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4 VERDADES ANTROPOLÓGICAS DE LOS RELATOS DE LA CREACIÓN DEL LIBRO DEL GÉNESIS

El libro de Génesis: principia con una inspirada descripción de la creación (1:1-2:3). A esta sección se le ha llamado el
"Himno de la Creación", la "Epica de la Creación", y el Poema del alba". Su verdad dominante es que Dios creó el
universo en que vivimos y que el hombre tiene que cuidarlo. El libro del Génesis no es un tratado de geología, biología
o astronomía, aunque no contradice a ninguno de los tres con sus verdades científicas. El Génesis es el registro de los
poderosos actos creativos de Dios. Fue escrito para revelar el plan de redención y la plenitud de la historia al final de
los tiempos, y no para revelar los secretos de la creación. El paraíso y el jardín del Edén no están sólo en el principio
de la creación sino en la plenitud del tiempo escatológico. “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo
y la primera tierra pasaron” Ap 21,1

Sobre la tierra: ¿A quién pertenece la Tierra? Muchas son las respuestas posibles, algunas verdaderas, otras
insuficientes o incluso falsas. Con cierta naturalidad podríamos responder: la Tierra pertenece a los humanos.
Apelamos a la palabra de las Escrituras que nos dicen: «os lo entrego todo... extendeos por la Tierra y dominadla» (Gn
9,3.7). Extrañamente, los humanos irrumpieron en el escenario de la evolución cuando el 99,98% de la Tierra estaba
listo. Ellos no asistieron a su nacimiento ni ella los necesitó para organizar su complejidad y biodiversidad. ¿Cómo
puede pertenecerles? Sólo la ignorancia, unida a la arrogancia, les hace pretender la posesión de la Tierra.
También podríamos responder: la Tierra pertenece a los seres más numerosos que la habitan. Entonces ella
pertenecerá a los microorganismos —bacterias, hongos, virus— pues constituyen el 95% de todos los seres vivos.
Todos ellos tienen más derecho de posesión de la Tierra que nosotros, bien por su ancestralidad, por su número, o
por la función de garantizar la vitalidad del planeta.
Cambiando de registro y bajando a nuestra realidad cotidiana y brutal de los negocios: ¿a quién pertenece la Tierra?
En verdad, pertenece a los que detentan el poder, a los que controlan los mercados, a los que venden y compran su
suelo, sus bienes y servicios, agua, genes, semillas, órganos humanos, personas -hechas también mercancía-. Éstos
pretenden ser los dueños de la Tierra y disponen de ella como les viene en gana.
Pero son dueños ridículos, pues olvidan que no son dueños de sí mismos, ni de su origen ni de su muerte.
¿A quién pertenece la Tierra? Asumamos la respuesta más sensata y satisfactoria de las religiones, bien representadas
por la judeocristiana. En ésta Dios dice: «Mía es la Tierra y todo lo que hay en ella; vosotros sois mis huéspedes e
inquilinos» (Lv 25,23). Sólo Dios es señor de la Tierra y no ha dado escritura de posesión a nadie. Nosotros somos
huéspedes temporales y simples cuidadores con la misión de hacer de ella lo que un día fue: el Jardín del Edén. Que
esta reflexión nos ayude a comprometernos en la conservación de nuestro medio ambiente.

El hombre como ser en relación: La esencia del ser humano reside en su capacidad de relacionarse. Él es un nudo de
relaciones, una especie de rizoma, cuyas raíces apuntan en todas las direcciones. Sólo se realiza cuando activa
continuamente su pan-relacionalidad, con el universo, con la naturaleza, con la sociedad, con las personas, con su
propio corazón y con Dios. Esa relación con lo diferente le permite el intercambio, el enriquecimiento y la
transformación. La felicidad o infelicidad nace de este juego de relaciones en proporción a la calidad de las mismas.
Fuera de la relación no hay felicidad posible.

Los límites de la libertad


La felicidad también depende de una actitud realista, especialmente cuando nos enfrentamos a los límites inevitables,
como por ejemplo, las frustraciones y la muerte. De nada vale ser rebelde o resignado, pero todo cambia si somos
creativos: eso hace de los límites fuentes de energía y de crecimiento. Es lo que llamamos resiliencia: el arte de sacar
ventaja de las dificultades y de los fracasos.
Aquí aparece un sentido espiritual de la vida, sin el cual la felicidad no se sostiene a mediano y a largo plazo. Entonces
resulta que la muerte no es enemiga de la vida, sino un salto rumbo a un otro orden más alto. Si nos sentimos en la
palma de las manos de Dios, nos serenamos. Morir es sumergirnos en la Fuente: Dios mismo.

La familia
La familia no deja de inscribirse dentro de la condición humana, que es siempre convivencia de contrarios. Por eso,
hay en ella, simultáneamente, dimensiones de luz y de sombra.
El núcleo utópico e inmutable de la familia es el amor, el afecto, el cuidado de uno para con otro y la voluntad de estar
juntos, estando la pareja abierta a la procreación, cuando es posible, o, al menos, abierta al cuidado de todas las
formas de vida, que es un modo también de realizar la fecundidad. Este núcleo debe poder realizarse en varias formas
concretas de convivencia.
Para los cristianos, la familia es el lugar donde la Familia divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo se revela y donde
también se realiza la Iglesia en su expresión doméstica.

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