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ó

Menoni, Juan
Próceres sin bronce: contramanual de historia de la
Patria Grande.
- 1a ed. - Concordia: Juan Menoni, 2013.
90 p. il. ; 21x15 cm.
ISBN 978-987-29390-0-7
1. Narrativa Histórica. I. Título
CDD A863
Dedicado al empate, y por qué no, a la derrota.

Al que pifió el cabezazo con el arco solo.

Al de la remera rayada que entró cuando nos


faltaba uno.

Al tipo que erró el penal que podría habernos


consagrado campeones.

Al que siempre era elegido último en los picados


del barrio.

Al gordito de la pelota.

Es decir… al pibe que yo fui.


Pablito
A manera de prólogo.

En el año 2012, Boca Juniors, estaba participando de tres torneos a la vez, el


Campeonato Oficial de la AFA, la recientemente resucitada Copa Argentina y la
Libertadores de América.

En un momento, el equipo de la ribera, tuvo la probabilidad cierta de ganar todos


los campeonatos, en esa circunstancia el goleador xeneize, Pablo Mouche, consultado por
un canal de deportes respecto a si iban por la Triple Corona, sentenció:

-“Estamos muy ilusionados, somos conscientes de que tenemos un semestre muy


bueno y queremos ganar todo, estamos muy cerca. Pero, también sabemos que del segundo
nadie se acuerda y la frustración de haber llegado hasta acá y no ganar, sería terrible”.

Lo del entonces delantero de Boca no es la excepción, ni tampoco parece serlo la


Argentina, un país futbolero si los hay. Creo, que nuestros hermanos del otro lado del
charco, no menos futboleros que nosotros, deben pensar lo mismo, porque una vez escuché
decir al maestro Óscar Washington Tabárez:

-"Para un uruguayo ser segundo es un desastre”

Pero, el fútbol no es una isla, las relaciones son siempre dialécticas, nosotros somos
el fútbol, vivimos en un sistema que fomenta el individualismo, la competencia, el éxito
fácil, el sálvese quien pueda.

Nuestra historia fue escrita con esa misma lógica, la que rige hoy los destinos del
mundo y que tan crudamente puede verse reflejada en jugadores, técnicos, hinchas y
dirigentes del balompié.

En los manuales de historia tradicionales, esos con los que nos formamos la
inmensa mayoría de nosotros, solo se cuenta la historia de los ganadores.

Los textos de historia, están plagados de generales triunfantes, invasores


transformados en héroes, y empresarios exitosos devenidos en presidentes. Los segundos
puestos no existen, no figuran en esos libros, los cientos de seres anónimos que
participaron de las guerras, las revoluciones, y menos que menos, los trabajadores, que día
a día, moldeaban y moldean con sus manos, y el sudor de su frente, los bienes que el
sistema vende como mercancía, y cuyas ganancias engordan los bolsillos del patrón.
En los libros escolares hay pocas mujeres, solo figuran aquellas que organizaban
paquetas tertulias en lujosas mansiones. Pocos negros, solo algunos que suelen destacarse
por obedientes. Pocos hermanos de los pueblos originarios, si figuraran muchos, deberían
contarse por millones aquellos que fueron masacrados.

Por si fuera poco, en el largo partido, que juegan en la gramilla del tiempo los
explotadores contra los explotados, no existe el empate.

En definitiva, nada de eso debe extrañarnos. ¡La historia oficial está escrita por los
mismísimos vencedores!

El autor de este libro es capaz de decir, sin falsa modestia, que tiene muchos
campeonatos perdidos, algún que otro empate sobre la hora, y que, en el mejor de los casos,
puede arrogarse con orgullo un par de segundos puestos.

Es lógico entonces, y hasta quizás un acto de justicia, que por las páginas siguientes,
desfilen una serie de personajes, mujeres y hombres comunes, que transitaron la historia de
nuestra Patria Grande, ocupando memorables, heroicas, pero casi siempre anónimas,
segundas posiciones.

Vayan dedicados estos relatos, a los que se han mantenido dignos en la mitad de la
tabla, y porque no, y fundamentalmente, a aquellos que todavía no han podido salir del
fondo.
Julia.
Breve historia de amor.

La Higuera. Valle Grande. Octubre de 1967.

Julia Cortez, una morena de ojos verdes y de apenas unos veinte años, era la maestra
de la escuelita rural de La Higuera.

Algo le decía que debía conocer a aquel hombre bruto, agresivo y atrevido. Ese
legendario asesino, que después de ser ministro de un país donde los barbudos se comen a
los niños, comandaba una tropa de bandoleros que asolaba la zona desde hacía un tiempo, y
que el día anterior, había sido tomado prisionero.

Julia, se hizo llevar a la escuela por su propia voluntad, al fin y al cabo, esa era su
segunda casa, y ahí estaba detenido un criminal. Su deber era estar en el lugar, conocerlo.

El Che, la miró a los ojos, la maestra no se amilanó – y aunque con alguna


dificultad- mantuvo firme su mirada sobre la de aquel sujeto.

-¿Qué hace aquí un hombre tan importante?- Dicen que preguntó la maestra.

-¿Qué hace aquí una mujer tan linda? Dicen que respondió el Comandante.

A esa altura, Julia bajaba la mirada para hablarle.

-Conque usted es la maestra. Afirmó el Che.

-Hay un error de ortografía. ¿Sabe usted que no hace falta acento sobre el "se" en
la frase "Ya sé leer"?- Dijo señalando una lámina que colgaba de la pared.

-En Cuba no existen escuelas como ésta. Parece un calabozo... ¿Cómo pueden
estudiar los hijos de los campesinos aquí? Es antipedagógico... Dicen que agregó.

-Nuestro país es pobre. Replicó Julia.

-Pero los funcionarios del gobierno y los generales tienen automóviles Mercedes y
abundancia de otras cosas… ¿verdad? Eso es lo que nosotros combatimos. Respondió
Guevara.

-Usted ha venido a matar a nuestros soldados. Retrucó la maestra.


-En la guerra se gana o se pierde. Sentenció él.

A lo largo de la charla, aquel hombre dejó de ser un forajido, para convertirse en un


joven tierno, dulce, y con una mirada que parecía la del mismísimo Jesús.

Era la última comida.

Julia, le había llevado sopa.

Tengo la certeza de que a la maestra le costaba mirarlo, porque lo deseaba. No tengo


dudas de que el Che, la desnudaba con los ojos.

El encuentro debe haber sido muy intenso, muy profundo, era el primero y el
último, los dos lo sabían. Estoy seguro que si hubiesen podido, se hubieran amado
desenfrenadamente.

Julia, se fue antes del mediodía, dicen que él volvió a llamarla.

Revelarle un secreto de estado, confesarle su amor...vaya uno a saber que quería el


Che.

Cualquiera de las dos cosas, hubiese sido una carga muy pesada para la joven
maestra de la escuelita de La Higuera. Al fin y al cabo, se trataba de uno de los hombres
más famosos del mundo.

La mujer se negó a asistir a la segunda cita.

Domingo 9 de octubre de 1967.

01:10 PM.

La maestra escuchó la sucesión de disparos. Su corazón pareció detenerse por un


momento.

Varios de los testimonios coinciden en asegurar que el Che, cayó al suelo con las
piernas destrozadas. Contorsionaba, mientras su sangre regaba las paredes de la escuela.

Una nueva ráfaga le alcanzó un brazo, el hombro y el corazón.

Era demasiado, aún para el más fuerte y más valiente de todos.

Como si fuera poco, los verdugos siguieron disparando para matarlo bien muerto, el
miedo a la resurrección era, en el fondo, un reconocimiento de su grandeza.
Finalmente, el hombre dulce, inteligente y con la mirada de Jesús, había muerto en
manos de aquellos judas bolivianos. Torpes, pero eficaces agentes del imperialismo.

Dicen que Julia les gritaba - ¡Asesinos!... ¡Asesinos!


Juan Rodríguez.
El hombre que arruinó la fiesta de los ricos.

Al Comandante Chávez y a los


héroes anónimos de la revolución
bonita.

En mi barrio, las fiestas de los ricos suelen durar hasta mucho más allá del
amanecer, y solo son interrumpidas por el cansancio o el aburrimiento de los presentes, que
ni bien terminan la larga jornada, se aprestan prontamente para la bacanal de la noche
siguiente.

Las fiestas de los pobres, en cambio, suelen terminar mucho antes, cuando se acaba
la cerveza o el vino, si es que no son clausuradas a la fuerza, por la furtiva intervención de
la patrulla policial de la seccional más cercana.

En la historia de los pueblos latinoamericanos, parece suceder algo muy similar, los
pobres, tienen sus pequeñas primaveras, que son abruptamente interrumpidas por los
golpistas, militares, curas y políticos corruptos, serviciales agentes de las interminables
orgías de los poderosos.

Caracas, 11 de abril de 2002.

“Los miembros del Alto Mando Militar de la República Bolivariana de Venezuela


deploran los lamentables acontecimientos sucedidos en la ciudad capital en el día de
ayer. Ante tales hechos, se le solicitó al señor Presidente de la República la renuncia
de su cargo, la cual aceptó. Los integrantes del Alto Mando ponen sus cargos a la
orden los cuales entregaremos a los oficiales que sean designados por las nuevas
autoridades.”

General Lucas Rincón Romero

Con este comunicado, la fiesta de los pobres, era tempranamente interrumpida.

