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Publicado en: Revista de Psicoterapia Psicoanalítca, Masculinidad.

6(3):27-34, junio 2003, AUDEPP/Trilce. Montevideo

EL CLUB DE TOBY
LOS ESPACIOS ENTRE-HOMBRES EN LA CONSTRUCCION DE
MASCULINIDAD

Susana Rostagnol1

Palabras claves: masculinidad, género

Un día debíamos fijar una reunión de trabajo por la noche, y un compañero -


casado con hijo, cercano a los 40 años, investigador en el área social-
manifestó que tal noche no podía porque estaba reservada al “club de Toby”,
como coloquialmente él y sus amigos llamaban a su reunión semanal, donde
después de jugar al fútbol 5 “se quedaban charlando hasta que las velas no
ardan”. Probablemente muchos de nosotros cuando chicos leíamos las
revistas de historietas de “la pequeña Lulú”, personaje creado por Marjorie
Henderson Buell ("Marge") en 1934 para el The Saturday Evening Post. En
el año 2000, algunas características de los personajes de la tira cómica –que
en su versión de dibujos animados se transmite en un canal cable - continúan
caracterizando aspectos de nuestra vida social. Casi setenta años después de
su creación las artimañas de Toby por dejar a las chicas afuera y los
enfrentamientos con éstas, lideradas por Lulú, quien lo supera en ingenio, se
han mantenido como constante. Bajo estas consideraciones, cabe
preguntarse ¿qué connota “el club de Toby”?

¿Qué es el Club de Toby? En la versión original de la tira cómica, se


denomina Boy's Only Clubhouse (Club Exclusivo de Varones). Se trata pues
de un lugar donde los varones se juntan entre ellos, separados
dramáticamente de las mujeres; definido como un lugar exclusivo para los
varones, donde las mujeres son excluidas. La permanencia de la tira cómica
por un lado, y la popularidad del concepto “Club de toby” por otro, permiten
pensar que con esta creación, Marge estaba poniendo sobre la mesa, dándole
visibilidad a una característica muy extendida en lo que tiene que ver con la
relación entre hombres y mujeres y con la construcción de la identidad
masculina. Vale la pena resaltar el término construcción en contraposición a
cualquier posible esencialismo. El género es una construcción cultural a partir
de sexo biológico y desarrollada en el devenir de las relaciones sociales,
constituyendo una forma primaria de relación de poder (Scott, 1990)

La masculinidad, como la feminidad, son construcciones histórico-culturales y


políticas. Son asimismo, categorías polifónicas. "Masculinidad como un
conjunto de significados siempre cambiantes, que construimos a través de
nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros, y con nuestro mundo.
La virilidad no es ni estática ni atemporal; es histórica; no es la manifestación
de una esencia interior; es construida socialmente; no sube a la conciencia
1
Antropóloga, Departamento de Antropología Social/Grupo Multidisciplinario de Estudios de
Género, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UDELAR
desde nuestros componentes biológicos, es creada en la cultura. La virilidad
significa ser un hombre en nuestra cultura al ubicar nuestras definiciones en
oposición a un conjunto de otros, minorías raciales, minorías sexuales, y, sobre
todo, las mujeres". (Kimmel, 1997:49)

En esta presentación vamos a trabajar con la idea de masculinidad


hegemónica, coincidiendo con Connell (1987) en que ésta no debe entenderse
como sinónimo de papel masculino, sino como una variedad particular de
masculinidad a la cual algunos grupos de hombres (más jóvenes, gays, más
débiles) y las mujeres están en situación de subordinación. De modo que, la
masculinidad hegemónica refiere a la ascendencia social de una versión o de
un modelo particular de masculinidad que, operando en el terreno del “sentido
común” define “lo que significa ser un hombre”. Una buena muestra de la
masculinidad hegemónica –la cual tampoco es necesariamente monolítica,
sino que permite tensiones en su seno- nos la ofrecen los medios de
comunicación –a los cuales pertence “el Club de Toby”.

