de modelizaciones causales precisas.4 En oposición a esta tendencia,
Stone creía ver los comienzos del “renacer de la narrativa”, a la vez que algunos de los
historiadores franceses más notorios se alejaban de la descripción de influencias climáticas en
el cambio social y los ciclos preindustriales de la vida hacia las mentalités de las personas que
estudiaban. Aunque estos historiadores se concentraban en los pobres y oscuros en vez de los
ricos y famosos, incluían un análisis en la narrativa, enfatizaban tanto los símbolos como los
comportamientos, y contaban sus relatos de manera, de alguna forma, diferente a los modelos
clásicos del siglo XIX, ellos empleaban formas narrativas, argumentaba Stone, para explicar su
entendimiento de las sociedades del pasado.5
La perspectiva de Stone sobre la historia de la escritura de la historia dio forma a su
definición de narrativa, en oposición a las aproximaciones analiticas al pasado:

Se entiende por narrativa la organización de material en un orden cronológicamente


secuencial, y el foco del contenido en un relato singular y coherente, aunque con sub-
tramas. Los dos modos esenciales en los que la narrativa difiere de la historia estructural
son que su ordenamiento es descriptivo más que analitico, y su centro focal es el hombre y
no las circunstancias. Por lo tanto, trata con lo particular y lo específico más que lo colectivo
y estadístico. La narrativa es un modo de escritura histórica, pero es un modo que también
afecta y es afectado por el contenido y el método. 6

Aparte de utilizar un modelo narrativo del siglo XIX en vez de uno del siglo XX, Stone
simplificaba demasiado la relación entre las narrativas y la estructuración del pasado como
historia en relación de cuatro factores: (1) el rol que las narrativas juegan, por lo general, en las
prácticas históricas y la similitud resultante entre las historias narrativas y las no-narrativas,
como también sus diferencias; (2) la relación entre historia y ficción -o la conexión entre la
estructura de interpretación y la estructura de los hechos- en un texto específico y en la historia
en general; (3) la diferencia entre argumento y narración en la práctica histórica y su relación
con las historias narrativas y no-narrativas; y (4) la relación entre las estructuras de expresión y
las estructuras de contenido en la creación de patrones del discurso histórico.

[28] El Paradigma de la Historia Normal

Entre los desafíos actuales de los historiadores profesionales, pocos parecen más importantes
-y menos atendidos- que aquellos aportados por los teóricos literarios y retóricos. Por qué
tantos historiadores encuentran tan devastadoras las implicancias de las teorías literarias y
retóricas se aclara si observamos el proceso por el cual suponen que crean historia escrita a
partir de la evidencia del pasado. ¿Qué deben predicar los historiadores sobre el pasado en su
metodología, a fin de concebirlo como historia en general y representarlo en lo que hoy

Chartier (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1992), provee el acercamiento de un crítico literario a la
escuela de los Annales.
4 Tomo prestado el término “historia de la ciencia social”, del nombre de la Social Science History Association y de
su journal, Social Science History (1976-). Fue asociado principalmente con la cuantificación y el análisis estadístico,
pero su filosofía metodológica y sus objetivos eran mucho más amplios que el que los críticos del movimiento
permitían. Para una explicación de su filosofía ver Robert W. Fogel y Geoffrey R. Elton, Which Road to the Past?
Two Views of History (New Haven: Yale University Press, 1983), pp. 5-70. Comparar la disputa por la cobertura legal
en la filosofía y “el eclipse del entendimiento” (“the eclipse of understanding”) en Ricoeur, Time and Narrative, vol. 1,
pp. 111-120.
5 Tanto Carrard, Poetics of the New History, pp.62-70; como Palmer, “Lawrence Stone and the Revival of Narrative”,
cuestionan si Stone estaba en lo correcto al atribuir la narrativa al trabajo de aquellos Annalistes a quienes él la
atribuye.
6 Stone, "The Revival of Narrative," pp. 3-4.

2
llamamos una historia? ¿Cómo y qué pueden esperar saber acerca de un pasado si ya no
existe? Los historiadores responden el cómo haciendo referencia a la idea de contextualismo, y
el qué haciendo referencia a la noción de plenitud. En este caso, el cómo determina el qué,
porque la suposición de una complejidad plena del pasado requiere del contextualismo como
su metodología principal, si buscamos explicar los métodos por los cuales los historiadores
supuestamente crean historia escrita. Estos métodos y su justificación filosófica están fundados
sobre el paradigma que puede ser llamado “historia normal”.7
La práctica de la historia normal depende del uso de métodos profesionalmente
aceptados para la obtención de hechos acerca del pasado a partir de evidencia o fuentes. Pero
combinar esos hechos en una narrativa coherente u otra forma de síntesis es aún más
importante, si una historia debe ser más que una colección de hechos. En consecuencia, a
partir de fuentes que supuestamente son acerca del pasado o la historia, y provenientes de
ella, el historiador normal crea generalizaciones que están reunidas en una síntesis que es, una
vez más, llamada en la actualidad (una) historia. La ambigüedad de la palabra “historia” es
deliberada, porque se supone que la historia escrita reconstruye o describe eventos,
comportamientos, pensamientos e instituciones del pasado en la forma en que existieron. La
presuposición fundamental de la práctica de la historia normal es, por lo tanto, que los trabajos
de los historiadores son representaciones precisas del pasado real, idealmente de la misma
forma en la que los fotógrafos son pensados con relación a sus sujetos o, por lo menos, de la
misma forma en la que los mapas son al terreno representado, en una analogía más frecuente.
De esta forma la historia escrita actúa como si fuese un medium transparente entre el
pasado y la mente del lector. F. R. Ankersmit argumenta que la suposición común de
transparencia de los historiadores presupone dos postulados:

En primer lugar, el texto histórico es considerado “transparente” con relación a la realidad


histórica subyacente, la cual el texto revela por primera vez. A continuación, el texto histórico
es visto como transparente en relación con el juicio del historiador acerca de la parte
relevante del pasado, o en otras palabras, en relación con las intenciones (historiográficas),
con las que el historiador escribe el texto. De acuerdo con el primer postulado de
transparencia, el texto ofrece un “mirada a través del texto” acerca de una realidad pasada;
de acuerdo al segundo, el texto es un vehículo completamente adecuado para las
observaciones historiográficas o las intenciones del historiador. 8

Aunque ambos, historiadores y lectores, negarían estos postulados de forma consciente, la


presuposición central de la empresa histórica idealizada [29] todavía implica la transparencia
del medio si es que la exposición ha de comunicar, o por lo menos reflejar, la realidad pasada.
De otro modo, ¿por qué asumir que la veracidad o validez de una historia puede ser puesta a
prueba por referencia a la realidad pasada en sí misma - aunque se supone que el pasado
abarca mucho más que las fuentes o los restos de los cuales se lo deriva?
La Figura 2.1 retrata el proceso idealizado de la práctica de la historia normal. En este
diagrama y en el siguiente, las líneas sólidas designan las conexiones establecidas en la
práctica real, y las líneas punteadas representan las inferencias que sostienen esas prácticas
de acuerdo al paradigma normal para construir la historia.

7 La idea de “historia normal” se deriva de Thomas Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions (Chicago:
University Press, 1962), quien utilizaba el término “ciencia normal” para designar las premisas fundamentales, las
varias prácticas y los productos básicos de la empresa científica en cualquier Era dada. Yo uso “historia normal” a lo
largo de este libro para indicar las suposiciones paradigmáticas de la erudición histórica en nuestro tiempo (pero el
término también podría ser aplicado a Eras anteriores de la práctica histórica). Empleo este término por sobre
“historia tradicional) porque los historiadores han etiquetado como prácticas “no tradicionales” y “tradicionales” a sus
oficios utilizando una cantidad invariablemente extensa de suposiciones. “Historiadores normales” es mi forma de
abreviar a los historiadores que aplican el paradigma normal en su práctica.
8 F.R. Ankersmit, The Reality Effect in the Writing of History: The Dynamics of Historiographical Topology
(Amsterdam: Koninklijke Nederlandische Akadamie van Wtenshften Noord-Hollandische, 1989), pp. 5-6. Como
Ankersmit observa, estos dos postulados se presuponen, ambos, y se contradicen el uno al otro desde la
perspectiva de la teoría literaria y retórica reciente.

3
Historia síntesis

hechos

Pasado evidencia

Figura 2.1

Entonces, en la práctica de la historia normal los métodos históricos usualmente refieren a los
modos en los cuales los historiadores derivan hechos de las fuentes más que a cómo esos
hechos son combinados en una síntesis expositiva mayor. Los manuales más comunes
discuten cómo validar fuentes como evidencia y cómo derivar hechos de dicha evidencia, pero
dicen poco acerca de cómo conectar esos hechos validados en una narrativa coherente u otro
tipo de exposición.9 Dado que los historiadores creen que los juicios morales y políticos le dan
forma a la selección de tópicos y a la síntesis de hechos; y que las perspectivas de los
historiadores sobre la naturaleza humana básica y los ordenamientos sociales también influyen
sobre estos pasos, el diagrama de arriba debería ser modificado para reflejar estos dos
procesos. La Figura 2.2 también indica que utilizo el término “metodología” para referirme a la
filosofía de los métodos más que a los métodos en sí mismos.

La teorización de los historiadores profesionales acerca de la naturaleza de su tarea


usualmente termina en este punto, porque más allá de esta etapa de la práctica ya no parece
muy problemático entender el pasado o su representación como historia. Pero este es el punto
en el que los filósofos y los teóricos literarios y retóricos empiezan sus análisis de la práctica

9 Por ejemplo, comparar los caps. 8-11 y 3-7 en Louis Gottschalk, Understanding History: A Primer of Historical
Methods, 2da ed. (New York: Alfred A. Knopf, 1969). Ver también las partes 2 y 3 en Jacques Barzun y Henry F. Graf,
The Modern Researcher (New York: Harcourt, Brace and World, 1957). Una excepción a esta generalización es
Lottinville, The Rhetoric of History.

