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Pocos temas, en la literatura argentina contemporaá nea, han suscitado tan compartido
intereá s, tanta hipeá rbole enjuiciadora, tal acopio de testimonios, como el relativo a la
labor de los grupos que irrumpieron a la literatura en los anñ os inmediatos a la primera
guerra mundial. Bien es cierto que la curiosidad actual halla suficiente justificativo en
el prestigio que algunos integrantes de aquella promocioá n alcanzaron con sus obras de
madurez, y basta pensar que nombres como los de Borges, Bernaá rdez, Gonzaá lez
Lanuza, Marechal, Girondo, Castelnuovo o Mariani cubren algunos de los capíátulos maá s
sustanciosos de nuestra literatura para razonar ese tipo de intereá s reflejo, similar al
que despierta la infancia de los proá ceres o el origen de las comunidades ilustres.
No es este tipo de intereá s, sin embargo, el que encaminaraá las presentes
consideraciones. La promocioá n literaria surgida en la primera post-guerra, aun
decapitada de sus obras de madurez, sin la perspectiva posterior del eá xito y la
estimacioá n de la críática, ofrece materia para un anaá lisis que no pecaraá de ocioso si
consigue eludir la tentacioá n de la críática menuda y la reiteracioá n de esquemas
demasiado conocidos.
Comencemos por anotar las circunstancias histoá rico-sociales que permitieron el
desarrollo de las actividades literarias en un marco auspicioso y excepcional. La
primera gran guerra y el estallido de la revolucioá n rusa fueron, cada uno con sus
propias dimensiones, acontecimientos que modificaron los niveles del horizonte
histoá rico. El siglo XIX concluye realmente con estos sucesos y una nueva era se abre o
parece abrirse, con nuevos instrumentos de realizacioá n, fuerte optimismo y buena
dosis de fe en el futuro. La Argentina, confinada por la geografíáa y por la historia en los
extramuros del mundo, acusa el impacto de los hechos y busca conectarse al torrente
circulatorio de las nuevas ideas y de sus foá rmulas expresivas. Antes de terminar el
conflicto beá lico, en 1916, la figura de Yrigoyen cristalizaba el anhelo del sufragio libre,
y el caudillo con su tozudez y su gesto esoteá rico, facilitoá el acceso al poder de vastos
sectores de la clase media. En 1918, la Reforma Universitaria —correlato del triunfo
radical en los claustros— agita las mentes juveniles y confirma la presuncioá n,
ampliamente sustentada en otros lugares y por otros motivos, de que la juventud
liquidaraá el mundo de los viejos. En Europa se advierte cierta petulancia, cierto
explosivo vitalismo, un marcado menosprecio por el pasado y una absoluta
irresponsabilidad por el futuro: Ortega diraá que se inaugura el sentido festival de la
vida despueá s de un siglo especialmente acumulativo y laborioso, y seraá n naturalmente
los joá venes los encargados del alegre consumo. La presidencia de Alvear, 1922-1928,
da sus hitos cronoloá gicos a esta variante argentina de una toá nica casi universal. Aquíá
coinciden la repercusioá n de un insoá lito períáodo de bonanza mundial con el decidido
florecimiento de la prosperidad interior; una políática social tibiamente benigna con el
disfrute de una faá cil libertad de expresioá n. Valoá rese como se quiera cada uno de estos
elementos: en su conjunto favorecieron la eclosioá n de un clima especialmente
propicio, sin antes y sin despueá s en la historia cultural del paíás.
Entonces el nuá mero y la variedad de las revistas literarias: Proa, Inicial, Valoraciones,
Los Pensadores, Martín Fierro, Claridad, La revista de América, La campana de palo; el
increíáble tiraje de algunas de estas publicaciones: 10.000 ejemplares mensuales de
Claridad, hasta 20.000 un nuá mero afortunado de Martín Fierro; entonces la resonancia
de los concursos literarios; el eco de algunos episodios protagonizados por escritores
o a propoá sito de escritores: desde la notable simulacioá n de Ceá sar Tiempo bajo el
seudoá nimo de Clara Beter hasta el sonado alejamiento de Leumann del diario La
Nación; desde los ruidosos aá gapes a visitantes famosos a la burda parodia que el senñ or
Soto y Calvo ejecutoá sobre la Exposición de la actual poesía argentina, utilíásima
antologíáa preparada por Pedro Juan Vignale y Ceá sar Tiempo. La literatura se difunde,
se discute, se toma en cuenta como nunca; los escritores joá venes usufructuarios
directos de la feliz coyuntura, se ocupan de síá mismos y de sus obras con un desenfado
sin precedentes. Manifiestos, programas, revistas orales, exposiciones radiofoá nicas,
reportajes periodíásticos. Díáas tras díáas la nueva literatura se define ante el puá blico, se
endosa roá tulos maá s o menos llamativos, se encrispa en rivalidades de escuelas, se
ahueca en caá lidos elogios de camaraderíáa.
