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MERCANTILISMO:

Mercantilismo:
Aunque es a partir del siglo XVI cuando aparecen las primeras teorías económicas que dan
forma a la doctrina mercantilista, no es hasta fines del siglo XVII cuando se puede hablar
con propiedad y toma cuerpo de doctrina económica el mercantilismo entendido como
enriquecimiento de las naciones mediante acumulación de metales preciosos. Los rasgos
esenciales del mercantilismo son:

1. La esencia de la actividad económica se centra en la adquisición de monedas y


metales de oro y plata como única forma de enriquecerse el estado.
2. El mercantilismo es centralista al considerar que es el propio estado el que debe
organizar y programar la adquisición de metales preciosos.
3. Con el mercantilismo aparece por primera vez el concepto de balanza comercial, ya
que los países se ven forzados a desarrollar al máximo las exportaciones de
productos pagaderos en oro y plata y reducir en lo posible las importaciones que
supongan pagos en este tipo de moneda. El mercantilismo propicia una balanza
comercial constantemente favorable.
4. Esta doctrina implica una gran dedicación al marco legal que regula la producción y
el comercio, como vías de conseguir una óptima organización que lo facilite:
desarrollo de la infraestructura del país, comunicaciones, puertos, desarrollos de
mercados exteriores que absorban exportaciones, etc.

A lo largo de los siglos XVII y XVIII en los que se desarrolla esta doctrina económica, el
mercantilismo se presenta con matices y modalidades distintas según los países o las
épocas.

El mercantilismo español se basó más que en un actividad puramente exportadora en la


defensa de los metales preciosos que entraban a España procedentes de América,
atesorándolos en forma de lingotes básicamente.

El mercantilismo francés:
El mercantilismo francés es muy diferente al español, al carecer Francia de minas de oro y
plata, por lo que ésta intenta adquirirlos en los mercados exteriores. Colbert (1619-1683),
ministro de Luis XIV, institucionalizó la exportación de productos franceses para crear oro
y a cuyos efectos desarrolló de forma muy importante la industria gala. Por ello, el
mercantilismo francés es conocido por colbertismo. Colbert consiguió el progreso de Nueva
Francia (Canadá) y convirtió este territorio en el almacén de trigo de Francia. Hasta
entonces la penetración francesa en las orillas del río San Lorenzo había sido poco intensa.

Jean Baptiste Colbert (Reims 1619-París 1683):


Pertenecía a una familia de comerciantes textiles. Fue intendente de la fortuna personal de
Mazarino y durante la Fronda, intermediario entre éste y la reina. Trabajaba dieciséis horas
diarias. Reprochaba en vano a Luis XIV los dispendios de Versalles. Mme. De Sevigné lo
llamaba por su frialdad "el Norte". Creó la contabilidad pública moderna, obligando a
llevar un libro de entradas, otro de salidas y un tercero de fondos.

 La industria:
No tenía el menor interés en enriquecer al pueblo. El Estado creaba industrias para
proveer el mercado interno. Protegía empresas particulares e impulsaba la creación
de otras. Con créditos, franquicias para determinados impuestos, subvenciones,
reducción de los intereses de préstamo al 5%, libertad para despedir trabajadores,
etc. Quebrantó la rigidez del corporativo sistema laboral francés de la época.
Favoreció el aumento de la población para disponer de mayor cantidad de mano de
obra. Concedió la exención tributaria temporal a las familias con más de diez hijos y
a los que se casan jóvenes. Prohibió la emigración de obreros y procuró atraer a
oficiales extranjeros con sus familias, aprendices y herramientas. Creó manufacturas
reales, empresas con producción controlada por el Estado donde se imparten
enseñanzas técnicas. Intendentes e inspectores fijan precios y analizan calidades.
 El comercio:
Protegió el comercio interior de la competencia extranjera. En 1664 y 1667 se
decretó un aumento de las aduanas de puertos: los holandeses, máximos
perjudicados, adoptaron idéntica medida sobre las mercancías francesas que se
repartían mundialmente desde Amsterdam. Colbert decidió prescindir de este
intermediario y planeó la construcción de una flota mercante y de guerra suficiente
(se pasó de 18 buques en 1661 a 276 en 1683), mediante subvenciones. Los
empresarios que adquiriesen naves extranjeras cobrarían 2,5 libras por cada
tonelada de su capacidad; pero si la construían en su propio país, el premio sería de
5 libras. Se fundaron Compañías Comerciales al estilo inglés y holandés:
Compañías de las Indias Orientales, Occidentales, del Senegal, del Levante y del
Norte, cuyo éxito no duró más que la vida de Colbert. Francia en realidad no sentía
el empuje colonial de sus vecinos. Los tributos constituían una pieza fundamental.
Los privilegiados no pagaban impuestos directos sobre la renta (talla). Sólo los
campesinos tributaban. Constituían el 90% de la población (17 ó 18 millones).
Dedicaban al menos 30 días al año a las obras públicas del Estado como caminos y
acequias y otros 30 a su respectiva jurisdicción señorial. Colbert ejercía un control
directo sobre los nombramientos en el ejército y la Administración.