Una mirada a masculinidades hegemónicas en distintas culturas permite


encontrar regularidades. Varios autores (Bourdieu, 1990; Gilmore, 1994;
Badinter, 1992) enfatizan la característica de hombre de verdad asociada a los
procesos de construcción de masculinidad. Gilmore (1994:28) señala que "la
verdadera virilidad es una condición escurridiza y preciosa, más allá del hecho
de ser varón, una imagen exhortatoria a la que los hombres y muchachos
aspiran y que sus culturas les exigen como medida de pertenencia al grupo". Y
más adelante agrega, "respaldada, más que ordenada, la virilidad permanece
siempre en la duda, por lo cual necesita demostraciones diarias" (Gilmore,
1994:65). En este sentido, Badinter (1992) señala que la masculinidad se
toma más como un objetivo, un deber que como algo dado, como sucede con
la feminidad. Se habla de ser hombre en imperativo más que en indicativo.
Se les exige ser todo un hombre, como si se pudiese ser medio hombre, al
decir de Bourdieu (1992). Esto lleva a plantearnos que la construcción de la
masculinidad conlleva un proceso de hacerse hombre, lo cual implica la
existencia de un umbral que se atraviesa. Los ritos de iniciación indican la
separación de las mujeres y el ingreso al mundo adulto generalmente a través
de pruebas crueles (Godelier, 1982; Gilmore, 1994; Bourdieu, 1990; Badinter,
1992). La identidad masculina nace de la renuncia a lo femenino y no de la
afirmación directa de lo masculino. Una vez pasado el umbral, la necesidad de
demostrar que se es hombre continúa toda la vida (Bourdieu, 1990; Gilmore,
1994; Badinter, 1992), se debe demostrar que no se es mujer ni homosexual.
Existe una compulsión a la heterosexualidad (Connell, 1995). Esta
demostración se realiza especialmente ante otros hombres. El alardeo es
entre hombres y las mujeres son el medio para mostrar su virilidad. De
acuerdo a Bourdieu (1990:26), las prácticas en que se expresa la masculinidad
y que a su vez la constituyen en el nivel simbólico se construyen y completan -
además y sobre todo- en el espacio reservado a los hombres donde éstos
llevan adelante los juegos serios de la competencia. Con frecuencia los
vínculos se construyen en términos de violencia. Los héroes de un gran
número de seriales televisivas refuerzan estos aspectos2
2
Recordemos algunas, El Llanero Solitario, Bat Masterson, Batman; El Agente de CIPOL, Vicio
en Miami, y por supuesto la saga de James Bond.
En este proceso los espacios entre-hombres constituyen un locus privilegiado
de construcción de masculinidad. Intentaré presentar un esquema a la
discusión y/o a la reflexión en lo que refiere al papel de los espacios
masculinos -es decir al "estar entre hombres"- en el proceso de construcción
de masculinidades, tomando casi axiomáticamente algo en lo que coinciden
aquellos que más han trabajado la temática (Godelier, 1982; Bourdieu, 1998;
Connel, 1995; Gilmore, 1994) y es que los hombres son producidos
culturalmente en gran medida por otros hombres.

El Club de Toby aparece como un espacio de separación de las mujeres, de


profundización de las relaciones intragenéricas, reforzando la construcción
cultural colectiva de la masculinidad o de las masculinidades

La literatura muestra esta temática, en algunos casos de manera magistral. En


ocasiones estos espacios entre-hombres se construyen entre un escritor y sus
lectores. Es el caso de “On the road” de Jack Kerouac. El libro manifiesta una
serie de valores distintivos de la masculinidad, así como las certezas y
creencias populares que subyacen al texto a lo largo de todo el libro. La trama
del libro refiere a hombres, desde una narrativa masculina, escrito para ser
leído también por hombres.

La literatura antropológica es profusa en descripciones de casas de hombres


en pueblos distantes cultural y espacialmente, no obstante no existen trabajos
que sistematicen este tema desde la perspectiva de género y en especial
analizando el papel de las mismas en la construcción de las identidades
masculinas. Godelier (1982) en su conocido trabajo sobre los baruya analiza
la tsimia, casa de hombres considerada además el cuerpo de la tribu y cuyo
poste central recibe el nombre de abuelo; M. Mead también las presenta para
los Arapesh y Tchambuli en N. Guinea; también existen contribuciones de Lévi-
Strauss al respecto. En muchos casos, la casa de hombres es utilizada con
fines ceremoniales, por ejemplo entre los Nunivak, esquimales que habitan la
isla del mismo nombre en el mar de Bering, donde la celebración de invierno,
con una duración de 15 días, se realiza en la casa de los hombres. Margaret
Mead, en Macho y Hembra, señala que las casas de hombres constituyen
espacios que cumplen una función primordial en el desarrollo y conformación
de la identidad masculina al desarrollar la conciencia de ser miembro de un
grupo sexual. En nuestro medio, clubes deportivos, boliches de barrio, clubes
de bocha, así como los butecos portoalegrenses (Jardim, 1992) constituyen
espacios masculinos. Los hombres son construidos en gran medida por otros
hombres.

