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Menoni, Juan
Próceres sin bronce: contramanual de historia de la
Patria Grande.
- 1a ed. - Concordia: Juan Menoni, 2013.
90 p. il. ; 21x15 cm.
ISBN 978-987-29390-0-7
1. Narrativa Histórica. I. Título
CDD A863
Dedicado al empate, y por qué no, a la derrota.
Al gordito de la pelota.
Pero, el fútbol no es una isla, las relaciones son siempre dialécticas, nosotros somos
el fútbol, vivimos en un sistema que fomenta el individualismo, la competencia, el éxito
fácil, el sálvese quien pueda.
Nuestra historia fue escrita con esa misma lógica, la que rige hoy los destinos del
mundo y que tan crudamente puede verse reflejada en jugadores, técnicos, hinchas y
dirigentes del balompié.
En los manuales de historia tradicionales, esos con los que nos formamos la
inmensa mayoría de nosotros, solo se cuenta la historia de los ganadores.
Por si fuera poco, en el largo partido, que juegan en la gramilla del tiempo los
explotadores contra los explotados, no existe el empate.
En definitiva, nada de eso debe extrañarnos. ¡La historia oficial está escrita por los
mismísimos vencedores!
El autor de este libro es capaz de decir, sin falsa modestia, que tiene muchos
campeonatos perdidos, algún que otro empate sobre la hora, y que, en el mejor de los casos,
puede arrogarse con orgullo un par de segundos puestos.
Es lógico entonces, y hasta quizás un acto de justicia, que por las páginas siguientes,
desfilen una serie de personajes, mujeres y hombres comunes, que transitaron la historia de
nuestra Patria Grande, ocupando memorables, heroicas, pero casi siempre anónimas,
segundas posiciones.
Vayan dedicados estos relatos, a los que se han mantenido dignos en la mitad de la
tabla, y porque no, y fundamentalmente, a aquellos que todavía no han podido salir del
fondo.
Julia.
Breve historia de amor.
Julia Cortez, una morena de ojos verdes y de apenas unos veinte años, era la maestra
de la escuelita rural de La Higuera.
Algo le decía que debía conocer a aquel hombre bruto, agresivo y atrevido. Ese
legendario asesino, que después de ser ministro de un país donde los barbudos se comen a
los niños, comandaba una tropa de bandoleros que asolaba la zona desde hacía un tiempo, y
que el día anterior, había sido tomado prisionero.
Julia, se hizo llevar a la escuela por su propia voluntad, al fin y al cabo, esa era su
segunda casa, y ahí estaba detenido un criminal. Su deber era estar en el lugar, conocerlo.
-¿Qué hace aquí un hombre tan importante?- Dicen que preguntó la maestra.
-¿Qué hace aquí una mujer tan linda? Dicen que respondió el Comandante.
-Hay un error de ortografía. ¿Sabe usted que no hace falta acento sobre el "se" en
la frase "Ya sé leer"?- Dijo señalando una lámina que colgaba de la pared.
-En Cuba no existen escuelas como ésta. Parece un calabozo... ¿Cómo pueden
estudiar los hijos de los campesinos aquí? Es antipedagógico... Dicen que agregó.
-Pero los funcionarios del gobierno y los generales tienen automóviles Mercedes y
abundancia de otras cosas… ¿verdad? Eso es lo que nosotros combatimos. Respondió
Guevara.
El encuentro debe haber sido muy intenso, muy profundo, era el primero y el
último, los dos lo sabían. Estoy seguro que si hubiesen podido, se hubieran amado
desenfrenadamente.
Cualquiera de las dos cosas, hubiese sido una carga muy pesada para la joven
maestra de la escuelita de La Higuera. Al fin y al cabo, se trataba de uno de los hombres
más famosos del mundo.
01:10 PM.
Varios de los testimonios coinciden en asegurar que el Che, cayó al suelo con las
piernas destrozadas. Contorsionaba, mientras su sangre regaba las paredes de la escuela.
Como si fuera poco, los verdugos siguieron disparando para matarlo bien muerto, el
miedo a la resurrección era, en el fondo, un reconocimiento de su grandeza.
Finalmente, el hombre dulce, inteligente y con la mirada de Jesús, había muerto en
manos de aquellos judas bolivianos. Torpes, pero eficaces agentes del imperialismo.