4
histórica. La teoría literaria y retórica señala cuestiones que fuerzan una reconsideración de
todo el lado izquierdo del diagrama en la Figura 2.2.10
Tal concepción de las tareas del historiador todavía deja de lado la pregunta propuesta
con anterioridad: ¿qué deben suponer los historiadores normales acerca del pasado para
concebirlo o representarlo como (una) historia? Para considerar las fuentes históricas como
evidencia del pasado, los historiadores predican que las evidencias son lo que queda de
eventos pasados reales y conductas y tienen una relación con esas realidades pasadas tal que
[30] el historiador puede reconstruir esos eventos pasados y conductas de ellas. La cuestión de
si la evidencia documental o de otro tipo tiene algún tipo de relación directa, simbólica, imitativa
u otro tipo de relación semiótica con las ideas y acciones del pasado es fundamentalmente
menos importante para los historiadores que la proposición de que los artefactos
sobrevivientes, sin importar cuán numerosos sean, no son más que una pequeña parte de los
que alguna vez fueron producidos; estos artefactos revelan solamente una porción minúscula
de la realidad pasada en su totalidad.
Los historiadores normales y los eruditos en otras disciplinas, a menudo desde posturas
metodológicas bastante diferentes, se preocupan por “capturar” la plenitud del pasado en toda
su complejidad. Como declaró sucintamente el historiador intelectual estadounidense Thomas
Haskell: “Ningún paradigma puede dominar la riqueza de la realidad.”11 Igualmente, el
sociólogo histórico Charles Tilly concede que “no es humanamente posible construir un análisis
coherente de la historia de todas las relaciones sociales: el objeto de estudio es demasiado
complejo, diverso y amplio.”12 Más allá de las dificultades, el filósofo francés Henri-Irénée
Marrou hace de este esfuerzo el objetivo principal de la historia normal: “la explicación es el
descubrimiento, la comprensión, el análisis de mil conexiones que, en un modo posiblemente
inextricable, unen las muchas caras de la realidad humana las unas a las otras. Estas
conexiones atan cada fenómeno con otro fenómeno vecino, cada estado a los anteriores,
inmediatos o remotos (y de manera similar a sus resultados).” 13 Cada uno de estos eruditos
concibe a su manera la realidad pasada de acuerdo con el postulado de la plenitud.
En la medida en que los historiadores y otros eruditos suponen al pasado como una
plenitud, se enfrentan a una paradoja: ¿cómo (qué) pueden ellos saber acerca de un pasado
mayor para el que no tienen evidencia, pero que aún así suponen como básico para la
comprensión de parte o todo el pasado como historia? En la medida en que reconocen la
existencia de la paradoja, deben buscar modos de interpretación y explicación para
trascenderla, sea en la escritura de un libro especializado o una historia general o en la
reflexión histórica en general. Este no es el tema de la selección que todos los historiadores
enfatizan [31] frecuentemente en la elección de un tema, el modo de interpretación o aún en los
modos de prueba o la elección de evidencia, por importantes que estos temas sean para los
historiadores y sus lectores. Tal selección es necesaria a partir del postulado de plenitud, pero
la selectividad no es el modo de comprender la historia como plenitud. Más bien, el problema
de reconstruir la plenitud toca el núcleo de cómo los historiadores conciben e interpretan el
pasado como historia, porque conecta cuánto pueden saber del pasado con cómo saben
acerca de la historia en general.

10 Tal vez la mejor prueba de este punto es enfrentado por la comparación de los diagramas en Robert F.
Berkhofer, Jr., A Behavioral Approach to Historical Analysis (New York: Free Press, 1969), pp. 21, 23, 25 junto con
los que aparecen en este texto.
11 Thomas L. Haskell, The Emergence of Professional Social Science: The American Social Science Association
and the Nineteenth-Century Crisis of Authority (Urbana: University of Illinois Press, 1977), p. 20. Aunque Haskell
argumentaba específicamente esto en relación con la concepción de paradigma de Thomas Kuhn, confío que la
interpretación que ofrezco en esta oración no distorsiona su significado mayor.
12 Charles Tilly, “Retrieving European Lives”, en Reliving the Past: The Worlds of Social History, ed. Olivier Zunz
(Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1985), p. 12.
13 Henri-Irénée Marrou, The Meaning of History, traducción al inglés de Robert J. Olsen (Baltimore: Helicon, 1966),
p. 192.

5
El contextualismo como metodología

Para el historiador, la noción de contexto es una manera de comprender la plenitud del pasado
y al mismo tiempo representarlo a través de una descripción densa, si tomamos prestado un
término de Clifford Geertz.14 El contextualismo es el modo primordial de comprensión histórica,
incluso para quienes optan por otras formas no-narrativas de exposición.15
La idea de contexto es tan fundamental para los modos que tienen los historiadores de
mirar el pasado, que ésta rara vez es formulada explícitamente, salvo por parte de filósofos y
teóricos. Aun así, los historiadores constantemente se instan a sí mismos y a los demás a
“poner las cosas en su contexto”. Los estudiantes en el aula y los lectores de historias
rápidamente aprenden, como historiadores principiantes, el significado y la amplia aplicabilidad
del término. Las palabras y las oraciones deben ser leídas en el contexto del documento, y el
documento mismo debe ser leído como parte de la comunidad discursiva, o del sistema
ideológico y de creencias que le proporcionó sentido en ese momento del tiempo. Los
discursos y las visiones del mundo, por su parte, requieren del contexto de sus culturas y
épocas. De la misma manera, las actividades e instituciones humanas tienen que ser
comprendidas en la red más amplia de comportamiento u organización y estructura social, de
la cual, aparentemente, forman parte. Las prácticas sociales, políticas, religiosas, económicas,
familiares, filantrópicas y otras prácticas institucionales sólo cobran sentido si están plasmadas
en sus propios contextos sociales y culturales. Aunque los historiadores pueden diferenciarse
entre sí respecto a qué es lo que constituye un contexto propiamente dicho en cada caso
particular, ellos no cuestionan el atractivo básico de encontrar un contexto que sirva como
trasfondo apropiado para comprender las ideas, los comportamientos y las instituciones del
pasado. Como veremos, incluso los historiadores cuantitativos y sociológicos ven el pasado
exclusivamente en términos contextualistas. De ese modo, épocas y naciones, guerras y
movimientos sociales, individuos y eventos, y discursos y diarios íntimos todos tienen que ser
situados en sus contextos.16
Los historiadores comparten la noción de contexto con otras disciplinas. Al igual que los
teóricos literarios, buscan los contextos de autoría, discursivos y culturales de los textos y los
documentos. Al igual que los antropólogos, desarrollan los contextos culturales y sociales de
los sujetos que estudian. Al igual que los científicos sociales, intentan ubicar las instituciones
económicas y políticas, entre otras, en la red de relaciones [32] que, aparentemente,
14 Este término prestado de Gilbert Ryle y popularizado en las ciencias humanas en Clifford Geertz, tiene su propio
contexto y, por lo tanto, significado en Geertz, The interpretation of Cultures (New York: Basic Books, 1973), cap. 1,
“Thick Description: Toward an Interpretive Theory of Culture”. Geertz presenta este término como una forma de
describir la cultura “como sistemas de sistemas construibles interconectados… la cultura no es un poder, algo a lo
que los eventos sociales, conductas, instituciones o procesos pueden ser causalmente atribuidos; es el contexto,
algo dentro de lo cual pueden ser inteligiblemente -eso es gruesamente- descriptos” (“as interworked systems of
construable signs… culture is not a power, something to wich social events, behaviors, institutions, or processes can
be causally attributed, it is context, something within wich they can be intelligibly- that is thickly- described”); p. 14.
15 Aunque Hayden White, Metahistory: The Historical Imagination in Nineteenth-Century Europe (Baltimore: Johns
Hopkins University Press, 1973), pp. 18-20, argumenta que el contextualismo es solo uno de cuatro modos de
argumentacion formal disponible para los historiadores, también admite que “puede ser observado como una
combinación de los impulsos dispersivos detrás del Formismo, por un lado, y los impulsos integradores detrás del
Organicismo, por el otro” (“can be regarded as a combination on the dispersive impulses behind Formism on the one
hand and the integrative impulses behind Organicism on the other hand”). Dado que intenta evitar la abstracción del
organicismo y el mecanicismo, asegura Hayden White, es preferible en la práctica de la historia normal, junto con el
formismo.
16 Dominick LaCapra ofrece una estimulante lista de seis tipos de contextos en “Rethinking Intellectual History and
Reading Texts”, en Modern European Intellectual History: Reappraisals and New Perspectives, ed. Dominick
LaCapra y Steven L. Kaplan (Ithaca: Cornell University Press, 1982), pp. 57-78; reimpreso en Dominick LaCapra,
Rethinking Intellectual History: Texts, Contexts, Language (Ithaca: Cornell University Press, 1983), pp. 35-59. La
jerarquía de niveles de abstracción en el análisis histórico de Dale H. Porter, desde la totalidad del evento a los
individuos a través de los grupos sociales, instituciones y elementos ideacionales, hasta fuerzas o factores mayores
y la significancia universal de los eventos, en The Emergence of the Past: A Theory of Historical Explanation
(Chicago: University of Chicago Press, 1981), pp- 86-97, puede también ser leída como tipos de contextos. LaCapra
usa la Ley de Reforma de 1832 en Inglaterra como su ejemplo al aplicar estos niveles, pero uno podría igualmente
leer el ejemplo como formas de contextualizar un evento en la historia normal.

