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HORA SANTA (39)

Felicitaciones
a Jesús Sacramentado
San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía

Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)


Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se canta 3 de veces la oración del ángel de Fátima.

Mi Dios, yo creo, adoro, espero y os amo.


Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
No esperan y no os aman.

 Se lee el texto bíblico:

D
EL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 11,1-4
Estaba él orando en cierto lugar y cuando terminó, le dijo uno de
sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus
discípulos.» Él les dijo: «Cuando oréis, decid:
Padre, santificado sea tu Nombre,
venga tu Reino,
danos cada día nuestro pan cotidiano,
y perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe,
y no nos dejes caer en tentación.»

*-*-*

FELICITACIONES A JESÚS SACRAMENTADO


Adveniat regnum tuum.
“Venga a nosotros tu reino”.
I . Que llegue vuestro reino, que se acreciente, que se eleve y
perfeccione: he aquí lo que hay que desear a nuestro Señor en este
primer día del año; que allí donde no es amado ni conocido, que lo sea;
que todos completen en sí mismos la obra de su encarnación y
redención. ¿Y dónde es conocido y amado nuestro Señor? ¡Pequeño,
muy pequeño, es el reino de Jesucristo! ¡Se han menospreciado y
cercenado tanto sus derechos, así como los de su Iglesia, de treinta
años a esta parte! ¡Por doquiera es perseguido nuestro Señor! ¡Se le
arrebatan los templos y los pueblos! ¡Cuántas ruinas eucarísticas! ¡Y
cuántos pueblos a los que nunca ha llegado la fe! ¿Cómo establecerá en
ellos nuestro señor Jesucristo su reino? ¡Bastaría para conseguirlo un
santo! Pedid a nuestro Señor buenos sacerdotes que sean verdaderos
apóstoles. Esta debe ser nuestra continua súplica.
Esos pobres infieles no conocen a su Padre celestial, ni a su tierna
madre, ni a Jesús su Salvador, ¡y nosotros consentimos que
permanezcan en tan triste estado! ¡Qué crueldad! Extendamos...,
dilatemos con nuestras plegarias el reinado de Jesucristo. ¡Pidamos que
los paganos consigan abrazar la fe y conocer a su Salvador! ¡Que los
herejes y cismáticos entren de nuevo en el redil y se pongan bajo el
cayado del Buen Pastor!
Y entre los católicos, ¿cómo reina Jesucristo? Pedid continuamente la
conversión de los malos católicos que casi ya no tienen fe. Pedid que
los que la tienen la conserven. Los que tenéis familia, pedid que todos
sus miembros guarden la fe, que mientras guarden este vestigio de
unión con Jesús no hay que desesperar de ellos. Mientras Judas vivió
con Jesús tuvo siempre a mano la ocasión de salvarse: para ello le
hubiera bastado una sola palabra pero cuando le hubo abandonado
todo concluyó para él y fue rodando hasta el fondo del abismo. Pedid,
al menos, con instancia a Jesucristo que conserve la fe en las verdades
cristianas. Se dice muchas veces: “Más vale un buen protestante que un
mal católico”. Eso es falso. En el fondo quiere decir que cualquiera
puede salvarse sin la verdadera fe.
No y mil veces no. El mal católico es siempre hijo, aunque sea hijo
pródigo, y por más pecador que sea, tiene siempre derecho a la
misericordia; el mal católico está más cerca de Dios, por razón de su fe,
que el protestante; todavía está dentro de casa, mientras que el hereje
está fuera, y para hacerle entrar de nuevo, ¡cuántos trabajos y cuántas
dificultades! ...
Para trabajar por la conservación de la fe es necesario adoptar un
lenguaje cristiano, usar el lenguaje de la fe. Cambiad el lenguaje del
mundo. Por una culpable tolerancia hemos dejado que nuestro señor
Jesucristo fuese desterrado de las costumbres, de las leyes, de las
formas y conveniencias sociales, y en los salones de los grandes nadie
se atrevería a hablar de Jesucristo.
Aun entre católicos prácticos, parecería extraño hablar de Jesucristo
sacramentado. Hay tantos –dicen– que no cumplen con la Iglesia ni
asisten al sacrificio de la misa, que teme uno molestar a alguno de los
contertulios, y tal vez el mismo dueño de la casa se encuentra en este
caso. Se hablará del arte religioso, de las verdades morales, de la
belleza de la religión; pero de Jesucristo, de la Eucaristía... jamás.
Cambiad todo esto; haced profesión de vuestra fe; sabed decir: nuestro
señor Jesucristo, y nunca digáis Cristo a secas. En fin, es necesario
demostrar que nuestro Señor tiene derecho a vivir y a reinar en el
lenguaje social. Es una deshonra para los católicos tener siempre a
Jesucristo bajo el celemín, como lo hacen. Es preciso mostrarle en
todas partes. El que hace profesión explícita de su fe y el que sin
respetos humanos pronuncia reverentemente el nombre de Jesucristo
se coloca en la corriente de su gracia. ¡Hace falta que todos sepan
públicamente cuál es nuestra fe!
Se oye a cada paso proclamar principios ateos; por doquiera se