Distintos grados de progreso como resultado:


El mercantilismo inglés y francés es una forma mercantilista mucho más comercial que las
anteriores, ya que primero Holanda, a finales del siglo XVI y principios del XVII, y
después Inglaterra, se especializaron en el transporte y en la intermediación a través de sus
dominios de los mares. En este sentido, el mercantilismo inglés puede ser el más puro de
todos, ya que además de un fuerte desarrollo de la industria y exportaciones propias,
propició todo tipo de intercambios comerciales, siempre que supusiera para ellos un
diferencial medio en oro y plata. Pese a las críticas muy fuertes de que fue objeto el
mercantilismo por la sociedad de su tiempo, este hecho no impidió la expansión del
sistema, incluso bajo su forma más dictatorial, como fue el colbertismo, que no sólo
pretendía un fuerte incremento de la industria como medida de hacer posible las
exportaciones, sino que también suponía conservar y aumentar el poder del rey, poder que
se medía a través de la abundancia de dinero; por ello, el colbertismo, además de ser una
doctrina que suponía la industrialización, implicaba, también, un régimen muy ordenancista
o burocrático, al situar todo el poder en manos del aparato del estado. Este tipo de
mercantilismo rígido se extendió por Rusia y Alemania en el siglo XVIII, dentro de la
generalización de la cultura francesa. En realidad, el auténtico mercantilismo fue una
importante vía de progreso en países donde fue aplicado con más rigor como Holanda,
Inglaterra y Francia, y fue precisamente su éxito lo que suscitó la necesidad y preparó el
triunfo de las doctrinas liberales del siglo XIX.

Fue Keynes, en su teoría general del dinero (1936), el que presentó un nuevo apoyo a las
doctrinas mercantilistas, al defender y demostrar que un excedente de exportaciones podría
aumentar el empleo, la producción y la renta interior, aunque también sostuvo que estaban
indicadas restricciones importantes al comercio internacional. (José Luis Carranza)

La formación de los imperios coloniales.