Los hombres que frecuentan clubes y boliches de barrio harán su planteo


acerca de sus propios objetivos, éstos podrán ser jugar a las bochas, pescar,
“tomarse una y jugar al truco”. Más allá de estos objetivos específicos, se
desarrolla la trama social que refuerza y construye la identidad masculina. En
antropología cuando nos referimos a las identidades culturales –tanto si
hablamos de naciones o pequeños grupos- consideramos principalmente dos
aspectos: el carácter procesual de la identidad, en tanto proceso inacabado e
inacabable, en cuyo seno se crean y recrean pautas, valores, prácticas, se
moldea y fortalece un habitus compartido, lo cual hace que los miembros se
identifiquen entre sí. El segundo aspecto se refiere al proceso paralelo de
construcción de alteridades reales o imaginadas.

En Montevideo abundan los clubes y boliches de barrio, los cuales constituyen


espacios masculinos por excelencia, donde la presencia femenina si bien no
está explícitamente prohibida, es un hecho por todos compartido que ‘este no
es un lugar para mujeres’, (Leprati, 1997:36), más que al club en su totalidad,
se refieren a la cantina del club.

Uno de ellos es el Club Social y Deportivo “Los Galerudos”, fundado en 1954,


donde “la incorporación de actividades de yoga y gimnasia ha acercado a las
mujeres, éstas deben pasar por la cantina para llegar al lugar donde se
imparten las clases. “(...) todos los parroquianos están molestos por este
hecho (...) Algo muy particular ocurre cuando las mujeres pasan: el salón
queda en silencio mientras ellas salen (...) algunas mujeres conversan en la
vereda, pero no en la vereda frente al club, sino que a una o dos casas”
(Leprati, 1997:38) ¿Por qué no es un lugar para mujeres? La respuesta de
los parroquianos es sumamente interesante y arroja luz sobre algunos
elementos que entran en juego en la construcción de masculinidad.

Es interesante analizar este aspecto considerando quien es el otro, cuál es la


alteridad que se está construyendo, ya que como mencionamos más arriba la
masculinidad se construye por oposición a lo femenino, apartándose de todo
aquello que connote con lo femenino. Existe un “temor a mostrar cualquier tipo
de feminidad, incluidas las que se esconden bajo la ternura, la pasividad o el
cuidado a terceros; y, claro está, el temor a ser deseado por otro hombre ...ser
hombre significa no ser femenino, ni homosexual, no ser dócil, dependiente o
sumiso, no ser afeminado en el aspecto físico o por los gestos, no mantener
relaciones sexuales o demasiado íntimas con otros hombres; finalmente, no
ser impotente con las mujeres (Badinter,1992:70) Asimismo, también
mencionamos que en buena medida la identidad masculina se construye en la
interacción –en el plano de las realidades o de los imaginarios- con otras
masculinidades. En este caso encontramos dos alteridades. Por una parte,
“Los Galerudos” es un club fundado sobre la base de la caballerosidad. En el
imaginario de sus miembros los otros son los parroquianos que frecuentan los
boliches, dicen al respecto, “[esto es] algo muy diferente a ser un lugar ‘lleno
de vagos y borrachos’” (Leprati, 1997:18). En contraposición a esos otros
hombres –a quienes también aluden como ruidosos y groseros, ellos buscan
construir parte de su identidad. Así es que abundan las menciones de la
cantina como “un ambiente tranquilo’, donde se controlan los excesos y las
malas conductas” (Leprati, 1997:39). Aquí entonces tenemos una alteridad,
también masculina y con respecto de la cual intentan distinguirse, ubicándose
por encima, ya que sus apreciaciones sobre conductas y prácticas atribuidas a
los otros los muestra faltos de caballerosidad, el valor distintivo de Los
Galerudos.

