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Los principios de la ética profesional

En el campo de la ética profesional prácticamente existe consenso acerca de los principios que
deben fundamentar las acciones de todo profesionista que se precie de estar actuando
moralmente. Más allá de la existencia y apego a ciertos códigos deontológicos que plantean
muchos gremios profesionales, en un nivel de mayor generalidad y profundidad teórica se
encuentran estos tres principios de acción ética (o cuatro, dependiendo del desdoblamiento o no
del primer principio) que deben normar el comportamiento en el campo de la acción socio-
profesional.

Desde los planteamientos de autores como Hortal (1996; 2002), Martínez (2006), Hirsch (2004) y
otros, estos principios fundamentales son: el principio de beneficencia (al que en ocasiones se
añade su contraparte, como principio de no maleficencia), el principio de justicia y el principio de
autonomía.

Integridad

Objetividad

Responsabilidad

Confidencialidad

Competencia y actuación profesional

Respeto entre colegas

Conducta Ética

Difusión y colaboración

Estos principios éticos son los de no-maleficencia, beneficencia, autonomía, respeto, justicia,
responsabilidad y precaución. La acción profesional deberá sustentarse en estos principios
morales muy específicos que fundamentan los códigos de ética. Profundizar en lo que significan
estos principios e interpretarlos para el campo propio de las profesiones es tarea de la ética
profesional que debe llevar a cabo cada profesional.

Se agregan a estos principios los referentes morales relativos a la sociedad en tanto espacio de
ciudadanía y democracia. La libertad, la igualdad, el respeto, la tolerancia y el diálogo comprenden
los valores cívicos que todo profesional debe asumir en tanto ciudadano y que forman parte de lo
que sería una sociedad justa plural e intercultural.

No es concebible un profesional excelente que a la vez sea mal ciudadano. Los códigos de ética
profesional codifican en algunos apartados y en algunos de sus artículos esta obligatoriedad con la
sociedad.
Como vemos, un profesional no es alguien que sólo hace muy bien sus actividades. Eso no basta.
Sus acciones deben valorarse también en términos éticos. Y diríamos, entonces, que un
profesional excelente es quien es un buen ciudadano, impecable técnicamente y ético.

Además de los bienes internos de las profesiones, están los bienes externos de las mismas: dinero,
reconocimiento, poder, fama. Estos bienes los debe obtener el profesional como consecuencia del
ejercicio de su profesión, es decir, una vez que lleva a cabo las acciones profesionales orientadas al
logro del bien interno.

La corrupción ocurre cuando el profesional orienta sus acciones profesionales de acuerdo a la


consecución de los bienes externos, por encima de los bienes internos y esto significa que el
profesional ignoró su código de ética y por ende los principios de la ética profesional y ciudadanos
a los que se debe.

Autonomía: Este principio nos pide ver a los individuos como agentes con la capacidad de tomar
sus propias decisiones cuando cuenten con la información necesaria sobre los procedimientos a
los que se les va a someter, su propósito, y sus posibles riesgos y beneficios, así como las
alternativas que tienen. Así mismo, es importante que tengan presente que pueden hacer
cualquier pregunta sobre los procedimientos y que pueden abandonarlos en cualquier momento.
A partir de este principio se deriva la práctica del consentimiento informado. En caso de que el
paciente no sea competente, las decisiones las debe tomar el representante legal.

Beneficencia: Las investigaciones desarrolladas tienen siempre que tener el propósito de


beneficiar a los participantes o a los futuros pacientes.

No Maleficencia: Es importante minimizar las posibles daños a los participantes en las


investigaciones o a los pacientes.

Justicia: Se deben de distribuir los bienes y servicios buscando proveer el mejor cuidado de la
salud según las necesidades y promover el interés público.

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