Con las naturales excepciones, el medio centenar de joá venes que empieza a escribir
por esos anñ os (coá mputo de nombres que persisten) parece sentir una conciencia
unitaria de grupo, una necesidad de conocer y de re-conocer en el conjunto, necesidad
que rebalsa las diferencias esteá ticas o ideoloá gicas y que convierte la lucha de facciones
en rencillas maá s o menos domeá sticas y de conciliacioá n adecuada al empenñ o verbal
comprometido.
Fuertes por la transferencia a una unidad superior; fuertes por ser joá venes en un
mundo en que la madurez sobrellevaba el estigma del fracaso, la revelacioá n de la
propia pujanza, del propio valer, constituye uno de los rasgos caracteríásticos de
aquella promocioá n. En el primer nuá mero de Proa (segunda eá poca, anñ o 1924) se lee
esta redonda declaracioá n:
Luego vino el florecimiento de los joá venes que fatigaban la imaginacioá n en buscas venturosas. Y vieron
la luz cenaá culos y revistas cuya fuerza pletoá rica rompioá en la impaciencia, con incomprensiones y odios.
Se quiso malograr el movimiento con un silencio demasiado glacial para ser sincero, pero poco a poco
las clases cultas comprendieron la magnitud del fenoá meno y despueá s de observarnos de lejos con
curiosidad mezclada de duda, nos dieron su sancioá n maá s amplia con la espleá ndida convivencia que
acaba de iniciarse entre ellas y los artistas, sin distincioá n de banderas. 1
1
Hay maá s optimismo que veracidad en esta declaracioá n; los joá venes fueron resistidos sin tregua por muchos de los
intelectuales maá s notables de la generacioá n vigente. El primero de ellos, Lugones. “Leopoldo Lugones fue eá l solo la
generacioá n anterior a la nuestra, y nos odioá con rencor leonino porque adivinaba en nosotros al enemigo que
contaba con la complicidad del tiempo”, diraá Gonzaá lez Lanuza en 1942, recordando las tensiones del conflicto
generacional. Giusti, prestigiado ya por su labor al frente de la revista Nosotros, daraá esta caá ustica opinioá n de la
nueva literatura, en un reportaje que le solicitara El Día de Montevideo en enero de 1926. El periodista adelanta el
tema del reportaje: la nueva sensibilidad, Giusti responde:
“Con franqueza: no creo que exista. Una nueva retoá rica síá es posible. Todo poeta es una nueva y fresca sensibilidad.
Por eso es poeta. Pero estos poetas no se encuentran en todas las esquinas. El que abunda es el que se acomoda a la
nueva palabreríáa. (Que deja de ser nueva apenas nacida). Los poetas asíá, palabreros, son legioá n. En menos de un
anñ o he visto pasarse a la “nueva sensibilidad” e inventar metaá foras de nuevo cunñ o, aunque de gusto y felicidad
discutibles, y versos tipograá ficos, a muchachos que ayer todavíáa victorhugueaban en desabridos alejandrinos. La
cuestioá n es proponeá rselo…
Periodista: ¿Pero juegan por necesidad espiritual o por pose?
¡Oh! Hasta doá nde eso sea necesidad espiritual no seá . Pero supongo que es cosa exterior, superficial, pegadiza,
imitada, pasajera. El artificio, sin embargo, es manifiesto. ¿Queá significa pegar revistas murales, como me dicen que
Senñ aladas ya, someramente, las favorables circunstancias en que esta promocioá n
irrumpe en la literatura, y anticipados los víánculos que notoriamente destinñ en sobre el
conjunto un matiz familiar, seraá oportuno detenerse en las dos tendencias maá s
conocidas, supuestamente antiteá ticas, y que en la poleá mica y en el libro pretendieron
otorgar un sentido diverso a la literatura.
Florida y Boedo, designaciones topograá ficas agudamente trasladadas al campo crucial
en que lo meramente esteá tico se separa de los contenidos ideoloá gicos, o mejor dicho,
de la propaganda ideoloá gica, representan en nuestra literatura el viejo dilema que la
foá rmula horaciana, dulce et utile, pretendioá resolver en el maá s difíácil de los equilibrios
imaginables. Florida, calle del ocio distraíádo, era un buen nombre para acunñ ar la
variante local del concepto de gratuidad en el arte; Boedo, calle de traá nsito fabril en un
barrio fabril, una excelente bandera para agitar las conciencias con adecuadas
foá rmulas de subversioá n. Florida miraba a Europa y a las novedades esteá ticas de la
post-guerra; Boedo miraba a Rusia y se inflamaba con el suenñ o de la revolucioá n
universal. El origen de ambas designaciones segrega ya una pequenñ a leyenda, y se
ofrecen varios nombres y diversas intenciones para su puesta en circulacioá n 2; evíátese
la aneá cdota y se apreciaraá lo mismo la simple eficacia con que ambos nombres
destacan la polaridad de un proceso literario.