En mi barrio, las fiestas de los ricos suelen durar hasta mucho más allá del
amanecer, y solo son interrumpidas por el cansancio o el aburrimiento de los presentes, que
ni bien terminan la larga jornada, se aprestan prontamente para la bacanal de la noche
siguiente.
Las fiestas de los pobres, en cambio, suelen terminar mucho antes, cuando se acaba
la cerveza o el vino, si es que no son clausuradas a la fuerza, por la furtiva intervención de
la patrulla policial de la seccional más cercana.
En la historia de los pueblos latinoamericanos, parece suceder algo muy similar, los
pobres, tienen sus pequeñas primaveras, que son abruptamente interrumpidas por los
golpistas, militares, curas y políticos corruptos, serviciales agentes de las interminables
orgías de los poderosos.
Inventaron una farsa que le costó sangre a propios y ajenos, y luego le achacaron las
responsabilidades a Chávez. Las condiciones estaban dadas, ahora solo faltaba decir que el
Presidente había renunciado, y nombrar un empresario en su nombre, para que eche por
tierra todos los avances sociales, derogue la Constitución que el pueblo de Venezuela había
aprobado y el país vuelva a un orden anterior, el mismo que desde hacía mas de un siglo,
había puesto al Estado al servicio de los intereses de unos pocos.
La foto del día siguiente era elocuente, Pedro Francisco Carmona Estanga, un
empresario que representaba los intereses corporativos de la mas rancia burguesía
venezolana, era puesto como presidente por una caterva compuesta por agentes imperiales,
curas de derecha, y un puñado de militares, instruidos por los yanquis en la Escuela de las
Américas.
Pero lo peor para el pueblo, no era ese promiscuo espectáculo mediático, lo más
terrible era que su Presidente, aquel valiente militar que se jactaba de ser un hijo del
ejército popular de Bolívar, aquel que había resistido a la cárcel, el que había recorrido el
país de punta a punta hablando de igual a igual con los humildes, el que comenzaba a
prometerles una Revolución; ese mismo, había renunciado cobardemente sin dar batalla.
Esas palabras resonaron con fuerza en la cabeza de aquel hombre, que sin dudarlo,
se dirigió de prisa y burlando la custodia, hasta el mismísimo lugar donde se encontraba el
depuesto Presidente.
Chávez estaba allí, en un cuartito de la enfermería, se lo veía como afligido, o
incluso- cosa rara en él- un tanto abatido.
-Sáqueme usted de una duda mi comandante, ¿usted renunció o que broma fue?-
Preguntó Rodríguez sin rodeos.
-¡Usted sigue siendo mi Comandante! dijo Rodríguez casi solemne y luego agregó:
-Hágale una nota mi comandante, una nota a la familia, a sus hijos, al pueblo…que yo
como pueda la saco.
Al pueblo venezolano...
(Y a quien pueda interesar).
No he renunciado al
poder legítimo que el
pueblo venezolano me dio.
¡¡Para siempre!!
Hugo Chávez F.
Ese día, los golpistas deciden trasladar al presidente a la isla de la Orchila, el Cabo
Rodríguez aprovecha para rescatar la nota del cesto de basura, al poco tiempo es
transmitida por fax, y en horas recorre el país y el mundo.
La gente, desde hacía horas, cantaba en las calles exigiendo el regreso de Chávez,
era un canto triste, pero valiente y esperanzado…
...Una luz desde el cielo, la del helicóptero que lo trasladaba, anunció a la multitud el
regreso del Presidente.
-A Dios lo que es de Dios, al César lo que es del César y al pueblo lo que es del
pueblo.
Estas fueron las primeras palabras del Presidente ante la increíble multitud que se
había agolpado en las inmediaciones del Palacio de Miraflores, para luego contarle al
pueblo y al mundo, de su propia boca y con detalles, como Rodríguez había arruinado el
festín de los poderosos.
A partir de allí, los cantos se tornaron alegres, y la multitud bailó, bebió y festejó,
durante horas y días.
Allá por principios de la década de los 80, tuve la suerte y el privilegio de leer Las
Venas Abiertas de América Latina. A partir de allí, mi respeto por el maestro Eduardo
Galeano nunca dejó de crecer.
Puedo decir, sin temor a equivocarme, que es uno de los escritores que más admiro,
y por qué no, el más admirado de todos.
Mas leía y menos lo podía creer, las coincidencias eran extraordinarias, los dos
hombres habían nacido con apenas horas de diferencia, uno el 14, y el otro el 15 de mayo
de 1928, ambos se habían hecho conocidos pública y masivamente a principios de la
década de los sesenta del siglo XX.