6
constituyen una sociedad o una nación. Los historiadores no pueden siquiera pretender que
sólo ellos buscan ubicar las cosas en el contexto de sus épocas, por más que esta pretensión
es la supuesta marca distintiva de la disciplina. 17 No existe pecado historiográfico más grande
que cometer un anacronismo, al representar algo por fuera del contexto de su respectiva
época.18
Sin embargo, pese a la importancia que el proceso tiene para ellos, los historiadores
rara vez debaten qué implica “poner las cosas en su(s) contexto(s)” en tanto práctica, o cuáles
serían las consecuencias de esa práctica para la profesión, o para su audiencia de estudiantes
y otros lectores. Los manuales de práctica historiográfica presuponen la práctica, sin analizarla
como método. Usualmente, sólo los historiadores intelectuales debaten explícitamente el papel
que tiene el contexto en la interpretación de un libro o de un documento, pero demasiado
frecuentemente sus argumentos se enfocan sobre las cuestiones del reduccionismo: ¿cuán
grande fue el papel del contexto social y cultural en la producción de un texto? ¿Debería
explicarse la invención, así como la intención de un autor principalmente, o solamente a través
del contexto social y cultural de ese autor? ¿Esta explicación contextual simplifica demasiado el
carácter novedoso de las grandes ideas e impide la apreciación de una grandiosa obra literaria,
o de un considerable logro de la ciencia, en tanto tales?19
Para descubrir las presuposiciones intelectuales del contextualismo que son
fundamentales para las prácticas históricas, habría que dirigirse a los filósofos de la historia y
otros teóricos. W. H. Walsh describió el proceso de contextualización bajo el término de
“coligación” [colligation]:

El historiador y su lector inicialmente afrontan algo que parece una masa inconexa de
material, y luego el historiador procede a mostrar que esto puede cobrar sentido, tras
revelar ciertos temas o desarrollos recurrentes. Al especificar lo que estaba pasando en ese
momento, él resume los eventos individuales y nos dice cómo considerarlos. O,
alternativamente, escoge qué era significativo en los eventos que él relata, donde qué es
significativo significa qué apunta por afuera de su propio alcance y se conecta con otros
acontecimientos, a modo de fases en un proceso continuo. 20

En tanto proceso, entonces, el contextualismo coligatorio [colligatory], es siempre relacional,


pero no necesita ser fuertemente integrador. En su libro Metahistoria [Metahistory] Hayden
17 Como E.P. Thompson argumentaba, por ejemplo, en “Anthropology and the Discipline of Historical Context”,
Midland History, 1 (Primavera 1972), 41-55. Como Michael Kammen observa, “una escrupulosa atención al
contexto” (“a scrupulous attention to context”) es uno de los “atributos más distintivos” (“most distinctive attributes”)
del oficio histórico; Selvages & Biases: The Fabric of History in American Culture (Ithaca: Cornell University Press,
1987), p.36.
18 Mark Cousins, “The Practice of Historical Investigation”, en Post-Structuralism and the Question of History, ed.
Derek Attridge, Geoff Bennington y Robert Young (Cambridge: Cambridge University Press, 1987), p. 127, llama
anacronismo al equivalente temporal del etnocentrismo o “cronocentrismo”. Comparen mi término
“temporocentrismo” en A Behavioral Approach to Historical Analysis, pp. 144-145. Que el ideal de historicidad
demanda la noción de anacronismo, sin embargo, es el argumento de Jonathan Rée, “The Vanity of Historicism”,
New Literary History, 22 (Otoño 1991), 978-981, porque el presente no puede describir o explicar el pasado sin pecar
de anacronismo.
19 David Boucher, Texts in Context: Revisionist Methods for Studying the History of Ideas (Dordrecht: Martinus
Nijhoff, 1985), discute argumentos estándar de los problemas por los historiadores intelectuales. James Tilly, ed.,
Meaning and Its Context: Quentin Skinner and His Critics (Princeton: Princeton University Press, 1988), ofrece
menos puntos relevantes en estos asuntos que lo que su título parecería indicar, pero ver Mark Bevir, “The Errors of
Linguistic Contextualism”, History and Theory, 31, no. 3 (1992), 276-298.
20 William H. Walsh, “Colligatoy Concepts in History”, en The Philosophy of History, ed. Patrick Gardiner (Oxford:
Oxford University Press, 1974), p. 136. Ver también idem, An Introduction to the Philosophy of History, 3era ed.
(London: hutchinson, 1967), pp. 59-64, para otra discusión acerca de qué quiere decir con el término “coligación”. La
discusión es discutida y clarificada en L.B. Cebik, “Colligation and the Writing of History”, Monist, 53 (Enero 1969),
40-57; C. Behan McCullagh, “Colligation and Classification in History”, History and Theory, 27, no.3 (1978), 267-284;
y William H. Dray, On History and Philosophers of History (Leiden: E.J. Brill, Ritter, Dictionary of Concepts in History
(Westport, Conn,: Greenwood Press, 1986), pp. 50-55. Comparar la nocion de configuración como la base de la
comprensión histórica en Louis Mink, “History and Fiction as Modes of Comprehension”, New Literary History, 1
(Primavera 1970), 541-558; y la elaboración de esta idea como parte del entramado por Ricoeur, Time and
Narrative, vol. esp. 1, cap. 2 y 2.I discute el entramado en el capítulo 5.

7
White describió de manera bastante extensa cómo opera el contextualismo en tanto
metodología:

El Contextualismo procede (...) aislando algunos (en realidad, cualquier) elementos del
campo histórico como objeto de estudio, ya sea que se trate de un elemento tan grande
como “la Revolución Francesa”, o tan pequeño como un día en la vida de alguna persona
en particular. Luego, procede a escoger los “hilos” que vinculan el evento a ser explicado
con diferentes áreas del contexto. Los hilos son identificados y trazados hacia afuera, al
espacio natural y social circundante [circumambient] en que el evento ocurrió, y también
hacia atrás en el tiempo, para determinar los “orígenes” del evento, y hacia adelante en el
tiempo, para determinar el “impacto” e “influencia” sobre los eventos subsiguientes. Ese
procedimiento de trazado termina en el punto donde los “hilos” desaparecen en el contexto
de algún otro “evento”, o bien, “convergen” para causar el acontecer de algún “evento”
nuevo. El impulso no es integrar todos los eventos y tendencias que podrían [33] ser
identificados en todo el campo histórico [¿la plenitud?], sino, más bien, vincularlos en una
cadena de caracterizaciones provisionales y restringidas de áreas limitadas de una
ocurrencia manifiestamente “significativa”. 21

Por debajo de esa perspectiva subyace el principio del historicismo: lo que pasó es
descrito y, de ahí, explicado o interpretado en términos de cuándo pasó y qué fue lo que pasó
alrededor al mismo tiempo, o a través del tiempo, dependiendo de si se enfatiza la sincronía, o
la diacronía.22 Ya sea que los eventos estén configurados o agrupados como coexistentes al
mismo tiempo, o, bien sean descritos como partes de un mismo proceso o un mismo desarrollo
en el tiempo, su significado es derivado de las interrelaciones, que están incrustadas en algún
marco temporal. Hayden White explicó bien qué es lo que conlleva semejante perspectiva:

La presuposición que da forma al Contextualismo es que los eventos pueden ser explicados
mediante su ubicación en el “contexto” de su acontecer. Por qué sucedieron de esa manera
ha de explicarse revelando las relaciones específicas que tenían con otros eventos que
sucedían en el mismo espacio histórico circundante… El Contextualista insiste en que “lo
que pasó” en el campo puede ser explicado a través de la especificación de las
interrelaciones funcionales que existían entre los agentes y los medios presentes en el
campo en un determinado momento. 23

Más allá de si el contextualismo llega o no a una verdadera explicación de acuerdo a los


estándares científicos, sus exponentes creen establecer un patrón, que es algo más que una
mera contigüidad temporal o un azar. Si bien de acuerdo con un modo estrictamente
determinista estos vagos patrones contextualistas no explican, de todos modos cumplen con
los criterios explicativos de una práctica histórica normal, a pesar de cualquier conjetura sobre
la contingencia y el libre albedrío. Mientras que los historiadores de las ciencias sociales y otros
defensores de un modelo científico generalizado de explicación histórica pueden cuestionar si
el contextualismo explica algo bien, o si explica algo en absoluto, al mismo tiempo tampoco
pueden presentar ninguna metodología que sea mejor para la comprensión de la plenitud del
pasado que ellos también postulan.24

21 White, Metahistory, pp. 18-19.


22 Ritter, Dictionary of Concepts in History, pp. 183-188, estudia los diferentes significados de “historicismo” y
provee una breve bibliografía a este tan discutido asunto. El filósofo Robert D´Amico discute las implicancias del
concepto en Historicism and Knowledge (London: Routledge, 1989).
23 White, Metahistory, pp. 17-18.
24 Solo los historiadores de las ciencias sociales parecen haber intentado aplicar los que se llama el modelo de la
ley de cobertura de la explicación histórica en sus análisis de evidencia y la construcción de modelos. Muchos de os
articulos importantes han sido reimpresos en Patrick Gardiner, ed., Theories of History (Glencoe, 111: Free Press,
1959), pp. 344-475. Ver Ricoeur, Time and Narrative, vol. 1, pp. 110-155, para exposición y análisis de los problemas
entre los exponentes del modelo de ley de cobertura y sus oponentes narrativistas. El contextualismo presenta
problemas conceptuales para el historiador de las ciencias sociales porque parece ser el caso para todas las
variables dependientes sin ninguna de las independientes para explicar el fenómeno investigado.