Como todo estado de pureza, la literatura pura apenas dio fruto visible en el grupo
Florida, y fueron maá s las aproximaciones y los esfuerzos voluntarios que los
resultados netos. En la líánea de mayor tensioá n puede inscribirse el ejemplo de
Eduardo Gonzaá lez Lanuza, autor de Prismas, quintaesencia del ultraíásmo, y de
Aquelarre, “libro de imajinacioá n en el maá s vasto sentido de la palabra”, en cuyo proá logo
puede leerse lo siguiente:
Quiero dejar sentado aquíá, que ni por asomo, he pretendido sostener en mis cuentos ninguna idea
filosoá fica, eá tica ni de cualquier clase de inquietudes ajenas a la literatura. Son cuentos literarios. Nada
maá s ni nada menos… No se vaya a interpretar tampoco mi actitud como un repudio a la literatura
sicoloá jica. Me explico:
Creo que tanto el cuento como la novela sicoloá jica, que personalmente me entusiasman cuando el autor
es un Jack London o un Goncharov; caen maá s bien dentro de la monografíáa cientíáfica, del documento
antropoloá jico, que en el campo puramente literario.
En este tibio ayer, que tres anñ os prolijos no han forasterizado en míá, comenzaba el ultraíásmo en tierras
de Ameá rica y su voluntad de renuevo que fue traviesa y brincadora en Sevilla, resonoá fiel y apasionada
en nosotros. Aquella fue la eá poca de Prisma, la hoja mural que dio a las ciegas paredes y a las hornacinas
baldíáas una videncia transitoria y cuya claridad sobre las causas era ventana abierta frente a cielos
distintos, y de Proa cuyas tres hojas eran desplegables como ese espejo triple que hace movediza y
variada la gracia inmoá vil de la mujer que refleja. Para nuestro sentir los versos contemporaá neos eran
inuá tiles como incantaciones gastadas y nos urgíáa la ambicioá n de hacer líárica nueva. Hartos estaá bamos
de la insolencia de palabras y de la musical indecisioá n que los poetas del novecientos amaron y
solicitamos un arte impar y eficaz en que la hermosura fuese innegable como la alacridad que el mes de
octubre insta en la carne juvenil y en la tierra. Ejercimos la imagen, la sentencia, el epíáteto, raá pidamente
compendiosos.3
Esta depuracioá n del lenguaje poeá tico se apoyaba ademaá s, de acuerdo con la mejor
tradicioá n de la vanguardia europea (tradicioá n que respetoá Borges en su manifiesto
ultraíásta de 1921), en la exclusioá n de todo arrastre emocional y del intento de adherir
de circunstancias al poema. Casi todos los poetas iniciados en el ultraíásmo —y Borges
el primero— se apartaron, sin embargo, de este principio y aplicaron el nuevo
lenguaje poeá tico a temas propicios al confesionalismo y a la menuda
circunstanciacioá n. Buenos Aires, mejor dicho, el arrabal de Buenos Aires se convirtioá
pronto en materia poeá tica por excelencia, hasta el punto de segregar una retoá rica
nueva, claá sica ya por el prestigio y la circulacioá n de numerosos hallazgos. Almacenes
rosados, taperas azules, calles enternecidas de árboles…
La buá squeda del color local, de los tipos caracteríásticos, el criollismo, para emplear
una expresioá n generalizada, la poesía folklórica, seguá n definicioá n de Cansinos Assens
aplicada al primer libro de Ricardo Molinari, 4 fue una curiosa variante de la
vanguardia literaria de Florida. Es faá cil perseguir en los libros maá s representativos de
este grupo abundantes pruebas de esta inclinacioá n un tanto paradoá jica, y,
frecuentemente, snob, pero esos libros apenas reflejan una parte de la maníáa criollista:
la otra se dispersoá y se agotoá en excursiones colectivas a los suburbios portenñ os, en
discusiones de cafeá , en tal o cual disquisicioá n socioloá gica, en la admirada
contemplacioá n de atardeceres, en el erudito registro de los maá s viejos tangos y
milongas orilleros. Para El hombre que está solo y espera, síántesis de esta actitud
deambulatoria, algo maá s gaá rrula que reflexiva, Rauá l Scalabrini Ortiz anotoá
sugeridoramente: “El autor… realizoá ademaá s una sostenida campanñ a pro-
reconocimiento de las bondades portenñ as, como redactor de ‘La Nacioá n’, ‘El Mundo’, ‘El
Hogar’ y ‘Noticias Graá ficas’. Pero su obra mejor, la maá s indiscutiblemente portenñ a, estaá
en sus incurrias, en sus vagancias por las calles, en sus despreocupaciones, en su amor
a la ciudad jamaá s desmentido…” Estas palabras, escritas en 1931, al rescoldo de
experiencias recientemente vividas, hallaríáan su contra reá plica en otras que Borges
escribiríáa veinte anñ os maá s tarde para denunciar el espejismo de los cazadores de color
local,5 y su versioá n iroá nica en las excelentes paá ginas con que Leopoldo Marechal
3
Proá logo al libro de Nora Lange, La calle de la tarde, Bs. As., 1925.