Como lo hicieran con el presidente Salvador Allende, aquel once de septiembre de


mil novecientos setenta y tres, en la Moneda, y con otros tantos, a lo largo de la historia de
nuestra Patria Grande; ese once de abril del dos mil dos, los golpistas se aprestaban a
ponerle fin a aquella primavera de los pueblos.
Es que desde hacía unos tres años, el presidente Chávez, había comenzado un
proceso, que le permitía a la gente soñar que la salud, la educación, el trabajo, la vivienda,
la tierra y el tan preciado petróleo, podrían ser de todos.

El imperialismo, las multinacionales y sus socios venezolanos, no podían permitir


tamaña osadía.

Inventaron una farsa que le costó sangre a propios y ajenos, y luego le achacaron las
responsabilidades a Chávez. Las condiciones estaban dadas, ahora solo faltaba decir que el
Presidente había renunciado, y nombrar un empresario en su nombre, para que eche por
tierra todos los avances sociales, derogue la Constitución que el pueblo de Venezuela había
aprobado y el país vuelva a un orden anterior, el mismo que desde hacía mas de un siglo,
había puesto al Estado al servicio de los intereses de unos pocos.

La foto del día siguiente era elocuente, Pedro Francisco Carmona Estanga, un
empresario que representaba los intereses corporativos de la mas rancia burguesía
venezolana, era puesto como presidente por una caterva compuesta por agentes imperiales,
curas de derecha, y un puñado de militares, instruidos por los yanquis en la Escuela de las
Américas.

Las decisiones lo decían todo, en un día pretendieron borrar de un plumazo todas


las conquistas y avances del gobierno Bolivariano.

El pueblo miraba impávido como los medios de comunicación privados, los


mismos que se jactaban de democráticos, y acusaban a Chávez de dictador, elogiaban
apasionadamente el triunfo de los golpistas; en el canal estatal, cerrado por la fuerza el
mismísimo día del golpe, solo aparecía la señal de ajuste.

Pero lo peor para el pueblo, no era ese promiscuo espectáculo mediático, lo más
terrible era que su Presidente, aquel valiente militar que se jactaba de ser un hijo del
ejército popular de Bolívar, aquel que había resistido a la cárcel, el que había recorrido el
país de punta a punta hablando de igual a igual con los humildes, el que comenzaba a
prometerles una Revolución; ese mismo, había renunciado cobardemente sin dar batalla.

Aragua, 12 de abril de 2002.

-“Aquí tienen al presidente de la República preso, secuestrado”, le comentó alguien


por lo bajo al entonces Cabo Juan Bautista Rodríguez, en la puerta de la Base Naval de
Turiamo, estado de Aragua.

Esas palabras resonaron con fuerza en la cabeza de aquel hombre, que sin dudarlo,
se dirigió de prisa y burlando la custodia, hasta el mismísimo lugar donde se encontraba el
depuesto Presidente.
Chávez estaba allí, en un cuartito de la enfermería, se lo veía como afligido, o
incluso- cosa rara en él- un tanto abatido.

Cuando vio entrar al Cabo, levantó la cabeza.

-Sáqueme usted de una duda mi comandante, ¿usted renunció o que broma fue?-
Preguntó Rodríguez sin rodeos.

Ante tamaña pregunta, Chávez se incorpora heroico y responde:

-Hijo, yo no he renunciado ni renunciaré…lo más seguro es que me hagan


desaparecer y me vayan a fusilar…

Los dos hombres, se fundieron en un abrazo como si se conocieran de toda la vida.

-¡Usted sigue siendo mi Comandante! dijo Rodríguez casi solemne y luego agregó:

-Hágale una nota mi comandante, una nota a la familia, a sus hijos, al pueblo…que yo
como pueda la saco.

-Escriba y arrójela en la papelera, junto a los desperdicios…, dijo finalmente Rodríguez.

El Presidente Chávez, meneó la cabeza como extrañado y un tanto dubitativo…

Turiamo, 13 de abril 2002 a las 14:45.

Al pueblo venezolano...
(Y a quien pueda interesar).

Yo, Hugo Chávez Frías, venezolano,


Presidente de la República Bolivariana
de Venezuela, declaro:

No he renunciado al
poder legítimo que el
pueblo venezolano me dio.

¡¡Para siempre!!
Hugo Chávez F.
Ese día, los golpistas deciden trasladar al presidente a la isla de la Orchila, el Cabo
Rodríguez aprovecha para rescatar la nota del cesto de basura, al poco tiempo es
transmitida por fax, y en horas recorre el país y el mundo.

Madrugada del domingo 14 de abril de 2002.

La gente, desde hacía horas, cantaba en las calles exigiendo el regreso de Chávez,
era un canto triste, pero valiente y esperanzado…

...Una luz desde el cielo, la del helicóptero que lo trasladaba, anunció a la multitud el
regreso del Presidente.

El Cabo Juan Bautista Rodríguez, había encendido la chispa de la rebelión, lo


demás correría por cuenta de las tropas leales a Chávez y fundamentalmente sería producto
de la acción valiente, organizada y comprometida del pueblo Venezolano.

-A Dios lo que es de Dios, al César lo que es del César y al pueblo lo que es del
pueblo.

Estas fueron las primeras palabras del Presidente ante la increíble multitud que se
había agolpado en las inmediaciones del Palacio de Miraflores, para luego contarle al
pueblo y al mundo, de su propia boca y con detalles, como Rodríguez había arruinado el
festín de los poderosos.

A partir de allí, los cantos se tornaron alegres, y la multitud bailó, bebió y festejó,
durante horas y días.

La fiesta de los pobres recién comenzaba…


Don Eduardo.
El encuentro I.

Allá por principios de la década de los 80, tuve la suerte y el privilegio de leer Las
Venas Abiertas de América Latina. A partir de allí, mi respeto por el maestro Eduardo
Galeano nunca dejó de crecer.

Puedo decir, sin temor a equivocarme, que es uno de los escritores que más admiro,
y por qué no, el más admirado de todos.

Desde entonces, y en muchas oportunidades, me pregunté que haría si me cruzara


con él, si tuviera la oportunidad de intercambiar unas palabras.

No estoy muy seguro, pero creo que, casi temblando, le diría:

-Perdone maestro, me puede decir donde queda la calle Artigas.

Independientemente de la respuesta, me marcharía a paso de murga, agradeciendo


con un gesto la amabilidad de contestarme.

Después, me pasaría fanfarroneando toda la vida, sin cansarme de repetir la frase


matadora:

-¡Yo hablé con Galeano!


El “negro” Casco.
El eslabón perdido.

Mas leía y menos lo podía creer, las coincidencias eran extraordinarias, los dos
hombres habían nacido con apenas horas de diferencia, uno el 14, y el otro el 15 de mayo
de 1928, ambos se habían hecho conocidos pública y masivamente a principios de la
década de los sesenta del siglo XX.

Los dos- a su manera- habían dado la vida por los demás, o mejor dicho, por los que
menos tienen. Los caminos eran diferentes, pero los fines se parecían muchisimo.

Uno, Ernesto Guevara, había elegido la lucha armada y la construcción del


socialismo. En su caso, la reforma agraria y la expropiación de los grandes medios de
producción, serían el instrumento fundamental para confiscarles los bienes a los ricos y
ponerlos a disposición de los ninguneados históricos de un pequeño país caribeño.

El otro, Isidro Velásquez, había optado por un método más directo y rudimentario;
lisa y llanamente, a punta de pistola, les robaba a los ricos para repartir el botín entre los
pobres. Sin mediación alguna, y gracias a aquél hombre, los olvidados del nordeste
argentino, también recibían su parte.

Ambos eran considerados bandoleros, o temibles asesinos, por las fuerzas armadas,
los gobiernos de turno, y los poderes económicos.

Como si nacer casi al mismo tiempo fuera poca casualidad, también podría
afirmarse que murieron juntos. El Che, era asesinado por los soldados del ejército
Boliviano el 9 de octubre de 1967, mientras Velásquez, caía en manos de la policía
chaqueña, menos de dos meses después, en plena dictadura del general Onganía.

Las circunstancias de sus decesos fueron sorprendentemente parecidas, después de


estar cercados durante días, los dos hombres caían acribillados a balazos.

Por si estas coincidencias no alcanzaran, Julia Cortéz y Leonor Marinovich, las


últimas mujeres que ambos vieron en sus vidas, eran maestras de profesión.

No creo en absoluto en designios del mas allá, ni en fenómenos sobrenaturales, pero


las relaciones entre ambos resultaban sorprendentes, cualquiera podría decir que se trataba
de vidas paralelas.
Me resultaba imposible parar de leer. Costaba entender como ningún historiador
había reparado en tamañas coincidencias.

No podía creer que ambas historias, tan parecidas, tan cercanas en tiempo y en
espacio, no se hayan juntado en un punto. Algún vinculo debía haber entre estos dos
hombres que luchaban por la justicia social. Es más, me imaginaba un encuentro como el
de Gatica y Perón y a Isidro diciendo: -“dos potencias se saludan comandante”. Pero la
idea me parecía alocada, no había indicio alguno de algún encuentro concreto.

Ya casi no me quedaban libros por leer, cuando encontré el dato que faltaba, aquello
que podríamos llamar el eslabón perdido. Se trataba de un personaje de apellido Casco, a
quien sus conocidos apodaban el “negro”.