El gran salto hacia un futuro comercio mundial se habría de producir a finales del siglo XV
con el avance de los pueblos ibéricos en la ruta de la India (Portugal) y de América
(primeramente España). Con las exploraciones y factorías comerciales y zonas de
colonización de ambos países ibéricos, se inició una fuerte recuperación no sólo del
comercio intraeuropeo, sino que al propio tiempo nació el verdadero intercambio mundial.
A mediados del siglo XVI se extendió la penetración comercial europea hasta ambas costas
del Pacífico; los navíos españoles hacían la ruta del Perú a Europa vía Portobelo (Panamá),
y los portugueses llegaban hasta las Molucas (actualmente Indonesia), haciendo entrar en la
corriente internacional no sólo nuevas mercancías (las especias traídas ahora en grandísima
abundancia), sino sobre todo un elemento reactivador de la circulación económica: los
metales preciosos, procedentes de la América española, que causaron lo que los
historiadores de la Economía -y entre ellos, fundamentalmente E.J.Hamilton- llamaron
justamente "La revolución de los precios". Sin embargo, aun con el control de extensos
territorios (España) o factorías ultramarinas (Portugal), las dos naciones ibéricas no
supieron o no pudieron convertirse en verdaderas metrópolis comerciales e industriales. La
Corona portuguesa negociaba fundamentalmente a través de su "Factor" de Amberes,
verdadero emporio comercial de Europa, desde donde se distribuía la mayor parte de las
plusvalías comerciales, reforzándose así la vieja burguesía flamenca.
España no consigue un centro de comercio mundial:
Por su parte, la Corona Española, no obstante los intentos de crear un centro comercial de
primer rango en Sevilla -tan bien estudiada por el historiador Chaunu-, apenas pudo retener
el flujo de metales preciosos al resto de Europa, fundamentalmente a Flandes e Italia,
llegando sus efectos a Alemania a partir de la entronización de los Habsburgo en España.
Surgió así en Alemania una primera generación de banqueros, como los Welser, los
Hochstetter y los Fugger (conocidos en España como los Fúcares), bien estudiados en la
obra de Carande. Las guerras de religión que se desatan con los intentos de Carlos V de
frenar la expansión del Luteranismo y el poder de los reyes y príncipes del Sacro Imperio,
fueron la causa -junto con la desgraciada política económica seguida en España- de esta
casi puro tránsito del oro americano por el suelo español. En definitiva, el exterminio de las
Comunidades de Castilla por Carlos V fue el toque decisivo para impedir el progreso de la
burguesía castellana; no en vano calificó Maravall el movimiento de las Comunidades
como la primera revolución moderna de Europa. El segundo paso que había de frustrar la
aspiración de convertir España en el centro del comercio mundial no tardó en darse. Se
inició con la prohibición de Felipe II a los "rebeldes" holandeses, autoindependizados en
Flandes, de comerciar en Amberes y Lisboa (entonces bajo dominio español en ambos
casos). La prohibición puso en marcha a una nueva potencia comercial, Holanda, que entró
a saco en los establecimientos portugueses en Oriente. Y el capitalismo holandés,
organizado por primera vez en la Historia en forma de sociedades anónimas (la más famosa
de ellas la "Compañía de las Indias Orientales", creada en 1602), fue el punto de arranque
no sólo de un activo comercio, sino también de la creación de industrias transformadoras en
los Países Bajos, que por entonces traían en jaque casi simultáneamente a España y a
Inglaterra. La entrada de Francia en el comercio internacional fue mucho más tardía y
menos fructuosa. Los franceses fundaron sus primeros establecimientos americanos en
Canadá, y más concretamente en Quebec. Pero esas colonias no dieron el fruto apetecido, y
algo parecido sucedió con las factorías francesas en la India, que quedaron muy a la zaga de
las que Holanda había montado más hacia el Este, en las Indias Orientales (actual
Indonesia) e incluso en Japón.
Inglaterra se convierte en potencia comercial:
Las guerras entre Francia y Holanda y entre Francia y España, y el golpe de muerte que
para las pretensiones de Felipe II representó la derrota de la Armada Invencible, fueron las
grandes acciones históricas que habrían de facilitar la emergencia de una nueva y más
definitiva potencia comercial: Inglaterra. Los corsarios ingleses buscaron nuevos horizontes
en las zonas de América que España no había llegado a ocupar. En 1585, Walter Raleigh
fundó la primera de las que habían de ser trece colonias (Virginia). Y con la posesión de
varias Antillas menores, los ingleses no tardaron en asegurarse las bases territoriales de lo
que ulteriormente sería "fecundo" comercio triangular: envío de desde Inglaterra al golfo de
Guinea de géneros diversos y quincalla para la adquisición de esclavos; esclavos que se
"exportaban" a las nuevas plantaciones del Caribe y de las trece colonias; desde allí se
embarcaba algodón, azúcar y tabaco hacia Europa. El 1651 los avances de Inglaterra -que
hacía presa en los galeones españoles del Caribe y del Pacífico- se consolidaron con la
Navigation Act, de Cromwell, que reservó el tráfico de productos ingleses a la flota de
Inglaterra. Una medida que junto a la creación de las compañías comerciales reforzó el
poderío marítimo de Inglaterra y su comercio internacional. Avances que a su vez se vieron
acelerados con el tratado de Methuen de 1703, que de hecho convirtió a Portugal y a su
extenso imperio colonial en una colonia económica británica; tanto a cambio de las
preferencias concedidas a los vinos portugueses, como por las garantías que prestó Londres
para preservar la integridad de los territorios de la Corona de los Braganza de las apetencias
de España o de otros países (Holanda y Francia). Frente a España, también supo Inglaterra
arrancar concesiones importantes. Desde el tratado de Utrech (1714), la presencia inglesa
en las Ferias de Portobelo -punto de paso de las mercancías del Perú a Europa- ya fue
permanente. El comercio y el contrabando británicos se convirtieron en un hecho
institucionalizado en todo el Imperio español en América. (Ramón Tamames)

(*) Texto de José Ignacio del Castillo:


Con el nombre de mercantilistas, la Historia del Pensamiento Económico identifica a una
serie de pensadores asistemáticos, cuya obra se desarrolla durante los siglos XVI, XVII y
primera mitad del XVIII, y cuyo común denominador es la defensa de las restricciones
económicas con la intención de beneficiar los intereses y el desarrollo de industrias
particulares. En ellos ya se advierten las principales ideas del inflacionismo, entre otras:

1. La identificación de prosperidad con consumo -inclusive el suntuario. Véase por


ejemplo: La Fábula de las Abejas de Bernard de Mandeville. Esta idea se entiende,
no como que un mayor consumo es signo de prosperidad, sino como que el
consumo crea la prosperidad.
2. Énfasis en la importancia de la balanza de pagos y en el hecho que las exportaciones
superen a las importaciones, todo ello con el fin atraer poder adquisitivo hacia el
país.
3. Proteccionismo arancelario, para que las compras de los nacionales impulsen a las
industrias del país y no se pierdan "creando empleo" en el extranjero.
4. Aumento de la "masa monetaria" a través del envilecimiento de la moneda (rebaja
de su contenido metálico).
5. Fomento de las obras públicas.
6. Confiscación por parte del soberano de todo el metal, lo que equivale a la
nacionalización de los pagos internacionales.

Las consecuencias lógicas de estas doctrinas son absurdas, a la vez que terribles. Absurdas,
porque renunciar a las ventajas del comercio internacional implica tener que producir a un
coste mayor lo que puede obtenerse de modo más económico. Significa que los ciudadanos
de Groenlandia no deben comprar café en Colombia, sino producirlo en la Tundra, o que
los cirujanos no deben contratar enfermeras, para evitar así la competencia de la mano de
obra "cualificada". Llevada a su conclusión lógica, la doctrina debería defender el
autoconsumo individual completo, para asegurarse de que el trabajo nunca falta. Decía el
americano Henry George que había que ser muy necio para pensar que es bueno establecer
en tiempos de paz, lo que los enemigos tratan de imponerte en tiempos de guerra: el
bloqueo de los puertos para evitar el aprovisionamiento desde fuera. También son terribles
porque, de acuerdo con estas teorías, no puede existir armonía de intereses entre las
naciones. Un país que carezca de determinado recurso (por ejemplo petróleo), no tiene
forma de adquirirlo entregando otra cosa que no sea dinero, -recordemos que, según la
doctrina mercantilista, el resto de países no deberían comprar productos extranjeros
elaborados. Por tanto, si dicho país no produce dinero -entiéndase dinero-mercancía, como
el oro-, su única salida es la conquista militar. En este sentido, la doctrina hitleriana del
Lebensraum fue la conclusión lógica de las políticas proteccionistas keynesianas de los
años 30, al igual que el colonialismo constituyó el ideal de la etapa mercantilista. El
economista francés Fréderic Bastiat resumió la idea con su célebre frase: "Si las mercancías
no cruzan las fronteras, lo harán los soldados" Este evangelio de la escasez, este "miedo a
las mercancías" como lo denominó el sueco Eli Heckscher, se fue haciendo popular durante
el Renacimiento, y podemos asegurar que su auge fue el resultado de la paulatina
generalización de la economía monetaria y crediticia y de la transición desde el
autoconsumo hacia la producción para el mercado. Los mercantilistas se fijaron como
objetivo proteger al productor nacional, para garantizar tanto los aprovisionamientos
indispensables, como el empleo. Sin embargo, cegados con este deseo, perdieron de vista el
objetivo final de la producción, que no es otro que la satisfacción más abundante posible de
las necesidades del consumo. De este modo, abogaron por una serie de medidas restrictivas
que garantizasen la escasez de mercancías, los precios altos y la abundancia de poder
adquisitivo. En general, no fueron capaces de advertir que, en condiciones normales, el
poder de compra radica en la propia producción; que los bienes se cambian por bienes a
través de esa gigantesca cámara de compensación que es el crédito comercial; que la
función del dinero es servir como unidad de cuenta y como garantía de la soberanía del
consumidor y que en general, sólo se requiere su presencia física para ajustar las diferencias
entre pagos y cobros. Tampoco alcanzaron a comprender que las tasas de atesoramiento
inusualmente elevado, se producen únicamente, cuando se destruye el crédito y no queda
otro modo de conservar riqueza que a través del atesoramiento de moneda. Todos estos
puntos quedarán aclarados conforme avancemos en nuestra exposición. (José Ignacio del
Castillo.