8
De nuevo, esto no es para discutir si los historiadores abstraen, generalizan,
seleccionan y organizan los datos cuando contextualizan o si no lo hacen, porque lo cierto es
que lo hacen. Más bien, la pregunta es cómo esos métodos y maneras de comprensión
contribuyen al contextualismo en tanto modo primario de comprender el pasado como plenitud.
La mayoría de los historiadores y otros investigadores suscriben al contextualismo, no sólo
como modo primario, sino como el único modo, a fin de cuentas, para entrelazar todos, o al
menos unos cuantos, de los hechos del pasado. Es en ese sentido que el término de Clifford
Geertz “descripción densa” se aplica a una práctica histórica normal.
El contextualismo como estrategia de comprensión es tanto relacional, como
integradora. Mediante una relación entre los elementos o partes entre sí, y desde allí con una
totalidad explícita o implícita, el contextualismo explica las partes y la totalidad
simultáneamente. Se supone que se logra tal explicación cuando la unidad de estudio y su
contexto devienen la misma cosa, o coinciden. De esa manera, el [34] contextualismo intenta
zanjar la dispersión inherente a la multiplicidad de detalles, fundamental para la noción de
plenitud, con la coherencia e integración esenciales para describir y comprender el pasado
como una historia sobre esa plenitud.
El enfoque busca, pues, en su esencia, “unidad en la diversidad” para describir, y, de
ahí, explicar el pasado como historia.25 Walsh lo expuso en los siguientes términos:

El supuesto subyacente (…) es que diferentes eventos históricos pueden entenderse como
complementarios hacia la constitución de un mismo proceso, del cual todos estos eventos
forman parte y al cual todos pertenecen juntos de alguna manera particularmente íntima. Y
el primer objetivo del historiador, cuando se le pide explicar tal o cual evento, es verlo como
parte de este proceso, ubicarlo en su contexto, tras mencionar otros eventos con los cuales
está vinculado.26

Así, el contextualismo postula, como lo muestran las citas anteriores, un holismo que es dejado
impreciso a propósito. Ya sea que emplee modelos funcionalistas, organicistas, sistémicos, o
mecanicistas, sea que se le llame sistema o meramente un ensamble de datos, el método - ¿es
perspectiva una palabra mejor? – subraya las interrelaciones de las partes y los elementos.
Los supuestos metodológicos del contextualismo tienden a presentar un sujeto o
unidad de estudio como únicos, ya sea que se trate de una recopilación de eventos, una era o
toda la historia. Como el contexto – ya sea cultural, social u otro - de los eventos,
comportamientos, pensamientos etcétera se amplía, el patrón general de significado que es
distinguido y elaborado, enfatiza los elementos no repetitivos, a costas de otros elementos, que
sí podrían ser compartidos. El contextualismo, entonces, subraya la individualidad de la red
general de relaciones. Al final, el sujeto de estudio y el contexto devienen lo mismo o coinciden,
bajo la contextualización que funciona como método y como una manera de comprender.
Cuanto más plenamente coincidente deviene la red de relaciones respecto a la sociedad o la
cultura en su totalidad, tanto más particular o único será el patrón general, en relación a otras
culturas o sociedades.27
Debido a que el contextualismo retrata [renders] la unidad de estudio y su contexto
como algo único, para el historiador que lo usa como método para comprender el pasado como
plenitud, o para representar ese pasado como historia, la historia comparada se vuelve
prácticamente un oxímoron. La mayoría de los historiadores consideran comparación e historia
como mutuamente excluyentes. El historiador francés Paul Veyne, por ejemplo, niega
llanamente que la historia pueda alguna vez ser comparativa, porque depende de clases

25 Walsh, “Colligatory Concepts in History”, pp. 143-144, usa esta fórmula que toma del “concreto universal” de
Hegel como coligación.
26 Walsh, Introduction to the Philosophy of History”, pp. 23-24; comparar con ibid., pp.62-63.
27 Sostengo esto a pesar de los argumentos de McCullagh, “Colligation and Classification in History”, y Walsh,
“Colligatory Concepts in History”, acerca del uso términos clasificatorios generales para la coligación, tales como
“revolución” y “renacimiento”.

9
[types] que “no son otra cosa que conceptos”. 28 Los pocos historiadores que instan a la
comparación a sus colegas ven su utilidad [de la comparación] como ante todo heurística, para
enmarcar preguntas y diseñar investigaciones. Como mucho, ellos apoyan su uso para
comprobar la teoría, nunca para crear una teoría. Raymond Grew, el editor de la revista
Estudios comparativos en sociedad e historia, aboga por lo que él llama comparaciones de
“rango medio”:

[35] El término es inexacto, pero obviamente la comparación más iluminadora se da cuando


la elección de qué es lo que se compara se hace en términos de problemas generales e
importantes, los elementos comparados se distinguen claramente, y se presta atención a las
complejas relaciones entre los elementos comparados y las sociedades en las que se
encuentran. Estos criterios se cumplen cuando hay modelos y teorías que pueden ser
aplicadas de modo concreto, cuando la evidencia es amplia y está enraizada en su contexto
histórico (lo cual frecuentemente significa que ha sido creada precisamente con estos
problemas en vista), y cuando los casos son delimitados. Entonces, uno busca
explicaciones y generalizaciones, pero no leyes universales. 29

George Frederickson sugiere que los historiadores que hacen comparaciones se están
tomando vacaciones de “su papel normal de historiadores de una sola nación o área cultural” 30.
Así, él diferencia entre los sociólogos históricos e historiadores “encuadrados netamente en la
profesión histórica”.31 Desde el punto de vista de Frederickson, “la Historia (…) queda – o
debería quedar – como algo distinto de las ciencias sociales más sistemáticas, en cuanto a su
sentimiento hacia lo especial o lo único en la experiencia humana. Hacer una historiografía
comparativa que hiciera justicia a la diversidad y al pluralismo, sin volverse tan particular como
para hacer imposibles o irrelevantes las referencias interculturales, es una tarea difícil”. 32 Como
señala Grew:

para muchos historiadores profesionales los estudios comparativos evocan la ambigüedad


de un buen burgués hacia los mejores vinos: valorarlos es una señal de buen gusto, pero la
indulgencia parece ser un poco imprecisa e inútil. En parte, esa duda refleja algunas
características, si bien modestas, que son altamente respetadas y compartidas en la
profesión histórica – precaución, precisión, humildad y respeto hacia la integridad de los
documentos y hacia el tema.33

Los pocos historiadores que dicen hacer historia comparativa, frecuentemente no hacen más
que ubicar los eventos de una nación, o las ideas de un período, en un contexto más amplio,
pero de todos modos único, usualmente a través de algún esquema clasificatorio. 34 Así, en su
conocido trabajo La era de la revolución democrática, Robert R. Palmer comparó las diferentes
revoluciones nacionales de la última parte del siglo XVIII, pero al final, como lo sugiere el título,
las integró todas en un conjunto histórico generalizado.35
Dado que el contextualismo presupone y, por lo tanto, produce la idea de algo único
[uniqueness] como su principal modo de explicación o interpretación, también predica que el

28 Paul Veyne, Writing History: Essay on Epistemology. Traducción al inglés de Mina Moore-Rinvolucri (Middletown,
Conn.: Wesleyan University Press, 1984), p.124.
29 Raymond Grew, “The Case for Comparing Histories,” American Historical Review, 85 (Octubre 1980), 773; mi
énfasis.
30 George M. Frederickson, “Comparative History”, en The Past before Us: Contemporary Historical Writing in the
United States, ed Michael Kammen (Ithaca: Cornell University Press, 1980), p. 473.
31 Ibid., p. 459.
32 George Frederickson, “Giving a Comparative Dimension to American History: Problems and Opportunities”,
Journal of interdisciplinary History, 16 (Verano 1965), 109.
33 Grew, “The Case for Comparing Histories”, p.763.
34 Comparar Walsh, “Colligatory Concepts in History”; McCullagh, “Colligation and Classification in History”; and
Cebik, “Colligation and the Writing of History”.
35 Robert R. Palmer, The Age of Democratic Revolution: A Political History of Europe and America. 1760-1800, 2
vols. (Princeton: Princeton University Press, 1959-1964)

10
pasado, o por lo menos, parte del pasado, al ser transformado en historia, puede ser
comprendido como un relato singular, y por lo tanto único. Aunque la discusión entre los
historiadores sobre “la resurrección de la narrativa” simplifica demasiado las actuales
concepciones de la narrativa, Lawrence Stone describió correctamente las implicaciones de
narrativización para la práctica histórica. Para repetir la frase crucial: “se entiende que la
narrativa significa la organización del material en un orden secuencial cronológico, y el enfoque
del contenido en un solo relato coherente, aunque con subtramas”. Las narrativas abarcan más
formas e impregnan más aspectos del discurso histórico de lo que Stone admite, pero su
énfasis sobre la singularidad [36] del relato contiene implicaciones importantes para concebir el
pasado como historia. Como consecuencia de que el contextualismo presupone y produce
unicidad como su principal modo de explicación o interpretación, los historiadores normales
tienden a describir las ideas, las actividades, los eventos y las instituciones del pasado como
cada vez más autónomas y distantes de nuestros días, a medida que están más
contextualizados en sus épocas. Este distanciamiento del pasado como historia mediante la
autonomía subyace al concepto de anacronismo. Esta separación es particularmente clara en
los tratamientos sincrónicos, en donde el historiador corta el tiempo horizontalmente, para, por
así decir, subrayar las interconexiones e interdependencias que existen en un determinado
momento. Ya sea abarcando un periodo corto de tiempo, un siglo o más, ya sea utilizando las
nociones más viejas de zeitgeist y el “clima de opinión”, o las más nuevas de “paradigma” y
“episteme”, el historiador retrata un abrupto corte o ruptura en la continuidad, ya que el análisis
congela la acción como si sucediera en un momento en el tiempo. 36 Los enfoques diacrónicos,
que enfatizan los cambios en el paso del tiempo, también pueden hacer que ciertas ideas e
instituciones sean más relativas a nuestros tiempos, especialmente cuanto más atrás hayan
sucedido. El análisis dialéctico, por ejemplo, postula quiebres transformadores entre etapas de
la sociedad o las formaciones sociales, de manera que las etapas posteriores o actuales son
diferentes de las anteriores. Incluso eventos y actividades de tan solo una generación atrás
pueden ser vistos como bastante diferentes de los presentes, con sólo estar lo suficientemente
contextualizados en sus respectivos tiempos, como les gusta señalar a aquellos que comparan
a los radicales años ’60 con los conservadores años ’80.37
Dada esa perspectiva, los historiadores ubican a las cosas en su contexto temporal,
presuponiendo varios grados de relativismo histórico, que hoy en día depende de las nociones
aliadas de relativismo cultural y social. ¿El relativismo histórico implica también relativismo
moral? ¿Deberían juzgarse las acciones, espantosas o beneficiosas, de acuerdo con los
estándares de sus tiempos, o de todos los tiempos (lo cual, al final, significaría nuestros
tiempos)? ¿Se entienden mejor el Holocausto bajo el régimen de Hitler en el siglo XX y la
esclavización de africanos en los siglos XVIII y XIX como partes de sus respectivos tiempos?
¿O es que algunos eventos o prácticas son tan terribles que están mal en cualquier (y toda)
época?