Aquel santiagueño casi perdido en los vericuetos de la historia, era uno de los
tantos contactos, que la guerrilla de Ñancahuazú, tenía en el norte argentino, seguramente
como parte de un plan de extender la revolución al país de origen de Guevara.

El Negro Casco, solía pasearse de bar en bar, charlando con la gente, y hasta tenía el
tupé de mandarle mensajes al Che, diciéndole que se había equivocado y que debía haber
elegido Paraguay, en lugar de Bolivia, para instalar el foco guerrillero.

La orden había salido de la propia boca de Guevara: la misión de Casco era acordar
una entrevista cumbre entre el Che y Velásquez.

Mi sorpresa al conocer este episodio fue mayúscula, la cuestión iba mucho más allá
de lo que yo creía, el vínculo no estaba dado por la pluma póstuma de un historiador, sino
que había sido propiciado en vida por el propio Comandante.

En geometría, las rectas o planos paralelos son equidistantes entre sí y por más que
los prolonguemos no pueden juntarse, parece ser que ésta no fue la excepción a la regla.
Aquellos dos gigantes nunca pudieron encontrarse.

Sé que es contra fáctico, y que no tiene mucho sentido imaginarse que hubiera
pasado si la reunión se hubiese consumado; nunca lo sabremos. Pero ahora estoy más
seguro, que no por casualidad, los dos hombres habitan juntos en la memoria y el corazón
de muchos oprimidos de nuestra querida América Latina.

Tengo la certeza que el pasado y el presente de nuestros pueblos, está


protagonizado por grandes personajes, como el Che o Velásquez, reivindicados por los
historiadores populares, y denostados por la historia impuesta por la clase dominante. Y
también forman parte de esa historia, los cientos y miles de personajes anónimos, que como
el Negro Casco, pueden ser el eslabón perdido.
La Sole.
O el último bondi a Finisterre.

Dicen que la flaca bebía su propio orín para purificarse.

¡Estaba un poco loca la Sole!

Aquella niñita, nacida en 1974, meticulosa y amante de la limpieza, hija de una


familia del Barrio Norte de Buenos Aires y alumna del Colegio Río de la Plata, privado,
bilingüe y de orientación cristiana, se había convertido con el tiempo -vaya saber como- en
vegetariana, ecologista, asidua consumidora de cannabis, cuidadora de perros, y novia de
un barra brava, que solía fajarla.

Nunca tuvo interés por la política.

Es más, como la inmensísima mayoría de los jóvenes de los noventa, odiaba a los
políticos y tenía sobradísimas razones para hacerlo.

Después de haber pasado por varias carreras, y casi por compromiso, estudió
hotelería.

Como regalo por haberse recibido, sus padres le costearon un viaje a Europa.

María Soledad Rosas, ese era su nombre completo, llegó a Italia en julio de 1997, y
como era de suponer, se convirtió rápidamente en carnada de la policía de ese país, que
como el resto de los europeos, buscaba, y sigue buscando en los inmigrantes pobres, un
chivo expiatorio a quien culpar de las consecuencias de la crisis capitalista.

Como si fueran pocos sus antecedentes, la bella sudaca se había puesto de novio
con Edoardo, un tipo once años mayor que ella, que vivía como okupa en Turín.

El resto de la historia es desopilante. El allanamiento de la casa que habitaban, una


serie de cargos en su contra, el de su pareja, y un amigo de ambos. Se los acusó de
anarquistas-ecoterroristas, del atentado contra un tren, acontecido antes que Soledad
llegara a Italia, y de formar parte de una organización armada cuya existencia nunca pudo
probarse.

En definitiva, su destino fue la cárcel.

El 29 de marzo de 1998, Baleno, apodo con el que se conocía popularmente a su


compañero Edoardo, se suicidó en prisión.
Por si queda alguna duda, unos días después de la muerte de su novio, Soledad
escribió una carta.

Estos eran sus primeros párrafos:

“Compañeros y compañeras: La rabia me domina en este momento.


Siempre he pensado que cada uno es responsable por sus actos, pero esta
vez hay culpables y los quiero mencionar en voz alta, son aquellos que
mataron a Edo: el Estado, los jueces, los abogados, la prensa, el T.A.V., la
policía, las leyes, las reglas y toda la sociedad de esclavos que acepta este
sistema.

Siempre luchamos contra esta dominación y es por ello que hemos


terminado en la cárcel. La cárcel es un lugar de tortura física y psíquica,
aquí no se dispone de absolutamente nada, no se puede decidir a qué hora
levantarse, qué comer, ni con quién hablar, ni con quién encontrarse, ni a
qué hora ver el sol. Para todo hace falta hacer una “solicitud”, hasta para
leer un libro. Ruido de llaves y cerraduras que se abren y se cierran, voces
que no dicen nada, voces cuyo eco se escuchan en los pasillos fríos, zapatos
de goma que no hacen ruido y una linterna que en los momentos menos
pensados está ahí para controlar tu sueño, correo controlado, la palabra
prohibida. Todo un caos, todo un infierno, todo la muerte…”

Los disturbios provocados por la policía durante el funeral de su pareja y las


manifestaciones masivas de repudio, obligaron a la justicia a concederle a la Sole arresto
domiciliario en una comunidad terapéutica.

Tres meses más tarde, aquella linda damita de apenas veinticuatro años, tomó la
decisión de quitarse la vida, ahorcándose con su propia sábana.

Ese mismo año, los Redonditos de Ricota editaban su octavo álbum Último bondi a
Finisterre.

El indio Solari, mítico cantante de la banda, solía ser elíptico, metafórico y hasta a
veces inentendible en sus letras, pero esta vez estuvo claro, directo y categórico:

La Sole se fue
de lo linda que era…♪
Miguelito
Breve historia del fútbol I.

El Social y Deportivo Las Rosetas, era uno de los cinco clubes del pueblo que
participaba, junto con otros de la zona campaña, en el campeonato regional de fútbol.

Hacía años que Las Rosetas no ganaba un torneo de primera, pero eso si, la
categoría sub once había campeonado ese año, y los gurises hacían ilusionar a los socios y
simpatizantes del club.

-Estos pibitos prometen. Sentenciaba el Chueco Gómez, un ex jugador, que ya


veterano, no se perdía partido y cuya opinión era toda una autoridad.

Miguel Speletti era el numero diez de la categoría, un pibito que la pisaba, la tocaba
y metía dos o tres goles por partido.

Miguelito, como le llamaban sus compañeros, era solidario dentro y fuera de la


cancha, modesto como ninguno, y además, tenía una sonrisa de par en par pintada
eternamente en su carita.

Sus padres lo veían salir de su casa alegre y volver de los entrenamientos sudado,
embarrado, casi siempre con algún raspón o un moretón; sin embargo, nunca perdía la
sonrisa.

Los sub once, como todas las categorías inferiores del club, eran dirigidas por pibes
mas grandes, que por unos pocos mangos al mes y por amor a la camiseta, no solo dejaban
parte de su vida para enseñarles lo poco o mucho que sabían a los más chicos, sino que se
convertían en hermanos mayores y en consejeros más allá de la cancha.

El verano siguiente a aquella temporada gloriosa, la comisión directiva del club se


reunió varias veces, la decisión era muy importante, los chicos pasaban a otra categoría y el
deseo de todos era no perderlos, mantenerlos unidos.

Al decir de Américo Raigado, el Presidente de las Rosetas:

-Trabajar a futuro, apostando a que esta será una generación gloriosa para nuestro
humilde pero prestigioso club.

En la última asamblea de Comisión Directiva, se había tomado una decisión


trascendental, la institución haría un esfuerzo económico denodado para traer a un
prestigioso técnico de otro pueblo, con experiencia en categorías formativas y un pasado de
buen futbolista, para que se haga cargo de las categorías inferiores.

Pero claro, la decisión tenía sus costos. Para mantener equilibradas las escasas
finanzas de Las Rosetas, el club debía prescindir de los servicios de aquellos muchachos
que habían hecho de Monitores de los chicos hasta el año anterior.

Los discursos de bienvenida al nuevo técnico, y la despedida de los jóvenes, fueron


emotivos:

Raigado, puso las manos sobre un improvisado atril, delante de una mesa con
caballetes donde estaban los pibes, y dirigiéndose a los muchachos, que ya no oficiarían de
técnicos, les agradeció infinitamente por su tiempo y dedicación, les dijo que el club nunca
los olvidaría y que:

-El mérito de haber llevado a la gloria a aquella categoría sub once ¡les
pertenecía!

El nuevo técnico era disciplinado y exigente, y a decir de los expertos, trabajaba


muy bien en lo físico y en lo táctico.

Las expectativas, ya no solo eran de los hinchas y socios del club, sino que se
habían trasladado al resto del pueblo.

El domingo del debut, el potrero que hacía las veces de estadio estaba lleno. Sin
embargo, los pibes perdieron por un contundente 0-3.

-Están duros, faltos de futbol. Decía un hincha.

-Tienen que adaptarse al nuevo técnico. Comentó el papá de uno de los pibes.

-Tenemos que darle tiempo. Declaró Raigado a la única radio del pueblo, una vez
finalizado el partido.

Los resultados que siguieron, no fueron mejores: 0-2, 0-1, un agónico 1-1 con el
único gol convertido por Miguelito en lo que iba del campeonato. Como si fuera poco, la
serie terminó con un rotundo 6-0 con el último de la tabla.