Los dos- a su manera- habían dado la vida por los demás, o mejor dicho, por los que
menos tienen. Los caminos eran diferentes, pero los fines se parecían muchisimo.
El otro, Isidro Velásquez, había optado por un método más directo y rudimentario;
lisa y llanamente, a punta de pistola, les robaba a los ricos para repartir el botín entre los
pobres. Sin mediación alguna, y gracias a aquél hombre, los olvidados del nordeste
argentino, también recibían su parte.
Ambos eran considerados bandoleros, o temibles asesinos, por las fuerzas armadas,
los gobiernos de turno, y los poderes económicos.
Como si nacer casi al mismo tiempo fuera poca casualidad, también podría
afirmarse que murieron juntos. El Che, era asesinado por los soldados del ejército
Boliviano el 9 de octubre de 1967, mientras Velásquez, caía en manos de la policía
chaqueña, menos de dos meses después, en plena dictadura del general Onganía.
No podía creer que ambas historias, tan parecidas, tan cercanas en tiempo y en
espacio, no se hayan juntado en un punto. Algún vinculo debía haber entre estos dos
hombres que luchaban por la justicia social. Es más, me imaginaba un encuentro como el
de Gatica y Perón y a Isidro diciendo: -“dos potencias se saludan comandante”. Pero la
idea me parecía alocada, no había indicio alguno de algún encuentro concreto.
Ya casi no me quedaban libros por leer, cuando encontré el dato que faltaba, aquello
que podríamos llamar el eslabón perdido. Se trataba de un personaje de apellido Casco, a
quien sus conocidos apodaban el “negro”.
Aquel santiagueño casi perdido en los vericuetos de la historia, era uno de los
tantos contactos, que la guerrilla de Ñancahuazú, tenía en el norte argentino, seguramente
como parte de un plan de extender la revolución al país de origen de Guevara.
El Negro Casco, solía pasearse de bar en bar, charlando con la gente, y hasta tenía el
tupé de mandarle mensajes al Che, diciéndole que se había equivocado y que debía haber
elegido Paraguay, en lugar de Bolivia, para instalar el foco guerrillero.
La orden había salido de la propia boca de Guevara: la misión de Casco era acordar
una entrevista cumbre entre el Che y Velásquez.
Mi sorpresa al conocer este episodio fue mayúscula, la cuestión iba mucho más allá
de lo que yo creía, el vínculo no estaba dado por la pluma póstuma de un historiador, sino
que había sido propiciado en vida por el propio Comandante.
En geometría, las rectas o planos paralelos son equidistantes entre sí y por más que
los prolonguemos no pueden juntarse, parece ser que ésta no fue la excepción a la regla.
Aquellos dos gigantes nunca pudieron encontrarse.
Sé que es contra fáctico, y que no tiene mucho sentido imaginarse que hubiera
pasado si la reunión se hubiese consumado; nunca lo sabremos. Pero ahora estoy más
seguro, que no por casualidad, los dos hombres habitan juntos en la memoria y el corazón
de muchos oprimidos de nuestra querida América Latina.
Es más, como la inmensísima mayoría de los jóvenes de los noventa, odiaba a los
políticos y tenía sobradísimas razones para hacerlo.
Después de haber pasado por varias carreras, y casi por compromiso, estudió
hotelería.
Como regalo por haberse recibido, sus padres le costearon un viaje a Europa.
María Soledad Rosas, ese era su nombre completo, llegó a Italia en julio de 1997, y
como era de suponer, se convirtió rápidamente en carnada de la policía de ese país, que
como el resto de los europeos, buscaba, y sigue buscando en los inmigrantes pobres, un
chivo expiatorio a quien culpar de las consecuencias de la crisis capitalista.
Como si fueran pocos sus antecedentes, la bella sudaca se había puesto de novio
con Edoardo, un tipo once años mayor que ella, que vivía como okupa en Turín.
Tres meses más tarde, aquella linda damita de apenas veinticuatro años, tomó la
decisión de quitarse la vida, ahorcándose con su propia sábana.
Ese mismo año, los Redonditos de Ricota editaban su octavo álbum Último bondi a
Finisterre.
El indio Solari, mítico cantante de la banda, solía ser elíptico, metafórico y hasta a
veces inentendible en sus letras, pero esta vez estuvo claro, directo y categórico:
La Sole se fue
de lo linda que era…♪
Miguelito
Breve historia del fútbol I.