4
En Verde y dorado en las letras americanas, Madrid, 1947.
5
“El escritor argentino y la tradicioá n”. Conferencia pronunciada en 1951. Reproducida en Otras inquisiciones, Bs.As.,
1953.
transmutoá en materia novelesca, para su Adán Buenosayres (1948), las inquietudes
peripateá ticas de aquellos joá venes escritores de la vanguardia literaria.
Para otro rasgo caracteríástico del grupo Florida deberaá desestimarse la consulta de los
libros representativos. El buen humor, la irrespetuosidad por algunos de los valores
establecidos, la zumbona alegríáa, la actitud luá dica y cierta inocente petulancia,
hallaron mejor cabida en las revistas que en los libros, y entre todas las revistas de
entonces, en Martín Fierro (1924-1927) aá gil y ameníásima publicacioá n abierta a todas
las tendencias de vanguardia.
La historia de Martín Fierro, entusiastamente trazada por Oliverio Girondo, 6 uno de
sus fundadores, es la historia misma del grupo Florida, tan ajustadamente puede
recortarse la una sobra la otra. Aquíá colaboran no soá lo los poetas adscriptos a las maá s
flamantes foá rmulas de vanguardia: tambieá n se avecinan algunos de temple
conservador o proá ximos al conservadorismo artíástico, pero a quienes seduce la
posibilidad del titeo, del juego de palabras, de la saá tira, o el simple contacto de la
camaraderíáa gremial. Con el seudoá nimo de Heá ctor Castillo, Ernesto Palacio dirige la
siguiente
6
Esta es la noá mina de colaboradores de “Martíán Fierro”, con exclusioá n de los plaá sticos y críáticos musicales:
Girondo, Rojas Paz, Palacio, Naleá Roxlo, Franco, Coá rdoba Iturburu, Rega Molina, Olivari, Rauá l Gonzaá lez Tunñ oá n,
Ganduglia, Pinñ ero, Ledesma, Borges, Caneá , Caraffa, Nora Lange, Vignale, Bernaá rdez, Amoríám, Loá pez Merino,
Gonzaá lez Lanuza, Marechal, Pedroni, Pondal Ríáos, Cancela, Julio Irazusta, Scalabrini Ortiz, Salas Subirat,
Mastronardi, Fijman, Molinari, Petit de Murat.
A Buenos Aires no hay quien lo soporte.
Y como eres hombre influyente,
Te pido
Que en un descuido
Del interventor o el intendente,
Robes un nombramiento y me lo mandes inmediatamente.
Necesito un empleo
De unos trescientos pesos en que no se trabaje.
Envíáa un nombramiento por correo
Junto con el pasaje
y al díáa siguiente me pondreá en viaje.
Y en todos los nuá meros puede certificarse, bajo moá dulos que van desde la ditiraá mbica
gacetilla críática hasta el chiste maá s o menos acerado y urticante, la preocupacioá n por
destacar al intereá s del puá blico los nombres y las obras de los joá venes iniciados. Asíá en
el “Parnaso satíárico” y en los “Epitafios”, las dos secciones maá s celebradas de Martín
Fierro, es frecuente encontrar, haciendo blanco comuá n con las figuras consagradas de
Lugones, Gaá lvez o Capdevila, los nombres de Girondo, Gonzaá lez Lanuza, Rega Molina,
Nora Lange y casi todos los integrantes de esta promocioá n.
Martín Fierro dejoá de aparecer por una desinteligencia del director Evar Meá ndez y un
grupo de colaboradores que postulaban la candidatura de Yrigoyen para la presidencia
de la Repuá blica. Es un hecho verdaderamente curioso eá ste del patrocinio electoral por
un grupo de escritores hasta entonces confesos de practicar una neta diferenciacioá n
entre la literatura y la posibilidad de influir en el mundo en que se vive; 7 lo hicieron,
7
Los desconcertados colaboradores de Claridad, interpretaron asíá aquel fervor electoralista: (28 de abril de 1928).
A “EL HOMBRE”
sin embargo, y cualquiera fuere la conciencia y los objetivos de cada uno de los
firmantes, lo cierto es que con ese acto marcaron el fin real de una revista que
representaba una eá poca a punto de clausurarse definitivamente. Yrigoyen tomoá el
poder por segunda vez, pero a los dos anñ os un golpe militar cercenoá la continuidad
constitucional y se convirtioá en íándice de un profundo cambio en la situacioá n
internacional y de una quiebra de estructuras en el orden interno. Martín Fierro
desaparece en 1927; el golpe militar de Uriburu ocurre en 1930. Deben situarse en
este lapso las uá ltimas manifestaciones del grupo Florida en cuanto grupo.
