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«A finales de los noventa y lo que va del año dos mil, han coincidido tendencias estéticas distintas y el lector se encuentra ante una productividad híbrida» (Liduvina CARRERA)
«A finales de los noventa y lo que va del año dos mil, han coincidido tendencias estéticas distintas y el lector se encuentra ante una productividad híbrida» (Liduvina CARRERA)
«A finales de los noventa y lo que va del año dos mil, han coincidido tendencias estéticas distintas y el lector se encuentra ante una productividad híbrida» (Liduvina CARRERA)
venezolanos permanecen insertos entre los límites de una continuidad cuyo inicio se ubica en la tendencia del experimentalismo; en efecto, no se trata de una literatura que fluye de la nada, por el contrario, la base experimental sigue presente en los narradores finiseculares, aunque no se encuentren tan centrados en la manipulación formal y exploratoria sino en el abordaje de temas y motivos que todavía se solapan en las producciones narrativas actuales.
En este orden de ideas, Carlos Sandoval ha planteado cierta
tipología en los narradores de la década de los noventa que tienden a consolidarse y a abrirse espacio en la época finisecular. Entre las características definidoras se puede tomar en cuenta la perspectiva temática como evidente necesidad de contar asuntos relativos a la vida literaria venezolana. A tal efecto, se presentan las obras de Luis Felipe Castillo, El placer de la falsificación, 1998; Ricardo Azuaje, La expulsión del paraíso, 1998 e Israel Centeno, Exilio en Bowery, 1998. Otro tópico frecuente de la narrativa finisecular contempla al escritor-héroe, como evidencian los textos de Juan Carlos Mendez Guédez, Retrato de Abel con isla volcánica al fondo, 1997 y de Juan Carlos Chirinos, Leerse los gatos, 1997, entre otros. En tercer lugar, y debido a la necesidad de transmitir las reflexiones serias o paródicas acerca del acontecer político nacional, el discurso se ha tornado expositivo, quizá más próximo al género ensayístico; es el caso de las obras narrativas que abordan diferentes discursos dentro de su matriz textual. A finales de los noventa y lo que va del año dos mil, han coincidido tendencias estéticas distintas y el lector se encuentra ante una productividad híbrida. Es difícil, por lo tanto, establecer itinerarios definitivos en cuanto al destino de la narrativa escrita durante este período. Aunque existe una producción como para llenar el un corpus narrativo del momento, pareciera que no se ha dado una obra capaz de impactar a los lectores y, muy posiblemente, este hecho se haya forjado debido al escenario nacional tan convulsionado y difícil, imposible de separarse del mundo ficcional que lo recrea junto al deterioro social y la ambigüedad ante el futuro. Un somero acercamiento a los novelistas que han publicado en los tres últimos años, proyecta los siguientes nombres: Denzil Romero con su obra Para seguir el vagavagar, publicada en 1998, continúa las indagaciones en la vida y los viajes de Miranda. Otra autora que ha continuado escribiendo a finales de la década es Victoria de Stefano con su obra Historia de la marcha a pie de 1997, relato cuya voz textual asume el discurso mientras construye un mosaico lleno de sentidos y preguntas; la novela está escrita en un lenguaje rico con un alto nivel estético. Ricardo Gil Otaiza publicó Una línea indecisa en 1999 y cuenta por la voz ficcional de Eladia Carolina Pérez Bonalde la vida de su hermano, el poeta Juan Antonio Pérez Bonalde; de manera que se narran ficcionalmente los aspectos más significativos de la historia del poeta y traductor venezolano.
Ana Teresa Torres ha dado a la luz su obra Los últimos
espectadores del acorazado Potemkin en 1999; como se puede observar, la autora de Doña Inés contra el olvido vuelve a tocar uno de los tópicos de su novelística: la memoria, el recuerdo y la imaginación; además la narración se enmarca en el género del suspenso y tiene como trasfondo los laberintos de la memoria y la historia reciente de la violencia política en Venezuela. Por su parte, José Pulido publicó Los mágicos en 1999, allí recrea la mentalidad de un pueblo latinoamericano desde los años cuarenta o cincuenta hasta la actualidad; es la historia de un personaje que se corrompe al mismo ritmo que se deterioran los valores de un país. La última novela de Edilio Peña, El huésped indeseable, es de 1998 y narra las aventuras y desventuras de un viejo comisario expulsado del Cuerpo Técnico de la Policía Judicial por averiguar más de la cuenta. En el texto, se hacen presentes ciertas obsesiones a las que el autor guarda una larga fidelidad: violencia, alcoholismo, sexualidad y finales inesperados. En opinión de Víctor Bravo, la extensa experiencia del autor en el teatro le ha proporcionado la certidumbre de la representación como puesta en evidencia de la verdad y el sentido, a partir de la representación repetida incesantemente se organiza el tramado complejo del relato. La obra Desahuciados, 1999 de Alberto Jiménez Ure, narra la historia de una pequeña revolución en el extraño mundo de «Humandetritus», un lugar desolador donde la ley es impuesta por almas fuertes y donde impera la división de clases; se presenta la visión de un futuro consumido por el totalitarismo y la falsa moral.
Novelista reconocido, Armando Luigi Castañeda publica La
crisis de la modernidad. Auto sacramental en 1997; en esta novela, llama la atención el aparente título a modo de ensayo; sin embargo, el subtítulo de Autosacramental la califica dentro del género dramático. El autor defiende su tesis sobre esta obra y la forma de su presentación; para ello, se basa en los textos clásicos que precisan las características de la novelística y, en este sentido, la mezcla de los géneros es la que sirve de base para la propuesta ficcional. Los textos están organizados a manera de «cajas chinas» o «matriuskas rusas», esto es: el relato dentro del relato; asimismo debe ser considerada la presencia del humor que lleva al lector hasta el final y precipita la muerte ficticia del autor. En una aproximación a la novelística de finales de siglo, resalta el nombre de Luis Barrera Linares con Sobre héroes y tombos de 1999. En todo caso, el despliegue de este abanico de producciones, sólo propone tímidas cercanías, porque aún se está consolidando la época y aún no es tiempo para apreciaciones definitivas. En la actualidad, formamos parte de la historia literaria del país y, aunque agentes, todavía padecemos el fortalecimiento de este espacio ficcional. (http://liduvinacarrera.blogspot.com/2010/04/panor ama-literario-finisecular-en.html)