encuentran gentes que se jactan de no creer en nada, y nosotros
¿hemos de temer afirmar nuestras creencias y pronunciar el nombre de
nuestro divino Maestro? No debe ser así, sino que debemos
pronunciarlo cuando sea preciso, sin hacer caso de esos desventurados
impíos que están posesos, o cuando menos obsesos del demonio.
Contra todos esos demonios, ¡oponed el nombre de nuestro señor
Jesucristo! Si todos los creyentes adoptasen la resolución de hablar sin
temor de nuestro señor Jesucristo, bien pronto cambiaría el mundo,
porque para todos terminaría por ser como la cosa más natural el
pensar en Jesucristo. Va acercándose a pasos agigantados el gran siglo.
Hay dos ejércitos frente a frente. El eclecticismo ha muerto, ¡gracias a
Dios! No hay más remedio que ser buenos o malos, alistarse en el
bando de Jesucristo o en el de Satanás.
Confesad, por tanto, a Jesucristo y pronunciad su nombre, este
nombre es vuestra bandera y debéis tenerla enhiesta, sin cobardía.
En fin, que el reino de nuestro Señor llegue hasta vosotros...,
vuestras almas. Jesucristo está en vosotros; mas para que reine por
completo os queda mucho que hacer. Solamente sois conquistados:
Jesucristo no reina todavía tranquilamente en vosotros con un reinado
de paz y de amor; aún no ha tomado todas las fronteras..., ¿y qué
soberano podrá reinar como dueño y señor, si no domina todos los
confines de su estado?
Procurad conocer más a Jesucristo. Penetrad su vida, sus sacrificios y
sus virtudes en el santísimo Sacramento; entrad en su amor. En vez de
estar siempre pensando en vosotros mismos, id hasta Él; bueno es que
nos miremos en Él, pero es mejor ver a Él en nosotros; en vez de
cuidaros y preocuparos tanto de vosotros mismos, cuidad, cultivad y
haced crecer a Jesús en vosotros. Pensad en Él, estudiadle en sí mismo
y entrad en su interior; habréis con qué vivir en Él, pues es grande,
infinito...; allí está el camino real y espacioso; ¡esto sublima nuestra
vida!
II. Además, hemos de consolar a nuestro señor Jesucristo. Él espera
vuestros consuelos y los recibirá a placer. Pedidle que suscite en su
Iglesia sacerdotes santos, de esos sacerdotes apóstoles y salvadores
que dan carácter a su siglo, que conquistan a Dios nuevos reinos. Pedid
que Él lo sea todo; no solamente Salvador, lo cual supone grande
misericordia, sino rey también, rey pacífico y absoluto. Consoladle de
que se le considere tan poco como rey en su reino. ¡Ay! Nuestro Señor
ha sido vencido. En el cielo reina sobre los ángeles y sobre los santos
como señor omnipotente, y es fielmente escuchado. ¡Aquí en la tierra,
no! ¡Los hombres que han sido por Él rescatados y que son hijos suyos
han vencido a nuestro Señor! Ya no reina sobre las sociedades
católicas: hagamos que reine, al menos, sobre nosotros y trabajemos
por extender su reinado por todas partes.
Nuestro Señor no desea tantos artísticos monumentos como nuestros
corazones. Jesús los busca, y ya que los pueblos lo han expulsado,
erijamosle nosotros un trono sobre el altar de nuestros corazones. (…)
¡Ay de nosotros! ¡Deberíamos morir de vergüenza al ver que
Jesucristo anda de esta manera mendigando y que nadie le ofrece la
limosna que pide! ¡Y cuántos desaires tiene que sufrir sin que llegue a
conseguir nuestros corazones!
Amémosle siquiera por nosotros, amémosle por aquéllos que no le
aman, por nuestros padres y por nuestros amigos; paguemos la deuda
de amor de nuestra familia y de nuestra patria: así lo hacen todos los
santos; imitad en esto a nuestro Señor, que ama por todos los hombres
y sale fiador por el mundo entero.
¡Ah, que nuestro señor Jesucristo sea al fin rey, dueño y esposo de
nuestras almas, el dulcísimo Salvador que tanto nos ama! ¿Será posible
que no amemos a nuestro señor Jesucristo con el mismo amor con que
amamos a nuestros padres, a nuestros amigos y a nosotros mismos?
¿Pero es que estamos embobados?
Claro que, si se pudiera hacer esto con rapidez, y con un acto sólo se
pagase la deuda, aun se haría; pero es necesario darse siempre y nos
faltan alientos para ello. Prueba palmaria que no amamos de verdad.
(..) Adelante; haced que reine en vosotros. Jesucristo. La exposición
pública del santísimo Sacramento es la última gracia; después de la
exposición no hay más que el cielo o el infierno. El hombre se deja
subyugar por lo que brilla; por eso nuestro señor Jesucristo ha subido
sobre su trono, brilla actualmente y se le ve; no hay, por tanto, excusa.
¡Ah! Si se le abandona, si se pasa por delante de Él, sin dar señales de
conversión, nuestro Señor se retirará y todo habrá concluido para
siempre.
Servid a nuestro Señor; consoladle, encended el fuego de su amor
donde quiera que aún no haya prendido, y trabajad por establecer su
reinado, el reinado de su amor: Adveniat regnum tuum,regnum amoris.

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