El poco público que seguía yendo los domingos a la mañana a la cancha no lo podía
entender, el técnico trabajaba bien, los pibes no podían haberse olvidado como se juega al
fútbol.

Miguelito, aquel crack que algunos ya comparaban con Messi o Maradona, había
errado en esta temporada varios goles con el arco solo.
El Tano Speletti, como llamaban en el pueblo al padre de Miguelito, hablaba poco.
Siempre acompañaba y apoyaba a su hijo, pero a diferencia de los demás padres que
soñaban con un futuro prominente, el Tano, solo quería que su pibe la pase bien, que sea un
buen compañero, aprenda a convivir en grupo y sea feliz. Para Speletti, el futbol era eso.

Aquel domingo a la tarde, cayó un chaparrón violentísimo sobre el pueblo.

El hombre sintió la necesidad de hablar sobre el tema con su hijo. Si bien no le


interesaban los resultados, no quería que el pibe entienda ese gesto como indiferencia de su
parte.

Se sentó al lado de Miguelito, que miraba la tele con cara de nada y con los pies
arriba de la mesa.

-¿Que les anda pasando que no juegan como antes? Preguntó el padre.

-El problema es nuestro- dijo Miguelito, bajando los pies de la mesa y poniéndose mas
serio que nunca.

El niño, hizo una pausa y finalmente sentenció:

-Perdimos la alegría.
Leonardo y Salvador.
El día que Chile amaneció de golpe.

Santiago de Chile.

29 de junio de 1973.

9:30 A.M.

Un hermoso sol, aliviaba el frío de aquella mañana de invierno.

Leonardo Henrichsen, aquel joven pero experimentado camarógrafo argentino, que


había formado parte del legendario noticioso Sucesos Argentinos, y que luego narraría
magistralmente con la gramática de sus imágenes una telenovela que supo paralizar a las
familias argentinas frente al televisor, salía raudamente del “Hotel Crillón” de Santiago de
Chile, rumbo a “La Moneda”, a testimoniar en imágenes lo que a la postre se recordaría
como el “Tanquetazo”, un ensayo del golpe de estado, que meses después pondría fin a la
extraordinaria experiencia de construcción del socialismo por la vía pacífica, que liderara
Salvador Allende.

El camarógrafo de Rolando Rivas Taxista, el mismo que había filmado los besos
apasionados de Solita Silveyra y Claudio García Satur, conocía, sin embargo, de filmar la
muerte.

Para entonces ya había cubierto catorce golpes de estado, varias insurrecciones, el


terremoto de Managua, el asesinato del „Che‟ en Bolivia, y la masacre de Ezeiza.

Lo que nunca podría imaginar era que, aquella mañana, filmaría su propia muerte.

Leonardo se mantuvo estoico, cuando en plena calle Agustinas, los militares


golpistas dispararon a mansalva sobre él, mientras su cámara continuaba registrando.

"Guardó cuadro a cuadro el transparente paso de la vida a la muerte", sintetiza


magistralmente el periodista y escritor Venezolano Modesto Guerrero en un libro
extraordinario, donde reconstruye la vida de Henrichsen y relata paso a paso aquellos
sucesos de la mañana del 29 de junio del 73.
Santiago de Chile.

11 de Septiembre de 1973.

9:10 A.M.

La primavera de aquel año no había llegado, ni llegaría nunca, el presidente


Salvador Allende dirigía sus últimas palabras al pueblo, desde el micrófono de Radio
Magallanes:

“Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron,


la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de
justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En
este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que
aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción, creó el
clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara el
general Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que
hoy estará en sus casas esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir
defendiendo sus granjerías y sus privilegios.

Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que


creyó en nosotros, a la abuela que trabajó más, a la madre que supo de nuestra
preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la Patria, a los profesionales
patriotas que siguieron trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios
profesionales, colegios de clases para defender también las ventajas de una sociedad
capitalista de unos pocos.

Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su


espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a
aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas
horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas,
destruyendo los oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes tenían la
obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará.
Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no
llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo
menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria.

El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar


ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.

Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres


este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes
sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas
por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en
vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la
felonía, la cobardía y la traición.”

Aquel día, Radio Magallanes, la emisora del Partido Comunista de Chile, siguió
transmitiendo a pesar de que la Fuerza Aérea bombardeó sus antenas.

El cruel operativo que intentó acallarla, se denominó sin eufemismos Operación


Silencio.

Allende, cayó muerto en La Moneda.

Leonardo y Salvador habían dado la vida, uno empuñando su cámara, el otro con la
palabra y la acción como únicas armas, ninguno de los dos ejerció la violencia, como
tampoco lo hicieron los millones de chilenos que abrazaron la causa de aquella
extraordinaria experiencia de cambio.

La respuesta por parte del imperio, la burguesía chilena y los militares sicarios del
poder, fue tremendamente cruel: Asesinatos, torturas, desapariciones, persecuciones,
prohibiciones y censura, serían el signo de las décadas siguientes en Chile y en casi toda
Latinoamérica.

La imposición de un modelo económico al servicio de los poderosos sería el motivo


de fondo de semejante crueldad, es que ellos, no podían permitir la osadía de un pueblo y
de un gobierno que se habían atrevido a imaginar una sociedad más igualitaria.

Sin embargo, una y otra vez, otros hombres y otras mujeres, se han animado, se
animan, y se animarán a soñar y a luchar, y mucho mas temprano que tarde, abrirán las
alamedas, por donde pasen los hombres y las mujeres libres del mundo todo.
La vidriera.
El encuentro II.

Una tardecita de verano, cumpliendo ateamente, para no decir religiosamente, con


mi caminata diaria, pasé por delante de la vidriera de una de esas librerías chiquitas, de las
que más me gustan, donde conviven textos nuevos con usados, y para mi sorpresa, en la
vitrina estaba mi libro Crónicas de ayer hoy y mañana.

El Contramanual asomaba en un rincón del escaparate casi con timidez, con la


misma timidez con la que yo observaba del otro lado del vidrio.

Todavía no me había sobrepuesto al impacto cuando de pronto la sorpresa me asaltó


nuevamente, justo en el otro extremo de la vidriera, casi de manera simétrica, estaba Las
Venas Abiertas de América Latina, la obra magistral e inmortal del maestro Eduardo
Galeano.

Por supuesto, está bien claro, que convivir en una vidriera con el entrañable escritor
oriental, no es un mérito mio, sino un arbitrio de la persona que confeccionó la vidriera,
quién por otra parte, no parecía haber adoptado un criterio literario, ya que se
entremezclaban en el mismo lodo al mejor estilo de un cambalache discepoliano, una
infinidad de libros de autoayuda, algunos textos de literatura infantil, e incluso, un par de
obras de esas que prometen garantizarnos buen sexo después de los setenta años.

Debo confesar que me importaba un pito el criterio por el cual mi libro convivía con
el de Galeano en la vidriera, lo cierto que estaban juntos y era un sueño cumplido.

De pronto sentí la necesidad de continuar, aunque podría decir que la caminata se


transformó en trotecito y que el corazón me latía mas rápido que de costumbre.

Llegué a casa en tiempo record, ni bien atravesé la puerta, casi sin pensarlo, me
paré de manera espasmódica frente a la biblioteca, justo delante de donde están
perfectamente ordenados los libros de Don Eduardo. Con aire irreverente, como cuando era
un pibe atorrante que hacía rezongar a las viejas del barrio, los miré burlonamente, les hice
pito catalán y me fui a la cocina a preparar unos mates.

En definitiva, los escritores chiquitos, solemos tener pequeñas satisfacciones


directamente proporcionales a nuestros méritos.
Giuseppe.
Breve historia del siglo XX.

Hijo de obreros, mezcla perfecta de anarquistas y socialistas, Giuseppe Malatesta,


había nacido en Italia en 1918, justo cuando su país finalizaba la Guerra Grande.

Siendo apenas un adolescente, comenzó a leer las obras de Marx, a seguir de cerca
aquella extraordinaria Revolución que se vivía en la Unión Soviética y a participar del
movimiento obrero de su país; por supuesto, del lado de aquellos que se oponían al
fascismo, que ya comenzaba a perseguir a los que, como Giuseppe, abrazaban la causa del
socialismo internacionalista.

Poco antes de iniciada la segunda guerra mundial, y siendo apenas un joven


veinteañero, Malatesta se vio cercado por los fachos y no tuvo otra alternativa que huir
como polizón en el primer barco que lo trajera para América.

Para 1945, Giuseppe ya estaba casado con una bella morocha santiagueña que se
había trasladado a Buenos Aires en busca de trabajo.

Como buen inmigrante europeo imbuido de las ideas socialistas, participaba


activamente de la vida sindical, y junto a miles de obreros, marchó desde su barrio de la
Boca hasta la Plaza de Mayo, aquel 17 de octubre del 45.

Sin embargo, Malatesta miraba con desconfianza al Peronismo, sus herramientas


teóricas le permitían suponer que el gobierno del General era una variante del capitalismo,
que las bondades sociales de aquel movimiento, durarían solo un tiempo, y que luego, la
crisis capitalista se trasladaría como siempre al bolsillo y al estómago de los obreros. Por
otra parte, toda semejanza, aunque apenas sea de formas, con la Italia de Mussolini, le
ponía a Giuseppe los pelos de punta.