Desaparecen las revistas bullangueras e irrespetuosas; se pierde el gusto por la
discusioá n y por el escaá ndalo literario y la camaraderíáa gremial olvida los banquetes
rituales y las charlas de cafeá . La literatura, como estado puá blico, se asordina. Ha
cambiado el mundo, ha cambiado el paíás, y los joá venes que cinco anñ os antes metíáan
tanto ruido, han entrado en la etapa de madurez, donde la obra, para serse personal,
prefiere con frecuencia el aislamiento. 1922-1928 son asíá los líámites cronoloá gicos del
grupo Florida, aunque es faá cil advertir que para cada uno de los casos individuales tal
cronologíáa debe flexibilizarse. Para Girondo, por ejemplo, empieza antes de 1922 y
concluye soá lo en 1932, con la publicacioá n de Espantapájaros; para Borges, a pesar de
prematuras declaraciones,8 en 1930, con el Evaristo Carriego y su razonada
delectacioá n de Palermo y su intereá s por el compadre: cultor del coraje.
La cronologíáa de Boedo, en cambio, es menos precisa en cuanto a la conclusioá n de un
tipo de literatura practicada y a la pervivencia de cierta actitud ante la literatura social
en nuestro paíás; clarificoá o intentoá clarificar los principios teoá ricos; se ocupoá de
difundir a los claá sicos de la literatura revolucionaria; se propuso no utilizar la
literatura sino como instrumento para remover las conciencias y promover la imagen
de un mundo mejor. Es obvio que con este punto de partida y tales objetivos, el grupo
Boedo estuviera menos condicionado a los cambios en el orden políático o econoá mico, a
las modas artíásticas, al deseo de perfeccioá n formal y a la singularidad de la obra
literaria. Libre de estas contingencias, Boedo puede constituir algo maá s que una
promocioá n signada por estrechos líámites cronoloá gicos; puede ser una escuela, o un
capíátulo extenso de nuestra literatura contemporaá nea. En este sentido, tiene razoá n
Alvaro Yunque cuando incluye, en su antologíáa Poetas sociales de la Argentina, y en el
capíátulo “Poetas de Boedo”, trabajos escritos mucho despueá s de 1930 atendiendo maá s
a la definicioá n de cierta literatura que a los alcances del teá rmino designativo. El
verdadero líámite para la literatura propugnada por el grupo Boedo se corresponderíáa
entonces con el del ciclo vital de sus integrantes y de algunos discíápulos consecuentes.
En este ciclo interfiere la aparicioá n de la doctrina que el Primer Congreso de Escritores
Su verbo brioso debe hallar un eco en la juventud americana si eá sta quiere pensar, si ya se halla harta de
esa turbamulta de pavipollos que hacen de literatos y perogrullos que hacen de filoá sofos como pudieron
hacer de clownes. Y es oportuna la hora, ¡a fe!; la tragedia nos estaá quemando el rostro, iluá minannos las
llamaradas del incendio donde ardioá una civilizacioá n decreá pita, atrueá nannos auá n los oíádos, maá s que el
tronar de la metralla asesina, el del social derrumbamiento. La hora es hermosamente homeá rica. No
faltaba maá s que, en bonitos jardines, a la luz de faroletes a la veneciana, nos diera por seguir cantando
madrigales a la luna o galanteos a las colombinas o danzando al son del sistro mitoloá gico como cacatuá as
o pulcinelas…10
I
Metido en mi sobretodo
es decir, metido dentro
me paseo por el centro,
todo encharcado de lodo,
componiendo de este modo
con mis líáricas recetas
y mis rimas y mis tretas,
poemas conmovedores
a todos los aviadores
para “Caras y Caretas”.
II
Debajo de mi paraguas,
pues esta noche gotea,
mi vista se regodea
contemplando las enaguas
de una ninñ a que a las aguas
desafíáa, brava y fiera;
mas, lo quiera o no lo quiera,
debo atender los pedidos
de “La Prensa”: unos sentidos
versos para verdulera.
(N° 161, 23 jun. 1928)
Creo que síá. Hay varios amigos que comparten conmigo la admiracioá n y el amor apasionado hacia la
literatura rusa. Esto puede ser una orientacioá n en cierto sentido, sobre todo en un concepto realista de
la literatura como expresioá n social. Pero con todo esta pregunta de la encuesta es muy compleja. A maá s
de la preferencia hacia el realismo hay una orientacioá n puramente esteá tica, un culto formal, un carinñ o,
un poco desmedido, por la suntuosa belleza estilíástica. Nuestro rico y armonioso castellano tiene la
culpa.