El Social y Deportivo Las Rosetas, era uno de los cinco clubes del pueblo que
participaba, junto con otros de la zona campaña, en el campeonato regional de fútbol.
Hacía años que Las Rosetas no ganaba un torneo de primera, pero eso si, la
categoría sub once había campeonado ese año, y los gurises hacían ilusionar a los socios y
simpatizantes del club.
Miguel Speletti era el numero diez de la categoría, un pibito que la pisaba, la tocaba
y metía dos o tres goles por partido.
Sus padres lo veían salir de su casa alegre y volver de los entrenamientos sudado,
embarrado, casi siempre con algún raspón o un moretón; sin embargo, nunca perdía la
sonrisa.
Los sub once, como todas las categorías inferiores del club, eran dirigidas por pibes
mas grandes, que por unos pocos mangos al mes y por amor a la camiseta, no solo dejaban
parte de su vida para enseñarles lo poco o mucho que sabían a los más chicos, sino que se
convertían en hermanos mayores y en consejeros más allá de la cancha.
-Trabajar a futuro, apostando a que esta será una generación gloriosa para nuestro
humilde pero prestigioso club.
Pero claro, la decisión tenía sus costos. Para mantener equilibradas las escasas
finanzas de Las Rosetas, el club debía prescindir de los servicios de aquellos muchachos
que habían hecho de Monitores de los chicos hasta el año anterior.
Raigado, puso las manos sobre un improvisado atril, delante de una mesa con
caballetes donde estaban los pibes, y dirigiéndose a los muchachos, que ya no oficiarían de
técnicos, les agradeció infinitamente por su tiempo y dedicación, les dijo que el club nunca
los olvidaría y que:
-El mérito de haber llevado a la gloria a aquella categoría sub once ¡les
pertenecía!
Las expectativas, ya no solo eran de los hinchas y socios del club, sino que se
habían trasladado al resto del pueblo.
El domingo del debut, el potrero que hacía las veces de estadio estaba lleno. Sin
embargo, los pibes perdieron por un contundente 0-3.
-Tienen que adaptarse al nuevo técnico. Comentó el papá de uno de los pibes.
-Tenemos que darle tiempo. Declaró Raigado a la única radio del pueblo, una vez
finalizado el partido.
Los resultados que siguieron, no fueron mejores: 0-2, 0-1, un agónico 1-1 con el
único gol convertido por Miguelito en lo que iba del campeonato. Como si fuera poco, la
serie terminó con un rotundo 6-0 con el último de la tabla.
El poco público que seguía yendo los domingos a la mañana a la cancha no lo podía
entender, el técnico trabajaba bien, los pibes no podían haberse olvidado como se juega al
fútbol.
Miguelito, aquel crack que algunos ya comparaban con Messi o Maradona, había
errado en esta temporada varios goles con el arco solo.
El Tano Speletti, como llamaban en el pueblo al padre de Miguelito, hablaba poco.
Siempre acompañaba y apoyaba a su hijo, pero a diferencia de los demás padres que
soñaban con un futuro prominente, el Tano, solo quería que su pibe la pase bien, que sea un
buen compañero, aprenda a convivir en grupo y sea feliz. Para Speletti, el futbol era eso.
Se sentó al lado de Miguelito, que miraba la tele con cara de nada y con los pies
arriba de la mesa.
-¿Que les anda pasando que no juegan como antes? Preguntó el padre.
-El problema es nuestro- dijo Miguelito, bajando los pies de la mesa y poniéndose mas
serio que nunca.
-Perdimos la alegría.
Leonardo y Salvador.
El día que Chile amaneció de golpe.
Santiago de Chile.
29 de junio de 1973.
9:30 A.M.
El camarógrafo de Rolando Rivas Taxista, el mismo que había filmado los besos
apasionados de Solita Silveyra y Claudio García Satur, conocía, sin embargo, de filmar la
muerte.
Lo que nunca podría imaginar era que, aquella mañana, filmaría su propia muerte.
11 de Septiembre de 1973.
9:10 A.M.
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en
vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la
felonía, la cobardía y la traición.”
Aquel día, Radio Magallanes, la emisora del Partido Comunista de Chile, siguió
transmitiendo a pesar de que la Fuerza Aérea bombardeó sus antenas.
Leonardo y Salvador habían dado la vida, uno empuñando su cámara, el otro con la
palabra y la acción como únicas armas, ninguno de los dos ejerció la violencia, como
tampoco lo hicieron los millones de chilenos que abrazaron la causa de aquella
extraordinaria experiencia de cambio.