Los modelos de las ventajas absolutas y relativas

Fue el economista clásico inglés D. Ricardo (1772-1823) quien demostró


que no sólo en el caso de que aparezca ventaja absoluta existirá especialización y
comercio internacional entre dos países. Podrá ocurrir que uno de ellos no posea
ventaja absoluta en la producción de ningún bien, es decir, que necesite más de
todos los factores para producir todos y cada uno de los bienes y servicios. A
pesar de ello, sucederá que la cantidad necesaria de factores para producir una
unidad de algún bien, en proporción a la necesaria para producir una unidad de
algún otro, será menor que la correspondiente al país que posee ventaja absoluta.
En este caso decimos que el país en el que tal cosa suceda tiene “ventaja
comparativa o relativa” en la producción de aquel bien.

Según D. Ricardo “en un sistema de comercio absolutamente libre, cada país


invertirá naturalmente su capital y su trabajo en los empleos más beneficiosos. Esta
persecución del provecho individual está admirablemente relacionada con el
bienestar universal. Distribuye el trabajo en la forma más efectiva y económica
posible al estimular la industria, recompensar el ingenio y al hacer más eficaz el
empleo de las aptitudes peculiares con que lo ha dotado la naturaleza; al
incrementar la masa general de la producción, difunde el beneficio por todas las
naciones uniéndolas con un mismo lazo de interés e intercambio común. Es este
principio el que determina que el vino se produzca en Francia y Portugal, que los
cereales se cultiven en América y en Polonia, y que Inglaterra produzca artículos de
ferretería y otros” (David Ricardo, Principios de Economía Política y Tributación,
1817).

¿Pero, por qué un país determinado se especializa en un producto concreto?


La respuesta parece obvia: cada país se especializará en aquellos productos que
pueda producir ventajosamente con respecto a los demás países. ¿Y qué significa
producir ventajosamente? Adam Smith (1723-1790) respondió a esas preguntas
afirmando que los países se especializarán en producir aquellos bienes sobre los
que tengan una ventaja absoluta, es decir, que sean capaces de producir el
mismo número de bienes aplicando menor cantidad de trabajo.

Su discípulo David Ricardo dio un paso más: demostró que todos los países
se pueden beneficiar especializándose cada uno en la producción de bienes aunque
no tengan ventaja absoluta en ellos; es suficiente que tengan ventaja comparativa,
es decir, que sean capaces de producirlo a un precio menor.

El cuadro o tabla siguiente nos ilustrará sobre los anteriores conceptos.

CUADRO VENTAJA ABSOLUTA


México E.E.U.U. Totales

Nº de obreros 10 10
Horas 140 140
mensuales por
obrero
Horas en cada 2 4
par de zapatos
Horas en cada 10 7
abrigo
Producción mensual sin especialización
Pares de 5 x 140 / 5 x 140 / 4 = 525
zapatos 2 = 350 175
Abrigos 5 x 140 / 5 x 140 / 7 = 170
10 = 70 100
Producción mensual especializándose
Pares de 700 0 700
zapatos
Abrigos 0 200 200

Empecemos comprendiendo la argumentación de Adam Smith sobre la


ventaja absoluta con un sencillo ejemplo. Supongamos que hay dos empresas,
una española y una francesa, que trabajan o curten la piel. Ambas empresas tienen
10 obreros cada una, que trabajan 140 horas al mes. Los obreros españoles son
más hábiles fabricando zapatos: hacen un par de zapatos en sólo dos horas
mientras que los trabajadores franceses necesitan cuatro horas. En cambio los
franceses son más expertos con los abrigos de piel, ya que hacen uno en siete
horas mientras que los españoles necesitan diez. Es decir, los españoles tienen una
ventaja absoluta en la fabricación de zapatos (necesitan menos tiempo para
hacerlos) mientras que los franceses tienen ventaja absoluta en la fabricación de
abrigos.

Si no existiese el comercio internacional, tanto la empresa española como la


francesa tendrían que dedicar la mitad de sus empleados, a fabricar zapatos y la
otra mitad a fabricar abrigos. Mensualmente los españoles podrían producir 350
pares de zapatos y 70 abrigos mientras que la empresa francesa produciría 175
pares de zapatos y 100 abrigos. Pero si existe la posibilidad de especializarse e
intercambiar productos a través de la frontera, o por vía marítima, las empresas
podrán dedicar todos sus obreros a la producción en la que son más hábiles,
consiguiendo la española setecientos pares de zapatos y la francesa doscientos
abrigos. Como la producción conjunta ha aumentado (antes había sólo 525 pares
de zapatos y 170 abrigos en total) el comercio beneficiará a ambos países, que
podrán disponer de más zapatos y abrigos.

La argumentación sobre la ventaja comparativa o relativa.