La mal llamada Revolución Libertadora, aquel cruel golpe cívico-militar que


derrocó a Perón en 1955, lo obligó a Malatesta a tomar distancia de sus camaradas de
izquierda, quienes mayoritariamente apoyaron y festejaron la caída del Peronismo.

Giuseppe, crítico implacable de los límites del Justicialismo, intuía con razón, que
lo que vendría no era para nada mejor.

Fusilamientos, prohibiciones, proscripciones, avasallamiento a los derechos de los


trabajadores, fueron el signo de los años que siguieron.
El Tano, como le llamaban sus seres queridos, adhirió sin dudarlo y desde un
principio a la Revolución Cubana, y sobre todas las cosas, se convirtió en un admirador de
Guevara, a punto tal, que según cuenta uno de sus nietos, se pasó varios meses encerrado en
su cuarto, cuando aquella primavera del sesenta y siete, leyó en los diarios que el Che había
sido asesinado en la selva boliviana.

Giuseppe, todavía no había cumplido sesenta años cuando vio con estupor como los
milicos, una vez más, se instalaban impunemente en el gobierno con la anuencia y la
complicidad de los poderosos, los partidos tradicionales y por supuesto, con el apoyo
político y económico del imperialismo del norte.

En la última dictadura la pasó mal, algunos amigos y compañeros de militancia


fueron desaparecidos y él y su esposa sufrieron constantes amenazas y un par de
allanamientos a su humilde casita de La Boca, pese a lo cual, el Tano decidió quedarse y
resistir hasta que escampe.

Cuando llegaron los noventas, y el mundo asistía con sorpresa a cambios


inesperados como la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, la
Argentina, en consonancia con esos tiempos, vivía las tempestades de la precarización
laboral, las privatizaciones y el ajuste.

Giuseppe se lo había advertido con anterioridad a sus familiares y amigos:

-La mano viene fea- decía apenas unos días después de la asunción de Menem en la
presidencia.

-Que los parió con la muerte de las ideologías. Yo sigo pensando que puede haber
un mundo mejor-Se lo escuchó refunfuñar por aquellos tiempos.

-Siempre que llovió paró- Sentenció Giuseppe, cuando la mayoría de los argentinos,
embriagados por las falsas bondades del uno a uno, habían votado por segunda vez al
patilludo riojano.

A principios del año 2000, Malatesta había enviudado de Ignacia Balderrama,


aquella santiagueña que llegó a Buenos Aires en los cuarenta en busca de un mejor pasar,
con la que había tenido cuatro hijos, once nietos y compartido toda una vida.

Hacía como un año que Giuseppe no paraba de hablar de lo que sucedía en


Venezuela, el viejo, que se pasó la vida resistiendo dictaduras militares, estaba ahora
entusiasmado con un uniformado que hacia poco había asumido la presidencia de aquel
país.

Sus nietos se preocuparon, por primera vez el abuelo estaba dando señales de una
supuesta incoherencia ideológica, pensaron que era producto del impacto de la muerte de
Ignacia y la consecuencia lógica de los ochenta y dos años que comenzaban a pesarle en el
cuerpo y en la mente.

Para que pase un poco mejor los últimos años de vida, su nieto menor le compró un
televisor nuevo y le pagó el abono del cable.

- Se va a entretener un poco el abuelo - pensaba para si, mientras acomodaba el


televisor en el dormitorio del octogenario.

Pero la sorpresa de los hijos y los nietos fue mayúscula, cuando descubrieron que de
los más de sesenta canales de cable que conformaban la grilla, Giuseppe solo miraba uno.
La tele estaba clavada en la sintonía de Venezolana de Televisión.

Luego de seis años de gobierno y en pleno proceso revolucionario, el primero de


mayo del 2005, en un discurso memorable, frente a la multitud, el presidente Hugo Chávez
lanzó una proclama a su pueblo y al mundo:

“Es imposible en el capitalismo lograr nuestras metas. Tampoco es


posible buscar una vía intermedia. No; no hay duda: invito a Venezuela toda a
que marchemos por la vía del socialismo del nuevo siglo, un nuevo socialismo
para el siglo XXI, debemos construir un nuevo modelo social socialista, un
nuevo modelo económico socialista, un nuevo modelo político socialista, una
sociedad socialista”.

Aquella noche, Malatesta se durmió con el televisor prendido, el canal venezolano


repetía hasta el hartazgo aquel discurso, y las palabras del Presidente de la República
Bolivariana resonaban con fuerza en la habitación de Giuseppe, a medida que el silencio de
la madrugada invadía las callecitas de La Boca.

El lunes dos de mayo del 2005, el Tano no despertó.

Aquel, había sido su último sueño…


Mario Pérez.
El día que definitivamente fue por más.

Viernes 22 de marzo de 2013.

Mario Pérez, era aquel profesor de historia que siete años antes, había escrito un discurso
para el acto del 24 de marzo y que finalmente nunca leyó.

Esta vez, con un poco más de experiencia, confianza y reconocimiento por parte de sus
compañeros, tenía la posibilidad de una revancha.

Nuevamente había sido designado, junto a otros docentes del área, para preparar el acto en
repudio de la última dictadura militar.

Sabía perfectamente que tenía una deuda que lo perturbaba desde el inicio de su carrera,
pero la escuela donde trabajaba actualmente, era mucho más conservadora que la anterior.

Zulema Raigado, la directora, era una cincuentona a punto de jubilarse, que aceptaba a
regañadientes este tipo de recordaciones, solo las permitía porque figuraban en el calendario
oficial, pero no le gustaban para nada y con frecuencia se la escuchaba decir:

-A la escuela no se viene a hacer política.

Mario, estaba seguro que cualquier referencia a la realidad, o un mínimo atisbo de


crítica a la historia oficial en su discurso, iba a ser entendido por la directora y sus acólitos
como una arenga política.

Muchas veces en los actos escolares, se la había escuchado a la Raigado apelando a


un discurso plagado de valores patrioteriles, para defender un supuesto orden que debía
reinar en la escuela que ella conducía; el profesor Pérez estaba seguro que la directora
también hacía política con sus palabras, solo que no lo sabía, o no lo admitía, porque para
ella, ese era el orden natural de las cosas.

Pérez, sentía que animarse a pronunciar aquel discurso, era la forma de exorcizar
sus debilidades y temores pasados.

Finalmente llegó la hora, con las manos casi temblorosas, sacó del bolsillo la hoja
arrugadita en la que tenía escrita su alocución, por un instante se le cruzó por la mente el
episodio anterior, en el que no se había atrevido a leer su discurso, pero con un sacudón de
cabeza disipó aquel recuerdo y con voz firme y decidida comenzó a leer:
Los militares y la historia.

A propósito del 24 de marzo.

El próximo 24 de marzo se cumplirán 37 años del golpe de estado con


el cual se iniciaba formalmente la última dictadura militar. Uno de los
genocidios mas grandes de la historia argentina y latinoamericana.

Las fuerzas armadas aducían en ese momento, como en otros


anteriores, que su intervención era en función de “los intereses de la patria”.
Justificaban, así, el asesinato, la tortura, la detención ilegal de personas, la
apropiación de niños y otras tantas atrocidades en nombre de “nuestros
próceres”, de la “nacionalidad” y de la defensa de una supuesta agresión de
lo que ellos llamaban “subversión apátrida”.

Invocaban al pasado, hacían referencia a los orígenes de la


“historia nacional” y a personajes de la talla de José de San Martín, a
quién se esmeraban en mostrar como un militar pulcro, disciplinado y
obediente que peleaba por “mantener el orden”.

Olvidaban, u omitían deliberadamente, decir que San Martín no era


un soldado y un estratega militar del orden establecido, sino un
revolucionario, que se oponía al imperio colonial y se esforzaba por
trasladar la revolución al resto de Latinoamérica.

San Martín, en la mayoría de los documentos se refería a la patria


como “América”, en alusión a lo que hoy es América del Sur, puesto que esa
era por entonces la unidad geopolítica a la que pertenecíamos. Los
genocidas de la dictadura, en cambio, veían en el resto de los
latinoamericanos potenciales enemigos.

Mientras el General San Martín fundaba bibliotecas y escuelas en


aquellos pueblos que él y sus soldados liberaban del imperio español, los
dictadores de los „70 quemaban bibliotecas enteras en nombre de una
supuesta “argentinidad”.

Cuando en las frías madrugadas del duro invierno del „76, los
genocidas y sus secuaces encapuchados, rompían a patadas las puertas de
las casas para llevarse impunemente a sus moradores, desconocían
descaradamente un Decreto del 13 de octubre de 1821 en el que el
“Protector de la libertad del Perú”, José de San Martín, ordenaba:

“La casa de un ciudadano es sagrada, que nadie podrá allanar sin


una orden expresa del gobierno dada con conocimiento de causa”.
Como si fuera poco agregaba:

“Cuando falte aquella condición, la resistencia es un derecho que


legitima los actos que emanen de ella”

Muy lejos de aquel ejército popular libertador, o de aquellas milicias


criollas que defendieron al Río de la Plata de la invasión inglesas de 1806-
07, las Fuerzas Armadas adquirieron, con el tiempo, un carácter anti-
popular y se subordinaron claramente a los intereses oligárquico-burgueses
y del imperialismo de turno.