La respuesta por parte del imperio, la burguesía chilena y los militares sicarios del
poder, fue tremendamente cruel: Asesinatos, torturas, desapariciones, persecuciones,
prohibiciones y censura, serían el signo de las décadas siguientes en Chile y en casi toda
Latinoamérica.
Sin embargo, una y otra vez, otros hombres y otras mujeres, se han animado, se
animan, y se animarán a soñar y a luchar, y mucho mas temprano que tarde, abrirán las
alamedas, por donde pasen los hombres y las mujeres libres del mundo todo.
La vidriera.
El encuentro II.
Por supuesto, está bien claro, que convivir en una vidriera con el entrañable escritor
oriental, no es un mérito mio, sino un arbitrio de la persona que confeccionó la vidriera,
quién por otra parte, no parecía haber adoptado un criterio literario, ya que se
entremezclaban en el mismo lodo al mejor estilo de un cambalache discepoliano, una
infinidad de libros de autoayuda, algunos textos de literatura infantil, e incluso, un par de
obras de esas que prometen garantizarnos buen sexo después de los setenta años.
Debo confesar que me importaba un pito el criterio por el cual mi libro convivía con
el de Galeano en la vidriera, lo cierto que estaban juntos y era un sueño cumplido.
Llegué a casa en tiempo record, ni bien atravesé la puerta, casi sin pensarlo, me
paré de manera espasmódica frente a la biblioteca, justo delante de donde están
perfectamente ordenados los libros de Don Eduardo. Con aire irreverente, como cuando era
un pibe atorrante que hacía rezongar a las viejas del barrio, los miré burlonamente, les hice
pito catalán y me fui a la cocina a preparar unos mates.
Siendo apenas un adolescente, comenzó a leer las obras de Marx, a seguir de cerca
aquella extraordinaria Revolución que se vivía en la Unión Soviética y a participar del
movimiento obrero de su país; por supuesto, del lado de aquellos que se oponían al
fascismo, que ya comenzaba a perseguir a los que, como Giuseppe, abrazaban la causa del
socialismo internacionalista.
Para 1945, Giuseppe ya estaba casado con una bella morocha santiagueña que se
había trasladado a Buenos Aires en busca de trabajo.
Giuseppe, crítico implacable de los límites del Justicialismo, intuía con razón, que
lo que vendría no era para nada mejor.
Giuseppe, todavía no había cumplido sesenta años cuando vio con estupor como los
milicos, una vez más, se instalaban impunemente en el gobierno con la anuencia y la
complicidad de los poderosos, los partidos tradicionales y por supuesto, con el apoyo
político y económico del imperialismo del norte.
-La mano viene fea- decía apenas unos días después de la asunción de Menem en la
presidencia.
-Que los parió con la muerte de las ideologías. Yo sigo pensando que puede haber
un mundo mejor-Se lo escuchó refunfuñar por aquellos tiempos.
-Siempre que llovió paró- Sentenció Giuseppe, cuando la mayoría de los argentinos,
embriagados por las falsas bondades del uno a uno, habían votado por segunda vez al
patilludo riojano.
Sus nietos se preocuparon, por primera vez el abuelo estaba dando señales de una
supuesta incoherencia ideológica, pensaron que era producto del impacto de la muerte de
Ignacia y la consecuencia lógica de los ochenta y dos años que comenzaban a pesarle en el
cuerpo y en la mente.
Para que pase un poco mejor los últimos años de vida, su nieto menor le compró un
televisor nuevo y le pagó el abono del cable.
Pero la sorpresa de los hijos y los nietos fue mayúscula, cuando descubrieron que de
los más de sesenta canales de cable que conformaban la grilla, Giuseppe solo miraba uno.
La tele estaba clavada en la sintonía de Venezolana de Televisión.
Mario Pérez, era aquel profesor de historia que siete años antes, había escrito un discurso
para el acto del 24 de marzo y que finalmente nunca leyó.
Esta vez, con un poco más de experiencia, confianza y reconocimiento por parte de sus
compañeros, tenía la posibilidad de una revancha.
Nuevamente había sido designado, junto a otros docentes del área, para preparar el acto en
repudio de la última dictadura militar.
Sabía perfectamente que tenía una deuda que lo perturbaba desde el inicio de su carrera,
pero la escuela donde trabajaba actualmente, era mucho más conservadora que la anterior.