Los Múltiples Roles de la Narrativización

Contextualismo y narrativización son los dos lados de la misma moneda historiográfica. La


historia normal, como consecuencia de su búsqueda contextualista de unidad en la diversidad,
presupone a la narrativa como su principal modo de describir el pasado. A la inversa, en una
práctica histórica normal, el contextualismo utiliza la narrativización del pasado como historia.
Al contexto como plenitud y método debemos añadir, por lo tanto, las ideas de narrativa como

36 Ritter, Dictionary of Concepts in History, p.457, argumenta que Zeitgeist y “clima de opinión” están asociados con
coligación. “Paradigma” es el bien conocido término de Thomas Kuhn y “episteme” el igualmente conocido término
de Michel Foucault de Las Palabras y las Cosas (The Order of Things: An Archeology of Human Sciences) (New
York: Pantheon, 1970).
37 Para enfatizar que la suposición entre pasado y presente es fundacional al discurso histórico, Michel de Certeau,
The writing of History, traducción al inglés Tom Conley (New York: Columbia University Press,1988), se refiere al
muerto y al ausente en la historia como el Otro, por ejemplo en pp. 2, 14, 38, 46-47, 99.

11
un producto y de narrativización como su [37] proceso, si hemos de entender qué tienen que
presuponer los historiadores sobre el pasado para concebirlo como historia.38
Aunque los estudiosos han postulado que la narrativa es intercultural y transhistórica,
no están de acuerdo sobre el carácter exacto de la narrativa y la narración. 39 Tienen en su
núcleo algún sentido de relato [story].40 Un relato muestra una secuencia de eventos o
acciones, pero, del mismo modo en que una cronología no es una historia, un relato no es
simplemente una cosa al azar después de la otra, sino más bien una cosa a causa de la otra. 41
O una cosa sigue a la otra en secuencia, porque en algún sentido se causan una a la otra, o
varias cosas trabajan juntas para producir una situación o condición, sin necesariamente
“causarse” una a la otra en sentido estricto. 42 Si la narrativa histórica explica, o cómo lo hace,
es un tema controversial,43 pero una secuencia de una-cosa-después-de-la-otra comúnmente
es denominada “annal” o “crónica”, mientras que la secuencia de una-cosa-a-causa-de-la-otra
es definida como una “historia” propiamente dicha. 44 El autor o el narrador conecta los eventos
y las acciones del relato a través de una trama [plot], y las acciones y los eventos forman una

38 Las palabras “narrativo” (“narrative”) y “narración” (“narration”) presentan problemas terminológicos para quienes
sean precisos acerca de las diferencias entre una narrativa como un producto, la narración como un proceso para su
producción, los principios que gobiernan al producto y su producción ambas, y el estudio de esos principios. Ninguno
de los conjuntos de términos ha ganado total aceptación para clarificar las distinciones, pero he tratado en este libro
de utilizar “narrativa” solo para el producto. “Narración” es el decir de lo narrativo, o el recuento de un relato, pero
parece inadecuado referirse a ambas para el proceso involucrado en producir narrativas en general y a los principios
involucrados en la práctica. Quienes discuten las narrativas emplean “narratividad” para referirse a los principios que
subyacen a las narrativas o lo que concierne a su forma y estructura. Para diferenciar entre narración como narrar
(narrating), el contar de un relato, y sus principios, he seguido a aquellos estudiosos que emplean “narrativización”
como el término general para los procesos de producción de narrativas y los principios subyacentes. El estudio
formal y explícito de los principios subyacentes a las narrativas y la narración es llamado “narratología”; los
narratólogos buscan una teoría general de la narratividad y la narrativización. Gerald Prince, A Dictionary of
Narratology (Lincoln: University of Nebraska Press, 1987), provee una introducción a estos términos.
39 Roland Barthes aseguró de manera poco creíble que la narrativa era universal y transhistórica; citó al comienzo
de Ann Rigney, “Narrativity and Historical Representation”, Poetics Today, 12 (Otoño 1991), 591-605, quien intenta
categorizar las diferentes definiciones de lo que constituye la narrativa como parte de su revisión de The Content of
Form: Narrative Discourse and Historical Representation, de Hayden White. Jack Goody, “The Time of Telling and
the Telling of Time in Written and Oral Cultures”, en Chronotypes: The Construction of Time, ed. John bender y David
E. Wellbury (Stanford; Stanford University Press, 1991), pp. 77-96, cuestiona si es que la narrativa es tan universal
como muchos estudiosos asumen.
40 William Cronon, “A Place for Stories: Nature, History, and Narrative”, Journal of American History, 78 (Marzo
1992), 1349, n. 3, declara que va a usar relato y narrativa indiferenciadamente como el resultado de la dificultad para
diferenciar el uno del otro, pero define narrativa en la p. 1367. Thomas Leitch, What Stories Are: Narrative Theory
and Interpretation (University Park: Pennsylvania State University Press, 1986), explora la dificultad al momento de
especificar su título principal. El problema es especialmente ejemplificado en el esfuerzo de seguir la misma
narrativa supuesta a través de los medios, por ejemplo, una novela o historia convertida en un filme.
41 Sigo a Ricoeur, Time and Narrative, vol. 1, pp. 178-179, al adoptar su posición en la naturaleza de la narrativa y
la trama. Comparar la noción de entramado (emplotment) en el capítulo 5. Esta aproximación a la secuencia en la
narrativa fue tomada por E.M. Forster en Aspects of the Novel (London: Methuea, 1927).
42 Seymour Chatman, Coming to Terms:The Rhetoric of Narrative in Fiction and Film (Ithaca: Cornell University
Press, 1990), p. 9, especifica no solo la casualidad sino también un tipo especial de contingencia como crucial para
la narrativa.
43 Este fue el problema que dividió a quienes debatían, primero, el modelo de ley de cobertura versus el modelo
narrativo en la filosofía anglo-estadounidense, para eso ver Ricoeur, Time and Narrative, vol i, pp. en i55; Porter, The
Emergence if the Past, pp. 22.62; y F.R. Ankersmit, “The Dilemma of Contemporary Anglo-Saxon Philosophy of
History”, History and Theory, 25, no.4 (1986), un número titulado “Knowing and Telling History: The Anglo-Saxon
Debate”, pp. 1-27; y segundo, la naturaleza de la trama y la narrativa, para lo cual ver Ricoeur, Time and Narrative,
vol. 2, y los trabajos citados más abajo en la nota 46.
44 Ver Hayden White en la diferencia usualmente supuesta entre annal y crónica, por un lado, e historia , por el otro,
en “The Value of Narrativity in the Representation of Reality”, en idem, The Content of the Form: Narrative Discourse
and Historical Representation (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1987), pp. 1-25; y ver sus comentarios
adicionales sobre el asunto en ibid., p.42.

12
trama a través de una red causal de narración. 45 La narrativa, en breve, construye un contexto
conectando en un relato lo que parecía no estar relacionado.46
Cómo debería ser concebida la narrativa exactamente en tanto una forma o lógica, ya
sea en general, o en un discurso histórico en particular, es menos importante para mi
argumento en este momento, que considerar en qué fases de la práctica histórica el historiador
normal utiliza el pensamiento narrativo. Los historiadores aplican el entramado [plotting] y la
lógica narrativa (sin importar cómo esté definida) no solamente a sus esfuerzos sintéticos de
exposición, sino también, argumentaría, siguiendo el razonamiento de Louis Mink, al pasado
mismo, concebido como historia.47 Postular al pasado como un fluir (complejo, pero en última
instancia combinado y unificado) de eventos organizados narrativamente, permite a los
historiadores normales suponer que sus fuentes –tal como fueron creadas por un pasado
concebido de esa manera– les permiten “reconstruir” el relato de ese pasado de acuerdo con
alguna estructura narrativa. Los métodos históricos sólo pueden operar si los historiadores
conciben la plenitud contextual como un continuum de eventos estructurados organizados de
acuerdo a la misma lógica narrativa que ellos utilizan en sus propias exposiciones sintéticas,
que, a su vez, supuestamente representan el pasado como estructurado de manera homóloga.
De ahí la importancia de la discusión sobre si la gente en el pasado concebía sus actividades
según las formas narrativas y actuaba de manera correspondiente, o no. 48 A Simon Schama,
por ejemplo, le parece fundamental para cualquier práctica histórica la correlación entre la vida
como narrativizada por los que la viven, y la historia como narrativizada por los historiadores.49
La práctica histórica moderna sólo cobra sentido si los historiadores predican que el
pasado viviente como plenitud contextual, o cualquier parte de ese pasado, puede ser
comprendido como un fluir unificado – o, por lo menos, combinado - de eventos que, a su vez,
pueda ser organizado en alguna especie de exposición o relato unificado. De nuevo, se
presupone que la exposición como relato y la corriente de eventos reales del pasado son como
un mapa el uno del otro [maplike] o, por lo menos, son homólogos. Ya sea que el pasado esté
realmente estructurado de la manera en que concebimos la narrativa, o que sólo nuestra
comprensión está estructurada de [38] esa manera, de todos modos podemos ver en un simple
diagrama (Figura 2.3) cómo esta atribución de estructura narrativa afecta a la práctica histórica
y la metodología. (En este diagrama y los siguientes, a diferencia de los anteriores, las líneas

