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Un pequeño
reloj-radio digital que heredé de mi abuelo empezó a despertarme todas
las mañanas. El reloj estaba parado lejos de mi cama con el objetivo de
estar obligado a despertarme y ponerme de pie para poder callar los
estruendosos sonidos que la maquinita gritaba y alistarme para llegar
temprano a la universidad. Al tener el parlante ya viejo, el sonido era
comparable al de una sirena de bomberos desgastada o a un ganso
siendo torturado, no pasó mucho tiempo para reconsiderar el uso de la
maquinita por otra menos escandalosa, pero hurgando a la maquinita,
descubrí que podía utilizar la función de radio combinada con la función
de despertador y así levantarme con las últimas noticias, siempre al día
y con la seductora gruesa voz de algún locutor de alguna estación y
comenzar el día con algún comentario para el desayuno, alguna idea para
rondarla en el minibús o simplemente con la satisfacción de empezar el
día como un ciudadano informado, que escucha radio todas las mañanas
y ciertamente orgulloso de estar al tanto de lo que pasa en su país. Que
equivocado que estaba.