Zulema Raigado, la directora, era una cincuentona a punto de jubilarse, que aceptaba a
regañadientes este tipo de recordaciones, solo las permitía porque figuraban en el calendario
oficial, pero no le gustaban para nada y con frecuencia se la escuchaba decir:
Pérez, sentía que animarse a pronunciar aquel discurso, era la forma de exorcizar
sus debilidades y temores pasados.
Finalmente llegó la hora, con las manos casi temblorosas, sacó del bolsillo la hoja
arrugadita en la que tenía escrita su alocución, por un instante se le cruzó por la mente el
episodio anterior, en el que no se había atrevido a leer su discurso, pero con un sacudón de
cabeza disipó aquel recuerdo y con voz firme y decidida comenzó a leer:
Los militares y la historia.
Cuando en las frías madrugadas del duro invierno del „76, los
genocidas y sus secuaces encapuchados, rompían a patadas las puertas de
las casas para llevarse impunemente a sus moradores, desconocían
descaradamente un Decreto del 13 de octubre de 1821 en el que el
“Protector de la libertad del Perú”, José de San Martín, ordenaba:
Los dictadores del „76, fieles a los designios de ese ejercito anti-popular,
y muy lejos del ejemplo de San Martín, pusieron sus armas y el aparato
terrorista del Estado, al servicio de los intereses de la burguesía y el
imperialismo norteamericano, quienes necesitaban destruir toda forma de
organización, participación y conciencia popular, a los efectos de poner en
práctica las políticas de ajuste que comenzarían con la propia dictadura y se
profundizarían en la década de los ‟90.
Y por último, también debemos decir ¡nunca más! a una escuela que nos
cuente una historia al servicio de los poderosos, ¡nunca más! a una escuela
que en sus prácticas cotidianas conserva las rémoras de ese pasado reciente
plagado de autoritarismo e intolerancia al diferente, y apostar a una
educación democrática, liberadora y al servicio de los intereses populares.
Muchas gracias.
La mayoría de los estudiantes no lo había escuchado, el sonido era
pésimo, como suele pasar en los actos escolares. Los chicos asediados por el
hambre y el sol del mediodía, y cansados de una larga jornada, habían hecho un
silencio respetuoso, por el cariño que le tenían a Mario y porque intuían que se
recordaban momentos terribles de la historia que no daban para risas. Pero para
nada habían registrado las palabras del profesor.
06 de marzo de 2013.
Estoy seguro que la mayoría de los curiosos de la historia, por no decir todos, nos
hemos hecho alguna vez esta pregunta.
Los que miramos críticamente la historia oficial, los que desconfiamos de los seres
inmaculados, los que creemos que un prócer no es aquel que llega al bronce por voluntad
de los narradores del poder, los que descreemos de aquellos que son reivindicados por
obedientes, prolijos, bien hablados y celosos cuidadores del orden establecido; estamos
seguros que un prócer no es una estatua, sino un hombre o una mujer, que sufre, se enoja,
se emociona, llora, ríe, hace el amor…
Pero por sobre todas las cosas, creemos que esa mujer o ese hombre, se diferencia
de los demás mortales porque lo mueve un profundo sentimiento de amor por los
semejantes, la valentía y la intrepidez de cambiar un orden, cuando ese orden es injusto.
Esa mujer o ese hombre es seguido, respetado, elegido, vivado, amado y llorado por
su pueblo y no porque alguien se lo imponga, no porque los pueblos sean muchedumbres
inconscientes que siguen al primer demagogo o dictador que se les cruza por el camino;
sino porque aquel hombre o aquella mujer, es capaz de interpretar, defender y dar respuesta
a los intereses de las mayorías, esas mayorías ninguneadas, despreciadas y olvidadas, por
quienes durante siglos han detentado el poder del dinero.
Esa mujer o ese hombre, se atreve a decir lo que los demás no dicen y sobre todas
las cosas, es capaz de conducir, de llevar adelante, de garantizar la realización de un
proyecto, que no es su proyecto, sino el sueño colectivo de los pueblos.
Aquel domingo, Las Águilas hacían de local y el potrerito de Villa Santa Rita -el
pueblo al que este equipo pertenecía- estaba colmado.
Las dos tribunitas de madera, una más grande que albergaba al local, y la chiquita
detrás de un arco, donde se ubicaban los visitantes, se curvaban por el sobrepeso.