Hasta tal punto este canto de sirena perturboá muchos oíádos, que en un momento no
fueron suficientes los esporaá dicos traslados a la redaccioá n de una u otra revista, seguá n
los humores del díáa, sino que parecioá necesaria la creacioá n de un nuevo oá rgano, capaz
de conciliar las duras exigencias de la literatura social con los halagos de la forma, la
seriedad de la misioá n asumida con el aditamento de la alegríáa y de la risa. La revista se
llamoá La campana de palo, y en su primer nuá mero, junio de 1925, el editorialista
anoá nimo declaraba a los colaboradores nietos, bisnietos y tataranietos retozones de
Tolstoi, Romain Rolland y Ghandi; reclamaban el don de la alegríáa y el derecho a
revestir de formas agradables y apacibles la humilde verdad que les tocara decir.
En La campana de palo aparecen nombres como los de Gustavo Riccio, Alvaro Yunque,
Rauá l Gonzaá lez Tunñ oá n, Juan Guijarro y Luis Emilio Soto; estos nombres dan mucho peso
a otro editorial anoá nimo de la revista (en el nuá mero 4°), donde se tercia en la poleá mica
desatada entre Martín Fierro y Los Pensadores a propoá sito de los alcances literarios de
Florida y Boedo. La poleá mica, exagerada con el correr de los anñ os en su virulencia y en
su importancia real, es interesante sin embargo, como íándice de las formulaciones
extremas del arte gratuito frente al arte comprometido 11, y maá s interesante auá n si se
comprueba que entre ambos extremos fluctuaba una tercera posicioá n, una tercera
foá rmula que reclamoá , fallidamente, un lugar en la poleá mica y en la historia de la
zarandeada poleá mica. El articulista destaca el simplismo de Evar Meá ndez, director de
Martín Fierro”al pretender dividir a la joven intelectualidad argentina en dos bloques
netos: Florida y Boedo. Admite que haya “una seccioá n Florida, con una innumerable
cohorte de ninñ os que fabrican metaá foras y se postran frente al íádolo Ramoá n”, “con su
esteá tica que responde al concepto burgueá s del arte por el arte, con su indiferencia
hacia el afligente problema social, con su desdeá n de aristócratas del pensamiento (soá lo
lo son del dinero) hacia la multitud que se apinñ a en los conventillos de los suburbios”.
Pero Boedo, como grupo, no existe; aceá ptase a Castelnuovo, con su bien discutible
realismo: un escritor no hace grupo. Boedo, repite el ariticulista, no existe. “Lo que síá
existe es una literatura de arrabal, hecha por mozos nacidos y criados en el arrabal”…
“Hijos del arrabal, empleados, periodistas casi todos ellos, han sufrido en carne propia
la explotacioá n capitalista; y exteriorizan su descontento en una literatura cargada de
inquietudes, de amenazas, de ilusiones”. “Florida contra el Arrabal. Asíá síá es aceptable
la frasecita. Y la lucha estaá entablada sin conciliaciones posibles. Allaá el Capital, aquíá el
Trabajo.” Termina la nota editorial con estas reflexiones: “Lo que síá conceptuamos
absurdo es el que se quiera encajonar en Boedo, y con las caracteríásticas de una
literatura que va del realismo patoloá gico a la truculencia pornograá fica, a un grupo de
escritores joá venes que no participan de esa literatura y que han formado bien lejos de
ella su cultura. ¿Por queá situar en Boedo, ya que niegan pertenecer a tal grupo, a tantos
que no pertenecen a Florida?”
La actitud separatista de este grupo fue maá s bien un episodio aislado en el proceso
literario de esos anñ os, pero es indudable que la misma adquiere rasgos significativos
en cuanto se le adosan todos aquellos datos que marcan vacilacioá n, contradicciones,
idas y venidas en los escritores que por primera vez entre nosotros postulaban una
literatura de izquierda coherente.12 ¿Queá explicacioá n ensayar, fuera del mero gusto
11
Roberto Mariani, que desatoá la poleá mica, formuloá tambieá n la mejor síántesis del antagonismo Florida-Boedo, con
neta contraposicioá n de teá rminos: vanguardia - izquierda; ultraísmo - realismo; Martín Fierro y Proa - Los Pensadores
y Claridad; La greguería - el cuento y la novela; La metáfora - el asunto y la composición; Ramón Gómez de la Serna
-Fedor Dostoiewski. En la misma nota, Mariani interpreta el concepto de realismo:
“Aceptemos el teá rmino ‘realismo’ a falta de otro maá s exacto y preciso, y a ver si nos entendemos. Solamente con
mala fe se explican los nombres de Zola y Gaá lvez que se nos arrojoá como afrenta. El realismo en literatura ha
superado a Zola, y se ha desprendido de incoá modas companñ íáas (de la sociologíáa principalmente y de la tesis y de los
objetivos moralizadores) al mismo tiempo que se desarrollaba vigorosamente con aportes nuevos o rejuvenecidos,
como el subconsciente”. En Exposición de la actual poesía argentina, pp. X-XI.