45 ¿Aún en las así llamadas narrativas postmodernas? Ver la conclusión del capítulo 7. Los historiadores, desde ya
hace mucho, han tenido problemas con la idea de causación, tal como reconoce Ritter, Dictionary of Concepts in
History, pp. 31-39. Esta preocupación acerca de la causación ha sido exacerbada en los debates en torno a la
estructura histórica y la agencialidad histórica en la teoría post-marxista y por la fusión de texto y contexto en mucho
de la teoría postestructuralista y de la New Historicism.
46 En adición a Leitch, What Stories Are, Wallace Martin, Recent Theories of Narrative (Ithaca: Cornell University
Press, 1986); Shlomith Rimmon-Kenan, Narrative Fiction: Contemporary Poetics (London: Methuen, 1983); y Mieke
Bal, Narratology: Introduction to the Theory of the Narrative (Toronto: University of Toronto Press, 1985), indaga
teorías modernas de la narratología. Prince, A Dictionary of Narratology, ofrece una guía al vocabulario del campo y
una bibliografía. Para algunas indicaciones de diferentes aproximaciones a la narrativa en la historia actual, ver el
número especial de “The Representation of Historical Events”, History and Theory, 26, no.4 (1987). Los tres
volúmenes de Ricoeur, Time and Narrative, representan el esfuerzo de un hombre por reconciliar a los varios
teoristas de la narrativa con sus propias visiones del mundo. En el intento de un historiador trabajador por solucionar
estos problemas, ver Cronon, “A Place for Stories”.
47 Louis Mink, “Narrative Form as a Cognitive Instrument”, en The writing of History; Literary Form and Historical
Understanding, ed. Robert H. Canary y Henry Kozicki (Madison: University of Wisconsin Press, 1978), pp. 129-149,
pero especialmente, pp. 135-141.
48 Comparar, entre otros acerca de las relaciones entre la experiencia de la vida, la narrativa como un modo de
entender y organizar la vida y la narrativa como una forma literaria estructurada, Ricoeur, Time and Narrative; F.R.
Ankersmit, Narrative Logic: A Semantic Analysis of the Historian´s Language (The Hague: Martinus Nijhoff, 1983);
David Carr, Time, Narrative, and History (Bloomington: Indiana University Press, 1986); Andrew P. Norman, “Telling It
like It Was: Historical Narratives on Their Own Terms”, History and Theory, 30, no.2 (1991), 122-128, pero ver el
artículo completo; y T. Carlos Jacques, “The Primacy of Narrative in Historical Understanding”, Clio: An
Interdisciplinary Journal of Literature, History, and the Philosophy of History, 19 (primavera 1992), 197-214.
49 Simon Schama en un paper, “The Age of Innocence and Where It Went”, presentado en una sesión sobre
“Rescuing Narrative from Narrative Theory” en el encuentro de la Organization of American Historians, Abril 3, 1992.
Compartiendo estas perspectivas están aquellos autores que contribuyeron en “Narratives and Social Identities”,
Social Science History, 16 (Otoño 1992), 479-537, e (Invierno 1992), 591-692.

13
sólidas indican lo que yo considero que está basado empíricamente en una práctica histórica
normal, y las líneas punteadas representan las conexiones hechas a través de las
presuposiciones).

relato historia síntesis


unificado como es
postulado escrita

hechos

flujo pasado evidencia


de eventos como
unificado es
postulado vivido

Figura 2.3
A partir del diagrama podemos ver que la práctica histórica normal usa la estructura
narrativa de dos maneras para transformar el pasado en historia. Primero, el paradigma de la
historia normal presupone que hubo un pasado “entero” o “total” que puede ser comprendido y
constituido como historia, aunque sea solamente en la mente de Dios, o de su sucesor
secularizado, El Historiador Omnisciente, de acuerdo con la lógica narrativa en alguna forma.
Segundo, cada versión parcial de la historia puede ser organizada, de acuerdo con la misma
lógica, tanto como una síntesis de la factualidad, y como el pasado real, verdadero al que
supuestamente se parece. Si recordamos la definición de narrativa, de Stone, y la descripción
de coligación, de Walsh, vemos que son aplicables tanto para las versiones parciales, como
para las versiones “totales” de la historia. La práctica histórica normal solo puede ser
entendida, predicando que la plenitud y el contexto del pasado, considerado como historia
están comprendidos desde el punto de vista de una tercera persona, un narrador omnisciente,
o, por lo menos sinóptico: primero, en tanto historias parciales que “producen” los historiadores,
y, segundo, en tanto, el contexto histórico total o entero, del cual, supuestamente, forman
parte.50
Para sugerir ese múltiple empleo de la organización narrativa, respecto al “verdadero”
pasado postulado como una totalidad más grande y partes más pequeñas, y respecto a las
representaciones de esos pasados en tanto historias, sugeriría agregar las nociones de “Gran
Relato” y “Gran Pasado”. El Gran Relato, o lo que otros podrían llamar “metarrelato” o
“metatexto”, se aplica tanto para el contexto más amplio para las historias parciales, como para
el pasado en su totalidad, concebido como historia que justifica las exposiciones sintéticas de
los historiadores normales. El “Gran Pasado” (o lo que otros podrían llamar, el “metapasado”,
“Ur-texto”, o “metafuente”) narrativiza las fuentes como evidencia de todo el pasado en tanto
historia.51 El gráfico 2.4. muestra la relación entre esos conceptos.

50 Las ideas de “entero” (“whole”) y “total” presentan problemas que son discutidos en el entramado y la formación
de patrones en el capítulo 5 y en la totalización y políticas en el capítulo 8.
51 En adición a Mink, “Narrative Form as a Cognitive Instrument”, ver Peter Munz, The Shapes of Time: A New Look
at the Philosophy of History (Middletown, Conn.: Wesleyan University Press, 1977), capítulos 7-8, acerca del relato
en la historia.

14
[39] El lado izquierdo de ese gráfico, denominado la filosofía de la historia, indica,
primero, que el Gran Relato era el área de la filosofía clásica -o vieja- de la historia, y, segundo,
que las presuposiciones de la práctica histórica son el sujeto de la mas reciente filosofía
analítica de la historia en la práctica anglo-estadounidense, y también en la meta-historia del
proyecto post-estructuralista.

Como lo muestra el diagrama, el Gran Relato puede significar ya la Historia (Relato)*


más amplia, presumida de las historias parciales, o el pasado en sí mismo, concebido como
(una) historia. (El Gran Pasado, por lo consiguiente, también tendría dos sentidos,
correspondientemente). En términos de mi argumento sobre el papel de la narrativa en la
práctica histórica tradicional, el Gran Relato no necesariamente tiene que ser algún bien-
conocido “código maestro para la interpretación”, “gran narrativa gobernadora”, o, meta-
narrativa. Por lo tanto, no pretendo que mi término, “Gran Relato” sea una mera traducción de
meta-recit, o meta-narrativa, aunque éste también está siempre construido, de alguna manera,
como para otorgarle sentido y contexto a la historia. 52 Aunque el Gran Relato no tiene que ser
el equivalente de ninguna metanarrativa, todas las metanarrativas son los “Grandes Relatos”.
Como consecuencia de eso, uno puede hablar de un “Gran Relato”, además de el Gran Relato.

Entonces, la noción del, o de un, Gran Relato representa la narrativización tanto de las
porciones más grandes, como de las más pequeñas, de los pasados parciales, o de los más
grandes, porque designa el “contexto más amplio” de las historias parciales y de las más
grandes. De ahí que un, o el Gran Relato puede ser el relato (historia) contextual más amplio
explícito o supuesto detrás de la biografía de una vida, la historia de un lugar específico, o de
una región, o la cuenta de un año, o una década. En una escala más amplia, un, o el Gran
Relato puede representar el auge y la difusión del capitalismo, o de nacionalismo, o
imperialismo por todos los continentes y a través de los siglos. La noción de un, o del Gran

52 “Clave interpretativa maestra” (“Master interpretative code”) proviene de Frederic Jameson, “Marxism and
Historicism”, New Literary History, 11 (Otoño 1979), 46. La “Gran narrativa gobernante” (“Grand governing narrative”)
es de Harvey J. Kaye, The Powers of the Past: Reflections on the Crisis and the Promise of History (New York;
Harvester Wheatsheaf 1991), capítulo 2. Meta-récit, o metanarrativa, viene de Jean-Francois Lyotard, the
Postmodern Condition: A Report on Knowledge, traducción al inglés de Geoff Bennington y Brian Massumi
(Minneapolis: University of Minnesota Press, 1984). Comparar el término “narrativa dominante” de Edmund Bruner,
“Ethnography as Narrative”, en The Anthropology of Experience, ed. Victor W Turner y Edmund Bruner (Urbana:
University of illinois Press, 1986), pp. 139-155.
* El término en inglés constituye un juego de palabras, (hi)story que es dificilmente reproducible en español,
por eso se ha optado por Relato (Historia).[N.d.T.].