Los comentarios previos, los dichos de los propios jugadores, técnicos, dirigentes y
la posición de cada uno en la tabla, hacían suponer que el partido sería muy parejo.
Sin embargo, un gol al minuto y medio marcado por el visitante, pareció presagiar
que la historia sería otra, la desesperación de los locales por empatar los llevó a irse con
todo al ataque y a los diez minutos ya se habían comido el segundo.
Lo que todavía nadie podía suponer a esas alturas, era que el partido terminaría con
un histórico 15-1 a favor del visitante.
El resultado fue insólito y digno de figurar en algún libro de los records, para el
final del partido ya se tejían todo tipo de especulaciones: que los jugadores se habían
dejado ganar, que el club les debía plata, que la noche anterior se los había visto a todos en
el burdel de La Chancha, que los del otro pueblo los habían comprado, etc.
El único gol del Atlético Las Águilas, había sido convertido a los 83 minutos del
segundo tiempo por el Facha Miranda, un delantero mediocre al que la pelota
prácticamente le rebotó en el trasero después de un rechazo de un defensor de la visita, el
balón entró en el arco de casualidad, luego de haber golpeado en el poste izquierdo.
-Pude convertir un gol, que es lo que me había pedido el técnico y para lo cual la
dirigencia gastó tanto dinero en traerme. Prosiguió el Facha.
-Sé que como equipo no funcionamos… pero hacer un gol reconforta, máxime uno
como este, yo estaba ubicado en el lugar justo y la pelota fue a un rincón. ¡Inatajable!.
Sentenció Miranda.
-No, no, simplemente un saludo para mi vieja. Dijo finalmente el jugador, mientras
echaba el decimo sexto escupitajo y se levantaba las medias, para luego perderse
raudamente en el vestuario.
Fidel Castro.
Los zurdos escriben muy bien.
-Yo no me apodo el “Zurdo”. Le había dicho varias veces Fidel, en plena clase.
-Ya lo sé, pero como escribe con la izquierda… Contestaba la profesora con aire
socarrón.
Lo que sí le molestaba, y mucho, era darse cuenta que detrás del “zurdo” de
Dolores, subyacía un enorme prejuicio y una actitud descalificadora. Él sabía perfectamente
que el motivo del apodo, no era por escribir con la mano izquierda, sino por su nombre y
su particular forma de pensar.
Se acercaba el final del año, cuando la profesora propuso, o mejor dicho, obligó a
los estudiantes a sacar una hoja y escribir libremente sobre alguno de los temas trabajados
en el año.
Fidel, que ya conocía a Dolores de años anteriores, estaba seguro que llegaría ese
día y que sería una oportunidad única de aclararle los tantos a la profesora.
Se había preparado cuidadosamente durante todo el año, había hablado sobre el
tema con sus padres, había leído todo lo que estaba a su alcance sobre el tema y hasta se lo
escuchó repetir de memoria algunos párrafos del Manifiesto del Partido Comunista, escrito
por Marx y Engels en 1848.
Castro tomó varias hojas y comenzó a escribir con una velocidad inusitada, su
manito izquierda volaba sobre el papel, ocupando renglones y renglones con su letra
desprolija pero entendible.
Se tomó unos minutos más para redondear y dejó la hoja sobre el escritorio, sin
nombre ni firma. Estaba seguro que ella sabría a quién pertenecía…
Más allá de toda crítica que podamos hacer sobre los partidos u
organizaciones que son, o se dicen de izquierda, mas allá de la imprecisión
que los términos tienen, mas allá de toda defensa dogmática de cualquier
ideología; en un mundo terriblemente injusto, corrupto, individualista y
sometido a los intereses imperiales, como el que vivimos actualmente, ¿no
vale la pena ser un poco zurdo?
Era evidente que el trabajo pertenecía a Fidel, la señorita Dolores terminó del leer
con una mezcla de sorpresa y bronca, no podía creer que un joven de quince años, haya
fundamentado con tanta claridad y lucidez. Por otra parte, la profesora no era capaz de
soportar que los argumentos tengan la suficiente contundencia como para hacerla dudar de
sus convicciones ideológicas.
Una colega le había enseñado que debía escribir parte del texto en un buscador de
la computadora, para corroborar si no se trataba de un plagio. Pero nada, el escrito parecía
original.
El lunes siguiente, antes de llegar a la escuela, pasó por una librería y compró el
Manifiesto.