12
Los nombres de Castelnuovo, Barletta, Yunque, Riccio, Mariani y Ceá sar Tiempo son, probablemente, los que
expresan con mayor contundencia las caracteríásticas con que se reconoce al grupo Boedo. Los de Olivari y de los
hermanos Gonzaá lez Tunñ oá n testimonian, en cambio, la zona de permeabilidad que existioá entre este grupo y el de
Florida. Las dificultades mayores de ubicacioá n convergen en el caso de Roberto Arlt. Arlt ha sido alternativamente
reclamado como propio por memorialistas de Florida y de Boedo, pero los argumentos aducidos no aportan carga
literario, para dar sentido a la atraccioá n que Martín Fierro ejercioá en hombres como
Olivari, Rauá l Gonzaá lez Tunñ oá n, Ceá sar Tiempo, Aristoá bulo Etchegaray, Roberto Mariani, o
al martinfierrismo infiltrado con aire coá mplice en las adustas paá ginas de Claridad?
¿Queá sentido atribuir al empenñ o con que, los mismos escritores que clamaban por el
incendio de la revolucioá n universal, discutíáan los premios municipales de literatura y
su arbitrariedad distributiva?
Sin aá nimo de ordenarlas taxativamente, eá stas pueden ser las razones que expliquen
los cambios de actitud y las frecuentes contradicciones del grupo Boedo. La tradicioá n
literaria de la izquierda, deá bil, dispersa, signada apenas por el logro de tal o cual
resultado valioso, inhabilitada para transmitir un conjunto uá til de experiencias o de
formulaciones teoá ricas. La dificultad de sostener hasta las uá ltimas consecuencias, sin
el apoyo de una fuerza políática, los supuestos de una literatura socialmente
revolucionaria. La dificultad de escapar al condicionamiento de clase, con las pautas
culturales y el horizonte de valores adquirido por educacioá n o por simple contagio del
medio ambiente. Algunos escritores de Boedo proveníáan de hogares proletarios y
cumplíáan tareas manuales para subsistir; otros proveníáan de la pequenñ a burguesíáa y
se dedicaban al periodismo o a trabajos de oficina; ideoloá gicamente constituíáan un
variado mosaico: anarquistas, socialistas, sindicalistas, georgistas, trozquistas,
apristas y comunistas; esteá ticamente, era natural que fluctuaraá n desde el naturalismo
tremendista y granguinñ olesco en el que incurre, a veces, Elíáas Castelnuovo, al carinñ o
por “la suntuosa belleza estilíástica”, de que habla Olivari. Reflexionando sobre algunos
de estos argumentos, Juan Carlos Portantiero concluye por afirmar que las diferencias
esenciales entre Boedo y Florida no eran tan importantes. “Los dos grupos en que se
subdivide la Generacioá n del 22 se unen a traveá s de una constante socio-cultural: salvo
excepciones personales, la literatura de ambos grupos era una expresión del fracaso y
de la soledad espiritual de las capas medias urbanas”.13
Y es necesario volver ahora al punto de partida. Boedo y Florida no deben ser juzgados
por la proyeccioá n de algunas obras de madurez o por el prestigio actual de algunos de
sus miembros. Ambas tendencias permitieron un proceso singular en nuestra historia
literaria, y maá s allaá de los resultados definitivos, acumularon suficiente experiencia de
aciertos y errores como para que se justifique, todavíáa hoy, un regreso a las fuentes.
de conviccioá n y no pasan de referirse a hechos externos. La amistad con Guü iraldes, la publicacioá n de dos relatos de
Arlt en la revista Proa (1925), no prueban absolutamente la adhesioá n del novelista a las foá rmulas literarias de
Florida, ni al tono vital de sus integrantes. Tampoco prueba demasiado a favor de Boedo el origen social del escritor,
sus lecturas, el lenguaje empleado en los relatos, la aparente preocupacioá n social de su novelíástica. El
individualismo anaá rquico de Arlt, su odio a los cenaá culos, y el caraá cter de su novelíástica (angustia, violencia,
irracionalismo) lo apartan tan netamente de Florida como de Boedo, y aun de las coordenadas generales que
imprimen cierta unidad a la literatura de esos anñ os.