Como ejemplo basta con recordar la matanza de nuestros hermanos de


los pueblos originarios en manos de las tropas del General J. A. Roca, o la
nefasta actuación en la “Guerra de la Triple Alianza”, donde el ejército de
Mitre no dudó en acribillar al pueblo paraguayo, poniendo sus armas al
servicio de la clase dominante y del imperialismo inglés.

Los dictadores del „76, fieles a los designios de ese ejercito anti-popular,
y muy lejos del ejemplo de San Martín, pusieron sus armas y el aparato
terrorista del Estado, al servicio de los intereses de la burguesía y el
imperialismo norteamericano, quienes necesitaban destruir toda forma de
organización, participación y conciencia popular, a los efectos de poner en
práctica las políticas de ajuste que comenzarían con la propia dictadura y se
profundizarían en la década de los ‟90.

Cuando en los actos de repudio del último golpe de estado, apelamos a


la memoria, debemos pensar que no solo se trata de recordar lo que sucedió
en los nefastos días que median entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de
diciembre de 1983, sino en nuestra historia toda.

Debemos revisar críticamente el pasado lejano y reciente, para


rencontrar en él las raíces de un proyecto de país y de sociedad mejores,
debemos recuperar el ideal de Patria Grande imaginado por San Martín,
Bolívar y Artigas y no dejarnos engañar NUNCA MÁS por aquellos que
apelan a la “historia” para imponernos un proyecto al servicio de sus
propios intereses.

Y por último, también debemos decir ¡nunca más! a una escuela que nos
cuente una historia al servicio de los poderosos, ¡nunca más! a una escuela
que en sus prácticas cotidianas conserva las rémoras de ese pasado reciente
plagado de autoritarismo e intolerancia al diferente, y apostar a una
educación democrática, liberadora y al servicio de los intereses populares.

Muchas gracias.
La mayoría de los estudiantes no lo había escuchado, el sonido era
pésimo, como suele pasar en los actos escolares. Los chicos asediados por el
hambre y el sol del mediodía, y cansados de una larga jornada, habían hecho un
silencio respetuoso, por el cariño que le tenían a Mario y porque intuían que se
recordaban momentos terribles de la historia que no daban para risas. Pero para
nada habían registrado las palabras del profesor.

La escuela tradicional, no nos enseña a escuchar, a mirar, y menos a


decir o a pensar.

Zulema Raigado, tampoco escucho aquel discurso. Unos minutos antes,


había salido raudamente a hacer unos trámites en la Dirección Departamental de
Escuelas.

Cualquiera podría decir que aquel acto, y en particular las palabras de


Mario, habían pasado sin pena ni gloria; sin embargo, a él no le importaba, estaba
seguro que habría otras oportunidades y que encontraría estrategias para hacerse
escuchar.

De lo que no quedan dudas, es que a partir de aquel día, Mario Pérez,


estaba dispuesto a ir por más.
El Prócer.
La construcción de la historia.

06 de marzo de 2013.

Desde algún rincón de la Patria Grande.

¿Qué fue un prócer antes de convertirse en prócer?

Estoy seguro que la mayoría de los curiosos de la historia, por no decir todos, nos
hemos hecho alguna vez esta pregunta.

Los que miramos críticamente la historia oficial, los que desconfiamos de los seres
inmaculados, los que creemos que un prócer no es aquel que llega al bronce por voluntad
de los narradores del poder, los que descreemos de aquellos que son reivindicados por
obedientes, prolijos, bien hablados y celosos cuidadores del orden establecido; estamos
seguros que un prócer no es una estatua, sino un hombre o una mujer, que sufre, se enoja,
se emociona, llora, ríe, hace el amor…

Pero por sobre todas las cosas, creemos que esa mujer o ese hombre, se diferencia
de los demás mortales porque lo mueve un profundo sentimiento de amor por los
semejantes, la valentía y la intrepidez de cambiar un orden, cuando ese orden es injusto.

Esa mujer o ese hombre es seguido, respetado, elegido, vivado, amado y llorado por
su pueblo y no porque alguien se lo imponga, no porque los pueblos sean muchedumbres
inconscientes que siguen al primer demagogo o dictador que se les cruza por el camino;
sino porque aquel hombre o aquella mujer, es capaz de interpretar, defender y dar respuesta
a los intereses de las mayorías, esas mayorías ninguneadas, despreciadas y olvidadas, por
quienes durante siglos han detentado el poder del dinero.

Esa mujer o ese hombre, se atreve a decir lo que los demás no dicen y sobre todas
las cosas, es capaz de conducir, de llevar adelante, de garantizar la realización de un
proyecto, que no es su proyecto, sino el sueño colectivo de los pueblos.

Y ese sujeto, no pasa a ser un prócer el día de su muerte, no necesariamente.


Es entrañablemente amado en vida por los ninguneados; y odiado y defenestrado,
como se debe, por los oligarcas, los burgueses, los necios, los correveidiles del imperio, los
voceros mediáticos de los poderosos, y los autores de manuales tradicionales.

Ese sujeto, trasciende las fronteras y pasa a ser: no el gobernante o el líder de un


país o de un pueblo determinado, sino un referente de todos aquellos que luchamos,
soñamos, o por lo menos nos animamos a pensar que puede existir un mundo mejor.

Mientras garabateo estas ideas frente al solitario monitor de la computadora,


millones de personas lloran en el mundo la muerte de uno de esos hombres.

La tristeza pasará, sé que pasará.

La historia seguirá su camino. Otras mujeres y otros hombres, tomaremos como


bandera aquella causa, la haremos nuestra, y la llevaremos como estandarte hasta lograr la
victoria.

Así nacen los verdaderos próceres.


El “facha” Miranda
Breve historia del fútbol II.

El clásico de fútbol de los pueblos vecinos se jugaba a muerte. Vayan últimos o


primeros, el enfrentamiento entre el Atlético Las Águilas y el Deportivo Santa María,
siempre era una final.

Aquel domingo, Las Águilas hacían de local y el potrerito de Villa Santa Rita -el
pueblo al que este equipo pertenecía- estaba colmado.

Las dos tribunitas de madera, una más grande que albergaba al local, y la chiquita
detrás de un arco, donde se ubicaban los visitantes, se curvaban por el sobrepeso.

Los comentarios previos, los dichos de los propios jugadores, técnicos, dirigentes y
la posición de cada uno en la tabla, hacían suponer que el partido sería muy parejo.

Sin embargo, un gol al minuto y medio marcado por el visitante, pareció presagiar
que la historia sería otra, la desesperación de los locales por empatar los llevó a irse con
todo al ataque y a los diez minutos ya se habían comido el segundo.

Lo que todavía nadie podía suponer a esas alturas, era que el partido terminaría con
un histórico 15-1 a favor del visitante.

El resultado fue insólito y digno de figurar en algún libro de los records, para el
final del partido ya se tejían todo tipo de especulaciones: que los jugadores se habían
dejado ganar, que el club les debía plata, que la noche anterior se los había visto a todos en
el burdel de La Chancha, que los del otro pueblo los habían comprado, etc.

Los de Santa María festejaban a rabiar, apretaditos en la tribunita visitante, mientras


los hinchas locales se retiraban cabizbajos con una mezcla de tristeza, angustia y vergüenza
de esas que resulta difícil describir.

El único gol del Atlético Las Águilas, había sido convertido a los 83 minutos del
segundo tiempo por el Facha Miranda, un delantero mediocre al que la pelota
prácticamente le rebotó en el trasero después de un rechazo de un defensor de la visita, el
balón entró en el arco de casualidad, luego de haber golpeado en el poste izquierdo.

Ni bien finalizado el partido, el periodista de la radio local acreditado en el campo


de juego, corrió raudamente a entrevistar a Miranda, quizás el delantero pudiera tener una
explicación a tan tremenda derrota.
-En lo personal estoy muy conforme. Declaró el jugador, mascando chicle y de
manos en la cintura.

-Pude convertir un gol, que es lo que me había pedido el técnico y para lo cual la
dirigencia gastó tanto dinero en traerme. Prosiguió el Facha.

-Sé que como equipo no funcionamos… pero hacer un gol reconforta, máxime uno
como este, yo estaba ubicado en el lugar justo y la pelota fue a un rincón. ¡Inatajable!.
Sentenció Miranda.

-¿Algo más para agregar? Preguntó el periodista un tanto titubeante.

-No, no, simplemente un saludo para mi vieja. Dijo finalmente el jugador, mientras
echaba el decimo sexto escupitajo y se levantaba las medias, para luego perderse
raudamente en el vestuario.
Fidel Castro.
Los zurdos escriben muy bien.

Aquel adolescente quinceañero, se había convertido en el blanco perfecto de las


chicanas de la señorita Dolores González Medina, profesora de Formación Ética y
Ciudadana.

Es que el joven, tenía la suerte, o la desgracia, según desde donde se lo mire, de


llamarse Fidel Castro.

Como si no fuera suficiente la inevitable asociación con su homónimo el ex


presidente y líder de la Revolución Cubana, este Fidel, escribía con la izquierda, y además,
tenía una particular forma de cuestionar todo aquello que los profesores y sus compañeros
planteaban.

La González, era sumamente conservadora, y solía tener actitudes despectivas con


los estudiantes, pero se podría decir que su encono con Fidel era muy particular. La señorita
Dolores, se había obstinado en dirigirse a él llamándole el Zurdo Castro.

-Yo no me apodo el “Zurdo”. Le había dicho varias veces Fidel, en plena clase.

-Ya lo sé, pero como escribe con la izquierda… Contestaba la profesora con aire
socarrón.