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Relato también abarca los macroprocesos y las grandes transformaciones, que los sociólogos
históricos ven como formadores del mundo moderno.
[40] Los Grandes Relatos más emocionantes son aquellos que parecen cobrar sentido
en la gran barrida de la historia e iluminar el destino humano en sí. Metanarrativas como La
decadencia del occidente spengleriana, o las etapas de la lucha de clases en la historia, según
la dialéctica marxista desafían los límites de lo que sería historia propiamente dicha, de
acuerdo con la práctica histórica normal, porque esos Grandes Relatos parecen apenas
adaptarse al Gran Pasado, que es postulado por el paradigma histórico normal. 53
Especulaciones sobre el significado definitivo de la Historia como una totalidad están por fuera
del cerco del discurso profesional. Está considerado como asunto [ subject matter ] de la
antigua filosofía de la historia y está relegado, en la actual práctica histórica, a ese infierno que
disfrutan los seguidores de Hegel y Spengler. Aunque los historiadores definitivamente señalan
el significado de los eventos y de las acciones que están cubriendo en sus libros, ellos apelan
al agnosticismo y quizás, al ateísmo, en cuanto al significado más amplio de la Historia, en
tanto considerada como totalidad. Quizá en el mejor de los casos semejantes reflexiones
filosóficas descabelladas son estudiadas como historia intelectual, para ejemplificar los
pintorescos puntos de vista de las personas y épocas del pasado. Sin embargo, los
historiadores transmiten el significado de sus historias específicas explícitamente a través de
su contextualización, o, implícitamente a través del Gran Relato. Incluso la negación del
significado del transcurso de la historia, es, por cierto, una filosofía sobre el significado de la
historia.54

Grandes Relatos y la Búsqueda de un Contexto Mayor

Los grandes relatos funcionan como un gran o como el más grande de los contextos para una
historia normal en, por lo menos, tres formas. Primero, un Gran Relato provee de un dispositivo
para incluir historias (relatos) parciales en su contexto mayor en función de mostrar sus
significancias o lecciones o significados. Segundo, un Gran Relato, a la vez ofrece -realmente,
el- gran contexto, y el dispositivo de encuadre, para una aproximación general a la historia
nacional (tan amada por la profesión que su organización académica está ordenada acorde a
ella). Tercero, la suposición de la singularidad de un Gran Relato como contexto distingue, en
última instancia, el área de la historia normal propia de la historia comparativa y de la
sociología histórica. Como un Gran Relato cumple estas funciones, puede ser demostrado
mejor a través de ejemplos.
Que los historiadores suponen, en la práctica, un Gran Relato (y por lo tanto, también,
un Gran Pasado) como un contexto mayor, o el más grande de los contextos de sus objetos de
incumbencia, es demostrado agudamente en la búsqueda de los historiadores
estadounidenses de un principio sintético para reunir la experiencia de los Estados Unidos. De
acuerdo con su relato sobre su hacer historia, dicho principio sintético fue hallado una vez en el

53 ¿Quiere decir esto que los historiadores tienen lo que podría ser llamado una “gran imagen” de la historia como
plenitud, una que postula un superávit de “hechos” que no son completamente narrativizados en ningún relato?
¿Esta noción de hechos superavitarios no narrativizados yace en la base de la preferencia de la profesión histórica
por la especialización en un “campo” y “período” en función de lograr un conocimiento “profundo” necesario para una
gran imagen de una Era?
54 W. H. Walsh distingue entre la filosofía crítica moderna de la historia y la filosofía especulativa anterior de la
historia en su Philosophy of History, pp. 13-28. Ver la distinción en la entrada de “Philosophy of History” en Ritter,
Dictionary of Concepts in History, pp. 319-324. Por el significado particular dado a “metanarrativa” primero por los
filósofos especulativos de la historia y, más recientemente, por Jean Francois Lyotard como los grandes relatos (el
autor escribe grand story diferenciándolo de Great Story) de emancipación, progreso, etc., yo no igualo
metanarrativa con Gran Relato. En esencia las metanarrativas de Lyotard y las historias postuladas por los filósofos
especulativos de la historia sirven el mismo fin intelectual y ético. Karl Popper condenaba tales metanarrativas
especulativas en tanto historicismo y dedicó The Poverty of Historicism (Boston: Beacon Press, 1957) y The Open
Society and Its Enemies, 4ta ed. rev., 2 vols. (New York: Harper Torchbooks, 1963), a su refutación. Ver también
Burleigh T. Wilkins, Has History Any Meaning? A critique of Popper´s Philosophy of History (Ithaca: Cornell University
Press, 1987); y D´Amico, Historicism and Knowledge, específicamente cáps. 1-2.

16
conflicto entre los ricos y los pobres por el control del gobierno y la economía. Cuando las
clases pobres ganaron, la democracia aumentó. Cuando las clases ricas ganaron, la
aristocracia floreció en el período anterior a la presidencia de Andrew Jackson y la plutocracia
subyugó a los buenos y a los decentes en las Eras subsiguientes. La lucha por el control
proveyó la trama, el tema central y el significado político del relato. Tal cuento progresista de la
moral de la clase media encontró [41] su expresión más suprema y ejemplar en los dos
volúmenes de The Rise of American Civilization, de Charles y Mary Beard, publicada en 1927.55
La llamada “Historia del consenso” [Consensus history] luego de la Segunda Guerra Mundial,
que enfatizaba los valores compartidos por todos los grupos de la sociedad estadounidense a
través de la historia, repudiaba la dramática trama de conflicto unificador de la llamada historia
Progresista de [Charles y Mary] Beard y de otros. 56 La ciencia social y la historia social, cuyo
énfasis estaba en la cuantificación de variables y la aplicación de teorías sociales,
fragmentaron el tema central, enfocándose en agrupaciones estadísticas de la sociedad
estadounidense y presentaron en el mejor de los casos una muestra sesgada de la experiencia
estadounidense.57 El interés reciente por la raza, el género y la pertenencia étnica como los
principales factores de influencia en la historia estadounidense profundizó la fragmentación del
tema central y la unidad de la narrativa.58
A la luz de esta pluralización de temas y desaparición de la trama, Thomas Bender
busca un enfoque unificado y, tal vez, un tema central en la competencia y el conflicto de varios
grupos en la creación de una cultura pública en un momento específico y a través del tiempo.
Apunta a utilizar la erudición de décadas recientes acerca de la diversidad y heterogeneidad de
la experiencia estadounidense para revelar “una esfera pública que no es dada, sino que es el
producto de procesos históricos que se hace y se deshace en el tiempo. El proceso de hacer y
deshacer proporciona el enfoque para una nueva síntesis histórica.”59 Para él, “la clave para tal
síntesis es una comprensión de la diferencia en América (EU) que es relacional, que no asume
una discontinuidad entre la experiencia social y la individual.” 60 En consecuencia, él espera
sacar lo mejor de los conflictos dentro de la erudición moderna ofreciendo
una reconceptualización de nuestra historia que enfatice la interacción de varios grupos,
usualmente caracterizados como homogéneos, sean definidos socialmente (por ejemplo,
grupos étnicos) o como mundos privados (por ejemplo, la familia), y la mayor, heterogénea y
disputada esfera política y cultural de la Nación. ¿Cómo es que los mundos de la vida
privada, las significaciones grupales y los intereses de unidades sociales menores afectan a
la configuración de la vida pública? ¿Cómo es que el carácter y la calidad de las relaciones
con la vida pública afectan la vida privada y la vida de los grupos sociales? La tarea actual
es empezar a establecer la relación a través del tiempo entre el centro interclase,
multiétnico y multicultural, al cual yo llamo cultura pública, y los grupos de gemeinschaftlich
[vida comunitaria] más pequeños, más homogéneos en la periferia… Un enfoque de la
cultura pública y sus conexiones cambiantes con culturas menores ofrece una imagen de la
sociedad suficientemente amplia para sostener una narrativa sintética. 61

55 Richard Hofstadter, The Progressive Historians: Turner, Beard, Parrington (New York: Alfred A.Knopft, 1968),
provee de una indagación de la así llamada Progressive school of American history.
56 La escuela recibió su nombre de John Higham, “The Cult of the ´American Consensus´: Homogenizing Our
History”, Commentary, 27 (Febrero 1959), 93-100; idem, “Beyond Consensus: The Historian as Moral Critic”,
American Historical Review, 77 (Abril 1962), 609-625. Ver también Marian J. Morton, The Terrors of Ideological
Politics: Liberal historians in a Conservative Mood (Cleveland: Press of Case Western University, 1972); y Bernard
Sternsher, Consensus, Conflict, and American Historians (Bloomington: Indiana University Press, 1975).
57 Eric Monkkonon, “The Dangers of Synthesis”, American Historical Review, 91 (Diciembre 1986), 1146-57,
defiende esta fragmentación como una etapa necesaria precediendo una historia de los Estados Unidos más de las
ciencias sociales.
58 Novick, That Noble Dream, cáps. 13-16, presenta una versión de esta historia. Allan Megill, “Fragmentation and
the Future of Historiography”, American Historical Review, 96 (Junio 1991), 693-698, produce preguntas interesantes
acerca de los esfuerzos para superar la fragmentación en el discurso histórico.
59 Thomas Bender, “Wholes and Parts: The Need for Synthesis in American History”, Journal of American History,
73 (Junio 1986), 120-136; cita de la p. 130.
60 Ibid., p. 131.
61 Ibid., p. 132.

17
Consecuentemente, le recomienda a sus colegas en la profesión:

Los estudios monográficos de varios grupos necesitan ser orientados conscientemente


hacia el mayor proceso histórico de interacción en la formación de la cultura pública. Más
que condenar, rechazar o devaluar la especialización continuada, mi objetivo es el de
sugerir una reorientación en su conceptualización en el interés de una comprensión
relacional de sus partes. Es entendiendo a las partes en relación con otras partes, en [42]
lugar de conferirles, sea intencionalmente o no, una falsa autonomía, que la historia se
transforma en una totalidad, una narrativa sintética. 62

A pesar de los esfuerzos de Bender por utilizar el estado actual de la erudición como la
base de su principio sintético, los estudiosos que respondieron a su artículo rechazaron su
visión acerca de la disputa por la cultura pública como muy limitada para capturar la naturaleza
de la experiencia estadounidense o como simplista y prematura.63
Igualmente, las fortunas políticas de la Alemania de los post-1920 obtuvieron una
sucesión de narrativas maestras o Grandes Relatos, para proveer de un contexto mayor
necesario para comprender la continuidad de esa historia o su ruptura con el pasado. Aunque
Michael Geyer y Konrad Jarausch señalan las diferencias entre las aproximaciones
estadounidense y alemana en la búsqueda del sentido de la historia Alemana, ellos muestran
cómo historiadores de ambos países utilizan una sucesión de Grandes Relatos alemanes en la
búsqueda de una mejor interpretación general de lo ocurrido. Historiadores en los 80, como
aquellos en décadas anteriores, continuaron la búsqueda de algún Gran Relato como el mejor
marco interpretativo.64
Albert Borgmann resume mil años de historia occidental en dos párrafos, como preludio
a su visión de lo que yace detrás de la “división posmoderna”. En su Gran Relato, períodos
coligatorios y nombres propios proveen pistas abreviadas a los subrelatos abarcados en su
narrativa maestra.