No soá lo el caso de Arlt suscita problemas de ubicacioá n. Alberto Pinetta, en 1929, es decir, en las postrimeríáas del
enfrentamiento Florida-Boedo, ensayaba esta distribucioá n, curiosa por maá s de un motivo:
Al grupo Florida pertenecen, Eduardo Mallea, “estilista del tedio vertiginoso”; Rauá l Scalabrini Ortiz, “pescador de la
noche, relator ciudadano”; Francisco Luis Bernaá rdez, “alucinado del tiempo”;Leopoldo Marechal, “explorador de los
horizontes donde duermen las palabras no dichas”; Roberto Arlt, “vitalista, a quien Macedonio Fernaá ndez llama
‘bajador de estrellas, destructor de estrellas’”; Jorge Luis Borges, “introductor del ultraíásmo”; Carlos Mastronardi,
“agricultor de la manñ ana”; y ademaá s, Santiago Ganduglia, Nicolaá s Olivari, Lizardo Zíáa, Oliverio Girondo, Pedro Juan
Vignale, Jacobo Fijman, Eduardo Keller Sarmiento, Evar Meá ndez. Entre los críáticos y ensayistas incluye los nombres
de Ernesto Palacio, Carlos Alberto Erro, Alberto Prebich, y Homero Guglielmini. Para Pinetta no han pertenecido ni
a Boedo ni a Florida: Roberto Mariani, Armando Cascella, Luis Emilio Soto, Ceá sar Tiempo. (“La promesa de la nueva
generacioá n”, en Síntesis, N° 29, 1929.)
13
Juan Carlos Portantiero, Realismo y realidad en la narrativa argentina, p. 121, Bs. As., 1961.
Florida tratoá de actualizar el pulso literario; estuvo alerta a todas las novedades
puestas en circulacioá n por las vanguardias europeas, y de los numerosos ismos
exportables, apenas aclimatoá uno con suerte, el ultraíásmo, con su obsesioá n imaginista
y su repudio de la retoá rica rubeniana. Logroá muchas metaá foras felices; mitificoá con
esteá ril esfuerzo el arrabal portenñ o; flexibilizoá el idioma; renovoá la problemaá tica del
arte; malgastoá talento e ingenio con la inmunidad que garantiza el ejercicio gratuito de
la literatura. Boedo debioá casi inventarse su propia tradicioá n de literatura de
izquierda; pagoá copioso tributo a la debilidad de las formulaciones teoá ricas y a la
necesidad de moverse en un medio refractario donde los críáticos no se correspondíáan
exactamente con los lectores. Promovioá el intereá s de multitudes por la literatura
social; pero se atuvo demasiado a la mirada entendida de grupos minoritarios, y hasta
se comprometioá , por contagio o inercia, en devaneos y juegos verbales. Los escritores
de Boedo sufrieron, en su mayoríáa, el desgarrante conflicto del intelectual burgueá s, a
mitad de camino entre pautas culturales de las que sufre en desprenderse, y objetivos
histoá ricos por cuya concrecioá n juega su destino individual. 14 Entieá ndase que debieron
sacrificar a la eficacia la brillantez, y que debieron asumir, con sus riesgos, el
incoá modo papel de precursores.15
14
Este conflicto rebalsa naturalmente, los problemas de teá cnica y contenidos literarios, y afecta a las actitudes y a la
eleccioá n de una conducta determinada. La mayor parte de los escritores de Boedo adscribieron a la accioá n de
partidos o agrupaciones políáticas, pero no pareciendo ello suficiente, algunos adoptaron resoluciones que tendíáan a
marcar la diferencia entre el escritor social y el escritor que iba a la literatura por simples razones esteá ticas. Es
significativo este gesto de Leoá nidas Barletta, seguá n lo refiere el críático Campos Carpio:
“Leoá nidas Barletta, peleador incansable, cuyos arrestos le llevaron hasta una feria del barrio sud donde vendíáa
papas para demostrar a los cagatintas de Florida que no teníáa por queá ruborizarse en realizar este trabajo que otras
personas menos cultas hacíáan…” “Genio y figura en la obra de Alvaro Yunque”, Revista Iberoamericana, N° 14, 1944.
15
Juan Carlos Portantiero puntualiza bien la importancia histoá rico-cultural del grupo Boedo:
“Boedo fue el primer impacto en nuestra narrativa de la revolucioá n contemporaá nea; la primera manifestacioá n,
relacionada con la propia evolucioá n interna de nuestra literatura, de la nueva etapa cultural abierta en el mundo
por la extensioá n de la teoríáa y la praxis socialista. Este primer acto es suficiente para valorar la importancia del
movimiento y para desmentir a quienes se detienen en sus limitaciones desde el punto de vista de la asepsia
literaria. Culturalmente, Boedo tiene una importancia tan grande que toda la literatura de izquierda en la Argentina
(es decir, todo el cuerpo vivo de la narrativa argentina) estaá marcado por su sello. Incluso sus limitaciones nacen del
boedismo: de la cristalizacioá n de haá bitos traíádos por el boedismo, explicables por las condiciones culturales en que
el movimiento se gestoá , pero no tan justificables despueá s. (op. cit.)