También sus compañeros comenzaron a apodarlo El Zurdo. Pero, a Fidel no le


molestaba para nada cuando el mote venía de sus pares, muy por el contrario, con el tiempo
se fue familiarizando con el apodo y casi se podría decir que actuaba en consecuencia. Poco
a poco, el joven se fue convirtiendo en un referente de sus compañeros de curso.

Lo que sí le molestaba, y mucho, era darse cuenta que detrás del “zurdo” de
Dolores, subyacía un enorme prejuicio y una actitud descalificadora. Él sabía perfectamente
que el motivo del apodo, no era por escribir con la mano izquierda, sino por su nombre y
su particular forma de pensar.

Se acercaba el final del año, cuando la profesora propuso, o mejor dicho, obligó a
los estudiantes a sacar una hoja y escribir libremente sobre alguno de los temas trabajados
en el año.

Fidel, que ya conocía a Dolores de años anteriores, estaba seguro que llegaría ese
día y que sería una oportunidad única de aclararle los tantos a la profesora.
Se había preparado cuidadosamente durante todo el año, había hablado sobre el
tema con sus padres, había leído todo lo que estaba a su alcance sobre el tema y hasta se lo
escuchó repetir de memoria algunos párrafos del Manifiesto del Partido Comunista, escrito
por Marx y Engels en 1848.

Castro tomó varias hojas y comenzó a escribir con una velocidad inusitada, su
manito izquierda volaba sobre el papel, ocupando renglones y renglones con su letra
desprolija pero entendible.

Sus compañeros lo miraban sorprendidos, muchos de ellos habían escrito apenas


cinco o seis renglones, una especie de bosquejo confuso en relación a alguno de los temas
trabajados, otros entregaron la hoja completamente en blanco.

Fidel seguía escribiendo, ya llevaba varias carillas cuando sonó el timbre.

- Enseguida le entrego. Dijo el joven con un tono serio y firme.

Se tomó unos minutos más para redondear y dejó la hoja sobre el escritorio, sin
nombre ni firma. Estaba seguro que ella sabría a quién pertenecía…

…Sentada en la mesa de la cocina de su casa, Dolores ya casi había llenado de


cuatros la libretita donde registraba las notas cuando se encontró con aquel trabajo
anónimo:

Trabajo Práctico de Reflexión Ética y Ciudadana.


Título: Esos son todos “zurdos”.

A esta altura del siglo XXI, todavía es bastante común escuchar


descalificaciones a personas, grupos e instituciones, a los que genérica y
despectivamente, se tilda de “zurdos”, término que en la jerga popular
sirve para calificar a aquellos que, real o supuestamente, se identifican con
ideas o posicionamientos político-ideológicos de izquierda.

Es notable el escozor que sigue generando el término “zurdo” en


amplios sectores sociales, los que sin embargo tendrían serias dificultades y
diferencias, si les pidiéramos que intenten definir a que se refieren con ese
epíteto.

Cabe recordar que los conceptos “derecha”, “izquierda” y


“centro” tienen una génesis poco precisa y discutible, incluso entre los
Historiadores, especialistas en Ciencias Políticas y Ciencias Sociales en
general.
Sus orígenes más certeros, podrían rastrearse en la reunión de los
Estados Generales, nombre que se le daba a las asambleas previas a la
Revolución Francesa de 1789.

Por ese entonces, quienes se oponían radicalmente a la monarquía y


proponían su abolición, se ubicaban a la izquierda del recinto, los
moderados al centro y los partidarios del orden establecido a la derecha.

Luego, por extensión, estos términos fueron identificando


ideológica y políticamente a los sujetos y grupos, calificando como de
izquierda a aquellos que critican, en menor o mayor medida, al sistema
socio-económico vigente, y del centro a la derecha, a aquellos que
defienden a ultranza el orden imperante, o añoran volver a un estado de
cosas anterior (conservadores o reaccionarios).

De esta forma, a un espectro tan amplio de ideologías y


movimientos como el Marxismo o socialismo Científico, el Anarquismo, el
Socialismo Utópico, e incluso a la Social Democracia y a algunos
movimientos o expresiones políticas nacional-populares, se las ha
calificado como de izquierda; mientras que al Fascismo, al Nazismo, a las
distintas expresiones liberales o neoliberales burguesas, y a las posiciones
pro imperialistas, se las ubica a la derecha.

A lo largo del tiempo, quienes tienen el poder, los deformadores de


opinión de turno y las propias organizaciones políticas, incluidas las de las
mismísimas izquierdas, han ido vaciando de contenido y cargando de
prejuicio a estos conceptos.

En el caso de nuestro país, las sucesivas dictaduras, todas


influenciadas por intereses y pensamientos identificados con la derecha,
han generado un terrible prejuicio en relación a la izquierda, catalogando
de “zurdo” a todo aquel que piense diferente o se anime a cuestionar lo
establecido; imponiendo en el imaginario popular, una especie de
asociación mecánica de términos como: zurdos, comunistas, guerrilleros,
terroristas, subversivos, ateos, antipatria y todo tipo de calificativos que
puedan sonar a insulto.

Sin embargo, esa estrategia de descalificar al que piensa diferente,


no es patrimonio de nuestros dictadores o de nuestra clase dominante, ya
que la propia obra fundacional del socialismo científico, el Manifiesto
Comunista, escrito por Marx y Engels, publicado en 1848, comienza
diciendo:

“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo…


… ¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de comunista
por sus adversarios en el poder? ¿Que partido de oposición, a su vez, no
ha lanzado tanto a los representantes más avanzados de la oposición como
a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente de comunista?

De ese hecho resulta una doble enseñanza:

Que el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas


las potencias de Europa.

Que ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del


mundo entero sus conceptos, sus fines y sus aspiraciones; que opongan a
la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto de su propio
partido…”

Dicho esto, los padres del socialismo científico se ocuparon de


clarificar lo medular de su idea del mundo, de la historia, y su propuesta
política.

Es curioso ver como el prejuicio en relación al cuerpo teórico más


crítico que ha producido la humanidad en los últimos 160 años, es anterior
al propio desarrollo teórico en sí mismo. Los poderosos, inventaron el
“antídoto” antes que el “veneno” exista.

Mucho más curioso es que un siglo y medio después, el término


“zurdo” siga teniendo la misma connotación fantasmagórica, y sirva para
descalificar a toda persona y/o institución que pretenda transformar esta
realidad.

Más allá de toda crítica que podamos hacer sobre los partidos u
organizaciones que son, o se dicen de izquierda, mas allá de la imprecisión
que los términos tienen, mas allá de toda defensa dogmática de cualquier
ideología; en un mundo terriblemente injusto, corrupto, individualista y
sometido a los intereses imperiales, como el que vivimos actualmente, ¿no
vale la pena ser un poco zurdo?

Era evidente que el trabajo pertenecía a Fidel, la señorita Dolores terminó del leer
con una mezcla de sorpresa y bronca, no podía creer que un joven de quince años, haya
fundamentado con tanta claridad y lucidez. Por otra parte, la profesora no era capaz de
soportar que los argumentos tengan la suficiente contundencia como para hacerla dudar de
sus convicciones ideológicas.

Dolores, pensó y repensó si el trabajo no sería copiado.

-Imposible, yo los vigilé toda la hora- Dijo hablando sola.

Una colega le había enseñado que debía escribir parte del texto en un buscador de
la computadora, para corroborar si no se trataba de un plagio. Pero nada, el escrito parecía
original.

La Profesora nunca había leído a Marx de primera mano, su conocimiento provenía


de la lectura de algunos apuntes de su época de estudiante y de aquello que había escuchado
a lo largo de su vida.

El lunes siguiente, antes de llegar a la escuela, pasó por una librería y compró el
Manifiesto.

-Tengo que leerlo por razones de estudio. Le dijo a la chica de la librería, dando una
absurda e innecesaria explicación, como si le avergonzara haber comprado aquel libro.

El trabajo del joven había hecho mella en la mujer, después de años de certezas
absolutas, de repetir los saberes establecidos, de pensar que su forma de ver el mundo era la
única verdad, se encontraba sacudida, desestabilizada.

Entró al curso, puntual como siempre, y se acercó a cada banco a entregar los
trabajos.

-Fidel, este es el suyo. Se olvidó de poner su nombre. Le dijo, dejando la hoja sobre
el pupitre y continuando rápidamente con los demás.

Al joven le extrañó sobre manera que Dolores lo haya llamado por su nombre, era la
primera vez en mucho tiempo que no se dirigía a él como Zurdo.

Después de terminado el reparto de trabajos, la profesora se paró en el frente, puso


un tono solemne y exclamó para todo el curso:

-El alumno Castro, es el único que está aprobado. Sus argumentos no me


convencen, pero hay algo que debo reconocer: ¡Los zurdos escriben muy bien!
Marta y Alfredo.
Celebración de la memoria.

Hace poco, Marta me contó que había conocido a Alfredo, allá por principios de la
década de los sesenta del siglo veinte, cuando ella era apenas una niña de unos trece años.

La joven exploraba los libros de la Biblioteca Popular que funcionaba en la escuela


Salta, una institución educativa de nivel primario enclavada en la zona portuaria de
Concordia, cuando llegó aquel muchacho, apenas un par de años mayor que ella, y que por
entonces se sumó a las tareas voluntarias en el lugar.