Imaginemos, por un momento, el comportamiento de las mismas empresas del
ejemplo anterior en el caso de que la francesa tenga ventaja absoluta en la
producción de ambos bienes. Supongamos que ambas siguen disponiendo de diez
obreros cada una, que trabajan 140 horas mensuales. Mantendremos el supuesto
de que los obreros franceses son mejores con los abrigos, fabricando uno en siete
horas mientras que los españoles necesitan dedicar diez horas. Pero ahora los
franceses resultarán también más hábiles con los zapatos, fabricando un par cada
dos horas mientras que los obreros españoles necesitan dedicar cuatro.

Si no hay comercio internacional entre sus países, ambas empresas tendrán


que dedicar parte de sus trabajadores a cada uno de los productos. Supongamos
que, como antes, la empresa española dedica la mitad de los obreros a cada uno
de los bienes, consiguiendo así producir mensualmente 175 pares de zapatos y
setenta abrigos. Para facilitar la comprensión del modelo, conviene que
supongamos ahora que la empresa francesa dedica siete trabajadores a la
producción de calzado y tres a la de abrigos, con lo que conseguirá 490 pares de
zapatos mensuales y sesenta abrigos.

Aunque la empresa española es menos eficiente en la producción de ambos


tipos de bienes, tiene ventaja comparativa en la producción de abrigos. Obsérvese
que, si no hay comercio internacional, el precio de los abrigos españoles equivaldrá
al de 2,5 pares de zapatos, mientras que a los franceses les costará un abrigo lo
mismo que 3,5 pares de zapatos. Es decir, a los franceses les resultan más caros
los abrigos, en comparación con los zapatos, que a los españoles. Un
contrabandista despabilado podría intentar sacar provecho de la situación, llevando
abrigos españoles a Francia y zapatos franceses a España.

El cuadro resultante sería el siguiente:

CUADRO VENTAJA COMPARATIVA


España Francia Totales
Nº de obreros 10 10
Horas mensuales 140 140
por obrero
Horas para cada par 4 2
de zapatos
Horas para cada 10 7
abrigo
Precio 1/2,5 1/3,5
abrigo/zapatos
Producción mensual sin especialización
Pares de zapatos 5 x 140 / 4 = 7 x 140 / 665
175 2 = 490
Abrigos 5 x 140 / 10 = 3 x 140 / 130
70 2 = 60
Producción mensual especializándose
Pares de zapatos 0 700 700
Abrigos 140 0 140

Si la empresa española dedica todos sus trabajadores a fabricar abrigos y la


francesa los suyos a producir zapatos, el resultado conjunto será de setecientos
pares de zapatos, todos franceses, y ciento cuarenta abrigos, todos españoles. El
resultado conjunto sigue siendo superior al que se conseguiría si no fuese posible
la especialización. Pues bien, ambos países podrán disponer de más zapatos y más
abrigos que antes, por lo que ambos saldrán beneficiados.

En cambio, la realidad de la elevada integración de los sectores industriales


de las economías modernas hace que la mayor parte de los países importen y
exporten a la vez los productos de muchas industrias, ya sea en forma de
componentes, de artículos semiacabados o bien de producto final. El esquema
teórico conceptualizador de economías aisladas e independientes, cada una de
ellas especializada en distintos productos en función de sus “ventajas relativas o
comparativas” en base al modelo ricardiano que acabamos de exponer, ya no se
ajusta a la realidad actual, si es que alguna vez lo hizo.

Por último, en referencia a Adam Smith, digamos que su “Indagación acerca


de la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones” (The Wealth of Nations),
publicada en el año de gracia de 1776, constituyó una amplia e impresionante
investigación acerca de las condiciones que promueven o impiden el bienestar
económico de los pueblos del orbe. Entre los principales impedimentos contra los
cuales acumuló hechos y teorías, se cuentan las considerables interferencias al
comercio internacional (a las que nos referiremos en el epígrafe siguiente) que
habían sido establecidas por el “sistema mercantilista”, y que incluían,
especialmente, las restricciones a la importación.

Nadie designa ya actualmente a Adam Smith con el calificativo de “padre de


la economía política”. Es sabido que tomó mucho de sus predecesores, como Petty,
Cantillon y, sobre todo, de los fisiócratas. Por otra parte, las teorías por él expuestas
hace más de doscientos años han sido objeto de tantas rectificaciones que los
economistas contemporáneos no pueden considerarse ya como sus herederos
directos. Sin embargo, a nadie se le ocurre discutirle el título de “jefe de la escuela
clásica”.

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