-Tengo que leerlo por razones de estudio. Le dijo a la chica de la librería, dando una
absurda e innecesaria explicación, como si le avergonzara haber comprado aquel libro.
El trabajo del joven había hecho mella en la mujer, después de años de certezas
absolutas, de repetir los saberes establecidos, de pensar que su forma de ver el mundo era la
única verdad, se encontraba sacudida, desestabilizada.
Entró al curso, puntual como siempre, y se acercó a cada banco a entregar los
trabajos.
-Fidel, este es el suyo. Se olvidó de poner su nombre. Le dijo, dejando la hoja sobre
el pupitre y continuando rápidamente con los demás.
Al joven le extrañó sobre manera que Dolores lo haya llamado por su nombre, era la
primera vez en mucho tiempo que no se dirigía a él como Zurdo.
Hace poco, Marta me contó que había conocido a Alfredo, allá por principios de la
década de los sesenta del siglo veinte, cuando ella era apenas una niña de unos trece años.
Marta asegura que Alfredo fue su primer novio, se amaron sin tocarse, sin besarse,
sin decírselo…pero se amaron.
Así, de sorpresa como llegó, aquel jovencito desapareció… nunca más se vieron…
Alfredo Elías Kohon, como tantos pibes de aquellos años, se enroló en una
organización armada.
En el propio acto de colocación del nombre, Marta me conto aquella anécdota de los
años sesenta que desconocíamos, y que muchos pueden atribuir a la casualidad.
Salvando las diferencias de lugar físico, Alfredo había estado en la Biblioteca que
hoy lleva su nombre, pero treinta años antes que el mismísimo profesorado existiera.
Marta sostiene que eso no es producto del azar, sino de “la conciencia cósmica que
baja a la tierra y hace su misterioso trabajo en silencio”.
Es linda esa hipótesis, pero yo que descreo de los designios del mas allá, me inclino
a pensar que se trata, más bien, de un delgado pero resistente hilo, que teje la historia de
aquellos que luchan, lucharon y lucharán por un mundo mejor, y que ese hilo, se llama
MEMORIA.
Hernán.
La mayoría había caído en obviedades frente a las cuales los demás respondían a
coro: Sarmiento, Belgrano, Urquiza, Perón, Alfonsín, etc.
Era asmático.
Ocupó cargos públicos a los que supo renunciar para continuar su lucha”.
Guadalupe esperaba el colectivo y debajo del brazo llevaba una carpeta de la que
colgaban desprolijamente algunos papeles.
En los pocos minutos que mediaron entre el encuentro y la llegada del colectivo, me
contó que sus hijos ya eran grandecitos, que estaba trabajando en un comercio y que su
situación económica había mejorado.
-Leí su libro-me dijo, haciendo referencia las Crónicas de Ayer, hoy y mañana.
-Perdón por tomarlo sin tu permiso...es que nunca más te vi. Le dije, mientras sentía
que me ponía un poco colorado.
Guadalupe soltó una carcajada y, acto seguido, me confesó algo que yo siempre
había intuido.
Aquello, no era el comienzo de un futuro libro de historia, sino un mensaje que dejó
deliberadamente para que sus compañeros no se olviden que debían mirar y enseñar el
pasado de manera crítica, desafiando permanentemente a los escribas de la historia oficial y
rescatando la lucha de los pueblos por construir un mundo mejor.
Cuando el ómnibus ya había arrancado, pude ver que de las carpetas que la joven
llevaba debajo del brazo, se deslizaba una hoja.
¿Otro prólogo?, me pregunté a mi mismo, mientras daba vuelta el papel para poder
leerlo.
A los efectos de obtener algunos datos puntuales, el autor debió hurgar en las
siguientes fuentes, libros, documentos y sitios:
-Paco Ignacio, Taibo II. Ernesto Guevara, también conocido como el Che, México,
1998.
-Guerrero, Modesto Emilio. Reportaje con la muerte. Vergara, Buenos Aires, 2002.
-El dios Google, que todo lo tiene, todo lo puede, y todo lo encuentra.
Para corroborar……………………………………………………………
Juan Menoni
juanmenoni@arnet.com.ar
http://juanmenoni.blogspot.com.ar
Juan Menoni
Mario Franco.
Artista plástico. Pintor. Participó también como ilustrador de Crónicas de Ayer, Hoy y
Mañana. Contramanual de Ciencias Sociales. Panza Verde. 2012.
mariofranco_79@yahoo.com.ar
www.flickr.com/photos/mariofranco