Marta asegura que Alfredo fue su primer novio, se amaron sin tocarse, sin besarse,
sin decírselo…pero se amaron.

Así, de sorpresa como llegó, aquel jovencito desapareció… nunca más se vieron…

Alfredo Elías Kohon, como tantos pibes de aquellos años, se enroló en una
organización armada.

Murió en 1972, acribillado a balazos en una emboscada, en el episodio que se


recuerda en la historia como la Masacre de Trelew, un crimen de lesa humanidad,
acontecido durante el gobierno del dictador Alejandro Lanusse.

En la década de los 90, en aquel mismo edificio donde Marta y Alfredo se


conocieron, funcionó por la noche el Profesorado de Ciencias Sociales, un reducto de
protestones soñadores, que a contrapelo de los tiempos de presunta muerte de las
ideologías, se obstinaban en pensar que las luchas de los sesenta y setenta, no habían sido
en vano.

A principios de este siglo, una abrupta intervención y un traslado compulsivo,


policía mediante, obligó a los de Sociales a tomar otros rumbos. Cual circo itinerante,
debieron trasladarse con sus cacharpas a un nuevo edificio escolar.

En el año 2012, cuarenta años después de la Masacre, el Consejo Directivo del


Profesorado de Ciencias Sociales, aprobó la iniciativa presentada por un estudiante, para
que la Biblioteca de la Institución lleve el nombre de Alfredo Kohon.

En el propio acto de colocación del nombre, Marta me conto aquella anécdota de los
años sesenta que desconocíamos, y que muchos pueden atribuir a la casualidad.
Salvando las diferencias de lugar físico, Alfredo había estado en la Biblioteca que
hoy lleva su nombre, pero treinta años antes que el mismísimo profesorado existiera.

Marta sostiene que eso no es producto del azar, sino de “la conciencia cósmica que
baja a la tierra y hace su misterioso trabajo en silencio”.

Es linda esa hipótesis, pero yo que descreo de los designios del mas allá, me inclino
a pensar que se trata, más bien, de un delgado pero resistente hilo, que teje la historia de
aquellos que luchan, lucharon y lucharán por un mundo mejor, y que ese hilo, se llama
MEMORIA.
Hernán.

La refutación del preconcepto.


La consigna del profesor para el trabajo final de Historia Argentina, consistía en
que los estudiantes escribiesen todo lo que supieran, en referencia a algún personaje de
nuestro pasado, sin mencionar explícitamente el nombre de éste. El resto de los alumnos
debía deducir de quién se trataba.

La mayoría había caído en obviedades frente a las cuales los demás respondían a
coro: Sarmiento, Belgrano, Urquiza, Perón, Alfonsín, etc.

Hernán, era el último en leer su trabajo:

“Nació en Argentina pero luchó en otros países de América y el Mundo.

Su causa era la Revolución.

Se opuso al orden establecido, por tanto fue considerado un subversivo.

En algún momento dejó su lugar de privilegio en la lucha y decidió retirarse,


algunos consideraron este gesto como un acto de grandeza, para otros sigue siendo un
enigma.

Eligió las armas como forma de llevar adelante su cometido.

Era asmático.

Ocupó cargos públicos a los que supo renunciar para continuar su lucha”.

El silencio de los compañeros fue absoluto, nadie se atrevió a arriesgar el nombre de


un personaje.

Revolución, subversivo, armas, renuncia, otros países, enfermo de asma…

El profesor, estaba seguro que Hernán hablaba del Che.

El joven miró a sus compañeros y dijo con voz firme:

-José de San Martín.


Guadalupe.
Volver a empezar.
Hace unos días, me encontré en la calle con Guadalupe Andrade, aquella jovencita
que una década atrás, antes de abandonar el Profesorado de Historia, había dejado olvidado
en el aula el prólogo de un libro que nunca terminó de escribir.

Guadalupe esperaba el colectivo y debajo del brazo llevaba una carpeta de la que
colgaban desprolijamente algunos papeles.

Me costó reconocerla, se había convertido en una mujer de unos treinta y pico de


años. Sin embargo, debo admitir que el paso del tiempo le sentaba bien, se la veía más linda
y radiante que en aquella noche del 2003, cuando había salido raudamente del aula para no
volver.

Cuando me reconoció, dio un paso adelante, como para interrumpir mi andar


apurado, y con una sonrisa atinó a decirme: - ¡Tanto tiempo!

En los pocos minutos que mediaron entre el encuentro y la llegada del colectivo, me
contó que sus hijos ya eran grandecitos, que estaba trabajando en un comercio y que su
situación económica había mejorado.

-Leí su libro-me dijo, haciendo referencia las Crónicas de Ayer, hoy y mañana.

Reconoció que se había sorprendido muchísimo, al encontrar transcripto aquel


borrador de prólogo que había dejado abandonado en el aula.

-Perdón por tomarlo sin tu permiso...es que nunca más te vi. Le dije, mientras sentía
que me ponía un poco colorado.

- No, al contrario- me respondió con una sonrisa-, para mi fue un honor.

-¿Y tu libro?, ¿Nunca lo terminaste?, le pregunté haciendo alusión al prólogo


abandonado.

Guadalupe soltó una carcajada y, acto seguido, me confesó algo que yo siempre
había intuido.

Aquello, no era el comienzo de un futuro libro de historia, sino un mensaje que dejó
deliberadamente para que sus compañeros no se olviden que debían mirar y enseñar el
pasado de manera crítica, desafiando permanentemente a los escribas de la historia oficial y
rescatando la lucha de los pueblos por construir un mundo mejor.

-Me tengo que ir- dijo, interrumpiendo abruptamente la conversación, mientras le


hacía seña al colectivo de la línea 5, que había doblado en la esquina.

Cuando el ómnibus ya había arrancado, pude ver que de las carpetas que la joven
llevaba debajo del brazo, se deslizaba una hoja.

Por un momento, dudé si correr el colectivo para avisarle a Guadalupe que se le


había caído algo; o por el contrario, tratar de rescatar el papel que flameaba como un
pájaro calle abajo.

Un impulso me ayudó a resolver la disyuntiva, sin dudarlo, corrí hacia la hoja y


luego de varios intentos fallidos, logré atraparla entre mis manos.

¿Otro prólogo?, me pregunté a mi mismo, mientras daba vuelta el papel para poder
leerlo.

Era una ficha, o una especie de formulario, y en su encabezado decía:

Inscripción. Profesorado de Historia.


Para corroborar:

A los efectos de obtener algunos datos puntuales, el autor debió hurgar en las
siguientes fuentes, libros, documentos y sitios:

-Solans, Pedro Jorge. Isidro Velázquez, retrato de un rebelde. Editorial Punto de


Encuentro. Córdoba. 2012.

-Paco Ignacio, Taibo II. Ernesto Guevara, también conocido como el Che, México,
1998.

-Caparrós, Martín. Amor y anarquía, Editorial Planeta, Buenos Aires. 2004.

-Guerrero, Modesto Emilio. Reportaje con la muerte. Vergara, Buenos Aires, 2002.

- Segarra, David (Director). Un golpe y una carta, Documental. Guarataro Films,


Venezuela.

-Menoni, Juan. Crónicas de ayer, hoy y mañana. Contramanual de Ciencias


Sociales. Ed. Panza Verde, Concordia, 2012.

- Marx, Karl. Engels Friedrich. Manifiesto del partido comunista. Editorial


Panamericana, Bogotá, 1997.

-El dios Google, que todo lo tiene, todo lo puede, y todo lo encuentra.

-La memoria personal, colectiva, y de la computadora, que me ayudaron a


reconstruir estas historias.
Índice:

Pablito. A manera de prólogo…………………………………………………….

Julia. Breve historia de amor……………………………………………………..

Juan Rodríguez. El hombre que arruinó la fiesta de los ricos…….

Don Eduardo. El encuentro I.…………………………………………………….

El “negro” Casco. El eslabón perdido...........................................................

La Sole. O el último bondi a Finisterre………………..…………………………

Miguelito. Breve historia del futbol I………………………………………………….

Leonardo y Salvador. El día que Chile amaneció de golpe.………..

La vidriera. El encuentro II………………………………………………………….

Giuseppe. Breve historia del siglo XX……………………………………………

Mario Pérez. El día que definitivamente fue por más……………………

El Prócer. La construcción de la historia……………………………………………

El “facha” Miranda. Breve historia del futbol II…………………………

Fidel Castro. Los zurdos escriben muy bien…………………………………….

Marta y Alfredo. Celebración de la memoria…………………………….

Hernán. La refutación del preconcepto………………………………………….

Guadalupe. Volver a empezar……………………………………………………...

Para corroborar……………………………………………………………
Juan Menoni

Concordia (E.R.) 1964.

Es Profesor de Historia y Diplomado en Educación Imágenes y Medios.


Docente, escritor, realizador audiovisual.
Autor de Crónicas de Ayer, Hoy y Mañana. Contramanual de Ciencias Sociales.
Panza Verde. 2012.

juanmenoni@arnet.com.ar
http://juanmenoni.blogspot.com.ar
Juan Menoni

Mario Franco.

Concordia (E.R) 1979.

Artista plástico. Pintor. Participó también como ilustrador de Crónicas de Ayer, Hoy y
Mañana. Contramanual de Ciencias Sociales. Panza Verde. 2012.

mariofranco_79@yahoo.com.ar
www.flickr.com/photos/mariofranco

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