La otra alteridad está constituida por las mujeres. A pesar del planteo de la
caballerosidad y de la diferenciación con los hombres de los boliches, y por lo
tanto la distancia entre el boliche de barrio la cantina del club, cuando
aparecen en escena las mujeres, la cantina de los Galerudos se convierte en
terreno peligroso, donde mujeres y niños no deben entrar para mantenerse
lejos de lo contaminante. Sin embargo, desde otro lugar podemos pensar que
son las mujeres quienes al entrar a un espacio masculino, lo contaminan.
Varios antropólogos, especialmente Mary Douglas analizan a nivel simbólico el
poder contaminante de las mujeres. Por lo tanto resulta interesante analizar
como los hombres aluden a la necesidad de mantener a las mujeres afuera de
ese lugar que presenta peligros, sin embargo, como bien plantea Leprati “los
hombres que entran allí son, entonces, los dueños de sus secretos, y por lo
tanto, los únicos habilitados para describir y significar las cosas que pasan en
la cantina.” (Leprati, 1997: 40). Son por lo tanto, los dueños de un saber que
comparten entre sí, pero saber que si traspasa a las mujeres los dejará sin
poder. El esquema de las mujeres que al tomar conocimiento de lo que
sucede en las ceremonias de las casas de los hombres, al descubrir sus
secretos, se los apropian de alguna manera, enajenando a los hombres de su
poder, es muy expandido en sociedades etnográficas tanto de la Melanesia
como de América del Sur. En todos los casos, los hombres también colocan la
excusa de los peligros para mantenerlas alejadas. A igual que en estos casos,
“los galerudos reproducen su discurso de exclusión femenina sobre los peligros
de la cantina gracias al secreto de lo que allí pasa.” (Leprati, 1997: 41). La
autora señala enfáticamente que nunca presenció nada en la cantina que
justificara los cuidados que tenían hacia las mujeres.

En un trabajo muy interesante sobre el boliche de barrio, Aldo Barreto


menciona que los parroquianos lo asocian al hogar (segunda casa) o a la
escuela (la escuela del boliche). Ambas con connotaciones positivas y
legitimadoras. “En el boliche los hombres se juntan para jugar, tomar, hablar,
leer el diario, es cierto, un lugar un tanto cerrado y que queda fuera del acceso
inmediato de la mujer”. A igual que para los parroquianos de Los Galerudos,
aquí también los parroquianos mencionan una y otra vez –y es confirmado por
el investigador- que el boliche es tranquilo, los borrachos están afuera.

Si bien al ser un boliche, no hay socios, la entrada no es para cualquiera, y se


necesita de la aprobación de los parroquianos para formar parte del grupo.
Las diferencias sociales de distinto tipo quedan fuera, dentro del boliche “todos
somos iguales”, y en este todos somos iguales más que un reflejo de la “idea
nacional, de la igualdad de lo uruguayos –túnica y moña y esa extendida clase
media- el todos somos iguales como muy bien refiere el autor del trabajo, se
refiere más a la idea de un proyecto compartido, un motivos porque y motivos
para (Schutz, 1974) lo cual hace que los parroquianos constituyan una
comunidad. El proyecto común explícito se relaciona con el ocio, el proyecto
implícito con la construcción de su identidad masculina.

El comportamiento entre hombres en el club, de acuerdo a la información


empírica utilizada, se caracteriza por la agresividad en los gestos opuestos a la
delicadeza femenina, la competitividad en los juegos por oposición a su
sumisión, la jocosidad y el descaro en el lenguaje como contrapartida de un
comportamiento femenino definido por la tradición judío cristiana por virtud.
En realidad no hay información que establezca que así son las mujeres, lo que
importa es que así se definen las mujeres en la alteridad construida por estos
hombres, y de la cual deben diferenciarse.

Un punto que resulta interesante agregar, es que en las sociedades


etnográficas , en la gran mayoría de los casos estudiados, en las casas de
hombres se desarrollan ritos y celebraciones especiales, es decir que también
constituyen un espacio sagrado. Yo creo que analizar el espacio entrehombres
tal como aparece en los clubes y boliches de barrio, considerando la idea de
sagrado y profano que desarrolla Durkheim puede resultar sugestiva. En
ambos casos se traspasa un umbral y el adentro se diferencia material y
simbólicamente del afuera, los papeles representados por los hombres al
interior tanto de la casa de hombres como de los clubes o boliches de barrio
difiere del representado afuera; incluso su actitud hacia las mujeres
probablemente difiera de manera no menor. La existencia de un umbral no
justifica la consideración de espacio sagrado, pero lo marca como diferencial.
El carácter de sagrado se completaría por cuanto de secreto representa. Se
trata de un espacio entre-hombres donde éstos justifican el distanciamiento de
las mujeres con distintas excusas, sin embargo, lo medular allí, es la necesidad
de mantenerlas distantes para lograr construir y fortalecer su identidad
masculina.

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