Hablando esquemáticamente, este ensayo comienza notando las tres características que
distinguen la Edad Media de la Era Moderna: el anclaje local, centralidad cósmica y
constitución divina. Los eventos que asociamos a Cristóbal Colón, Copérnico y Lutero
echaron por tierra el edificio medieval y abrieron vastas áreas de exploración y construcción.
Para fines heurísticos, podemos pensar a Bacon, Descartes y Locke como los fundadores
de una nueva era, los diseñadores del proyecto moderno cuyos elementos son la
dominación de la naturaleza, la primacía del método y la soberanía del individuo. Tecnología
y economía eran disciplinas en la cual el proyecto moderno era trabajado hacia una nueva
Era caracterizada por el realismo agresivo, el universalismo metódico y un individualismo
ambiguo.
Hacia el fin de este siglo el realismo, el universalismo y el individualismo se han convertido
en las temáticas de críticas marchitas. Aunque el proyecto moderno todavía fluye hacia
adelante como un movimiento político y económico, ha perdido su confianza y credibilidad
teórica. Pero la crítica posmoderna del modernismo no nos ofrece más que la más débil de
las propuestas constructivas: respeto por la naturaleza, particularismo y comunitarismo. Uno
puede detectar un paradigma más concreto y consecuencial en la economía, un paradigma
caracterizado por el procesamiento de información, la especialización flexible y la
cooperación informada.65

Como muestra esta sinopsis, un buen Gran Relato no sólo ordena el pasado e interpreta el
presente, sino que también predice el futuro.

62 Ibid., p. 131.
63 “A Round Table: Synthesis in American History”, Journal of American History, 64 (Junio 1987), 107-130.
64 Michael Geyer y Konrad H. Jarausch, “The Future of the German Past: Transatlantic Reflections for the 1990´s”,
Central European History, 22 (Sept-Dic. 1989), 229-259.
65 Albert Borgmann, Crossing the Postmodern Divide (Chicago: University of Chicago Press, 1992), p. 5.

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La singularidad del Gran Relato supuesto por la narrativización se reafirma, a la vez que
se deriva de la presunción de unicidad [uniqueness] en el contextualismo. De ahí, la cautela de
los historiadores en relación con la historia comparativa, la cual parece demandar una violación
[43] de estas premisas básicas. En la medida en que los comparativistas comparten con los
historiadores normales un respeto por la singularidad del Gran Relato, ciertos tipos de estudios
comparativos parecen agradar a los historiadores normales. Este no es tanto un asunto de si
las historias comparativas emplean fuentes primarias o secundarias, unidades concretas o
abstractas, o si presentan sus hallazgos como análisis o narraciones, sino más bien, de que la
historia comparativa supone, en el fondo, la unidad contextual y un relato de encuadre
unificado que yace en el corazón de la historia normal. 66 Cuanto más predica el trabajo
comparativo las bases de su síntesis general en la unicidad contextual de los relatos parciales
y los Grandes Relatos, más los historiadores hallarán esos estudios agradables (aunque no
siempre útiles). Así, esos sociólogos históricos que argumentan por el “mundo-tiempo”, los
“procesos sociales de gran escala”, los “grandes cambios”, las “grandes transformaciones”, o
una concepción similar, comparten esencialmente con los historiadores un compromiso
fundamental con tramar sus historias como Grandes Relatos. 67 Tal vez, uno de los ejemplos
mejor conocidos de tales aproximaciones a la sociología histórica es la noción de Immanuel
Wallerstein de un “sistema-mundo moderno” o el “mundo-economía capitalista”.68 Su
aproximación a la historia como un Gran Relato no difiere de forma marcada de la de Palmer
en The Age of Democratic Revolution, por mucho que difieran en su perspectiva política y las
lecciones del pasado y del presente. Ambos estudiosos encuadran sus estudios de acuerdo a
un único escenario histórico con variaciones en su interior.
Esas exploraciones histórico-sociológicas comparativas etiquetadas como
“individualizantes”, “universalizantes” o “abarcativas” bajo la clasificación de Charles Tilly en su
texto, acertadamente, titulado Grandes Estructuras, Grandes Procesos, Enormes
Comparaciones (Big Structures, Large Processes, Huge Comparisons), o “constructores de
modelos generales” en el esquema de Theda Skocpol en Visión y Método en Sociología
histórica (Vision and Method in Historical Sociology) presuponen un Gran Relato único, aún si
los historiadores a veces profesan no reconocer el Gran Pasado de los sociólogos históricos
como el mismo que ellos predican.69 Por otro lado, esos estudios que buscan, en términos de
Tilly y Skocpol, la “variación-hallazgo” o la “regularidad causal” persiguen generalizaciones de
las ciencias sociales que están libres de cualquier contexto histórico específico. Sociólogos
históricos como Tilly y Skocpol reconocen la historicidad de los procesos sociales que exponen.
Para ellos, ciertos macroprocesos o tendencias históricas de mayor importancia limitan y dan
forma a los sujetos (o temas) que los sociólogos demasiado a menudo intentan hacer
ahistóricos y universales. Para Tilly, estos macroprocesos incluyen los grandes cambios en la
organización de las economías capitalistas y las fuerzas crecientes del estado centralizado. 70
Para Skocpol, aceptan “la comercialización e industrialización de dimensiones mundiales y el
auge de los Estados-Nación y la expansión de los estados europeos por abarcar el globo”.71

66 ¿Acaso no podrían los ensayos en Theda Skocpol, ed., Vision and Method in Historical Sociology (Cambridge:
Cambridge University Press, 1984), ser leídos con este punto en mente?
67 Los términos respectivamente de Wolfram Eberhard, “Problems of Historical Sociology” en State and Society: A
Reader in Comparative Political Sociology, ed. Reinhard Bendix (Boston: Little Brown, 1968), pp. 25-28; Charles Tilly,
Big Structures, Large Processes, Huge Comparisons (New York: Russell Sage Foundation, 1894), p. 2; Theda
Skocpol, States and Social Revolution: A Comparative Analysis of Trance, Russia, and China (Cambridge:
Cambridge University Press, 1979), p4; y (no pude resistir incluirlo) Karl Polanyi, The Great Transformation (New
York: Farrar and Rinehart, 1944).
68 Estos dos términos de entre varios utilizados por Wallerstein provienen de los títulos de dos de sus libros: The
Modern World-System: Capitalist Agriculture and the Origin of the European World Economy in the Sixteenth
Century (New York: Academic Press, 1974) y The Capitalist World-Economy: Essays (New York: Cambridge
University Press, 1979). Charles Ragan y Daniel Chirot, “The World System of Immanuel Wallerstein: Sociology and
Politics as History” en Skocpol, Vision and Method in the Historical Sociology, pp. 276-312, provee guía no solo a las
ideas de Wallerstein sino también a la bibliografía escrita por él y sobre él.
69 Tilly, Big Structures, pp. 80-84; Skocpol, VIsion and Method in Historical Sociology, pp. 362-386.
70 Tilly, Big Structures, pp. 7-10.
71 Skocpol, States and Social Revolution, p. 4.

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Desde esta perspectiva de los macroprocesos, los historiadores pueden adherir a una historia
global o mundial y aún así condenar la historia comparativa como tal a pesar de su lealtad a la
singularidad del Gran Relato.
Los historiadores de la actualidad y los científicos sociales pueden estar de acuerdo en
la historia mundial del tipo apropiado como deseable, porque no pueden escribir y enseñar sin
algún [44] Gran Relato ya sea para entender sus propios tiempos como producto del pasado, o
para interpretar el pasado a través del lente del presente. ¿Hasta qué punto es, entonces, el
giro histórico un giro (o una vuelta) a nuevas metanarrativas acerca de la herencia de un
presente? ¿Hasta qué grado es el renacimiento de la narrativa un renacimiento del uso de
Grandes Relatos para encuadrar las historias(relatos) que los historiadores contemporáneos
quieren contar? Aunque los historiadores puedan ser desconfiados de los Grandes Relatos,
dado el sesgo de la profesión contra tales fábulas morales y su aparente desajuste con la gran
imagen postulada del Gran Pasado, parece que no pueden prescindir de ellos. Sus historias
necesitan del contexto más grande o el mayor contexto posible que proveen los Grandes
Relatos proveen, especialmente, si el Gran Pasado es concebido como el (más) Gran(de)
Contexto de todos los relatos, pequeños y Grandes. Los Grandes Relatos dan sentido a todo
tipo de historias en todos los niveles. Los Grandes Relatos, en el fondo, no sólo sirven como el
contexto mayor, coligando hechos de (una) la historia, sino que también proveen de
fundamentación política y ética para la historia como texto y práctica discursiva. En este
sentido, los Grandes Relatos tienen una función simbólica o alegórica en la narrativización de
las historias. Dada la necesaria función de los Grandes Relatos en la narrativización histórica,
el eslógan postmodernista acerca de la crisis de las metanarrativas reside en el dilema entre
los esfuerzos post-estructuralistas por deconstruir todos los grandes temas y los deseos
revisionistas por reconstruir los Grandes Relatos alegóricos para fines éticos.
Los Grandes Relatos recientes, como aquellos de los historiadores previos, se
contradicen unos a los otros, y esta incompatibilidad despierta preguntas complejas para la
práctica de la historia de acuerdo con el paradigma normal ¿Puede la pluralidad de Grandes
Relatos, en práctica en la actualidad, reconciliarse con la singularidad del Gran Pasado
supuesto en la teoría? La noción de contexto, sin importar cuán pequeño o grande, ¿supone o
acaso exige un, y uno solo, Gran Relato en la práctica y en la teoría? Las versiones variantes
(divergentes) del mismo tema o período ¿son igualmente válidas, o todas las variantes deben
reconciliarse, es decir, contextualizarse a partir de un (el) Gran Relato? ¿Qué criterio deben
usar los historiadores y otros estudiosos para juzgar el valor y los méritos de varios trabajos
llamados historia, o más precisamente historias, si la premisa de un Gran Pasado singular
disfrazado como el Gran Relato es desafiado por la teoría posmodernista y multiculturalista?

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